Places 02

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—¡Oh, sí, no cabe duda! Su Excelencia es tan bella como el sol en todo su esplendor —replicó Mauger, y se inclinó antela joven dama para disculparse de nuevo por su falta de tacto. Eleanor se veía cada vez más desanimada, si eso era posible. Al vizconde parecía gustarle demasiado la duquesa que acompañaba a Remington. Y eso no debía suceder. Ella era de Remington, y cualquier hombre podría sentirse envidiado, pero no desearla a ella. Remington, llegado su turno, se inclinó y procedió a presentarse. —Soy mister Remington Knight —dijo al vizconde Mauger. Esperó, pero el rostro de éste no se inmutó. Al parecer, el joven no estaba al tanto de las noticias. —Mañana por la noche —aclaró Remington—, la duquesa y yo ofrecemos un baile para celebrar nuestro compromiso. Mauger palideció: aquella diosa estaba fuera de su alcance. —Esperamos tener el honor de contar con su asistencia —añadió. —Con mucho gusto —dijo Mauger—. Por supuesto que iré. Estaré verdaderamente encantado de asistir. Ha sido un placer conoceros. Señor, señora. — Saludó quitándose el sombrero sin apartar los ojos de Eleanor. Luego se dirigió hacia donde estaban su lacayo y su caballo, y se alejó a toda prisa con ellos. Remington se sintió aliviado al ver que su prometida no mostraba ningún signo de contrariedad. Por el contrario, se había vuelto a arrodillar junto a la perra, que miraba al caballero con temor. Remington se sentó al lado de la duquesa y, poniéndole una mano en la barbilla, le hizo girar la cara hacia él. —No os preocupéis por la perra. ¿Os sentís bien? —Sí, por supuesto que sí —respondió ella radiante. Remington le cogió una mano y retiró el guante sucio de tierra. La palma estaba ligeramente lastimada, y una uña de Eleanor estaba rota. Estaba seguro de que no eran ésas las únicas lesiones; seguramente también se había lastimado las rodillas, torcido un tobillo o producido otros daños que ella no quería confesar. De todos modos, el suceso había terminado, y él sentía la necesidad de regañarla—¿Cómo sois capaz de arriesgar la vida por un chucho mestizo?—la interrogó. Ante el tono de voz de Remington, a la perra se le erizó el lomo y mostró los dientes. —¡Quieta! —le ordenó Remington, y la perra se tumbó de nuevo. Sin embargo, seguía mirándolo con recelo. Remington comprendió que el animal le había cobrado afecto a Eleanor. —Hay quienes te llaman... mestiza —dijo la joven dirigiéndose al animal y con una expresión extraña, como si hubiera mucha gente a su alrededor. ¿Acaso estaba defendiendo al propio Remington cuando abogaba por aquella perra? ¿Es que acaso era él un ser desamparado al que ella había cobijado en su regazo, o se sonreía y lo aceptaba por el mero hecho de que él era inferior a ella? No habría razón para que sintiese interés por él, pero lo cierto era que lo sentía. ¿Todo lo que ella hacía acababa interesando a Remington? ¿Por qué? Porque a Remington le gustaba de verdad aquella mujer... la única de la que nunca había pensado enamorarse.

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