Texas 03

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Cerca de ti CHRISTINA DODD 3° de la Serie Corazones Perdidos de Texas

—Tres, dos, uno —dijo ella en el micrófono bajo su mentón. Subiendo la voz para ser escuchada por encima del rugido de la tormenta, dijo—: Aquí me encuentro en la isla Galveston, donde una vez más la ira de la naturaleza ha tomado a la playa como rehén y transformado este destino turístico habitualmente plácido en... Sin advertencia, una ola revoltosa la golpeó detrás de las rodillas. Se tambaleó hacia delante. Su corazón dio un salto. La arena se movió bajo sus pies. Aleteó los brazos como una loca y soltó un chillido agudo y aniñado. La marejada ciclónica se elevó para tragarla. Casi… casi… cayó en el oleaje aplastante. Se contuvo. El agua remitió, retrocediendo y cobrando fuerza para arrojarse una vez más sobre la orilla. Huracán mínimo, seguro. Subió tambaleándose hacia la playa para ver a Malik sonriendo y todavía filmando. —¡Gran estúpido! —El sudor corría por su espalda, y le temblaban las manos—. Podría haber muerto. —No. Lo peor que podría haber pasado era que ahogaras el micrófono. —Él asintió, solemne otra vez—. Butch se hubiera enojado realmente contigo por eso. El sentido del humor de Kate regresó, y se rió. —Eso irá en el rollo de metidas de pata. —Oh, sí, siempre gano el premio a las mejores metidas de pata en la fiesta de Navidad. Inténtalo otra vez —dijo Malik—, y esta vez, si viene una ola, te avisaré.

En Austin, Texas, el senador estatal George Oberlin entró en su sala de juegos de paneles oscuros y decorada con cabezas de ciervo para encontrar a su esposa sentada, mirando fijamente la televisión, aparentemente fascinada por las noticias. —¿El huracán está llegando a la ribera? —le preguntó sin mucho interés. No era un huracán grande, lo que significaba que no habría una cobertura intensa en los medios nacionales. No tenía sentido ir después e inspeccionar el daño a menos que la nación estuviera mirando. —Es ella. Evelyn señaló con su dedo flaco y con anillo, y los cubos de hielo repiquetearon en su vaso. —¿Quién? Él echó un vistazo a su pantalla de cincuenta y dos pulgadas para ver a una tonta reportera con un impermeable amarillo parada entre las olas rugientes, gritando su informe contra el aullido del viento. La bruma cubría la lente de la cámara, y él entrecerró los ojos para ver el rostro de la mujer. —¿La conocemos? —Es... es Lana Prescott. Evelyn podía no estar arrastrando las palabras, pero evidentemente ya estaba borracha, y ni siquiera eran las cinco y media. —Jesucristo, Evelyn, ¿estás delirando? Lana Prescott está muerta.

Traducido y corregido por ALENA JADEN

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