CARTOGRAFÍA PARA RESURGIR

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Cartografía para resurgir Este libro que es mapa y territorio, nos envuelve en historias compartidas donde una no puede más que identificarse y sentirse a salvo. Son palabras que se convierten en enormes ventanales abiertos llenos de sol, con cortinas de voile que te envuelven y te hacen danzar. Mercedes Pisoni cuenta su viaje que es el de todas, el de muchas, el de las que queremos oír y mirar. Un recorrido literario que se abre de cuerpo y alma, tan tierra, tan fuego, tan agua, tan viento. Un libro que nos invita a pensar y a buscar la felicidad en nuestro cuadro diario, pintando con los pinceles de nuestro linaje, de nuestra historia y reconstruido con la sangre de nuestro propio ser. Virginia Bolasell, Salto, Argentina

Mercedes Pisoni Mujer Escribir Cambia tu vida Elena de Hoyos Secretaria de Cultura y Turismo del Estado de Morelos Pupilas confidentes 2020

Mercedes Pisoni, nació en Salto, Argentina. La hermana mayor de cuatro, tuvo una infancia feliz. Su vida de joven estudiante transcurrió en Buenos Aires, rodeada de viejas y nueva amistades, que siempre han acompañado e inspirado su vida emocional, intelectual y profesional. En 2006 se muda a Tepoztlán, México. En 2010 su revolución fue la llegada de su hijo Atzin. Sus días son de trabajo, amor y agradecimiento de todo lo que vive, ha vivido y vivirá. Cartografía para resurgir es su primer libro, nacido del taller “Mujer Escribir Cambia tu Vida” (Edición Morelos 2020), facilitado por la actriz y escritora feminista Elena de Hoyos


CartografĂ­a para resurgir Mercedes Pisoni

Mujer Escribir Cambia tu vida Maestra Elena de Hoyos Secretaria de Cultura y Turismo del Estado de Morelos Pupilas confidentes 2020


Cartografía para resurgir Mercedes Pisoni

Mujer escribir cambia tu vida Elena de Hoyos

Pupilas confidentes

Secretaría de Cultura y Turismo del Estado de Morelos Primera edición: Tepoztlán, Morelos (MÉXICO)

Octubre de 2020 Sin ISBN

Edición: Mercedes Pisoni

Diseño de portada e interiores: Mercedes Pisoni Cuidado de la edición: Elena de Hoyos

Imagen de portada y viñetas interiores: Mercedes Pisoni

No reservados todos los derechos. Cualquier parte de este libro puede ser tomada con fines de gusto por leer, ganas de viajar sin rumbo, contagiarse de esperanza, sororidad o agradecimiento a la vida. Citando la fuente y no modificando su contenido, se permite soñar este mismo sueño de autoconocimiento y libertad que muchas compartimos. merpi1977@gmail.com


A las que están perdidas y se están buscando

No somos tan pocas, ni estamos tan solas Elvira del Carmen Rawson Guiñazú (1867-1954, Argentina)

Una es más auténtica, mientras más se parece a lo que soñó de sí misma “La Agrado”, en Todo sobre mi madre, Pedro Almodóvar (2000)


Agradecimientos

Muy especial y querido agradecimiento: a Elena, quien nos acompañó y guio todo el taller, con un gran gusto por las letras y los procesos de las mujeres; a las compañeras Pupilas Confidentes que cada miércoles estaban allí oyendo y compartiendo en las ventanas apasionadas del zoom. Sin todas ustedes, mujeres grandiosas, no me hubiese atrevido a dar nacimiento a este libro.

Mi corazón late gracias a la energía de todo el afecto e inspiración que he recibido y recibo en mi vida: mis amig@s de Salto, Buenos Aires, México; mi mamá mis herman@s, mis sobrin@s y toda mi familia de Argentina, México, Estados Unidos, con quienes nos hemos dado cuenta que las fronteras se han disuelto a fuerza de siglos de migración. Gracias por ser mi tribu. A mi amado hijo Atzin que es mi alegría, mi esperanza, mi maestro.

A mi gran amor Hugo, porque es mi compañero de vida, y por ser ASÍ conmigo.


Índice

Prólogo I.

II. III.

IV. V.

La conductora y la cartógrafa a. ¿Por qué me llamo así? o el nombre me llama a mí b. Una mujer como yo: ser mutante No siga esa dirección a. Kilómetro 30: girar en U b. Frenar c. Lo que ya no quiero en mi vida Rastros de otras para mí a. Oda a las raras b. Parí en paz c. Kilómetro 35 d. Kilómetro 43: para estar aquí El rastro del reguero de tinta a. Mujer busca b. Blanco c. Nosotras Fin del camino y después a. Huellas

Epílogo: Al fin estoy aquí


Prólogo

Mi vida es como un viaje por carretera, en un camión de redilas, medio viejo, medio nuevo, que no solo transita por tierra, también circula por aguas y aires. Lleva la caja repleta de sueños, deseos, y planes. Mientras transcurre, con ánimo de exploradora, voy trazando el camino venidero y el que dejo atrás.

A este viaje de 43 ciclos, hace 20 le di una dirección y se llamó “el camino hacia la autonomía”. Contabilicé y abracé mi carga, mi haber, mi soy, mi anhelo.

Dejé en el camino lo mío que no venía al caso: el esperar eterno, el creer que mañana será otro día, el prometer costoso del te quiero cueste lo que cueste, el oír sos demasiado inteligente para mí, el próximamente te llamamos, el retumbar sobre mi cuerpo del doloroso eco del ¡qué rara sos Mercedes! Intuí que tomar los caminos no transitados por los que solo se ve hierba crecida, sería prometedor para conseguir ser yo con otr@s sin dependencias, demoras o desprecios.

Tracé una ruta y salí. No es un camino recto, ni liso, ni suave, sino más bien un road movie de aventuras o de detectives, donde transitar con los ojos y el corazón abierto es la llave para hallarme y descubrirme, a partir de los rastros que otras dejan para mí.

No voy a negar que la mas de las veces es un viaje en el que el sol toca mi rostro de frente, me bendice, como llamándome, me guía, y el viaje pasa a ser un encuentro con seres maravillosos, amad@s, divers@s, que pueblan mis días haciendo el camino amoroso y revelador. Sucede que a veces tomo rectas de alta velocidad, me enceguezco y casi no veo a los lados. En otros momentos parezco descarrilar por polvorientos y cerrados caminos de incomodidad. A


veces los caminos son amargos, otras dulces, como dicen que es la vida.

En este viaje no siempre llevo mapa, y me toca andar a tientas, adivinando y presintiendo. Otras, cuando consigo uno, puede no coincidir con el territorio. Por esa razón muchas veces tuve que abandonar caminos o planes que me había trazado y que no coincidían con la realidad del viaje. Mi camino no ha terminado.

Cartografías para resurgir es un mapa hecho a mano, de rastros que trazo con líneas de puntos, luego de haber pasado por allí. Un testimonio de mi tránsito como mujer sobre este planeta basto, por esta América que está unida en mi corazón a través de seres queridos que la habitan aquí y allá. Un viaje intertemporal en el que trafico memorias para hallar lo aprendido y las fuentes del aprendizaje. También, un recuerdo del dolor y un cartel luminoso que señala “no siga esa dirección”

Los cuadernos en blanco, listos para ser llenados, son mis armas de batalla, mis amuletos de compañía, mi contacto con el adentro y el afuera. Pluma en mano, es mi común denominador con muchas mujeres que toman la palabra para reescribirse, para resurgir de entre las partituras y los guiones que nos entrega el patriarcado, desde antes de nacer. La textura de este testimonio son las letras, las voces, las palabras, las odas, los deméritos, las voces memoriosas, los susurros en sueños. Los cuerpos que las portan son los de mi linaje, los de mis amigas, mis maestr@s, mi comunidad, mis amores y el mío. La sutura que les une, es el sentir y el anhelo de libertad.

Espero no sea tarde para aclarar que no me voy a esconder detrás de la metáfora del viaje, porque noten que ambas, la conductora y la cartógrafa: soy yo.


I.

La conductora y la cartógrafa

¿Por qué me llamo así? o el nombre me llama a mí

Me parió mi mamá, me nombró mi papá: Mercedes. “Nombre de anciana”, decía ella, disconforme. Él ya no está para contar porqué lo escogió. Recuerdo que de vez en cuando me miraba con sus ojos de miel y me cantaba Merceditas, dulcísima canción folclórica de donde nací, Argentina: Qué dulce encanto tienen

Mis recuerdos, Merceditas Aromada florecita Amor mío de una vez Busco sobre el significado de mi nombre. Encuentro variantes de un mismo conjuro significante que tiene que ver con el dar y liberar. Misericordia: “inclinación a sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda” Libertadora: “la que libera”. Salario, paga, precio: “La que recompensa”. Derivado de Merced: “Gracia o favor especialmente concedidos por Dios o por un soberano, como reconocimiento por los méritos contraídos por una persona” Descubro que mi nombre me llama, imprimiendo un sentido “natural” a bailar la danza del dar y recibir. En nombre de muchas causas, junto a otras personas con quienes comparto intereses, hemos desarrollado habilidades para dar tiempo, escuchar, acompañar y eso se ha convertido en mi trabajo de cada día.


Dar como expertise, como tarea, como misión. He estudiado para que ese dar, al ser recibido, se convierta en autonomía y empoderamiento. Me ha gustado esa labor, de la que emerge el poder compartido, y germina el poder en quien no lo tenía antes. He sentido que en el dar y compartir mutuo está el eterno movimiento de la abundancia, y eso me ha guiado.

En otros contextos, también me ha consumido, cuando se pierde el equilibrio y rompe la danza en drama. Cuando, por elevada, la recompensa que me piden me extingue como dadora. Cuando el abuso patriarcal la enmascara con sus intereses, la exige obligadamente, absorbiendo esa merced -y a esa Mercedes- la disfraza de manda emocional, de deuda, culpa, reproche. La viste de tradición y el dar es obligado: para no pelear, para no discutir, para no escandalizar. Ni denunciar. En mi vida ese ha sido un tema, tal vez un enorme problema de límites y fronteras. He llegado a tener odio de mí, por ser tan entregada, tan honesta en mi dar, tan transparente en mis intenciones. ¿Me consume mi nombre? ¿Es que exageradamente interpreto mi nombre? ¿Mi nombre se apodera de mí?

Creo que con el tiempo algo aprendí: no es mi nombre. Es el terreno patriarcal en el que se desarrollan algunos injustos intercambios, disimulados robos, constantes extorsiones, lentas expropiaciones, múltiples extracciones.

Una mujer como yo: ser mutantes

Las camaleonas cambian de color su piel y esa es su virtud: camuflarse entre los demás seres naturales.

Las serpientes cambian su piel cada temporada, al igual que otras especies que pierden su pelaje para lucir uno nuevo, brillante y joven cada año.

Un triste y oscuro capullo se metamorfosea y en apenas unas horas resurge en mariposa de colores irresistibles. Una renacuaja en el agua, muta. Luego es una rana terrestre. Y las aves no nacen volando…lo aprenden.

Para todas ellas el cambio es natural. Su naturaleza está en el cambio.

Una mujer como yo tampoco le teme al tiempo ni a la impermanencia. Al contrario, como mujer prospectiva se entrega con los brazos abiertos a esa otra parte de ella misma que -desde las vertientes infinitas de lo posible y lo deseado- la busca con ansias para juntas, resurgir en otra. Esa es su virtud.


II.

No sigas esa dirección

Kilómetro 30: girar en U

A mis 30, en el mapa, un cartel luminoso y prometedor decía “formar una familia”, y hacia allá fui con mi energía, mi amor, mi juventud, mi dedicación y mi gusto.

Al cabo de un tiempo en esa estación, mi realidad dictó abandonar el plan del nido familiar, con mi niño de dos años, ante el hartazgo del maltrato. Un paraje prometedor fue para mí un tránsito oscuro. Conocí la frustración, el desamor, la soledad en compañía, el abandono en presencia. Probé todo aquello que nunca más quiero ni beber, ni comer, ni sentir.

Me conocí a mí misma en el umbral de la locura, ese filo al que nos orilla la luz de gas de la violencia diaria, autorizada por el patriarcado. Acaricié la hojarasca del alma, maldije el retorcijón del cuerpo por falta de cariño, la asfixia en la garganta por el silencio autoimpuesto. Viví la violencia más convencional a la que nos enfrentamos la mayoría de las mujeres.

Logré al fin quebrar el mandala del horror y hacer las maletas, cortar la soga de mi cuello, liberar la asfixia por no poder ser yo en ese nido. Abandoné esa idea arraigada por siglos en mis genes, de hacer una familia a toda costa. Logré virar, dar el volantazo repentino, vuelta en U, por amor a mí, a mi hijo, al sentimiento interior de que eso que dejaba atrás no era vida, sino muerte. Adiós. Despedí con un pañuelo empapado en lágrimas el sueño de la familia tipo. Y ahora ¿Qué sigue?


Frenar

Quiero pisar la hierba fresca, descalza. Quitarme la ropa y correr por un campo lleno de flores, frutas, árboles, vacío de gente. Me urge reír sin pausa, sin prisa, sin urgencias, contagiada por la alegría de mi hijo.

Me urge decir que quiero parar las agujas del reloj que, con sus prisas cotidianas, me están ahorcando.

Lo que ya no quiero en mi vida

No quiero convivir con el desprecio, el desdén, la agresión, ni la ausencia de cariño.

No quiero convivir con el tintineo de las críticas y los señalamientos desde la arrogancia de quien se siente digno de opinar sobre los demás. Nunca más.

No quiero que me digan lo que tengo que hacer, ni una vida de recetario paso a paso.

No quiero sentirme absurda, desubicada, fuera de lugar, inapropiada, inadaptada. Nunca más.

No quiero prisas ni impaciencias.

No quiero herencias obligadas, inercias existenciales, ni patrones absurdos que cumplir.

No quiero obsolescencias programadas, polos derretidos, ni naturalezas muertas. No quiero más violencia derramada por doquier. Nunca más.


III.

Rastros de otras para mí

Oda a las raras

Desde niña me junté con las “raras” de la familia. Y ellas se juntaron conmigo, como queriéndome arrastrar a su mágico e “impopular” camino de vida, como buscando heredera para su peculiar linaje. Tías solteras que en la familia las llamaban por lo bajo “solteronas”. Tías de cuatro generaciones que, a pesar de los chismes y las críticas, contaban con un lugar especial y querido en la familia.

Dos de ellas, las más grandes, vivían juntas en una casa plácida y silenciosa del pueblo. Cuando íbamos a visitarlas, las encontrábamos meneándose en sus sillas mecedoras, sobre un piso blanco y negro, lustroso. Tomando té en la terraza fresca por la sombra que da la parra. Los adultos platicaban frente a la caramelera de cristal sobre la mesa, rebosante de bombones de licor, que comían a la hora que se les daba la gana. Para mí, la niña, tenían dulces de fruta, y con una sonrisa cómplice, alguna de ellas me daba su lugar en la silla mecedora que yo convertía en columpio.

Ambas vivieron casi 100 años. Contaban que, de jóvenes, allá por el 1900, cuando iban al campo, se alejaban y jugaban con las otras primas a burlarse de los hombres. Se ponían pantalones y sombrero, se tiznaban unos bigotes de carbón, se subían al caballo y, fingiendo la voz, daban órdenes a lo macho, mientras las demás se morían de la risa. Ellas eran Pocha y Otilia. La tía Pichi y la tía Gilda, otras tías de las dos siguientes generaciones, vivían siempre fuera del pueblo porque sus trabajos requerían viajar. También fueron perlas exóticas: mujeres que desde


los años 30 y 40 habían decidido estudiar para ser maestras, trabajar fuera de casa, vivir fuera de su pueblo natal (a pesar de la oposición de la familia), viajar por el mundo, enamorarse, tener novios, amantes, más nunca maridos.

Cómo compartiéndome un secreto (o varios), siempre me llamaban primero a mí, a la hora de abrir sus maletas recién llegadas de viaje. Frente a mis ojos se desplegaba un mundo de pura fascinación por la vanidad de la que gozaban como mujeres trabajadoras y solteras: el de las telas exóticas que convertirían en vestidos, el de los zapatos de colores chillones con olor a nuevo, las joyas grabadas con sus nombres (que guardo en mi alhajero como parte de sus legados), perfumes en frascos de formas raras. Traían allí puro gusto para ellas mismas, para su ser mujeres independientes, trabajadoras y coquetas. Y siempre algún regalo para mí, la niña consentida. El secreto implícito que me compartían, iba más allá de esta descripción superficial de la maleta cargada, ese secreto, que aún oigo como un murmullo revelador que me llega de viejo tiempo, decía: Puedes ser mujer y decidir cómo quieres que sea tu vida. Eres capaz de enfrentarte a quienes no quieran darte “permiso”. Puedes estudiar y amar lo que haces, puedes gozar de reputación en base a tus logros personales, más allá de los méritos maritales. Puedes ser coqueta e inteligente a la vez y, además, entregar tu saber a la enseñanza de otr@s. Puedes viajar y bailar, y seguir siendo una gran mujer.

Soy sucesora de cuatro generaciones de mujeres que fueron una especie exótica para su época. Yo a mi corta edad, podía distinguir que todas ellas eran mi estirpe, mi linaje, mi modelo. Honro a mis tías tatarabuelas Pocha y Otilia, a mi tía bisabuela Gilda, mi tía abuela Pichi,

y mi tía Mariana, quienes abrieron el camino para ser la mujer que yo escogiera ser, sin tener miedo en el intento.

Parí en paz

La primera vez que parí: parí en paz, con la fuerza exacta de la naturaleza, al ritmo del terremoto interno y eterno. Parí en paz la vida de uno más de los hijos de la gran vida.

Parí en paz sintiendo que cada vieja mujer parida y parturienta veía por mí con los ojos de las compasión.

Parí en paz, un hijo que se anunció cantando.

Antes de parir, parí la idea del parto con dolor en compañía, del dolor sin sufrimiento. Parí a oscuras, de la mano, abrazada, en cuclillas.

A la sombra sororal de las diosas que guían el alumbramiento.

Kilómetro 35

Salí a respirar. Retomar el camino, regresar a mí, ahí, justo al punto donde dejé de escucharme y escogí mal. Empecé de nuevo. Retomé la carretera del autocuidado, la risa, la abundancia en la amistad. Reconocí en mí la nueva identidad de ser mujer-mamásoltera. Reconstruí mi vida. Recalculé rumbo: más cerca de mi paz y la de mi hijo. Recorrí territorios nuevos, deseados, algunos olvidados: como escribir, pintar, danzar.


Aires frescos entraron por las ventanas y se subieron al redil: una tribu de amigas y un trabajo amado. No era la primera vez que cortaba mis amarras y partía.

Kilómetro 43: para estar aquí

A esta altura del viaje, en mi kilómetro 43, confío menos en las señalizaciones del afuera y más en la brújula de mi cuerpo y mi corazón maduros. Son mis copilotos, me transmiten qué quieren. Son mis guías internas que me dirigen la mano al trazar mi siguiente camino. Por eso siempre sé que quiero estar acá, acá mismo, dónde y con quién estoy ahora, porque este mapa fue trazado con esa tinta que antes de decidir, siente.

IV.

El rastro del reguero de tinta

Mujer busca

Mujer busca lugar de escritora.

Mujer que escribe, busca en su casa -en medio de una pandemia, entre la aglomeración de cosas y de casas- lugar de escritora.

Mujer que ya es escritora, busca donde vomitar las palabras que trae cargando desde antes de la pandemia y de la aglomeración de cosas y de casas. Mujer busca y encuentra lugar de escritora, en su cuarto, en la escuadra de dos paredes blancas de piedra, llamada “rincón de la casa”.

Mujer busca dónde poner el cuaderno y afirmar el papel para, por fin, vomitar grafos por la mano. Pero no tiene donde, no tiene base, no tiene mesa. Mujer escribe su incomodidad en el piso, en la cama, en su falda. Garabatos que no son los mismos que si fueran escritos en su lugar de escritora. Mujer, aún, busca lugar de escritora.

La Diosas oyen todo, hasta el silencio de una mujer que busca. Tocan a la puerta.

Desde lejos, traen un regalo: una mesa perfecta para la escuadra blanca, para la aglomeración de la casa, para el cuaderno de flores y la pluma negra, para el peso de las palabras viejas.


Una mesa ya es sostén y punto fijo al deambular nómada de la escritora. Brotan las palabras.

Mujer, tiene lugar de escritora.

Gracias

Blanco

Escojo el blanco.

Abierto a las posibilidades.

Silencio visual antes de la creación.

Transparencia, llave, hacia mis memorias.

Invocación lánguida y silenciosa que precede: el estruendo desaforado de las letras,

el descubrimiento del color y el tono de las palabras que de mí ahora

brotan

Y salpican, sin pausa, este blanco.

Nosotras

Mujeres que fabricamos cerillos de palabras para encender el fuego que cocina el mundo.

Mujeres memoriosas, capaces de viajar en el tiempo recolectando el néctar y la hiel de cada época, para crear la alquimia del perdón.

Mujeres que inhalamos la belleza del mundo y exhalamos lavanda en jazmines por la piel, para aliviar el dolor propio y ajeno. Mujeres que danzamos, lloramos, imploramos, abrazando la idea de la eterna conexión entre todas las que fueron, las que somos y las que serán.


V.

Huellas

Fin del camino y después “Quiero ver, amanecer, del otro lado quiero ver, amanecer, pero que alguien se quede aquí para saber si yo sigo viv(a)” Vicentico

hoy.

No sé qué huella quedará de todo lo que haga o deje de hacer

Pero sí conozco el calor que brota del alma ajena, cuando una palabra aliviadora sale de mi boca y la toca. Queda marcada con un aura de alivio, perdón, solución, liberación.

No sé qué huella quede del ir y venir de mis manos en las ollas, sartenes, harinas y menjunjes.

Pero sí conozco la pausa en la voz, el silencio en la mesa, el sonrojo en las mejillas, los ojos revoloteando como idos, cooptados por una memoria sensorial, cuando alguien prueba un platillo que he hecho con todo mi ser, rememorando una vieja receta familiar.


No sé qué tanto llegará al futuro, de este presente tan impregnado de nosotras, cuando ya no estemos.

Pero ojalá que las niñas y mujeres, que las hijas de mis amigas, que mis sobrinas y vecinas, recojan la huella de esta mujer que, al agitar las alas, no sé si pudo volar, pero al menos quiso: limpiar el aire de amargura,

abrazar las almas violentadas de todas las mujeres con cada palabra en una pluma,

encender la llama vital de cada una, arrancando la tristeza de todas, destruir sinsabores futuros, al calor de la risa y algarabía común.

Que otras mujeres del futuro, paradas en el terreno colectivo del amor sororo, encuentren mi huella, para continuar con pasos sucesivos este camino marcado que ya no será mío, sino de todas.

Epílogo: Al fin estoy aquí

En el proceso vivido en el taller de escritura identitaria Mujer escribir cambia tu vida, de la mano y al calor del corazón de la queridísima maestra Elena de Hoyos y junto a mis compañeras Las Pupilas Confidentes, se ha creado un mundo de posibilidades para sentir, compartir y conocernos a través de la escritura.

Se ha abierto un canal interior hacia mis emociones atesoradas, esas que impregnan los hechos más antiguos. Me he dado cuenta que escribiendo, accedo al pasado en la memoria, y recupero, por ejemplo, el orgullo por mi linaje femenino, o el agrio repudio por mi agresor. He saboreado lágrimas adolescentes escribiendo sobre mi gran primer amor y con ello, he apuntado en mis notas de hoy: “no olvidar que es mejor ser valiente a la hora de amar”. También soy capaz de prefigurar, con la escritura, un futuro deseado, amoroso, justo para tod@s, y entregarlo al espacio común, como ofrenda. Durante este taller he podido viajar en el tiempo y traer de cada lugar una remembranza que, además de ser anécdota, es un nudo vital para mi historia. La escritura abre en mí puertas que no son casuales: despliega emociones viejas que me reclaman hoy, a pesar del tiempo, ser reconocidas y nombradas.


Cartografía para resurgir Mercedes Pisoni, se terminó de editar e imprimir en Tepoztlán, Morelos, México octubre de 2020


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