Tema de la quincena
La comunidad internacional y el derecho al desarrollo Comisión Permanente de la HOAC
En unos momentos como los que vivimos de crisis económica que, como siempre, golpea especialmente a los ya empobrecidos, es quizá cuando se ve con más claridad la urgencia de replantear el modelo de sociedad que hemos construido. Una dimensión fundamental de ese replanteamiento es el de la comunidad internacional.
O
frecemos una reflexión, construida desde las aportaciones de la Doctrina Social de la Iglesia, en la que pretendemos ofrecer algunas claves de lo que significa este necesario replanteamiento de eso que llamamos comunidad internacional y, particularmente, del derecho al desarrollo. La comunidad internacional es una dimensión de la realidad social y política que para la Iglesia es esencial, pues la vocación del ser humano a constituir una sola familia humana, convicción fundamental de la Iglesia, implica una manera de concebir las relaciones entre las personas y entre los pueblos de todo el mundo. Basta con estar mínimamente informado de lo que ocurre en nuestro mundo para darnos cuenta de la necesidad de avanzar hacia la construcción de una verdadera comunidad internacional y particularmente en el reconocimiento práctico del derecho al desarrollo de todos los pueblos como eje central y objetivo fundamental de esa comunidad internacional. Dos afirmaciones de Juan Pablo II en «Sollicitudo rei socialis» resumen lo fundamental de lo que aquí queremos plantear. La primera describe la situación de nuestro mundo, tan desigual e injusto que supone una radical quiebra de lo humano: «Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente (…) en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada (…). Injusticia de la mala distribución de los bienes y recursos destinados originariamente a todos (…). Están aquellos pocos que poseen mucho (y que no llegan verdaderamente a “ser” porque por una inversión de la propia jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del “tener”); y están los muchos que poseen poco o nada (y que no consiguen realizar su vocación hu-
mana fundamental al carecer de los bienes indispensables)» (n. 28). La segunda plantea la grave responsabilidad social de poner por obra la solidaridad como respuesta a esta inhumana situación: «No se justifican ni la desesperanza, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza, conviene decir que, así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también –ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo– por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía. Todos estamos llamados, más aún, obligados a afrontar este tremendo desafío (…). Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana (…). Cada uno está llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica que hay que realizar con medios pacíficos para conseguir el de-
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