Cero coma cero (0,0)

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0,0 (Cero coma cero) Julio Calvo Drago Hyperediciones Primera edición 2010 Diseño de cubierta, diagramación y fotomontajes: Julio Calvo Drago Corrección de estilo: Julio Calvo Drago Cero coma cero se aprecia mejor en Adobe® Reader® 8 y versiones posteriores. No se garantiza una adecuada visualización de este libro y sus contenidos en versiones anteriores de dicho programa. Las notas explicativas se encuentran al final del libro, en la sección Disertaciones tangenciales, página 253. Si lee esta obra en pantalla, puede ver dichas notas con solo hacer clic en el superíndice o en la palabra o frase señalada por este. Una vez en la nota, pulse en ella para volver a la página que estaba leyendo. Si desea imprimir este libro, tenga en cuenta que las viñetas, por su tono pálido, podrían ser imperceptibles en la hoja impresa. Considere, por lo tanto, aumentarle la intensidad y reducirle el contraste a su impresora antes de imprimir. Este libro se puede descargar en: www.hypertexta.com




«Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que puede soñar tu filosofía». Lisa Simpson, citando a su vez a William Shakespeare

«Llévame con tu líder». Un extraterrestre en la Tierra hablándole a una escultura cubista

«¿Vos creés que fue fácil para el primer hombre bajar del árbol, poner un pie en la tierra y decir unga bunga?». M aría Luisa Lemus



Mapa de 0,0

Libro Primero

Ese horrible rostro de troglodita alienófago marciano o Colección de nanoficciones y otros textos breves . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

11

Libro Segundo

Palabras tratando de correr a la velocidad del pensamiento o El libro de los conceptos imagen . .

121

Libro Tercero

Todo ese caos allá en la estratosfera o Breve muestra de colaboraciones, artículos, encargos y otros escritos contextuales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

155

Lo digo y lo digo / lo digo otra vez / y tanto lo afirmo / que digo lo mismo / al derecho y revés o Breve colección de palindromas . . . . . . . . . . . . . . . . . .

201

Del viejo y trillado mito de que los personajes presentados en esta obra son ficticios y de que cualquier semejanza con personas vivas o muertas es pura coincidencia o Breve colección de fábulas . .

219

Disertaciones tangenciales

253

Libro Cuarto

Libro Quinto





Absolución de la televisión en «on» como responsable de la identidad en «off»

Yo te absuelvo, caja idiota, de todas tus incongruencias. ¿Acaso vos tenés la culpa de que tu pantalla jamás me enseñe lo mismo que me enseña el espejo? ¿Tuya es la culpa acaso de que mis sueños hayan sido creados a tu imagen —de treinta y seis pulgadas full color stereo surround— y desemejanza? Si es uno —y nadie más que uno—


quien pierde el control y busca el tuyo entre los cojines del sofá. Si es uno quien engruesa tus rankings y programa tus franjas prime time a fuerza de zap, zap on/off y on/off. No fuiste vos quien mató a la estrella de la radio ni se hizo ilusiones audiovisuales. Por eso te absuelvo, nada me debes. Conque ve en paz, hija mía. No guardo rencor. No vuelvo a llamarte más la caja idiota si al hablar de idiotas quien lleva las de perder es otro.


Aplicación de la famosa paradoja del filósofo griego como perífrasis para convencer a los muchachos de que ya es muy tarde y ya es hora de irse para la casa

A estas alturas yo solo sé que no sé nada. Ando bien sócrates1.


Apología del aprendiz lento, pero seguro

Bebé, si yo siguiera tus pasos, serían tropezones y caídas a cada rato, pero siempre volvería a ponerme de pie. Si vos siguieras los míos, no te levantarías sin antes pensarlo dos veces. Por eso es que yo mejor sigo tus pasos, nene: despacio, contento,


siempre avanzando en pos de algo, como aprendiendo a caminar todos los días —que así es como se camina, bebé—. Y vos, pues vos seguí siguiendo los tuyos. Mirá que los pasos de gigante vaticinan tropiezos descomunales, mientras que cada uno de tus pasitos es un presagio de vuelo.


Apólogo-imagen de ave diva aspirante a icono de «mass media»

Cierto Pavo Real paseaba por un centro comercial, cuando se topó con un gentío frente a la vitrina de una tienda de electrodomésticos. Todas aquellas personas veían maravilladas, en una gigantesca pantalla de plasma, cierto cortometraje que mostraba en cámara rápida el proceso de florecimiento de una rosa. Nuestro pavo real también se puso

a admirar la flor eclosionada, pero lo que más le llamó la atención fueron los «oh» de asombro de los demás espectadores. «Vamos a ver», analizó el pavo real. «Ese botón de flor solo se abrió, desplegó sus pétalos y a todos dejó maravillados. ¡Yo también puedo hacer eso con mi cola!», se dijo el ave a sí misma con entusiasmo incontenible. «Puedo


abrirla, desplegar sus plumas como si fuesen pétalos de rosa y dejar encantado a mi público». De inmediato fue a pararse delante de la muchedumbre para luego sacar el pecho, levantar el trasero, desplegar el abanico de su cola y empezar a lucirla de una manera por demás vanidosa. Pero los espectadores, lejos

de aplaudir, comenzaron a proferir insultos y abucheos, pues sintieron que aquello no era más que un vulgar acto de exhibicionismo. Y es que el ingenuo pavo real estaba cometiendo el mismo error que muchos escritores cuando ejercemos el oficio: estaba confundiendo universalidad con complacencia.


Apólogo-imagen de camello con sueños nanotecnológicos

Un Camello estaba empecinado con pasar a través del ojo de una aguja, pero la obvia diferencia de tamaños naturalmente se lo impedía. Sin embargo, no cejaba en su propósito. Fue así como un día conoció a otro camello —parece que pastor de alguna secta— que le ofreció pastillas Nanorreduxol, «¡macrorreducción para un microtamaño!», a cambio de cómodos diezmos semanales. Nuestro camello aceptó la oferta. Desde entonces, cada semana compra las pastillas sin falta y no hay día que no tome su respectiva dosis. Todo

el tiempo está midiéndose para ver si su masa corporal ha sufrido alguna reducción, pero el animal no ha visto resultados satisfactorios hasta el día de hoy. No obstante, el cercano pariente del dromedario continúa firme en su propósito. Y como esta historia aún no termina, no nos queda más que exhortar al cuadrúpedo a perseverar en su empeño. Vamos todos a desearle suerte. ¡Ánimo, valiente y determinado camello! ¡Ojalá un día alcances el microscópico tamaño que requieres para lograr tu osada empresa!


Apólogo-imagen de elefante quitándose un peso de encima

L a Elefanta, luego de haber logrado ponerse aquel apretado corsé, miraba su imagen en el espejo una y otra vez, aún no convencida. Pero

al fin, ya conforme, se dijo a sí misma: «La mona se viste de seda y nadie le dice nada». Terminó de arreglarse y se fue a su fiesta.


Apólogo-imagen de perro-conejillo de Indias teniendo un dulce encuentro con el «ESPN»

Un Día, como ya era habitual, el perro de Pavlov oyó la campana y comenzó a segregar saliva. Solo que esta vez no recibió su terrón de azúcar. Así que el pobre comenzó a po-

nerse muy ansioso. Pero el conserje de aquel laboratorio tenía prendido su televisor durante la transmisión de un partido de futbol. El can se puso a ver el juego y así se olvidó del azúcar.


Apóstrofe alegórico a profeta islámico en dos proposiciones adversativas, una desiderativo-interjectiva y tres dubitativo-interrogantes

La montaña se movió, Mahoma, pero no vino a mí. Dime qué hice mal, oh profeta. ¿No será que yo de repente —se me ocurre, no sé— confundí la fe con el amor?


Bella ilusión de amor o Veinte mil leguas de viaje subcapilar al interior del cabello afro de un proxeneta «funky»

¡Oh Jardín de las verdes delicias! ¡Paraíso exquisito del florecer perpetuo! Quién poda y engalana tus frondosas encinas di. ¡Pero si es el noble y altivo jardinero del Castillo Real, de la bella Princesa el favorito! Del vasto encinal embellece las excelsas frondas una por una. Tijera por aquí. Tijera por allá. Ra-

mitas secas caen por aquí. Hojitas mustias vuelan por allá. Pero ¡buscar la flor más bella para tu Princesa, oh jardinero, no has de olvidar! Tan pronto como floreciente fin des a tu noble tarea con el último de los encinos: aquel de grisácea fronda que en el ulterior extremo del jardín altivo se eleva. Nues-


tro jardinero, presto a terminar la poda, soberbio avanza en pos de la última fronda. Con mano firme, cual guerrero valiente que dispónese a darle una victoria a la Patria o su vida al Creador, toma la tijera, silba una feliz tonada y llega al encino. Ya allí, con decisión inexorable, por el amor que a su Princesa

un día le ha de confesar, da un firme tijeretazo y «WHAT DA FUCK YOU DOIN’, MAN! GO FUCK YOU’ MAMMA, YOU MOTHAFUCKIN’ ASSHOLE SANAFABITCH!» es el terrible improperio que lacera sus oídos cuando, sin querer, con una encina confunde el desmesurado cabello afro de un funky brother.


Breve ejercicio metanarrativo con la célebre metáfora visual magritteana del hombre que se para frente al espejo y ve su propia espalda

Cierta Vez, un individuo se sentó en una silla a pensar en la manera más efectiva de levantarse de una silla. Dibujó bosquejos en su mente y ensayó con su imaginación los pasos de aquella acción. Entonces, ya mareado de tanto pensar, se recostó bruscamente en

el respaldo, quebró la silla, cayó al suelo y se golpeó. Pero aquel hombre, de corazón tenaz y propósitos irreductibles, se negó a lamentarse del dolor. Fue de inmediato por otra silla y se sentó a seguir buscando intelectualmente la solución.


Breve imagen ecológica para explicar por qué los cartógrafos antiguos, en sus mapamundis, representaban los trópicos terrestres con bestias fabulosas

De Pronto, ya para anochecer, por todo el pantano resonó un chillido agudo. Cierto cazador, que navegaba de regreso a casa, no pudo resistirse al hechizo, de modo que preparó el arpón, enfiló a babor y se dirigió al manatí. Lo divisó a lo lejos. Sus ojos no podían engañarlo:

cuerpo redondo, piel color carne y cola de pez. Por lo tanto se acercó, preparó el arma y, cuando estaba por disparar la flecha mortal, la sorpresa le propinó a él un saetazo más duro. Lo que estaba frente a sus ojos no era un manatí, sino una sirena.


Canción de amor a chica plástico-«transformer» capaz de convertirse en cualquier parte del cuerpo, menos el corazón, en tres antonomasias absurdas y dos metáforas cursis

No seás pie y dejá de huir. No seás mano y dejá de taparte la cara. Solo quiero que seás toda oídos para que veás lo que te voy a decir: tu corazón está hecho para sentir, lo mismo que el mío no está hecho para ser roto.


Cómo decir gracias sin matar amor en el intento

Aquí es donde abro la bocota para darte las gracias. Entonces vos me decís que cómo va a ser eso, que te caigo mal, que te haga el favor, que tus manos son colectivas, que también tus pies andan los pasos del mundo, que si el ser humano alguna vez ha logrado un clon perfecto ese ha sido el del amor, que las gracias dejan cierto sabor a despedida y son el protocolo de quien, por cierto, no ama. Y entonces yo voy a estar a punto de decir


que me vas a disculpar, pero que el pecho me explota de gracias, gracias, mil gracias, que la gratitud se me ha subido a los cien grados centígrados y que su ebullición es inevitable. Pero no. Aquí es donde mejor me callo la boca y te abrazo. Permuto un decir te quiero por un mejor cerrar los ojos. Aquí es donde tomo tu mano, miro tu horizonte y me pongo a andar tus pasos.


Consejos de una alcancía para ahorrarte grandes molestias

Aquella A lcancía estaba harta de que la otra alcancía, su interlocutora, le hablara solo de superficialidades estúpidas. Tanto así que la interrumpió, le pidió amablemen-

te que la excusara, pues se tenía que ir, y se marchó diciéndose a sí misma: «¡Qué cochinito tan vacío! ¡Se nota que en su interior no hay nada de valor!».


De aquella pava chiquitita y voladora que resultó ser un dodo terrestre y grandotote o Dificultades de correspondencia entre realidad y pensamiento

I Cuando me reclamés algo, no me digás que soy un aquí y un allá. No me digás qué soy. Mejor decime qué dije o qué hice. Lo que soy es una verdad muy relativa —que presenta el riesgo de ser tomada como absoluta— y hasta una verdad muy subjetiva —que presenta el riesgo de ser tomada como objetiva—. Lo que soy es algo que vos pensás. En cambio lo que hice y dije es algo que vos viste y oíste.


Y ahí sí no hay para dónde. Es más objetivo y menos relativo.

II Si lo pienso yo y nadie más que yo, es subjetivo. Si lo piensan todos, incluso varios —y ya no digamos muchos—, resulta que es objetivo. Pero la verdad no necesariamente es cómplice de la comunidad. Vos podés pensar que dos y dos son cuatro y todos nosotros creer que dos y dos suman veintisiete. No sé si entendés lo que te quiero decir: a veces la objetividad no es más que una subjetividad colectiva.


De cómo Buda cerraba los ojos para ver realmente y no ser deslumbrado por la «maya» externa o Ezra Pound, fotografiado por Richard Avedon

«Cerré Los Ojos únicamente para que el flash de la cámara no me deslumbrara. No hay otra razón», respondió Ezra Pound, sonriente, cuando le preguntaron en qué estaba pensando

mientras posaba con los ojos cerrados para el lente de Richard Avedon, fotógrafo, durante la producción de una de las imágenes quizá más célebres de aquel poeta.


De cómo el entomólogo clasifica insectos clavándolos con alfileres en tablas taxonómicas o Dime dónde te perforas y te diré quién eres

Arete en la oreja derecha, gay pasivo. Arete en la oreja izquierda, gay activo. Arete en el pecho, sadomasoquista. Arete en la nariz, grunge. Arete en el labio inferior, surfer. Arete en el ombligo,


disco babe. NingĂşn arete, cuadrado. Para todos aquellos con quienes no se queda bien con nada habrĂĄ que abrir de urgencia un prejudice piercing parlor.


De cómo el placer y el dolor apenas están separados por unas cuantas gotas de «hot sauce»

Cierta Vez, el filósofo estoico Zenón y un productor japonés de anime almorzaban juntos en un restaurante de comida mexicana. La plática de pronto fue monopolizada por el japonés, quien le comentaba al chipriota lo feliz que se sentía en su trabajo. Se complacía en contar cómo el televidente adoraba sus producciones animadas gracias

a esa exuberancia de elementos hipertecnológicos, situaciones melodramáticas y personajes femeninos que conjugaban inocencia infantil con el más deleitoso erotismo. Zenón lo interrumpió para proponerle, ya que hablaban de placer intenso, que por qué no le ponía chile verde a aquel condimentado caldo tlalpeño. Pero subrayó que de-


bía echarle bastante, para intensificar la sensación. El asiático accedió. Siguió el consejo de su compañero de mesa y, como era de esperar, se pegó la enchilada de su vida. La cara se le puso roja, la escandalosa tos se le escuchaba a media cuadra de distancia y no sentía la lengua por más agua que le daban a beber. El

estoico se sonrió con satisfacción y cantó victoria. Pero no contaba con que el tiro resultaría saliéndole por la culata. Nuestro creador de anime, ya recuperado, pensó inmediatamente en un nuevo eslogan publicitario para su última serie animada de televisión, el cual diría: «¡Sufre placer intenso!».


De cómo el ansia desmedida de imponerle «copyright» al bien gratuito puede nublarnos la vista y ocultarnos horizontes

El Horizonte no siempre fue esa delgada línea dividiendo cielos y mares que nosotros vemos en la actualidad. Se cuenta que antaño los dos azules estaban verdaderamente separados, por lo que nuestros ancestros, cuando se paraban en la playa a ver a la distancia, lo que divisaban era un inmenso espacio negro entre el cielo y el océano. También cuentan que en dicho espacio estaban todas las res-

puestas. Por eso es que antes, cuando una persona se veía asaltada por una duda o mortificada por un problema, todo lo que tenía que hacer era dirigir la vista al horizonte y enseguida encontraba la respuesta que buscaba. Pero dicen que un día vinieron los malos y dijeron: «Apropiémonos de las respuestas. Así, cuando alguien tenga un problema, por fuerza tendrá que acudir a nosotros y de-


berá pagarnos una alta suma de dinero por la solución que busca». No contaban con que el cielo y el mar se habían enterado de toda la confabulación. Para proteger el precioso caudal de respuestas, estos decidieron acercarse hasta tocar sus bordes y anular el espacio entre ambos. Por lo tanto, se besaron, escondieron las respuestas y truncaron los planes de

los malos. Así fue como el horizonte se convirtió en esa tenue línea que hoy vemos separando océanos de firmamentos. Y es por eso que ahora, cuando alguien tiene un problema y se para en la playa a ver el horizonte, no encuentra la solución que busca. Pero si la persona cierra los ojos y pone atención, escucha algo así como el rumor de una respuesta.


De cómo lo blanco trae consigo el germen de lo negro y viceversa, tal como lo plantea la metonimia gráfica del «yin-yang»

Hubo Una Vez un lejano país donde se prohibió el arte y la poesía. Pero los opresores de aquel país no eran cualesquier tontos. Para sofocar el más mínimo conato de inspiración artística, vedaron bajo pena de muerte el uso de las figuras y el lenguaje figurado. Los agentes de la PAF —Policía AntiFiguras— recorrían las calles y vigilaban a todo transeúnte en espera de que a alguno se le escapara la más leve metáfora, la más elemental comparación, incluso el más inocente metaplasmo —no se

perdonaba ni siquiera el mami con que el niño se dirigía a su progenitora—, para aprehenderlo y conducirlo a la jefatura. Cierta vez, el capitán de la PAF, hombre honesto y severo, le aconsejaba a su rebelde hija adolescente que solo usara lenguaje plano, pues de lo contrario se vería en la penosa obligación de arrestarla. «Pero, papá, ¿qué es exactamente el lenguaje plano?», preguntó la joven. El papá comenzó a explicarle que el lenguaje plano era uno plenamente objetivo y referencial. Lo


que se ve es lo que se dice y punto. Se ve un árbol y se dice «veo un árbol», y no «mis pupilas se inundan de verde», «una rama levantó el velo a la niña de mi ojo» o similares, pues giros como los dos anteriores pervierten la acción de ver convirtiéndola en partes y características del órgano de la vista, deforman el árbol tomando solo partes y características de dicha planta y hasta degeneran la comunicación objetiva añadiendo ideas ajenas al acto de ver el árbol, como inundación y sensualidad. Estos giros constituyen construcciones en lenguaje figurado y, como tales, son antipatrióticos y antisociales e impiden el desarrollo de la nación. El lenguaje plano, en cambio, no permite valoraciones subjetivas, por lo que es progresista y es el que la patria necesita para salir adelante. Pero es la ausencia de ornamentos la razón por la cual a este lenguaje se le llama plano, porque es liso, llano, como una mese-

ta regular, carente de montañas y barrancos. Precisamente de ahí su nombre. «Ya entiendo», dijo la adolescente. «El lenguaje plano recibe su nombre por su comparación con una superficie plana, sin accidentes». «Así es, hija», prosiguió el papá. «Del mismo modo que la palabra lenguaje viene de lengua, órgano físico que junto con los dientes, los labios, el paladar y las cuerdas vocales utilizamos para pronunciar sonidos y articular palabras. En otras palabras, hija mía, lenguaje es una traslación metonímica de lengua, de la misma manera que plano es una traslación metafórica de la meseta plana, de la misma manera que policía es una traslación metonímica del antiguo griego polis, que significa ciudad o pueblo, del mismo modo que… PERO ¡QUÉ CHINGADOS ESTOY DICIENDO!». «Sí, mi capitán, igual que qué chingados es una metáfora por qué cosas malas, inadecuadas o incon-


venientes», dijo un guardaespaldas del capitán. «Queda usted arrestado». «No tan rápido, cabo», dijo otro guardia. «La palabra arrestado es una traslación metafórica del verbo restar, es decir, disminuir, rebajar o cercenar. Además, la frase queda usted arrestado califica como una figura retórica denominada apóstrofe, por la forma antagónica y fogosa en que se dirigió al jefe. Es mi deber detenerlos a usted y al capitán». «Pues los tres quedan detenidos», gritó un tercer guardia. «La palabra fogoso que usted acaba de usar en su explicación es también una traslación metafórica de la palabra fuego». «Igual que la palabra explicación», dijo otro guardia, «que es traslación metafórica de extender los pliegos. Los cuatro quedan de-

tenidos». «Igual que la palabra palabra», interrumpió otro, «que es traslación metafórica de una lanza o flecha por arrojar. Acompáñenme los cinco a la comisaría». Y así, como deja entrever la imaginación, el número de personas arrestando a todas las anteriores fue creciendo en progresión geométrica hasta abarcar a la población completa del país. El caos fue devastador. La crisis y la ingobernabilidad llegaron a un extremo jamás alcanzado antes en la historia de aquella nación. No obstante, la gente no tardó en darse cuenta de que el lenguaje plano era una falsedad desde el origen etimológico de prácticamente cualquier término. Se desató la revolución y en tan solo días aquel gobierno totalitario fue derrocado.


De cómo el diablo sabe más por mediático que por diablo

Cierto Día al final de los tiempos advino el demonio, la bestia, Satanás. Para dominar a las naciones, el anticristo siguió la infame estrategia de predicar a las multitudes que todo en esta vida era fácil. Por supuesto, las grandes masas en el ámbito mundial se sintieron atraídas por esta nueva filosofía, de modo que muy pronto legiones enteras de almas encontraron su perdición. Pero

hubo unos cuantos seres humanos que rechazaron aquel pensamiento. Comprendieron que fácil no necesariamente era sinónimo de sencillo, característica primordial de lo que verdaderamente sirve y funciona. Por lo tanto, dejaron de perseguir lo fácil y comenzaron a buscar, en su lugar, lo sencillo y funcional. Así fue como estas almas elegidas alcanzaron su salvación.


De cómo entre dos sinónimos equivalentes puede haber diferencias no solo fonéticas, sino también determinantes en cuanto a echar o no echar la ficha en la rocola de los talegazos

Tuve Un Cuate al que le decíamos de apodo el Mierda. Por qué el apodo, sepa putas. Pero aquel nunca aceptó que le dijéramos de otro modo. Si hasta se molestaba cuando le decíamos su verdadero nombre. Mierda decime, decía aquel. Mierda me han dicho mis cuates toda la vida y solo por Mierda entiendo, decía después. Me costó un cacho al principio porque qué feo que te digan Mierda, pienso yo. Pero poco a poco me fui acostumbrando a decirle así. Vos

Mierda aquí, vos Mierda allá. Qué si una vez, cuando todavía no éramos cuates cuates, nos estábamos echando las chelas con toda la mara cuando no sé por qué me confundí y le dije Caca en lugar de Mierda. Cómo me dijiste, preguntó aquel, emputado. Nada, vos, le contesté yo, tratando de evitar. Caca me dijiste, vaá cerote, dijo aquel. Y si oíste bien, para qué preguntás, pisado, contesté yo, también ya como la gran puta. Para qué. Nos paramos agarrando a ver-


gazos. Aquel me sacó sangre de nariz y yo le abrí el labio. Después de eso paramos siendo grandes cuates. Íbamos a chingar la pita y todo, pero yo siempre estaba con la onda de por qué putas se había mascado aquel conmigo. Por qué le había caído tan mal que le dijera Caca en lugar de Mierda, si mierda y caca son lo mismo al final de cuentas. Un par de años después nos juntamos otra vez con toda la mancha a discutirnos las chelas. Vos, Mierda, por qué

te mascaste conmigo aquella vez que te dije Caca, pregunté yo. Porque eso de Caca es ofensivo, cerote, contestó aquel. Pero Mierda también es ofensivo, imbécil, dije yo. Pero es diferente, estúpido, dijo aquel. Y por qué es diferente, maldito, pregunté yo. Porque Mierda me han dicho mis cuates toda la vida y solo por Mierda entiendo, contestó aquel. Ah vaya, dije yo nada más. Nos seguimos echando las chelas y ya nunca más le volví a preguntar al Mierda ni mierda.


De demagogias y otras lluvias que nunca llegan

Hubo Una Vez una nube que quiso nublar el cielo y llover. Claro que esto no podía hacerlo ella sola, por lo que trató de convencer a las demás nubes de que la ayudaran. Para tal efecto, se detuvo en el centro del firmamento y comenzó a hablar. Hizo una arenga al trabajo en equipo y se valió de argumentos como la sinergia, la unión que hace la fuerza, remar todos en la misma

dirección y demás metáforas del ingenuo y trillado discurso del voluntarismo colectivo. Sin embargo, nadie le hizo caso. La nube se enfureció y, luego de arrojar uno o dos relámpagos a la tierra, pronunció una feroz diatriba contra la nube presidenta del firmamento, quien fue acusada de impopular y totalitarista por no favorecer climas de participación ni espacios democrá-


ticos. Cuál fue su sorpresa cuando vio que este discurso sí llamaba la atención de las demás nubes, que de inmediato se unieron a la nuestra, la aclamaron y vitorearon. Aun así la nube no logró convencer a nadie de que la ayudara ni, por tan-

to, su propósito original de nublar y llover. Obtuvo, eso sí, los votos de la mayoría y se convirtió en la nueva presidenta del firmamento. Moraleja: si quieres llegar a las nubes, vete con la oposición, siempre con la oposición.


De juventudes contestatarias y otras lecturas clásicas

Un Adolescente recorría los anaqueles de una librería en busca de una lectura incendiaria. Frenéticamente ansioso de rebeldías con causa, leía uno por uno los títulos en los lomos cuando de pronto, buscando en el estante de los libros más calientes del momento, divisó una carterita de cerillos. Al muchacho se le iluminaron los ojos. Tomó la carterita, levantó la solapa y arrancó un cerillo. Por prenderlo estaba cuando un adulto, que andaba por allí cerca en busca de una

lectura clásica —y que según cuentan era bombero—, se le acercó y le dijo: «Vas a provocar un incendio». «No veo nada inflamable cerca», respondió el joven, con algún tono desafiante. «La cabeza», se apresuró a objetar el adulto, «la cabeza es material altamente inflamable». «Pero una cabeza no sirve de nada si nunca se enciende», fue la respuesta lapidaria del adolescente, quien luego solo le dio la espalda al adulto, cerró la carterita y encendió el cerillo.


De la excelsa, maravillosa, magnífica, enjundiosa, global y cibernética aventura de aquel gallito «hacker» que, seguramente confundido entre «Kentucky Fried Chicken» y «Wye-Two-Kay Fried World», libera al mundo del pérfido mal de la confusión informática del año 2000, y de otros hechos y hazañas de sobresaliente y magna valía que le acontecieron entretanto y que debieran ser globalizados —mas no neoliberalizados— en un «site» de la WWW2

Esta es lä épica aventura, bravo, de aquel valiente pollo que, burlón, burla al temible ye dos ka en misión que al cibermundo librará de un clavo.


Gallo es, que no has de confundir con pavo, quien a Internet acceso obtuvo en clon. PC maniobra con astuto don y al software da, de chance, ni un octavo. Siglo veintiuno ha de venir en paz, pues este gallo no es ningĂşn gallina y al doble cero descubriĂł la faz. Mil novecientos no serĂĄ dos mil, pues con el meollo nuestro gallo atina. Bien, ave audaz, a ti doy gracias mil.


De la cotidianidad y otros atentados contra la inocencia

El Futuro Gran Escritor jugaba en su corral entre osos de peluche, móviles musicales, chinchines y otros númenes de la musa Fisher-Price, cuando de pronto, por un arrebato de inspiración, tomó tres o cuatro cubos de madera, de esos con letras en cada uno de sus lados, los apiló uno encima de otro y formó «KDSFA». Y allí estaba. «KDSFA». Su primera obra maestra. Sus prime-

ras letras. Su primer juego lingüístico. Pero entonces vino el prosaísmo cotidiano a cortar la inspiración de aquel literato novel, a derrumbar la columna de cubos y a sacar al poeta de su espacio creativo mientras esgrimía argumentos como «te hiciste popis, mijito», «vamos a cambiarte de pañal», «hora de hacer shushu» y otros tan obtusos como antiartísticos.


De la felicidad como concepto opuesto a la longevidad o Sugerencia de Rimbaud

Sigue mi consejo: no llegues a viejo.


De la puntuaci贸n como recurso ineludible para llevar una vida sexual activa

Hagamos el amor y punto. Y seguido.


De la universalidad literaria y otras improbabilidades matemáticas

Hubo Una Vez un escritor tan obsesionado con alcanzar la universalidad que terminó dejando las letras y convirtiéndose en un matemático.


De la verdad confundida con una «verdad»

Un Girasol se movía con inquietud en busca de luz solar. Por fin halló el brillo de un potente reflector y, como no logró diferenciar entre este y el Sol,

se quedó allí, conforme en apariencia, pero siempre con la quisquillosidad del escepticismo, de que algo no estaba del todo bien.


De las increíbles ventajas de la tecnología informática de la actualidad3


De leyes físicas y otros dolores de cabeza

En Un Universo Paralelo, a otro Isaac Newton le cayó en la cabeza no una manzana, sino un coco. Y en lugar

de que él descubriera la Ley de Gravedad, a él le descubrieron una contusión de gravedad.


De lo que suele acechar a la vuelta de un pensamiento

El otro día me asaltó una duda. Se me acercó sigilosamente, me puso una interrogante cargada en la sien y me dijo: «Una respuesta o la vida».


De los prodigios insospechados que a veces subyacen en la vida simple de los suburbios citadinos

En Su Patio Trasero, cierto vecino tenía una verja divisoria de tablas de madera, como las que suele haber en aquel tipo de casa de colonia periférica. Pero la de este señor no era una verja común y corriente. En una de sus tablas había un pequeño agujero por el cual, pegando el ojo y mirando al otro lado, se descubría el secreto de la felicidad. Tal prodigio suburbano llegó a oídos de un pariente que, suspicaz pero curioso, decidió visitar al vecino para ver

de qué se trataba todo aquel asunto. Llegó entonces a la casa de la barda en cuestión, saludó a su primo lejano y le comunicó de inmediato el motivo de su visita. Sin más demoras, el vecino lo llevó al patio trasero y le mostró el extraordinario orificio en la cerca. «Conque asomándome a ver por este hoyo descubro el secreto de la felicidad, ¿no?», dijo el pariente, con una ironía que destilaba incredulidad. «Así es», le contestó el dueño, con la calma propia


de quien está seguro de lo que dice. «Muy bien», dijo el pariente. «Veamos de qué se trata entonces», y de inmediato se agachó, pegó el ojo al orificio y vio a través. Pero al otro lado ya lo estaba esperando el niño de la vecindad, quien solo vino y le puyó el ojo con el dedo. «Ay», gritó el visitante, mientras el niño se reía de su travesura al otro lado de la cerca. «Pero ¿qué clase de broma es esta, primo?», gritó el enfadado pariente. «No es ninguna broma», repuso el vecino. «¿Dónde está entonces el bendi-

to secreto de la felicidad que tanto dices, si me está doliendo el ojo?», preguntó el visitante. «Pues justamente en el dolor, ya que el dolor es lo que nos permite reconocer, comprender y apreciar la felicidad», contestó el vecino. Por supuesto que la respuesta no fue para nada del agrado del pariente, quien de inmediato se marchó para no volver a poner nunca un pie en aquella casa. No obstante, lo dicho por aquel vecino era la verdad, aunque su pariente —y a veces uno mismo— se niegue a reconocerlo.


De los problemas legales del lenguaje figurado

Cierta Vez, el agua puso una millonaria demanda contra las casas editoras de textos de Ciencias Naturales, pues ya estaba harta de ser calificada con el denigrante epíteto de inodora. Ya no soportaba que los niños de primaria se burlaran de ella cada vez que leían la palabreja y la asociaban con el excusado. La demandante anotó además, en el documento legal, que los calificativos insabora e

incolora desvirtuaban su imagen y la hacían parecer «papa sin sal». No cabe duda de que el agua contaba con muy mala asesoría legal. De haber contratado a un mejor abogado, este le habría advertido de los inconvenientes de usar tal símil y aquella se habría abstenido de hacerlo. Pero ya era demasiado tarde cuando, a su vez, al agua le cayó una fuerte demanda por parte de la papa.


De médicos malévolos y otros tragos amargos

Aquel M alvado Cirujano llamó a la empleada doméstica y le entregó una pastilla de chocolate. «Prepáreme una taza de chocolate bien espeso, por favor», la instruyó. Mientras esperaba, comenzó a reírse con lúdica perversidad de todos los cónyuges a quienes había dejado viudos,

de todos los niños a quienes había dejado huérfanos y de otras maldades cometidas a sabiendas mediante su práctica médica. Así consumió su tiempo de espera, en tan retorcidos pensamientos, cuando al fin le llevaron su chocolate. El médico se lo bebió de un par de tragos y, pa-


sados unos minutos, palideció, comenzó a temblar, perdió la respiración y cayó muerto. El maligno galeno había confundido la pastilla buena con una envenenada que justo aquella mañana habría de darle

a una de sus víctimas. Y aunque el desenlace del anterior relato nos parezca fortuito, con justicia podemos afirmar que, por todas sus iniquidades, a este perverso doctor le dieron de su propio chocolate.


De mocedades gloriosas y otras sepias borrosas

El Viejo Elefante vio la foto que su hija le puso en las patas. El revelado en sepia café y su papel amarillento, casi del color de la fotografía misma, delataban su antigüedad. Y el elefante se sentía familiarizado con aque-

lla imagen de antaño, pero «¿quién es ese proboscidio tan joven y buen mozo, hija?» preguntó. La joven elefanta simplemente respondió «tú, papá», resignada al inminente alzhéimer de su progenitor.


De por qué el tan criticado abstencionismo electoral es a veces, más que una opción, una forma de supervivencia

Había Una Vez un padre de familia tan extravagante como desnaturalizado. Vino y les pidió a sus hijos que escogieran como mascota doméstica entre un escorpión, una cobra y una tarántula venenosa. Como era de esperarse, los niños se sintieron desconcertados ante semejantes opcio-

nes. Se preguntaron —a sí mismos, porque no se atrevían a preguntarle al papá— si era en serio aquel disparate. Pero ante la vacilación de los infantes el progenitor insistió. «Niños, no se abstengan de elegir. Háganlo por su propio bien, el de la casa y el de la familia. El deber los llama. Les


ofrezco además una gama de posibilidades para que ejerzan su poder de elección. Y si no les agrada ninguno de los tres bichos, váyanse por el que menos les disguste». De ese modo, los niños se sintieron coaccionados y no tuvieron más reme-

dio que escoger. Para efectos de esta historia no importa saber a cuál de los tres animales eligieron. Confórmese el lector con saber que, poco después, todos en aquella casa fueron picados o mordidos y estuvieron a punto de morir envenenados.


De promesas desorbitadas y otros satélites inalcanzables

«Te Prometo la Luna», le decía a su amada un cohete espacial enamorado.


De purismos lingüísticos y otros mitos

Cierta Vez, un purista radical de la lengua estaba escribiendo, para un diario local, un artículo sobre lo mal que hablamos y escribimos el idioma. Pero su postura, llevada a irreductible ultranza, lo hizo reflexionar a medio ensayo. «Si he de pedirle al mundo que hable correctamente, he de hacerlo bien», determinó. Por consiguiente, comenzó a reescribir el ensayo, pero ahora en el español de Cervantes. Ni siquiera había terminado el primer párra-

fo, cuando una segunda reflexión lo hizo reiniciar la escritura del artículo, solo que ahora en el español de Alfonso X. Pero entonces una tercera reflexión lo motivó a reescribir en latín clásico. La cuarta reflexión, en griego antiguo. La quinta, en sánscrito. Ya a la sexta reflexión, nuestro purista dejó de escribir. Decidió que mejor dedicaría su vida a buscar la Atlántida y el idioma de sus legendarios habitantes antes que ponerse a comunicar cualquier cosa.


De sinsabores, vicios, vergüenzas y otros conejos de sombrero de mago que ahora ves, ahora no

La Obra había culminado. La ovacionada actriz estaba en su camerino, frente al espejo, desmaquillándose. Mientras frotaba cada parte de su rostro con un algodón humedecido, la estrella pensaba en su ajetreada vida artística, en sus constantes desengaños amorosos, en sus arrugas delatoras de un envejecimiento inexorable, en su ya incontrola-

ble compulsión por la bebida, en su próxima cita con el psiquiatra, en el próximo juicio legal que le podría costar la patria potestad de sus hijos, etcétera. Poco a poco el algodón fue borrando el rostro de la diva de cine y teatro hasta hacerlo desaparecer completamente. Luego, la actriz sin rostro se quitó el vestido, la ropa interior y, de último, la piel


—que era de látex—. De ese modo quedó al descubierto lo que aquella famosa era en realidad: una mujer invisible. Decenas de fotógrafos y columnistas de revistas de chismes esperaban a la actriz en el co-

rredor, pero ella no estaba para frivolidades. Por tanto, valiéndose de su invisibilidad, salió del camerino, evadió a los periodistas, buscó la salida de aquel teatro y sin que nadie se diera cuenta se fue a casa.


Declaración del autor sobre la calidad del vocabulario empleado en sus textos, en una alegoría absurda que también puede ser leída como un ensayo sobre acartonamientos y otras formas hipócritas de esconder la caja de lustre

Por Este Medio informo a la opinión pública que, como escritor serio, medido y respetuoso de mis lectoras y lectores, evito en todo momento el ineficaz y grotesco uso de palabrotas. «No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti», reza alguno de esos sabios aforismos de la coloquial, cotidiana y no por eso inculta vox pópuli. Y este servidor,

al igual que cualquier otra persona lectora, jamás quisiera verse abrumado por esas horribles y fáciles palabrotas de escritor novato cuya audacia causa, las más veces, más escándalo que eficacia comunicativa. Por qué habría yo de someter entonces a mis lectores y lectoras a semejante ultraje. Dado lo anterior, y ante mi público lector como testigo, de


mis textos destierro oficialmente palabrotas como inverosimilitud, inconmensurabilidad, descontextualización, sociopsicoantropológico, políticamenteincorrecto y otras de igual o mayor tamaño cuya obscenidad, malsonancia y ridiculez afean la sonoridad del discurso literario,

vilipendian el fino gusto de la persona lectora, menoscaban la imagen del autor y, como consecuencia, reafirman esa justa y clara noción de que todo escritor que recurre a palabrotas es un malnacido hijo de puta de mierda. Gracias por tomar nota.


Deconstrucción de la metáfora tao-cinematográfica de aquel luchador de artes marciales que anda en busca del libro de la verdad y que, cuando por fin lo encuentra, lo toma con ansia y lo abre, solo para experimentar desconcierto al toparse con espejos en todas y cada una de sus páginas

A lguna Vez estaban doblando las campanas y vos tratabas de averiguar por qué, ¿te acordás? Le preguntabas a medio mundo y nadie te daba razón. Pero un día escuchaste por ahí el aforismo ese de «no preguntes por quién doblan las campanas…». Y como que la frase te comunicó algo. Ya estabas por descubrir cómo estaba eso de que vos mismo eras la razón del tañer de las

campanas cuando, justo en ese punto, como que te dio miedo y ya no quisiste seguir indagando. Preferiste quedarte con la incertidumbre y diste por concluida tu averiguación. Desde entonces que ya no escuchás campanas, aunque a veces tenés la fea sensación de que todo el mundo te echa el muerto a vos. Y es que las campanas siguen doblando, aunque vos digás que no.


Del amor y otros envases retornables

«¿Y A hora Qué Hago con esto?», se preguntaba el hombre de hojalata, sentado a la orilla del mar, mientras sostenía en sus manos un corazón que le habían regalado y lo veía con duda. Su introspección fue interrumpida por una pequeña ola que se le acercó, le acarició los pies y le habló con el suave murmullo del roce de la sal contra la arena. «Jamás se me había acercado nadie con tanta dul-

zura», lloró el hombre de hojalata. Y mientras aquella ola se replegaba a la mar, nuestro amigo, por un impulso que no pudo contener, le arrojó su corazón. La ola simplemente se lo tragó y desapareció en el horizonte. Fracciones de segundo bastaron para que el hombre plateado entendiera que nunca más volvería a ver aquella ola. Pronto comenzaron a rodar las lágrimas por sus metáli-


cas mejillas. No paraba de recriminarse cuán tonto había sido por regalarle su corazón a una ola efímera. Desconsolado, se volvió a sentar, recostó la cara en los brazos y rompió en amargo llanto. Pero entonces una nueva ola acarició sus pies. El hombre de hojalata levantó la vista y, para su sorpresa, allí esta-

ba de regreso el corazón. Nuestro metálico amigo se puso de pie, incapaz de contener sentado tanta felicidad, y su cerebro electrónico rápidamente computó: a) el corazón, a pesar de su forma poco aerodinámica, resulta un búmeran efectivo; y b) cuando se ama una ola, quien ama de vuelta es la mar.


Dos o tres palabras firmes sobre una palabra insegura

Busco una palabra que no diga nada sin antes estar segura de lo que va a decir.


El arte como sufijo de infinitivo más pronombre enclítico

I. A rte Para Desnudarte

«Vengan A Ver», gritó alguno de los concurrentes a aquella convención de artistas conceptuales. Curadores, intelectuales, artistas, esnobs y demás asistentes al evento salieron a la calle. Lo que vieron fue el siguiente happening: una atractiva chica desnuda hacía las de Lady Godiva, solo

que no sobre un caballo, sino sobre un burro. La amazona en traje de Eva cabalgó un rato frente a sus espectadores dejando ver un cartel, sugestivamente colocado atrás, en su espalda baja, que recitaba: «Intelectualízame, soy tuya». El clamor y los aplausos fueron arrolladores.


II. A rte Para Sexualizarte Bien Entrada La Noche, por una esquina del centro de la ciudad, un fulano detuvo su auto a la par de un travesti, bajó el vidrio eléctrico y le preguntó a este cuánto cobraba. El travesti le contestó que nada, que por esa única noche él y su virgen culo iban a ser del primero que pasara sin costo alguno. El del automóvil, sospechando que en todo aque-

llo había gato encerrado, le preguntó que por qué iba a hacerlo de gratis, que qué tenía de especial aquella noche. El travesti contestó que aquella noche de especial no tenía nada, que lo que pasaba era lo siguiente: que él en realidad no era un travesti, sino un artista conceptual haciendo un performance sobre los extremos y abusos del enfoque de género.


El extra terrestre y un actor marciano en otro espeluznante drama sobre la verdadera verdad de la mentira del secreto de la vida

El Extraterrestre se acostó en el diván. El psiquiatra, desde su sillón, preparó la libreta de notas. «Me siento un extraño, doctor. A veces creo que no pertenezco a este mundo», se quejaba el alienígena. «Tonterías», dijo el doctor. «Usted sabe muy bien que eso no es cierto. Lo que veo aquí son los síntomas típicos de un TDPM: trastorno depresivo posedípico megahipotalámico. Tómese una de estas pastillas después de cada comida y lo quiero ver aquí en una semana». «Gracias, doctor», contestó

el extraterrestre. «No sé qué haría sin usted», terminó de decir para luego levantarse del diván, despedirse y marcharse del consultorio. El psiquiatra, ya en soledad, se llevó las manos a la nuca, desabrochó un par de botones y bajó un zíper. Entonces se quitó la convincente máscara de humano que llevaba puesta, se acarició ese horrible rostro de troglodita alienófago marciano que en realidad tenía y, con los ojos iluminados por un brillo psicótico, vomitó una carcajada macabra.


El sur y otros nortes4

Hubo Una Vez un viajero que siempre quiso llegar al sur. Así que se embarcó en Alaska y emprendió la travesía. Navegando por el océano Pacífico recorrió las costas de Columbia Británica, Estados Unidos, Baja California, México, Guatemala, El Salvador… y así hasta que re-

basó Tierra del Fuego. Luego cruzó el océano glacial y se internó en la Antártida. Cuando por fin alcanzó el polo, vio hacia adelante y se dio cuenta de que todavía le quedaba mucho sur por recorrer. Hubo una vez un viajero que siempre quiso llegar al norte.


Epopeya-imagen de ave americana soñando vida en su lecho de muerte

Tecún Umán, príncipe quiché, recibe un golpe de espada en el pecho y cae al suelo herido de gravedad. Tonatiú, el advenedizo barbado y rubio, ni siquiera se molesta en propinarle el golpe de gracia a su oponente y opta mejor por envainar su espada. Fatal equivocación. Aunque el príncipe ya empieza a sentir el abrazo frío de la muerte, logra todavía reunir algunas fuerzas para gritar una feroz imprecación, alzar la maza, lanzarla e impactarla contra el rostro del español. La boca de

don Pedro expulsa un denso vómito de sangre que lo salpica todo alrededor, y el escupitajo alcanza el pecho del quetzal, quien luego de percatarse de la agonía de Tecún, su protegido, se acerca volando a la escena. También agonizante, el quetzal se desploma sobre el cuerpo del príncipe. Y mientras don Pedro se sobrepone al dolor y apresura su retirada, el ave indiana le dice a Tecún: «Aquí muere un grito y nace una patria», y expira al mismo tiempo que su protegido.


Fenomenología de aquel caso tan común —y sin embargo irónico y por supuesto embarazoso— del fortachón que no puede abrir la tapa del frasco por más fuerza que haga, solo para que después venga el debilucho a lograrlo al primer intento

Todas Aquellas Copas de vidrio, desde sus asientos en aquel teatro, se estremecieron ante la voz de la soprano interpretando una ópera. Cuando la diva emitió un agudo falsete, las copas comenzaron a vibrar ligeramente. Pero el falsete se prolongó, de modo que la leve vibración se convirtió en un desaforado temblor. Sin embargo, cuando la cantan-

te por fin bajó el tono de su voz, las copas habían resistido y estaban intactas, de una pieza. Fue al final de la ópera, cuando ya todas las copas habían desalojado la sala y estaban en el lobby comentando la obra, rememorando la tragedia y bebiendo champaña, cuando muchas de ellas se rajaron, otras se quebraron y algunas hasta explotaron.


Fenomenología de la indecisión de Hamlet o Cómo evitar ser petrificado por el beso de una «femme fatale»

Rodeado De Médicos y enfermeros, un desahuciado esperaba su hora en una cama de hospital. Todos, incluso él mismo, ya estaban resignados a que el monitor con los signos vitales arrojaría pronto la temida línea plana. Pero él aún no quería morir. Y eso precisamente hacía más desesperante la idea de que por aque-

lla puerta entraría, de un momento a otro, la temible calavera de capa y guadaña. Y el momento fatal no se hizo esperar. De pronto cesó todo movimiento alrededor. Médicos y enfermeros quedaron paralizados como estatuas de cera, como si Dios hubiese oprimido el botón de pausa en el dispositivo audiovisual del


mundo. Solo la puerta de la habitación se abrió y, para sorpresa del enfermo, hizo su ingreso una guapa mujer de ataché, saco formal y falda muy muy corta. Sin dejar de sonreírle al paciente, la mujer se sentó a la par de él, cruzó las piernas —de modo que el enfermo se las viera—, le dio una tarjeta de presentación, abrió su portafolio y, hablando a mil por hora, le dio las buenas tardes y le dijo que la disculpara por la interrupción y que por ser esa una ocasión especial se le había encomendado que llegara aquella tarde a la comodidad de su habitación a ofrecerle unos paquetes irresistibles y que él por sus créditos terrenales aplicaba para un lugar privilegiado en el cielo y que por una nada podía tramitarle un lugar cerca de algún querubín o serafín y que debería aprovechar y que si aprovechaba aquella oferta única le reubicaba en el cielo a sus familiares ya fallecidos y que mire no deje pasar esta

oportunidad y que usted se la está perdiendo y que si así lo prefería podía tramitarle hoy mismo una reencarnación dentro de medio siglo en el seno de una familia adinerada de un país del primer mundo y que… El enfermo terminal, aun mareado por aquella verborrea, se sorprendió y le preguntó a la mujer dónde estaba su guadaña. «Los mortales y sus estereotipos», contestó la mujer. «Hasta cuándo van a entender ustedes que yo no soy más que una mujer de negocios». «Entonces usted no corta hilos vitales», preguntó el enfermo. «Le confieso que muchas veces me dan ganas de hacerlo», respondió la mujer, «pero no puedo sin el consentimiento de ustedes, indecisos mortales terrícolas». «Pero acaso no es su misión segar vidas y llevar almas al cielo, purgatorio o infierno según corresponda». «No», contestó la mujer, fastidiada. «No, no, no y mil veces no. Por qué les cuesta tanto entender que la decisión es de


ustedes, no mía. Yo no soy más que una edecán y facilitadora y no hago otra cosa que promocionar una infinita y eterna felicidad en el mundo de ultratumba, pero quienes deciden morir o no son ustedes», ter-

minó de decir. Una sonrisa brilló en el rostro del enfermo, los signos vitales regresaron al monitor, la mujer desapareció como por arte de magia y el mundo alrededor reanudó su movimiento incesante.


Golpe a la sensiblería mundial

El Fotógrafo preparó su cámara tan rápido como pudo y corrió y corrió, pero ya no alcanzó a fotografiar el globo aerostático, que finalmente se

perdió en el horizonte. Menos mal. Por poquito el globo no se salva de convertirse en otra portada de disco de Air Supply.


Hasta que la muerte —la mía, la tuya o la de un tercero— nos separe Drama en un acto

Acto I (Versión I) Quién Es El Padre Aquella Tarde llegó a casa mucho antes de la hora habitual. Entró sigilosamente. Se dirigió a la cocina y vio a su esposa, que estaba de espaldas. Se le acercó sin hacer ruido. Cuando estuvo aproximadamente a un metro de distancia, sacó un revólver de su saco, lo apuntó a la cabeza de la mujer y estiró el percutor. El sonido generado por esta última acción hizo que ella volteara a ver. Ante el

sobresalto de su esposa y sin darle tiempo a asimilar la situación, el marido habló. Tienes dos oportunidades de salvar tu vida, le dijo. Quién es el padre de tu hijo, preguntó. Pero, qué pasa, por qué me preguntas eso, dijo la mujer. Quién es el padre, volvió a preguntar el hombre, levantando la voz. Pero, tú eres el padre, mi amor, lo sabes muy bien, respondió ella. Perdiste tu primera oportuni-


dad, dijo el cónyuge y avanzó dos o tres pasos hasta poner el cañón del revólver en la frente de su esposa. Preguntó por tercera vez, quién es el padre de tu hijo. La mujer se echó a llorar. Perdóname, nunca fue mi intención hacerte daño, respondió. El verdadero padre de mi hijo es, es, el lechero, reveló. Respuesta incorrecta, dijo el hombre. Los perros del vecindario ladraron, los pájaros huyeron dispersos de las frondas de los árboles, los bebés de toda la cuadra lloraron a gritos. En aquella cocina, la estufa, la refrigeradora y los gabinetes quedaron manchados de san-

gre. El cuerpo sin vida de una mujer, con un orificio de bala en la frente, se desplomó al suelo. Tu hijo tiene diez años de edad, nosotros casi veinte de tomar leche en polvo y de comprarla en el súper, fueron las palabras, entrecortadas por el llanto, de aquel hombre ofuscado, celoso y ahora asesino. Pero el basurero, pensó ahora, en voz alta. Ese sí que tiene más de diez años de venir a esta casa con regularidad, terminó de decir. Entonces vio el arma y pensó por un momento en otro homicidio, pero lo reconsideró y ejecutó mejor el suicidio.

Acto I (Versión II) Lo Sabía Aquella Tarde llegó a casa mucho antes de la hora habitual. Entró sigilosamente. Se dirigió a la cocina

y vio a su esposa, que estaba de espaldas. Se le acercó sin hacer ruido. Cuando estuvo aproximadamente a


un metro de distancia, sacó un revólver de su saco, lo apuntó a la cabeza de la mujer y estiró el percutor. El sonido generado por esta última acción hizo que ella volteara a ver. Ante el sobresalto de su esposa y sin darle tiempo a asimilar la situación, el marido habló. Tienes dos oportunidades de salvar tu vida, le dijo. Quién es el padre de tu hijo, preguntó. Pero, qué pasa, por qué me preguntas eso, dijo la mujer. Quién es el padre, volvió a preguntar el hombre, levantando la voz. Pero, tú eres el padre, mi amor, lo sabes muy bien, respondió ella. Perdiste tu primera oportunidad, dijo el cónyuge y avanzó dos o tres pasos hasta poner el cañón del revólver en la frente de su esposa. Preguntó por tercera vez, quién es el padre de tu hijo. La mujer se echó a llorar. Perdóname, nunca fue mi intención hacerte daño, respondió. El verda-

dero padre de mi hijo es, es, el lechero, reveló. Respuesta incorrecta, dijo el hombre. Los perros del vecindario ladraron, los pájaros huyeron dispersos de las frondas de los árboles, los bebés de toda la cuadra lloraron a gritos. El hombre abrió los ojos. Su esposa, parada enfrente de él, tenía la ropa y la cara salpicadas de sangre. Detrás de él estaba un hombre de vestimenta rota y sucia, con una escuadra apuntándole a él. El basurero, lo sabía, dijo el marido con palabras entrecortadas y vomitando sangre. No podía ser el lechero. Tu hijo tiene diez años de edad, y nosotros veinte de tomar leche en polvo y de comprarla en el súper. En cambio el basurero, él sí que tiene más de diez años de venir a esta casa con regularidad, terminó de decir para luego exhalar su último aliento, soltar el arma y desplomarse al suelo.


Acto I (Versión III) Lázaro, Levántate Aquella Tarde llegó a casa mucho antes de la hora habitual. Entró sigilosamente. Se dirigió a la cocina y vio a su esposa, que estaba de espaldas. Se le acercó sin hacer ruido. Cuando estuvo aproximadamente a un metro de distancia, sacó un revólver de su saco, lo apuntó a la cabeza de la mujer y estiró el percutor. El sonido generado por esta última acción hizo que ella volteara a ver. Ante el sobresalto de su esposa y sin darle tiempo a asimilar la situación, el marido habló. Tienes dos oportunidades de salvar tu vida, le dijo. Quién es el padre de tu hijo, preguntó. Pero, qué pasa, por qué me preguntas eso, dijo la mujer. Quién es el padre, volvió a preguntar el hombre, levantando la voz. Pero, tú eres el padre, mi amor, lo sabes muy bien, respondió ella. Perdiste tu primera oportunidad, dijo el cónyuge y avanzó dos o tres pasos has-

ta poner el cañón del revólver en la frente de su esposa. Preguntó por tercera vez, quién es el padre de tu hijo. La mujer se echó a llorar. Perdóname, nunca fue mi intención hacerte daño, respondió. El verdadero padre de mi hijo es, es, el lechero, reveló. Respuesta incorrecta, dijo el hombre. Los perros del vecindario ladraron, los pájaros huyeron dispersos de las frondas de los árboles, los bebés de toda la cuadra lloraron a gritos. El hombre abrió los ojos. Su esposa, parada enfrente de él, sostenía una pistola con las dos manos. Sin dejar de apuntarle a su esposa con el revólver, el marido inmediatamente se palpó el pecho y el vientre con la mano libre. Se resignaba a verla empapada en sangre. Para su sorpresa, la bala no lo había tocado. Fue entonces cuando volteó a ver. Detrás de él yacía el cuerpo de un hombre de vestimenta rota y


sucia, con un orificio de bala en el pecho. El basurero, lo sabía, dijo el marido. Cuando vio más detenidamente la escena, se percató de que aquel hombre traía una pistola. Rápidamente comprendió que su esposa le había salvado la vida. Miró entonces a la mujer, bajó el arma y le dijo, mientras guardaba el revólver en su saco, puedo perdonarte la vida, pero no la ofensa que me hiciste. Luego se dio la media vuelta, subió al segundo nivel, entró en la habitación matrimonial y empacó sus cosas. Unos diez minutos más tarde bajó las escaleras y se dirigió a la entrada principal de la sala. Desde allí volteó a ver a la cocina. Su esposa lloraba amargamente, y el señor de la basura yacía en el suelo, sobre un charco de sangre. Sin decir nada más, el hombre abrió la puerta y se fue para siempre de aquella

casa. Llegó a su auto. Libres al fin, y sin necesidad de disparar una bala, dijo el hombre con una clara sonrisa mientras entraba en el vehículo. Su amante, que venía en el asiento de copiloto, le preguntó, y el disparo que escuché. Te cuento en el camino, respondió él, a la vez que arrancaba el automóvil y lo ponía en marcha. Mientras tanto, dentro de la casa, la esposa se enjugó las lágrimas, se acercó al basurero y se postró a su lado. Lázaro, levántate, dijo, para luego reírse a carcajadas. No pudiste idear un plan menos arriesgado, preguntó el basurero, entre asustado y molesto, mientras se incorporaba y se limpiaba la sangre de utilería. Pudimos haber muerto, añadió. Pero funcionó, verdad. Así que no te quejes, le respondió ella mientras terminaba de limpiarse las lágrimas falsas.


Homenaje a Ridley Scott —por supuesto extensible a Philip K. Dick— o Yo, androide, confieso que he soñado —y no precisamente con ovejas eléctricas—5

Un A ndroide modelo Nexus 7 ProGenerator —ahora con capacidad de procreación— trataba por todos los medios de hacer que su hijo se durmiera, pero el inquieto y ciberorgánico infante no se dejaba vencer por Morfeo. La pequeña maravilla robótica le pedía a su papá que le contara un cuento más. El pro-

genitor le replicaba que no, que ya era hora de dormir, que cerrara los ojos y que se pusiera a contar ovejas eléctricas. Pero el niño insistió tanto que el papá, ya en el colmo de la desesperación, se puso de pie y le gritó: «Mijo, duérmase ya o va a venir la Nueva Ola Biocibernética a dejarlo obsoleto».


Infierno en el paraíso

Aquella M añana, justo al salir el sol, un grito desgarrador estremeció a todos los animales que habitaban

el paraíso terrenal. Adán había confundido su hoja de parra con una de chichicaste.


La ecología como recurso geométrico para concebir la Tierra como una esfera

Uno De Aquellos Días que la historia no logra clasificar como del Medievo o del Renacimiento, cuando empezaban a surgir nociones —que más bien deberíamos llamar sospechas— de la redondez del planeta, cierto niño se afanaba en arrancar una mata del suelo. Jalaba y jalaba con todas sus fuerzas, pero la planta no cedía. Se decidió entonces a probar otra estrategia: tensó la mata lo más que pudo y sin dejar de tirar comenzó a girar alrededor de ella. Dio dos vueltas que pronto se volvieron

cuatro, ocho, dieciséis, y así sucesiva y geométricamente. Mientras el niño daba vueltas, los pies de este dibujaban en la tierra una circunferencia cuyo radio era el largo de la mata tensa. Justo cuando el chico ya había olvidado su propósito de arrancar la planta y se divertía como nunca dando vueltas, la mata súbitamente cedió a la fuerza que la jalaba, salió de la tierra con todo y raíz e hizo que el infante, por acción de la fuerza centrífuga, saliera disparado como proyectil para ir a estrellarse de es-


paldas contra un matorral adyacente. Cuando el niño se levantó y vio la raíz muerta y la circunferencia trazada con sus pies, se puso muy triste. Quién sabe con certeza qué asociaciones hizo en su mente —quizá interpretó que aquel era el círculo de la muerte, cuyo centro era la raíz de la planta, o algo similar—. Lo cierto es que se sintió muy mal, a pesar de

que arrancar la planta era su propósito original, y algo cambió en él para siempre. Este niño creció para convertirse en aquel famoso geodesta, cuyo nombre no recuerdo, que se refería a las plantas y a su imprescindible función diciendo, con gran sabiduría y no con menos poesía: «La raíz será siempre el compás que dibuje la redondez de la Tierra».


La irresistible tentación de hacer, tratándose de un cuento que habla de viajes y vueltas, una alusión paródica al título de la famosa novela de Julio Verne «La vuelta al mundo en ochenta días», pero que resistí porque otro Julio, cierto argentino de apellido Cortázar, hizo también una parodia con este mismo título en una de sus obras más reconocidas, con lo cual yo digo ahora qué bueno que no lo hice yo también, porque imagínense: no solo sería un lugar común, sino además ¡un tercer Julio hablando de vueltas, días y mundos!, como que no, ¿verdad?, pero bueno, decía que dicha tentación era irresistible porque el texto a continuación, además de referirse a un viaje, por cierto a través del tiempo, trata sobre crecimiento y madurez, al igual que sobre las vueltas alrededor del propio mundo para finalmente llegar al mismo punto, justo como lo sugiere la metáfora de la vuelta al globo, que por su circularidad es imposible recorrer sin que final e inexorablemente el punto B (es decir, el destino) sea el mismo punto A


(el origen) y exprese con ello la imposibilidad de alejarse de uno mismo, pues todo camino emprendido con el afán de distanciarse de uno mismo termina, de manera paradójica, en el corazón de uno mismo, como sugiere el nombre de la novela clásica de Verne, cuya parodia trato de evitar aquí por la razón que expongo más o menos a la mitad de este título

Estaba Un Joven Escritor revisando sus escritos en la computadora, cuando de pronto se sintió cegado por un resplandor. El joven —en cuyo caso el adjetivo no alude solo a su mocedad literaria—, luego de recuperar el aplomo, naturalmente perdido por aquella visión, se restregó los ojos para ver mejor lo que creía ver y a la vez no creía ver: él mismo, pero con una mirada serena, radiante, que solo puede ser

producto de la madurez. «Saludos, joven escritor», dijo el ser de la visión. «No temas. Yo soy tú dentro de diez años, he inventado una máquina para viajar en el tiempo y he querido visitarme, o acaso debo decir visitarte porque, ya lo veo, somos dos personas diferentes». El joven, que no entendió la paradoja de las dos personas iguales pero distintas porque ni siquiera reparó en ella, pasó a expresar su asombro por aquella


visión con frases tan comunes que es mejor no registrarlas en esta narración. Mejor pasemos al hecho de que, luego de unos minutos de plática insulsa, nuestro joven le pidió al escritor que sería dentro de una década que le enseñara algunos de sus textos más recientes para ver el cambio y, acaso, el progreso que había tenido. Pero el escritor que sería en diez años le objetó aquella petición: le dijo que no era oportuno, pues, conociéndolo tan bien como lo conocía, no sería capaz de entender el estilo que adquiriría en diez años, de modo que empezaría a imitarlo sin ninguna reflexión previa, como lo haría con cualquier otro autor. Y el joven le objetó a su vez que ese miedo era infundado, que complacer tal petición sería encenderle una luz, mostrarle el camino. Nuestro visitante del futuro, que en este sentido no era tan maduro como el joven suponía —el narcisismo se ciega a verdades, ya lo sa-

bemos—, se dejó convencer por estos argumentos y, luego de confesarle que justamente por eso había decidido viajar al pasado, su pasado, pero que en el trayecto lo había reconsiderado y había cambiado de parecer por la razón que acababa de exponer, sacó de su mochila un fólder. Todavía indeciso, extrajo de este algunas hojas impresas en computadora y se las mostró a sí mismo hace diez años. Y allí estaba lo que el joven escritor tanto había buscado por años. El giro perfecto, la sintaxis concisa, la imagen que liberaba. La palabra, la maldita palabra que lo decía todo en pocas palabras. La imagen que no solo hablaba de agua, sino que mojaba. La alegoría que no solo simbolizaba, sino que materializaba. La montaña movida con palabras, sin sacrificio de fluidez, eufonía o estilo, allí estaba. «Tienes que decirme cuál es el secreto», le dijo el joven escritor a él mismo dentro de diez años.


«Averígualo tú», fue la escueta respuesta que recibió del escritor que sería en el futuro, quien luego solo resplandeció de nuevo y desapareció sin despedida alguna y con la inquietud de que la respuesta acertada, la que debió haberse dado a sí mismo hace diez años, era «experiméntalo tú». Veinte años después, el joven escritor se había convertido en el reconocido autor de varios libros ya publicados. Además era el presidente de la asociación de escritores de su país, miembro honorario de la Real Academia y escritor nominado al Nobel de Literatura. Sin embargo estaba esperando que él mismo hace diez años —el mismo que lo

había visitado hacía veinte— llegara a visitarlo apareciendo de en medio de un resplandor. Pero se quedó esperando y preguntándose cómo, en lugar de visitarse en el pasado, no se le ocurrió en cambio visitarse en el futuro. Aquella noche, en su estudio, mientras revisaba sus nuevos escritos en una computadora de última generación, el escritor volteó a ver su máquina del tiempo, refundida en un rincón de la habitación. La miró con algo así como nostalgia y se dijo a sí mismo, hoy por hoy, no hace veinte años ni dentro de veinte años, «uno nunca termina de madurar». Apagó la computadora y se fue a dormir.


Lamento amoroso de usuario de computadora

Versi贸n M acintosh 隆Si Tan Solo pudiera enmendar mi error presionando comando zeta!

Versi贸n PC 隆Si Tan Solo pudiera enmendar mi error presionando control zeta!


Las pruebas no reveladas del FBI y la CIA —por fin y en primicia— que señalan a Bin Laden como autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre

Documentos Desclasificados del FBI y la CIA revelan que Osama bin Laden maquinó así su diabólico plan: coordinó la salida simultánea de cuatro vuelos comerciales desde el este de los Estados Unidos hacia el oeste del mismo país, preparó sus kamikazes y, después, por un conducto secreto que comunica Afganistán con la Antártida, llegó a la base del mundo, donde estaba Atlas sosteniendo el planeta sobre sus hombros. Lue-

go de haber planeado el acto y de haberlo ensayado varios cientos de veces —un plan perfectamente concertado en el que su perverso ingenio logró coordinar muchas e intrincadas operaciones logísticas, físicas y matemáticas—, Bin Laden se colocó de modo que quedara atrás y a la izquierda del gigante griego —en un ángulo con respecto a este muy bien estudiado—. El terrorista, por supuesto, fue suficientemente sigiloso para


que Atlas no advirtiera su presencia. Ya en posición y en silencio, no hizo más que observar su reloj, sincronizado con los de sus secuaces en los aviones. A la hora, minuto y segundo cero, Bin Laden simplemente gritó «Atlas». Y el titán, ignorante del ardid por completo, contestó asustado «qué» al mismo tiempo que se volteaba súbitamente a su izquierda para ver quién le hablaba y con su giro brusco movía severamente el planeta a la izquierda, de modo que el Norte se

hiciera al Oeste, y el Pentágono y las torres gemelas del World Trade Center quedaran enfrente de los aviones suicidas. El único mal cálculo del árabe fue el del avión de Pittsburgh. Sin embargo, con este plan que haría enrojecer de envidia el rostro del mismo Maquiavelo, Bin Laden logró, en palabras del FBI, «voltear el mundo de tal modo que se cayeran las torres gemelas, parte del Pentágono y, de paso, las posturas tibias y los paradigmas mundiales».


Lo que diría tu conciencia si pusieras los ojos más en vos mismo y menos en el culo de la vecina

Criticás a las anoréxicas, pero volteás a ver a las mamaítas delgadas que pasan a la par tuya. Despreciás a las mucas de pueblo, pero les metés mano siempre que podés. Te burlás de las fresas, pero no podés quitarles los ojos de encima a sus escotes. Te encachimbás cuando tu mujer se fija en otro, pero solo vos acabás cuando le hacés el amor.


Hacés de menos a las putas, pero corriendo vas los fines de semana a dejarles tu sueldo. Molestás a los travestis cuando vas con los cuates, pero después pasás vos solo para preguntarles cuánto cobran. Le ofrecés vergazos al que se fija en tu hermana, pero vos te andás fijando en las hermanas de medio mundo. Decís que aquel culito te la pone dura, pero si te pusieras en los tacones de ese culo y vieras la cara de imbécil que ponés cada vez que mirás un par de chiches, te la aguadarías a vos mismo.


Lo sentencioso de la obscenidad machista y homofóbica

Vos Sí Que De Una Vez. Uno te da la mano y vos agarrás la verga. Por estar viendo la paja en el chile ajeno, dejás de ver la viga que tenés

metida en el ojo —de atrás—. Pero está bueno. Me pela el rifle porque, en lo que vos vas —poniéndote de culo—, yo ya me vine.


Oda oblicua al absurdo aspiracional de la intelectualidad clasemediera

Un Hombre caminaba por la playa, cuando encontró una concha cerrada en la arena. Probablemente influenciado por la célebre pintura de Botticelli, nuestro caminante

la recogió y abrió con la esperanza de encontrar una Venus adentro. Lo que encontró fue una perla. Su decepción fue tal que arrojó perla y concha al mar y siguió su camino.


Paradoja gramatical que se volvi贸 lugar com煤n sociocultural

C贸mo los del Verbo se vuelven objeto directo del pastor6.


Prevengamos accidentes con humildad

«Soy Tan Hábil con las palabras que podría vender refrigeradoras en el Polo Norte. ¡Y hasta podría lograr que una compañía me vendiera un

seguro contra accidentes automovilísticos con cobertura total!», decía, con tan poca modestia, cierto crash test dummy.


Realidad virtual y chica-póster 1

Estaba El Filósofo Platón en su cama contemplando a la rubia de un póster de repuestos para carro, cuando la modelo cobró vida y salió del afiche. La diva de cabellos de oro se metió en la cama del griego, se sentó en el abdomen de este, se quitó lentamente el brasier, le puso los pechos —esos magníficos y macizos pechos— a un par de centímetros del rostro y le dijo, con voz sensual, «soy tu sueño hecho realidad». Pero Platón se des-

ilusionó tanto que tomó a la modelo de los brazos y se la quitó de encima. Luego se levantó de la cama, quitó el afiche de la pared y lo hizo pedazos. Y mientras la rubia se desvanecía de la realidad, el filósofo abrió una gaveta de su armario y sacó otro póster. Este, con una despampanante mulata en bikini atigrado. Lo engrapó inmediatamente en la pared y con ilusión recuperada se puso a contemplar a su nueva pin-up girl.


Realidad virtual y chica-póster 2

My pin-up girl is a blonde babe in red and she’s neither dancing nor making love. She’s there in the wall to be dreamed of and nothing else. For the moment she becomes real, material girl


in a material world, my white Anglo-Saxon girl in red will not be a dream anymore. Oh pin-up girl, my beautiful blonde babe in red, may one day you come out from the poster and become true, my dream come true, don’t wear out that pose. My pin-up girl, por favor, nunca te salgas del póster. No te muevas de ahí ni cambies de pose ni te quites el vestido rojo. No te despintes el cabello, mi rubia oxigenada. Quiero, de hecho, que no te muevas. Quédate ahí, estática y estética, inamovible y eterna, como dios, como diosa, como idea del mundo inmaterial.


Yo, Platón, solo te quiero soñar, pues sé que si un día te has de volver realidad, mi sueño hecho realidad, ya no será lo mismo —sí, eso mismo: un sueño—, quintaesencia-chica de rojo, verdad absoluta revelada a tamaño tabloide, mi musa tonta y rubia, Marilyn Monroe inmortal.


Reflexión alegórica de bicho de jardín equiparándose con bípedo terrestre, en una canción de cuatro versos decasílabos y hexasílabos que incluye: a) símil visual entre gesto facial y fruta tropical; b) prosopopeya zoológica; y c) monólogo autoconsciente de pluricelular irracional

«Ando con sonrisa de banano, como la que tiene el ser humano», dice la lombriz cuando está feliz.


Subtexto en cliché de ejecutiva de puesto medio que fantasea con obrero musculoso y sudoroso a quien, sin embargo, desprecia con desdén fingido cada vez que se topa con él en la calle, se escandaliza de sus requiebros quizá no groseros, pero sí explícitos, y voltea la cara a la vez que lo tacha de ordinario o Pornoimagen 1: «Eve in Paradise»

Eva Coge la manzana de la boca de la serpiente. Mientras observa con duda la fruta prohibida, la víbora se le enrosca en el brazo y comienza a recorrerle todo el cuerpo con suavidad y lentitud. Le acaricia el cuello, le susurra hipnóticos ceceos al oído, se desliza por el pecho, le oprime

suavemente los senos, le lame los pezones, desciende por su vientre, se le mete entre las piernas, le acaricia el clítoris y se abre camino por la entrepierna hasta llegar al trasero, que luego recorre causándole violentos espasmos de placer. Eva, con la serpiente entre las piernas,


aprieta los muslos: quiere intensificar aquella sensación extática que la invade en su región corporal más íntima, la cual ocultará después tras la hoja de parra. La víbora continúa deslizándose hasta envolver todo el cuerpo de la mujer. Ya enrollada, la culebra empieza a oprimir y a oprimir, cada vez apretando más y más, y todavía más, hasta que Eva, luego de proferir el más eufórico de los gritos, se desploma al suelo, totalmente extenuada por aquel encuen-

tro erótico que allí culmina. La serpiente se desenrosca y se marcha. La mujer se queda allí, tirada en la hierba, cansada, con un agradable calor entre las piernas y una manzana en la mano. Por un momento se pregunta por qué no fue Adán, en lugar de la serpiente, quien llegó con todo el embuste de la fruta para hacerla suya. Pero entonces, aún acostada en la hierba, la mujer ve la manzana, curva las cejas con gesto pícaro y sonríe.


Topografía-imagen del altiplano guatemalteco y de la maravilla que puede provocar su impacto con el ojo humano

Allá en el occidente, las nubes, por no ir viendo su camino, viven chocándose con las montañas. Por eso por allá se ve tanto accidente geográfico.


Viaje al centro de la oscuridad —es decir, al interior del casillero de una estudiante norteamericana de nivel medio— o Recreación de arquetipo cinematográfico de coronel enloquecido susurrando «el horror, el horror» en el momento de su agonía y taladrando con dichas palabras el corazón de su perturbado verdugo, cierto capitán de infantería que no puede evitar sentir que con aquel homicidio comisionado también está asesinando algo en sí mismo7

Pandora Lo Sabía. Sin embargo, se empecinaba en querer abrir el lóquer donde estaban encerrados los males del mundo. Por lo tanto esperó. Por fin resonó el timbre en todos los rincones del high school, alum-

nos y maestros entraron en las aulas, los corredores se quedaron vacíos. Pandora, con la soledad como su cómplice, quitó el diminuto candado del lóquer, cerró los ojos, respiró profundo, pensó una vez más


si de verdad quería hacerlo y, por fin, ya decidida, abrió la pequeña puerta de metal. Allí dentro había un frasco de pastillas para su trastorno de hiperactividad, la foto de su exnovio —a quien días atrás había descubierto besándose con una

cheerleader— y un arma de fuego. La adolescente se tomó una pastilla, vio la foto del muchacho, dijo «malditos, los odio a todos», tomó el arma, la cargó, cerró el casillero y, con pistola en mano, se dirigió al salón de clases dispuesta a todo.





A

Amarillismo Lo que sucede cuando los medios se van a los extremos.

Amor Un sapo y una sapa besĂĄndose, cada uno esperando a que el otro se convierta en prĂ­ncipe o princesa.


Antropología y sociología No termino de entender la diferencia entre una y otra, pero tengo la impresión de que la antropología estudia al ser humano desnudo, mientras que la sociología lo estudia vestido.

Arte Ese rotulito con las palabras incoherentes y rebuscadas de algún curador, mediante el cual se justifica el precio de miles de dólares de un cachivache sacado del basurero y luego expuesto en una galería.


C

Ceviche Interpretación literal de la frase: «En el mar, la vida es más sabrosa».

Charla motivacional La que se les da a los empleados desmotivados para que entiendan lo gratificante y placentero que es trabajar doce horas diarias, ganar una porquería y sonreír, siempre sonreír, todo ello en pro de una noble misión: enriquecer a los dueños de la empresa.


Colofón El epitafio de la lectura.

Comunicación Eso de lo que hablan los lingüistas y semiólogos en un lenguaje que lo que menos hace es comunicar.

Contabilidad Espectáculo en el que las cifras rojas hacen un mal número.

Culpa La noche era fría y lluviosa. Los pasillos de la morgue estaban desiertos. Él esperaba el papeleo de rutina, cuando un desconocido se le acercó. «¿Es usted el yerno de la difunta?», preguntó el extraño. «Sí, ¿quién es usted?», contestó y preguntó él. «Quién soy yo es irrelevante. Lo importante aquí es quién es usted», respondió el recién llegado en un tono y con una mirada que le sacudieron el interior a su interlocutor. «¿Cómo así, señor? ¿Está tratando de recriminarme algo?», preguntó él. «¿Hay algo que deba recriminarle?», repuso el desconocido. «Pero ¡solo esto me faltaba! No me diga que también usted vie-


ne a acusarme de que yo trataba mal a mi suegra, de que yo la regañaba y le pegaba, de que yo me aprovechaba de ella por su retraso mental, de que yo le quitaba el dinero que ganaba haciendo oficio en casas ajenas y de que yo la estaba insultando y golpeando cuando ella, por huir de mí, salió corriendo a la calle, solo para que un carro la pasara atropellando», se descargó él, con enfado y hastío notorios y levantando mucho la voz. «Usted lo dijo, no yo», contestó el extraño, justo cuando otro individuo, uno de chumpa y corbata recién llegado a la morgue y parado a unos diez metros de allí, volteó a ver al yerno. Sin quitarle de encima los ojos, el nuevo desconocido caminó hacia él y le dijo: «Buenas noches, caballero. Soy del Ministerio Público. Lo escuché hablar y quiero hacerle unas preguntas». El yerno de la difunta palideció. Titubeando, sin saber qué responder, tembló mientras decía: «Yo, yo… solo estaba hablando con él», señalando al primer desconocido. «¿Con quién, señor? Ahí no hay nadie», replicó el investigador. El yerno casi muere de un susto cuando voltea a ver a su lado y se percata de que, en efecto, allí no hay nadie.


D

Democracia Idea que, mientras los pueblos estén sumidos en la pobreza, no pasa de ser esa pretensión pseudoaristocrática de que una mayoría analfabeta piense, decida y actúe como una minoría educada.

Destrucción Las cosas vistas con ojo de huracán.


E

Eclipse Alguna vez, el día quiso saber qué se sentía ser noche. Pero se empecinó a tal punto con esto que la Luna, cansada ya de aquel capricho, se fue a parar delante del Sol hasta ocultarlo completamente y le dijo al día: «Bueno, querido, tenés tres minutos».

Ejecutivo Un traje con una persona adentro.


Enfoque de género Baño unisex cuya entrada está rotulada con un ambiguo símbolo de arroba y cuyos incluyentes inodoros suelen atascarse con la mierda de todos y todas.

Ensayo Producto que ya es el definitivo, cuando entonces se logra algo mejor.

Especial Lo que todos somos —según algunas reinas de belleza recién coronadas, en sus discursos de agradecimiento—.

Existir Decir más «sí» y menos «si».


F

Fundamentalismo Algo que suena a eslogan publicitario de guía telefónica: «Si no está en nuestras páginas, no existe»; «Lo que buscas, lo encuentras en nuestras páginas»; «Si está aquí adentro, está allá afuera»; etcétera.


G

Globalizaci贸n I El big bang del Big Mac. II Esa mariposa en Tokio que, resuelta a desencadenar un maremoto en Nueva York, env铆a un video de ella misma batiendo sus alas en el adjunto de un correo electr贸nico masivo.


Guatemala T茅rmino de probable origen mexicano usado por personas de origen espa帽ol para nombrar una realidad maya, pero que result贸 nombrando una ilusi贸n ladina.


H

Humanismo Ese obsesivo empe単o de vestir a la mona de seda.

Hundimiento en el barrio San Antonio8 Prueba de que en Guatemala uno ya no puede estar seguro ni del suelo que pisa.


I

Identidad sexual Me gustan las mujeres, pero con eso de la diversidad sexual ya no sé si es porque soy un varón heterosexual o una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.

Imagen (literaria) La palabra es la materialización del pensamiento. Pero el pensamiento suele ser más rápido que la palabra. La imagen es el resultado: palabras tratando de correr a la velocidad del pensamiento.


Imagen (relaciones públicas) Unos fans estaban ansiosos por ver a su estrella favorita. Por lo tanto, se congregaron en multitud a la orilla del mar y esperaron el atardecer. El Sol se ocultó, la bóveda celeste se oscureció y, por fin, en la parte más boreal del firmamento, la amada estrella brilló con una luz espectacular. «Miren, miren, allí está», gritó alguien. De inmediato se desató una conmoción de paparazis, luces de cámaras, alaridos histéricos, manos extendidas al cielo, desmayos, aclamaciones, gritos, silbidos, olas, porras, etcétera. Pero nadie había notado que, desde un banco de rocas, oculto entre estas, un francotirador apuntaba su rifle a las alturas. El arma tenía silenciador y el astro ya estaba posicionado en el centro de la mira telescópica. Finalmente el gatillo fue jalado. No obstante, para sorpresa del sicario, la estrella siguió brillando en el firmamento y la conmoción de los fanáticos y la prensa no cesó. Y es que el francotirador se estaba olvidando de dos o tres pequeños detalles: que el universo es inconmensurable, que la luz es mucho más veloz de lo que podemos imaginar y que aquel era el brillo de una estrella que había dejado de existir 3 000 000 000 000 000 000 años atrás.

Inteligencia Conjunto de habilidades que nos permiten razonar, entender, crear y resolver problemas, y que alcanzan su máxima expresión en aquellas personas que nunca sirven de fiadoras en préstamos, hipotecas y compras a plazos.


L

Leyenda Mentira que alcanzรณ el estatus de expresiรณn folclรณrica.

Lluvia En ocasiones los pรกjaros no quieren cantar. Prefieren reunirse en masa para bailar tap sobre las lรกminas de los techos.


M

Mecenas Padrote de las bellas artes.

Moda Inspiraci贸n de pronta expiraci贸n.


N

«New Age» (música) Género musical de formato electrónico que busca estimular estados de armonía, relajación, paz interior, meditación y unidad con el todo, y que a menudo termina como presentación de telenoticiero.

Norte El lugar de donde nos viene todo, literal y figuradamente hablando.


O

ONG Esos once expertos que se necesitan para cambiar un bombillo: uno lo cambia; los otros diez preparan el documento escrito y la presentaci贸n en hotel de lujo para convencer a todos de que aquel cambio de bombillo fue, de hecho, la implementaci贸n de una planta el茅ctrica en equis o ye comunidad.

Otro Esa segunda persona que la primera persona quisiera ver siempre como tercera persona.


P

Palabra Espacio que sí puede ser ocupado simultáneamente por dos o más cuerpos.

Panteísmo El discípulo se acercó al maestro y le preguntó: «Maestro, si yo hiciera lo mismo que el niño de san Agustín, que cavó un hoyo en la arena de la playa y trató de meter todo el mar allí dentro, lógicamente no lograría nunca tan descabellado propósito. Sin embargo, si lo intentara, ¿cuánta mar lograría reunir?».


El maestro respondió: «¿Qué necesidad hay de meter el océano en el agujero si tú, yo y todo lo que nos rodea somos parte de dicho océano?». «Comprendo», respondió el discípulo, quien luego se despidió con una reverencia, desplegó sus aletas, abrió sus branquias y se marchó moviendo cadenciosamente su cuerpo escamado.

Poeta Semidiós para quienes lo aman, hombre elefante para quienes lo odian, ser humano para quienes lo entienden.

Posmodernidad En algún lugar de la India de antaño, vino el primer ciego, palpó la nariz del elefante y rápidamente emitió su opinión. «El elefante es un ser rugoso y alargado, con hendiduras leves y equidistantes a lo largo de su cuerpo». Pero el segundo ciego, mientras tanto, ya había investigado un muslo del animal con el tacto. Llegado su turno, comunicó la siguiente conclusión: «Estoy de acuerdo con lo de rugoso, pero, según lo que he constatado, no es alargado. Más bien posee un cuerpo abultado y prominente». El tercer ciego, cuyas palmas y yemas digitales ya habían inspeccionado una oreja del proboscidio, pronunció: «¡Es que están ustedes tan ciegos que no se dan cuenta de que el elefante es un ser de espesor fino y contextura irregular y accidentada, como un harapo viejo y maltratado!». El cuarto ciego, alejado del elefante, solo tuvo


oportunidad de escuchar el bramido del animal. Según su experiencia, aseveró: «Pero ¡qué les pasa a ustedes! El elefante no es un ser corpóreo. Es un sonido estridente, ni grave ni agudo, pero intenso». Hasta aquí ya todos nos sabemos la historia. Lo que olvidaron contarnos es que hubo un último ciego que, demostrando más sabiduría que todos los demás, dijo: «Ya lo tengo. El elefante, como muchas otras cosas de este mundo ilusorio que llamamos maya, es un ser que presenta todos los aspectos táctiles y sonoros que ustedes han mencionado, más los visuales, que nos están vedados. Y eso es lo objetivo. Pero presiento que hay mucho más acerca del elefante que no hemos percibido, porque —y no lo olvidemos— lo objetivo es solo una diminuta porción de lo verdadero». Los demás ciegos se dieron cuenta de su error, asintieron a lo dicho por el quinto compañero y dieron fin, de ese modo, a uno de los ejercicios de deconstrucción quizá más antiguos que la humanidad histórica haya emprendido.

Pruebas de laboratorio La ducentésima vigésima cuarta es la vencida.

Publicidad Si público es lo contrario de privado, ¿publicidad será lo contrario de privacidad?


R

Realidad Ella no podía creerlo. Sin embargo, lo inverosímil era una verdad ineluctable. Su compañero de tantos años había resultado ser un traidor. Y allí estaba ella ahora, apuntándole con un revólver. A su lado estaba aquel amigo extraño, previamente desacreditado por paranoico, gritando «dispara». La mujer, con lágrimas en los ojos, continuaba indecisa entre jalar el gatillo o no, como queriendo darle una oportunidad a la verdad que por tantos años había creído. Pero entonces el traidor hizo un mal movimiento. La mujer, en un reflejo automático, disparó el arma. El cuerpo cayó al suelo y empezó a convulsionar.


Mientras temblaba, comenzó a emanar una luz brillante y rojiza que a cada segundo se hacía más intensa. Por fin el ser emitió un chillido desgarrador, seguramente de dolor, y luego se desintegró hasta desaparecer sin dejar rastro alguno. «¿Me crees ahora?», le preguntó el paranoico a la mujer, cuya confusión era inmensa. Y ante su profundo desconcierto —y ante la seguridad que su extraño amigo demostraba—, la mujer por fin terminó de creer lo que este ya le había dicho en alguna ocasión anterior: que aquel ser era miembro de una cruenta secta de extraterrestres que planeaban conquistar el mundo. Simplemente aceptó la explicación y jamás se detuvo a pensar que aquel raro incidente pudo haberse debido también a un experimento científico fuera de control, a una coincidencia en espacio y tiempo con un portal a otra dimensión, a una nueva clase de pandemia, a un poltergeist, a una posesión demoníaca, a un visitante de otra época, a un holograma, a una ilusión óptica, a un ser de la antigua civilización atlántica y mil posibilidades más.

Relaciones públicas El brillo de lo que no es oro.

Rito religioso La mañana había amanecido nublada y hacía un frío insoportable. Cierto fulano acababa de despertarse, pero no se animaba a levantarse de la cama a causa del mal tiempo. Tiritaba aun envuelto en las sábanas. Pero entonces se


coló por la ventana un rayo de sol. El fulano se levantó y se fue a parar debajo del haz de luz. Poco a poco fue sintiendo cómo una leve tibieza lo confortaba de la piel a los huesos. Una vez aliviado del frío, decidió ir a buscar su cámara fotográfica. «Voy a tomarle una foto a este rayo de sol», se dijo. «Porque así, cuando vuelva a tener frío, solo miro la foto y vuelvo a sentir este calorcito». Fue entonces por la cámara y tomó la foto. Pero él nunca se detuvo a pensar que la vivencia suele ser más poderosa que la evocación, que los recuerdos se deterioran. Hoy, años después de aquel momento casi glorioso, el frío está peor y el sol no sale. Y por más que el hombre ve la foto de aquel rayo de luz, no entiende por qué sigue muriéndose de frío.


S

Sartén Utensilio con el que, si te pegan, te dejan frito.

Servicio Ese 200 % que un cliente paga de más y que le da derecho a tomarse un café recalentado, leer la memoria de labores del año antepasado y escuchar que tiene la razón en todo, mientras espera dos o tres horas a que lo atiendan.


Soledad Un güisquil colocho yendo al salón de belleza a hacerse un alisado.

Soñar Despertar.


T

Telenovelas Esas que los latinoamericanos transmitimos al mundo entero como «muestras de nuestra identidad» —y después nos quejamos de que nos tachan de subdesarrollados—.

Torre de Babel Dos hablantes de esperanto conversan en un café sobre las extraordinarias ventajas de un idioma universal. Hablan de comprensión entre los seres humanos, del advenimiento de una cultura mundial equitativa y justa, de paz y


armonía alcanzadas a partir de morfemas griegos y latinos, etcétera. Llegan siempre a las mismas conclusiones: «La Esperanto estas la universala lingvo» (El esperanto es la lengua universal) y «La tuta mondo devus paroli Esperanton» (Todo el mundo debería hablar esperanto). Pero entonces comienzan a hablar de religión, política y deportes. Resulta que uno es ateo y el otro creyente, este es hincha de un club deportivo y aquel del rival, y el primero simpatiza con la izquierda progresista mientras que el segundo aboga por una economía de mercado libre. La amena plática se convierte, pues, en una acalorada discusión. El alegato sube tanto de tono que uno de los interlocutores por fin se levanta de la silla, arroja su servilleta a la mesa, le grita al otro «Vi kaj mi ne parolas la saman lingvon!» (¡Tú y yo no hablamos el mismo idioma!) y se marcha del establecimiento muy molesto.


V

Vida Algunos años después de que los astrónomos descubrieran fuera del Sistema Solar un planeta con características muy similares a las del nuestro, se decidió enviar una nave de reconocimiento con un astronauta. Su misión: validar o refutar la hipótesis de que en aquel mundo había vida inteligente. La nave llegó entonces al planeta y aterrizó en alguna de sus planicies. El astronauta descendió del vehículo interplanetario y caminó por largo rato sobre aquel suelo. Todo lo que pudo ver fue un infinito paraje rocoso sobre el que un viento perenne soplaba y esparcía arena. De inmediato cogió su radiotransmisor y comunicó a la Tierra lo siguiente: «Explorador a planeta Tierra, cambio. He recorrido la superficie de este mundo y lo único que hay a mi alrede-


dor son rocas, colinas áridas, un cielo rojo y un viento perpetuo difundiendo arena. Los análisis del suelo revelan un continuo desplazamiento de partículas inestables de hidrógeno, oxígeno y xenón. Cabe mencionar que un grupo especial de partículas radiactivas interactúa con la materia circundante y le da nueva forma. No, definitivamente no hay vida en este planeta. Cambio y fuera». Mientras tanto, los habitantes de un evolucionadísimo planeta de una galaxia lejana, que eran seres inmateriales, etéreos, energía pura que virtualmente movía montañas, que solo con pensar ya materializaban y que no necesitaban moverse del punto a al punto be, pues ya estaban en a y be simultáneamente, descubrieron el planeta Tierra y también tuvieron la duda de si en él había vida inteligente. Decidieron enviar un emisario para constatarlo. El etéreo astronauta solo pensó en el punto be —es decir, la Tierra— y en un abrir y cerrar de ojos se teletransportó a nuestro mundo. Comenzó a observar y lo primero que vio fueron océanos. Voló sobre ellos, se sumergió en estos y vio peces, delfines, tiburones, algas, protistas, barcos encallados, submarinos atómicos y uno que otro buzo explorando. Salió del agua y llegó a la tierra. Vio árboles, animales, carreteras. El invisible extraterrestre llegó entonces a la ciudad. El autor no sabría precisar si se trataba de Nueva York, Tokio, París, México o alguna otra de esas populosísimas urbes. Lo cierto es que se detuvo en medio de ella y observó edificios, vehículos, aviones, hombres y mujeres yendo y viniendo, entrando y saliendo de las construcciones y conduciendo automóviles. De inmediato, con solo su pensamiento —pues todo él era pensamiento y, por tanto, como ya se dijo, podía estar en a y be simultáneamente— estableció contacto con sus congéneres y les transmitió por vía telepática lo siguiente: «Explorador a planeta Etéreo, cambio. He recorrido la superficie de este planeta y lo único que hay a mi alrededor son dos terceras par-


tes líquidas y una sólida, un cielo azul lleno de nubes que en ocasiones llueven o nievan y, poco más arriba de este, satélites girando alrededor del planeta: uno de ellos, redondo y grande —la Luna—; y el resto, muy pequeños y de formas geométricas —satélites artificiales—. Los análisis del suelo revelan la presencia de partículas inestables —los animales—, tanto en el agua como en la tierra, desplazándose de un lugar a otro. Cabe mencionar, en particular, un grupo de partículas radiactivas en la tierra —los humanos— que interactúa con la materia circundante y le da nueva forma. No, definitivamente no hay vida en este planeta. Cambio y fuera». Más de alguien podrá concluir que la moraleja de este cuento es el conocido apotegma ese de que con la misma vara con que midiereis seréis medidos, pero una cosa se saca en claro: para aquel astronauta intergaláctico, los seres humanos yendo y viniendo en sus vehículos y construyendo sus edificios eran tan inorgánicos y anodinos como, para el astronauta de nuestro planeta azul, aquel viento perenne soplando y esparciendo arena.

Videograbadora VHS La que inaugura un mal rato cortando la cinta.





Crédito merecido a un héroe moderno

Aquella M añana, Sísifo se sentó a la mesa del comedor, abrió el periódico y buscó la sección de clasificados con cierta inevitable angustia —dentro de una semana cumpliría cuatro meses de estar desempleado—. Con un lapicero estaba marcando las ofertas de trabajo que le interesaban, cuando sonó el teléfono. Sísifo pulsó el botón del inalámbrico, se lo llevó a la oreja y dijo aló. La voz al otro lado de la línea preguntó por él. Sísifo contestó que con él hablaba. Caballero, buenos días.

Aquí lo llamamos nuevamente de Créditos La Cima, S. A., respecto a los cinco pagos atrasados de su tarjeta de crédito. Su deuda asciende hoy a quinimil sopotocientos quetzales con cuarenta y siete centavos, por lo que le rogamos que acuda a cualquiera de nuestras agencias a abonar por lo menos el pago mínimo para evitar recargos por mora, que los intereses se sigan acumulando, que comencemos a llamar a las personas que usted puso como referencias y que el asunto pase a


manos de nuestro departamento legal. ¿Cuándo podemos contar con su pago, que usted debe efectuar a más tardar el día de hoy? Sísifo se quedó en silencio un par de eternos segundos en los que pensó y recordó que sus cuentas bancarias estaban casi a cero, que su esposa ya no iba a poder seguir ayudándolo porque a la pobre ya no le alcanzaba con lo que ganaba, que la deuda no disminuía por más que tratara de estar al día con los pagos, que con esos intereses no se podía, que la deuda original no era tan grande, que con todo lo que había pagado a la fecha ya hasta habría comprado un carro nuevo de agencia o pagado el enganche de una casa propia, que dentro de un mes la deuda ya habría subido a la misma cantidad aunque hoy abonara el pago mínimo, que por más que empujara la roca a la cima siempre se despeñaría de vuelta al suelo, que todo su capital era prácticamente lo que

cargaba en la billetera, que las mensualidades del colegio de los patojos, que la comida, que el alquiler, que las otras deudas, que el agua, que la luz, que el teléfono, que las otras cuentas, que qué iba a hacer, que era una eme, que para qué se había metido a tener tarjeta de crédito, que al final de cuentas él tenía la culpa por baboso, que para qué le había dicho que sí a aquella señorita de minifalda que había llegado a venderle la tarjeta de crédito, que ahora estaba desempleado y no encontraba trabajo, que qué hacía, que iba a llamar a este lugar —viendo uno de los clasificados—, que allí miraba posibilidades, que igual no le iban a dar el trabajo de hoy para mañana, que tal vez Fulano le prestaba, que no porque Fulano ya le había prestado el mes pasado, que a lo mejor Zutano sí, que sí por qué no de repente Zutano sí, y entonces contestó mire deme chance para la otra semana. La voz


al otro lado respondió que así había dicho las últimas cuatro semanas, que no podía esperarlo más porque ese mismo día era la fecha de corte, que le encargaba que por favor hiciera sus pagos con puntualidad y que no fuera irresponsable. ¡Irresponsable me dijo!, pensó Sísifo. También pensó decirle que ya quería verlo sin trabajo, comiéndose las uñas de pensar qué le iba a dar de comer a su familia mañana, subiendo bultos a una cumbre traicionera que siempre se los tira de re-

greso al fondo del barranco, jalando esta maldita carreta que nunca llega a ningún lado y, sobre todo, recibiendo molestas llamadas de ineptos que no saben tratar a la gente, que ni lo conocen a usted ni saben las penas por las que está pasando y que sin embargo se atreven a humillarlo y a llamarlo irresponsable. Pero en lo que pensaba si se lo decía o no, la voz al otro lado le dio las gracias de antemano por su pago puntual, le deseó buen día y colgó.

Sección dominical Letras de cierre Siglo Veintiuno 26 de marzo de 2006


De cómo ciertos sueños de grandeza también están sujetos a la Ley de Gravedad o Santa y el insólito regalo de Navidad

Aquella Noche, mientras todo el mundo dormía, Santa Claus se deslizó con mucha dificultad a través de la angosta chimenea de una casa. Ya en la sala, después de sacudirse el polvo y la ceniza del traje rojo y los ribetes blancos, ennegrecidos por el carbón, tomó su costal de regalos y juguetes y buscó el arbolito. Se dirigió a este salvando los múltiples obstáculos de aquella sala, toda desor-

denada por la reunión familiar que tan solo unas horas antes había tenido lugar allí. Desató su costal, buscó en el interior, extrajo algunos regalos y los colocó al pie del árbol, a un lado del nacimiento. Luego regresó a la chimenea y vio las calcetas navideñas colgadas de la cornisa, cada una con un breve rótulo que rezaba el nombre de pila de su dueño. Comenzó a llenar aquellas


prendas personales con obsequios adicionales una por una, comenzando con la calceta de la izquierda para luego seguir con la contigua de la derecha, y así sucesivamente. Por el momento nuestro polar amigo de barba blanca y traje rojo cumplía con su tarea sin inconvenientes y sin que se topase con nada que le llamara la atención. Pero entonces llegó a la última prenda. Vaya sorpresa la que se llevó el señor Claus. En el extremo derecho de la chimenea, en lugar de calceta o calcetín, alguien había colocado un brasier. Se trataba de uno de talla generosa, por no decir inmensa —calificativo que mejor usaremos para intensificar el desconcierto que Santa se llevó al descubrir aquella prenda femenina y preguntarse quién diablos había tenido la disparatada ocurrencia de ponerlo sobre la cornisa de una chimenea para hacer las veces de calceta navideña—. Pero el brasier también estaba rotulado con

un nombre de pila. Uno de mujer, como era de esperar. Así que buscó en su costal el regalo que coincidiera con aquel nombre. Lo encontró. Más bien los encontró. Se trataba de dos objetos esféricos muy duros y pesados. ¿Qué eran? El papel para regalo que los envolvía no permitía saberlo. Por su peso y textura se podría haber pensado que se trataba de algo así como dos bolas de boliche, pero aquella era una hipótesis que de inmediato debía descartarse porque los susodichos objetos no llegaban ni a la mitad del tamaño de tales pelotas. ¿Se trataría entonces de dos de esas bolas plateadas de acero que tan de moda están hoy en día y que se usan para dar masajes corporales y lograr así un reparador y delicioso stress management? Santa las juzgó demasiado grandes y pesadas para ello. De cualquier manera, al señor Claus no le interesaba en realidad saber qué eran aquellos objetos. Tenía la men-


te más puesta en lo tarde que era ya, en el poco tiempo que le quedaba y en esos cuantos millares de hogares que todavía le faltaba visitar. Además, el asunto no era de su incumbencia. Por lo tanto, se apresuró a colocar las dos pelotas sobre el sostén, cada una en cada copa. Lo hizo, eso sí, con mucho cuidado. Para su sorpresa, las pelotas casaban con exactitud milimétrica en las copas de la prenda. Sin embargo, como ya se dijo, los objetos aquellos eran muy pesados. Así que ocurrió lo que tenía que ocurrir. Cuando Santa comenzaba a darse la vuelta para retirarse, oyó un sonido extraño, como de tela rasgándose. De inmediato volteó a ver el brasier. Todo estaba en orden. Observó la prenda unos segundos más y, luego, tranquilizado, respiró con alivio y de nuevo se dispuso a retirarse. Pero entonces el tirante que unía las copas se rompió y los extraños objetos esféricos se precipitaron al suelo. Milé-

simas de segundo antes de que estos impactaran contra el piso, la joven que estaba soñando todo esto despertó sobresaltada y se sentó en la cama. Varios segundos fueron necesarios para que la mujer terminara de darse cuenta de que todo había sido una pesadilla. Sin embargo, se puso a observar a su alrededor para confirmar que en su entorno inmediato no había ni santacloses ni brasieres en cornisas de chimeneas ni objetos esféricos envueltos en papel para regalo, sino únicamente los ítems usuales de su habitación. Esta acción la calmó bastante. Luego de un respiro, posó su vista en la ventana y hasta entonces se percató de que ya era de día. La mujer dio un segundo respiro para terminar de recuperar el aplomo y entonces, solo entonces, se acordó. Aquella mañana la joven debía internarse en el hospital. Como un regalo de Navidad para sí misma, había decidido someterse a una ope-


ración de aumento de busto. La ilusión y el nerviosismo empezaron a asaltar alternadamente el ánimo de aquella mujer. Pero entonces recordó momentos e imágenes de su pesadilla y tuvo un mal presentimiento. Se quedó viendo a su alrededor

unos minutos más, tratando de racionalizar aquella mala sensación, pero no lo consiguió. Fue entonces cuando decidió ya no darle más largas al asunto. Se levantó de la cama, cogió el teléfono e hizo una llamada para cancelar la operación.

Siete visiones navideñas Magazine 21 (edición especial) 19 de diciembre de 2004


De la terrible y paradójica noción de la vida matando a la muerte o Jesús en el desierto en su sexto día de ayuno

Jesús Comienza a sentirse débil por la falta de alimento, de modo que se recuesta y se dispone a dormir una siesta para ahorrar energías. Ya está conciliando el sueño, cuando un mosquito empieza a importunarlo con su insistente zumbido. Jesús intenta espantarlo de mil maneras, pero el volador persiste en su incómodo aleteo. Decide entonces probar otra estrategia. Contiene la respiración, permanece inmóvil, si-

gue el vuelo del mosquito con un ojo abierto y zas, lo coge de un violento manotazo. Luego sostiene el insecto con dos dedos y se sienta a observarlo. Justo entonces, ante la mirada estupefacta del hijo de Dios, el mínimo irracional empieza a llorar y a implorar por su vida. «Misericordia, señor mío», solloza el mosquito. «Si me perdonas la vida, te prometo que me devuelvo al mismo infierno del que vine y no te molesto más».


Jesús comprende inmediatamente que aquel bicho aprisionado entre sus dedos no es otro que el mismísimo demonio. «Piedad», sigue implorando el mosquito, pero Jesús también entiende que con solo aplastar aquel insecto destruirá el mal para siempre, de manera que borrará el pecado y la muerte de la faz de la Tierra, liberará al ser humano de todo sufrimiento y erigirá el reino de felicidad eterna que todas las naciones anhelan. Comprende que ha recibido la oportu-

nidad de construir un mundo perfecto con solo matar un mosquito. «Qué es el mal a la par de Dios sino un insecto en la mano de un hombre», sentencia el Nazareno en un arrebato de intuición y se dispone a exterminar al bicho. Le lanza una mirada cortante, sonríe con deleite y está por aplastarlo con los dedos, cuando una súbita luz ilumina su entendimiento. «No me tientes, Satanás», grita entonces el hijo de María y libera al insecto, que solo se aleja volando.

Texto escrito en ocasión del 40 aniversario del músico Paulo Alvarado, quien decidió realizar un espectáculo de música, drama y literatura en el que se haría una analogía entre sus cuarenta años como músico y los cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto. Por lo tanto, Paulo contactó a cuarenta escritores, les asignó un día y les pidió que elaboraran un texto breve recreando los eventos vividos por Jesús ese día. A este servidor le fue asignado el día sexto.


De mamarrachos gelatinosos, amorfos y anodinos —como aquel camello que en realidad es un caballo disfrazado de dromedario por un comité— como única solución viable a la creación literaria en la era de la corrección política

Muy Preocupado por la falta de respeto que algunos escritores infligen, más por descuido que por maldad, a ciertos grupos de intereses, hoy me siento motivado a brindarte, narrador novato o falto de experiencia, varios consejos eficaces para que tus relatos dejen de carecer de una vez por todas del enfoque adecuado y, de ese modo, no hieran las suscep-

tibilidades de nadie ni sean rechazados por políticamente incorrectos. Como primer punto, a la hora de idear una historia, novela o cuento, el sexo de tu protagonista es un aspecto muy importante de observar. Procura siempre que tu personaje principal no sea hombre. Pero cuidado también con volverlo mujer. Recuerda que tanto machistas


como feministas pueden sentirse menospreciados y menospreciadas. Es mejor que tu protagonista sea, en todos los casos, hermafrodita. De ese modo también salvarás tu relato de la crítica y condena de grupos gay y lésbicos, que no se sentirán ofendidos al no encontrar en tu relato ninguna connotación que favorezca tal o cual preferencia sexual. Pero la consideración no termina con el género. Recuerda que también raza, ideología, edad y condición física son aspectos que, pasados por alto, pueden provocar el malestar de tu lector o lectora. Procura entonces que tu protagonista esté descontextualizado de cualquier facción, etnia, secta o grupo de intereses que pueda causar controversia. No es muy buena idea que tu personaje hermafrodita sea, por ejemplo, caucásico. Pero no por eso piénsese que negro, judío, gitano, mestizo o indígena son buenas opciones de origen étnico. No. Tu protagonis-

ta, además de hermafrodita, debería ser atlante, lemuriano, elfo, hiperbóreo o de cualquier otra etnia que, sin duda alguna, evitará connotaciones de discriminación por motivos étnicos. Asimismo, tu protagonista hermafrodita y atlante debería ser, además, una persona de tercera edad y con síndrome de Down, de modo que las connotaciones de discriminación por edad y discapacidad no sean el talón de Aquiles de tu relato. De igual manera, debería ser druida de religión y ermitaño de estilo de vida, de modo que ningún interés socioeconómico o sectario se sienta aludido. Y materialidealista prearistotélico neoliberosocialista poskeynesiano es, a mi juicio, la postura política y filosófica que quedaría bien con todos. Si a estas características puedes agregar la preocupación por el ambiente, así como la militancia en algún grupo ecológico, tu personaje estará destinado a la plena aceptación


de cualquier público. Por lo tanto, a tu personaje, que ya quedó definido como un atlante hermafrodita retrasado mental y ambientalista de tercera edad, no le faltaría más que consumir productos biodegradables, que no dañen la capa de ozono y que no procedan de maquila. Puedes tener la seguridad, dilecta o dilecto aprendiz, que con estas características adicionales tu personaje adquirirá esa sazón que todo lector o lectora desea degustar en un relato. Por último, también el contexto geográfico de tu narración es un aspecto de suma importancia. Procura que la trama se desarrolle en un lugar cuya población no esté envuelta en conflictos raciales, ideológicos y religiosos, como por ejemplo la Antártida. O los atolones de Waikaraikirikimoa, perdidos en algún paralelo o meridiano de la vasta y dispersa Oceanía. Lo importante es que le procures a tu protagonista un ámbito geográfico donde

no tenga ninguna interacción social. Mejor desarrolla con tu personaje un monólogo sobre la blancura de la nieve, la intemperancia del frío antártico o la inmortalidad del cangrejo, y evita así entrar a cuestionar paradigmas sociales, políticos e ideológicos. Ten en cuenta siempre que esto de cuestionar es un problema inherente a la narrativa, género de por sí políticamente incorrecto. Pero, con un personaje como el que hemos confeccionado, ningún interés se verá aludido ni mucho menos afectado. No está de más enfatizar que, para ser políticamente correcto, muchas veces debes abstenerte de observar, describir y analizar, y en su lugar debes pintar una caricatura de la realidad. Joven escritor o escritora que empiezas a recorrer el fascinante pero por momentos espinoso mundo de la narración, una plena y cuidadosa observancia de los consejos antes expuestos, sumada a tu sensibilidad y a ese fértil talento


en ciernes que Natura te ha dado, logrará relatos completamente desprovistos de controversia y agradables, me atrevo a decir, a cualquier género o clase de lectoras y lectores. Así pues, y por consideración a todo grupo autominusvalorado para el que una omisión de género o un punto de vista ajeno a su realidad es imperdonable, haz caso omi-

so de lo que verdaderamente sientes y piensas. Cállatelo y complace, por el amor de Dios, a la intelectualidad de tu país, tan ocupada en forjar esa anhelada utopía en la que todos y todas viviremos en paz y armonía, pues todas y todos hablaremos el mismo idioma de eufemismos grises y asexuados, pero afirmativos y complacientes.

Ponencia leída en el foro Crítica a la corrección política, Instituto de Cultura Italiana, circa 2005


Del poder y otros dolores de muela

Un General descansaba en el jardín de su residencia, cuando vio una guayaba en la rama de un árbol. Era una fruta madura, del tamaño de un puño y de un amarillo limón tan apetitoso que haría agua la boca del más estricto monje tibetano. Pero aquel hombre, que estaba muy lejos del Tíbet —y aún más lejos del oficio de monje—, no pudo evitar la tentación. Se levantó de la silla plegadiza, caminó hacia el árbol y cortó la guayaba. La primera

mordida le supo a gloria, con aquel zumo dulce y frío refrescándole el paladar en aquella tarde de calor. Las mordidas segunda y tercera fueron igual de placenteras. Pero entonces, a la cuarta mordida, al general le sucedió lo que a todos, me atrevería a decir, cuando hemos probado la guayaba: que una diminuta pepita, ¡maldita pepita!, se le quedó atascada entre dos dientes. Al principio el militar no le puso mucho asunto al asunto y siguió comiendo, pero la


molesta pepita atenuaba el disfrute de aquel manjar. Así que entró en la casa, buscó un palillo de dientes y se lo llevó a la boca. La pepita estaba tan incrustada en la encía que aquel y otros tres o cuatro mondadientes fueron inútiles. El general, desesperado, igualmente intentó con un quinto o sexto. Lo metió entre los dientes y lo sacudió con tanta violencia que se quebró. Nuestro militar, además de la pepita de guayaba, ahora también tenía una punta de madera clavada en la encía y una leve herida sangrante. Pero el hombre, cuyo honor de soldado le impedía capitular, fue entonces al baño y probó a desembarazarse de la pepita y la punta del palillo con hilo dental. De nuevo el intento fue

contraproducente: metió el hilo entre los dientes con mucha dificultad, jaló de este y se reventó. Ahora, una pepita de guayaba, una astilla de madera y un segmento de hilo dental, todos ellos atascados entre los mismos dos dientes, no solo hacían que la herida sangrara más, sino también provocaban un dolor escandaloso. La esposa, que oyó los gemidos del militar y vio la fruta mordida sobre un mueble de la cocina, se acercó a la puerta del baño y le preguntó a su marido, casi con sarcasmo, «mi amor, ¿estaba buena la guayaba?». «Deliciosa», repuso el general, tratando de fingir deleite, mientras contenía sus quejas de dolor y seguía escupiendo sangre en el lavamanos.

Columna Texto en contexto Magazine 21 27 de junio de 2004


Dulces dieciséis o Fábula del vaso que contenía un océano

Desde Niña aprendió a caminar con un vaso de agua sobre la cabeza. «Porque una señorita que camina con rectitud, obra con rectitud», solía decirle su institutriz. Por eso aprendió a desplazarse, girar, sentarse e incorporarse sosteniendo un vaso de agua sobre la cabeza, sin derramar una sola gota. Por eso no es extraño que hoy, a sus dieciséis, ella sea una señorita recatada, modelo de elegancia y discreción, a quien nada se le puede tachar. Ni siquiera, literalmente, la manera de andar. Porque se desplaza con mucho cuidado,

como si llevara algo sumamente frágil e inestable en la cabeza. Como un vaso de agua, por ejemplo. Como si llevara un vaso de agua en la cabeza desciende del carro de su papá, entra en el colegio católico de señoritas, camina hacia el salón de clases, se sienta, recibe todas las clases, se incorpora, sale del colegio, entra en el carro de su papá y se marcha. Y así todos los días. Pero hubo una tarde que su papá no pudo llegar a recogerla. Dispuso entonces llamar al taxista de confianza de la familia. «Mejor vámonos en camioneta», le


dijo su mejor amiga y compañera de clases. El vaso de agua se tambaleó un poco, varias gotas de agua cayeron sobre la cabeza de la colegiala y lo frío le dio escalofrío a la muchacha. «Pero», fue todo lo que pudo decir unas cuantas veces antes de que su amiga la tomara de la mano y la trajera consigo. Cuando reaccionó, ya estaba en la parada de camioneta. Subieron a un bus que venía sin un solo pasajero y se fueron a los asientos de atrás. La amiga cogió el asiento con ventana, y ella el de a la par. Entonces divisaron una mariposa revoloteando en los asientos contiguos. «Quiere salir, pero la ventana está cerrada», dijo la amiga. El vaso de agua se agitó una vez más, aunque ahora no derramó nada. «Pero ya no tarda en encontrar la ventana de al lado —que sí estaba abierta— y

entonces ya va a poder salir», siguió diciendo la amiga. Mientras ambas observaban el vuelo de la mariposa, el piloto estacionó el bus, descendió de este y se dirigió a un chiclero. «Pobre mariposa», dijo entonces la colegiala. «¿Y si le abrimos la ventana para que se pueda ir?». «Con acercarte lo único que vas a hacer es asustarla», respondió la amiga. Breve silencio. Larga espera. «Llevás la blusa de fuera, componétela», mandó nuestra colegiala a su amiga, con cierto nerviosismo. Pero la amiga simplemente puso su mano en la pierna de la colegiala y, sin más preámbulos, la besó en la boca. El vaso se desplomó al suelo y el agua empapó a la turbada colegiala. El piloto, que no vio nada, por fin regresó y reanudó la marcha. La mariposa ya no estaba.

Columna Texto en contexto Magazine 21 13 de marzo de 2005


Los hombres mueren de pie —salvo cuando están sentados a la par de un maniquí parlante—

Aquella Noche era más oscura que de costumbre. Las manecillas del reloj marcaban las doce. Todas las luces del perímetro estaban apagadas, excepto las de cierto restaurante de comida rápida cuya ubicación exacta las fuentes no atinan a dar. En el lugar solo estaban un empleado, el guardia de seguridad y, en el jardín exterior, un maniquí del payaso icono de aquella cadena de restaurantes, sentado en una banca de madera con la pierna cruzada9. El joven em-

pleado, con la fatiga de las horas extras, por fin se aflojó la corbata, salió al jardín y se sentó a la par del payaso. «Hoy sí estoy cansado», se quejó. Y la estatua, por un extraño artilugio del más allá, volteó a verlo y le dijo, «calculá como estaré yo, sentado aquí todos los días», mientras bajaba una pierna para cruzar la otra. Se sabe que el joven sufrió un infarto allí mismo, pero nadie da razón de si sobrevivió o no. Sin embargo, pese a que las fuentes no lo acla-


ran, se puede suponer que el guardia vio todo el incidente y llamó a los paramédicos, así como que gracias a él estamos enterados hoy de tan inusitada noticia. Pero ¿no habrá sido todo un invento de aquel policía? ¿Puede ser cierto acaso un evento de tan extraña naturaleza? Al respecto yo no puedo más que decir, como Hamlet a su caro amigo, que hay en el cielo y en la tierra mucho más que lo que sueña la propia filosofía. Porque, fuera de la explicación fantasmagórica, también caben otras posibilidades, unas verosímiles, otras extraordinarias, todas infinitas: una persona disfrazada, un joven alucinando —ya por extremo cansancio, ya por drogas—, un robot experimental, un compuesto químico animador de materias inertes, una metempsicosis inusual, etcétera. Sea

cual fuere la explicación, este cuento urbano deja, como toda leyenda de su especie, una moraleja que yo resumo así: lectores y lectoras que me acompañáis en esta extraña relación, la próxima vez que visitéis uno de esos restaurantes con muñeco sentado en banca de madera, poned atención a qué pierna tiene cruzada y luego comparad ese maniquí con los de otros restaurantes de la misma cadena. Uno habrá con diferente pierna cruzada. Y en ello reconoceréis aquel lugar como el del trágico incidente aquí narrado. No os sentéis, pues, a la par de ese muñeco. No sea que sufráis un infarto y no viváis para contar, como lo contó ayer aquel atónito policía o lo cuenta hoy este desocupado redactor, el maravilloso y terrible cuento de la estatua que hablaba como cristiano.

Columna Texto en contexto Magazine 21 14 de marzo de 2004


May ombilívabol bilivs A rísanobol explaneishon of guay sombari elses láingüich cant bicom may oun

Ay Biliv in Yísuscraist. Ay biliv in Meri as di móder of God. Ay biliv in de cros an de suord as de mins tu crúcifay de Niu Vuorld. Ay biliv in Cristóbal Colón, Hernán Cortés, di French Revolushon an di indipéndens of di Américan Steits. Ay biliv in Yorsh Vuáshinton, Éibrajam Líncoln an évritin áfter. Ay biliv in de Bírols, Pol Macarni an Yon Lenon, bot, as a máter of fact, ay dont biliv in mi. Ay ráder biliv in Buda, Tarot, Elvis, Yoga or eni

óder god meid in di ímach an laicnes of sombari els bot mi. Ay biliv in de Yu Es Ei, El Ei, Em Ti Vi, Jólivud an di Cartún Nétvuorc. Ay biliv in Clinton an in jis niu soup ópera fíchurin Mónica Legüinski an Pola Yons. Ay biliv in ol de stúpid, vírtual an delúshonal riálitis Únquel Sam provaids mi wid tu avoid de stúpid an delúshonal, bot néver vírtual riálitis of Píter of Alvarado. Ay gues ay shud biliv nau in Yan Ajnó e tus quil pas o


Guatemalá avec Minuguá, di ex guerrilas, feminísem, Grimpis, Che Guevara stámped in may Liváis tíshert an in dat bran niu miúsic dey col «nuevo trabe» —sorri, ay min «nueva trova»—. Ay biliv in tornin mayself intu a súvenir for ol di foráiners ju vísit may contri, tu teic dem tu La Bodeguita and olvueis imprés dem —as vuel as evribari els— bay javin a Milán Cunderas buc ónder may arm or intu may morral, güich ay bot in Pana —or el Mercado Central, ay dont rimémber—. And sins am bilivin in ol dis niu tings, of cors, ay biliv in Cuba, Silvio, Sabina, Santa Sabina, Rony an Gad performin Cuba, Silvio, Sabina, Santa Sabina. Ay firmli biliv in ol dis tings. Bot, guivin it a

secon tot, ay stil biliv in Globaliseishon, Neoliberalísem, tecnoindústrial miúsic, Heich Bi O an Cínemax —bot onli fraideis at nait, güen Vángar Cínema trits may confiusd breins tu a stúpid french muvi—. Ay biliv in ol dis, an ol dats abaut tu com. Bot, as yu can si, ay biliv in dem may vuey, bicós ay tróed ol dis gárbach intu de trashcan of may jed vuidaut risaiclin. An nau, di seim vuey Seint Yon eit de buc in di présens of di Lamb, ay eit ol dis séicred bilivs an may stómac jorts veri bad. An iven do ay quénot stop bilivin, nau ay si et clirli: no mara jau moch ay pritén tu spic de láingüich of may niúest an jótest cóncueror, ay vuil olvueis end op espiquin laic dis.

Texto en inglés con pronunciación en español Escrito originalmente para ser leído en voz alta Circa 1999


Plástico fin del mundo y perra suerte

Aquella Noche, mientras todos dormían, una bolita flotante de luz iba y venía por los corredores y dormitorios de una casa. La partícula brillante entró en el cuarto de la niña, se dirigió a la casita de muñecas y se posesionó del cuerpo de una Barbie. Se trataba de un minúsculo y etéreo visitante de otro mundo que había venido al nuestro en una misión de exploración. La Barbie, por acción del extraterrestre, cobró vida, se incorporó y caminó hacia el jardín. Ya allí, la muñeca extrajo de su boca

un insólito dispositivo plateado con una abertura brillante en uno de sus extremos. Apuntó el dispositivo a la grama, disparó un haz de luz continua y empezó a labrar una serie de trazos circulares entrelazados, muy similares a los extraños agroglifos avistados en sembradíos del sur de Inglaterra. Pero estos dibujos, lejos de ser mapas estelares y planetarios, constituían un diagrama de flujo con todos los pasos y mecanismos para urdir la invasión, conquista y colonización del planeta


Tierra. La perversa muñeca estaba a punto de terminar su tarea, cuando los ladridos del cachorro de la casa la alertaron de que no estaba sola en el jardín. La Barbie, convencida de su superioridad sobre cualquier especie de este planeta, se le acercó al perro, lo vio a los ojos y le dijo: «Ríndete, terrícola. Resistirte es inútil. Humíllate ante tu nuevo líder». El cachorro le arrancó un brazo de una mordida. La muñeca empezó a correr por todo el jardín, y el perro a perseguirla. Pero el extraterrestre no se había percatado de que su aparato de luz delineadora seguía encendido. Por lo tanto, mientras huía del animal, el alienígena labró nuevos trazos encima del glifo y confundió todo el diagrama sin darse cuenta. Sin embargo, logró dejar el cuerpo de la Barbie y escapar. El perro cogió la muñeca y

la despedazó en un santiamén. A la mañana siguiente, cuando los congéneres de aquel extraterrestre vinieron a la Tierra en sus naves espaciales y trataron de seguir las instrucciones plasmadas en aquel glifo, los pasos estaban tan confundidos que los ovnis terminaron colisionando, disparándose unos a otros y destruyéndose entre sí. Y mientras todo ese caos ocurría allá en la estratosfera, acá en tierra firme todo era como de ordinario: los niños desayunaban, los mayores se preparaban para ir a trabajar, los voceadores de periódicos anunciaban la noticia matinal, una señora se enfurecía al ver su jardín hecho trizas, una niña regañaba a su perro por haber destruido una de sus muñecas, y la humanidad se salvaba una vez más de ser aniquilada por cruentos seres de otra galaxia.

Columna Texto en contexto Magazine 21 15 de mayo de 2005


Posmetrosexualidad: usted puede ser el próximo símbolo sexual

Apenas Estamos Terminando el primer lustro del tercer milenio, y la belleza masculina ya experimenta un auge extraordinario. Primero, las chicas suspiraron por el hombre adicto a cremas de sábila y mascarillas de pepino que algún periodista denominó metrosexual. Entonces vino el chico hi-tech que rompe corazones con lo último en dispositivos electrónicos: el tecnosexual. Pero ¿qué hay de aquellos que no llevan ni las uñas pulidas ni la última palm en el bolsillo? Por fortuna no todas las mujeres se sienten atraídas a muchachos refinados o tecnómanos excéntricos. De

hecho, el boom de prototipos masculinos apenas empieza. Mencionemos, por ejemplo, al retrosexual, que añora la moda de los años cincuenta y lleva en los ojos una nostalgia que enloquece a muchas. No menos interesante encuentran algunas al autosexual —que no debe confundirse con el asiduo practicante del onanismo—, varón que maneja pasiones a mil por hora con su veloz deportivo último modelo. Pero las intelectuales seguramente se apasionarán más por el artesexual, inspirado creador que las seduce por amor al arte; el cultosexual, caballero de la-


bia intrincada y grandilocuente que deambula por galerías, conferencias y eventos culturales rompiendo más de un corazón; o, por supuesto, el textosexual, chico de intensa creatividad literaria que las vuelve locas con sus narraciones, poemas y columnas de periódico. Las más teóricas seguramente se abstraerán a la esencia del cognosexual o gnoseosexual, que ama el conocimiento, la ciencia y la filosofía. Pero no olvidemos a las mujeres que han hallado su media naranja en tipos como el dipsosexual, bebedor empedernido en quien algunas ven un compañero de mucho más que copas; el balonsexual, hincha de club deportivo a quien más de una le pasa balón; y hasta ese rebelde incorregible, de francas tendencias antisociales, que no a pocas fascina y que

los medios comienzan a denominar psicopatosexual. Imperdonable sería no hablar de las mujeres que sienten haber muerto e ido al cielo cada vez que se topan con un religiosexual, seductor hombre de morado que carga en procesiones. Y así podríamos seguir enumerando tantas formas de sexualidad, pero en lugar de ello enfaticemos que lo importante es contar con una virtud, perversión, condición o profesión muy susceptible de ser destacada. Si el varón heterosexual de hoy quiere triunfar en el terreno amoroso, desde ya debe empezar a explotar su atributo más sobresaliente —tenga o no que ver con lo sexual— y convertirlo en fetiche, pues uno nunca sabe cuándo va a venir un escritor, periodista o columnista a ponerle prefijo a la sexualidad de cada quien.

Columna Texto en contexto Magazine 21 17 de abril de 2005


Respuestas prácticas a tus preguntas existenciales —Versión original—

En Enero venís y te hacés nuevos propósitos para el año que empieza. Muchas veces también te preguntás sobre el sentido de tu existencia, lo cual por supuesto no tiene nada de malo. Pero resulta que te ponés a buscarle tres pies al gato y, cuando no encontrás respuestas, te ofuscás y mejor te refugiás en la literatura de autoayuda. Ya que tanto te gusta complicarte la existencia —o tanto

miedo le tenés a la verdad, una de dos—, te dejo aquí con algunas de las respuestas que tanto buscabas. ¿Quién sos? Casi siempre alguien más —o menos— que vos mismo. ¿De dónde venís? De un allá que no querés ni voltear a ver. ¿Dónde estás? En el lugar hacia el cual vos caminaste por tu gusto y cuenta. ¿Adónde vas? A un allá que va a ser cualquier cosa, menos lo que


querías, si no empezás a ver el aquí y ahora con objetividad. ¿Cuál es tu misión en la vida? Dejar de preguntarte babosadas como cuál es tu misión en la vida, tener el coraje de hacer lo que querés y tener todavía más coraje para no hacer lo que no querés. ¿Por qué a vos? Porque la viste venir y no te hiciste a un lado. ¿Por qué a vos no y a fulano sí? Porque siempre querés lo que no tenés, rara vez querés lo que tenés y, sobre todo, nunca hacés lo que debés para tener lo que querés. ¿Por qué el dolor? Porque si no existiera el dolor tendrías en las manos una plasta de mierda y no te importaría, te sentarías en un hormiguero y no lo notarías, y, cuando por fin te dieran a probar la ambrosía de los dioses, aquella delicia te sabría a tortitas de carne molida. ¿Cómo evitar que te afecten las crisis? No volviéndolas pretexto para sacar a ese mediocre que todos llevamos dentro. ¿Por qué no te alcanza el tiempo? Porque al-

guna vez te creíste eso de que el tiempo era oro y desde entonces no parás de perseguirlo. ¿Por qué no bajás de peso? Porque tu vocecita interior se venga cuando no la escuchás decir que cerrés esa estúpida revista de modas, que no te dejés embaucar con esos sistemas de reducción de peso y que comás, porque la anorexia no es el camino al amor de los demás, y sí el camino al hospital. ¿Por qué no encontrás al amor de tu vida? Porque nunca te dignás a besar sapos. ¿Cuál es la religión verdadera? La que te enseñe a no dejarle la responsabilidad a alguien allá arriba, ni tu sueldo y ahorros a alguien acá abajo. ¿Dónde está la felicidad? En alguno de esos lugares donde no te has atrevido a buscar. ¿Cuál es el secreto del éxito? Que no es oro todo lo que reluce, que los armarios más vistosos suelen esconder uno que otro esqueleto y que el sombrero lucido muchas veces es ajeno o cuando me-


nos compartido. ¿Cuál es la verdad? Que esta pregunta (que a veces sospecho capciosa) es lo último que te pasa por la mente cuando estás feliz. ¿Cuál es el sentido de la vida? El que vos le des; y si te descuidás, el que otras personas y cosas terminen dándole. ¿Para qué existís? Para hacer lo que querás, menos quedarte sentado en la silla —¿sabés que la palabra existir significa etimológicamente dejar el asien-

to, la silla; y por extensión, la quietud, la inmovilidad?—: esa silla en la que te sentás a preguntarte babosadas, a quejarte de por qué no te va tan bien como quisieras, y con frecuencia también a leer esos absurdos libros de autoayuda que tanto te gustan, muchos de ellos escritos por filosofastros que saben cuánto te gusta comprar y leer sus irrealidades, así como cuán poco dispuesto estás a ponerte de pie y andar.

Una versión ligeramente reducida de este texto fue publicada en la columna Texto en contexto, Magazine 21, el 18 de enero de 2004.


Retrato de quijote viendo el mundo desde el interior de un clóset

En Un Lugar de la urbe, de cuyo nombre nadie quiere acordarse, no ha mucho vivía un burócrata de los de corbata en cuello, camisa blanca, portafolio negro y zapatos de cuero. Varias sillas atiborradas de libros y papeles, un pequeño comedor desbordante de platos sucios, un sofá cama con una mesita de noche ajena al conjunto y dos sillones forrados con plástico transparente conformaban su mobiliario en aquel piso

alquilado de cuatro por diez. El resto de sus pertenencias consistía en fotos antiguas de la familia, dos vajillas de porcelana heredadas de su mamá, decenas de vinilos de música disco de los años setenta y un ordenador perennemente encendido, con una imagen de Marlene Dietrich en la pantalla. Vivía con un gato persa de nombre Óscar que pasaba de los diez años, una gata siamesa llamada Greta que no pasaba de los diez me-


ses, y un maniquí femenino al que apodaba Federica y mantenía vestido con no más ropa que una estola de vedette. Frisaba la edad de nuestro caballero con los cuarenta años. Era alto de estatura, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la soledad. Cuentan que se hacía llamar Alessandro, o Álex, que en esto hay diferencia entre quienes sobre él rumoran, pero por conjeturas obvias se deja entender que su nombre verdadero era Alejandro. Lo cierto es que el sobredicho burócrata, durante sus tardes de ocio —que eran las más del año, pues trabajaba en horario matutino—, se daba a navegar sitios web sobre modas y vestidos con tanta afición y gusto que olvidaba por completo los oficios domésticos, las compras en el supermercado y hasta los pagos puntuales del alquiler. Y llegó a tanto su desatino en esto que excedió el límite de su tarjeta de crédito comprando por Internet un centenar de ac-

cesorios, joyas, perfumes y cosméticos femeninos, los más finos que pudo encontrar. Con estas transacciones e interacciones informáticas perdía noción de la realidad, y desvelábase por entender y desentrañar el sentido de su rara afición por la ropa de mujer, que no la entendieran el mismo Sigmund Freud ni demás pioneros del psicoanálisis si resucitaran para solo ello. Pero al final se enfrascó tanto en su búsqueda virtual de prendas femeninas que se le pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio. Y así, del poco dormir y mucho navegar llegó a perder la cabeza. Llenósele de fantasía de todo cuanto veía en Internet, así de vestidos con lentejuelas como de lencería fina, zapatos de tacón, modelos de pasarela, divas de cine, princesas encantadas y disparates imposibles. Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo: que dentro de aquel


mal conformado cuerpo de hombre habitaba una donna divina y glamorosa, que aquella tosca y maltrecha figura viril no era sino crisálida en cuyo interior se gestaba una grácil y bella mariposa. Por lo tanto se le hizo conveniente y necesario, tanto para el aumento de su honra como para el recuerdo de su difunta madre, convertirse en la diva más despampanante que nadie jamás hubiese visto y recorrer el mundo en busca de aventuras en las que ejercitar y poner a prueba su glamour y encanto fatal. Así, con estos agradables pensamientos y llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio prisa a poner en efecto lo que deseaba. Primero se puso a limpiar un ajustadísimo vestido negro de tubo que le había robado a una de sus vecinas de edificio y que, ya empolvado y enmohecido, largos meses había permanecido oculto en un rincón de su armario. Quiso entonces probárselo, pero algunos resabios de cordu-

ra le impidieron hacerlo a plena luz del día. De ese modo se encerró en el clóset, donde pasó un par de horas a oscuras ajustándose el estrecho vestido lo mejor que pudo y tratando de vencer el bochorno. Cuando por fin se animó a abrir la puerta, la súbita exposición a la claridad del día le lastimó los ojos. Pero esto plugo sobremanera a nuestro empleado público, pues tuvo la ocurrencia de que tal dolor era el propio de una mariposa abandonando la crisálida, de una criatura saliendo del vientre materno y viendo por primera vez la luz del mundo. Sentía, pues, que había renacido como fémina. Por lo tanto, corrió a un lado todos los colgadores de ropa y, sin más reparo, salió del clóset. Se miró en el espejo y quedó encantada de cuán joven, esbelta y maja se veía metida en aquel mínimo vestido. Pero luego quiso ponerse a sí misma un nombre sensual y evocador, excelso y voluptuoso, uno que dijera su


condición de beldad avasalladora, de geisha misteriosa cuya sola mirada fulmina, de tigresa insaciable a cuya hambre de conquista no le basta el mundo entero, y en este pensamiento duró ocho días. Y al cabo se vino a llamar Alexandra Magnabella, mote de cuya sonoridad y gracia quedó enamorada en el acto. Puesto un nombre tan a su gusto, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que hacía en el mundo su tardanza, según eran los admiradores que pensaba fascinar, corazones que romper, deseos que des-

pertar, aplausos que suscitar y miradas que atraer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie la viese, una noche se armó de todo su garbo y preparó su primera salida triunfal: se depiló cejas y piernas, se acomodó los genitales en el periné, se atavió con su vestido negro de tubo y se puso unos zapatos de tacón alto y una peluca de bucles dorados. Entonces terminó de maquillarse, cogió su bolso, vio su imagen una vez más en el espejo y, luego de tirarle un beso a la foto de la Dietrich en el ordenador, partió en busca de aventuras.

Una imagen en mil palabras10 Antología Asociación Cultural Ars Creatio y Ayuntamiento de Torrevieja España, 2007


Seres de la mitología posmoderna I El petrífico fantasma de los baños públicos

Cuentan Que Cierto Fulano estaba orinando en un baño público, cuando otro individuo llegó a usar el mingitorio de a la par. El fulano, que según dicen era un hombre de pequeñas proporciones, no pudo evitar la curiosidad y volteó a ver al recién llegado. Tanto lo que vio como su asombro fueron enormes. El extraño, luego de percatarse de la humillación que había infligido en nuestro amigo, le preguntó: «¿Sabes quién soy?». Ante la negativa de su interlocutor, el extraño se presentó como el diablo.

Después le dijo que podía solucionar aquel pequeño problema anatómico si nuestro amigo así lo deseaba. Pero le advirtió que el aumento de virilidad tendría un precio: mantenerlo requeriría generosas cantidades de testosterona, las cuales, por fortuna, conseguiría únicamente con ver a los ojos a cuantos hombres pudiera, pues el solo contacto visual bastaba para robarles un poco de la ansiada hormona. Y si lograba que algún hombre le viera los genitales, ¡ello aseguraría una doble o triple dosis! El fu-


lano aceptó sin vacilar, por lo que el diablo cumplió su parte y desapareció. Nuestro amigo quedó tan feliz que no cupo en sí —ni en sus pantalones, casi literalmente—. Pero el júbilo duró muy poco. El diablo, que no por nada es diablo, jamás le dijo que cada hombre que lo viera a los ojos o a las partes pudendas, además de perder testosterona, perdería la vida. Al instante quedaría convertido en estatua de piedra. Y así fue como aquel individuo se quedó sin parientes y amigos en pocos días, pues a todos los dejó petrificados con su horrible mirada o tremendo pene. Desesperado, regresó a aquel baño con la esperanza de encontrar al diablo y convencerlo de que lo liberara de tan terrible maldición. Nunca lo encontró. Pero el desdichado conti-

núa buscándolo hasta el día de hoy no solo en aquel, sino en todos los baños públicos del mundo. Con el pretexto de orinar, se para a la par de quien esté usando un mingitorio e intenta verle el rostro para constatar si es el del diablo o no. Y si el incauto voltea a verlo, queda petrificado allí mismo —quién sabe si por susto o por envidia—. Por eso, lector del sexo masculino, cuando uses un urinario de baño público, jamás voltees a ver a quien orina a la par tuya. No te lleve tu malsana curiosidad a toparte con el horripilante vampiro de testosterona de petrífica mirada que merodea por los baños públicos y, mediante contacto visual con él, no solo pierdas tu virilidad, sino también te quedes en estado de perenne parálisis pétrea.

Columna Texto en contexto Magazine 21 10 de diciembre de 2004


Seres de la mitología posmoderna II Bestias del imaginario actual, sus orígenes y recomendaciones a la ciudadanía

Vacas, Pollos y cabras sin vida. Los cuerpos, sin una gota de sangre. Los órganos internos, como evaporados. En el cuello, tres orificios equidistantes formando un triángulo perfecto. ¿Y el autor de tan espeluznantes matanzas? Los testimonios de los horrorizados lugareños coinciden siempre en una misma descripción: un monstruo gris de un metro veinte de alto, ojos rojos, cuerpo de canguro, garras de dinosaurio, olor a azufre y tres colmillos huecos mediante los cuales succiona las vísceras de su víctima. La bestia

fue bautizada con el sugestivo nombre de chupacabras. Pero ¿de qué se trata? ¿De un visitante de otra galaxia? ¿De un experimento genético? Nada de eso. Recientes investigaciones han aportado evidencias que aclaran el enigma del misterioso goat sucker. No estamos hablando ni de un extraterrestre ni de un fantasma, sino —preparaos, perplejos lectores, para conocer la horrible realidad— se trata de un abstemio de sexo. Rigurosos experimentos científicos han demostrado que la privación de sexo por períodos muy pro-


longados conduce a las personas no solo a la neurosis, sino a la demencia misma y, mediante la acumulación de estrés, hormonas y toxinas en cantidades excesivas, a mutaciones que las transforman en bestias sanguinarias. De hecho, y a la luz de los nuevos informes científicos, se cree que el abominable hombre de las nieves, el diablo de Jersey y el monstruo del lago Ness fueron antes hombres y mujeres que no llevaron una vida sexual activa. He aquí, pues, por qué los medios de comunicación y los sexólogos se han dado a la tarea de difundir el sano hábito de pensar en sexo todo el tiempo: para que las personas hagan el amor frecuentemente y se descarguen así de todos esos venenos psíquicos y fisicoquímicos que, de per-

manecer en el organismo, terminarán por convertirlas en monstruos. Por lo tanto, no escuchéis a esos insidiosos detractores y francos terroristas que critican tan encomiable labor mediática —a la que acusan de fomentar, según ellos, el hedonismo y el consumismo—. Ellos no entienden que la constante connotación y denotación de sexo en el cine, la televisión, los medios escritos y la publicidad obedece a un fin, a una cruzada. No les creáis, pues, y acatad lo que os prescriben los medios masivos. ¡Pensad siempre en sexo, por todos los cielos! ¡Sexo, sexo, sexo! ¿O acaso queréis veros convertidos en psicópatas, antisociales y maleantes, o, peor aún, en monstruos, ogros, cucos y demás engendros de vil y terrible fauna?

Columna Texto en contexto Magazine 21 14 de noviembre de 2004


Seres de la mitología posmoderna III Insólitas criaturas de la noche

Sabemos Que La Noche es refugio de bandidos, lunáticos y malandros en general. Pero ¿son estos los únicos peligros que la oscuridad les depara a los incautos noctámbulos? Según múltiples testimonios recogidos, hay una razón para no salir de noche que, por su carácter paranormal, eriza los pelos, hiela la sangre y rebasa toda lógica. Si no, que el lector juzgue por sí mismo la insólita historia de un joven a quien en adelante llamaremos Equis. Equis era un muchacho de clase media de veintitantos años, responsable y trabajador,

ejecutivo de nivel medio en una importante empresa, comprometido con una muchacha de buenos sentimientos e ilusionado con adquirir una casita en un suburbio decente, casarse, formar un hogar y obtener ascensos en la empresa donde laboraba. Hasta aquí, Equis era un joven común y corriente. Pero lo que nadie sabía era que, todas las noches de luna llena, por un extraño artilugio del más allá, nuestro joven dejaba de ser ese buen muchacho que todos conocían y apreciaban: de pronto su voz emitía un grito desgarrador,


su cuerpo convulsionaba frenéticamente, sus rasgos faciales se transfiguraban por completo y el joven terminaba convertido —¡oh cielos, dadme fuerzas para decirlo!— en Andrés Bello, celebérrimo erudito sudamericano del siglo XIX y académico de la lengua española. Ya transformado en el insigne venezolano y vestido a la usanza decimonónica, Equis merodeaba por la ciudad, se acercaba a los despreocupados transeúntes y los atormentaba con sus doctos y eminentes discursos sobre lengua castellana en América, validez lógica y validez gramatical, suficiencia metalingüística del idioma español, etcétera. Y si la víctima hacía uso de barbarismos o incurría en leísmo, dequeísmo y otros vicios del habla, entonces la ira se apoderaba de aquel ser. Sus ojos se encendían con un

rojo tan aterrador que las víctimas, presas del pánico, huían despavoridas para despeñarse en precipicios o morir atropelladas en la vía vehicular. Hasta la fecha, mediante sus intrincadas alocuciones sobre gramática, lengua y temas afines, el joven Equis convertido en Bello sigue horrorizando y manteniendo en zozobra a los habitantes de las urbes latinoamericanas. Y cualquiera de vosotros puede ser la siguiente víctima de este monstruo sediento de corrección gramatical. ¿Os atrevéis por tanto a salir de noche y exponeros a la furia del terrible hombre Andrés Bello? Si optáis por lo opuesto, enhorabuena. Pero si elegís salir, entonces precaveos. Dejad en casa dineros, joyas, objetos de valor y, desde hoy, también malos usos lingüísticos, y que el Señor os ampare.

Columna Texto en contexto Magazine 21 2 de enero de 2005


Seres de la mitología posmoderna IV Sobre el origen de los bebés

Decirle A Su Niño que los bebés surgen del interior de un repollo o vienen a bordo de una cigüeña no solo resulta falso, sino también confuso. Pero no se piense que la visión del espermatozoide fecundando el óvulo después del amoroso juego interactivo de papá y mamá le aclarará el panorama. No. El niño simplemente formulará nuevas preguntas como «¿qué es un espermatozoide?», «¿qué es un óvulo?» o «como yo quiero mucho a mi primita, ¿quiere decir eso que vamos a tener un bebé?». Además, usted arriesga otro factor

esencial en el desarrollo de su hijo: la imaginación. El hecho de que algo sea real no es razón válida para sacrificar mitos y fantasías —el mundo no necesariamente será un mejor lugar sin Santa Claus y sin iraquíes ocultando armas de destrucción masiva—. Pero entonces, ¿qué decirle a un niño que pregunta por su origen? Los mitos del repollo y la cigüeña son claramente obsoletos. Y los niños modernos, cuyo mundo está signado por el anime y los videojuegos, exigen una explicación más relevante y verosímil. Es por eso que al


impúber no hay que decirle que los bebés vienen de París vía la cigüeña. Hay que decirle —escuche bien— que vienen del Japón a través de Internet. «Mirá, mijito», dígale al crío. «Vos viniste en el documento adjunto de un correo electrónico. Gracias al amor que tu papá y yo nos profesamos, los hackers, que de todo se dan cuenta con sus virus, webcams y programas espías, nos concedieron el deseo de tenerte. Así que te programaron, te comprimieron en formato EHB —Encapsulated Human Baby— y te enviaron a nuestra cuenta de correo». Solo tenga cuidado de no decirle que fue descargado de tal o cual página web porque puede que el niño se ponga a buscarla y, además de que no la encontrará, se llevará tamaña sorpresa cuando descubra que muchos sitios rela-

cionados con la palabra baby son de pornografía. Y si pregunta por qué no tiene ojos rasgados como la mayoría de japoneses, la explicación es fácil: los personajes de las caricaturas también son japoneses y sin embargo tienen ojos muy occidentales. ¿Y cómo se extrae el bebé del disco duro? Dígale que el archivo con el bebé comprimido se graba en un disco compacto y se lleva a la CDB —Central de Descompresión de Bebés— o algo similar. Lo importante es que su hijo quede satisfecho y deje de hacer preguntas. Recuerde que cuestionar atenta contra el confort —a menudo mal entendido como facilismo— sobre el cual descansa nuestra civilización moderna. Por consiguiente, desde ya debemos erradicar ese mal hábito en él. Su felicidad futura lo amerita.

Columna Texto en contexto Magazine 21 6 de febrero de 2005


Sobre el cuento corto11 que se volvió cuento de nunca acabar

Primero Se Dijo que era el cuento más corto. Luego, Monterroso mismo se extrañó de tanta alharaca con eso de que su breve dinosaurio era cuento cuando en realidad, según él, era novela. ¿Novela o cuento? El problema rebasa una vez más nuestros confundidos cánones taxonómicos y evade toda clasificación satisfactoria. Resulta lógico pensar que El dinosaurio sea cuento —tesis más aceptada—, pues su brevedad y énfasis en las acciones de los personajes dan pie a ello. Pero no es error especular que podría ser novela, pues

hay en la obra un complejo desarrollo psicológico de personajes: un dinosaurio empecinado en no extinguirse y un observador desconcertado. Sin embargo, no debemos desdeñar la hipótesis de que se trata de un ensayo, pues el autor expresa en dicho texto, de manera breve y didáctica, sus pensamientos respecto a la obsolescencia, el pasado persistente, etcétera. También resulta imposible invalidar la hipótesis de que el texto en cuestión sea un poema, pues hay en él una clara imagen alegórica. No obstante, también es posible


identificarlo con un aforismo por su ingenio, concisión y tono sentencioso. Y no es descabellado pensar que podría tratarse de una tragedia: hay en la obra un virtuoso protagonista que despierta —despertar es siempre una virtud heroica— y un trágico desenlace —el dinosaurio sigue allí—. Pero aún no agotamos las posibilidades. Como sabemos, no hubo seres humanos en la era de los dinosaurios. Esto nos lleva a descubrir un claro elemento mítico en el escrito, razón que nos hace pensar que tal vez se trate de una antiquísima tradición oral. Pero las dataciones de fósiles siempre encierran algún margen de error. Es posible, pues, que los primeros homínidos hayan visto dinosaurios al despertar cada mañana en un acto por demás cotidia-

no, lo que nos hace pensar que a lo mejor el escrito es un cuadro de costumbres. Y hay razones más que obvias para creer que El dinosaurio, de Tito Monterroso, puede ser romance, cantar de gesta, poema místico, epigrama amoroso, eslogan publicitario, discurso motivacional, memoria de labores, instrucciones de uso de algún dispositivo, mapa en clave de un tesoro perdido… En fin, estamos ante una obra de siete palabras que han generado mil lecturas. ¿Podrá resolverse la cuestión algún día? El beneficio de la duda a los incansables estudiosos. A fin de cuentas, el problema es retórico; las opciones, infinitas; el empeño de clasificar, jurásico y persistente como el dinosaurio; y la vida, breve como cuento de Monterroso.

Columna Texto en contexto Magazine 21 18 de abril de 2004


Un cuento de caballería de la posmodernidad

No Ha Mucho, por una pradera cabalgaban el Tío Sam de la Mancha y su fiel escudero Occidente, sobre su flaco rocín el primero, sobre su craso jumento el postrero, cuando en el vasto descampado fueron a dar con muchos y tamaños molinos de viento. «La aventura guía nuestros pasos, Occidente amigo», dijo el Tío. «¿Ves aquellos horribles y descomunales osos de Medio Oriente; comunistas, musulmanes y terroristas a todas luces? He de batirme en duelo con ellos y vencer, todo para servicio de mi dama Libertad y eterno fulgor de la llama que arde en su an-

torcha». «Mire su merced», respondió el escudero, «que aquellos que tiene por monstruos no son sino molinos de viento, y estas que tiene por palabras cuerdas no son sino disparates: el oso, de tierra fría, difícilmente prospera en los suelos cálidos y desérticos de Arabia; semítico y terrorista no son adjetivos que deban calificar a una misma persona; y la enseñanza de Mahoma no es afín a la de Marx». Pero el Tío, sordo a las objeciones de su escudero, puso lanza en ristre, dio espuelas al rocín y partió con toda intención de acometer. «Non fuyades, enemigos de la liber-


tad y la democracia», vociferó. «Voto al cielo que hoy vuestra guerra fría os la hago caliente». Pero había mucho viento y las aspas de los molinos giraban con rapidez y fuerza endemoniadas. El caballero, sin dejar de proferir desatinos e insultos políticamente incorrectos, cabalgó hasta un molino y atinó a clavar la punta de su lanza en uno de los brazos del aspa. Pero esta, con su giro vertiginoso, levantó al Tío de su caballo, lo hizo dar tres o cuatro vueltas en el aire y lo lanzó al cielo. Allá volaba el caballero de la triste figura, directo a las alturas, cuando se le atravesó un avión secuestrado por auténticos miembros de un grupo islámico radical. El ingenioso hidalgo fue a dar de bruces contra el fuselaje con

tal fuerza que la nave se desvió de su curso inicial, enfiló a Nueva York y colisionó, el día onceno de un mes noveno, para horror de miles de observadores, contra una de las torres gemelas del World Trade Center. No tardaron otros aviones en seguir el ejemplo del primero y colisionar con otros blancos de la periferia, suceso por el cual veríamos luego dos guerras e inestabilidad mundial. Y aunque tan particular aventura tuvo mal desenlace, no por ello despreciéis la bizarría de nuestro caballero y la fuerza de su brazo. No olvidéis que algunos quijotes, en esas cuitas de enderezar tuertos y desfacer agravios, a veces resultan —seguro que por obra de algún encantador— agravando lo leve y torciendo lo derecho.

Columna Texto en contexto Magazine 21 5 de septiembre de 2004




Sobre la polarización ideológica Así, vida, le divide la divisa.

Instrucciones de cacería Aparta lámina y animal atrapa.

Sobre las relaciones por interés La tipa caza capital.


Sobre madamas que exhortan a sexoservidoras con problemas de sobrepeso a consumir estupefacientes ¡A drogar, Ema, ramera gorda!

Sobre obsequios de índole ornitológica provenientes de una religiosa Oíd: el albatros sor Tabla le dio.

Sobre la distribución equitativa del botín entre piratas Al reparto otra perla. Otra perla al reparto.


Sobre subordinados imprescindibles O lo trabaja Bartolo o lo trabaja Bartolo.

Sobre la necesidad de joven turista guatemalteco en Inglaterra de reivindicar los propios conocimientos geográficos de la región ante lugareño de tercera edad que, a su vez, insiste en que el joven se encuentra perdido ¡Nel13! A su Támesis reconocer sí sé, Matusalén.

Sobre los naturales defectos de ciertos colores y letras Añil asedia, la «I» desaliña.


Sobre obras literarias pretenciosas Ralo volumen emuló volar.

Sobre el hurto de medios publicitarios Allá va la valla.

Sobre los malentendidos generados por problemas de audición ¿Oí «lujos» o «Julio»?


Sobre la necesidad de atribuirle nacionalidad centroamericana a determinados alimentos de origen celestial A maná pedido, di: «De Panamá».

Sobre las exigencias impositivas del príncipe de las tinieblas A Satanás dad sana tasa.

Sobre jornadas de vacunación masiva La purga grupal.


Sobre maridos necesitados de reconstituyentes de la potencia sexual ¡La tiramos, palo! ¡Colapso marital!

Sobre las dramáticas carencias afectivas de quienes no tienen madre A la madre imitará para ti, mierda mala.

Sobre la ampliación correlativa Añádela a la aledaña.


Sobre lo deleitoso que resulta añadir ciertos entremeses a banquetes de cocina iraní ¿Haba, Baksís? Añádela a la aledaña sis kabab. ¡Ah!

Sobre la apremiante necesidad de que ciertas ciudades asiáticas licencien el uso de dispositivos automotores para que algunos empleados del sector alimentario puedan resolver sus conflictos existenciales —palindroma-ensayo que también puede servir como código secreto entre espías— Hanói, si cede motor, ese mesero tome decisión. ¡Ah!

Sobre líderes religiosos amantes del buen comer A ti, rabísimo, mi sibarita.


Sobre personas de diferente sexo y ocupación exhortadas a poner dispositivos audiovisuales en movimiento giratorio ¡Ani! ¡Cobrador! ¡A rodar bocina!

Sobre la diferencia entre conocer de literatura y crear literatura ¡Sam Ord ni la pasa! ¡Con reconocer no casa palindromas!

Sobre la necesidad de mantener relaciones diplomáticas sinceras con país del Lejano Oriente No pajas a Japón.


Sobre la afición de ciertas personas a tener relaciones sexuales con guías de turismo La Kity ama cama y Tikal.

Sobre el efecto estético del ornato citadino Bella calle «B».

Sobre lo desconcertante que resulta inquirir por exenciones tributarias a dispositivos electrónicos de tecnología reciente en ciudad del antiguo Egipto Ya sé si Luxor exime mi Xerox, Ulises. ¡Ay!


Sobre la necesidad de vocales más reales y significativas La «U», trivial. La «I», virtual.

Sobre el temperamento de ciertas consonantes Pacífica «P». La cínica «L».

Sobre la necesidad de abrigo de ciertas ciudades de reconocido clima caluroso Dad gabán a Bagdad.


Sobre la obvia y lógica disyuntiva entre bebidas alcohólicas y zapatos deportivos a la hora de ofrecer presentes a mujer de origen anglosajón ¿Te doy Reebok o beer, Yodet?

Sobre lo heroico que resulta poder identificar determinadas ubicaciones geográficas Dice U. que reconoce Reu14. ¡Qué cid!

Sobre dedicatorias literarias a mujeres de armas tomar A la renegada generala.


Sobre personas de tendencia ideológica de izquierda que aman una buena lectura durante un viaje en avión Red aero-reader.

Sobre el carácter punitivo que en ocasiones pueden adquirir las relaciones sexuales Sex: all axes!

Diálogo parco entre matones de la mafia −Did it? −I did!


Sobre la mala costumbre de ciertas letras de cobijarse al abrigo de frutas de posible credo ideológico de izquierda «T» under red nut.

Sobre poderes decadentes Drowsy sword.

Sobre instructores asiáticos de artes marciales exhortados a interpretar ritmos afroamericanos de mediados del siglo XX Po, bebop!


Sobre la imperiosa necesidad de especificar algunos tipos de tejido sintético No, Lynn! Nylon!

Sobre mujeres anglosajonas excepcionales Elba Kramer’s remarkable.

Sobre el poderío tecnológico de los países desarrollados del Norte —palindroma-ensayo que también puede servir como nombre para corporación multinacional dedicada a la investigación y al desarrollo de la robótica— Sci-North-Tronics.


Sobre hombres concupiscentes en aprietos con sus c贸nyuges Deny gross orgy, Ned.

Sobre expresiones coartadas Drown word.

Sobre deidades poco aplicadas en sus clases de idioma Do Grammar, god!


Sobre los comentarios ácidos y corrosivos de algunos críticos que infaman a determinados escritores por publicar palindromas imperfectos ¡O, crítico cítrico! (Lástima que no sale el palindroma).




El as que se convirtió en el rey de la partida

La Partida estaba confusa, pues hacía falta una carta. Pero entonces alguien sacó el as que tenía bajo la manga y así se pusieron todas las cartas sobre la mesa.


El conejo que tomó Viagra

Cierto Conejo deambulaba cabizbajo por su vergel, pues acababa de descubrir que padecía de disfunción eréctil. Se decidió entonces a usar un reconstituyente de la potencia sexual. Compró un frasco de pastillas y resolvió probarlas esa misma noche con su compañera. Todo lo hizo de acuerdo con lo planeado y los resultados fueron espectaculares. Aquella noche hizo el amor con su coneja tres o cuatro veces hasta que des-

falleció. Pero al cabo de una media hora despertó con apetito de placeres carnales aún, por lo que se fue a buscar a la vecina, con quien tuvo sexo hasta el amanecer. Y como la potencia no menguaba, se puso a tener relaciones sexuales con todas las conejas del prado, que pronto quedó convertido en un auténtico jardín de las delicias. Para su asombro, todas quedaban complacidas. «Qué pastillas tan maravillosas», dijo entonces


el conejo, que no paraba de ingerirlas y coger. Pero muy pronto sucedió lo inexorable. Todas aquellas conejas, preñadas por tanto sexo sin protección, comenzaron a parir. Miles y miles de nuevos conejitos abarrotaron pronto el prado y empezaron a comerse todo a su paso. Legiones de dientecitos devoraban la vegetación y sus frutos en un furor alimenticio sin precedentes y en un santiamén devastaron aquel campo en su totalidad. Sobrevino así el hambre y la crisis. Y ante la mirada estupefacta del conejo, sus descendientes se violentaron unos contra otros y comenzaron a despedazarse a mordidas y a devorarse entre sí. Nuestro conejo, que ahora se sentía impotente frente a aquel macabro es-

pectáculo, solo observó con horror cómo uno de sus hambrientos engendros se le acercaba, le lanzaba una mirada endemoniada y le decía, con voz de ultratumba: «Tengo hambre, papá. Tengo hambre. Dame de comer», para luego arrojarse contra él con las fauces abiertas y comenzar a devorarlo. «No, no», gritó el conejo, que en ese mismo instante despertó. Se dio cuenta de que estaba en la cama con su compañera y de que todo había sido una horrible pesadilla. Cuando al fin se repuso del sobresalto, vio que su miembro continuaba erecto y que su apetito sexual no mermaba. Pensó entonces en hacerle el amor a su compañera, pero se acordó del sueño y optó mejor por la masturbación.


El delfín que se infiltró en los archivos secretos de la CIA

Cierto Delfín hacker estaba nadando en el mar informático de la Web, cuando burló el sistema de seguridad de un famoso servicio de inteligencia. Consiguió acceder a la computadora central de la institución, tomó el control de un satélite espía y comenzó a escudriñar el orbe desde la pantalla de su monitor. Hizo innumerables visitas virtuales a los siete continentes y a los siete mares y se enteró de los

secretos grandes y pequeños de medio mundo. Pero entonces decidió dar un paseo por su vecindario acuático. Divisó la región marítima en la que habitaba y comenzó a hacer zum y más zum hasta que reconoció las aguas, bancos y corales de su barrio. Siguió haciendo zum y llegó a su propia casa. La curiosidad lo motivó a seguir haciendo acercamientos de cámara hasta que vio su propio cuarto, luego su


propio escritorio y, finalmente, su propia imagen. Allí estaba entonces el delfín, en la pantalla del monitor, como si esta se hubiese convertido en un espejo. «Pero ¿será posible que ese sea yo?», dijo nuestro amigo cuando se dio cuenta de que el delfín en la pantalla, su imagen, tenía una marca roja en forma de equis en uno de sus costados. Posó la vista inmediatamente en su propio costado y, para su ho-

rror, allí estaba la equis roja, dibujada en su piel con tinta indeleble a prueba de agua. «¿Qué es esto? ¿Qué está pasando aquí?», se preguntó entonces, presa del terror. El cetáceo ya era consciente de sí mismo y de su propio Truman Show, pero no de que participaba en un experimento científico realizado por humanos para determinar la capacidad de autorreconocimiento de algunos animales acuáticos.


El imán que dejó de ser atractivo

Había Una Vez un imán que estaba muy triste porque las guapas piezas de metal a su alrededor ya no se sentían atraídas a él. Y a causa de tanto rechazo estaba comenzando a sentirse feo. Se sumió entonces en una depresión profunda y, desesperado, cometió la terrible equivocación de creer que su falta de magnetismo se debía a su apariencia externa. Deci-

dió entonces someterse a una cirugía plástica para reconstruir su imagen. Muy pronto quedó transformado en un vistoso imán de refrigerador, cuyo colorido llamaba la atención y era el deleite de quien lo admiraba. Pero el cambio de imagen resultó efectivo y contraproducente a la vez: el imán, que solo quería recuperar la confianza en sí mismo,


resultó yéndose al extremo del polo y convirtiéndose en un engreído de mierda. Ahora era increíblemente atractivo, pero también insufriblemente narcisista, por lo que repelía a todos con su egolatría y vanidad. Sin embargo, todo esto lo tuvo

sin cuidado. Cierto día se topó con un espejo imantado, se vio en él y, tan enamorado de sí mismo como estaba, se sintió fatalmente atraído a su propia imagen. Se adhirió entonces al espejo y se quedó atascado allí por el resto de su existencia.


El insecto que tenía un optimismo del tamaño de un elefante

«¡L a Vida es una mierda!», gritaba una mosca embargada por la felicidad.


El león que sí era como lo pintaban

Lo Pintaban como perro, meneaba la cola. Lo pintaban como mono, se desvivía en monerías. Lo pintaban como cordero, se hacía el inocente. Lo pintaban como lobo, perseguía caperucitas. Lo pintaban como

león, se decía auténtico. Lo pintaban como camaleón, se decía polifacético. Lo pintaban como pájaro, se sentía en las nubes. Lo pintaban como cucaracha, todo mundo se paraba en él.


El libro que fue juzgado por su portada

«Soy Inocente», dijo aquella novela policíaca titulada ¡Culpable!, pero el jurado no le creyó y la halló culpable.


El original descubrimiento del agua azucarada —y los mil y un originales descubrimientos del agua azucarada que le siguieron—

Hubo Una Vez un fulano que, deseoso de ganar notoriedad y fama en su pueblo, vino y descubrió el agua azucarada. La dio a probar a familiares, amigos y demás habitantes del pueblo. Toda la gente, cansada ya del agua insabora, inodora e incolora, fue de la opinión de que el agua azucarada sabía muy bien —téngase en cuenta que aquella era realmente la primera vez que se descubría—. Así que el fulano causó sensación,

logró la notoriedad que buscaba y en poco tiempo fue alabado y querido y respetado y todo eso. Pero aquel hombre no era el único que ansiaba notoriedad y fama. No tardó, pues, en aparecer un segundo, tercero, cuarto, enésimo fulano en venir, aplicar la estrategia del primero y descubrir otra vez el agua azucarada. Se desató una fiebre de descubridores del vital líquido endulzado. Sin embargo, ninguno lo-


gró el impacto que había causado el primero. Por tanto, los posteriores descubridores no tuvieron más remedio que irse de aquel pueblo y probar suerte en otros lugares. Así fue como se propagó por todos los pueblos del mundo la manía esa de andar descubriendo el agua azucarada. Pero no tardó la humanidad en hartarse del agua endulzada y de las pretensiones de originalidad de sus presuntos descubridores. Así que estos muy pronto encontraron detractores que advertían a los demás del engaño. «No le hagan caso a ese», decían. «Está descubriendo el

agua azucarada». Y la gente se daba la vuelta y se marchaba. No obstante, como las ansias de notoriedad eran muchas y los escrúpulos pocos, los descubridores del agua azucarada se las ingeniaron para ganar notoriedad y fama y ser alabados y queridos y respetados y todo eso. Vertieron el agua azucarada en una olla, le agregaron masa de haba, plátano, maíz o algún otro menjurje y la pusieron a hervir. Luego dejaron que se enfriara un poco, se embarraron la yema del índice de tal preparado y, desde entonces, dan atole con el dedo.


El trece que quiso sacarse la lotería

Había Una Vez un trece que ya estaba harto de que todos lo asociaran con la mala suerte, por lo que decidió un buen día sacarse la lotería. Se puso entonces a comprar billetes enteros. Todos los fines de semana leía sin falta los listados de premios en los diarios, pero nunca le pegaba a ninguno. «No seas necio», le decían los demás números. «Eres de mal agüero y dondequie-

ra que estés únicamente habrá infortunios y tragedias. Convéncete de ello. Si no, date cuenta de cómo a muchos edificios, por ejemplo, no les asignan nivel decimotercero —sobre todo en sociedades del primer mundo, presuntamente las más desarrolladas y menos supersticiosas—. ¿No te das cuenta? No insistas». Pero con comentarios como este solamente conseguían que el


trece se obstinara más en su empresa. Nuestro número seguía comprando billetes, pero nunca tenía suerte. Llegó a desesperarse tanto que comenzó a buscar la ayuda de amuletos como patas de conejo, herraduras de caballo, cabezas de ajo y lociones de Ven a Mí, pero ni así lo lograba. Y hasta fue con brujos para que le hicieran curas y chilqueadas, pero así solo consiguió endeudarse y quedarse sin dinero para comprar más números de la lotería. De ese modo, nuestro desventurado trece ya no tuvo más opción que buscar trabajo. Por alguna razón que nadie

se explica, fue contratado por una compañía de seguros. El trece aprovechó la oportunidad y trabajó duro. Pronto se hizo de muchos clientes y mucho dinero. Tanto así que hasta renunció y fundó su propia aseguradora, con la que además le fue muy bien. Y ahora que es muy importante, los demás números le dicen «don Trece». Por supuesto que olvidó el asunto aquel de la lotería, pues ahora cree en el esfuerzo personal, el trabajo duro, la competitividad y esas cosas. Y cada vez que alguien viene a hablarle de buena o mala suerte, nuestro trece solo se ríe.


El vampiro que se volvió escritor

Hubo Una Vez un joven vampiro que se apasionó por las letras. En lugar de salir por las noches a cazar sangre humana, como todos los de su especie, se quedaba encerrado en su cripta escribiendo. Pero así como muchos escritores humanos encuentran más inspiradora la noche, nuestro vampiro descubrió que el día era el momento más propicio para su labor literaria. De ese modo, se desvelaba trabajando hasta muy entrada la mañana, si

no es que pasaba del mediodía y seguía de largo hasta el atardecer. Muy pronto, y ante la preocupación de sus más allegados, el vampiro escritor terminó durmiendo de noche y trabajando de día, con lo que también empezó a desarrollar un retorcido y malsano gusto por la claridad diurna. Su fascinación por lo prohibido lo llevó incluso a rechazar lo gótico, macabro y oscuro, tan vital para los vampiros, para luego abrazar una morbosa afi-


ción por el estilo feliz, humano, diáfano y cálido, que se marcaba muy notoriamente en sus escritos. Dicen que hasta llegó a profesar un amor tierno y desinteresado por la humanidad y que lloraba al ver una flor o la sonrisa de un niño. Pero lo más alarmante es que desarrolló una fuerte adicción a la luz solar. Por supuesto que dicha luz es letal para cualquier vampiro. Sin embargo se sabe que los rayos de sol, en cantidades mínimas y

controladas, generan estados alterados de conciencia en aquellos seres, por lo que resultan un alucinógeno natural para ellos. El asunto es que el vampiro escritor terminó convertido en un ser diámbulo y helioadicto: dormía de noche, se inyectaba luz diurna en las venas y escribía de día. Cuentan que murió de una sobredosis de sol y que se convirtió en una leyenda entre sus congéneres, en una suerte de poeta maldito.


La berenjena que se creía huevo

Quizá Por Tomarse demasiado en serio su nombre en inglés, una joven berenjena creía con todo su ser que era un huevo y que en su interior se gestaba un ave voladora. Cometió la imprudencia de contarle esto a medio huerto. Sus amigos se rieron. Su novia le dijo que madurara. Su párroco le dijo que dejara de

creerse tan especial, pues con ello incurría en soberbia, y que buscara que hacer para mantener ocupada la mente, pues la pereza también era pecado capital. Su psiquiatra le dijo que esos pensamientos eran producto de un conflicto irresoluto de sus días de semilla, que tendría que medicarla, que toma-


ra las cosas con calma y que fueran un paso a la vez. La confundida verdura comenzó con su tratamiento y poco a poco se fue convenciendo de que era una berenjena común y corriente. Pero una mañana, justo al levantarse, vio una fisura en su cáscara. La berenjena solo observó con espanto cómo la grieta

se abría más y más y cómo de esta emergía un ala emplumada. La pobre se asustó tanto que allí mismo se tomó una doble dosis de su medicamento, cerró los ojos e imploró al cielo que al abrirlos ya hubiesen desaparecido el ala y la fisura y que todo aquello no hubiese sido más que una alucinación.


La Coca-Cola que quiso ser la última del estadio

En Todo Aquel coliseo deportivo solo había un dispensador de gaseosas en lata. Y en ese dispensador vivía una Coca-Cola que tenía sed de popularidad. Quería que todos los visitantes del estadio se fijaran únicamente en ella. Pero pronto se dio cuenta de que no estaba sola en la máquina. Junto a ella había por lo menos un par de docenas de enlatadas igualitas. Determinó entonces

eliminar a la competencia y convertirse en la última Coca-Cola del estadio. Para ello se valió de tácticas arteras y despreciables. A esta lata le metió zancadilla. A aquella otra le puso cascarita. A unas las empujó para que cayeran al suelo, se lastimaran y fueran retiradas del dispensador. A otras las agitó para que explotaran. En fin, en poco tiempo las eliminó a todas y logró así su


maquiavélico objetivo: tras el vidrio protector quedó únicamente nuestra Coca-Cola y su apetitoso envase rojo bañado en helada escarcha, que brillaba en todo el dispensador cual oasis en el desierto. «Qué deseada voy a ser. Todos van a tener sed de mí. Soy la última Coca-Cola del estadio», se decía a sí misma la carbonatada en lata con regocijo incontenible. Pero entonces hubo un partido importante y el estadio se llenó a reventar. Muy pronto les dio sed a los visitantes y fueron por una bebida. Cuál fue la sorpresa de nuestra Coca-Cola cuando vio

que todos pasaban de largo, pues al otro lado del pasillo había un nuevo y flamante dispensador de cervezas frías en lata. La Coca-Cola observó esto con amargura y se quedó allí, despreciada y triste, pero sobre todo sola. No había en todo el dispensador una amiga con quien desahogar su dolor y enjugar sus lágrimas, pues a todas las había hecho lata. La susodicha tuvo que soportar el resto de su vida útil en la más abyecta soledad. Y cuando alcanzó la fecha de vencimiento, simplemente fue retirada del dispensador y arrojada al bote de basura.


La fábula que no tenía moraleja

Cierta Fábula estaba preocupada porque no conseguía dejar una moraleja. Le pidió ayuda a su fabulista, pero este atravesaba por un fuerte bloqueo literario. Buscó inspiración en densos tratados de ética y filosofía, pero se metió demasiada teoría en la cabeza y terminó más confundida. Por último se puso a releer a Esopo, La Fontaine, Samaniego y demás clásicos, y por

fin se dio cuenta de que no había nada más aleccionador que el defecto. Comprendió que dejar moralejas era cuestión de algún burro que hiciera burradas, de algún zorro que fuera un zorro o de alguna liebre que se durmiera en sus laureles. Decidió entonces ser imperfecta. Se puso a cometer errores, a meter la pata a granel, y así consiguió dejar muchas moralejas.


La fresa que quiso ser «underground»

Érase Una Vez una fresa adolescente tan trivial que escuchaba la música de moda, leía las revistas de chismes de los famosos y se iba de shopping los fines de semana con otras fresas de su edad. Todo era color de rosa en su vida hasta que un día se le atravesó un limón que empezó a molestarla, a decirle cosas y a proponerle indecencias. La fresa se asustaba al principio. Luego fingía indiferencia. Pero el limón era ingenioso y siempre lograba sacarle sonrisas. Pasaba que, muy en el fondo,

la fresa sentía una gran admiración —muy cercana a la atracción— por aquel limón irreverente e impulsivo, que además era artista, oía música alternativa, anhelaba andar de mochilero por el mundo, había probado uno que otro alucinógeno, tenía una banda de música ska y manejaba una Harley. Pero aquel sentimiento quedó oficialmente definido como atracción el día que el limón, imitando a Jim Morrison, se metió por la ventana al cuarto de ella, la vio fijamente a las pepitas y le dijo: «Tú vas


a ser mi chica». Comenzaron a salir. El limón, que era bien ácido, se la llevaba a fiestas clandestinas. Nuestra fresita muy pronto dejó el mainstream y empezó a escuchar música underground, a fumar marihuana y a hacerse tatuajes. Después ya sacaba el carro a escondidas de sus papás, les contestaba mal a estos y se enmotelaba con su novio. Durante algún tiempo fue alegre toda esta vida de inconsciencia y libertinaje, pero entonces la fresa comenzó a hastiarse de todo y a preguntarse si no había algo más. Fue así como una noche, durante un rave, nuestra fresa conoció a un extraño kiwi quien, al estilo de aquel iluminado de la matriz, la llevó a un lugar solitario y le ofreció la verdad que tanto anhelaba. Le mostró dos píldoras: una azul y una roja. Le explicó que la azul la haría regresar a su mundo de fantasía frívola, mientras que la roja le abriría los ojos a la realidad. Luego le pidió que escogiera una. La fresa

naturalmente eligió la píldora roja —tal vez porque la sintió más afín a ella por ser del mismo color—, la ingirió y descubrió que todo lo que había vivido hasta ahora había sido un sueño: que ella y las demás frutas, incluido su limón, en realidad vivían apiladas en uno de los compartimentos de la refrigeradora de una casa y que el destino final de todas era ser consumidas por los humanos que allí vivían. Por supuesto que este conocimiento fue perturbador, pero después la fresa se enteró de que había maneras de escapar del refrigerador y librarse de aquel fatídico desenlace. De lo que nunca podría escapar, eso sí, era de su calidad de fruta perecedera. Y todo esto la hizo madurar. Desde aquel instante, nuestra pequeña fruta comenzó a militar en el Frente Unido para la Liberación de las Hortalizas Domésticas, pero sobre todo se aferró a la vida y tomó esta más en serio. Todo lo vio diferente en su en-


torno y, de esa cuenta, comenzó a ver a su limón como un niño insolente, rebelde sin causa, que solo quería llamar la atención y llevarles la contraria a las frutas adultas. Sin más ni más cortó la relación y, gracias a la conciencia adquirida, supo desconfiar de cierto banano que un día llegó a tratar de enamorarla e invitarla a un brunch. La fresa intuyó

malas intenciones y se negó. Menos mal porque el banano, que era un espía de los humanos, quería llevarla directo al plato de un morador de aquella casa: cierto joven influenciado por la publicidad gringa que un día decidió probar los Corn Flakes con fresas en lugar de banano. De la que se salvó nuestra fresa por dejar de ser fresa, ¿verdad?


La hiena que tomaba Prozac

Había Una Vez una hiena que, por culpa de una severa depresión, había perdido la sonrisa que tanto la caracterizaba. Comenzó entonces a tomar antidepresivos y, cuando vino a sentir, en su rostro brillaba una vez más una sonrisa de oreja a oreja. Pero había un pequeño problema: su nueva sonrisa no era más que un gesto superficial. En el fondo nuestra carroñera amiga era un ser abatido por la tristeza y la desolación. Acudió entonces a la literatura de autoayuda y a una que otra religión de la nueva

era en busca de consuelo, pero nada parecía aliviar su dolor. No obstante, cierta mañana en que estaba a punto de deprimirse y no encontraba por ningún lado sus pastillas, la hiena por fin se dio cuenta de que toda su infelicidad radicaba en su terror a ser infeliz. «¿Cómo?», se dijo a sí misma en un momento de insight. «¿Perdí mi sonrisa por miedo a perder mi sonrisa?». La hiena estalló en sonora carcajada y se hizo la promesa de no volver a deprimirse por francas estupideces.


La manzana que estudió semiótica

Érase Una Vez una manzana que encontró interesante eso de ser el símbolo de la tentación, el pecado, la sensualidad y otros conceptos relacionados. Así que empezó a investigar acerca de los simbolismos y las connotaciones y convirtió en su pasión el desentrañar los misterios de la comunicación, la semiótica y la lingüística. Muy pronto aquella afición se extendió a cálculo proposicional, lógica, sistemas de numeración binaria, cibernética, pro-

gramas, autómatas, etcétera. Cuando vino a sentir, ya estaba inscrita en la Universidad de los Vegetales y de la noche a la mañana se estaba graduando con honores de doctora en Semiótica. Ya con su título y sus conocimientos, la manzana empezó a comprender por qué simbolizaba seducción y lascivia para los seres humanos y cómo todo había comenzado con Adán y Eva, la fruta prohibida y demás. Pero lo irónico del asunto es que, pese a que


nuestra fruta ya comprendía su naturaleza y este conocimiento la hacía muy poderosa, ella misma no pudo evitar la tentación de ser mordida —quiero decir literalmente mordida, no sobornada, si bien la confusión es lógica y aceptable— por un brillante hombre de negocios que sin más ni más se la ganó para siempre. Y no podía ser de otro modo. El hombre de negocios era nada más y

nada menos que Steve Jobs, cofundador de Apple Macintosh, marca de la cual nuestra manzana mordida se convirtió en logotipo y, después, en el icono de una de las revoluciones más importantes de la era de la informática con los lemas aquellos del «power to be your best» y el «think different», tan tentadores como la manzana misma para el consumidor objetivo.


La página web poco interactiva

Había Una Vez una página web tan, pero tan tímida que se asustaba solo de pensar en salir al encuentro del navegante de Internet e interactuar con él. Se horrorizaba cada vez que alguien tecleaba su URL y oprimía enter. La pobre página web comenzaba

a sudar y a comerse las uñas. Siempre buscaba pretextos para no verse con el usuario, pero nunca halló otro más eficaz y valedero que el viejo truco de no aparecerse y desplegar, en su lugar, el maldito rótulo ese de «site under construction».


La pera que estaba en boca de todos

A L a Pobre Pera le ardían las orejas, pues un grupo de humanos hablaba pestes de ella. Que esa pera tal por cual. Que qué se cree. Que quién le dijo que era tan apetecida. Que su color tan ordinario aquí. Que su sabor tan desabrido allá. «Por qué me odiarán tanto», se preguntaba la pera, que no paraba de llorar. «Qué les habré hecho yo de malo». Primero pensó que tal vez ella era la amarga, pero averiguó por fuen-

tes fiables que la pera es una fruta dulce y jugosa, muy apetecida por su alto valor nutricional y exquisito sabor. Conjeturó entonces que a lo mejor su sufrimiento era producto del karma, pues una leyenda familiar contaba que la fruta mordida por Adán y Eva no había sido una manzana, sino una pera, que además resultaba ser su tataratataratatarabuela. Pensaba, pues, que tal vez por eso la odiaban tanto: porque gracias a


su pariente la humanidad había sido desterrada a este valle de lágrimas. Pero no. Descubrió que los seres humanos no veían como fruta prohibida a la pera, sino a la manzana, que era tan apreciada y consumida a pesar de ello. Finalmente se le ocurrió que a lo mejor el problema no era ella, sino aquellos hombres y mujeres que tanto hablaban de ella. Se puso a hacer averiguaciones y, para su sorpresa, descubrió que esta era la hipótesis correcta. Resulta que

todos aquellos habladores estaban tan obsesionados con lucir una figura esbelta que se habían sometido a dietas tan irracionales como rigurosas. Por tal razón tenían hambre y, como no podían degustar la pera, la habían agarrado contra ella. «Retahíla de anoréxicos», dijo entonces la pera. «Como no pueden morderme ni saborearme, pues usan la boca para pelarme. Con qué razón dicen que quien habla de la pera comérsela quiere».




Disertaciones tangenciales

(1) En Guatemala, variación coloquial de zocado: borracho, ebrio —teniendo en cuenta que la zeta se pronuncia igual que la ese en América—. (2) Soneto escrito por diciembre de 1999. (3) Lamento informar que el texto referido por este título se hallaba almacenado en una memoria portátil que resultó infectada por un virus, de manera que el archivo se dañó irremediablemente y, por lo tanto, ya no pudo ser incluido en esta obra. Mis más sinceras disculpas. (4) Inspirado en el cuento El sur, de Edy Behar. (5) Referencia a la película de ciencia ficción Blade Runner, de Ridley Scott, basada en la novela Do Androids Dream of Electric Sheep? (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), de Philip K. Dick. Aunque con sus obvias diferencias, tanto la novela como la película ofrecen una reflexión sobre la posible humanidad de los androides autoconscientes y sensibles. (6) Alusión al expresidente de facto Efraín Ríos Montt, también pastor evangélico. (7) Referencia a la película Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola. (8) Tragedia acaecida el 22 de febrero de 2007 en dicho barrio, zona 6 de la capital de Guatemala, cuando el suelo colapsó por defectos de la infraestructura sub-


terránea de drenajes, lo que produjo un agujero de cincuenta metros de diámetro por sesenta de profundidad y provocó la destrucción de algunas viviendas y la muerte de varias personas. (9) Alusión a los restaurantes McDonald’s de Guatemala, que en su mayoría cuentan, en la entrada, con una réplica de fibra de vidrio del payaso Ronald McDonald en tamaño natural, sentado en una banca de madera. La historia aquí narrada fue muy popular aproximadamente entre los años 2002 y 2004, cuando los habitantes de Antigua Guatemala la contaban como realmente acaecida en el restaurante de esa ciudad. (10) Esta antología recopila una serie de textos cuyo objetivo era, literalmente, reproducir una imagen —fotográfica— en mil palabras. De ese modo, las palabras que componen esta narración, incluidas las del título, suman exactamente el millar y están inspiradas en una fotografía del artista español Justo Gil. (11) El dinosaurio, de Augusto Monterroso, considerado por muchos como el cuento más corto en la historia de la literatura. El cuento completo dice: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». (12) El término registrado en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española es «palíndromo». Sin embargo, «palindroma» —sustantivo masculino— también es usual y es el nombre con que yo, particularmente, conocí este subgénero literario. Se trata de una palabra o frase que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Algunos ejemplos —no de mi autoría—: Ojo rojo, Reconocer y Dábale arroz a la zorra el abad. (13) No, en algunos contextos informales de Guatemala. (14) Abreviación coloquial de Retalhuléu —usualmente escrito sin tilde—, nombre de un departamento de Guatemala y de la cabecera de este.






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