Hood 02

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Angus Donald

El cruzado

CAPÍTULO XVII

Desperté la mañana siguiente con la cabeza despejada pero muy débil..., y sabiendo exactamente lo que debía hacer. Sería humillante, pero tenía que ir a ver a Robin y pedirle perdón. Sin su ayuda y su protección no tendría ninguna posibilidad de enfrentarme a Malvête para vengarme del daño horrible que había hecho a mi amada. No había rastro de Nur en los aposentos de las mujeres, y Elise me dijo que se había llevado sus pertenencias en algún momento de aquella noche, y había desaparecido. Will Scarlet acompañaba a su esposa cuando hablé con ella, y los dos parecieron complacidos al verme recuperado de mis fiebres. Yo me sentí vergonzosamente aliviado al saber que Nur se había marchado. No tenía idea de lo que podía decirle. Le había prometido amarla siempre, y protegerla, pero sabía cuál era la verdad: no me veía capaz de hacer ninguna de las dos cosas. Se había ido y, para ser sincero, en parte me sentí liberado. Otra parte de mí mismo, en cambio, sufría por la hermosa muchacha que había compartido mi cama los últimos meses; la primera mujer que ocupó realmente un lugar en mi alma. Elise conocía los secretos de mi corazón, no sé muy bien cómo. Puede que fuera por intuición femenina ordinaria, pero también es posible que poseyera un don especial. En cualquier caso, siempre recordaré sus palabras: —Siento pena por tu amor, Alan —me dijo—. Te entró por los ojos, como te dije, y ya ves que se ha ido por el mismo camino. Pero no te culpes a ti mismo, porque ésa es la condición inconstante de los hombres; sois incapaces de amar de verdad, como ama una mujer, con todo el corazón. Pero es así como Dios, en su infinita sabiduría, os ha hecho. Me presenté a Robin en su palacio junto al puerto, e hinqué la rodilla delante de él. Había preparado mi discurso mientras iba caminando hasta allí, pero cuando se lo recité, me di cuenta de que no sonaba ni la mitad de elocuente de lo que me había parecido, ni la cuarta parte de sincero. Acabé pidiéndole perdón por las acusaciones que le hice después del ataque a la caravana de camellos, y añadí que, de no haber sido por la fiebre que me atacaba la cabeza, nunca habría dicho nada parecido.

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