Perdidas 02

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Christina Dodd

La princesa descalza

espalda porque quería tenerlo cerca, pero sabía que nunca estaría lo suficientemente cerca. Cuando alcanzó el orgasmo, se olvidó de cualquier aroma, visión y sonido. Lo único que sabía era que él estaba en su interior y la estaba llevando a alcanzar una cima que jamás imaginó. Estaba hecha para ese hombre. Había nacido para vivir este momento, un momento que fue aumentando en intensidad hasta que creyó que moriría de un placer demasiado intenso para sobrevivirlo. Y cuando él se unió a ella, cuando sus embistes fueron más rápidos y profundos y su miembro creció en su interior y gruñó como si estuviera pasando una violenta agonía, el orgasmo de Amy se intensificó. Su cueva acogió su semilla, absorbió su ferocidad y tomó y ofreció con igual fuerza. Juntos eran uno. Cuando él eyaculó, se dejó caer encima de ella, sudado, agotado y precioso. Ella le apartó el pelo de la frente con manos temblorosas e intentó comprender cómo era posible. ¿Cómo era posible que dos personas, que hasta hace dos semanas jamás se habían visto, pudieran alcanzar aquella locura de placer juntos? —No lo hagas —dijo él con voz ronca. —¿El qué? —No intentes comprenderlo. Hasta que no lo hagas con el alma, no tiene sentido intentarlo. ¿El alma? ¿Qué sabía él de su alma? ¿Cómo se atrevía a hablarle de su alma como si fuera un poeta de culto, un amante inquieto? No era ninguna de las dos cosas. Era el marqués de Northcliff y ella haría bien recordándolo… y olvidándose que, en algún rincón del planeta, existía su alma gemela. En algún rincón del planeta… quizá más cerca de lo que ella creía. Jermyn levantó la cabeza, se apoyó en los codos y la miró. —Me vuelves loco. Jamás había sentido esta necesidad. No me he quitado ni las botas. —¿De verdad? —estaba encantada—. Pero bueno, tampoco has puesto los pies en la cama. —Será mejor que me las quite, porque pienso meterme en la cama… y quedarme ahí mismo mucho, mucho tiempo —la miró fijamente—. Has prometido que te quedarías conmigo. Ella se movió debajo de él, recelosa. —Un año. He prometido que me quedaría un año, el tiempo que dictamina nuestra boda pagana —creyó ver un destello de algo en los ojos de él. ¿Era posible que fuera decepción?—. Entonces… Entonces ya veremos si me quedo para siempre. Él guardó silencio un buen rato. Y luego dijo: —Está bien —se retiró de su interior. Se sentó, se quitó las botas y las tiró, primero una y después la otra, contra la pared. - 156 -


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