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OLIVIA NOBLE CAMIN211 detr225s del anciano profesor, atravesando las puertas de cromo y cristal grabadas con el nombre del ostentoso restaurante situado en el piso treinta y uno de The Shard, el edificio m225s alto de Londres. Su barriga, bastante nerviosa por el largo y espeluznante viaje en ascensor, se estremeci243 ante las vistas panor225micas salpicadas de los monumentos emblem225ticos de la ciudad. Como neoyorquina de nacimiento, aceptaba los rascacielos que desaf237an la gravedad como parte de la vida, pero evitaba los de esta magnitud siempre que pod237a.&Ah los otros todav237a est225n en el bar.El profesor McBride hizo un gesto a Libby para que se adelantara hacia el grupo de trajeados. Las piernas de Libby se tambaleaban sobre sus tacones de diez cent237metros mientras cruzaba la alfombra de felpa, intentando dominar el control que la adrenalina ejerc237a sobre su cuerpo. Sus pobres gl225ndulas suprarrenales estaban agotadas. Aquel restaurante sofisticado y elegante bien podr237a haber sido una cafeter237a de carretera.Directora de su propia empresa de marketing en Nueva York, estaba acostumbrada a hablar en p250blico. Eso no significaba que le gustara, ni que los nervios no la hubieran atenazado durante los cuarenta minutos que hab237a durado su presentaci243n de esta ma241ana en la London Business School. De hecho, se hab237a quedado boquiabierta cuando la invitaron a hablar en un seminario tan prestigioso, sin saber siquiera que al otro lado del charco alguien hab237a o237do hablar de su peque241a y prometedora empresa.El resto de los conferenciantes estaban agrupados en la barra, formando peque241os grupos, sumidos en la conversaci243n. Varios levantaron la vista cuando Libby y el profesor McBride se acercaron: caras que ella reconoc237a del seminario y una en particular que exig237a m225s que una buena parte de su atenci243n. Un rostro dif237cil de ignorar.Alex Lancaster.Su mirada se apart243 de la conversaci243n que ten237a lugar ante 233l, se pos243 en ella por encima de las cabezas que los separaban y pr225cticamente la desnud243. Un escalofr237o se origin243 en sus ovarios y serpente243 hacia el sur para unirse al temblor de sus piernas. Aquellos ojos... La intensidad con la que atravesaban a la destinataria de toda su atenci243n... Vaya. De cerca era... Guau. Un chico malo de pel237cula, un caballero p237caro y un surfista friki, todo en un paquete apetitoso. No es que tuviera mucho de surfista en ese momento, vestido como estaba con un traje a medida de tres piezas que probablemente hab237a costado m225s que el pago anual de la hipoteca de su modesto apartamento de doscientos metros cuadrados. El 250nico gui241o a su lado m225s salvaje era el mech243n de pelo oscuro ligeramente despeinado, que parec237a negarse a ser domado hiciera lo que hiciera.Libby apret243 los muslos, con los dedos crispados agarrando el bolso.&191Unacopa de vino, querida? Pregunt243 el profesor McBride.Libby