Revista Orsai — Temporada 2, Episodio 1

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MI PANTEÓN PERSONAL

EL CANTANTE

A

Luca Prodan lo conocí en 1980, cuando yo vivía prácticamente en La Plata. Con Los Redondos íbamos a laburar a un boliche que era como una sala de ensayo que se llamaba Malambo y que, tal como sugiere su nombre, era un lugar de pistoleros y asesinos. La última noche que fuimos estaba Miguel Abuelo, que lo cagaron a trompadas —era un público repesado— y empezó a putear; estaban Los Redondos, que no quiso cantar el Indio y salí yo en lugar de él; estaba celeste Carballo; y había unas chicas que se llamaban Las Babyscuit. Yo hice mis monólogos y me gritaron de todo —pero teníamos una banda de pesados que afortunadamente nos sacaron de ahí—, y debutó un grupo con una baterista, extraordinaria para mí, que se llamaba Sumo. Así nos conocimos. Luca me vino a saludar porque sabía quién era: un «famoso» dentro de ese grupito de artistas que había esa noche. El reencuentro ocurrió en El Depósito, un bar en el cruce de Chacabuco y Paseo Colón. Los Redondos daban un recital, pero no fue el Indio y salí yo con Luca y las Babyscuit. Cuando Poly se enteró, sintió odio y me quería echar del grupo. Ella era así. Después dejamos de vernos. A unas cuadras de ahí, en Chacabuco y Piedras, estaba la redacción de El Porteño. En la esquina había un bar al que iba todas las mañanas antes de entrar a la revista. Ahí me tomaba unos tragos de vodka con Campari y me cruzaba, cada tanto, con Luca, que venía de Alcohólicos Anónimos, cuya sede estaba en la misma manzana. En AA todos los días tienen que decir, como un mantra, «hoy no beberé». Pero si no se dice esa frase, ese día se puede beber. Entonces Luca venía y pedía una ginebra, y nos dábamos unos saques. l afirmaba que la cocaína era peor que la heroína, porque la heroína al menos te mata. Cuestión que a veces yo me desayunaba una ginebra, y contento de que yo lo incitara, el pelado, después

de la sexta o séptima ginebra y el cuarto saque puteaba toda esa cura que lo obligaba a arrepentirse del éxtasis que lo aprisionaba. «¿Querés otra ginebrita, Luca?». Amo el fracaso del que quiere enderezarse. Los que se enderezan, levantan la vista y ya no ven más el mundo, se casan con un auto, tienen romances con el supermercado, eligen la llave perfecta para que cierre la puerta y respiran hondo, como si toda su vida hubiera sido un error, como si ese ser miserable hubiera estado siempre oculto bajo el disfraz del agachado. Pero Luca nunca fue así. Por eso todos cuentan anécdotas de Luca. Todos estuvieron con él en alguna parte. En un pueblito llamado Lotha, en el sur de Chile, un pueblo minero abandonado, en la pared de una casucha dice: «Luca vive». Y esas pintadas no se equivocan. Ciertos animales bellos y calientes, ciertos duendes quedan palpitando por la eternidad en los corazones que alimentaron con su luz. Todos los malditos 22 de diciembre en los que vuelvo a cumplir años recuerdo esas mañanas en San Telmo, cuando a las ocho o las nueve nos zampábamos esas seis o siete ginebras, hablando tonterías (nos poníamos tremendamente tímidos) como dos niños jugando un juego imposible: jubilarse de adulto. Después nos vimos muchas otras veces, por afuera de ese barcito atorrante. Una de las últimas fue en el Parakultural, con su formación Luca y los Apestosos. «Sumo me tiene podrido... este es un país de putos, ¿sabés qué banda voy a hacer? Todos Tus Trolos», me dijo eufórico. En esa época también nos encontramos para una entrevista. Se enojó porque perdí el grabador y la tuve que inventar toda; y en un bar que se llamaba Gracias Nena, allá en Chacarita, me dijo «Eh, loco, me hiciste decir cada cosa» (las había dicho, lo que pasa es que no reconocía sus palabras). Y finalmente lo vi en su casa, donde murió, una semana antes de que partiera al otro mundo, con su banda Luca y los Apestosos. Una de las últimas frases que

VEO EL FRASCO DE ANTIDEPRESIVOS MEDIO LLENO. 58

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