La Hoja del 5 de mayo 2979

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Punto de mira

El foco

(Viene de portada)

La Virgen María, a la que dedicamos con especial devoción el mes de mayo, es ante todo la Madre de Dios, la “Theotokos” (literalmente ‘la que dio a luz a Dios’): Esa es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan. Por eso, una de las oraciones marianas más antiguas la llama audazmente “Dei genetrix”, aquella que ha engendrado a Dios; y también por eso el culto litúrgico a María es parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia desde los primeros siglos de la era cristiana, que se desarrollará sobre todo a partir del concilio de Éfeso (año 431, siglo V), cuando la Iglesia define el dogma de su Maternidad divina. La Santísima Virgen, por ser Madre de Dios, posee una dignidad infinita, que procede del bien infinito que es Dios. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima. La maternidad es una relación entre persona y persona: “una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino

da la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús que es persona divina, es Madre de Dios. La expresión ‘Madre de Dios’ nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación”. En suma, Dios trata a María como persona libre y responsable, no lleva a cabo la Encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento y, así, “en María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe”. Cada Eucaristía es una prolongación de la maternidad de María, la carne y la sangre de Cristo son carne y sangre de su madre y “el vientre generoso” de María ha sido el primer Sagrario de su Hijo (Juan Pablo II).

La romería, una entrañable devoción mariana 2

Santuario de la Virgen de la Cueva Santa, patrona de la Diócesis

© Monstrancja Fatimska

La palabra romería viene de romero, nombre con que se designa a los peregrinos que se dirigen a Roma, y por extensión, a cualquier santuario. Es una fiesta católica que consiste en una peregrinación que se dirige a un santuario o ermita de una virgen o de un santo, situado normalmente en un paraje campestre o de montaña. Mayo es tradicionalmente el mes en que los católicos dedicamos a realizar romerías a la Madre de Dios. En la diócesis de Segorbe-Castellón, los principales santuarios a los que se puede peregrinar son: El Santuario-Basílica de la Mare de Déu de Lledó, situado a un kilómetro de Castellón, en el conocido como “Camí Lledó; el Santuario de la Cueva Santa, que forma parte de uno de los más emblemáticos símbolos tradicionales, culturales, históricos y religiosos de la villa de Altura, y de la Comunidad Valenciana, y que se encuentra situado a 811 metros de altitud en las

laderas del Montemayor, una de las cimas más altas de la Sierra Calderona, y en ella se apareció en 1516 una virgen a la que se atribuyen numerosos milagros confirmados por la Santa Sede. El Santuario de la Mare de Déu de Gràcia de Vila-real, cuyos orígenes se remontan al año 1577 y en el que, desde 1633, se venera la imagen de la patrona de la ciudad. El oratorio anexo, conocido como la coveta, guarda además una fiel reproducción de la imagen original de la Virgen del siglo XIV. Finalmente, el Santuario de la Mare de Déu del Llosar, en Villafranca del Cid, construido en el lugar donde se encontró una imagen de la Virgen, patrona de la localidad, a mitad del siglo XIV y el Santuario de Nuestra señora de la Esperanza de Onda, a la cual los ondenses profesan una fuerte devoción y que fue declarada patrona del municipio a principios del siglo XVI por el Papa Julio II.

Mons. Casimiro López Llorente Obispo de Segorbe-Castellón

María, mujer eucarística

Queridos diocesanos: Mayo es el mes dedicado de modo singular a la Virgen María. En este año pastoral, centrado en la Eucaristía, podemos contemplar a María como “mujer eucarística”: la Virgen nos enseñará a creer, celebrar, amar, adorar y vivir la Eucaristía para llegar a ser, como ella, discípulos misioneros del Señor y hacer así de nuestras parroquias, comunidades vivas y misioneras. María es “mujer Eucarística”; así la llamó por primera vez en la historia san Juan Pablo II en su carta encíclica Ecclesia de Eucaristia. Así como Iglesia y Eucaristía son inseparables, lo mismo se puede decir de María y la Eucaristía. No sabemos si la Virgen celebró la última Cena con Jesús y los apóstoles. Tampoco se dice en el Nuevo Testamento que celebrase la Eucaristía con los apóstoles, aunque lo más seguro es que así fuera: María, que estaba con los apóstoles unida en la oración a la espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14), no pudo faltar en las celebraciones eucarísticas de los primeros cristianos, asiduos en la ora-

interior, que hace de ella mujer eucarística con toda su vida, y el hecho de que María está de algún modo presente en cada Eucaristía. María nos enseña y ayuda a creer en el misterio de la fe, que es la Eucaristía. María creyó en las palabras del ángel que el niño concebido en su seno virginal por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios. De modo similar se nos pide a nosotros que creamos que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús gracias a la acción del Espíritu Santo y a las palabras de Jesús que el sacerdote proclama en mandato y

“A nosotros se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. María dijo ‘sí, hágase’; a nosotros se nos pide decir ‘amén, así lo creo’, al recibir el Cuerpo de Cristo”. ción y en la fracción del pan (cf. Hch 2,42), es decir, de la Eucaristía. Pero lo importante de la relación de María con la Eucaristía es su actitud

en lugar suyo. A María se le pidió creer que quien concibió por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios (cf. Lc 1, 30.35). A nosotros se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo

de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. María dijo ‘sí, hágase’; a nosotros se nos pide decir ‘amén, así lo creo’, al recibir el Cuerpo de Cristo. Cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús en la Última Cena, cumpliendo así con su mandato, “¡Haced esto en conmemoración mía!”, acoge al mismo tiempo la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Como en las bodas de Caná, María parece decirnos: “No dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su Cuerpo y su Sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así Pan de vida” (EE 54). María, al llevar ya en su seno al Hijo de Dios en su visita a Isabel se convierte, de algún modo, en el primer Sagrario de la historia

donde el Hijo de Dios todavía invisible se ofrece al encuentro y a la adoración de Isabel. Es el primer viaje misionero: María lleva a su Hijo al encuentro con Isabel, que llena de alegría a ella y a Juan en su seno. Recibir a Jesús en la celebración eucarística y su adoración en el Sagrario, nos ha de impulsar como a la Virgen a salir y llevar a otros al encuentro con el Señor. En toda su vida y no sólo al pie de la cruz, María vivió la dimensión sacrificial propia de la Eucaristía. La profecía del anciano Simeón prefiguraba el dolor de María al pie de la cruz. Toda su vida fue “una Eucaristía anticipada” y nos enseña a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente a Dios. En la Eucaristía está presente cuanto Cristo realizó en el Calvario, también cuando, dirigiéndose a ella y a Juan, les dijo: “He aquí a tu Hijo y he aquí a tu Madre”.

Con mi afecto y bendición.

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