ORAR EN EL MUNDO OBRERO II Domingo de Pascua (19 de abril de 2020) (Comisión Permanente de la HOAC)
Me dispongo a la oración leyendo y dejando que resuenen estos textos. Confiamos en la amorosa Providencia de Dios que permita que la HOAC sea cada vez más lo que Él quiere, pero que, humanamente, no se vea tan clara, tan clara, que se pueda entrar en ella sin el más leve acto de fe sobrenatural (Rovirosa, OC, T.V. 332).
Es otro «contagio», que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no «pasa por encima» del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios. El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada (Francisco, Mensaje Urbi et Orbi, 2020).
Desde los textos, me sitúo en la vida Seguimos confinados. Esperamos que sea una semana más. Esperamos ver signos de salida de esta situación, mientras que en ella somos invitados a descubrir, en las heridas del Crucificado y en las heridas de los crucificados, signos de esperanza. Aunque nos cueste verlos. Dispuestos a creer, porque el encuentro con el Resucitado cambia nuestra mirada. Busco, recuerdo, actualizo, hago presente esos signos de esperanza en mi vida.
Como Tomás Como Tomás… también dudo y pido pruebas. También creo en lo que veo. Quiero gestos. Tengo miedo. Solicito garantías. Pongo mucha cabeza y poco corazón. Pregunto, aunque el corazón me dice: «Él vive». No me lanzo al camino sin saber a dónde va. Quítame el miedo y el cálculo. Quítame la zozobra y la lógica. Quítame el gesto y la exigencia. Dame tu espíritu, y que al descubrirte, en el rostro y el hermano, susurre, ya convertido: «Señor mío y Dios mío». (José María R. Olaizola sj)
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