Delgaditas # 1 - Viajes

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Delgaditas #1 Viajes


Edición Hoja Rota Ediciones Diseño y diagramación: Natalia Valencia Primera Edición Santiago de Cali, agosto de 2020


Contenido Editorial Lunas de papel Alejandra Lerma Daniela Obando Polaris Erika Mantilla Charlye Ortega María Isabel Valderrama Cristian Mazorra Valeria Ríos Leidy Silva Joe Pérez Armando Henao Tatiana Del toro Néstor Flórez Andrés Arango Velasco Stephany Hernández J. Manuel Díaz - Pueblo rosa Libardo Restrepo Keisy Vargas Meriel Rodríguez Juseph Ramírez Rogers Otero Paula Salazar Natalia Valencia Lynda G. Acosta Nathalia Cárdenas Deisy Marcela Vargas Stefanny Bejarano 5

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Editorial Lectores(as): Tienen en sus manos la primera edición de nuestra colección “Delgaditas”, una publicación colaborativa que reúne la obra de escritores(as), ilustradores(as), fotógrafos(as) e interesados en las distintas expresiones gráficas. Los viajes, entendidos como experiencias físicas y psíquicas, traslaciones metafóricas y literales, son el centro de este encuentro colectivo. Al leernos, nuestra nostalgia jura mantenerse distante. Hoy, la forma transforma el recorrido.

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Lunas de papel

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Alejandra Lerma Sol que vuelve Ha regresado mi cuerpo cualquiera puede verme

Los siguientes poemas pertenecen al libro “Oscuridad en luz alta”, publicado en 2015, y hacen parte del capítulo “poemas de sol muerto”, proyecto ganador de la Beca de Estímulos de la Secretaría de Cultura de Cali.

Mi existencia es verificable al tacto y a la luz Estoy completa de pie Hablo
 contesto 
 con regularidad y aplomo las preguntas que me lanzan las sombras las personas Pero no puedo ser yo
 no puedo estar 
no hay forma del retorno Esto que ven
 no es más que carne amontonada por la ausencia 10


No volveré me quedaré escuchando el viento y el camino. Sol en despedida Alguien parte en medio del verano en esta esquina del sol
su cuerpo cae
 como un fruto que cede ante la tierra Es tan nítido el cielo
 todos los remolinos aparecen adentro
 la más pequeña gota tiende a evaporarse no hay forma de llover
 ni de estar triste La luz quema la nuca
 y la palabra nunca toma forma de rayo incandescente El viento se ha quedado quieto entre las ramas secas
 como la garganta
 donde no crece el adiós ni el hasta luego

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Y en el reverso de su boca la aridez del tiempo.

Alguien parte en medio del verano se lleva en los bolsillos
 el polvo de estas calles


Sol de las 3 y 50 Son las 3 y 50
y estás conmigo te espero en el jardín
 con la bicicleta embarrada el cabello suelto húmedo caliente
por el sol Son las 3 y 50
 la mandarina aún no cae del árbol Las 3 y 50 el patio está pintando de amarillo Las 3 y 50 y es de noche cuando el halcón cruza el aire arriba nuestro Los cañales se abren
 para dejar que pase nuestra infancia Las 3 y 50 en el reloj de péndulo
 al lado de la foto en que morimos con las sombras que lamen las paredes y los pies cansados de crecer

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Las 3 y 50
 el segundero avanza como avanza la memoria el olvido
de esta tarde sin retorno en la que no existimos.

Daniela Obando

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Daniela Obando

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Polaris

Corazón “Tu corazón es como un gran río crecido tras un largo periodo de lluvias. Los postes indicadores del camino están, todos sin excepción, sumergidos en la corriente, o tal vez han sido arrastrados a otro lugar oscuro. Y la lluvia sigue cayendo torrencialmente sobre el río. Y cada vez que veas en las noticias las imágenes de unas inundaciones, pensarás: <<Sí, justo. Ese es mi corazón>>”. -Kafka en la orilla, Haruki Murakami

El corazón de Kafka es un paisaje arrasado por las fuertes lluvias. Yo misma he visto esas imágenes en los noticieros nacionales y a través de la ventana del automóvil durante los paseos familiares. Recuerdo, especialmente, hace algunos años, cuando una fuerte temporada de lluvias arrasó la región, y todo lo que podías ver eran grandes estanques donde alguna vez hubo cultivos, casas diminutas, caballos errantes y caminos de tierra improvisados. En ese entonces no pensaba en mi propio corazón. Ese día en específico intercambiaba mensajes en Facebook sobre el concepto difuso del amor y sobre cómo esas carreteras que se levantaban sobre la inundación nos alejaban cada vez más aunque la señalética indicara 16


que solo estábamos a un par de bifurcaciones de distancia. Nos escribíamos con furia, con anhelo y con la certeza de que no nos pertenecíamos el uno al otro. Nos olvidamos del desastre en las pantallas de los televisores y al otro lado de la ventana. Si el corazón de Kafka es un paisaje devastado por las lluvias en el que a los postes y cableado eléctrico se los lleva la corriente, el mío es un mar que oscila entre la violencia y la calma, mientras corta el viento con cada ola en busca de alguna orilla cuyo paradero desconoce. Pude experimentarlo más allá de lo metafórico. Un par de años después del paisaje desolado, me encontré en una lancha inestable en el océano Pacífico que rebotaba violentamente con cada ola, dándome la sensación de que se volcaría en cualquier momento. Mientras el agua salada me escurría por el rostro, abrazaba mi maleta empacada en una bolsa plástica, pensaba en mi propia muerte, en lo que pasaría cuando no regresara más del mar y en todo lo que no había dicho, incluso a Dios. La lancha se quedaba suspendida en el aire unos segundos y luego caía pesadamente sobre el mar. No recuerdo a quienes estaban a mi lado, pero yo seguí dando vueltas sobre mis pensamientos angustiosos 17


alrededor de la posibilidad de no poder respirar más, de ahogarme en mi propia existencia. Luego, no hubo más que silencio y cuando abrí los ojos, todo estaba en calma. El mar inmóvil era el flashback de una mirada imperturbable y una sonrisa apenas perceptible solo estando muy, muy cerca de la comisura de sus labios. Somos también como el mar y el viento que intentan encontrarse infinitamente, pensé. Y permanecí ahí por un par de horas, dejando que la lancha que se balanceaba suavemente sobre el azul profundo, me llevara hacia una orilla a la que yo nunca tendría cómo llegar. Kafka y yo, entonces, tenemos corazones que existen y palpitan en torno al agua. Esperando la calma tras la inundación y las corrientes salvajes.

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Polaris

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Erika Mantilla Instrucciones para acariciar a un bisonte

Para Darío.

Antes de conocer a Diego había tenido sueños extraños. Despertaba con una sensación dolorosa en todo el cuerpo, como si estuviera forzada a permanecer estática mientras los músculos recibían la orden de salir corriendo. Era un dolor que no podía localizar exactamente. El más reciente había tenido lugar unos días antes de que muriera su perro. No, no era su perro. Vivieron juntos y habían hecho las cosas que hacen los dueños y los perros, pero en realidad era el perro de su hermano. Regularmente buscaba en internet el significado. Mientras deslizaba los dedos por la pantalla del celular repetía los segundos del sueño que podía recordar como escenas de una película: una caja sobre una cama contiene varios gatos pequeños, ella siente la urgencia de amamantarlos... pero eran tantos. Luego, recordaba perder el control: los gatos inquietos escapan por una ventana. De seis, solo recuperó tres. “Soñarse amamantando es señal de cosas positivas (...) Soñarse amamantando un bebé (...) Soñarse amamantando a un adulto (...) Soñarse amamantando si está en emba20


razo”. Nada de gatos, pensó. Recordó sus senos en el sueño, llenos de leche, redondos. Pensó en sus pechos reales, vacíos y flácidos. Toda la vida con la urgencia de entender lo que ocurre, de querer poseerlo todo, comprenderlo todo. Ser la dueña de verdades absolutas. Si no hubiera creído en las cosas que leía en internet, si hubiera aprendido a hablar el lenguaje de su propio corazón, si hubiera ignorado el ruido del mundo, si no se hubiera ocupado de las cosas de los días, habría sabido qué significaban realmente los gatos perdidos de su sueño. Dos años atrás se había sentado de rodillas junto a su abuelo para verlo morir como hacen los viejos en los libros: en su cama, con los ojos cerrados. Esa experiencia la hizo más resistente a la idea de la muerte y a su propia muerte, a pesar de que nunca le tuvo un temor irracional. En contraparte, la hizo más vulnerable al dolor en general: no soportaba las imágenes de personas muertas en los noticieros, ni en las cadenas le enviaban por Whatsapp, el estómago le tiraba hacia abajo cuando veía habitantes de calle y sintió ganas intensas de llorar el día que vio a un hombre inyectándose en el brazo cuando ella atravesaba el centro de la ciudad en un bus. El ruido del mundo tan fuerte, tan claro, tan cerca, mientras ella vivía con ese deseo inmenso de comprender lo que decía su corazón. Pensaba en esas ocasiones, en los bares de la Calle Quinta, cuando la 21


música le impedía escuchar lo que le decían al oído. Durante el recorrido a la casa de su hermano pensó en la cantidad de veces que tendría que perder a alguien y se preguntó quién la perdería a ella. Una vez, señalando una foto, su abuelo le había dicho “el único que está vivo de todos ellos soy yo”. Al bajarse del carro tuvo esa sensación, la que la despertaba de los sueños extraños, ese dolor que no localiza, las palpitaciones que se parecen a la urgencia de salir corriendo. La muerte del perro no es una pérdida de las abrumadoras, repetía inconscientemente. Los cínicos, la gente como ella, no sufre por cosas como esa. ¿Cómo escribirían sus escritores favoritos este capítulo? El animal está ahí frágil, tendido sobre una toalla en medio del pasillo. La esposa de su hermano ha llorado, pero ella pone en duda su dolor. Piensa que es un dolor ligero porque hace poco vive con el perro, porque lo conoció en sus últimos años. Pero realmente no sabe qué siente esa mujer. No lo puede saber. No hay puntos de encuentro ni vínculos ni canales. Nada las conecta, son dos líneas que atraviesan una página en blanco. Luego llega su hermano. Si tuviera que compararlo con un animal, sería con esos bisontes de los documentales para televisión. Tantas veces ha visto ese plano que lo repite en su cabeza mientras él saluda a las otras personas. No es la imagen silenciosa en la que se ven a la distancia esas vacas lanudas sobre la línea del horizonte. Él es como cuando uno de ellos se acerca 22


la cámara y se escuchan las pisadas sobre la yerba, los resoplidos, y se ven esos ojos oscuros en medio de la pantalla que el animal llena completamente con el resto de su cuerpo. Así. Se sienta en el piso junto al perro que respira agitado y lo acaricia. Afuera hay un sol amable y el cielo tiene ese tono azul que hace sentir mejor a la gente, es un buen día para morir, piensa ella y las lágrimas que caen pesadas por la cara de su hermano la sacan de su cabeza, la ponen de nuevo en la sala donde todo está ocurriendo. ¿Por qué se siente tan sola? ¿Qué es eso que perdió en el camino que no permite que se sienta plena? Diego está lejos, no sabe nada sobre el perro y probablemente le teme demasiado a la muerte como para arrodillarse en una cama y ver a un abuelo morir. Alguien en otra casa escucha ‘Oye, cómo va’ y ella se concentra en el golpe de los timbales. Así de lejos está de Diego. Como amantes, son para el otro como el golpe de la baqueta sobre el metal escuchado a través de la radio. El bisonte se acerca al perro, se tocan ligeramente las frentes. Su hermano tiene los ojos rojos. La última vez que los vio así estaban en aeropuerto despidiéndose. Él resopla. Cuando llora, resopla. Y cuando se acerca al perro parece estar diciéndole con algún metalenguaje que él tiene la fuerza para que los dos sigan viviendo. Pero no hay respuesta. El perro ha perdido. Ella, su mamá y la esposa de su hermano en ese instante son planetas orbitándolos. El perro finalmente murió varias horas 23


después, en medio de todos los esfuerzos de él para vivir por ambos. Ella y su hermano se abrazan. Las lágrimas pesadas de bisonte que antes rodaban por las mejillas cayeron sobre sus hombros. Se sintió pequeña. Extiende sus brazos tanto como puede, lo rodea. Desea que ese apretón tenga la energía necesaria para reconfortar a un animal tan grande, tan poderoso. La magnitud de las tristezas es proporcional al tamaño, su lástima aumenta pero se queda en silencio. De camino a enterrar al perro, ella lo veía llorar a través del retrovisor. Regresó esa imagen de los bisontes sobre la línea del horizonte. La imagen de un animal apartado del grupo, que no es numeroso.

La idea de un animal enorme y ese impulso de correr que hace palpitar los músculos, pero que se parece al dolor cuando no existe la posibilidad de hacerlo.

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Charlye Ortega

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MarĂ­a Isabel Valderrama

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MarĂ­a Isabel Valderrama

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29 Cristian Mazorra


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Cristian Mazorra


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Valeria RĂ­os


Valeria RĂ­os

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Leidy Silva

Memorias de un viaje no resuelto Dejar caminos abiertos es como ir dejando heridas abiertas, de aquí para allá, de allá para acá. Caminos que se consumieron en medio de la incertidumbre. No sé si saben, pero cada vez que viaja intenta recordarlo todo, ya sea en medio de la tierra, el cielo o el mar. Lo hace para intentar cerrar cada cosa mal hecha, cada cosa inconclusa, cada negativo vivido que se le ha quedado en su memoria.

La tierra le removió la sensación de querer correr, el cielo que se reflejaba a través de sus ojos era sinónimo de vida y el mar lo veía desde la ventanita de su alma.

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Leidy Silva

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Charlye Ortega

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Joe Pérez

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Armando Henao Subirse y bajarse del avión o de cómo se teje un grupo de viajeros Cuando se viaja en grupo una de las primeras situaciones a enfrentar es la incertidumbre con respecto a quiénes al final terminarán viajando. Viajar requiere no solo de dinero y apasionamiento, también de disciplina, perseverancia y de que todos los vientos jueguen a nuestro favor. Casualmente, los dos viajeros que se propusieron coordinar el proyecto, no viajaron. Decidieron atender a la estabilidad que ofrece el trabajo. Todo viaje tiene un equilibrio. Unos se bajan para dar paso a que suban nuevos viajeros. Y fue así como nunca pensamos que Alejandra y Natalia nos acompañarían. Finalmente, seis mujeres y dos hombres, alistamos maletas, compramos tiquetes y nos embarcamos en esta aventura. Este relato, trata pues, de una experiencia en montonera, de ocho viajeros que nos embarcamos a Perú, durante 11 días, en el mes de agosto de 2016.

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El ocho como figura organizativa de viaje. La suma de los dones No tengo claro qué significa el número ocho. Pero este viaje tuvo un número par, un número perfecto para los puestos de bus y de avión; para los taxis y demás. Para los encuentros y desencuentros; para la toma de decisiones. Algunas consultas en internet indican que el número ocho habla de organización, perseverancia y control de energía para producir logros. La materialización y el poder de abundancia en el plano material y espiritual. En el Tarot, representa la justicia. El número 8 es la estrategia perfecta para que dones y talentos produzcan eficientemente. En numerología, invita al descubrimiento de los talentos que poseemos para transformar el mundo. Por eso, he decidido llamar a este relato La Travesía de los Ocho por Perú. Amanecer de un sueño.

La aventura rumbo a Cusco y Machu Picchu Lima fría. De madrugada. Hacer la maleta. Pensar en este día largo. Había intentando tantas veces entender a través de blogs de viajeros y de Google cómo sería esta ruta, pero en mi caso, necesito tocar, caminar, sentir para entenderlo. Regularmente, los turistas 39


toman un avión Lima-Cusco y luego el tren CuscoAguascalientes. Es el negocio de una empresa extranjera a la que el estado peruano le entregó en concesión la administración férrea. Desde Colombia tuvimos claro que como viajeros no íbamos a acceder a esta ruta, su costo –alrededor de 200 dólares- nos daba para vivir cómodamente durante unos tres días. Fuimos entonces a una terminal de buses y compramos un tiquete para viajar en Cruz del Sur. Buses súper cómodos para viajes largos y cortos. Nuestra primera parada: Ica. Alrededor de unas cinco horas de trayecto.

El día de los cerdos salvajes y más historias fantásticas Una plaza de buses nos anuncia nuestro destino. Tomo un café. Mientras descubro con asombro que Alejandra y Stephania han olvidado en el hotel su maleta compartida. Amo las plazas de mercado. Su bullicio y su gente profunda. Mi madre a fuerza de rutina me enseñó a disfrutar el olor de la carne, la diversidad de olores de los campesinos que ofrecen sus frutas y verduras en los mercados. Este era un mercado de aromáticas, de café, de venta de pasajes. Un grito ensordecedor nos indicaba nuestro destino: Santa Teresa. Al llegar a este lugar un hombre grande y robusto nos ofrece pasar al restaurante de su madre. Almuerzo pollo guisado. Nos 40


vamos en dos camperos para la Hidroeléctrica. Yo había visto muchas fotos de gente caminando por la vía del tren hacia Machu Picchu. Era la foto que más me soñaba. Por una extraña razón amo caminar por rutas por las que ha pasado alguna vez o pasa todavía un tren. Tal vez me recuerda a mis caminatas por “la carrilera” cuando era niño e íbamos de vacaciones a la Virginia, Risaralda. Mis padres contaban de los años maravillosos del tren y yo no podía creer que se hubiera acabado. Y que la gente poco a poco había ido desmotando los carriles para venderlos como chatarra costosa. Hemos empezado la caminata, estoy feliz. Pero algo no anda bien. La tarde está rayando con la noche. Algo no anda bien. Lo que debería ser una caminata de contemplación y alegría algunos compañeros de viaje, los estudiantes, le han puesto un ritmo de persecución. Van casi corriendo. No entiendo. Quiero disfrutar el paisaje, su río que va al lado derecho como un fiel compañero. Perderme en ese bosque. El tren ya no va a pasar hasta mañana. Así que la vía férrea es toda nuestra. ¿Qué pasa? Una estudiante me dice que tienen miedo. Que escucharon “cerdos salvajes” en el camino. Que por favor no las haga esperar, que quieren llegar rápido. Ante mi desconcierto intento ser comprensivo. Tengo un gran descubrimiento. Nunca había viajado por un territorio como estos y de noche con los estudiantes. Los estudiantes le temen a la noche, a los lugares desconocidos, a los lugares custodia41


dos por montañas y ríos. También a la comida extraña. Vaya, me digo. Cuando regrese a Cali tendré que hacer una ruta nocturna por Pance o algún bosque. No había contemplado esta situación. Les pido que vayan más despacio, que no va a pasar nada. Que permanezcamos juntos. Que ir tan rápido puede ocasionar un accidente que nos ponga a todos en la necesidad de detener el viaje. Estoy bastante molesto. Se me activa la burla-irónica. No lo puedo creer, lo que iba a ser una caminata agradable se convirtió en una caminata en la que somos perseguidos por “cerdos salvajes”. Animales que nunca aparecieron. Solo en la imaginación y el miedo. Hubo un momento de tensión fuerte. Hice que todos pararan. Que se rotaran las linternas. Hablé fuerte. Fui impositivo. Inventé momentos de descanso para bajar el ritmo. Al final llegamos. Machu Picchu pueblo o Aguascalientes queda sobre una montaña dividida por el río Vilcanota. La sensación que tuve fue muy fuerte. Sentía que estaba totalmente inmerso en una montaña, en un gran cañón, que a su vez estaba contenido en otras montañas y yo era tan pequeñito e indefenso en ese momento. Había sido engullido. Esa sensación me hizo experimentar un profundo asombro y un profundo temor. ¿Dónde carajos nos vinimos a adentrar? Estoy tan lejos de Cali y con siete estudiantes. El temor a los cerdos salvajes y la noche se debe parecer a ese instante de temor que experimenté. Allí me calmé. Entendí que para los estudiantes era 42


su primer viaje tan largo. También mi primer viaje con estudiantes por fuera de territorios colombianos y de lugares que yo reconocía, que había caminado antes. Que todo era nuevo para ellos. También para mí. Y que si yo me sentía así de chiquitico y asustado, ¿cuál sería la sensación de mis siete compañeros más de viaje, los estudiantes? Conversamos sobre lo sucedido. Algunas lágrimas se quedaron enredadas en la noche. Nada que no resuelva una deliciosa comida y una camita para dormir y aliviar las penas del cuerpo y el alma. El día siguiente sería mucho más intenso. Existen junto a esta bitácora, siete bitácoras más, que narran cada una en su particularidad lo que significó esta experiencia de viaje. Hicimos encuentros de lectura, nos presionamos para escribir. Compartimos fotos, reímos, recordamos juntos. Cada bitácora, empezó a soñar con el siguiente destino.Gracias por todas las enseñanzas cosechadas y las que están por florecer. Viajar en montonera como una manera de activar las inteligencias colectivas. Una estrategia para estar juntos. Una forma para lidiar con las incertidumbres contemporáneas.

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Tatiana Del toro

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Néstor Flórez Cácota: siguiendo las huellas del carbón.

A Sophie

16 de enero Seis de la mañana, el frío traspasa la licra. Hace poco he convertido en rutinaria la madrugada para salir en bici por las trochas de Norte de Santander, ya lo venía haciendo los domingos para salir a correr o en vacaciones para visitar el Páramo de Santurbán. Hoy, la etapa tendrá cerca de ochenta kilómetros de recorrido. Una etapa así solo es la tercera parte de una etapa profesional. La transición del atletismo al ciclismo fue corta y un poco accidentada. Los primeros pinchazos empezaron apenas me subí a la bici: regresando de Chitagá a Bábega, la coraza trasera explotó bajando al puente de La Punta, el que atraviesa el rio Cáraba. Las piedras filosas están en gran parte del camino. El paisaje es lo más brutal que he visto en mi vida. A medida que se llega a la meta, Bábega va apareciendo anclada entre dos montañas, rodeada de cultivos de durazno y de higo. Las veredas de Miracielo, La Rosa y Hojancha le rodean. El Río Cáraba lleva impasible las aguas que recoge en Berlín y en las veredas más distantes de Silos. 45


El clima en Pamplona amanece nubado. Me levanto muy temprano, mi mamá ya está despierta, mis hermanos aún duermen. Como algo suave para superar, sin dificultad, La Lejía, el primer puerto de montaña en el camino. Son seiscientos metros de desnivel y algo más de seis kilómetros hasta el falso llano de La Lejía. El calentamiento lo hago por las calles vacías de Pamplona. Algunas personas esperan frente a las puertas del mercado viejo, el señor de los tintos aprovecha para ir desocupando de a poco los termos. El frío de enero me quema la garganta, mi vieja bufanda me protege del aire frío, del polvo y del humo de los carros. Cuando estaba en el colegio, la máxima hazaña había sido llegar a la Escuela Cariongo, una pequeña escuela ubicada en la parte rural de Pamplona, cerca de la naciente del Río Pamplonita. Subir la cuesta en bici siempre será algo extraño para mí, las piernas y mi cuerpo luchan mientras la mente se abstrae observando de vez en cuando el paisaje, modificado al ritmo de cada pedalada. Miro fijamente la línea blanca sobre el asfalto mientras las gotas de sudor van cayendo. Contemplo el crecimiento urbanístico de Pamplona: lo que otrora eran potreros para elevar cometa ahora son edificaciones de tres y cinco pisos. El sol aún duerme entre las montañas de Cerro Oriente. El cementerio es una de las señales de avance, primer kilómetro. Algunos ciclistas me rebasan, muchos de ellos veteranos. Espero vivir el día que un 46


joven de estas montañas profundas y coloridas, llegue a correr las grandes vueltas del ciclismo mundial. Sophie me preguntó cuál puerto es más duro entre Patios (Bogotá) y La Lejía; yo le respondí que Patios. Llegando al “basurero” la manada de perros que suele acompañar me ponen un poco nervioso. Ya en Bábega me mordió un perro que me dañó el viaje a Silos, llegando a Cácota, en diciembre: un perro negro que me rasguñó el zapato y el otro día me salió uno llegando a La Laguna, entre Mutiscua y Silos. Acelero el paso para dejar los perros atrás. Después del basurero el viento golpea fuerte, el sudor se me pega al cuerpo por el frío. La rampa fuerte del último kilómetro arremete contra la moral y las piernas, el hundimiento en esa parte hace que el ritmo sea lento. Me subo en pedales y dejo todo el combustible para superar la parte más dura de La Lejía. Reflexiono y creo que es mejor La Lejía que Patios. Finalmente, la recta de La Lejía es un alivio para las piernas, mantengo una cadencia suave. Una montaña de carbón al lado izquierdo de la vía es una anticipación de lo que viene en el camino. La recta de La Lejía se dificulta por el viento de costado, la llovizna o por la niebla. Rayos friolentos de luz luchan contra las nubes del Páramo del Almorzadero que muy al fondo coronan el cañón del río Chitagá.

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El descenso

al aparte de Cácota lo hago con precaución, mi aplicación marca 51 k/h como máxima velocidad. Intentaría abrir mis brazos, pero fue algo que nunca aprendí de niño. Tomo grandes bocanadas de aire mientras disfruto del viento golpear mi rostro. La alegría termina rápido y el aparte a Cácota llega pronto, son cinco kilómetros que suben al pueblo.

Esta vez no me sale el perro negro; echado en su cama, me mira pasar sobre mi bicicleta roja, con desinterés. Hace menos de doscientos años los integrantes de la Comisión Corográfica registraron los paisajes de Cácota como un pueblo antiguo de chitareros, donde se cultivaba maíz, cebada, papas y legumbres de tierra fría; paisaje que ha mutado a extensiones de durazno y otros frutales como la ciruela. Manuel Ancizar, integrante de la Comisión Corográfica, registra su experiencia en La Laguna de Cácota como si hubiera ocurrido hoy: “el silencio profundo, la soledad completa convidan a detener el paso y contemplar aquel panorama extenso, a veces refulgente de luz, a veces cubierto de nieblas o batido por recios vientos que arrojan contra el suelo la lluvia glacial repentinamente condensada en el páramo”. 48


La Laguna de Cácota está muy cerca del pueblo. Subir en bicicleta es muy duro, son aproximadamente cuatro kilómetros con rampas muy fuertes, algunos tramos con placa huella permite subirse sobre los pedales. El pueblo siempre está presente como referencia en todo el recorrido. El frío es la señal del cambio ligero de altura en tan poca distancia. Los pinos que rodean la parte superior de la laguna son signo de lo que no se debe cultivar cerca las fuentes de agua, son la condena a una pronta desaparición. Una esquina de la laguna ha sido tragada por el pasto y la vegetación acuática. El círculo de piedra guarda la memoria de los chitareros que encerraron sus animales de pastoreo, desde allí se puede contemplar la “quieta Laguna del Cacique Cácota”. Desayuno en una panadería que queda en la cabecera del parque. Compro unos mojicones enormes y los acompaño con café. Mis manos se emparamaron después de pasar La Lejía. Le tomo una fotografía a Margarita, así he llamado a mi bici. Mientras termino mi café, compro unas almojábanas para llevar a mi casa. El color rojizo de los tiestos enormes del parque resplandece con el imponente sol de enero, las aves invasoras cantan al unísono sobre los árboles. En la esquina del parque le pregunto a un señor por la vía que sale a La Caldera, me indica que es por el cementerio y luego debo cruzar a la derecha. He tomado la calle equivocada. Antes de despedirme del pueblo compro 49


unas ciruelas. El peso conmigo se incrementa un kilogramo más, este puede ser el inicio de un infernal ascenso. Nueve de la mañana. Los primeros kilómetros son suaves, hay unos estanques de trucha que me hacen pensar en Mutiscua. Una volqueta me pasa en una de las primeras curvas duras. Aprendí a montar bici en carretera destapada, frenar fue un aprendizaje a fuerza de no estrellarme contra la volqueta de mi tío Luis. Cácota se va perdiendo en el fondo mientras avanzo a buen paso, llego a pensar que la meta estará a la vuelta de una hora. Pedaleo con cadencia baja, el día es bastante soleado, pero por fortuna hay muchos árboles por el camino. Al principio hay muchas casas y una bonita cabaña antes de encontrar la Escuela La Upa. Reconozco una de las carreteras que lleva a La Copa, cerca a Bábega. Varias quebradas adornan el paisaje, desocupo la caramañola, me queda una botella de bebida isotónica revuelta con agua que compré en Cácota. Me adelanta un motociclista, minutos después me lo vuelvo a encontrar en la segunda escuela: “Centro Educativo Curpagá”. No se escuchan niños en la escuela, supongo que aún les queda un semana de vacaciones. Recuerdo el único día que fui a la escuela en bicicleta. Me levanté sin hacer la roña, como solía decir mi mamá. La cuesta hasta la escuela era un poco dura, el premio llegó por la tarde al regresar a mi casa, 50


bajé a toda mecha. Después de eso, mi mamá no me permitió llevar más la bicicleta a la escuela, por loco. Siempre me gustó la velocidad, Sophie me dijo que ella prefería subir. ¡Curpagá! ¿Qué puede significar la palabra Curpagá? En lengua chitarera puede ser camino de los caciques o tierra escondida o tierra junto al cielo. Estoy especulando porque nunca aprendí la lengua de mis antepasados, nobles chitareros que no ofrecieron resistencia ante los invasores. Cácota significa tierra de los tiestos, entonces podría adivinar el significado de Curpagá: tierra de la transformación, esa palabra ya la había escuchado, tal vez de alguna vida pasada o de una futura. El paisaje cambia abruptamente, ante mis ojos aparece el primer círculo del infierno. La cuesta es larga y no creo que sea suficiente una hora de pedaleo. Los árboles desaparecen del camino, algunas pajas pueblan el costado de la carretera, esto hace que el calor se intensifique. Siento llamaradas de aire caliente, como estar junto a un fogón de leña. Una segunda volqueta me adelanta, tengo que parar un momento para esperar que pase la estela de polvo que deja. Llego a una bifurcación. Me siento perdido, pienso en regresar a Cácota. Creo estar en el Limbo, en medio de poetas malditos y de almas paganas. Virgilio no me acompaña en mi retorno al paraíso. Margarita me condena. Tomo el camino a la izquierda, por ins51


tinto siempre tomo la izquierda. No hay señal en mi celular, el GPS no registra ninguna carretera. Pronto llego a una mina de carbón, se escuchan unos motores y veo movimiento cerca de la bocamina. Debo regresar a tomar el otro camino. La pendiente es dura, no me puedo levantar en pedales porque las ruedas se patinan. Las curvas trazan un camino interminable por las montañas de Cácota, retan a la gravedad, al tiempo y a la realidad. Nadie se queja, yo me quejo. Siento el peso de mi pasado acorralándome contra los círculos del infierno. El sol me echa en cara la fragilidad de la vida, la perpetuidad del universo. Las gotas de sudor arrecian como un aguacero de mayo contra el marco de Margarita. Los potreros amarillentos me acompañan en el camino. Algunas vacas descansan bajo algún chamizo para pasar el calor. Los chulos nadan sobre una sopa interminable de cadáveres, cadáveres que aún se mueven como yo. Paso cerca de una pequeña quebrada, no confiaría al tomar agua de allí. Cambio de piñón, el primero marcará el resto de ruta. Llego a unas casas junto a una mina que vomita toneladas de carbón a la carretera, sus paredes negras me recuerdan la vieja cocina de leña de mi nona. Los niños caminan descalzos a pesar del polvillo negro que hay por todo lado. Unas viejas llantas sostienen el carbón extraído de las entrañas de la tierra. Túneles artesanales conducen al cuarto cír52


culo del infierno. Almas del pasado, en silencio y oscuridad esperan ver la luz del sol en algún momento. Las huellas de carbón se hacen visibles, las sigo en mi viaje al desconocido puerto de montaña. Luego de unos minutos pienso que debí comprar más agua o al menos un refresco de reserva. Llevo una hora desde que salí de Cácota y no estoy seguro de cuántos kilómetros faltan para llegar al páramo. Un muro en la carretera intenta contener la montaña que amenaza con venirse encima. Más adelante se ven los estragos de la deforestación y la minería. Un tramo del camino yace metros abajo, cerca de una pequeña quebrada, un improvisado paso le da continuidad. Hace unos años la carretera fue un paso alterno para camiones de gran tonelaje ante el cierre de la vía Pamplona-Cúcuta, esto la dejó muy maltratada. Hay marcas en la montaña como las estrías de mi madre. De la montaña nace el agua, el carbón y todos los árboles que han sido cortados para sostener las minas. Escucho nuevamente el sonido de una volqueta, a su paso deja algunos pedazos de carbón. Estoy seguro que seguir esas migas me conducirán a mi destino. Curvas en forma de herradura siguen apareciendo. Es una suerte encontrarse una herradura en el camino. Pasos de herradura que siguieron los viejos arrieros de El Molino, de Silos y de Cácota, llevando maíz, trigo y papa a la vieja Pamplona, capital del estado soberano de Santander. 53


El carbón alimenta este clima infernal. Atraganta las entrañas de las termoeléctricas que iluminan el desarrollo humano. Las volquetas van y vienen y nunca terminan de desangrar la montaña. La piedra negra brilla en medio de la desolación, oscura como la ambición de los condenados en el infierno del consumismo. Séptimo círculo. Llevo 40 kilómetros y empiezo a sentir cansancio en las piernas. Luego de pasar unas curvas veo a una niña frente a su casa. Mis piernas van al tope del primer piñón y el plato más suave. Metida en una olla tiznada y ajada con la que se hace el sancocho, la niña se echa agua con una taza. Una manguera llena de agua helada la olla hasta desbordarse. Su cabello rubio contrasta con el color de su piel que se asemeja al de las gallinas pirocas. En su desnudez virginal la niña ni se molesta en cubrir su cuerpo. Sigo pedaleando con desaliento. La humilde casa está hecha de pared pisada y con techo de zinc. No hay nadie en casa, eso creo. Los perros no salen a armar escándalo. No hay gallinas que se atraviesen en el camino. Veo a la niña por última vez, otra tazada de agua fría como el infierno mismo logra que tirite por un momento. He sido un fantasma con rumbo desconocido. Me siento en el juego de relatividad creado por Escher: subo dolorosamente mientras desciendo al infierno. Las curvas se multiplican y la meta se hace distante. Vuelvo al inicio de la carrera mientras me veo a mí mismo 54


perdiendo el equilibrio frente al futuro. La imagen de la niña violenta mi mente una vez más. Hubiera querido parar por un poco de agua de la fuente de Venus, pero sigo sin parar un solo momento. Me pregunto si estoy en un sueño, el dolor en mis piernas me dice lo contrario. Los árboles han desaparecido casi por completo. Llego a la escuela de Chinávega, la tercera en el camino. ¿De camino al infierno hay escuelas? No creo, estoy más cerca del paraíso que del infierno, ese tránsito ha de costar mucho dolor. Leo “SER Curpagá, Sede Chinávega” en una pared blanca acompañada de un escudo de Colombia y de una imagen de la Virgen de los Dolores. El pasto se acomoda entre las grietas de la cancha. Intento entrar, pero un candado enorme lo impide, una reja rodea la modesta escuela. El cansancio me lleva por la cuenta así que no hago esfuerzos de mandarme por ningún lado. No puedo hacer un descanso junto a la escuela, no hay ningún árbol cerca. Dejo la escuela atrás con mucho dolor. Hay un letrero grande que dice “Bienvenidos a la Laguna del Cacique Cácota”. Hubiera sido un error haber ido primero a la Laguna de Cácota, como lo había planeado. Mis pensamientos no coordinan con mi cuerpo, se atraviesan como gallinas aulagadas, escarban en mi pasado buscando las lombrices que descomponen los recuerdos. ¿Por qué someterme a tanto sufrimiento? Cerca de las Lagunas del Cornal hay un camino cons55


truido por los chitareros. Usado desde tiempos milenarios por caciques, españoles y viejos arrieros. Hoy en día solo es camino de turistas ocasionales. Cubierto por musgo y frailejones, el camino de los chitareros ha sido borrado por la naturaleza. La carretera se hace un poco suave o mis piernas toman un segundo respiro. ¿Será que en un síntoma de inconsciencia he cruzado al otro lado? De este lado, el infierno es la lenta condena de volver a cometer los mismos errores. Hay algo ocurriendo en mi organismo que no logro explicar, mi corazón vacío quiere amar. La imagen de Sophie me alcanza en la penúltima curva. Corre un poco de viento, algunas nubes cubren el cerro. El pueblo desaparece como una pequeña ilusión en medio de montañas afligidas. La meta está cerca, eso pienso. Los frailejones aparecen como un público silente que nadie ha convidado a esta travesía, despiertos por cientos de años han esperado los pasos del cacique, han esperado mis últimos pedalazos antes del final. A mi derecha aparecen varios socavones que desangran el páramo, el rastro negro que deja el desarrollo es evidente. Hay una casa abandonada, sin techo ni puertas. Siento una ráfaga de frío mientras veo la recta larga que parte la montaña en dos. Una laja enorme se destapa en toda la cumbre de la montaña. Las pedaladas antes de la meta son emocionantes. Intento pararme en pedales, pero la maleta no me deja. 56


Estoy usando las últimas reservas de energía. Aparece el pendón con el premio de montaña fuera de categoría, es una manguera que atraviesa la carretera. Estoy a 3365 m.s.n.m., desde Cácota han sido 16 kilómetros con gran desnivel. Tengo que parar un momento a contemplar el cielo. No hay nadie, ni el sonido de las aves irrumpe mi plegaria a la montaña. Se me escapa una lágrima, se mezcla con el sudor de mi rostro. Las cicatrices del carbón me han traído hasta la cima. Los frailejones me contemplan desde lejos, aplauden mi hazaña solitaria y silenciosa. El morral me pesa el doble, el oxígeno me falta el triple. Prefiero el infierno de estar frente a la hoja en blanco que el infierno de la guerra, prefiero el infierno del kilómetro 16 en la Media Maratón de Bogotá al infierno de ver desplazados en la ciudad, la tortura de pedalear con dolor que la tortura de las masacres y los falsos positivos, la explosión de la coraza que el sonido de las balas junto a la biblioteca de Bábega, prefiero ver heridas en mi piel a ver las cicatrices de la montaña. Mi infierno había llegado a su fin luego de 48 kilómetros. Al otro lado de la montaña estaba el paraíso: Santurbán. Bajo la nube izquierda, mi casa. Y más allá, en Cartagena, Sophie esperándome. El infierno es algo parecido a la impresión que dejan las casas cubiertas por el polvillo de carbón. El paraíso son los páramos, las selvas y los manglares, todo espacio para el sustento de la vida. 57


Después de una larga seguidilla de curvas conecto con la carretera Pamplona-Bucaramanga. Por mi mente pasa la idea de cambiar de marcha hacia Mutiscua.

La subida

a El Alto Grande de Pamplona no fue tan dura. Un manto de colores me acompaña, mi casa se va fundiendo en ese interminable barniz de hortalizas. Un trabajador de la carretera me grita: “¡ánimo campeón!”. Siento un último aliento antes de coronar Los Toldos, ya muy cerca del último puerto de montaña. Una pequeña llovizna me recibió en el descenso a Pamplona, mis manos se engarrotaron con el frío. Más adelante logré ver la ciudad en medio de algunas nubes. Había dado una vuelta de cinco horas para llegar al punto de partida, sin embargo, la meta había quedado atrás.

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Charlye Ortega

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Andrés Arango Velasco Escenas de una ciudad oculta A Michael Gómez

Escena I Discoteca. Pista de baile. Interior. Noche Él atraviesa la pista por entre un río de carne esquiva los movimientos eléctricos de la masa y al compás de las luces intermitentes sus pasos son objeto de una secuencia en stop motion Sus ojos chocan con otros se derrite la música, se escurre por las paredes las miradas alzan un puente el silencio es una conciencia que pende de dos extremos Desde ambas orillas se percibe el resplandor de la otra una sonrisa brilla con la fuerza de un faro y los pies zarpan sobre olas de neón. Escena II Discoteca. Entrada. Exterior. Noche Plano panorámico de una calle en tránsito:

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Los faroles esperan su turno para duplicar el andar cadencioso de las chicas trans cuyos cuerpos absorben las luces y de sus tacones se liberan sombras que reptan por el pavimento hasta volverse infinitas. Al ritmo de voces que corean canciones inciertas los carros empujan la oscuridad con su mirada felina estropean las manos del cielo que anidan hombres perdidos en la boca de una botella Dos jóvenes salen de la discoteca la música se desprende de sus cuerpos y el sudor se cristaliza en una coraza para proteger los músculos del filo de la noche Entre los dos se sostiene una ausencia que cuelga del brillo de sus miradas de los labios suspendidos de las palabras que huyen por la calle y la palpitación del universo entre los dedos Caminan hacia un grupo de personas: glamour ebrio, cigarrillos mentolados, desfile de centellas a punto de colapsar risas párvulas que saltan de garganta en garganta Uno de ellos dice: la vida es un fucking absurdo

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todos alzan sus vasos e inundan de estrellas sus bocas. Escena III Calles y avenidas. Cali. Exterior. Noche. Voz en off Sé qué dice la frase la vida es un fucking absurdo pero no sé de qué habla por eso brindo con un desfile de extraños que se entregan a la alucinación de las estrellas líquidas y la sensación del mundo abierto para exponer la complejidad de nuestra existencia Inicio de secuencia compuesta por planos de la ciudad a través de las ventanas de un carro en movimiento Voz en off Veo la sonrisa de sus ojos la estela de su paso me guía hasta el asiento trasero de un auto me abandono en su rugido de animal nocturno la luz y el movimiento

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Caben en el parabrisas todos los caminos del mundo el tiempo se revela entre la espina dorsal de esta ciudad y los 234 kilómetros por hora con los que descendemos a la voz oculta de las calles que vamos dejando atrás entre fragmentos de urbe y universo sus manos me enfocan como un telescopio busca la herida muda que adorna mi cara la piel se viste de primavera la noche se convierte en un manto de oro Fin de secuencia Voz en off La vida es un fucking absurdo, me repito, no es más que la plenitud del beso de un desconocido el anonimato y la existencia de lo que ignoramos la voz de mi amante que llega con la mañana la locura en el fondo de una botella vacía la certeza de no estar lo suficientemente hecho para morir joven.

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Stephany Hernรกndez

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J. Manuel Díaz Pueblo Rosa

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Libardo Restrepo

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Joe Pérez

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Keisy Vargas

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Meriel RodrĂ­guez

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Nathalia Cรกrdenas

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Juseph Ramírez Cuando era niño, lo pequeño lo veía gigante. Ahora que soy un viejo, eso pequeño pude volver a verlo como lo gigante, volví a mis sueños, sentí que no era nada, quise escalar ese enorme árbol, llegar a la copa y sentir la brisa impactar mi cara, sacudir mis sentires. 72


Mi piel empezĂł a brillar y explotĂŠ en forma de polen, volvĂ­ a la unidad con la naturaleza a fertilizar y ser vida de otra manera.

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Rogers Otero

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Paula Salazar Libreta de notas de mi viaje a Buenos Aires Excitados por la llegada, caminamos guiados por la intuición y el puro gusto de estar en calles nuevas y soñadas. Así, en esa condición corporal, llegamos a una esquina de Corrientes donde nos tomamos nuestra primera foto. Solo después supimos que atrás estaba el Obelisco, pero en nuestro registro no salió. La magia de la sobreexposición. Con mofa, grité en la mitad de la calle desierta: “En mi recorrido por Buenos Aires, el falo de don Pedro de Mendoza, ¡no existe!” Todo un día de caminata nos lleva al Microcentro, a Catalina Suites. Decente, dos camas, una ventana que da a un muro blanco, baño amplio, una salita a la entrada que con los días convertimos en comedor. Tucuman 313. Habitación 326 Buenos Aires es altiva y distante, se sabe bella, de ahí su tiranía. Pero, sobre todo, Buenos Aires es una ciudad a la que se le mueven las baldosas mientras la camino. También creo que Buenos Aires es el falo de Argentina, el falo de un hombre-mujer, déspota y ambiguo. Me cuesta valorar su belleza.

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Pienso que el daño que le hemos hecho todos a Buenos Aires es alimentar su “ego europeo”, intentando borrar del relato de hambre que se ve en sus calles. Mendigos y ricos, igualmente atrapados en una ciudad que no se reconoce ni latina ni europea; pero, al indagar a la mayoría de sus visitantes, por años he escuchado casi siempre la misma respuesta, que es una ciudad muy europea. ¿Qué significa eso, más allá de lo evidente? En muchas calles del Microcentro hay colchones viejos, ollas tiznadas, hedor, seres humanos arrojados de un primer mundo imaginario a realidades de tercera. El ritmo de la vida cotidiana entrampada en una burbuja de oropel.

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Natalia Valencia

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Es 12 de diciembre e inicia el Congreso de Estudios Poscoloniales. ”Vomite todo aquí” es la invitación de Artema, un colectivo feminista, en la apertura del evento. Recogen historias de vida de mujeres en Buenos Aires. El vómito como imagen y como símbolo, porque el vómito no se piensa, simplemente llega…bueno…yo vomito el falo de Mendoza. Inicia el congreso. Mañana a las ocho de la mañana es mi ponencia y estoy muerta del susto. Me doy la bienvenida a la mesa de Ecologías Políticas, soberanía alimentaria y buen vivir. Fragmentos de las historias de vida de Fabiola y Francia se pasean por mi cabeza mientras escucho a mis compañeros de mesa. Repito con obsesión, como un mantra mudo “Fabiola es la mano que siembra en la sombra, Francia es una caminante del tejido oral”.

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El ambiente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en el marco del congreso es seductor y poderoso. El barrio es más cercano y mucho más barato. Cientos de personas de países latinoamericanos movilizados por los diferentes temas de las mesas de estudio, pensándose el mundo, Latinoamérica y sus opciones. Mis pies sienten que ya han caminado por estos corredores.

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Diciembre 18. Hasta 1986 exhibieron en el museo de Historia Natural, cuerpos, piel, cabello de indígenas. Pienso en nuestro proceso colonizador tan sangriento y violatorio, pero que permitió la mezcla. Hoy las mujeres son las mapuches de la historia. Cada 30 horas una mujer es asesinada en Argentina, cifra que lo convierte en el segundo país en Latinoamérica con mayor número de casos de feminicidio. Diciembre 18. Caminantes por San Telmo – Plaza de Mayo – Puerto Madero. Plaza de Mayo fue mi remanso sereno este domingo, la ciudad se transformó callada al llegar al campamento de las madres. Recorrí la plaza varias veces. Ronda remembranza. Mis pies son sus pies. Seres sin cuerpo, pero con memoria transitan la plaza y acompañan a quien llega. En Buenos Aires no se consigue pan baguette. Todos estos días hemos preguntado con obsesión. Esta mañana también. De todas las ambigüedades encontradas, que le atribuimos a la división, principalmente cultural, pero sobre todo psíquica, de este país latinoamericano, ¡esta es la más sorprendente! Al sentarnos esa mañana en la única cafetería cercana al hotel, que nos ofrecía un café decente, el administrador del lugar, un joven colombiano, nos confirmó que no se encuentra pan baguette, a menos que vayas a Carrefour y lo compres, congelado. La frase del 80


administrador me sacó de mi sopor: ”es que aquí no se consigue pan bueno como en Colombia” y se fue a gestionar nuestro desayuno. ¿Pan bueno en Colombia?, pensé. Salvo algunas experiencias artesanales o ancestrales, como el pan de maíz, nosotros en Colombia tenemos de todo, menos pan bueno. Panaderías regadas por todo el país, con un pan casi en línea. Estén ubicadas en Puerto Asís, en Medellín o en Cali, en la mayoría de las panaderías colombianas todos los panes son y saben igual. Soplados de levadura. En la tarde recorrimos Palermo. Cuando sales del subte se llega a la Plaza Italia y más allá se encuentran los Bosques de Palermo. Transitamos con fervor la calle Jorge Luis Borges, con la excitación de que esta nos llevara a la Plaza Cortázar. Plaza Cortázar. Plaza invisible, dentro de otra plaza, la visible, la de los inmigrantes armenios. El magnífico Cortázar, invisible en una plaza sucia, grande, con una fuente sin agua, llena de tierra y papeles regados. Hoy me vuelvo a preguntar qué me muestra Buenos Aires de mí, ¿qué me tiene tan confrontada? ¿Qué me dice esta bella ciudad, que se rinde a su herencia europea y evita reconocer su sangre original, sobre lo que me avergüenza a mí de mi historia? En Palermo sentí que, así como el cuerpo, el barrio también es el territorio. 81


Diciembre 20. En un rato salimos para el Gran Buenos Aires. Montamos en tren. Salimos de la estación del barrio Once, un portal abarrotado de gente, comida, humo que nos lleva a Latinoamérica en Buenos Aires, por fin… La provincia se llama La Matanza. Treinta minutos en tren de Once a Liniers, frontera entre Buenos Aires y la provincia. Cuarenta minutos en colectivo para llegar a las entrañas de La Ferrer, barrio con mucha gente en las calles, champeta, reguetón, ventas informales en las calles, principalmente de africanos. De ahí caminamos seis cuadras para tomar ¨la chanchita¨, una van destartalada, adecuada con bancas de madera y dos pipas de gas, grandes. Grietas en el piso de la van, dejan ver el motor y el asfalto. Otro mundo, el conocido, barrios y calles que podrían ser del barrio Obrero en Cali, la entrada a Bogotá o a Lima, un espacio en la Garzota, en Guayaquil; una esquina en el barrio Victoria en Tuluá. Latinoamérica viva y en tensión por ser reconocida, visible. Diciembre 22. Parque en Recoleta. ¡Qué opulencia, la burbuja dentro de la burbuja! El Cementerio y sus tumbas. La decadencia del elitismo en la muerte, representado en mausoleos imponentes. Y justo cuando no estábamos buscando a ningún muerto, me llegó este relato de una guía cálida y espontánea, que llevaba a un grupo de turistas de ojos 82


rasgados por este laberinto prepotente. “Después de ser robado por sus adoradores, el cuerpo de Evita deambuló por las calles de Buenos Aires durante dos años, dejando a su paso pedazos de dedos y cabello. Con flores, puestas en cafés y restaurantes, marcaban la ruta por donde supuestamente había pasado el cuerpo de Evita en la ciudad. Posteriormente se la llevaron para Italia y fue enterrada con otro nombre”. Dieciséis años de ires y venires del cuerpo de Eva Perón, un cuerpo embalsamado, odiado y venerado. En el año 76, por fin es entregado a su familia, que decide, y ahí la ironía, enterrarla en el cementerio de Recoleta, rodeada de quienes tanto la odiaron. Eva Perón quedó a 60 metros de la tumba de Aramburu, dictador argentino que, según la historia, cuando el cuerpo de Evita andaba perdido por Buenos Aires, mandó a fabricar tres réplicas para desvanecer su huella. Toda la oligarquía porteña descansa junto a Eva, que en su tumba se apellida Duarte. Eva es la grieta en la oligarquía porteña, que se resiste a reconocer el valor de lo popular. Diciembre 24. “Y me fui a caminar por Corrientes”. Botella de vino en la esquina de Corrientes y 9 de julio. ¡Tremenda navidad, mi primer viaje en la vida, autónoma y libre! Diciembre 25. Llovió torrencialmente en la mañana. En la tarde, visitamos el Barrio Chino. Ubicado en el barrio Belgrano, asentamiento de inmi83


grantes de muchas nacionalidades. Conviven croatas, judíos y chinos, que ofrecen su barrio, su comida y sus productos. Me pregunto ¿qué sentirán los chinos al ser observados exóticamente? ¿O son los chinos los que nos observan y nos hacen pistola con las chucherías que nos venden? Diciembre 26. Recorrido a Costanera Norte y Caminito. Colectivo 33 de Costanera a Caminito, que simplemente es Caminito. Colectivo 29 de Caminito a Teatro Colón, cuna de élite y excelente acústica. Diciembre 27. Despegamos a las 7:15 de la noche rumbo a Lima, aún es de día. Son las 7:25 pm y aún veo las luces del Gran Buenos Aires abajo. Inmensa.

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Lynda G. Acosta

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Lynda G. Acosta


Lynda G. Acosta Yo viajo al pasado mientras te leo, me baño en el arroyuelo sin dejar que la pequeña barquilla de papel se hunda y se extinga en lo profundo, sin que los recuerdos de mi niñez me sean arrebatados. Pero, mientras lo hago, no puedo dejar de preguntarme: ¿Qué te hiciste tú, mi querido abuelo? Quién anhelaba regresar a su dulce infancia y adoraba escribir versos de su vida cotidiana. Quién sin más, sin previo aviso, se olvidó de escribir y amargó su presente. ¿Qué te hiciste tú, mi querido abuelo?

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Nathalia Cรกrdenas

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Nathalia Cรกrdenas

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Deisy Marcela Vargas


Stefanny Bejarano





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