Hood 02

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Angus Donald

El cruzado

lenguas. Sólo por señas pudimos llegar a la conclusión de que yo era Alan y ella Nur, y que yo era su protector en el campamento y ella tenía que quedarse a mi lado y no vagabundear por su cuenta. Ella me dijo que era «filistini», y entendí por ello que era una árabe de Ultramar, del pueblo de los filisteos del que habla la Biblia, aunque no pude hacerme idea de cómo había llegado a convertirse en esclava de una vivienda de Sicilia. Aquella primera noche, de vuelta en el monasterio, William y yo revolvimos por ahí y le encontramos algunas ropas femeninas limpias, un poco de comida y vino, y agua y un paño para que se lavara. No cabía duda de que nuestra presencia infundía pánico en su ánimo, lo cual era comprensible. Pero William se portó amablemente con Nur y, por gestos, le indicó lo que se esperaba de ella, y que no pretendíamos hacerle ningún daño. Era un buen chico, enormemente amable y leal conmigo. Luego los dos montamos guardia en el exterior de la puerta de la celda, sintiéndonos nobles y, por mi parte, intentando con desesperación no pensar en sus pechos jóvenes y perfectos, pujantes bajo aquella tenue cortina de seda. Después de siglos de escucharla chapotear y canturrear en el interior de la celda, y de enormes esfuerzos por reprimir mi imaginación, se me ocurrió una idea brillante y envié a William en busca de Reuben. El había crecido en tierras de Arabia, y sin duda sabría hablar en su propia lengua. William volvió al poco rato con el judío; en efecto, había estado jugando a los dados mientras yo lo buscaba por Messina, pero se sintió halagado por el hecho de que yo lo buscara. Llamó a la puerta de la celda y entró. Salió de nuevo un cuarto de hora después. —Le he dicho que, aunque muy joven, eres un gran guerrero cristiano del norte y que viajas con el ejército para batallar en Ultramar. Le he dicho que, si te sirve con lealtad, permitirás que te acompañe como criada, que la alimentarás y la vestirás y la protegerás hasta que lleguéis a Tierra Santa, y que allí la devolverás sana y salva al pueblo de sus padres. Ella ha dicho que sí a todo, y te está esperando dentro para mostrar su intachable lealtad a un caballero tan noble. Dijo todo aquello con cara de absoluta sinceridad, pero de todos modos le puse ceño. —Pero, ¿dónde dormirá? —pregunté—. ¿Y dónde voy a encontrar ropas y, ya sabes, cosas de mujeres? —En cuanto a dónde dormirá, creo que espera dormir contigo. Es su oficio, es una esclava adiestrada para dar placer... —¡De ninguna manera! —exclamé, cuadrando los hombros y dirigiendo una mirada furiosa a Reuben—. La salvé de unos violadores y la aparté de una vida de degradación, y ahora que está a salvo no voy a someterla a mis propios caprichos pecaminosos. - 144 -


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