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CHRISTINA DODD Castillos en el Aire 2° de la Serie My First

—Tal vez... —Keir titubeó e hizo una pausa—. Tal vez el fuego haya sometido a presión a las piedras. Layamon se puso de pie y sacudió las piernas. —Tal vez. —Trasladaremos la cocina al patio de armas de inmediato. —Raymond indicó el horno con un gesto de la mano—. Si empezamos ya mismo a construir la chimenea... —No. —La voz de Juliana sonó rotunda. Raymond, estupefacto, se quedó con el brazo levantado. —¿Qué? —Que no, que la cocina se queda donde está. —Juliana se retiró el pelo suelto de la cara—. Le pediremos al maestro de obras que le eche un vistazo a esto. —¡Claro! —exclamó Raymond con ironía al recordar el rostro lívido de Papiol. Juliana lo ignoró. —Quizás él tenga alguna explicación para el derrumbe de la pared del horno y se le ocurra el modo de arreglarla para que no vuelva a suceder. La próxima vez... —¿La próxima vez? —resonó la voz de Raymond. —La próxima vez que entre un nuevo ayudante en la cocina le enseñaremos lo que debe hacer en caso de incendio para que no vaya chillando por la escalera y despertando a todo el castillo. La exasperación de Juliana era palpable, pero ni mucho menos tan intensa como la irritación de Raymond. —A pesar de que ha quedado demostrado lo peligroso que es encender fuego en el sótano, ¿quieres dejar aquí la cocina? —No ha pasado nada —contestó Juliana con paciencia—. Cuando diseñé esta estancia, me cuidé mucho de colocar la chimenea lejos de cualquier cosa que pudiese arder. Si miras a tu alrededor, verás que gran parte de los daños han sido causados por el ataque de pánico de los idiotas de allí arriba. Raymond miró y comprobó que era verdad. —El pozo está aquí abajo —continuó Juliana persuasiva—. Como dice la cocinera, siempre insisto en que a todas horas haya cubos de agua disponibles. Sacó la mano del cubo y la examinó detenidamente. Exploró las heridas con la otra mano y entonces a Raymond le vino a la memoria la noche anterior. Le vinieron a la memoria las suaves manos de Juliana explorándolo a él y supo que una de ellas le dolería durante unos días. —Trasladaremos la cocina fuera —anunció él. Ella no levantó la cabeza. —No, no lo haremos. —Sí que lo haremos. —¿Crees que permitiría que mis hijas vivieran en un sitio que entrañara algún peligro? — Juliana estalló, alzando la voz—. Ni siquiera yo soy tan testaruda. Raymond alzó la voz como ella, más que ella. —Y ni siquiera yo soy tan imprudente para permitir que continúes con esta insensatez.

Escaneado por MARIJO – Corregido por Grace

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