ERRATA # 17 FEMINISMOS

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Érika Ordosgoitti, además de la arquitectura de la marginalidad de la que ya nos hemos ocupado, también ha explorado la del poder, esa que se concentra en las plazas mayores de las ciudades latinoamericanas. La estrategia es tan simple y compleja como desnudarse en estos centros hipersignificados por los discursos patrióticos bolivarianos. Allí se ubica de preferencia al lado de los monumentos del Libertador. Al hacerlo, está sacando la desnudez femenina del lugar que se le asigna en las sociedades contemporáneas (los recintos privados, la publicidad, la pornografía). Y, al tiempo, está contaminando el impoluto, marcial y masculino espacio de la Plaza. En estos montajes urbanos opone su carne de mujer al mármol del héroe varón, su piel mestiza a la pretendida blancura de aquel, su erotismo a la negación del cuerpo en el discurso político, su talla humana a la monumental de las huecas verdades oficiales. Lo hace empoderándose a sí misma desde la vulnerabilidad de un cuerpo sin escudos físicos ni simbólicos en estos encuentros frontales y violentos con la prepotencia del cuerpo militar para el que fueron diseñados estos escenarios. A la retórica inflamada responde con el minimalismo de sus gestos. No usa muchos. A veces los elimina totalmente. Otras, emula irónicamente las grandilocuentes maneras de la estatuaria. O, incluso, blande un cuchillo. Con estas acciones efímeras y certeras disloca los códigos de la iconografía patriota que ha expulsado a la mujer de los pedestales. Porque cuando ellas eran invitadas al banquete del arte conmemorativo era para alegorizar ideas abstractas como «La Patria», «La Paz», «La Victoria». Cuerpos femeninos vaciados de identidad que apenas le prestaban sus formas voluptuosas a un discurso exterior y se limitaban a adornar al cuerpo ejemplar del héroe, quien sí tenía carta de ciudadanía al espacio público con su nombre propio, su rostro particular, su historia y sus charreteras (Giraldo 2011). El juego que realiza Érika en estas demoledoras intervenciones es uno de posiciones: asaltar el centro desde las márgenes, reclamar y recuperar un espacio vedado. Lo que equivale a ir en contra de la historia del continente y de sus imágenes. Un juego simbólico, limpio, desarmado, y, por lo tanto, se diría inofensivo. Sin embargo, la artista, después de sus incursiones, suele terminar en un carro de la Policía, anécdota que da cuenta de las férreas lógicas latentes en el aparente vacío y neutralidad de una plaza latinoamericana, a las que solo basta tantear para que se levante y eche a andar una absolutista maquinaria de control. Con su acupuntura espacial, el monumento y la plaza dejan de estar mudos. Se escuchan de nuevo allí los vociferantes discursos hegemónicos que salen de la boca de bronce de Bolívar, de las patas encabritadas de su caballo napoleónico, de los pedestales prepotentes. Érika no se deja aplastar por ellos sino que, al contrario, se afirma a través del silencio poderoso de su desnudez territorializante. Asalta, lucha, se desnuda, calla. A veces dispara un demoledor poema y por unos segundos gana con su presencia la batalla de la invisibilidad. Pero, siguiendo una estrategia de guerra de 112

Érika Ordosgoitti, Intervención Monumental, 2012. Registro de performance, Caracas, Venezuela. Foto: Cortesía de la artista.

Bolívar fotoasaltado


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