La dignidad de la persona

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Tema de la quincena En el número 1.445 de «Noticias Obreras» dedicábamos el Tema de la Quincena a describir la concepción de la política que propone la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) como propia de la naturaleza humana. Vimos entonces que la política es característica propia de la persona e instrumento para construir un orden social a la medida del ser humano: la política está llamada a ser un camino de realización de la persona. Esa concepción se concreta en un conjunto de principios fundamentales de la vida social y la acción política que la DSI considera que son aquellos que, cuando se viven y se llevan a la práctica, hacen de la política una actividad humanizadora. En sucesivas entregas plantearemos estos principios de la vida social y política La política, instrumento para la realización del ser humano

La dignidad de la persona Comisión Permanente de la HOAC

Vamos a dedicar estas páginas a comentar el primero y fundamental de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia: la dignidad de la persona. Cuando el Concilio Vaticano II planteó en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual («Gaudium et spes») el punto de partida imprescindible para explicar cómo debe situarse la Iglesia en el mundo, habló en el capítulo primero de la dignidad de la persona humana.

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o podía ser de otra manera, porque «lo sagrado cristiano está en el hombre y en el hombre necesitado» (2). Para la Iglesia nada hay «sagrado» en la vida política que no sea la dignidad de la persona. Y sólo la afirmación y realización de esa dignidad es lo que puede orientar en un sentido humano y humanizador la acción política. Por eso subraya Juan Pablo II: «Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana

constituye una tarea esencial, es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana» («Christifideles laici», 37). Este valor máximo de la dignidad humana no es, desde luego, exclusivo de la fe cristiana. Desde una experiencia que puede ser compartida por cualquier persona, se ha dicho que

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Tema de la quincena «la humanidad, por distintos y convergentes caminos ha descubierto que el modo más seguro y eficaz de conseguir la felicidad y la justicia es afirmando el valor intrínseco de cada ser humano (...) el estudio de la historia nos enseña que la evolución moral de la Humanidad lleva (...) a la defensa del valor intrínseco de cada ser humano, como supremo valor a proteger, como fundamento de toda convivencia noble y pacífica» (3). Por eso, «la política debe ser la gran constructora de caminos, de puentes, de pasos hacia la dignidad» (4). Según la Doctrina Social de la Iglesia, la afirmación, la promoción y la realización de lo que significa la dignidad humana debe ser el principio fundamental y decisivo de la vida social y de la acción política. Todo en la vida social y en la acción política debe ordenarse al reconocimiento y la realización de la dignidad de cada persona y de todas las personas. Este fundamento de la vida social se asienta para la Iglesia, precisamente, en lo que el ser humano es, en su sagrada dig-

nidad. En este sentido, la Biblia nos dice dos cosas de extraordinaria importancia sobre la dignidad de la persona: que el hombre, varón y mujer, es persona porque es imagen de Dios y que Dios mismo, en la persona de Jesús, se hizo hombre. Ambas afirmaciones nos remiten a la comunión de las personas divinas, porque Dios se revela como comunión de personas, y a la comunión de las personas humanas, porque el proyecto que Dios quiere ver realizado entre las personas, su Reino, es precisamente el de la comunión de las personas entre sí por la fraternidad, y con Dios por la filiación. Así, para la Iglesia, en este ser imagen de Dios que se realiza en el reconocerse y «hacerse» como hijo y hermano, en la vocación a la comunión, radica la dignidad del ser humano. Por eso, la dignidad de la persona es un don y una tarea, un proyecto abierto a su realización. Y también por eso la imagen de persona-solidaria o persona-comunión de personas expresa muy bien en qué consiste la dignidad humana a reconocer, promover y realizar: «Las ideas de persona y solidaridad son correlativas: la persona crece cuando construye solidaridad, y decrece cuando la destruye; a su vez, el crecimiento de la solidaridad permite a las personas crecer más, mientras que la desunión o ruptura de la solidaridad tienta a las personas para empequeñecerlas y deformarlas provocándolas al aislamiento egoísta» (5). Porque la dignidad de la persona se fundamenta y a la vez se expresa tanto en su ser individual como en su ser social, dos dimensiones inseparables de su ser. El ser humano pide ser considerado «en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social» (Juan Pablo II, «Redemptor hominis», 14). Lo cual quiere decir algo muy importante tan-

Valor en sí mismo «A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y, al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí. De aquí que sean absolutamente inaceptables las más variadas formas de discriminación (...) Toda discriminación constituye una injusticia completamente intolerable».

(Juan Pablo II, «Christifideles laici», 37).

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Tema de la quincena to para la vida interpersonal como para la vida social y política: «La persona no debe ser considerada únicamente como individualidad absoluta, edificada por sí misma y sobre sí misma, como si sus características propias no dependieran más que de sí misma. Tampoco debe ser considerada como una mera célula de un organismo dispuesto a reconocerle, a lo sumo, un papel funcional dentro de un sistema» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 125).

Dimensión personal de la dignidad humana Hemos dicho que la dignidad humana se asienta en el ser imagen de Dios. Esta imagen de Dios en el ser humano se expresa, se manifiesta y se realiza en el ser individual de cada hombre y mujer. Cada persona es un ser único e irrepetible, un ser individual que debe ser respetado en su singularidad. El ser humano, como los animales, está ligado al mundo y depende de él para vivir; pero lo distingue de los animales el hecho de que es persona. Y es su interioridad lo que marca la diferencia. El ser humano es el único ser de la creación capaz de dar sentido a su vida, tiene la capacidad de entender el mundo en el que vive, de dar una orientación a su existencia, de elegir y actuar responsablemente, construyéndose a sí mismo, haciéndose humano. Por eso, el ser humano es siempre un proyecto de humanización abierto. En esta interioridad radica la dignidad del ser humano a imagen de Dios. La interioridad del ser humano se manifiesta en su inteligencia, su capacidad de comprender e interpretar la realidad, de conocer el mundo; en su conciencia moral, su capacidad de descubrir y valorar lo que es bueno y malo, lo que humaniza y lo que deshumaniza; en su libertad, su capacidad de elegir, de obrar según su propia decisión, para actuar de una u otra forma, construir la vida de una u otra forma. Inteligencia, conciencia y libertad son elementos esenciales de la dignidad humana que reclaman ser reconocidos, respetados y promovidos personal y socialmente. Los

tres apuntan hacia la responsabilidad del ser humano. La dignidad de la persona implica y exige su ser responsable de sí mismo y de los demás.

Dimensión social y comunitaria de la dignidad humana Ahora bien, igual que está asentada en esa interioridad y singularidad de cada persona, inseparablemente, la dignidad humana se expresa, se manifiesta y realiza en la sociabilidad y vocación a la comunión del ser humano, en su ser comunitario. Porque lo que caracteriza por encima de todo la dignidad humana es la apertura de la persona a la trascendencia y su capacidad de comunión. Por eso, si limitamos la comprensión de la persona como imagen de Dios (su dignidad por tanto) a las cualidades de su interioridad y las desvinculamos de las relaciones concretas de solidaridad o rechazo de los otros, achatamos la dignidad humana. La imagen de Dios se hace plena en el ser humano cuando las cualidades de su interioridad se proyectan hacia la solidaridad con los demás; es decir, cuando el individuo orienta su inteligencia y libertad hacia la comunión y participación con los demás. Es el ejercicio de la inteligencia y la libertad en la convivencia en común lo que nos hace imágenes de Dios. Por eso, nunca existirá

Inteligencia, conciencia y libertad son elementos esenciales de la dignidad humana que reclaman ser reconocidos, respetados y promovidos personal y socialmente. Los tres apuntan hacia la responsabilidad del ser humano. La dignidad de la persona implica y exige su ser responsable de sí mismo y de los demás. 21 1.449 [1-2-08 / 15-2-08]

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Libertad personal «El hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha dado como signo eminente de su imagen (...) La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección (...) La libertad, en efecto, no sólo permite al hombre cambiar convenientemente el estado de las cosas exterior a él, sino que determina su crecimiento como persona, mediante opciones conformes al bien verdadero: de este modo el hombre se genera a sí mismo, es padre de su propio ser y construye el orden social» «El recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural, que son con demasiada frecuencia desconocidas y violadas (...) La liberación de las injusticias promueve la libertad y la dignidad humana»

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,, 135 y 137.

un desarrollo integral del ser humano que no sea solidario, comunitario. Por eso, el reconocimiento de la dignidad humana implica y exige el respeto y la promoción de este carácter social y comunitario del ser humano y la creación de unas condiciones sociales de vida que la hagan posible en la práctica para todos.

Los derechos humanos El reconocimiento y promoción de los derechos humanos, los derechos de toda persona por el hecho de ser persona, es expresión fundamental del reconocimiento de la dignidad humana. La raíz y fundamento de estos derechos está, precisamente, en la dignidad humana. No son derechos «otorgados» sino «reconocidos». Todo ser humano nace con derechos. Su origen no está ni en la voluntad humana, ni en las leyes, ni en el Estado, sino en el hecho de que cada ser humano es persona y a cada persona, por su dignidad individual y comunitario-social, corresponde

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ser sujeto de derechos en los que se concreta y expresa el reconocimiento de esa dignidad. Son, por tanto, derechos que pertenecen a la naturaleza del ser humano. El reconocimiento teórico y práctico de esos derechos humanos inherentes a la dignidad humana de toda persona y de cada persona es siempre un avance en humanidad. Ese reconocimiento práctico es tarea esencial de la actividad política. Estos derechos son universales: están presentes en todos los seres humanos, sin excepción de tiempo, lugar o sujeto; son inviolables, porque al ser inherentes a la personas humana y a su dignidad no deben ser sólo proclamados, sino sobre todo reconocidos y promovidos prácticamente para todos y en todas las esferas de la vida social; y son inalienables, porque cualquier atentado contra los derechos humanos es un atentado contra la dignidad y naturaleza humana. Por todo ello, el reconocimiento de los derechos humanos exige, en primer lugar, dar prioridad al reconocimiento práctico y efectivo de los derechos de los empobrecidos, que son aquellas personas a las que se les ha privado del ejercicio de derechos fundamentales en su vida (6). Pero, además, los derechos humanos son expresión de la dignidad individual y social del ser humano, y «exigen ser tutelados no sólo singularmente, sino en su conjunto: una protección parcial de ellos equivaldría a una especie de falta de reconocimiento. Estos derechos corresponden a las exigencias de la dignidad humana y comportan, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales -materiales y espiritualesde la persona (...) Son un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la sociedad (...) la promoción integral de todas las categorías de los derechos humanos es la verdadera ga-


Tema de la quincena rantía del pleno respeto por cada uno de los derechos» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 154). El reconocimiento y la promoción de los derechos humanos está inseparablemente unido a los consecuentes deberes del ser humano, o, dicho de otra forma, a la responsabilidad personal y social hacia los derechos humanos, hacia la dignidad de cada ser humano. La dignidad humana implica derechos y responsabilidades. Sin esta responsabilidad o deber hacia los otros y hacia la vida social (en tanto que vida en común), el reconocimiento de la dignidad humana se reduce muchas veces a pura retórica. El reconocimiento de la dignidad humana pide reciprocidad si no quiere reducirse a una práctica individualista de los derechos humanos que atenta de hecho contra la dignidad humana tal como la concibe la Doctrina Social de la Iglesia (7).

Algunas consecuencias prácticas La primera y fundamental consecuencia de los contenidos de la dignidad humana que hemos descrito es que el reconocimiento, respeto, defensa y promoción de la digni-

dad de la persona está llamada a ser el eje de toda la vida y acción política. Es el criterio fundamental para orientar la práctica del ser humano como ser social (y eso es la política) en un sentido humanizador. Sólo cuando esto es así, la política se convierte en un bien del ser humano y para el ser humano. Es decir, sólo entonces vivimos esta dimensión de la vida humana con la orientación que nos hace crecer como personas. Esto es así porque la dignidad de la persona reclama que ésta sea siempre y en todo fin y sujeto, nunca objeto, medio o instrumento. La acción política es humanizadora cuando busca que este ser fin, centro y sujeto de la vida social sea una realidad más efectiva para cada persona y para todas las personas. Teniendo en cuenta que el reconocimiento, respeto y promoción de las dignidad de las personas implica el reconocimiento, respeto y promoción de lo que representa la dignidad humana en sus dimensiones individuales y sociales. Más en concreto, hacer de la dignidad humana el centro de la vida y la acción política implica:

Desarrollo humano «La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados. Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social» «Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca al respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivir dignamente»

Concilio Vaticano II, «Gaudium et spes», 25 y 27.

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Tema de la quincena La dignidad de la persona reclama que ésta sea siempre y en todo fin y sujeto, nunca objeto, medio o instrumento. La acción política es humanizadora cuando busca que este ser fin, centro y sujeto de la vida social sea una realidad 1º - Fomentar el paso de una ética individualista a una ética personalista y solidaria. Es decir, promover y desarrollar una manera de entender el ser humano y su vida social desde la perspectiva de la comunión y la responsabilidad hacia los otros. Sólo sobre esta base se puede avanzar en construir una vida interpersonal y social a la medida del ser humano. No es la búsqueda del propio interés lo que puede construir una sociedad humana, porque tal cosa niega en la práctica lo que la dignidad humana es, sino la búsqueda del bien común, que es lo propio de la dignidad humana. Esto implica que la acción política, para ser humanizadora, necesita asentarse sobre el cultivo de virtudes públicas. 2º - Esta ética de la persona solidaria lleva al reconocimiento en el otro de la dignidad personal que el sujeto reclama para sí. Lo cual significa que la

acción política debe ser siempre respetuosa de la dignidad personal, no instrumentalizando nunca a ninguna persona, no convirtiendo a nadie en enemigo. No es la confrontación ni la competencia lo que nos humaniza, sino el diálogo y la cooperación. Los conflictos sólo se pueden resolver desde la cooperación y la búsqueda de lo que en común nos humaniza. Por eso, sólo el reconocimiento y el respeto de la dignidad personal del que piensa distinto, del que actúa distinto... es fundamento válido para una vida social digna del ser humano. De la misma forma, el reconocimiento de la dignidad del otro implica que la acción política debe dirigirse fundamentalmente a la afirmación práctica de la dignidad de los empobrecidos, al reconocimiento y promoción efectiva de sus derechos, porque la misma existencia de empobrecidos es muestra de la negación práctica de la dignidad de la persona.

En común «Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos. Para favorecer un crecimiento semejante es necesario en particular apoyar a los últimos (...) A la igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada hombre y de cada pueblo, debe corresponder la conciencia de que la dignidad humana sólo podrá ser custodiada y promovida de forma comunitaria, por parte de toda la humanidad»

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 145.

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Instituciones «El reconocimiento práctico de la dignidad de la persona da a la vida social y pública un verdadero contenido moral, cuando las instituciones, las normas, los proyectos y los programas sociales o políticos tienden al reconocimiento efectivo de las exigencias del ser y del actuar del hombre»

Conferencia Episcopal Española, «Los católicos en la vida pública», 67.

3º - La dignidad de la persona es inseparable de su condición social. Por eso, la defensa de la dignidad de la persona es la defensa de la vida y de condiciones de vida dignas. Es decir, la acción política debe ir encaminada fundamentalmente a que todas las personas puedan disponer de los bienes materiales, culturales y espirituales necesarios para vivir humanamente y para poder desarrollar un proyecto de humanización y felicidad. Lo cual implica también dar prioridad en los objetivos políticos a las necesidades de los empobrecidos. No hacerlo es negar en la práctica la dignidad humana. Dicho de otra forma: el norte de la acción política debe ser la búsqueda de la justicia y del bienser (la creación de las condiciones sociales para el desarrollo de las capacidades humanas) y no la del bienestar (la búsqueda de la mayor disposición posible de bienes materiales) o la del poseer individualista. 4º - La afirmación y la promoción de la dignidad humana exige la construcción de relaciones, es-

tructuras e instituciones sociales que hagan posible la solidaridad. Las instituciones sociales no tienen otro sentido legítimo que servir a las personas, siendo cauces para construir justicia y fraternidad. Cuando se somete a la persona a cualquier institución o estructura social (ya sea económica, política...) se está destruyendo la dignidad de la persona y pervirtiendo el sentido de la vida social. Esto implica que la acción política debe orientarse a hacer de las instituciones sociales, de todas ellas, instrumentos al servicio de la dignidad humana y de la realización práctica de lo que implica esa dignidad humana. 5º.- Este reconocimiento social de la dignidad humana implica, ante todo, el reconocimiento y la promoción de la igualdad esencial en dignidad de todas las personas, que se concreta en el reconocimiento práctico y la promoción efectiva de los derechos humanos. Lo cual significa que la acción política debe ir encaminada a combatir toda discriminación y desigual-

La afirmación y la promoción de la dignidad humana exige la construcción de relaciones, estructuras e instituciones sociales que hagan posible la solidaridad. Las instituciones sociales no tienen otro sentido legítimo que servir a las personas 25 1.449 [1-2-08 / 15-2-08]

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Tema de la quincena dad entre las personas en cuanto al ejercicio efectivo de los derechos humanos. Y eso pasa, en primer lugar, por situar como objetivo central de la vida social la lucha contra el empobrecimiento. 6º - Todo lo anterior implica que la acción política, para reconocer y promover la dignidad humana, debe orientarse a la defensa y promoción de la libertad, contenido esencial de la dignidad humana. Lo cual demanda el fomento de la responsabilidad y la participación (que permiten al ser humano cultivar su inteligencia y conciencia moral), porque la dignidad humana exige que la persona sea sujeto responsable de la vida social, creando cauces que hagan posible esa responsabilidad y participación. ■

Promoción universal «El movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana. La Iglesia ve en estos derechos la extraordinaria ocasión que nuestro tiempo ofrece para que, mediante su consolidación, la dignidad humana sea reconocida más eficazmente y promovida universalmente».

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 152.

Notas: (1) Como ya indicamos entonces, lo que aquí vamos a explicar es un resumen de los contenidos del Plan Básico de Formación Política de la HOAC, cuya segunda parte está dedicada a profundizar en estos principios de la vida social y política. Según la Doctrina Social de la Iglesia, estos principios o criterios son los siguientes: 1. La dignidad de la persona: la política como instrumento para la realización del ser humano. 2 La solidaridad con los empobrecidos: la lucha contra la pobreza como centro de la acción política. 3- El bien común: el fundamento y sentido de la comunidad social y política. 4- La solidaridad y la subsidiaridad: principios reguladores de la vida social y política. 5- El destino universal de los bienes: la propiedad a la medida del ser humano. 6- El cuidado de la creación: la responsabilidad humana en la naturaleza. 7- La participación: la persona como sujeto responsable de la vida política. 8- La verdad, la justicia y la libertad: los valores fundamentales de la vida social. (2) José María Mardones, «Recuperar la justicia», Sal Terrae, Santander 2005, p. 96. (3) José Antonio Marina y María de la Válgoma, «La lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política», Anagrama, Barcelona 2000, p. 27. (4) José Antonio Marina, «Los sueños de la razón. Ensayo sobre la experiencia política», Anagrama, Barcelona 2003, p. 207. (5) Ricardo Antoncich y José Miguel Munárriz, «La doctrina social de la Iglesia», Paulinas, Madrid 1987, p. 75. (6) Puede verse a este respecto Luis González-Carvajal, «En defensa de los humillados y ofendidos. Los derechos humanos ante la fe cristiana», Sal Terrae, Santander 2005. (7) Esta lectura individualista de los derechos humanos es uno de los problemas que padecemos en nuestra sociedad. Pero el verdadero reconocimiento de la dignidad de la persona no nace de esa lectura individualista, sino de una comprensión solidaria de los derechos y responsabilidades humanas: «Los derechos son un poder de disponer, que no se funda en la fuerza del propio sujeto. Habrá por ello que buscar otra fuerza que sostenga y haga posible ese poder (...) Esa fuerza sólo puede consistir en el reconocimiento activo de la comunidad. Si digo que tengo derecho a la vida no me refiero a mi poder físico de defenderme. Eso es la ley de la selva. Tengo que contar con los demás para disfrutar de mis derechos (...) el sistema de derechos individuales no nos encierra en el individualismo cuando los comprendemos bien. Porque nos integra en una tupida red de reciprocidades, sin las cuales no existe esa nueva forma de vivir». Hay un proverbio africano que lo dice con más gracia: «Los hombres son como dos manos sucias. A cada una no la puede lavar sino la otra» (José Antonio Marina y María de la Válgoma, «La lucha por la dignidad...», p. 196).

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