La herejía templaria

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el Bautista y Juan el Evangelista, e igualmente de las lecturas del evangelio de Marcos. Las falsas acusaciones que la inquisición imputó sobre la idolatría y sodomía templaria no existieron nunca. Los templarios simplemente se limitaron a llevar a la práctica las enseñanzas juanistas del Bautista y el Evangelista, hasta el punto de utilizar simbólica y emblemáticamente el significado de sus enseñanzas. Nunca renegaron de Jesús, ni de María, la madre de Jesús el Cristo, ni de la Trinidad, ni del Espíritu Santo. Al contrario siempre tenían presentes dichas figuras religiosas en sus oraciones. En segundo lugar, la Iglesia Católica Apostólica de Roma, desde el siglo I d. C., quiso relegar y ocultar a la primitiva Iglesia juanista. Pero no lo consiguió. La Iglesia de los seguidores de Juan pervivió a lo largo de los siglos, volviendo a renacer religiosmente a través de Beato de Liébana, y las múltiples copias posteriores que se realizaron en la alta Edad Media. El primer movimiento benedictino retomó la Iglesia juanista; y de ellos, pasó a los creadores del Cister, siendo en primer lugar los hospitalarios, y en segundo lugar los templarios, los trasmisores de las enseñanzas religiosas juanistas; y, unidos a los templarios, los cátaros. Pero desde la llegada al Cister de Bernardo de Claravall, el papado respondió al apoyo del Cister e inició su campaña contra la Iglesia juanista cátara, y paralelamente contra los templarios, por ser los protectores de sus vasallos cátaros. De modo que la primera confrontación Cister-Templaria se produjo con la “Cruzada contra los Cátaros”. Pero el culto juanista del Temple y del Hospital, continuó sin el catarismo, que había sido casi erradicado por las matanzas producidas en tierras occitanas. El segundo empuje de la Iglesia Católica Cristiana de Roma, -encabezada por el pontificado, y apoyada por el Cister-, contra la Iglesia juanista, se produjo utilizando sutilmente a los hospitalarios contra los templarios para que surgiesen envidia, insidias y conflictos; y, entre ellos mismos, se aniquilaran. Pero la Iglesia juanista tampoco fue erradicada completamente, porque -a pesar de los enfrentamientos-, templarios y hospitalarios mantuvieron vivo su espíritu religioso. El tercero y final remate de la Iglesia Católica Cristiana de Roma, -apoyada por el Cister y unida al monarca frances “El Hermoso”-, se centró en la manipulación religiosa del Temple, para imputarles de cargos que nunca cometieron, y de esa forma anularlos para siempre. Subliminalmente, en esa guerra fría, el papado y el Cister pretendieron llevarse a su terreno indirectamente a los hospitalarios, haciéndoles creer que si dicha orden apoyaba al papado-Cister aumentaría su patrimonio. Pero fue una estrategia para que los bienes del Temple, más los bienes del Hospital, pasaran a una nueva orden dirigida por el Cister, y protegida por el monarca de la corona de Aragón y conde de Barcelona, 77


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