H
oy a la mañana le escribí algo a Adriano. Estaba triste, no sabía a quién más escribirle, sé que desde ese día de otoño terminamos de distanciarnos, pero en este momento, estoy sola…no tengo nadie más. Adriano es ese chico que siempre sonríe cuando las cosas van para mal, te da la mano cuando él se quebró para levantarse del piso, te da su mitad de la manzana cuando la tuya estaba podrida, él es ese hombre que siempre está ahí para darte una mano. Aún tengo pequeños pinchazos en la memoria de ese 15 de julio, las hojas marrones golpeaban en suelo haciendo que el polvo corriese libre, estábamos sentados en una banca enfrente del parque central, con nuestros abrigos tan acolchonados, el invierno que amenazaba de aparecer por la esquina nos golpeaba con su fuerte envidia nuestras mejillas. Su dulce mirada siempre me hacía sentir algo muy especial, pero hoy él estaba de una forma en la que despreciaba verlo, estaba apagado, triste, su castaño cabello había perdido su amenazante negro para convertirse en un gris sin ánimo de vida, con los codos apoyados en las rodillas y el alma colgándole de los hombros, miraba el suelo pensativo, no sabía que decirle, sólo podía acariciar su hombro y decirle que todo iba a estar bien, pero qué se le puede decir
Torres (inu-makku) H. Sanzeros Diciembre. 2013
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