2ª semana de Adviento

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C. Permanente HOAC

Orar en el mundo obrero

2ª semana Adviento

ORAR EN EL MUNDO OBRERO 2º SEMANA DE ADVIENTO (5 diciembre 2010) Dejemos de dar vueltas en torno a nosotros mismos. Dejémonos amar por el Padre en Jesucristo. Ofrezcamos ese mismo amor a los hermanos y hermanas, a los empobrecidos. Abracemos con alegría la cruz de Jesús -la renuncia al ego y la asunción de riesgos-, que conlleva la libertad que libera en el amor.

Conversión de G. Rovirosa (“Rasgos autobiográficos”, MCC, 1987, 9) “Fue el descubrimiento de la humildad, la pobreza y el sacrificio encarnados en la vida de JC y fundamento de su mensaje de Amor, lo que me hizo ver la originalidad del cristianismo con relación a las otras religiones. Comprendí entonces que ese mensaje no podía ser “pensado” ni dado por un hombre, ni siquiera por un hombre (ni un ángel) enviado por Dios, pues hubiera adolecido de falta de fuerza moral, y con toda razón yo hubiera podido burlarme de él. Ese mensaje no podía partir más que de Dios. Y no hubiera tenido valor para los hombres si no lo hubiera puesto en un Dios Encarnado. Verdaderamente los Profetas hablan de estas cosas, pero nadie les hizo caso; incluso después de Jesucristo nadie hace caso, solamente los santos han sido “sensibles”. Todas estas cosas sobrepasan la naturaleza humana. La mayor parte de los llamados cristianos dejan estas cosas de lado, y engrandecen los alrededores. Entonces comprendí mi apostasía a los 18 años: Yo había dejado, no a Cristo, ni al cristianismo, sino un erzatz, que se me había querido hacer aceptar como mercancía “de marca”. Pero “la marca” yo no la conocía a los 18 años, la conocí a los 36. No tuve ninguna necesidad de discutir con el Padre Fariña; aquella tarde, cuando yo llegué a su celda, no le dije más que esto: Le pido que me confiese. ¿Cuánto tiempo duró la confesión? No lo sé. Lo que sí sé es que en mi corazón no había gran espacio para la atrición y el dolor; tanta era la alegría que lo invadía. Lloré largamente; fui dichoso, plenamente dichoso, y aquellas lágrimas las considero como mi bautismo de fuego. El día de Navidad de 1933, a las 6 de la mañana, yo hice mi verdadera Primera Comunión…” 1


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