Revista Hegemonía Nº. 2 Año I/Abril de 2018

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corporaciones ya poseen la casi totalidad de los medios de difusión en los tiempos que corren, no por ello se duermen en los laureles y siguen ocupando espacios en las nuevas formas de comunicación, como sucede hoy con las redes sociales. Al contar con una superabundancia de recursos, que son virtualmente ilimitados, el poder fáctico de tipo económico no espera la corroboración empírica de que este o aquel método sirve a la transmisión del mensaje. En realidad, lo que el poder hace es invertir en todos los métodos existentes, incluso en los más dudosos y novedosos, y luego comprobar la utilidad de cada uno de ellos sobre la marcha. Si más tarde queda en evidencia la inutilidad de un determinado método de comunicar el mensaje, simplemente se lo descarta y se lo deja de usar, y se pierde la inversión hecha allí hasta ese momento. Claro que esa pérdida de lo que se invierte es lo que menos les preocupa a los ricos, dada la superabundancia de recursos antes dicha. Lo único que importa es ocupar un espacio y, si más tarde ese espacio se revela de mucha importancia —como sucedió con la televisión, por ejemplo—, entonces el espacio ya está ocupado y lo único que debe hacer el poder de allí en más es mantener su posición cómodamente.

Nuevas tecnologías En sus comienzos, la televisión fue una incógnita. Algunos expertos en comunicación de la época

pronosticaban el fracaso, argumentando los altísimos costos de operación. Al fin y al cabo, la radio ya se encontraba muy bien instalada y era el medio masivo de comunicación por excelencia. Hasta mediados del siglo pasado no había razón para suponer que la radio pronto sería superada por otra tecnología. Pero eso fue lo que sucedió, efectivamente. El poderoso no descansa y se apuró en condicionar el desarrollo de esa nueva tecnología hasta concentrarla casi en su totalidad. Hoy la televisión es el medio de difusión por antonomasia y los canales con licencia para utilizar el espectro radioeléctrico son casi todos de propiedad privada, quedándole a los Estados nacionales en todas partes la operación de canales menores y con muy poca audiencia,

mensaje ideológico de las corporaciones, que hace sesenta o setenta años “madrugaron” y se quedaron con la televisión en monopolio. Otro tanto está ocurriendo en la actualidad con lo que llamamos redes sociales, esos espacios virtuales de socialización cuyos máximos exponentes son hoy Facebook y Twitter, justamente dos empresas con acciones en bolsa, de las que se denominan corporaciones. Estas empresas son fenómenos de la economía, puesto que por sus servidores circula buena parte de la información del mundo sin la necesidad —he aquí el fenómeno propiamente dicho— de que Facebook ni Twitter produzcan contenido: todo lo hacen los usuarios, y a esas corporaciones les toca tan solo concentrar ese contenido, hacerlo

normalmente además con programaciones de baja calidad o con poca relevancia para el telespectador promedio. Prácticamente todo el mensaje que hoy circula en televisión es el

propio, definir quién ve cada cosa en cada momento y, finalmente, vender la información como mejor les parezca. No se registra en toda la historia de la humanidad golpe más genial a la propiedad intelectual

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