Revista Orsai — Temporada 2, Episodio 1

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MI PANTEÓN PERSONAL

EL ESCRITOR

E

n la runfla que se había establecido ahí en San Telmo, entre el Marconetti y Paseo Colón vivíamos en todos los pisos tomados. La Turca, que era una chupadora de pija profesional, se la chupaba a todos en el barrio menos a mí. Vivía sobre Brasil y Balcarce, a metros del bar donde funcionaba la redacción de Cerdos & Peces, ahí nomás del Británico y a la vuelta de un edificio en el que yo había vivido y donde se alquilaban habitaciones. Le decíamos El infierno. Habíamos estado ahí con Vera, en cuartos donde apenas entraba un colchón, unidos entre sí por unas escaleritas. El lugar tenía tres pisos y nosotros dormíamos en el tercero. En el primero, debajo de todo, estaba José Sbarra. Lo había visto una sola vez, cuando me mandó a buscar merca Daniel Riga. Toqué y entré, y estaba él tirado en el fondo. Siempre me acuerdo de esa imagen como de pesadilla o de alucinación: él, en un rincón, formando un ángulo con su cuerpo y rodeado de pibitos que se traía de Constitución para cogérselos. A mí me cayó para la mierda, sobre todo por las anécdotas que se contaban y por esa imagen horrorosa. Parece que Sbarra les inyectaba algo a los pibes para cogérselos, y una vez en la que estaba Daniel Riga se le quedó uno ahí. Parecía que se había muerto. Entonces Daniel empezó a pegarle trompadas en el pecho y pudo despertarlo. Pero cuando Sbarra también se despertó y lo vio a ese gigante sobre el pibe, le pegó una trompada y lo sacó a la calle en la esquina del Británico. Pero eso no fue nada. Cuando me cansé de vivir ahí le cedí mi cuarto al B.Ode, que un día fue a lo de Sbarra y encontró un cadáver envuelto en una alfombra. Para el B.Ode daba igual si era un cadáver o un ángel: no hizo nada, se fue y se acostó. Después llegó la policía, encontró el cadáver y despertó a todo el mundo. Había pasado lo de siempre: Sbarra le había dado una inyección a un pibito para cogérselo y lo había matado. En-

tonces lo había envuelto en una alfombra y lo había tirado en la planta baja. Yo consideraba a Sbarra un agente del mal. No le daba bola, no lo quería ver, no lo quería leer. Estaba podrido de escuchar los monólogos de mierda que hacía en Mediomundo Varieté. Hasta que al fin decidí entrevistarlo en mi casa, para una nota que se titularía «Coger, drogarme y escribir». En esa charla lo aprecié, me di cuenta de que tenía algo. Era quizá el primer escritor que encontraba con el que pudiera conversar. Porque había entrevistado a Fogwill, a casi todos los escritores, pero eran conversaciones de intelectuales, y con él no pasaba eso. Empezamos a ser amigos. En esa charla me confesó, como si fuera un manifiesto «Cuando no me la chupan bien, cuando siento que no me la chupan en serio, entonces no les doy lo que se merecen. La generosidad y el egoísmo son lo más importante en el acto sexual. Estoy viendo una concha y no me pasa nada, igual la miro y alimento las ganas, me doy máquina. Te tienen que hacer sentir grande. Yo estoy chupando una pija en un baño de un bar y al tipo lo hago sentir el macho de la tierra. Hay que evitar coger con los mezquinos. Los mezquinos son lo peor del mundo». Sbarra era un tipo muy raro, bisexual, se cogía mujeres, hombres, nenas, nenes de ocho, nueve años. Su manera tan extraña de confesarse era parecida a la mía. Contaba todo. Decía que se arrepentía de todo lo que había hecho. En esas notas de arrepentimiento, a medida que me fui haciendo su amigo, empecé a notar otra vez el dolor que había visto en Daniel Riga. Al final lo contrataron en un bar que estaba sobre la avenida Colón, muy famoso, que se llamaba Baruk. El dueño de ese lugar, por amistad, le tiraba unos mangos porque él estaba en la pobreza total, no tenía donde vivir. Y lo dejaba hacer ahí sus shows y dormir atrás. En uno de esos shows, lo fui a saludar al camarín, que era su cuarto, y vi que al lado de

ESCRIBIR UNA TRILOGÍA DE DOS LIBROS SOBRE LA PEREZA. 62

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