¡CORRE MIGUEL!, ¡CORRE!, ¡CORRE!

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¡CORRE MIGUEL!, ¡CORRE!, ¡CORRE! LA LEYENDA DE LA VIEJA XJAU LÁZARO DE LOS ÁNGELES CHAY COYOC angeleschay@hotmail.com La noche era oscura, hacía frío. Estábamos Miguel y yo ahí perdidos en medio de la nada. Por un lado solo había mar, al otro extremo monte, cerros, oscuridad total. Teníamos temor, el poblado más cercano había quedado como a cuatro horas de camino, un camino pedregoso y lleno de matorrales. Quizá serían la una o las dos de la mañana. No llevábamos nada para cubrirnos, las olas del mar salpicaban, mojándonos todo el cuerpo, no queríamos alejarnos de la orilla del mar por temor a las víboras. Así seguimos caminado por un buen rato. La planta de los pies me dolían intensamente, que dolor tan insoportable, mis piernas las sentía cada vez más engarrotadas. Miguel ya no aguanto los pies, me duelen mucho. A mí también, tengo frío. Busquemos un lugar donde haya un poco de arena para descansar. Si, está bien y tenemos que hacer una fogata. Mira Miguel creo que este es el lugar ideal para descansar. Bien, busquemos palos secos y hojas secas para hacer la fogata. Después de unos minutos, de estar recogiendo palos secos y hojarasca, en medio de la oscuridad, Miguel dijo creo que ya es suficiente con la leña que hemos recolectado. Pásame la mochila, ahí traigo cerillos y un poco de petróleo. ¡Por fin!, ya prendió el fuego en la madera. Que agradable calor, ya no aguantaba el frío. ¿Cómo cuánto habremos caminado? No tengo la menor idea: pero no imagine que tardásemos demasiando en llegar a la punta del morro. Sabes, ya tengo mucho sueño, dijo Miguel


Que cansancio, mirando el firmamento, ver como brillan las estrellas en el infinito, oyendo el ruido constante del golpeteo de las olas del mar, en algún momento el canto de un búho, me quedé profundamente dormido. De pronto, abro los ojos, está amaneciendo, Miguel sigue dormido, que majestuoso se ve el mar al amanecer, estamos en las arenas de la playa de Payucán, el mar tan calmado, que parece que estoy mirando un lago, el agua parece un espejo. Que noche tan pesada; pero ¿cómo iniciamos esta aventura?. Hace una semana estábamos Miguel y yo pescando ahí cerca de la ciudad de Campeche, donde está el barco hundido, como normalmente lo hacemos cada semana. Siempre pescábamos una docena de xlabitas* y nos regresábamos a nuestras casas felices de haber realizado un día más de aventuras. Estuvimos platicando que frente al morro nos contaban unos amigos mayores de edad a la de nosotros, que siempre van a pescar en las noches y pescan pargos hasta de dos kilos cada uno, a veces de mayor tamaño, nos contaron que en cierta ocasión pescaron una cherna como de cuarenta kilos, por esa razón decidimos ir hasta la punta del morro a probar suerte. No nos importó el hecho de que según la leyenda, ahí está prisionera una bruja, a la que se le llama la vieja Xjau. Cuentan nuestros padres, abuelos y tíos que hace muchos años en el poblado de Villa Madero llegó en cierta ocasión una anciana con aspecto de bondad, pidiendo que se le dé de comer y pidiendo posada; diciendo que venía de muy lejos, que estaba cansada, por lo que un matrimonio se compadeció de ella y le ofreció su casa para que pase la noche. Esa noche cuando todos dormían, la anciana; que en realidad era una bruja, se convirtió en un feroz animal y salió sigilosamente de la casa, dirigiéndose a la casa más alejada del poblado, atacando sin misericordia y devorándose a las personas que vivían en ella, después de haber saciado su hambre, desapareció y no se le volvió a ver durante mucho tiempo. En otra ocasión, volvió a aparecer la anciana en el poblado y nuevamente pidió asilo por una noche. Ella les dijo que muy temprano tenía que irse, así que al día siguiente, ya no la volvieron a ver; dos días más tarde cuando fueron a visitar la tumba de un familiar que había fallecido una semana antes, vieron que la tumba había sido profanada y que los cuerpos estaban destrozados como si una fiera se los hubiese comido. Se armó un gran alboroto en el pueblo, todos comentaban y hacían conjeturas. El Comisario del pueblo se dedicó con otros hombres a buscar rastros de la fiera que había cometido tal profanación, pero cuando analizaron la situación llegaron a la conclusión de que como era posible que una animal pudiese desenterrar un cuerpo que está dos metros bajo tierra. Entonces sintieron mucho miedo.


Las mujeres del poblado y los niños vivían aterrados, en las noches nadie se atrevía a salir. Los hombres montaron guardia durante más de un mes para tratar de sorprender al ente causante de tal profanación, pero todos lo hacían con mucho temor. Nunca encontraron al causante de estos hechos. Tiempo después se enteraron que en otro poblado cercano llamado Sihochac había ocurrido algo parecido. Todo el pueblo entro en pánico. Pero también se enteraron de la anciana que llegaba a pedir posada y que misteriosamente se iba sin que nadie supiese de donde venía. Entonces comenzaron a hacer conjeturas, que cada vez que aparecía esta ancianita de aspecto bondadoso ocurría desapariciones de personas, que en principio pensaban que habían viajado a otro lugar y que no habían regresado al pueblo. Por esa razón se fueron a hablar con el Comisario y le comentaron sus conjeturas y temores; pero él les dijo que eran muy mal pensados, que como se podían imaginar que una mujer que apenas puede caminar fuese capaz de hacer tanta maldad. Sin embargo los dueños de la última vivienda donde se había hospedado la anciana, decidieron viajar a una comunidad vecina y contarle de estos hechos al curandero, éste al escucharlos, les pidió detalles de todo lo que había ocurrido. Ellos le contaron los hechos ocurridos en Villa Madero. El curandero les dijo que esperasen un poco. Entro a una habitación contigua de la choza donde vivía y después de quemar yerbas y decir conjuros en maya, salió de nuevo y les dijo que efectivamente, la anciana que se aparecía en diversas épocas en el poblado era una bruja que merodeaba toda la región. Que la próxima vez que llegase, estuviesen muy atentos y que no la tratasen mal, que la recibiesen como siempre con toda amabilidad, que le diesen de comer en abundancia para que se durmiese profundamente; que cuando ella estuviese dormida en la hamaca entre todos la envolviesen y que la amarrasen con un bejuco que tenían que cortar en el monte, que cuando ya la tuviesen totalmente inmovilizada, se la llevase a encerrar en la cueva que hay en la punta del morro. Que cuando ya la tuviesen depositada en la cueva, al salir de ella tenía que gritar el conjuro que él les estaba dando escrito en un papel doblado; pero que no lo leyesen hasta el momento en que tuvieran que hacerlo. Desde ese día, todo el pueblo estaba pendiente de la llegada de la bruja con apariencia de anciana desvalida. El Comisario les decía que estaban locos, que como iban a creer semejante tontería, pero en fin, ahí ellos y sus locuras. Hombres, mujeres y niños se mantenían vigilantes, había mucha tensión y temor en el poblado. Transcurrido un tiempo, unos niños vieron que ahí a los lejos, por donde había unos árboles de ceibo les pareció ver a la anciana descansando; los niños llenos de pánicos se fueron corriendo lo más rápido que podían, llegando casi sin alientos a sus casas, les dijeron a sus papás, papá, papá, mamá, mamá, a, a, a, a, a, a, a, a, ahí, ahí, ahí. ¿Ahí qué?, preguntaron los papás. Ahí, ahí, ahí viene, ahí viene. Los niños casi no podían hablar porque estaban


muy asustados. ¿Ahí viene quién?, preguntaron los papás. ¡la bruja!, ¡la bruja!, dijeron los niños. ¡La bruja, dijeron los papás!, si dijeron los niños. Los papás abrazaron a sus hijos y les dijeron que tenían que estar calmados y tranquilos, que no se asustasen, que había que avisar a todos los vecinos del pueblo. Así lo hicieron. Cuando la anciana bruja llegó al poblado, no había nadie en las calles. Todos los habitantes estaban encerrados en sus casas mirando a través de las ventanas para ver a qué hora se aparecía la anciana, después de un buen rato, vieron con angustia como iba llegando y se dirigía a la casa de doña María Aké y de don José Dzul. Toc, toc, toc, buenas tardes, ¿hay alguien en casa? Doña María que ya esperaba la llegada de la anciana, venciendo su temor respondió: Si buenas tardes, ¿Quién habla?, ¿Qué se le ofrece?. Niña, dijo la bruja, buenas tardes, no tendrás un poco de comida y un poco de agua que me regales, por el amor de Dios. No he comido y tengo mucha hambre. Se veía tan desvalida; pero doña María que sabía que era la bruja, contendiendo el aliento le ofreció que pasase al interior de la casa. Pase, siéntese por favor, le trajo una jícara con agua, tome le dijo; mientras les sirvo de comer. Gracias niña contesto la anciana bruja. Doña María tratando de ser amable como había dicho el curandero le dijo que le haría unas tortillas hechas a mano y que le prepararía un Tzik de venado, que gracias a Dios su esposo don José había cazado un venado la noche anterior. Doña María fue al patio de su casa bajo varias naranjas agrias, deshebro la carne de venado, le agregó jugo de naranja agria, sal, tomate picado, cebolla y cilantro, quedo el tzik de venado como para chuparse los dedos. inmediatamente se puso a tortear masa y poner las tortillas hechas a mano en el comal. También puso a calentar la olla de frijoles cabash. Hay hija, no tenías por qué molestarte tanto. Pero se ve rica tu comida. Ese día la anciana comió hasta hartarse, comió tanto que media hora después estaba bostezando, doña María le colgó una hamaca y le dijo, si quiere puede descansar. La anciana bruja le dijo, gracias hija precisamente aprovechando que me ofreces la hamaca te quiero pedir que por favor me dejes dormir esta noche en tu casa. No se preocupe, puede quedarse a descansar esta noche. Media hora después la anciana dormía profundamente. Los vecinos que estaban al pendiente de estos acontecimientos fueron al monte y cortaron suficientes bejucos para poder amarrar a la anciana bruja. Cuando don José salió de su casa a decirle a los vecinos que la anciana dormía profundamente. En las calles había un gran alboroto, ya que todo el pueblo estaba a la


expectativa, niños, mujeres y hombres, todo el pueblo estaba reunido cerca de la casa de doña María. Don José reunió a una docena de hombres de los más fuertes y les dijo: la anciana bruja está profundamente dormida. Vayamos a mi casa y entremos sigilosamente, sin hacer ruido. Así lo hicieron, al estar en el interior de la casa mientras cuatro hombres envolvieron a la anciana a la hamaca, los otros que ya traían los bejucos preparados, inmediatamente procedieron a amarrar lo más fuerte que pudieron a la bruja. Ya que estaba amarrada la bruja, con el forcejeo que hubo despertó y al verse inmovilizada desapareció todo aspecto de bondad de su rostro, gritaba suéltame malditos, que me han hecho, sus ojos parecían dos brazas de fuego, enrojecidos por la ira, echaba espuma por la boca. Tenía tanta fuerza que tuvieron que sujetarla entres los doce hombres. Villa Madero es un pueblo que tiene salida al mar, por eso otros hombres que se dedicaban a pescar, ya tenían preparada su canoas para trasladar a la bruja por mar hasta la punta del morro. La bruja no dejaba de lanzar maldiciones, todos los que iban no dejaban de sentir miedo. Fueron muchos hombres, mujeres y niños que fueron en canoas desde Villa Madero hasta la punta del morro para ver como encerraban a la bruja xjau. Al llegar a la punto del morro los hombres bajaron a la anciana que iba totalmente sujeta con los bejucos y la metieron a lo más profundo de la cueva que hay en la punta del morro de Seybaplaya. La bruja gritaba infinidad de maldiciones, decía que iba a regresar al pueblo y que se los iba a comer vivos a todos. Cuando los hombres salieron de la cueva. Reunidos todos los que fueron a la entrada de la cueva, parados ahí en la plancha de piedras que hay en ese lugar, sacaron el papel doblado que les dio el curandero y leyeron en voz alta el conjuro. Por tus maldades quedarás encerrada para toda tu vida. Morirás y jamás volverás a causar daño. Según la leyenda, cuentan que en ciertas ocasiones los pescadores que pasan cerca de la punta del morro escuchan gritos y lamentos de la bruja que quedó encerrada para siempre. Eran aproximadamente la cinco de la mañana, desperté a Miguel para que siguiésemos nuestro camino. Vamos Miguel, nos falta poco para llegar, así que continuamos nuestro camino; entre piedras y matorrales. Cuando nos faltaban como doscientos metros para llegar a nuestro destino, vimos que había un hato de ganado pastando a la orilla del mar. Ángel, me dijo Miguel, ahora como vamos a pasar, No tengo la menor idea le dije. Por varios minutos nos quedamos parados sin saber qué hacer. El temor a ser corneados nos tenía paralizados. No nos queda más que meternos al agua. El agua nos llegaba hasta la cintura, así que caminado entre el agua o nadando por ratos logramos dejar atrás al hato de ganado. Por fin llegamos a un montículo de rocas, ahí salimos con mucho cuidado. Ya nos faltaban como cincuenta metros para llegar a la cueva que está en la punta del morro. Le


dije Miguel que ya casi llegamos y que debíamos preparar nuestros cordeles para estar listos a pescar, al revisar la carnada que llevábamos nos dimos cuenta que ya estaba echada a perder, olía muy feo. Y ahora que vamos a hacer me dijo Miguel, no tenemos carnada. Por un breve instante estuvimos totalmente desilusionados, tanto sufrimientos y penalidades de la noche anterior, para nada. Ya sé, le dije a Miguel busquemos chivitos (los chivitos son unos caracolitos de color negro del tamaño de un canica como de 3 centímetros que normalmente se dan entre las rocas que están a la orilla del mar ), de tal forma que nos pusimos a levantar rocas y fuimos recolectando chivitos, juntamos más de cien chivitos. Con piedras los fuimos rompiendo y recolectando la pulpa de caracol, al terminar nos dirigimos a las rocas que rodean la cueva que está en la punta del morro, ahí hay una enorme plancha de piedra, el agua en ese lugar es bastante profunda. Así, con la ilusión de poder pescar un pargo de buen tamaño nos dispusimos a pescar. Después de más de media hora de pesca por fin Miguel gritó entusiasmado, ya picó, ya picó uno. Jálalo Miguél, jálalo, no lo dejes ir, locos de alegría por fin Miguel pescó su enorme pescado; pero que desilusión era un Bosch (el Bosch es un pez gato). Entonces le dije a Miguel, este Bosch nos va a servir de carnada. Tomé el cuchillo que llevaba en la mochila y destacé al Bosch convirtiéndole en filete. Ahora si Miguel, con este filete vamos a pescar, porque es mejor carnada que los chivitos. Tomamos la nueva carnada y lanzamos al agua nuestros anzuelos. Como a los quince minutos, de nuevo Miguel siente como es jalado su cordel por un pez y grita, ahora si pesqué uno grande. No lo dejes Miguel, no lo dejes. Es muy grande decía Miguel, me jala con mucha fuerza, ayúdame, no puedo, no puedo, gritaba Miguel. Así estuvo Miguel como media hora, cuando el pez se resistía Miguel le daba cordel para que el cordel no se reventara, cuando sentía que el pez ya no ponía resistencia, jalaba el cordel, así estuvo por un buen rato, hasta que por fin logró sacarlo del agua. Es grande, es grande, gritaba Miguel. Sí que hay buena pesca en este lugar decía entusiasmado. Había pescado un pargo mulato como de dos kilos. Estábamos en realidad tan contentos que hasta de la leyenda de la bruja “xjau” nos habíamos olvidado. Miguel y yo no tuvimos deseos de meternos a la cueva que estaba frente a nosotros, más que por el miedo, fue por precaución; porque además de la leyenda existía la posibilidad de que hubiese nidos de serpientes en ese lugar. Cuando platicamos Miguel y yo, de que podía haber serpientes sentimos un miedo que se convirtió en pánico. Miguel dijo, mejor nos vamos, creo que ya son como las once de la mañana. Tienes razón, vámonos. Para regresar teníamos tres opciones, la primera regresar por el mismo lugar aprovechando que era de día que era la hora de la baja mar; así podríamos llegar más rápido a Seybaplaya, la segunda opción continuar en forma vertical al lado opuesto del que venimos y llegar hasta boxol, el problema es que hay demasiadas rocas a la orilla del mar y la tercera opción caminar en sentido horizontal tratando de llegar a la carretera, el problema que era que


teníamos que caminar entre el monte y no conocíamos ningún camino. Era la primera vez que estábamos en ese lugar. Tomamos nuestros arreos de pesca, los guardamos en nuestras respectivas mochilas, teníamos sed y tomamos agua de nuestras cantimploras, aún nos quedaba agua para el camino; así iniciamos el regreso, nos fuimos abriendo paso entre los matorrales, íbamos con mucho cuidado, teníamos temor de la picadura de una serpiente. Caminando entre el monte podíamos oír el canto de las palomas, a lo lejos vimos un venado, había muchas mariposas, en verdad es bonito el campo, entre bromas y comentando sobre las tareas que nos dejó nuestra maestra Josefa del sexto grado de primaria sobre la historia contemporánea y que tendríamos que llegar a hacer al llegar a casa, caminamos por más de media hora. Cuando más confiados estábamos, de pronto nos encontramos de nuevo al hato de ganado; pero esta vez vimos a los lejos, quizá como a 60 metros de nosotros a vimos un toro negro, enorme, que cuando nos vio, vimos como salió a una velocidad increíble sobre nosotros. Corre Miguel, corre, gritaba, corríamos los rápido que podíamos, sentíamos que el toro nos alcanzaba, el miedo a ser corneados nos hizo correr desesperadamente, Miguel gritaba corre Ángel, corre, de pronto vi un árbol de roble como a veinte metros de donde estábamos. Ahora era yo el que gritaba: Corre, Miguel, corre, el toro avanzaba furioso hacia nosotros. Al llegar al árbol me subí lo más rápido que pude, un chango no lo hubiese hecho mejor de lo que lo hice. Cuando Miguel llegó desesperado le di la mano para subirse al árbol. Casi no podíamos respirar, sentíamos que se nos salía el corazón del pecho. El toro seguía ahí abajo del árbol, mugía furiosamente, echaba espuma por la boca, nosotros estábamos quietecitos no queríamos ni respirar, así permanecimos por mucho tiempo, no supimos cuánto tiempo pasó. Pasado algún tiempo, el toro comenzó a comer pasto y a alejarse del árbol. Le dije a Miguel mira, ahí como a 20 metros hay una alambrada, tenemos que bajar del árbol y corremos lo más rápido que podamos y cruzar al otro lado de la alambrada. Si, me dijo Miguel. A la cuenta de tres, estás listo me pregunto Miguel, si, le contesté. Bueno ahí vamos uno, dos y tres, nos tiramos del árbol y corrimos los más rápido que pudimos, ya estábamos tratando de cruzar la alambrada cuando vimos que el toro venía sobre nosotros, apúrate Ángel me gritaba Miguel, al tratar de cruzar la alambrada se me engancha el pantalón y no podía zafarme. Miguel, Miguel, grité, ayúdame estoy atorado en la alambrada, Miguel me ayudó y logro desengancharme cuando el toro estaba a escaso cinco metros de nosotros. Así que estando del otro lado de la alambrada, corrimos, corrimos y corrimos, no sé por cuánto tiempo lo hicimos. Corre, Miguel, corre, gritaba. Cuando por fin dejamos de correr, cansados, casi sin aliento, sudando hasta la coronilla, sintiendo que el corazón se nos salía del pecho y al borde del desmayo, por fin nos paramos a descansar bajo la sobre de un árbol. Uff, ufff, ufff, que susto decíamos. De Pronto escuchamos el ruido de un camión, al voltear de donde venía el ruido pudimos ver un


camión que iba en la carretera a Seybaplaya, ¡mira!, grite ahí está la carretera. Ya descansados, caminamos y por fin llegamos a la carretera, vimos un letrero que decía Seybaplaya a un kilómetro, y otro Campeche a 31 kilómetros.. ¡CORRE MIGUEL!, ¡CORRE!, ¡CORRE! LA LEYENDA DE LA VIEJA XJAU La noche era oscura, hacía frío. Estábamos Miguel y yo ahí perdidos en medio de la nada. Por un lado solo había mar, al otro extremo monte, cerros, oscuridad total. Teníamos temor, el poblado más cercano había quedado como a cuatro horas de camino, un camino pedregoso y lleno de matorrales. Quizá serían la una o las dos de la mañana. No llevábamos nada para cubrirnos, las olas del mar salpicaban, mojándonos todo el cuerpo, no queríamos alejarnos de la orilla del mar por temor a las víboras. Así seguimos caminado por un buen rato. La planta de los pies me dolían intensamente, que dolor tan insoportable, mis piernas las sentía cada vez más engarrotadas. Miguel ya no aguanto los pies, me duelen mucho. A mí también, tengo frío. Busquemos un lugar donde haya un poco de arena para descansar. Si, está bien y tenemos que hacer una fogata. Mira Miguel creo que este es el lugar ideal para descansar. Bien, busquemos palos secos y hojas secas para hacer la fogata. Después de unos minutos, de estar recogiendo palos secos y hojarasca, en medio de la oscuridad, Miguel dijo creo que ya es suficiente con la leña que hemos recolectado. Pásame la mochila, ahí traigo cerillos y un poco de petróleo. ¡Por fin!, ya prendió el fuego en la madera. Que agradable calor, ya no aguantaba el frío. ¿Cómo cuánto habremos caminado? No tengo la menor idea: pero no imagine que tardásemos demasiando en llegar a la punta del morro. Sabes, ya tengo mucho sueño, dijo Miguel


Que cansancio, mirando el firmamento, ver como brillan las estrellas en el infinito, oyendo el ruido constante del golpeteo de las olas del mar, en algún momento el canto de un búho, me quedé profundamente dormido. De pronto, abro los ojos, está amaneciendo, Miguel sigue dormido, que majestuoso se ve el mar al amanecer, estamos en las arenas de la playa de Payucán, el mar tan calmado, que parece que estoy mirando un lago, el agua parece un espejo. Que noche tan pesada; pero ¿cómo iniciamos esta aventura?. Hace una semana estábamos Miguel y yo pescando ahí cerca de la ciudad de Campeche, donde está el barco hundido, como normalmente lo hacemos cada semana. Siempre pescábamos una docena de xlabitas* y nos regresábamos a nuestras casas felices de haber realizado un día más de aventuras. Estuvimos platicando que frente al morro nos contaban unos amigos mayores de edad a la de nosotros, que siempre van a pescar en las noches y pescan pargos hasta de dos kilos cada uno, a veces de mayor tamaño, nos contaron que en cierta ocasión pescaron una cherna como de cuarenta kilos, por esa razón decidimos ir hasta la punta del morro a probar suerte. No nos importó el hecho de que según la leyenda, ahí está prisionera una bruja, a la que se le llama la vieja Xjau. Cuentan nuestros padres, abuelos y tíos que hace muchos años en el poblado de Villa Madero llegó en cierta ocasión una anciana con aspecto de bondad, pidiendo que se le dé de comer y pidiendo posada; diciendo que venía de muy lejos, que estaba cansada, por lo que un matrimonio se compadeció de ella y le ofreció su casa para que pase la noche. Esa noche cuando todos dormían, la anciana; que en realidad era una bruja, se convirtió en un feroz animal y salió sigilosamente de la casa, dirigiéndose a la casa más alejada del poblado, atacando sin misericordia y devorándose a las personas que vivían en ella, después de haber saciado su hambre, desapareció y no se le volvió a ver durante mucho tiempo. En otra ocasión, volvió a aparecer la anciana en el poblado y nuevamente pidió asilo por una noche. Ella les dijo que muy temprano tenía que irse, así que al día siguiente, ya no la volvieron a ver; dos días más tarde cuando fueron a visitar la tumba de un familiar que había fallecido una semana antes, vieron que la tumba había sido profanada y que los cuerpos estaban destrozados como si una fiera se los hubiese comido. Se armó un gran alboroto en el pueblo, todos comentaban y hacían conjeturas. El Comisario del pueblo se dedicó con otros hombres a buscar rastros de la fiera que había cometido tal profanación, pero cuando analizaron la situación llegaron a la conclusión de que como era posible que una animal pudiese desenterrar un cuerpo que está dos metros bajo tierra. Entonces sintieron mucho miedo.


Las mujeres del poblado y los niños vivían aterrados, en las noches nadie se atrevía a salir. Los hombres montaron guardia durante más de un mes para tratar de sorprender al ente causante de tal profanación, pero todos lo hacían con mucho temor. Nunca encontraron al causante de estos hechos. Tiempo después se enteraron que en otro poblado cercano llamado Sihochac había ocurrido algo parecido. Todo el pueblo entro en pánico. Pero también se enteraron de la anciana que llegaba a pedir posada y que misteriosamente se iba sin que nadie supiese de donde venía. Entonces comenzaron a hacer conjeturas, que cada vez que aparecía esta ancianita de aspecto bondadoso ocurría desapariciones de personas, que en principio pensaban que habían viajado a otro lugar y que no habían regresado al pueblo. Por esa razón se fueron a hablar con el Comisario y le comentaron sus conjeturas y temores; pero él les dijo que eran muy mal pensados, que como se podían imaginar que una mujer que apenas puede caminar fuese capaz de hacer tanta maldad. Sin embargo los dueños de la última vivienda donde se había hospedado la anciana, decidieron viajar a una comunidad vecina y contarle de estos hechos al curandero, éste al escucharlos, les pidió detalles de todo lo que había ocurrido. Ellos le contaron los hechos ocurridos en Villa Madero. El curandero les dijo que esperasen un poco. Entro a una habitación contigua de la choza donde vivía y después de quemar yerbas y decir conjuros en maya, salió de nuevo y les dijo que efectivamente, la anciana que se aparecía en diversas épocas en el poblado era una bruja que merodeaba toda la región. Que la próxima vez que llegase, estuviesen muy atentos y que no la tratasen mal, que la recibiesen como siempre con toda amabilidad, que le diesen de comer en abundancia para que se durmiese profundamente; que cuando ella estuviese dormida en la hamaca entre todos la envolviesen y que la amarrasen con un bejuco que tenían que cortar en el monte, que cuando ya la tuviesen totalmente inmovilizada, se la llevase a encerrar en la cueva que hay en la punta del morro. Que cuando ya la tuviesen depositada en la cueva, al salir de ella tenía que gritar el conjuro que él les estaba dando escrito en un papel doblado; pero que no lo leyesen hasta el momento en que tuvieran que hacerlo. Desde ese día, todo el pueblo estaba pendiente de la llegada de la bruja con apariencia de anciana desvalida. El Comisario les decía que estaban locos, que como iban a creer semejante tontería, pero en fin, ahí ellos y sus locuras. Hombres, mujeres y niños se mantenían vigilantes, había mucha tensión y temor en el poblado. Transcurrido un tiempo, unos niños vieron que ahí a los lejos, por donde había unos árboles de ceibo les pareció ver a la anciana descansando; los niños llenos de pánicos se fueron corriendo lo más rápido que podían, llegando casi sin alientos a sus casas, les dijeron a sus papás, papá, papá, mamá, mamá, a, a, a, a, a, a, a, a, ahí, ahí, ahí. ¿Ahí qué?, preguntaron


los papás. Ahí, ahí, ahí viene, ahí viene. Los niños casi no podían hablar porque estaban muy asustados. ¿Ahí viene quién?, preguntaron los papás. ¡la bruja!, ¡la bruja!, dijeron los niños. ¡La bruja, dijeron los papás!, si dijeron los niños. Los papás abrazaron a sus hijos y les dijeron que tenían que estar calmados y tranquilos, que no se asustasen, que había que avisar a todos los vecinos del pueblo. Así lo hicieron. Cuando la anciana bruja llegó al poblado, no había nadie en las calles. Todos los habitantes estaban encerrados en sus casas mirando a través de las ventanas para ver a qué hora se aparecía la anciana, después de un buen rato, vieron con angustia como iba llegando y se dirigía a la casa de doña María Aké y de don José Dzul. Toc, toc, toc, buenas tardes, ¿hay alguien en casa? Doña María que ya esperaba la llegada de la anciana, venciendo su temor respondió: Si buenas tardes, ¿Quién habla?, ¿Qué se le ofrece?. Niña, dijo la bruja, buenas tardes, no tendrás un poco de comida y un poco de agua que me regales, por el amor de Dios. No he comido y tengo mucha hambre. Se veía tan desvalida; pero doña María que sabía que era la bruja, contendiendo el aliento le ofreció que pasase al interior de la casa. Pase, siéntese por favor, le trajo una jícara con agua, tome le dijo; mientras les sirvo de comer. Gracias niña contesto la anciana bruja. Doña María tratando de ser amable como había dicho el curandero le dijo que le haría unas tortillas hechas a mano y que le prepararía un Tzik de venado, que gracias a Dios su esposo don José había cazado un venado la noche anterior. Doña María fue al patio de su casa bajo varias naranjas agrias, deshebro la carne de venado, le agregó jugo de naranja agria, sal, tomate picado, cebolla y cilantro, quedo el tzik de venado como para chuparse los dedos. inmediatamente se puso a tortear masa y poner las tortillas hechas a mano en el comal. También puso a calentar la olla de frijoles cabash. Hay hija, no tenías por qué molestarte tanto. Pero se ve rica tu comida. Ese día la anciana comió hasta hartarse, comió tanto que media hora después estaba bostezando, doña María le colgó una hamaca y le dijo, si quiere puede descansar. La anciana bruja le dijo, gracias hija precisamente aprovechando que me ofreces la hamaca te quiero pedir que por favor me dejes dormir esta noche en tu casa. No se preocupe, puede quedarse a descansar esta noche. Media hora después la anciana dormía profundamente. Los vecinos que estaban al pendiente de estos acontecimientos fueron al monte y cortaron suficientes bejucos para poder amarrar a la anciana bruja. Cuando don José salió de su casa a decirle a los vecinos que la anciana dormía profundamente. En las calles había un gran alboroto, ya que todo el pueblo estaba a la


expectativa, niños, mujeres y hombres, todo el pueblo estaba reunido cerca de la casa de doña María. Don José reunió a una docena de hombres de los más fuertes y les dijo: la anciana bruja está profundamente dormida. Vayamos a mi casa y entremos sigilosamente, sin hacer ruido. Así lo hicieron, al estar en el interior de la casa mientras cuatro hombres envolvieron a la anciana a la hamaca, los otros que ya traían los bejucos preparados, inmediatamente procedieron a amarrar lo más fuerte que pudieron a la bruja. Ya que estaba amarrada la bruja, con el forcejeo que hubo despertó y al verse inmovilizada desapareció todo aspecto de bondad de su rostro, gritaba suéltame malditos, que me han hecho, sus ojos parecían dos brazas de fuego, enrojecidos por la ira, echaba espuma por la boca. Tenía tanta fuerza que tuvieron que sujetarla entres los doce hombres. Villa Madero es un pueblo que tiene salida al mar, por eso otros hombres que se dedicaban a pescar, ya tenían preparada su canoas para trasladar a la bruja por mar hasta la punta del morro. La bruja no dejaba de lanzar maldiciones, todos los que iban no dejaban de sentir miedo. Fueron muchos hombres, mujeres y niños que fueron en canoas desde Villa Madero hasta la punta del morro para ver como encerraban a la bruja xjau. Al llegar a la punto del morro los hombres bajaron a la anciana que iba totalmente sujeta con los bejucos y la metieron a lo más profundo de la cueva que hay en la punta del morro de Seybaplaya. La bruja gritaba infinidad de maldiciones, decía que iba a regresar al pueblo y que se los iba a comer vivos a todos. Cuando los hombres salieron de la cueva. Reunidos todos los que fueron a la entrada de la cueva, parados ahí en la plancha de piedras que hay en ese lugar, sacaron el papel doblado que les dio el curandero y leyeron en voz alta el conjuro. Por tus maldades quedarás encerrada para toda tu vida. Morirás y jamás volverás a causar daño. Según la leyenda, cuentan que en ciertas ocasiones los pescadores que pasan cerca de la punta del morro escuchan gritos y lamentos de la bruja que quedó encerrada para siempre. Eran aproximadamente la cinco de la mañana, desperté a Miguel para que siguiésemos nuestro camino. Vamos Miguel, nos falta poco para llegar, así que continuamos nuestro camino; entre piedras y matorrales. Cuando nos faltaban como doscientos metros para llegar a nuestro destino, vimos que había un hato de ganado pastando a la orilla del mar. Ángel, me dijo Miguel, ahora como vamos a pasar, No tengo la menor idea le dije. Por varios minutos nos quedamos parados sin saber qué hacer. El temor a ser corneados nos tenía paralizados. No nos queda más que meternos al agua. El agua nos llegaba hasta la cintura, así que caminado entre el agua o nadando por ratos logramos dejar atrás al hato de ganado. Por fin llegamos a un montículo de rocas, ahí salimos con mucho cuidado. Ya nos faltaban como cincuenta metros para llegar a la cueva que está en la punta del morro. Le


dije Miguel que ya casi llegamos y que debíamos preparar nuestros cordeles para estar listos a pescar, al revisar la carnada que llevábamos nos dimos cuenta que ya estaba echada a perder, olía muy feo. Y ahora que vamos a hacer me dijo Miguel, no tenemos carnada. Por un breve instante estuvimos totalmente desilusionados, tanto sufrimientos y penalidades de la noche anterior, para nada. Ya sé, le dije a Miguel busquemos chivitos (los chivitos son unos caracolitos de color negro del tamaño de un canica como de 3 centímetros que normalmente se dan entre las rocas que están a la orilla del mar ), de tal forma que nos pusimos a levantar rocas y fuimos recolectando chivitos, juntamos más de cien chivitos. Con piedras los fuimos rompiendo y recolectando la pulpa de caracol, al terminar nos dirigimos a las rocas que rodean la cueva que está en la punta del morro, ahí hay una enorme plancha de piedra, el agua en ese lugar es bastante profunda. Así, con la ilusión de poder pescar un pargo de buen tamaño nos dispusimos a pescar. Después de más de media hora de pesca por fin Miguel gritó entusiasmado, ya picó, ya picó uno. Jálalo Miguél, jálalo, no lo dejes ir, locos de alegría por fin Miguel pescó su enorme pescado; pero que desilusión era un Bosch (el Bosch es un pez gato). Entonces le dije a Miguel, este Bosch nos va a servir de carnada. Tomé el cuchillo que llevaba en la mochila y destacé al Bosch convirtiéndole en filete. Ahora si Miguel, con este filete vamos a pescar, porque es mejor carnada que los chivitos. Tomamos la nueva carnada y lanzamos al agua nuestros anzuelos. Como a los quince minutos, de nuevo Miguel siente como es jalado su cordel por un pez y grita, ahora si pesqué uno grande. No lo dejes Miguel, no lo dejes. Es muy grande decía Miguel, me jala con mucha fuerza, ayúdame, no puedo, no puedo, gritaba Miguel. Así estuvo Miguel como media hora, cuando el pez se resistía Miguel le daba cordel para que el cordel no se reventara, cuando sentía que el pez ya no ponía resistencia, jalaba el cordel, así estuvo por un buen rato, hasta que por fin logró sacarlo del agua. Es grande, es grande, gritaba Miguel. Sí que hay buena pesca en este lugar decía entusiasmado. Había pescado un pargo mulato como de dos kilos. Estábamos en realidad tan contentos que hasta de la leyenda de la bruja “xjau” nos habíamos olvidado. Miguel y yo no tuvimos deseos de meternos a la cueva que estaba frente a nosotros, más que por el miedo, fue por precaución; porque además de la leyenda existía la posibilidad de que hubiese nidos de serpientes en ese lugar. Cuando platicamos Miguel y yo, de que podía haber serpientes sentimos un miedo que se convirtió en pánico. Miguel dijo, mejor nos vamos, creo que ya son como las once de la mañana. Tienes razón, vámonos. Para regresar teníamos tres opciones, la primera regresar por el mismo lugar aprovechando que era de día que era la hora de la baja mar; así podríamos llegar más rápido a Seybaplaya, la segunda opción continuar en forma vertical al lado opuesto del que venimos y llegar hasta boxol, el problema es que hay demasiadas rocas a la orilla del mar y la tercera opción caminar en sentido horizontal tratando de llegar a la carretera, el problema que era que


teníamos que caminar entre el monte y no conocíamos ningún camino. Era la primera vez que estábamos en ese lugar. Tomamos nuestros arreos de pesca, los guardamos en nuestras respectivas mochilas, teníamos sed y tomamos agua de nuestras cantimploras, aún nos quedaba agua para el camino; así iniciamos el regreso, nos fuimos abriendo paso entre los matorrales, íbamos con mucho cuidado, teníamos temor de la picadura de una serpiente. Caminando entre el monte podíamos oír el canto de las palomas, a lo lejos vimos un venado, había muchas mariposas, en verdad es bonito el campo, entre bromas y comentando sobre las tareas que nos dejó nuestra maestra Josefa del sexto grado de primaria sobre la historia contemporánea y que tendríamos que llegar a hacer al llegar a casa, caminamos por más de media hora. Cuando más confiados estábamos, de pronto nos encontramos de nuevo al hato de ganado; pero esta vez vimos a los lejos, quizá como a 60 metros de nosotros a vimos un toro negro, enorme, que cuando nos vio, vimos como salió a una velocidad increíble sobre nosotros. Corre Miguel, corre, gritaba, corríamos los rápido que podíamos, sentíamos que el toro nos alcanzaba, el miedo a ser corneados nos hizo correr desesperadamente, Miguel gritaba corre Ángel, corre, de pronto vi un árbol de roble como a veinte metros de donde estábamos. Ahora era yo el que gritaba: Corre, Miguel, corre, el toro avanzaba furioso hacia nosotros. Al llegar al árbol me subí lo más rápido que pude, un chango no lo hubiese hecho mejor de lo que lo hice. Cuando Miguel llegó desesperado le di la mano para subirse al árbol. Casi no podíamos respirar, sentíamos que se nos salía el corazón del pecho. El toro seguía ahí abajo del árbol, mugía furiosamente, echaba espuma por la boca, nosotros estábamos quietecitos no queríamos ni respirar, así permanecimos por mucho tiempo, no supimos cuánto tiempo pasó. Pasado algún tiempo, el toro comenzó a comer pasto y a alejarse del árbol. Le dije a Miguel mira, ahí como a 20 metros hay una alambrada, tenemos que bajar del árbol y corremos lo más rápido que podamos y cruzar al otro lado de la alambrada. Si, me dijo Miguel. A la cuenta de tres, estás listo me pregunto Miguel, si, le contesté. Bueno ahí vamos uno, dos y tres, nos tiramos del árbol y corrimos los más rápido que pudimos, ya estábamos tratando de cruzar la alambrada cuando vimos que el toro venía sobre nosotros, apúrate Ángel me gritaba Miguel, al tratar de cruzar la alambrada se me engancha el pantalón y no podía zafarme. Miguel, Miguel, grité, ayúdame estoy atorado en la alambrada, Miguel me ayudó y logro desengancharme cuando el toro estaba a escaso cinco metros de nosotros. Así que estando del otro lado de la alambrada, corrimos, corrimos y corrimos, no sé por cuánto tiempo lo hicimos. Corre, Miguel, corre, gritaba. Cuando por fin dejamos de correr, cansados, casi sin aliento, sudando hasta la coronilla, sintiendo que el corazón se nos salía del pecho y al borde del desmayo, por fin nos paramos a descansar bajo la sobre de un árbol. Uff, ufff, ufff, que susto decíamos. De Pronto escuchamos el ruido de un camión, al voltear de donde venía el ruido pudimos ver un


camión que iba en la carretera a Seybaplaya, ¡mira!, grite ahí está la carretera. Ya descansados, caminamos y por fin llegamos a la carretera, vimos un letrero que decía Seybaplaya a un kilómetro, y otro Campeche a 31 kilómetros..


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