Obra colectiva realizada por estudiantes de 4º ESO del IES María Guerrero de Collado Villalba que, a la manera de las Cartas Marruecas de Cadalso (siglo XVIII), ofrece una imagen de España -y particularmente de nuestro municipiodesde la perspectiva de quien llegó de fuera.
Coordinación: Guadalupe Jover
PRESENTACIÓN ¿Es posible encontrar puntos de intersección entre el horizonte de las obras literarias que propone el currículo escolar y el horizonte de recepción de los lectores adolescentes? Arrancaba este curso 2016-2017 y lo primero que nos deparaba el programa de Lengua y Literatura en 4º ESO era el acercamiento a la literatura española del siglo XVIII. ¿Qué podíamos hacer para ligar, en la estela de Paulo Freire, la lectura de la palabra y la lectura del mundo, la relectura de la palabra y la relectura del mundo? De este afán surgió el proyecto que hoy da lugar a este libro. En el siglo XVIII son muchos los escritores ilustrados que se valen de la ficción del viajero extranjero para describir con mirada crítica y constructiva las costumbres del propio país. Así Cadalso con las Cartas marruecas, Montesquieu en las Cartas persas, Giovanni Paolo Marana en Las cartas de un espía turco o Goldsmith en The Citizen of de World. Todos estos libros tienen un formato epistolar, es decir, consisten en un intercambio de cartas entre un viajero y sus corresponsales, hombres de diferentes edades y procedencias, en un intento de aproximación tanto intergeneracional como intercultural e interreligiosa. La premisa es que la razón, universal y común a todas las personas, debe permitir un diálogo fecundo que supere las diferencias geográficas y culturales. Este formato epistolar guarda estrecha relación con otro rasgo característico de la Ilustración, el perspectivismo, que entraña la voluntad de tratar de ver las cosas desde diferentes puntos de vista. Esta "mirada extrañada", esta voluntad de aproximarse al propio entorno a través de los ojos de quien no ha naturalizado actitudes y comportamientos, ha dado lugar más recientemente a textos de cierta fortuna como Los Papalagi o la Carta del Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos. Bien es verdad que mientras el primero parece ser, como las Cartas marruecas, un juego narrativo por parte del autor, en el segundo sí late la voz de quien se sitúa fuera de la civilización que critica. ¿Por qué no aprovechar este fecundo recurso literario? Puesto que el propio currículo invita a la creación de textos de intención literaria en la estela de los estudiados en clase, chicas y chicos de 4º ESO han construido colectivamente algo parecido a las Cartas marruecas del siglo XXI, protagonizadas ya no por viajeros ficticios sino por migrantes reales, y en las que se escucha al fin no solo la voz de los hombres sino también la de de las mujeres. Como corresponde a este mundo inevitablemente globalizado y mestizo, quienes llegaron de fuera
para afincarse en Collado Villaba no proceden ya solo de Marruecos, sino también de Ecuador, Bulgaria, Rumanía, Colombia y un larguísimo etcétera.
¿Qué hechos, costumbres, actitudes
sorprenden al viajero que llega para quedarse, procedente de cualquiera de estos y otros muchos países? ¿Qué es lo que más añoran de lo que dejaron atrás? Y aquí, ¿se les recibe con los brazos abiertos o sufren actitudes de desconfianza y rechazo? La tarea propuesta era relativamente sencilla. Cada estudiante había de conversar largo y tendido con alguien de su entorno que hubiera aterrizado en España procedente de otro país y que guardara por tanto memoria de lo que dejó y de lo que aquí le aguardaba. Se trataba de poner más tarde por escrito esas vivencias, prestando la propia voz a quienes han protagonizado experiencias dignas de ser conocidas y compartidas. Son sus contribuciones las que dan forma a este libro, que nos ha servido para constatar en qué medida tanto Collado Villaba como el IES María Guerrero son, en la mayor parte de los casos, cálidos lugares de acogida. Vaya desde aquí mi cariño y mi gratitud a cada uno de mis alumnos y alumnas de este inolvidable curso 2016-2017, y mi agradecimiento también a quienes compartieron con ellos unas experiencias en que conviven, irremediablemente, el desgarro y la esperanza. Gracias. Guadalupe Jover.-
“Me casé a la temprana edad de los 16 años y tuve a mi primer hijo a los 17” Mohamed El Yahyaoui.Hola, alumnos del María Guerrero. Me habría gustado hablaros en persona sobre mí; pero no creo que sea posible. En primer lugar, me llamo Fátima y tengo aproximadamente 61 años, 20 de los cuales he vivido aquí en España. Nací en Marruecos. Lamento no poder decir el día o el año, algo que yo también desconozco; esto se debe a que nací y crecí en el Rif y mis padres no pudieron ir a hacerme los papeles y poner por escrito que había nacido tal día a tal hora en tal año. En mi época la principal ocupación era el campo. Éramos 13 hermanos y hermanas más mis 2 padres, y todos estábamos sincronizados de tal forma que todos hacían algo para al final poder llevarnos un trozo de pan a la boca. De todos mis hermanos solo 3 consiguieron sacar un tiempo para poder ir a la escuela. Como yo era la mayor no tuve ese privilegio y tuve que quedarme en casa a ayudar a mi madre y cuidar a mis hermanos. Pasaron los años y nos mudamos a un pueblo llamado Targuist, donde mejoraron nuestras condiciones. Apareció la televisión y era magia para nosotros; era alucinante. Más adelante llegó el teléfono y por fin pudimos tener contacto con el exterior. Me casé a la temprana edad de los 16 años y tuve a mi primer hijo a los 17. Mi marido se jugó la vida para ir al harij (extranjero, así es como llamábamos a España y a los países europeos); llegó a salvo en una patera con otros 14 hombres (no me acuerdo exactamente de la cifra). Encontró trabajo y me enviaba dinero cada mes para mantener a mi hijo, Mohamed. Más tarde volvió a Marruecos unas semanas y nos mudamos a Tánger; donde tuve a mi segundo hijo. Pasaron unos años y quisimos venir a España, la cual me la imaginaba con grandes rascacielos, todo alucinante… algo parecido a Nueva York, un país perfecto. Al principio así fue, pero las cosas cambiaron; algo que ya me había advertido mi marido, por lo que me di cuenta que no existían los países perfectos. Pasaron los días y esto era muy nuevo para mí, llevé a mis hijos al colegio y me pareció increíble lo cerca que estaba el colegio, apenas tenía que caminar, y sobre todo que no se pegaba a los alumnos sino que se les castigaba... No sabía por qué cuando me sentaba en el banco para esperar a que saliesen mis hijos del colegio, al lado de unas mujeres, siempre se levantaban y ni me contestaban al simple “hola” que les decía y que había aprendido hacía poco. Más adelante me di cuenta de que era cuestión de mi procedencia y mis creencias...
Me gustó lo educados que son, comen con cubiertos y cada uno con su plato; muy pronto hicimos lo mismo en casa pero sin dejar de lado nuestras costumbres. Hoy en día me parece que las familias al sentarse a la mesa no hablan, sino que su principal preocupación son las nuevas tecnologías y antes no pensábamos tanto en eso sino en poder tener un momento del día en el que charlar con nuestra familia sobre nuestras cosas… Su forma de vestir me pareció muy lujosa, ya que nosotros nos vestimos con las típicas jalaba (los “vestidos” que nos ponemos) y el velo. También, he visto al lado de muchos contenedores objetos que todavía funcionan pero por el hecho de tener un pequeño daño se tiran; algo que en Marruecos no pasa porque no se tiran las cosas hasta que no sirvan para nada. Los españoles me parecen grandes personas, las más amables que he conocido; te ayudan en cualquier cosa que les pidas y creo que he tenido una gran suerte de tener a los vecinos con los que convivo día a día ya que me han ayudado siempre que han podido. Por otra parte a España solo vinimos a buscar oportunidades y cuando mis hijos consigan un título y un buen trabajo espero volver a nuestro país ya que allí es donde nacimos y donde me gustaría pasar mis últimos años de vida.
“¿Por qué nosotros tenemos que ser acosados si nosotros somos pacíficos, si no le hacemos daño a nadie?” Antonio Marian.Carlos es un joven de 26 años que vino de Rumanía a España cuando tenía 5 años. Recuerda muy bien sus vivencias cuando llegó a España. Actualmente trabaja como ingeniero, pero no duda en calificar su infancia como “muy dura”. Esta es su historia. Mis padres empezaban a tener problemas económicos en Rumanía por culpa de una mala inversión en un negocio. Decidieron mudarse a España para dar un paso adelante y dejar atrás lo ocurrido. Consiguieron dinero para viajar a España y dos meses más tarde tomamos el vuelo hacia Madrid. Ya en Barajas, nos llevaron en un taxi a nuestro próximo alojamiento situado a las afueras de Madrid, en un pueblo de la sierra llamado Collado Villalba. Mis padres consiguieron trabajo rápidamente. Mi madre como dependienta en una tienda y mi padre como albañil en el centro de Madrid. A mí me matricularon en un colegio cercano a la casa. Cuando fui por primera vez al colegio, me senté en la primera silla que encontré y los niños me hablaban pero no sabía qué decían. Al llegar la profesora, me presentó a los niños de la clase. Los niños me miraban con caras raras, con caras de repugnancia. La maestra me mandó los primeros días con otra profesora para que me enseñara a hablar español. Poquito a poco lo empecé a comprender y tuve un amigo indio que tampoco hablaba mucho español. Hablábamos por señas, nos reíamos juntos, nos traíamos juguetes para jugar juntos… Un día vinieron unos chicos y empezaron a hacernos lo que se llama ahora bullying. No entiendo cómo unos chicos que vienen de otro país tienen que ser acosados por otras personas. Esto pasa constantemente en el mundo. ¿Por qué hay tantos prejuicios?¿Por qué tenemos que ser nosotros? ¿Por qué? Todo esto no se lo contaba a mis padres, hasta que un día me pegaron. Mi madre intentó quejarse al colegio, y esta es la respuesta que recibió: “Esto es lo normal, pero procuraremos que no vuelva a pasar”.
Un día en que salí más pronto de lo normal de clase, escuché a un grupo de personas hablando de que “los inmigrantes no sirven para nada y nunca servirán para nada”. A partir de entonces no paraba de pensar una y otra vez en esa frase, dormía reflexionando sobre esa frase, pensaba todo el rato en esa frase. Un día decidí demostrar que los inmigrantes sí que servimos y siempre seremos iguales que todos. Lo que yo no comprendía es por qué nosotros tenemos que ser acosados si nosotros somos pacíficos, no le hacemos daño a nadie. En el colegio conseguía sacar las mejores notas de la clase y así demostré que sí que servía; conseguí pasar al instituto con muy buenas notas que me ayudaron a pasar a la universidad muy fácilmente y licenciarme en Ingeniería Náutica. Recuerdo cómo en el instituto me llamaban “rarito” y no conseguí hacer amigos. En cambio en la Universidad conseguí hacer muchos amigos que se dedicaban a lo mismo que yo. Poco tiempo después conseguí un trabajo en Madrid de ingeniero, en el que poco a poco voy mejorando de puesto. Los inmigrantes servimos tanto como todos los demás.
“Tengo que pensar primero cómo lo diría en Perú y después cómo lo dicen en España” Dea Moreno.Fabrizio Saldivar nació el 24 de junio de 1999 en el distrito de Villa María del Triunfo, en Lima (Perú). Vino a Collado Villalba, Madrid (España) en el 2013, con 14 años, porque su padre encontró un trabajo aquí y había mayor seguridad que en su país. Y esta es su Carta “marrueca” del siglo XXI: Llegué a España el 18 de marzo de 2013, y desde entonces añoro mi tierra y admiro esta. Echo de menos la familia y los conocidos, el tiempo que viví allí y la casa en la que crecí; pero aquí la gente es más amigable y aceptan mejor y más rápido a las personas, hay mucha seguridad y menos criminalidad, robos y atracos. En España me siento seguro, en compañía, aceptado y sobre todo, actualmente, adaptado. Tardé dos semanas en habituarme a sus costumbres y su forma de vida. Cuando llegué no podía llevar bien su rutina, puesto que hay seis horas de diferencia. Mientras que en Perú dormía, en este país se levantaban. Cuando nosotros estábamos en invierno, ellos en verano. Y sobre todo, lo que me costó mucho fue el frío. Las ventajas que tienen es que asignaturas como Aritmética, Trigonometría, Geometría y Álgebra las juntan en una, Matemáticas. Y Literatura y Ortografía, en Lengua. Los colegios públicos no son tan peligrosos (en Perú había mucha criminalidad, robos y asesinatos) y no existe el círculo escolar (a los alumnos más listos y con mejores notas les reúnen y les hacen otras clases solo para ellos por las tardes o los sábados para que su aprendizaje sea superior). Todo esto no tenía nada que ver con los problemas que me ocurrían a la hora de ir a comprar. Aquí no existen mis comidas favoritas como el ceviche (pescado crudo con algas encima), causa (patatas molidas), papas a la huncaína, chaufa, aeropuerto ( tallarines y arroz), sopa wantán, pachamanca (comida que solo comían los incas) y especialmente añoro mi comida favorita, el cuy asado (en España se parece a una cobaya, las tienen de mascotas y cuando digo que yo me las comían se asombran y me miran muy raro). También las monedas son diferentes. El euro tiene monedas de 1, 2 y 5 céntimos, en cambio el sol no. Cuando en España con 50 céntimos puedes comprar una barra de pan, en Perú puedes comprar 5 trozos de pan.
Lo peor y lo más difícil de todo fue y es el idioma. Es el mismo, el español, pero a pesar de ello, siempre me ha costado mucho entenderlos y que me entiendan. Todos ellos hablan muy rápido y con palabras que son muy diferentes. Casi todo el tiempo que hablo con una persona tengo que pensar primero cómo lo diría en Perú y después cómo lo dicen en España. Palabras como tajador, que aquí es sacapuntas, me chocaban cada vez que las escuchaba. Y es complicado de llevar. Por ejemplo: un día mi madre me dijo que tenía que ir a comprar verduras. Cuando llegué a la tienda pedí todas las cosas de la lista de la compra. Pero hubo dos verduras con las que tuve problemas. Pedí palta y beterraga. El dependiente me miró muy raro y aunque le intenté explicar qué eran, no me entendía. Al final, lo tuve que buscar por su tenderete y señalarle qué piezas eran. En España se llaman aguacate y remolacha, pero esto me costó mucho tiempo aprenderlo. Algo que también me resulta complicado y aún no consigo es evitar hablar con la “s” cuando se necesita una “z” o una “c”. Todos los profesores me han regañado alguna vez por ello, me corrigen cada dos por tres. Pero es que no saben lo difícil que es esto, no me acostumbro. Digo “luses” en vez de luces, o “sumo”, “sapatos”, “sejas” intentando decir zumo, zapatos o cejas. Y bueno, este tipo de palabras son las menos problemáticas. Las peores son cuando hay dos palabras en las que las letras son todas iguales menos una, la “s” que se cambia por una “c” o una “z”. Por ejemplo seta y la letra zeta. Expresiones como “ bota la chompa al cazo” son muy diferentes. En España significa “tira la chaqueta a la basura”. Y decir “vale” me costó un año, porque en Perú cuando nos preguntan algo en vez de decir “vale”, decimos “ya”. A pesar de todas estas diferencias, vivo mejor en España que en Lima. Pero crecí en Perú y estoy muy orgulloso de ello.
“Sobre el gran cambio que supuso en mi vida llegar a un nuevo país” Julio Azúar.Valentina Hrabovska. 54 años. Nacionalidad ucraniana, en España desde hace diez años Aún soy capaz de recordar mi llegada a este país que tan lejos se encuentra del lugar donde nací y me crié. Con el horizonte ucraniano reflejado en mis recuerdos, me detengo a pensar sobre el gran cambio que supuso en mi vida hace diez años llegar a un nuevo país, una nueva cultura, unas nuevas personas y un nuevo lugar al cual con el paso del tiempo he conseguido considerar como mi hogar. Sin duda mi llegada a España fue una aventura como pocas había vivido con cuarenta y cuatro años, la edad con la que emigré a España, como una cigüeña en invierno en busca de un futuro mejor del que allí creía poder encontrar. Mi marido y yo nos instalamos en una pequeña casa compartida situada en el municipio de Collado Villalba. Nuestro avión aterrizó en suelo español poco antes de las festividades navideñas. Me gustó ver que durante esa época del año las personas se encontraban por lo general muy unidas, y me asombró ver que a medida que pasaban las páginas del calendario no se perdía esa buena costumbre. Caminando por las aceras de la ciudad me di cuenta de la amabilidad con la cual me trataba la gente pidiendo perdón cuando sin querer se chocaban conmigo, o recogiéndome un objeto si se me caía al suelo, para devolverlo de nuevo a mis manos. Aunque noto que a medida que la crisis ha ido aumentando en España a muchos se les ha olvidado seguir conservando esos hábitos; sin duda afirmo que en Ucrania por lo general las personas son más frías, y muchas, si te empujan lo único que añaden es un desagradable “apártese”. Aunque en cierta medida en España he tenido una mirada extrañada en ciertos aspectos por las diferencias frente al lugar donde crecí, reconozco muy felizmente que me encuentro mucho mejor aquí, en donde he conocido a personas buenas, en donde estoy trabajando, he querido, y en donde estoy pudiendo vivir con alegría. No he pisado jamás ninguna baldosa rota en la acera española. Desde pequeñita siempre había deseado visitar España, pues en la escuela aprendimos parte de su
Historia; también había oído alguna vez hablar de su paella y de su tortilla de patatas, y conocía algo de las voces flamencas. Cuando me di cuenta de que en Ucrania era más complicada la vida, decidí emigrar a un país, y sin duda desde el primer momento tuve a España en el punto de mira. Aunque vine pensando que lo único que aquí había eran piedras y mucho sol, la belleza de España habló por sí sola y calló a mis ideas preconcebidas. Aunque encontré mucha belleza en la propia tierra, también la encontré en las personas, causándome asombro el descubrir que aquí la mayoría de las personas de clase media están más despreocupadas que en Ucrania por el pan de cada día, llegando a tal punto, que me di cuenta de que a veces en Ucrania parecía no existir la vida sino solo el dinero y la preocupación de cómo conseguirlo, dónde, y cuánto. Aunque yo tampoco estaba tan obsesionada por el dinero como otras personas, sí que resultaba inevitable que lo necesitase, por lo que mi marido y yo escribimos un anuncio y pegamos mil copias de él por cada farola, pared, puerta, etc. que vimos en Collado Villalba y en los pueblos cercanos. Pasó un mes, hasta que por fin recibí una llamada de una familia que me contrató para cuidar a su hija pequeña, desde que nació hasta que comenzó en la escuela infantil. El dinero que ganaba me bastaba y sobraba para mi día a día, por lo que fue un tiempo muy bueno tras el cual fui contratada para tareas domésticas y cuidado de niños en otras casas en las que ya llevo trabajando más de ocho años y también a un precio justo. Sin duda más allá del dinero y de la forma de vida, me fijo en las mentes de las personas, y sin duda aquí, la nueva generación tiene la mente más abierta, y también el corazón. Afirmo que aquí hay mucha más libertad que en Ucrania y también creo que se respira más confianza entre las personas y mayor sociabilidad, es como estar en el cielo a veces. En ocasiones pienso en los amigos que dejé en mi tierra y en lo dura que es la vida de muchos de ellos; allí, en que durante la época soviética se veían obligados a trabajar y en donde ahora no hay trabajo para muchos de ellos. En mi opinión, la libertad personal lleva a que la diversidad entre las personas sea mayor. Por ejemplo, en Ucrania cuando un hombre de piel negra cruza la calle, la gente que se encuentra dentro de los coches se suele alterar mucho al verle, y no por desprecio sino por lo distinta que esa persona les resulta. En España, en cambio, parece muy lógico que eso no ocurra; yo creo que eso se debe a que aquí hay más gente de color y también a que precisamente las mentes aquí son más abiertas que en Ucrania. Supongo que la forma de educar a las personas también es muy importante. Por ejemplo recuerdo que una vez, hace ya tiempo, iba yo andando por la calle camino de la casa en la que trabajaba cuando hice una pausa para descansar. Frente a mí se
encontraba el patio de una escuela, todo él repleto de niños jugando. Les observé correr y oí sus risas, y no pude evitar sorprenderme al ver algo que en Ucrania no había visto en más de cuarenta años: a niños de distintas razas jugando juntos. Creo que este es un buen ejemplo que demuestra que en ese sentido España se diferencia mucho de Ucrania. Espero que mi país pueda algún día disfrutar de este sentido de la diversidad y de la mezcla cultural, racial, etc. del que hoy goza España. Digo tantas cosas buenas de este país en el que estoy viviendo que me doy cuenta de que no echo nada de menos del país en el cual nací, porque tras diez años aquí, creo que mis pupilas se han acostumbrado tanto a esto que ya lo ven como si fuera mi país propio, pues al fin y al cabo el hombre no es extranjero en ningún lugar porque toda la Tierra puede ser su hogar. (Dedico estas palabras a mi amiga Valentina Hrabovska por quererme y dejarse ser querida).
“La vida entre dos mundos” Desislava Mitkova.Entre dos mundos, así es como me siento. Entre dos mundos es donde me encuentro. Entre dos mundos es donde tuve que forjar mi vida. Bueno, os preguntaréis quién soy ¿no? Pues yo soy una simple mujer nacida en la época comunista de Bulgaria, concretamente el 24 de Mayo de 1976, en Parvomai, una ciudad que comparada con las españolas se queda en pueblo. Por aquel tiempo se vivía bien, bueno, solo si ignorabas el hecho de que no podías salir del país y decir nada en contra del gobierno, porque si no no te volvían a ver el pelo. Mi familia vivía bien. Mis padres tenían trabajo, mi madre trabajaba y sigue trabajando en una guardería y mi padre trabajaba como un electricista que repara las averías de los postes telefónicos entre otras cosas, aunque hoy en día él trabaja en una central eléctrica. Podíamos comprar lo que queríamos del supermercado aunque no hubiese gran variedad; además, los electrodomésticos y los coches eran difíciles de conseguir. Íbamos de vacaciones todos los años. La mayoría de veces a unos campings que organizaban las ciudades en las playas o cerca de ellas y como iba casi toda la ciudad no nos teníamos que preocupar por hacer amigos. Pero con la llegada de la democracia el sistema económico decayó. Sí, había una gran variedad de productos, porque por fin no estábamos aislados. Pero no podíamos comprar nada porque no había dinero. Empezó a haber cada vez menos trabajo y los sueldos bajaban también. El valor monetario variaba cada dos por tres. Al final, tras una época así consiguió estabilizarse. Entonces comprendimos que con un sueldo tan bajo no podía mantenerse una familia. La verdad es que mientras todo esto sucedía me casé. Y mi marido y yo tuvimos una hija después de eso. Y entonces todo se complicó aún más. Los sueldos volvieron a reducirse al igual que nuestro presupuesto, por lo que mi marido se vio obligado a viajar a España con el fin de poder mantener nuestra familia a flote. Pero eso no fue suficiente a causa del bajo sueldo que tenía como profesora. Así que un año después viajé yo. Y así comenzó mi aventura por este maravilloso país, España. Llegue aquí en verano, todos eran muy amables y te saludaban aunque no te conociesen, eso fue algo que me impresionó mucho de este país. Una vez mi marido y yo fuimos a comprar la comida necesaria para algunas semanas y a ver si podíamos comprar algún televisor porque no teníamos. Entramos en el supermercado, preguntamos varias veces a los dependientes a ver si nos ayudaban
a encontrar las cosas que buscábamos y estos nos ayudaron muchísimo. Al contrario que en Bulgaria que solo te dirían: ¨¡Qué pasa! ¿No lo ves? Está allí.¨ Pero seguirías sin enterarte de dónde estaba porque no te habían dicho dónde estaba concretamente. Tras comprar lo necesario decidimos ir a una tienda especializada en electrotécnica porque habíamos oído que allí los televisores eran más baratos. Y era cierto, lo comprobamos cuando un dependiente se acercó a nosotros y nos dijo si podía ayudarnos con algo. En consecuencia le preguntamos sobre los televisores más baratos y este nos los mostró. Por lo tanto pudimos comprar un televisor nuevo y que nos sobrase dinero para el mes, algo imposible en Bulgaria. Así me demostré una teoría irrefutable a mí misma, hice bien en irme de ese país. Aunque echase de menos a mi familia y amigos, no hubiese podido dar una vida decente a mi hija si me hubiese quedado. Por eso mi corazón está dividido en dos, familia y bienestar, pero ese día aprendí a vivir sin culpa y a disfrutar de cómo es vivir entre dos mundos. Mariya Todorova Mitcova: una simple mujer entre dos mundos.
“Finalmente pude defenderme” Sofía Gallar.Esta historia es la historia real de una chica de 16 años llamada Desi, que tuvo que dejar todo atrás para comenzar junto con sus padres una nueva vida. Bulgaria es mi país de nacimiento; nací en una ciudad de pequeño tamaño llamada Parfumai, cercana a Plovdiv. Pude pasar allí gran parte de mi infancia. Iba al colegio, mis padres trabajaban y teníamos cosechas que nos ayudaban a conseguir más dinero, porque por desgracia, aun siendo mis padres dos personas con estudios, su salario no era justo. Todo iba bien: yo, mis padres, mi país, pero por desgracia llegó ese día, un día que marcaría la vida de mi familia por completo. Nueve años tenía yo exactamente. Era un día como otro cualquiera, menos porque llovía muchísimo. Ninguno nos esperábamos cómo iba a acabar. En efecto, pasó lo peor. El río se desbordó arrollando por completo nuestra cosecha. Fueron días duros, y finalmente mi padre tomó una importante decisión. En el año 2005, mi padre tomó un vuelo a España con ayuda de mis abuelos con el fin de poder ganar más dinero. Un amigo suyo, también búlgaro, le ayudó a conseguir trabajo, comenzando en el mundo de la construcción. Durante su primer año vivía en una habitación alquilada de un piso compartido. Más tarde consiguió trabajo como gruísta. Mi madre hacía un esfuerzo enorme para ir a visitarlo. Mi padre, después de muchas súplicas, convenció a mi madre para afincarse los dos en España; ambos sabían que era la mejor opción y estaban dispuestos a sacrificarse por mí. Así hizo primero mi madre. En el año 2006, me despedí de ella muy tristemente y se fue dirección a España. Consiguió trabajo como limpiadora, pero el sueldo que recibía aun no era suficiente para dejar la habitación alquilada. Pero llegó el día en que me tocó a mí dejar atrás mi país. Vine a España durante dos veranos consecutivos; yo ya sabía que algo en mi vida iba a cambiar por completo. Y en efecto, el año 2009 fue el año más extraño para mí: oficialmente era España el lugar donde pasaría los próximos años de mi vida. Mis padres y mis tíos alquilaron un piso en la localidad de Collado Villalba cerca del Carrefour, pero en 2011 mis tíos se marcharon, convirtiéndose en mi nuevo hogar.
Tampoco me sentí tan mal cuando empecé el curso en septiembre en el colegio Cañada Real; no controlaba bien el idioma, pero sabía decir cosas como “hola”, “adiós”, “qué tal”… Sí recuerdo perfectamente cómo me trataban los compañeros del colegio; me sentía un ser extraño entre un montón de gente incomprensiva y descalificadora. Recuerdo que sus insultos me herían mucho y yo los entendía pero no sabía contestarles. Fue tres meses después cuando mejoré muchísimo mi español y finalmente pude defenderme ante los comentarios groseros de mis compañeros. Desde ese día no recuerdo haberles vuelto a oír hablarme así. Supongo que me acostumbré relativamente pronto a este nuevo y diferente país. Me llamó la atención que en España los niños empezaran un año antes el colegio y la cantidad de veces que los españoles comían al día. Sin embargo, el cambio de horario no fue tan brusco; mis padres y yo seguíamos más o menos el mismo que solíamos llevar en Bulgaria. También me llevó tiempo acostumbrarme a ver cada día a las personas con una prenda diferente porque cuando vivía en Bulgaria la gente no tenía tanta variedad de ropa. Pero lo que casi no me llevó tiempo fue adaptarme a las costumbres diarias de la gente de este país. Me gustó mucho, en mi llegada a España, lo bien cuidadas que estaban las calles y las cosas públicas en general.
Aunque hoy en día todo eso haya dado un giro enorme, sigue estando, en apariencia, mejor que en Bulgaria. Actualmente vivo con mis padres en un piso en Las Suertes y voy al instituto María Guerrero. Siempre que podemos, mis padres y yo viajamos a Bulgaria para visitar todo lo que dejamos atrás: familia, casa, amigos… Porque aunque fue el lugar donde sucedió un día que marcó mi vida por completo, Bulgaria siempre será mi país.
“Me extrañó que se saludaran con saludos afectuosos” Juan Carlos García Zozaya.Juan Zozaya Stabel-Hansen nació en Bogotá, Colombia, en agosto de 1939. Pasó su infancia allí y a la edad de 18 años volvió a España, pues su familia había abandonado España por la Guerra Civil. Ya en Madrid se licenció en Filosofía y Letras, en la sección de Geografía e Historia en la Complutense. Entre otras cosas ha sido subdirector del Museo Arqueológico Nacional y del Museo de América. El primer recuerdo curioso que tengo tras llegar a España fue cuando entré el primer día en la Universidad. Las clases eran totalmente diferentes a las colombianas. Yo veía a los alumnos diferentes, pero fue sin duda la forma de dar clase de los profesores lo que más me asombró. Sentía que a los profesores les daba igual todo. En Colombia, cuando un profesor entraba en clase teníamos que levantarnos y darle los buenos días. Nos quedábamos de pie hasta que él dijera que nos podíamos sentar. Sin embargo, cuando en la primera clase entró el profesor todos los españoles se sentaron y se callaron y fui yo el único que se quedó de pie. Entonces el profesor me miró y me dijo: "Siéntese ahora mismo si no quiere que lo mande fuera". También me di cuenta de que son un poco ignorantes, porque en clase de Filosofía mi profesor me mandó leer un libro de mi abuelo Antonio Zozaya, y ni siquiera me preguntó si era familiar mío. A la semana siguiente se enteró porque no leí el inicio y se enfadó conmigo y entonces al llamarme por mi apellido se dio cuenta de su error, se puso rojo como un tomate y me pidió disculpas delante de toda la clase por eso. Lo gracioso fue que en sus exámenes a partir de entonces siempre sacaba sobresalientes. Fuera de las clases y de la Universidad también tengo muchas anécdotas, como esa que te cuento cada vez que te veo. Ocurrió cuando estuve en San Sebastián visitando a un amigo mío. Tenía que ir a comprar comida y el tendero estaba fuera de la tienda. Me acerqué a él y cuando le empecé a hablar noté que se había alejado un paso, entonces yo me acerqué un paso y así estuvimos un rato hasta que me di cuenta de lo que pasaba y le pedí disculpas. En Colombia cuando hablas con una persona te pones muy cerca de él, y es lo normal; sin embargo cuando hacía esto en España resultaba raro y la gente se alejaba porque no se fiaba de mí.
Otra cosa curiosa que me ocurrió tiene que ver con los asientos en el autobús. Recuerdo que llegué el último para subirme al autobús que me tenía que llevar a Numancia. Por esa época yo estaba trabajando en Soria. Entonces tuve que pedirle a una señora que me dejara sentarme a su lado, accedió a ello, pero yo ya sabes que soy muy curioso y el ansia de saber me puede y empecé a hablar con ella. Entonces, en medio de la conversación, me preguntó que si podía callarme que estaba harta de escuchar mi voz y que no era normal cómo me comportaba. Me acuerdo de que justo habíamos llegado a una gasolinera y paramos. Aproveché y me cambié de sitio. Ahora me hace gracia pero en ese momento estaba muy enfadado. Por último, una historia reciente en la que no pensé hasta que pasó. Estaba yo en Madrid cuando vino a visitarme un amigo de la infancia (que había nacido en Colombia), y con el que había seguido en contacto. Cuando vino a verme me comentó que le sorprendió mucho la cantidad de insultos que decíamos los españoles, porque siempre que salía del hotel se encontraba a personas que en mitad de la calle empezaban a insultar a algún conocido, pero lo que le parecía más extraño fue que la otra persona no le dijera nada por los insultos, sino que se reía y empezaban a hablar como si nada. La verdad es que nunca me había parado a pensarlo, pero tenía razón y me extrañó no haberme dado cuenta nunca.
“Fue como ir a otro planeta” Paula Shpotak.He realizado una entrevista a una de mis primas. Se llama Ulyana y tiene 20 años. Ulyana nació en Ucrania, donde vivió durante 12 años. Actualmente vive en España, en Collado Villalba (Madrid), junto con su madre, padre, y sus dos hermanos. Se dedica a la peluquería y estética. Cuando cumplió los 12 años, su madre, por motivos de trabajo, tomó la decisión de irse a otro país, a España, donde podrían vivir con menos problemas y más felices. Esta decisión no le gustó a Ulyana. ¿Cómo iba a vivir en otro país, con personas desconocidas, con un idioma diferente, sin sus amigos, sin sus familiares…? El viaje en coche fue largo, de dos días; resultó bastante duro pero al mismo tiempo gratificante. Al pasar las fronteras de Ucrania, todo a su alrededor cambió. Las casas eran diferentes, las carreteras, los coches, la forma de vestir de las personas, las señales, la naturaleza, las tiendas... Cada país por el que pasaban se distinguía de los demás. Todos eran bonitos a su manera. Fue como ir a otro planeta. Cuando llegaron a Villalba se encontraban en un lugar que no tenía nada que ver con aquel en que habían vivido hasta entonces antes. Por suerte tenían a una de sus familiares aquí, quien les ayudó con la vivienda y el trabajo. Las prioridades eran, sin duda, estudiar el idioma e incorporarse a la escuela. Lo que más costó fue aprender el idioma, porque no tiene nada en común con el ucraniano. A continuación debía ir al instituto, a segundo de la ESO. Lo que más le impactó en un primer momento fueron los alumnos: había compañeros de muchos países diferentes, lo que ayudó a que no se sintiese la única persona que viene de otro lugar, ya que en Ucrania solo hay alumnos de este país. También notó la diferencia en las aulas. Tenía mucha preocupación de ser rechazada por los compañeros y le preocupaba que las notas bajasen; en Ucrania era una de las mejores alumnas.
Ulyana no estaba acostumbrada a este tipo de clases. Los horarios eran distintos, los profesores explicaban sus materias de otra manera, la cual ella desconocía, pero con el tiempo se acostumbró, al igual que a sus nuevos compañeros. No todos sus compañeros de clase la recibieron igual. Recuerda una de las frase que le dijo uno de ellos cuando Ulyana le pidió ayuda en una tarea: “Cuando aprendas a hablar te ayudo, y si no puedes vuelve a tu país”. La pronunciación de Ulyana al principio no era buena y a menudo se aprovechaban de ello para burlarse de ella. Pero más allá de estos casos aislados dice que se sintió bien recibida por la gente de España. También notó la diferencia en los supermercados, tiendas, calles, bares, etc. Cuando iba a comprar, los vendedores se comportaban con ella de una manera muy agradable. En la calle se sentía muy tranquila y no tenía ninguna preocupación por ser atacada o robada por unos bandidos. Las personas en España viven para ellos mismos, y no le dan mucha importancia a los demás. En Ucrania la gente comenta, cotillea y opina sobre la vida de otras personas, en cambio aquí no. También se distinguen las personas por la forma de vestir. En España no todos se arreglan para salir a la calle. Ulyana recuerda un día en el que iba a comprar pan y se encontró a una mujer en pijama; esto le llamó mucho la atención, porque en Ucrania nunca se había visto. La limpieza en algunos de los restaurantes, bares o incluso en las calles no es tan grande como en Ucrania. Esto no quiere decir en todos, sino en general. Otra de las cosas que agrada en España son las vacaciones. La gente cuando es fiesta aprovecha para irse a descansar a otra ciudad o país, a la playa, a la montaña… En Ucrania las personas no suelen viajar mucho. Aun así el amor al país en el que has nacido es muy fuerte y se extraña mucho. Ulyana echa mucho de menos a los familiares que viven ahí, las fiestas ucranianas que se celebraban de una manera más colectiva y divertida. Aquí cuando es alguna fiesta importante casi no se siente; en cambio en Ucrania sí. Ahora es muy feliz en España y no planea volver a Ucrania, pero cada vez que tiene la ocasión de ir a su país, la aprovecha sin dudarlo.
“Al llegar, mi primera impresión fue que era el peor país del mundo” Ada Astudillo.Amaya Samper nació en Santiago de Chile hace veinte años. Cuando tenía tan solo dos años sus padres se divorciaron. Su padre volvió a España y ella se quedó en Chile viviendo con su madre y, dos años después, también con un padrastro con el que nunca se llevó bien. Durante el tiempo que residió en Chile asistió a un colegio “privado, de sólo chicas, muy pijo y religioso.” Tenía bastantes problemas en casa, y un día lo contó en el colegio, lo que desató una serie de acontecimientos que llevó a que acabase yéndose a vivir a España con su padre. Antes de eso, durante todas las despedidas, afirma no haber sentido nada: “Estaba como en estado de shock.” Pero al llegar a España, le vino la tristeza: No quería estar ahí y echaba de menos Chile. “Mi primera impresión fue que era el peor país del mundo,” asegura. “No era la primera vez que venía a España; había estado de visita. Pero vivir ahí era muy diferente.” Tampoco le causó muy buena impresión el primer instituto al que fue, ya que llegó en medio de un curso escolar. “Eran una mezcla entre pijos y canis, y encima unos falsos.” No se llevó nada bien con estas joyas de compañeros, que aparentemente dedicaban su tiempo a actividades tan productivas como tirar bolitas de plastilina. Asegura que, al principio, la gente le parecía “muy fría y seca, cuando en Chile la gente era cálida.” Tras su breve paso por el centro anteriormente mencionado, empezó el nuevo curso como alumna en el IES María Guerrero, en Collado Villalba. Al preguntarle por la primera cosa que le chocó de este instituto, declara: “Me parecía ridículo y una estupidez que los alumnos no pudiésemos pasar desde el pasillo de jefatura de estudios hasta la cafetería, y hubiese que dar toda la vuelta por fuera. Nunca lo he entendido.” Entre las cosas que le desagradaron de este centro, incluye lo hostil que le pareció al principio, lo exigente que era académicamente, y una sustanciosa e irreverente crítica a cierto miembro del profesorado, que a pesar de ser ciertamente interesante y entretenida, ha sido censurada durante la redacción de este texto por motivos de seguridad.
Pero pasado un tiempo, su opinión cambió totalmente. “La gente de Chile estaba muy vacía, para bien y para mal, pero la de España muy llena, como si fuera muy sabia y muy inteligente, aunque también tienen muchos dolores.” Afirma que aunque al principio le pareciese que la gente estaba menos dispuesta a entablar amistades que en Chile, ahora se da cuenta de que en España sus amigos eran más verdaderos. “Sé que si alguien me ofrece su amistad lo hace porque quiere, y no por aparentar.” También le acabaron gustando los profesores: “Acabas aprendiendo sin darte cuenta.” Recuerda con especial cariño a una profesora que le encantaba porque “explicaba todo muy claro y muy despacio, y siempre te tenía en cuenta. Una vez me sorprendió dibujando mientras ella explicaba y me ofreció organizar una exposición en la biblioteca con mis dibujos.” También menciona a una profesora de Lengua que no le daba clase, pero con la que solía conversar en la biblioteca. Le impresionó enormemente la variedad de gente, y entre lo que más le chocó enumera “los pelos de colores, las lesbianas, y poder ir en autobús sin que te robaran (la mayoría de las veces).” Insiste en que había tipos de gente que para ella eran nuevos. “Yo nunca había visto a un emo, y sinceramente me daban bastante miedo.” Pero luego se fue acercando a ellos y cayó en la cuenta de que eran personas normales. (Aunque a simple vista no lo pareciesen.) También le sorprendió la gran diversidad, para bien. “Me gustó mucho que no hubiese discriminación hacia mí ni hacia nadie, ni por sexo, ni por raza, ni por orientación sexual, ni por dinero, ni por religión…” Estas cosas no se veían en su colegio de Chile, donde la gente era muy conservadora. “Allí había muchas movidas de popularidad, gente falsa… Aquí es simplemente existir.” Además, habla con mucho cariño de la gente a la que acabó conociendo. “Después de la exposición en la biblioteca, unas niñas más pequeñas se me acercaron y me dijeron que eran mi club de fans. Me pareció muy tierno. Y la gente me saludaba por los pasillos, y me sorprendía que me saludasen a mí. Me encantaba llegar cada día y que todo el mundo me diese los buenos días y tuviese algo que contarme.” Dice que algo que le gustaba particularmente era bajarse a Madrid ella sola y descubrir rincones y galerías de arte, y hablar con gente. “Madrid es muy interesante. Puedes conversar con cualquier
persona que tú quieras, y seguro que tendrá algo interesante que decirte. En Chile no hacía esas cosas por miedo y por lo sobreprotectora que era mi madre.” En Chile odiaba el flamenco, y ahora le parece precioso y lo describe como “la cosa más bonita del mundo, como un sentimiento, como si la gente llorara…” Las cosas que dice admirar de Madrid y España en general son “todos los rincones que tiene, la gente dispuesta a hablar, la sanidad y la educación publica, que la gente no se queda callada y hay un montón de movimiento.” Le parece un lugar donde se puede aprender mucho, aunque también se queja del cuñadismo, la soberbia y el nacionalismo, así como de algunos partidos políticos. “Nos toman el pelo, y eso me da mucha rabia.” Echa de menos de Chile, entre otras cosas, la alegría contagiosa, la música, la comida, el ambiente, y el acento de la gente. “En Chile todos bailan, todo el tiempo…”. Actualmente estudia Bellas Artes, y se siente muy a gusto. “Somos todos raros, pero somos raros juntos.” Y aún no sabe lo que le deparará el futuro. Si puede, piensa irse a Holanda, pero también quiere viajar, y asegura que le interesan mucho los países orientales. “Tampoco quiero vivir en España para siempre, pero no sé donde. En Chile no, desde luego. Quiero volver de visita, para recuperar cosas y cerrar capítulos. Pero no quiero volver a vivir ahí; siento que mi historia en Chile ya está terminada.”
“Extraño a mi país y mi familia” Aland Cedeño.Nací en Chone, un cantón de Ecuador. Crecí en este pueblo desde muy pequeño hasta joven, momento en que empecé a moverme mucho de sitio. Me mudé a España porque en esos tiempos en mi país no se podía vivir porque no había trabajo ni cómo salir adelante. Me chocaron muchas cosas, como el cambio de mi pueblo a esta gran ciudad. Allá era muy diferente la vida. Había una gran diferencia con lo de aquí. Me encontré con gente aquí que me miraba con recelo, pero había también gente buena. Para mí la comida fue un cambio total; la de mi país era muy diferente, En donde crecí la comida llevaba de todo y al llegar aquí cambió todo lo que solía comer allá. El cambio de horario no me afectó mucho porque en Ecuador solía trabajar a todas las horas. Con la ropa hubo un cambio radical porque allá usábamos mucha ropa para verano y al llegar el frio me afectó mucho.
Una anécdota muy grande que me pasó fue que me regalaron un jamón y lo puse a freír porque cuando lo comí eso estaba muy salado pero muy salado hasta que me dijeron que no se lo fríe porque ya viene con sal y se me hacía muy raro porque en mi país no había este tipo de jamón. Me sentí tratado bien por muchas personas que era muy generosas cuando llegue aquí pero había personas mayores que me miraban con recelo; no sé, tal vez por ser de otro país. Admiro mucho de España. En cuanto a la Sanidad, por ejemplo. En mi país había que esperar muchas horas de colas para que atendieran a alguien o a mí y en este país cuando llegué era inmediato el trato que te daban si te encontrabas enfermo. Otro aspecto que admiro de España es
que cuando llegué no había mucha delincuencia como allá. Todas las personas de aquí tenían los mismos derechos y no se necesitaba dinero para ser alguien mejor. Algo que me pareció muy diferente fue el estudio. El de allá es muy diferente al de aquí. A mí me parece genial conocer personas nuevas y aprender mas cosas de otro país. Tengo que avanzar, por eso estoy aquí: para ser alguien en el futuro y algún día poder regresar a mi país. Una de las cosas que me alegró al llegar aquí fue encontrarme con mi padre después de mucho tiempo, conocer a mi hermano y su mamá que es muy buena persona. A ellos los podía ver por internet. Las personas aquí me parecen todas geniales y buenas personas. Lo que extraño mucho de mi país es mi familia, mis conocidos, la comida, el clima y el lugar donde nací: el lugar que me vio crecer y muchas cosas más. Extraño muchísimo a mi familia. A mi mamá, hermana, mis primos, mis tías y otros familiares, todos ellos eran las personas con quienes crecí, pero un día tuve que irme para avanzar y poder cuidar de ellos algún día.
“Yo no la conocía, pero acepté la propuesta” Amina Boukaich.Soy Said Boukaich, un hombre de 46 años, y esta es la historia de mi llegada a España. Nací en Rif (Marruecos) y crecí ahí hasta que la casa que teníamos se nos hizo pequeña por el gran número de hermanos que éramos. Cuando yo tenía aproximadamente diez años nos mudamos a Tánger, que era una ciudad mucho más grande e innovadora. Ahí terminé mis estudios y me saqué la carrera de sastre. Llegué a ser jefe de una gran fábrica. Pasaron los años y de pronto, como era costumbre en Marruecos, un hombre contactó conmigo para ofrecerme la mano de su hija. Yo a ella no la conocía, pero acepté la propuesta. Me hacía ilusión poder casarme y formar una familia. La mujer estaba en España, por lo que le pedí que viniera a Marruecos, y así lo hizo. Pero pasó el tiempo y ella añoraba a su familia y a su tierra y a mí me apetecía cambiar un poco de aires ya que toda mi vida había estado viviendo en Marruecos, por lo que al final vinimos a España los dos. Ahí había cosas que me resultaban raras, eran muy distintas a las de Marruecos. Una de las cosas que más me chocaba era la comida: no tenía tantas especias como la de Marruecos, por lo que a mí me parecía que no tenía sabor. Otra de las cosas que me sorprendió mucho fue la vestimenta de las mujeres, porque en Marruecos yo estaba acostumbrado a ver a las mujeres más tapadas dado la mayoría de la población es musulmana. En España también noté la diferencia en las calles porque en Marruecos hay más basura por el suelo ya que hacen falta más papeleras. Algo interesante que me pasó fue que cuando llegué me puse a buscar trabajo como sastre que era mi profesión y no había tantos puestos de trabajo de ello como en Marruecos, por lo que tuve que buscarme la vida de otra manera. En esos años el puesto de trabajo más abundante era el de obrero. Fui a una entrevista y yo nunca había trabajado de obrero, pero sabía hacer todo los que me pedían. Me sorprendió que no me pidieran tanta experiencia como me pedirían en Marruecos, por lo que al final sí que me dieron el puesto de trabajo. Otra cosa que me impresionó del trabajo era que la jornada laboral era más corta en España que en Marruecos.
“Yo pienso que el rico quiere tener cada día más: ese es uno de los mayores problemas.” Yaiza Meca Martínez.Mi nombre es Gloria y nací en Cali, Colombia, donde me crié y crecí. Abandoné mi tierra en el año 1992 y vine a España con el propósito de buscar una vida mejor, ya que el sueldo que ganaba ahí era poco y no me alcanzaba para pagarme la carrera. Considero que a textos así hay que ponerles todo el empeño posible, así que expondré mis ideas sobre España y Colombia. Cuando vine a España existían los skinheads, que eran una tribu urbana a la que le tenía mucho
miedo, ya que fomentaban el racismo. Una vez oí una noticia que decía que los skinheads habían asesinado a un “negro” por su color de piel. Desde ese momento, podía llegar a cambiarme de acera o salir corriendo si veía a alguien con la cabeza rapada. España en esos tiempos no tenía grandes porcentajes de extranjeros, por tanto era bastante raro ver a personas muy morenas como yo por la calle. Pero, realmente, yo nunca he sufrido agresiones racistas o cosas similares. De hecho, se me ha tratado muy bien.
Algo que me impactó bastante de España fue la presencia de una clase media, es decir, personas que se pueden permitir ciertos “lujos” sin ser necesariamente ricas. En Colombia no es así. O eres muy rico y vives en “lugares privilegiados” o eres muy pobre y apenas tienes dinero para las necesidades básicas de la vida. Además, los ricos son avariciosos, cada día quieren tener más, lo que hace que la desigualdad allí sea descomunal, hasta el punto de que es fácil encontrar a niños descalzos por la calle pidiendo dinero o robando. He aquí otra cosa que me sorprendió de este país: la ausencia de gamines. Aquí, ver a niños sin hogar pidiendo dinero no es común. De hecho, existen los comedores sociales, los cuales ayudan a gente que no tiene dinero para cubrir sus necesidades. Aun así, yo sigo encontrando en España adultos pidiendo en la calle, la mayoría de ellos extranjeros, lo cual me hace pensar en lo horrible que debe ser esa situación. Pero quién sabe lo que puede haber detrás de eso. Puede ser tanto que lo que te diga esa persona sea verdad y que realmente no tenga dinero suficiente para cuidar a su familia, como que detrás de toda esa historia pueda haber una mafia que le obligue a pedir dinero. El papel ahí de una persona altruista es crucial e invisible. Crucial porque puede estar mejorando o empeorando una situación. Invisible porque no sabe qué hay detrás del dinero que da. Otra cosa que me impactó de España fue la seguridad que siento al andar por la calle. En Colombia, es fácil que te roben, ya sean los gamines o cualquier otra persona que quiera o que necesite dinero. Es arriesgarse mucho si vas por la calle con una cadena de oro. En cambio, aquí eso es muy poco probable. Aunque esa sensación de seguridad por Madrid, no siempre es buena. Una vez iba yo caminando por una de sus calles estrechas con una amiga, cuando de repente, un coche se paró enfrente de nosotras. Salieron dos chicos, uno de ellos con un machete enorme que me escandalizó nada más verlo. Recuerdo perfectamente cómo empecé a gritar en busca de ayuda. Ellos le quitaron el bolso a mi amiga pero yo me resistí. Llegó la policía justo cuando el chico estaba amenazándome con el cuchillo. Jamás me podré explicar por qué no le quise dar el bolso. Estaba considerando más importante el bolso que mi vida. Nunca se sabe cómo se va a reaccionar ante una situación de pánico. Yo reaccioné así, posponiendo la lógica en una situación en la que más la necesitaba. Y aunque sé que esto no es frecuente en España, esa fue la primera vez que me robaron. Quería usar este ejemplo para mostrar que la confianza y la supuesta “seguridad” a veces pueden ser traicioneras. Por último, me gustaría hablar brevemente de cada país. Todos los países tienen sus cosas malas y sus cosas buenas. De España, adoro la nieve y el cambio de estaciones. También, me encanta la
comida y el hecho de que se acompañen todas ellas con agua. Añoro, aún así, las frutas tropicales de mi país y el manjar blanco que hacía mi abuela sobre las cáscaras de coco. Me acuerdo, también, de la diferencia allí en Colombia entre el colegio público y el colegio privado. En el público, las clases son demasiados estrechas para 30 o más alumnos y hay un solo profesor para todas las materias. En cambio, el privado suele tener un profesor para cada materia y recuerdo que, al que yo fui, era femenino únicamente. Se intenta dividir a las personas para que no puedan interactuar entre ellas. Pero algo similar está pasando aquí, en España. La existencia de “guetos” hoy en día cada vez es más predominante, donde se separa a personas extranjeras, fomentando así la desigualdad. Una desigualdad que llevará al racismo, algo que ya no debería ni existir. Ese racismo surgirá a raíz de no tener costumbre de ver a alguien que es diferente a ti y a los que te rodean. ¿Ser diferente es algo malo? No, no lo es. Nosotros mismos, al separarnos, estamos cambiando esa definición y haciendo que sea malo algo que supuestamente, nos debería unir más. Lo diferente es mejor, porque nos ayuda a conocer más cosas de las que estamos acostumbrados a ver. Todos somos diferentes y tenemos algo que aportar. Por el simple hecho de ser de otro color, no se puede discriminar a alguien y alejarle de la sociedad. Yo misma soy una extranjera, una inmigrante, porque no he tenido más remedio que venir en busca de otra vida mejor. Y tuve que dejar todo lo que tenía allí, mi carrera y mi familia. El simple hecho de imaginarme que, nada más venir, te rechacen y sumen otra preocupación más a tu día a día es horroroso. Espero que algún día nos demos cuenta de que en realidad todos somos del mismo lugar, de la Tierra. Solo existe una raza: la raza humana.
“A veces desearía quedarme, pero mi lugar está allí” Candela de Lorenzo.I.R. nació en Santo Domingo (Ecuador) en el año 2000. Lleva en España casi siete años. Se trasladó aquí con su madre. Residió primero en Toledo, y más tarde se mudó a Villalba, donde vive actualmente. Aparte de señalar lo poco que le gusta el acento “típicamente español” y cómo le agrada el andaluz, nos cuenta esto: Vine a España sin compañía en un vuelo de más de trece horas, y a vivir con una madre a la que apenas conocía. Tenía diez años y aunque no tuviera opinión alguna sobre mi traslado aquí, sorprendentemente estaba convencido de que sería rechazado o discriminado. Me sorprendió gratamente la manera en la que me acogieron en Toledo; la gente aquí es amable -por lo menos parecían serlo los niños de diez años de la ciudad- y no tardé en hacer amigos. Si bien no es como en Ecuador, yo que venía convencido de que iban a meterse conmigo, fue fantástico hacer una amiga que fue, durante mucho tiempo, la mejor que tuve. Por otra parte, siempre he recibido comentarios sobre mi acento -todavía seseo- o mi forma de hablar que, por supuesto, en Ecuador no se me hacían. Al irme a Villalba ya formé un grupo de amigos más estable; muchos eran también latinoamericanos, y aquí me sentí plenamente aceptado y mucho más querido. Me resultó sorprendente que la gente no fuera irrespetuosa aquí: la mayoría eran amables y considerados, hasta generosos; no te miraban raro, no te apartaban… Pero no pude evitar fijarme en que trataban de ´tú´ a todo el mundo. Aquí es perfectamente normal, claro, pero a mí me sigue pareciendo extraño e irrespetuoso tutear a un desconocido, por jóvenes que sean ambos. Supongo que todo es cuestión de acostumbrarse. Es un ejemplo de la falta general de respeto en las relaciones personales. Para mí lo respetuoso es llamar a alguien que no conoces, o a un grupo de gente, de ´usted´, pero está visto que en España no es así. Al final me acostumbré, y por supuesto hace ya tiempo que sé que si alguien me llama de ´tú´ no es que se esté “tomando demasiadas confianzas” o que quiera faltarme al respeto, sino que es la forma común aquí. Hay muchas otras expresiones que cambian al cruzar el océano, y muchas cosas a las que tuve que acostumbrarme al venir a España. Para algunas sí que es cierto que la gente de aquí no parecía tener demasiada paciencia. Siempre diciéndome: “no se dice `ir a botar a la basura`, se dice `tirar algo a la basura`; levantarse con el pie izquierdo no da mala suerte, se emplea cuando alguien está
de mal humor… etc. Por alguna de ellas sí que he recibido risas, y desde luego me ha costado emplear siempre la forma española, ya que no me sale de forma natural, pero es de suponer que un ecuatoriano también lo encontraría extraño de ser el caso contrario. Se me ocurrió que a lo mejor esa espontaneidad, ese desparpajo, esa informalidad en las relaciones venía de vivir en un mundo mucho más cómodo que, por ejemplo, aquel del que yo venía en Ecuador. A lo mejor esto dejaba más espacio a la falta de formalidad entre las personas; a lo mejor simplemente la sociedad era distinta por vivir en un sitio y de una manera mas cómoda. Los edificios se me presentaron ante los ojos como enormes cuando los vi por primera vez. Eran altísimos y muy modernos. A los ojos de un niño de diez años, no eran otra cosa que pijos -recuerdo que pensé- y ostentosos. Más allá de los edificios, todo parecía -y aún a veces me lo parece- estar diseñado al gusto y medida de un niño mimado que solo tiene que pedir lo que desea. Estando en mi país el término sería “aniñado”. Todo parecía tener muchísimas comodidades: casas, calles, centros comerciales, cosas que la gente utilizaba, coches, transporte público, tiendas, toda clase de utensilios… No me disgustó, está claro. Simplemente era distinto a lo que yo conocía y, desde luego, no era para nada lo que había esperado. Resulta un poco irónico, ya que en Ecuador viví en una casa realmente grande, mientras que mis dos lugares de residencia en España han sido apartamentos. España tiene defectos, como los tiene Ecuador. Desde el momento en el que llegué, mi plan ha sido siempre volver, pero por supuesto ha habido veces que he dudado. Aquí tengo a mucha gente, muchas cosas buenas y muchos recuerdos bonitos, y es cierto que a veces desearía quedarme, pero mi lugar está allí, en Ecuador. Llevo aquí casi siete años, y me sigue haciendo gracia el acento andaluz: me parece mucho más bonito que el que usan casi todo el resto de los españoles. Y no estoy seguro de que, si ahora me marchara a Ecuador, como hice al venir aquí, toda mi clase del colegio -incluida la profesora- me firmaran la camiseta para llevarme puesto su recuerdo impreso en la ropa.
“Actualmente sé que en España hay mucha crisis pero al ser extranjera tengo más ayudas” Carlota García.Se llama Mariyana Koleva Chichkova. Nació en Harmanlí, Bulgaria, el 15 de enero de 1969 y vivió en Plovdiv. Es empleada de hogar en España desde hace 19 años y abandonó su tierra por razones personales. Hola, mi nombre es Mariyana y nací en Harmanlí, una ciudad de Bulgaria en 1969. Debido a circunstancias terribles, tuve que abandonar mi propio país. Mi hijo pequeño nació con problemas mentales y me vi obligada a buscar por toda la ciudad de Plovdiv ciertos medicamentos que eran muy caros y que al final no pude comprar. En un principio supe que en España los habría y por ese motivo me fui para allá. Desde allí le mandé dinero a mi familia de Bulgaria y en especial a mi suegra, pues era ella quien cuidaba de mi hijo. Llevo viviendo 19 años en España. Aquí he recibido ayuda por parte de mucha gente. Estoy muy agradecida de tener ese apoyo y cariño hacia mí. En general, los españoles son gente muy abierta, alegre, simpática, sociable y digamos que muy fiestera. Como en todas las zonas hay también españoles racistas y groseros. Me llamó la atención que aquí en España se celebraran fiestas tradicionales como la de San Fermín. En cambio, en Bulgaria no hay de eso y somos gente más fría y callada. Recuerdo mis dificultades en los primeros días aquí a la hora de hablar puesto que el búlgaro y el español son lenguas muy diferentes, una eslava y la otra latina. De hecho, hoy por hoy me sigue costando hablar. A veces se ríen de mí por no pronunciar bien la palabra “Bichito”. También recuerdo que al principio de venir, yo bajaba la basura y lo primero que me encontraba eran varios contenedores de diferentes colores. Al final supe que cada contenedor era para un residuo distinto. No sabía que España fuera un país tan limpio. Me sorprendió porque en Bulgaria somos gente muy sucia y básicamente tiramos al suelo lo primero que tenemos en nuestras manos. La comida española me encanta y en concreto la paella valenciana. Curiosamente los búlgaros somos unos maniáticos con ponerle a la comida especias de todo tipo. En Bulgaria tenemos una muy importante llamada “Chubriza”, tiene sabor dulce y está muy rica. Me encanta la música española y soy muy fan de Pablo Alborán. En cuanto a las zonas españolas me gustaría visitar
Asturias, pues aunque adoro las zonas de costa y las playas españolas son excelentes, me han hablado maravillas de la zona norte de España. A nosotros los eslavos nos gusta mucho llevar pendientes, cadenas de oro y me he fijado que esa manía en España no la hay. Creo que lo único que extraño de mi país es a mi abuela. La he querido muchísimo y fue ella quien me cuidó. A veces me siento desplazada pues hay gente que me mira muy raro por ser extranjera. Eso me incomoda un montón. Recuerdo un momento muy gracioso que me pasó y es que los búlgaros confundimos mucho a los españoles. Fueron los primeros años en llegar aquí y yo estaba pidiendo una coca-cola en un bar. El camarero del bar se acercó a mí y me preguntó si quería una cerveza. No sabía cómo decirle que sí. Entonces lo primero que se me ocurrió fue hacerle el típico gesto de decir sí. Aquí en España es muy curioso porque al decir sí gesticulando movemos la cabeza de arriba abajo y al decir no movemos la cabeza de un lado para otro. Allí en Bulgaria es todo lo contrario. El camarero se pensaba que no quería el refresco. En ese momento me puse tan nerviosa que no sabía qué hacer y al final pudimos entendernos. Para mí la llegada a España ha sido muy importante. Aquí por ejemplo me tratan mucho mejor que cuando estaba en Bulgaria. Como ya dije, he conocido a lo largo de estos 19 años a personas que significan mucho y se han convertido en mi verdadera familia. Desgraciadamente, en mi país por motivos políticos y sociales no hay tanta riqueza ni se ofrecen tantas oportunidades para que una persona pueda vivir con unas mínimas garantías que sí ofrece el estado de derecho aquí en España. Además, desde el primer día en este país, noté mucho cariño y respeto por las personas que iba conociendo y enseguida vi que hay muchas ayudas a nivel estatal para los más desfavorecidos en ámbitos como la sanidad, el empleo, acceso a viviendas sociales y ayudas económicas. Otro tema bastante importante que a mí me sorprendió es la seguridad ciudadana que, a pesar de que no es total, es mucho mayor que la de mi país.
“Aquí son más individualistas” Cristina Vizán.Mi nombre es Verónica, tengo quince años y hace poco más de un año que me vine a España. En el viaje perdí prácticamente un día, si se tiene en cuenta la diferencia horaria entre Nicaragua y España, que es de ocho horas. El vuelo duró unas quince horas. Al principio me costó integrarme. Es una forma de vida diferente, con una cultura distinta a la mía. Cuando me preguntan por qué nos vinimos para aquí, no sé qué responder. No vinimos porque allí no hubiera trabajo; quizás fuera porque España es un país seguro. Con esto no quiero decir que el mío no lo sea, pero sí que es verdad que es más probable que te roben allí que aquí; esto es un simple ejemplo. Unas de las primeras cosas que me sorprendió al llegar a la Península fueron los pasos de cebra. En Nicaragua no existen esas rayas pintadas en el suelo y sé que muchos ahora estaréis pensando que cruzar en Nicaragua tiene que ser un verdadero peligro. En realidad, no hay mucha diferencia con España, aquí te limitan las zonas por las que debes pasar, aunque haya gente que no las respete, pero ese es otro tema. La cosa es que aquí también dependes de que los conductores se paren. En mi país es igual, depende de que el conductor se detenga para cederte el paso. La única diferencia que encuentro es que allí no te dicen por dónde debes cruzar; sí que es verdad que hay zonas por las que sabes que no debes pasar, porque es más peligroso, pero es decisión tuya pasar por ahí, en cambio aquí tienes ciertas zonas por las puedes pasar, y no se debe cruzar por donde que no estén las rayas blancas en el suelo. El paisaje de Nicaragua no tiene nada que con el de aquí; bueno, ni el paisaje ni el clima. Los volcanes, diecinueve de ellos activos, forman parte del paisaje. Junto a ellos se encuentran varios lagos y mares; es un país con costas privilegiadas. Una de las cosas que me sorprendió del clima de aquí, fue la nieve. Allí no nieva nunca. El año pasado pude disfrutar un poco de esa maravilla que crea la naturaleza. Otra de las cosas que me sorprendió al llegar aquí fue la forma de vivir la gente. En España la mayor parte de la gente vive en edificios; en cambio en mi país vivimos en casas individuales: “en cada casa una familia”, decimos. Sí que es cierto que hay algunos pisos que son mucho más
grandes que las casas de allí. Cuando vine y observé esto lo primero que pensé no fue que era para ahorrar espacio y que cupieran más viviendas, sino que era porque la sociedad era menos individualista; con esto no quiero decir que mi país esté la gente más aislada, pero sí que es verdad que fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Llevo aquí un año y unos meses y sinceramente apenas conozco a mis vecinos. A los que mejor conozco son a los que habitan en la misma planta que yo. Me atrevería a decir que hay gente a la que todavía no he visto. En cambio en mi país todos los de un mismo barrio se conocen, son como una gran familia. Tras cierto tiempo pensando en esto, me he dado cuenta de que aquí son más individualistas. Digo España porque del país que estoy hablando, pero podría incluir al resto de Europa y Estados Unidos. En estos sitios la gente mira primero por ellos, luego por ellos, y si les queda tiempo se preocupan del que tienen al lado. En mi país en cambio es al revés, si puedes ayudar al vecino le ayudas y no pides nada a cambio; si eres nuevo te integran con facilidad, de hecho no dejan que te aísles; si ellos saben de algo bueno que pasa en un sitio te avisan para que vayas. En cambio aquí si encuentran algo bueno se guardan esa información para ellos y así impiden que otros puedan disfrutar de ella también. Sinceramente no sé por qué la gente es así, luego dicen que Europa y Estados Unidos son los mejores, ¿por qué? Las cosas de las que ellos carecen se encuentran en países como el mío. Creo que los humanos son los animales que menos se ayudan entre sí, no colaboran por un bien común, incluso a veces que se lo hacen más difícil al que tienen al lado.
“Me creo una persona que sabe sacar las cosas buenas a todo” Daniel Martín.He tenido el placer de hablar con Alejandro Zambrano, nacido en Ecuador el 3 de febrero de 1972. Tiene actualmente 44 años, trabaja de carnicero y tiene mujer y una hija de 12 años. A Alejandro lo conozco de toda la vida ya que lleva trabajando en la carnicería en la que compra mi madre desde hace 14 años. Es un hombre al que se lo describe fácilmente como una persona luchadora y trabajadora. Además yo le considero una persona amable y muy sensata que más de una vez me ha dado un consejo que me ha ayudado. Por eso lo he elegido a él. Nací en Quito un día en el que “caía la más gorda desde hace tiempo”, al menos eso me dijo mi madre cuando era pequeño. Mi familia era una familia muy normal. Fui el pequeño de dos hermanos, éramos mi hermano Jordan y yo. La verdad es que no me puedo quejar de nada respecto a mi familia, no teníamos dinero para poder permitirnos lujos pero nunca me ha faltado de nada; me siento muy afortunado de haber podido nacer en mi familia. Crecí feliz junto a mi hermano; iba al colegio por la mañana y por la tarde hacía mis tareas y jugaba, si terminaba, con mis “cochecitos”. No recuerdo mucho sobre mi infancia en el colegio. Recuerdo a mi maestro, una persona amable que me trataba muy bien, y a mi amigo Alan, mi amigo del alma, del cual ya no sé nada. Hay días en los que me siento y rezo a Dios poder volver a reunirme con él para hablar de lo que nos ha ocurrido desde entonces. Empecé a trabajar en cuanto pude junto a mi padre de mecánico. En realidad yo no hacía mucho, solo ayudaba a mi padre en lo que podía pero poco a poco fui aprendiendo y pude hacer mucho más para ayudar. Fue una experiencia muy dura que me enseñó a madurar y me enseñó rápido lo dura que es la vida si no te empleas a fondo. No cambiaría esa experiencia por nada en el mundo porque es la que me ha hecho como soy ahora. Con 22 años las cosas no iban muy bien en mi familia, así que tomé la decisión de irme a trabajar junto a mi primo Manuel en España en su carnicería de Becerril de la Sierra. El viaje fue muy largo.
Al llegar al otro lado del océano me encontré con una sociedad en la que cada uno iba a su bola, nunca nadie hablaba con nadie y todo el mundo iba rápido sin darse cuenta de lo bello que es su país. Lo que peor llevé fue el horario. Cuando yo desayunaba el resto ya había comido; me costó mucho adaptarme al horario. En parte fue bueno porque no me costaba despertarme para irme a trabajar. Me considero una persona que sabe sacar las cosas buenas a todo. Todo eso cambió cuando llegué a Becerril. Nadie me conocía cuando empecé a trabajar en la carnicería pero todo el mundo fue muy amable conmigo y poco a poco me fui haciendo uno más del pueblo y así conocí a la que es ahora mi mujer. Hace dos años pude volver a Ecuador para poder ver a mis padres después de 12 años. El momento que no pienso olvidar nunca es la cara de felicidad de mis padres al ver a su nieta. Fue un momento muy feliz para mí. Eso no será lo único que recuerde de mi visita a Ecuador. Todo ha cambiado mucho desde que me fui, la gente me parecía diferente de como la recordaba y yo creo que todo ha sido culpa de la crianza de los niños de hoy en día: ya no les enseñan a ser igual de sociables. Ahora mismo si me dijeran de volverme a Ecuador para siempre no aceptaría, todo lo que he conseguido aquí es mi mayor orgullo después de mi hija, por supuesto; no cambiaría mi vida por nada del mundo.
“En España se le dedica mucho tiempo a la comida, incluso a hablar de ella” Diana Carretero.-
Soy David Seymour, tengo 45 años y nací en Manchester, Inglaterra. Estudié informática en Liverpool, y vine a vivir a España a los 28 años. Actualmente, mi tiempo libre lo dedico a mis 3 hijos, a mis amigos y a la fotografía.
Desde siempre me ha gustado viajar. He tenido la suerte de poder conocer muchos países y culturas, cada cual mejor que el anterior. Antes de asentarme en España, había venido varias veces de vacaciones y conocía la “parte turística” de ella: las playas, las sevillanas, las famosas “tapas”… y, como en cualquier otro destino, me encantó la experiencia. Una de las cosas que más me gustaron fue el clima. Comparado con las frías lluvias de Manchester, el clima cálido y agradable de Madrid me hizo tomar la decisión de comenzar una etapa nueva de mi vida e irme a vivir a España. Unos años después, formé una familia que adoro con una española, y ahora vivo feliz con mi mujer y mis tres hijos (todos bilingües). Algo que me impresionó bastante sobre la cultura española es el orgullo que se tiene por ella. Allá donde iba, la gente me contaba orgullosa la historia de España, y presumía de la geografía. Me dio la impresión de que los españoles se sienten muy afortunados y orgullosos de su identidad
nacional, y de toda su cultura en general. También hubo una serie de aspectos que me sorprendieron y me “chocaron” cuando llegué aquí. Respecto al trato personal, hay muchas diferencias. Los ingleses somos “más fríos” en ese sentido, no hay tanto contacto físico, por ejemplo, solemos saludar estrechando las manos; en cambio en España se dan dos besos. A veces me sentía algo incómodo, como si sobrepasasen la barrera de espacio personal. La forma de hablar también es muy distinta. A los ingleses se nos describe siempre como personas muy correctas y educadas, comparándonos con las costumbres de otros países. En España, la gente habla muy rápido, a veces demasiado alto e incluso varias personas a la vez, y eso era algo que me dificultaba aprender el idioma. Muchas veces, por el tono de voz y los gestos, una simple conversación sobre el tiempo podía parecerme una discusión. En Inglaterra estamos más acostumbrados a hablar con un tono más bajo, ya que si se alza demasiado la voz puede resultar ofensivo o puede crear un ambiente molesto. Pero una de las costumbres que más me llamó la atención de España es el tema de la comida. En España se dedica mucho tiempo a la comida, ya sea hablando de ella o comiéndola. Es una de las partes de la cultura de la que los españoles se sienten más orgullosos, de su gastronomía. En todas las conversaciones que tenía con mis amigos tratábamos el tema de la comida, y a menudo organizaban grandes reuniones en las que toda la atención se dirigía a los grandes platos que preparaban. No quiero decir que en Inglaterra no le dediquemos tiempo a la comida; de hecho, la gastronomía inglesa es un gran atractivo turístico (¿quién viaja a Londres y vuelve sin probar nuestro famoso fish and chips?), pero dejamos las “comidas especiales” (como aquí podría ser la paella o el cocido) para ocasiones puntuales y excepcionales, como celebraciones. Recuerdo que la primera vez que comí en la casa de los padres de mi mujer, con sus hermanas, hermano, sobrino, y algún primo, todos me miraban continuamente, como si fuera el primer extranjero en la historia de España. Me preguntaban casi en cada bocado si me gustaba la comida. ¡La verdad es que perdí el apetito con toda la atención que me dirigían! A pesar de su buena intención, fue algo incómodo, aunque, creo firmemente que, con el tiempo, un extranjero no sólo se acostumbra, sino que aprende a aceptar, respetar y entender la cultura de un país.
“Los pros están en la cima y los contras los uso como escaleras para llegar a ella.” Dunia Ziani.Mohammed Boutaher, tiene 35 años, es de Tanger (Marruecos) y lleva viviendo en España un año. El motivo por el cual ha venido a España es por trabajo. Tiene 2 hijos, una niña de 5 años llamada Hayat y un niño de 12 años llamado Ismael. Su mujer vive también con ellos. No era fácil entablar conversación con él. Veréis por qué. Mi nombre es Dunia y todos los domingos, como de costumbre, voy a Madrid, vago por las calles y paro en una cafetería de Vallecas llamada El Oasis. Es muy conocida en esa zona; muy pocas veces se puede coger mesa. Yo, por preferencia, siempre me siento en la mesa más cercana a la cocina porque el calor que sale a esas horas de la mañana es tan agradable como estar al lado de una chimenea después de una tarde de invierno. Siempre, un hombre musulmán, amigo de mi padre, que viste con una chilaba (túnica larga con capucha y mangas amplias) se sienta en la mesa de al lado. Y espera a que un camarero y no una camarera se acerque y tome nota. Yo me quedé impactada por esa acción, pero supuse que no llevaba mucho tiempo en España. Me costó intentar hablar con él, porque claro, no dejaba ni que le atendiese una mujer, e imaginé que si me acercaba yo, siendo una de ellas, a lo mejor me rechazaba. Pero él se acordó de que yo era hija de mi padre. Esa fase fue la más difícil, y probé una estrategia que pocas personas probarían. Como me di cuenta de que tenía dificultades en el habla, le ayudé, no hubo ningún problema, de hecho me dio las gracias, y desde ahí tuve la gran oportunidad para hablar con él. Me contó que de vez en cuando se sentía muy observado por la gente e incómodo. Y no entendía por qué. Yo le expliqué educadamente que era por la vestimenta, que la gente no estaba acostumbrada a ver ese tipo de ropa. Pero no le debía dar gran importancia. Otra cuestión que le preocupa es que no sabe si a sus dos hijos les gusta estar en este país, si echan de menos “su tierra”. Él cuenta que por lo visto se les ve felices y Hayat, su hija pequeña, ha hecho dos amigas en el colegio: una de piel negra y otra musulmana igual que ella; e Ismael, el mayor, al que le encantan las clases extraescolares de fútbol que dan por las tardes, dice que después de hora y media de entrenamiento, se queda media hora más a jugar con su nuevo amigo.
La mujer de Mohammed dice que es feliz si sus hijos y marido lo son. Ella trabaja limpiando en una casa de gente adinerada, pero esa familia siempre tiene problemas y no hay buen ambiente, lo cual marca una gran diferencia con su propia familia. Como la mujer es muy positiva, según cuenta Mohammed, piensa que no hay mejor familia que la que esté unida y sea feliz. Y que por muy rica que pueda llegar a ser, no supera a la suya. Me contó que también tiene una gran ventaja y es que hay muchos marroquíes en España, lo que le facilita mucho las cosas, como poder socializarse. Un ejemplo es el trato que tiene con mi padre. Pero también tiene una dificultad añadida, que es el habla. Su pronunciación en español no es muy buena y esto hace que la gente no le entienda bien en acciones tan cotidianas como ir a comprar el pan. Un día, se dirigió a una tienda de alimentación y observó que el vendedor era un chino; es muy común ver chinos vendiendo. Le pareció muy raro porque en Marruecos no te encuentras a chinos vendiendo, directamente no los hay. Para pedir el pan, lo que dijo exactamente fue: “Quiero un baguette, por favor”. El chino no le entendió porque normalmente aquí se dice barra de pan. Entonces le costó explicar lo que quería. Hasta que las vio por su cuenta y se las tuvo que señalar. El vendedor chino entró en razón y supo que quería una barra de pan, se la puso en el mostrador y él le preguntó por el precio. El chino dijo que costaba 40 céntimos. Mohammed, impresionado, no se podía creer que una barra de pan fuera tan cara, pues en Marruecos sale a 20 céntimos aproximadamente (2 dirhams). ¡Dos barras se podría comprar! Otro detalle que no ve muy bien es que las mujeres y hombres se saludan con dos besos; en cambio, en Marruecos se saludan dándose la mano. Lo ve más respetuoso. Aproveché el momento para preguntarle por qué solo quería que le atendiese un hombre en la cafetería. Él muy amable, me respondió y me dijo que en situaciones como esa, si en un bar hay un hombre, debería de ir al hombre, y en el hipotético caso de que no hubiera un hombre pues hablaba con la mujer. Pero siempre con preferencia el hombre. Por último me cuenta que está entusiasmado y con ganas de encontrar un trabajo, me dijo: “Lo mejor para seguir con una nueva vida es hacer una lista de pros y contras, los pros están en la cima y los contras los uso como escaleras para llegar a ella.”
Uy mija... ¿me perdonarás? Elena Vicente.Sahily nació en Cuba. Ella me contó por qué se fue y qué añora aún de su tierra. Eran las 8 de la mañana y ya estaba cogiendo el camión. Cómo no, no había un asiento libre. De pie, acompañada de los gritos, piropos y amabilidades de las personas, me paré a pensar. Menos mal que la vecina me ha despertado hoy diciéndome que había rumores de que el camión iba a salir un poco antes, si no, iría fuera, agarrada de la puerta trasera. Mi empresa, CUBALSE, me permitía cobrar 25 veces más que a un maestro, y tener un ático con vistas a toda la bahía. El permanente cielo azul, la humedad, los árboles tropicales, y sobre todo, el mar, me daban una tranquilidad que necesitaba. Edificios de no más de dos pisos se entreveían por las ventanillas, y niños felices y orgullosos de poder ir a la escuela cruzaban la calle en la que se situaba mi antigua compañía de salsa latina. A horas tan tempranas de la mañana la ciudad estaba más viva que nunca. Un gigantesco campo de béisbol demostraba nuestra distinguida obsesión con este deporte. ¡Zapatero! No me había fijado en otro nuevo taller que había colocado en su casa mi vecino. Carteles promocionaban la CocaCola aun solamente pudiéndosela permitir los más privilegiados. Tristemente el peso cubano solo llegaba para comida y ropa, y la gente con menos dinero se unía y compartían sus bienes y pertenencias. Por regla general los extranjeros estaban mejor valorados que los propios residentes, y la policía controlaba que ese poder no se incumpliera. Playas separadas por muros, hoteles prohibidos, moneda reservada… fueron convirtiendo mi país en una dictadura. Mi madre ya había huído a Madrid, y mis hermanos a EEUU. Solo tenía a mis hijos, y un trabajo increíble en el ámbito turístico y ganas de recorrer el mundo. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que las nuevas leyes de la dictadura nos habían prohibido el salir de visita a otro país, y no teníamos el derecho de revindicarlo. A mi padre lo despidieron de su trabajo, pero mi compañía seguía adelante. Fuera la decisión que tomase cierta o equívoca, mantenía unas ideas claras de los derechos de las personas, y estar encerrado no era una de ellas. Cuba, mi país de nacimiento, pasó a pertenecer al pasado cuando la dictadura se apoderó de él.
Ahora, tendría que enfrentarme a un nuevo lugar, a nuevas costumbres, para convertirme en una española más. Lo tenía en la sangre, pues mis abuelos eran gallegos y asturianos. Cada día me intentaba convencer a mí misma. Todo era muy distinto, la comida, el transporte, las personas y la economía… No había mar, en otras palabras. Otro aspecto que me impresionó de los españoles fue el poco valor material que conceden hacia las cosas. En Cuba, un libro es algo maravilloso que hay que cuidar como un tesoro, y los niños lo sabían. Además me ponía nerviosa lo poco que valoraban los lujos en el transporte público y lo mucho que se quejaban. Un autobús, un metro o un tren ya son grandes prestigios de los que no se consideran afortunados en un principio, pero una vez conozcan el camión, créanme que no van a querer moverse. El ir por la calle sin hablar con la gente, callada, con la boca cerrada, me obligaba a valorar mi país como uno de los más sociables y amables que seguramente habría. Acostumbrada a las casitas cubanas, un edificio con más de 3 pisos me resultaba todo un mundo, y más aún uno de los altos rascacielos que sobresalían, dando la imagen del mismísimo Nueva York. El peor factor de vivir en el centro de España no era más que la ausencia de un mar, de su humedad, de las templadas temperaturas que ofrecía cada estación del año. Ahora, no se veía béisbol por ninguna parte, y no destacaba otro deporte que no fuera el fútbol o el baloncesto. Mis frutas tropicales… Cuánto las echaba de menos. Ningún producto sabía igual que los que yo solía comer en Cuba. No hubo mayor decepción que cuando me encontré los grandes atascos que caracterizaban de las autopistas de Madrid, y me disponía a pitar a los demás coches para que se movieran. Pero es que los coches también eran distintos. Allí en Cuba, como no nos permiten comunicarnos ni comerciar con otros países, son todo coches viejos que se han ido arreglando para que perduraran por más tiempo. De esta manera se ha llegado a considerar que los cubanos eran los mejores mecánicos de coches en el mundo. Me sorprendía ver a gente muy poco favorecida pidiendo en la calle, cuando todo el mundo en mi país antes de pedir ya estaban ofreciendo. Era otro modo de vida, sin más. Extraño mi país y la cantidad de valores éticos que se enseñan allí para poder vivir como un buen cubano, extraño la música de la salsa latina, una de las mejores educaciones que existen hoy en día, la amabilidad de las personas, lo que te pueden llegar a ofrecer sin ni siquiera tener ellos nada, lo poco inconformistas que son con los nuevos medios que rigen en el ámbito social, y lo más importante, la poca capacidad que tenemos todos los cubanos de no poder dormir la conocida y característica siesta española.
“Me asusté viendo las cabezas sin piel, los sesos, lengua, patas de cerdo, etc. presentadas como si fuera una delicia. No lo había visto ni comido en mi vida.” Enrique Lázaro.Soy Fred van Schaik tengo 58 años y vine a España hace 35 años. Estudié Informática en Holanda. Sé cinco idiomas: holandés, español, francés, alemán e inglés. Ahora voy a contar lo que me extrañó de la cultura española, sus ciudades y su geografía. Vine por primera vez a España en 1981, tenía 23 años y ahora se ha convertido en mi hogar. Para mí, España fue, en esos días, sinónimo de playa, sol y vacaciones, pero con el paso de tiempo he tenido la suerte de conocer la verdadera España. Desembarqué a las 5h de la mañana en diciembre en la estación de Burgos. Había 50 cm de nieve y aprendí directamente que España tenía mucho más que su lema “todo bajo el sol”. Tuve que esperar hasta las 10h para poder comprarme un jersey y aguantar el intenso frio. Paseando por el centro de la ciudad me llamaron la atención varias cosas. Había militares con carabinas por toda la ciudad, lo que me impresionaba mucho. En todo el centro se podía ver una sorprendente cantidad de oficinas de bancos, loterías y bares o restaurantes, no había visto nada igual en mi vida. Y, en los bares, había mucha gente tomando su café o aperitivo. Para entendernos, por cada bar en Holanda había 10 en España y además los bares en Holanda no abren por la mañana. Había muchos quioscos llenos de prensa, revistas y colecciones. En mi tierra los periódicos los llevan a casa y solo se pueden comprar en librerías. En el ámbito gastronómico las horas de comer son muy diferentes. Nuestra comida es entre las 12-13h, y consiste en bocadillos con embutidos o fritura como croquetas, etc. Si trabajas en una empresa comes en su cantina y no fuera, y por supuesto nada de cerveza o vino, solo leche o refresco. A las 17-18h es la cena, patatas cocidas con carne y verdura. Por la noche no se come, pero en el fin de semana se suelen picar patatas fritas o bocadillos. En general, en Holanda la gente come mucho en la calle, en España no vi a nadie comiendo así. Cuando fui a comer en un restaurante, me presentaron una carta en formato libro ofreciendo una enorme variedad en carne, mariscos y pescado y todo estaba riquísimo. En mi tierra no hay tanta oferta, y la que hay está muy orientada a la carne y reducida en variedad. Aunque tenemos mucho mar y ríos, el pescado no se come mucho. En mi casa solo comimos pescado los viernes, y mariscos nunca.
Lo que más me impactó de mis primeras navidades fue que después de la comida y el café salía por la calle y no veía a nadie. Me decían que era la hora de siesta y todos los comercios cerraban, así que no tenía otra opción que irme al hotel. Por la tarde se escuchaba un villancico de “los peces en el río” por todas los calles y en todas las tiendas y vendían castañas asadas. Un ambiente estupendo. Al día siguiente me desperté escuchando niños cantando continuamente lo mismo. Era la lotería de navidad, tardaban horas y horas en terminar y se podía ver en todos los lugares. La navidad en Holanda son 2 días, el 25 y el 26 de diciembre, aquí solo un día. Cuando tuve que comprar no noté muchas diferencias, en Holanda también hay calles con tiendas y centros comerciales. Solo que cuando entré en una carnicería… me asusté viendo las cabezas sin piel, sesos, lengua, patas de cerdo, etc. presentadas como si fuera una delicia; no lo había visto ni comido en mi vida... Lo que más me llamó la atención de España fue la enorme influencia de la Iglesia Católica en la sociedad. En Holanda el 50% de la población es católica y el resto protestante. Pero aquí no existía alternativa, se veían muchas iglesias, capillas y ermitas por todo el campo. Los domingos la visita a la misa era casi obligatoria, eso sí, después se tomaban un vino en el bar. La geografía de España no tiene nada que ver con Holanda. España tiene de todo, las preciosas sierras por toda la Península y los enormes campos llanos entre medio. El norte es muy verde cuando la parte central es mucho más seca. En Holanda no hay alturas, lo más alto que tenemos son los diques que están más elevados que la tierra para protegernos del mar, pero no hay montañas. Y tenemos ríos por todos lados y de todos tamaños. Por último, el ambiente y los españoles. Los españoles eran muy amables y tenían muchísima paciencia para atendernos. Nadie hablaba Inglés, alguno un poco francés pero en general solo me podía comunicar en español. En Holanda, debido a nuestro clima, pasamos mucho tiempo en casa. Pero en España se vivía mucho en la calle, la gente siempre andaba en grupos pasándolo bien en los bares y restaurantes, o los fines de semana en el campo. Era mucho más alegre y esto se notaba en la gente.
“Si trabajas, bien; si no, España es una mierda” Harbi Condo.Soy Felipe Rodriguez Ávila, tengo 55 años, nací en Colombia. Actualmente soy dependiente en una tienda de alimentos en Collado Villalba (Madrid). Vine a España a los 35 años, vine buscando seguridad y un trabajo con mejores condiciones y mejor pagado. Supongo que es lo que buscamos todos. El cambio fue demasiado difícil de asimilar. Mi única familia eran mis padres, que se quedaron en Colombia. Cuando llegué no conocía a nadie, pero antes de venir un amigo me dio una dirección de conocidos suyos que podrían ayudarme. Luego de conocerlos me llevaron a unos pisos que estaban en alquiler. Les dije que no tenía forma de pagarlo y me propusieron trabajar de jornalero. La alternativa era buscar algún trabajo con sueldo en negro. Decidí trabajar de jornalero ya que sin papeles era demasiado difícil encontrar algo y no tenía demasiado tiempo para poder pagar los meses de alquiler. Si no lo hacía me iría a la calle. Vine de Colombia buscando algo mejor y descubrí que el trabajo de jornalero no era ni lo que buscaba ni mucho menos el camino para conseguirlo, pero había que hacerlo, no había otra forma. Por mucho que se sufra te aguantas y sigues. Tenía que ayudar a mis padres, que ya eran demasiado mayores como para seguir trabajando, pero aquella situación no duraría mucho. El sueldo apenas llegaba a pagar el alquiler ya que la mitad era para mis padres y para la comida, a la cual te acabas acostumbrando ya que las cosas que tienes en mente - las cuentas, la preocupación de tu familia, el estar solo- pesan más que ser remilgado con las costumbres de un nuevo país, aunque hay cosas que no es tan fácil pasar por alto como el racismo, que por entonces era más abundante que ahora. Cuando llegué quizá el único objetivo que vi conseguido fue el de la seguridad. A pesar de los malos tratos en el trabajo y la miseria en las condiciones de vida es más seguro que tener que vivir en un barrio conflictivo a las afueras de una ciudad en la cual la mentalidad de la sociedad y la educación al igual que la justicia siempre estaba en precario. Hubo meses de paro ya que el contratante no requería trabajadores y tuve que pedir ayuda a los que me acogieron. Me vi endeudado y el estrés iba en aumento. Pasaba noches enteras pensando, recordando
mi tierra y me gente; incluso llorando por la situación en la que estaba. No podía volver, supondría un gasto excesivo e ilógico. Ahí tampoco tenía muchas formas de conseguir dinero. Me dijeron que saliese a ver a gente. Sin contrato, sin referencias y sin papeles la mejor forma de trabajar es conocer a gente que te enchufe en cualquier tipo de trabajo. Conocí a algunos que me dijeron que llamarían si necesitaban trabajadores. El lado malo de salir a conocer a esas personas es la fama que se tiene por ser de fuera de ese país; varias veces acabé entre rejas con un pie fuera del país por indocumentación. A los ocho años de estar en España mis padres murieron. Fue un golpe demasiado fuerte. El anterior sentimiento de soledad fue insignificante comparado con el de ahora. Me volvieron a animar a salir, esta vez para olvidar y volví a acabar entre rejas por indocumentación, pero esta vez se le sumaria la posesión de productos estupefacientes que a punto estuvieron de costarme la estancia en este país. Dos años después conseguí la documentación. Las cosas parecían mejorar ya que por entonces las construcciones en España aumentaron significativamente y la mano de obra estaba mejor pagada y al fin tenía los mismos derechos que los trabajadores de acá. Pero la inestabilidad laboral siempre estaba ahí. La bonanza duró los suficientes años como para plantearme tener una casa, ya que estaba solo y yo era el único gasto. Visto el abundante número de extranjeros que llegaban a España por el crecimiento de su economía abrí una tienda de productos latinos, en la que trabajo actualmente. (Felipe no fue sino uno más de las personas con las que hablé y si saco alguna conclusión es que las costumbres, la cultura y la sociedad es lo último de lo que se preocupan, ya que tienen un objetivo más importante. Llegan con esa mentalidad de salir a delante, no de ser ociosos y poner atención en las cosas nuevas que ven. La mayoría de los extranjeros en Villalba vinieron a trabajar y las opiniones son las mismas: “Si trabajas, bien; si no, España es una mierda.”
“España es un país agradable y me sentí tan a gusto como en mi país de origen” Hugo Escalante.La persona a la que he entrevistardo se llama Iván Yonevski y nació en Bulgaria. Tiene 16 años. Llegó a España con 7 años y se vino a vivir a Collado Villalba, Madrid. Esta es su experiencia. Recuerdo que desde pequeño vivía con mis abuelos ya que mis padres estaban viviendo en España desde hacía un tiempo. Cuando terminé la Educación Infantil vine a España a vivir y empecé a cursar 1º de Primaria. En el colegio tenía que ir de vez en cuando a unas clases con otros alumnos que no sabían mucho español, pero no me costó mucho hablar el idioma. Desde el primer momento mi madre estaba preocupada por si no me gustaba el colegio o los compañeros, pero yo me lo pasaba bien y quería ir al colegio. Lo que más me chocó al llegar fue el cambio de mi pueblo en Bulgaria; todo era nuevo aquí y, aunque no era muy distinto a Bulgaria, para mí era algo novedoso. Otra cosa que me llamó la atención fue la comida: a mí me gustaba comer de todo y la comida española me gustó mucho, no era muy distinta en cuanto a tipo de comida, pero se cocinaba distinto y en casa siempre había de los dos tipos de cocina. La gente de aquí era amable, incluso más que en Bulgaria y casi siempre me trataron con normalidad, pero no siempre: un día cuando todavía era pequeño y acababa de llegar a España, iba con mi padre de camino al parque a jugar un rato y en un momento dado me encontré un palo y empecé a jugar con él. De pronto se me escapó de las manos con tan mala suerte de darle a un señor mayor en la cabeza. Le pedí perdón y le dije que había sido sin querer y no le di tanta importancia, después vino mi padre a disculparse y a decirme algo, pero el señor seguía ofuscado así que mi padre le dijo que se calmara que había sido sin querer. Yo era pequeño y no me di cuenta, pero después mi padre me lo contó y lo entendí: el señor estaba molesto por el golpe, pero sobre todo se alteró cuando se dio cuenta de que no éramos de España y después de irnos del parque para no molestar más vimos de nuevo al hombre por la calle contando la anécdota a otras personas con un tono despectivo. En los demás aspectos, todo es básicamente igual en Bulgaria, son culturas parecidas y tenemos horarios iguales, vestimos similar y no hay excepciones, incluso la religión es similar, al menos en su base; en cuanto a comercio y consumismo no hay casi diferencia, como tampoco en situación económica. En definitiva, España es un país agradable y me sentí tan a gusto como en mi país de origen.
“Las personas allí están mucho más unidas que aquí” Isabella Pantea.Mi nombre es Claudia Lorena Pineda Pedraza y nací el 28 de abril de 1999 en Colombia, en el Valle del Cauca (Tulua) al lado de Cali. De pequeña vivía con mis padres, mi abuela y mis tres hermanos en una pequeña chabola ya que eramos muy pobres según me contó mi mamá cuando tuve uso de razón. Nos vinimos aquí en busca de un futuro mejor cuando yo apenas tenía dos años. Después de muchos años volví a viajar más veces para conocer mi tierra. Puedo confirmar que España y Colombia están separadas por un gran abismo social y cultural. A continuación os contaré las diferencias que he podido observar. Colombia es uno de los países mas felices del mundo. Aunque la población no tenga todos los recursos para poder vivir la gente es muy alegre y positiva. Las personas allí están mucho más unidas que aquí, hacemos reuniones familiares casi siempre y disfrutamos de la comida y de nuestra música. Los estudiantes tienen dos turnos, unos de mañana y otros de tarde, y pueden elegir uno o los dos. El de mañana es de 6:00 a 12:00, y el de tarde de 13:00 a 18:00. El uniforme es obligatorio tanto para los institutos públicos como privados. También hay escuelas militares que son muy caras pero te dan muy buena educación, disciplina y preparación desde pequeño. En cuanto a la economía, Colombia es un país empobrecido por un gobierno corrupto y con falta de interés por las necesidades del ciudadano. El sueldo mínimo en Colombia es de 600.000 pesos que equivalen a 180 euros y las personas no llegan a satisfacer sus necesidades aunque los productos sean baratos. La seguridad puedo decir que no es algo característico de allí, es recomendable para los ciudadanos volver a sus casas antes de las 10 de la noche: si no, corres el riesgo de ser atracado, asesinado, herido o agredido, sobre todo si parece que llevas objetos de valor como carteras, móviles, bolsos, joyas o parecidos. Nuestra comida es muy variada, pero sobre todo dominan el arroz, la carne y las patatas. Nuestro platos más famosos son los frijoles, los tamales, la lechona, la yuca, los buñuelos, los pandebonos y los asados con todo tipo de carne. Si hablamos de música tenemos la salsa, la bachata, los ballenatos, el tango y el reggaetón. En fiestas familiares sobre todo ballenatos y bachata antigua. En cuanto la sanidad, allí es muy cara; aquí tenemos la gran suerte de que es gratuita. La forma de vestir de las personas es llamativa. Los hombre utilizan colores
fuertes como fosforitos y pantalones apretados y complementos; las mujeres, ropa ajustada: sobre todo los vaqueros. Con toda certeza afirmo que lo que más me gusta de España es la seguridad y la tranquilidad. Puedes salir a la hora que quieras y volver a la que te parezca adecuada con muy poca probabilidad de que te ocurra algo. En sí no me extrañó nada ya que vine aquí desde pequeña; eso sí, he observado grandes diferencias, como por ejemplo la indiferencia de las personas sobre “el que tienen al lado”. Eso me sorprendió porque veo en el día a día que aquí la gente se preocupa mucho más por su proprio peso. El respeto tampoco, no se tiene ni la educación ni la amabilidad de allí. También pienso que los ciudadanos no valoran lo que tienen. He conocido muchas personas desde mi estancia aquí y he observado que sus necesidades son muy materiales cuando en Colombia con poder comer, estudiar y vivir en una pequeña casa son felices. La sanidad, sí, es gratuita, sin embargo no atienden de la forma que pensabas que lo harían. Muchos amigos han tenido problemas de salud y no les dan las pautas y los medicamentos necesarios para sanarlos, solo han ido experimentando los nuevos medicamentos que iban saliendo al mercado y que no han tenido efecto alguno. Mi mamá tiene muchos problemas de salud, y hasta el día de hoy no han hecho más que ignorar su estado, muchos médicos no se atreven a atenderla según he ido hablando con ellos ya que su caso es delicado. En cuanto a la educación, pienso que el profesorado no ayuda como se debería hacer. En mi opinión, no saben dar las pautas necesarias para estudiar, no ponen mucha disciplina en sus clases y no enseñan como corresponde. Con respecto a costumbres y tradiciones como la tauromaquia me parece algo realmente repulsivo y denigrante y a día de hoy me sorprende cómo una persona con uso de razón puede contemplar tal espectáculo. A pesar de todo no tengo otra opción ya que, me agrade o no, la calidad de vida es bastante superior a la de allí. A lo largo del tiempo he salido adelante gracias a mi familia y amigos y sé que no me va a faltar absolutamente nada.
“Nunca he entendido la forma de estudiar en España” Jorge López.He podido escribir esta carta gracias a la ayuda de Elizabeth Medina. Es una chica nacida en Ecuador, que por culpa de algunos problemas económicos tuvo que emprender la gran aventura de irse a vivir a un país totalmente nuevo para ella cuando apenas tenía doce años. Actualmente tiene dieciséis años, y gracias a una entrevista un tanto personal que le hice he podido saber varias de sus anécdotas e historias de cuando llegó a España, pero sobre todo destacaré su paso por el instituto. Ya llevo un mes en España, y ya he entrado en el instituto para completar el primer curso. He de decir que no he entendido la forma de estudiar en España, y tampoco creo que la llegue a entender. Para empezar, las clases son terriblemente incoloras, no tienen apenas ni un triste cuadro o dibujo en la pared y son de un color grisáceo, como si estuvieran sucias. Si a esto le añadiésemos lo horrible que es el sonido de la sirena, parecería como si estuviésemos en una cárcel, o incluso en un psiquiatra. Y no es solo eso, al preguntar por qué no decorábamos la clase o incluso comprábamos un animal doméstico para cuidarlo entre todos, como era costumbre en mi colegio de Ecuador, me hicieron sentirme un poco estúpida, ya que su respuesta fue que estaba loca, y que dejase de decir tonterías y me pusiese a atender la clase. La cosa no acaba aquí, sino que va mucho más lejos aún con la forma de estudiar que tiene la gente aquí en España. En este país el concepto de aprender lo toman como coger hojas y hojas de apuntes, memorizarlas en casa, y terminar vomitándolas en el examen, por así decirlo. ¿Y se supone que tienen una educación más avanzada? En mi opinión no, todo aquello que han estado memorizando se les olvida a poco más de una semana después; además la educación aquí se la toman como una obligación, y no como una ventaja para saber más y así poder tener un mejor trabajo. Sí que es verdad que en Ecuador mimando a los profesores con regalos y peloteos podemos conseguir que nos repitan el examen hasta dos veces más, pero después de estar en España y ver cómo la gente dice y piensa que no está para nada motivada con los estudios, solo puedo decir que la educación en España debe cambiar, pero sobre todo en cuanto a mentalidad, y que los estudiantes no deberían desaprovechar la oportunidad de saber más.
“Un viaje que me cambió la vida” José Nazario Joaquín.Me llamo Paolo Santiago Guerrero. Tengo 30 años y soy de Ecuador. Nací un 7 de mayo en Quito, pero crecí en una pequeña ciudad llamada Loja. Salí del país a los 23 años con pensamiento de tener una vida mejor y tener un buen trabajo para poder vivir mucho mejor de como vivía en mi país. También me movía conocer otro país y otra cultura. Cuando llegué a España estuve un tiempo en Alicante. La ciudad era muy tranquila y con un clima parecido al de mi país, porque era un clima cálido y en tiempo de verano el calor era insoportable. Lo que más me chocó fueron los horarios de trabajo porque eran diferentes a los de mi país. La gente es tranquila y muy sociable y a diferencia de mi país las calles se ven mas modernas. La forma de vestir de los españoles es más moderna y muy diferente a la de los ecuatorianos. Estuve dos años en Alicante. La verdad es que me gustó mucho vivir en esa ciudad. Cuando cambié de ciudad y me vine a vivir a Villalba me costó más aclimatarme. El clima es seco y al ser un pueblo de la Sierra, los tiempos de invierno eran más insoportables que los tiempos de verano. La gente es igual de sociable y la verdad es que del tiempo que llevo aquí ya casi me he acostumbrado, aunque cada dos años voy a visitar mi país de origen para ver a mi familia. En cuanto a la gastronomía me afectó un poco al llegar pero después de poco tiempo me acostumbré y ahora lo llevo bien. Lo que más me gusta de la gastronomía española es la paella de mariscos y el cocido madrileño. También he probado varios tipos de comida pero lo que más me ha gustado han sido esas dos comidas.Una anécdota de la que sí que me acuerdo, y que me pasó en el supermercado Carrefour, es que conocí a una chica española comprando en la zona de congelados y a partir de ese día estuvimos hablando y quedando varios días. Aún hoy seguimos hablando pero ya no nos vemos mucho. Lo que más me gusta de España es que las personas son muy sociables y se dejan conocer y a partir de eso tengo muy buenos amigos españoles con los que comparto mi día a día. Bueno, qué más decir de España. Ya me he acostumbrado a este país y es en el que estoy viviendo y en el que me quedaré a vivir. De vez en cuando iré a visitar mi país de origen.
“¿Un aperitivo?, ¿qué es eso?” Jung Peng Dong.Lourdes Verónica Muñiz es una mujer de treinta y pocos años nacida y crecida en Arequipa, Perú. En agosto de 2011 conoció a una pareja de médicos españoles que fueron de visita a Perú. Verónica, que es enfermera, conoció a esta pareja gracias a un amigo en común. Esta pareja, al ver que Verónica era buena en el trabajo, le ofreció venir a España a trabajar, y en ese momento Verónica no tuvo en cuenta la propuesta. En 2012, Verónica se sentía triste y agobiada porque perdió a uno de sus mejores amigos. Fue entonces cuando se volvió a replantear la oferta de sus amigos españoles y decidió venir a España para cambiar un poco de aire y conocer gente nueva. Ella misma nos cuenta su experiencia: Los primeros días tras mi llegada a España vivía en casa de mis amigos. En principio, no me chocó casi nada de la cultura, la forma de vestir…; lo único que me chocó un poco fue la comida, ya que se comía todo con pan y yo estaba acostumbrada a comer todo con arroz blanco, pero poco a poco me fui adaptando. Una mañana de esos primeros días en España, mis amigos me hicieron un “pequeño tour” por Madrid. Eran las 12 de la mañana y mis amigos me dijeron que dónde quería parar del centro de la gran capital para tomar un aperitivo. Y yo les contesté: “¿Un aperitivo?, ¿qué es eso?”. Yo estaba un poco confundida, porque me resultaba un poco extraño tener ese hábito. Entonces, entramos en un bar donde la gente solía quedar para tomar el “aperitivo”. En principio nos trajeron unas patatas, unos frutos secos, unos pinchos, unas cervezas, cosas así. Me pareció un poco absurdo porque era gastar dinero a lo tonto, ya que dentro de unas horas íbamos a almorzar. Comimos un poco; yo estaba un poco confundida, pero me lo pasé bien porque conversamos, reímos… Pero luego, empezaron a venir más cervezas y más comida y ya me pareció mucho, entonces con un tono ya un poco elevado, dije: “ ¿Más comida? Si esto es como almorzar y más para mí”. Mis amigos se rieron, y yo no entendí por qué. Al final, cuando ya terminaron ellos de comer y beber, porque yo después de la segunda decidí no comer más, volvimos a casa. Pero lo mejor es que al llegar a casa, Cristina, mi amiga, se puso a cocinar porque decía que iba a ser la hora de la comida y yo dije: “Pero si ya hemos comido en ese bar.” Y Cristina me contestó: “Eso era un aperitivo. Ahora va ser la hora de comer”. Ella se puso a cocinar, pero solo comieron ellos dos porque yo no podía más. Lo que me desconcertó fue cómo pudieron comer tanto en el “aperitivo” y luego también
almorzar. En días de ahora sigo pensando que comer tanto a esas horas no es un aperitivo, ya es comer. Aunque si es una pequeña cantidad, todavía se puede pasar. Ahora, estoy acostumbrada a ello y he cambiado mi forma de pensar con respecto al aperitivo. Ahora pienso que está bien porque crea empleo, también es una forma de socializar… Además, aunque ese día estuviese un poco confundida, me lo pasé bien con mis amigos en esa mesa redonda de aquel bar. Otra cosa que me impactó bastante, y esta ya no es tan buena, fue la educación que tienen los jóvenes de aquí. La anécdota es la siguiente: Un día, todavía no hacía mucho que estaba en España, mis amigos me llevaron a conocer unos viejos amigos de la pareja. Esta tenía un hijo, que se llamaba Matías y tenía como unos 16 años. Nosotros entramos a su casa porque habíamos quedado con ellos para salir a cenar. Cristina y Mario, mis amigos, me presentaron, y también me presentaron a su hijo, que venía de la cocina con un sándwich entre las manos. Cogió y me dijo con un tono de pasota: “Hola”. Y subió por las escaleras a su cuarto. Yo en se momento estaba pensando: qué maleducado, ni dos besos ni nada, un simple “hola”. Sólo lo pensaba y no dejé que afectase a mi rostro y que se notase que estaba perdida con la presentación de Matías. Creo que sus padres en ese momento también estaban un poco avergonzados de cómo se presentó su hijo. Bueno, lo dejé pasar y salimos por ahí, y en verdad, me lo pasé muy bien. También hubo una vez que volví a pensar que los jóvenes españoles eran un poco maleducados. Fue cuando un día cogí un bus para ir en dirección a casa, ya que venía de arreglar unos asuntos. Recuerdo que era un día lluvioso y había una gran cola para coger el autobús, yo era la última. Subimos todos lentamente, y justo cogí el último asiento del autobús, junto a un joven de unos 15 años. Iba yo tan tranquila en el autobús cuando paró en una parada y subió una anciana que tenía la pinta de estar un poco cansada, ya que iba cargada con sus bolsas. Como no había asiento, se paró justo donde estaba yo sentada, que era al lado de la puerta de salida. Yo creía que el muchacho iba a salir e iba a ceder el asiento a la anciana, pero vi que no, no era que estuviese ocupado y que no la viese, al contrario, la miró de arriba a abajo. Al final, como vi que no cedía su asiento, tuve que salir yo y ofrecerle el mío a la anciana. Y con esta experiencia, me quedé con un mal sabor de boca hacia los jóvenes españoles de hoy en día, ya que en Perú lo normal sería que el más joven cediese el asiento a la persona mayor, una embarazada o un discapacitado. Pero, no es todo malo, también hay muchas cosas buenas que pienso sobre España y los españoles, por ejemplo: los españoles valoran mucho las tradiciones de sus antepasados y también las respetan mucho, la gente es muy culta, muy jovial, muy sociable…
¿Eran ellos los extraños o yo la que no encajaba? Lara de Luis.Me llamo Nastia, nací en Rusia, concretamente en Kazán, una ciudad bonita famosa por todos sus colores vivos. Crecí en una casa grande, con un montón de animales que me rodeaban, a los que hoy sigo echando mucho de menos. En el colegio tenía un montón de amigos y amigas con los que jugaba a todas horas. Como segundo idioma aprendía inglés y como primer idioma, ruso. Actualmente tengo 10 años, soy una niña rubia, con ojos azules y muy delgadita que no se separa de su madre porque desconoce casi todo a su alrededor. Recuerdo perfectamente cómo mi madre y mi padre se separaron, y cómo mi madre me dio la noticia de que nos mudábamos. Como en Kazán no había mucho trabajo, mi madre quiso venir a España a trabajar y empezar una nueva vida. Tuve mucha suerte porque mis abuelos nos acompañaron durante todo el viaje a España y me dieron apoyo para poder acostumbrarme a lo que hoy es mi día a día. Al llegar aquí, mi madre conoció a un señor, también separado y con dos hijas mayores; poco a poco se fueron conociendo y al final se casaron. Yo no me acostumbraba a vivir con aquella familia, compartir todo, no dormir con mi madre, no conocer la casa, todo era muy distinto. Sin duda, deseaba volver a Rusia con todas mis ganas. La comida no era ni es muy distinta a la de allí, varían detalles como el número de platos que hay en una comida antes del postre, bebidas que allí tenían y en España cuando las pides te miran raro, y también que los españoles comen mucho. Yo no tengo espacio en la tripa para acabarme toda la comida. En cuanto al estilo de vestir, al fin y al cabo, es ropa. Pero lo que sí me llama la atención es que en Rusia casi todas las mujeres como mi madre son rubias, altas y muy delgadas. Yo comparo a mi madre con una modelo. Pero aquí, en España, todo cambia. En el colegio en el que estoy he hecho amigos, pero yo creo que no me aceptan, me ven diferente a ellos. Es un colegio especial para niños que no saben nada del idioma pero que no quieren perder lo que llevan aprendido hasta ahora. Me hacen dibujar y recortar frases en español, para luego pegarlas en un cuaderno y vuelta a empezar. Es siempre así, mis deberes son muy fáciles, y el temario no tiene nada que ver con el que daba yo en Rusia, no me entero mucho de las cosas.
Desde que llegué aquí, la gente me ha tratado bien, pero hay una cosa que me molesta mucho, y por lo visto a la gente le molesta también que yo lo haga. Yo solo sé hablar en mi idioma, y así es como de momento me comunico con mi madre, ya que nadie más me entiende. Pero cuando la familia se reúne para comer y cenar o simplemente tomar algo, es como hablar a una pared, porque no entiendo nada de lo que dicen. Yo todavía no hablo muy bien español y me cuesta entender a la gente. Una anécdota que mi madre y yo recordamos a menudo es de este verano, cuando fuimos a Asturias de vacaciones ya que mi nueva familia tiene casa allí. Según llegamos, fuimos a comer a un restaurante y cada uno pidió lo suyo. Recuerdo que nos trajeron la comida, pero no un plato a cada uno de lo que habíamos pedido, sino una cazuela entera de cada plato para una sola persona. A mi madre y a mí nos entró la risa porque si en Madrid no nos acabábamos la comida, aquí todavía menos. Al final, comimos lo que pudimos y acabé con dolor de tripa. Llevo ya un año aquí en España y tengo miedo de estas navidades, de si los Reyes se acordarán de que ahora estoy en España y no en Rusia. También quiero ver a mis abuelos y cenar con ellos. No quiero sentirme sola, porque tampoco tengo ningún hermano con el que poder jugar y divertirme. Pero ya me llevo mejor con las hijas del marido de mi madre. Aunque sean más mayores, poco a poco, nos llevamos mejor. La verdad es que al principio me tenían mucho asco y no me aceptaban, porque yo las oía discutir con su padre muchas veces y luego mi madre me decía que me portara mejor porque iba a tener que convivir con ellas me gustara o no. Aunque vivo en Moralzarzal, me gusta dar paseos por los parques de Madrid con mi madre. Los edificios de allí me parecen gigantes y muy bonitos, pero hay un montón de coches y mucho ruido; a veces me asusto al cruzar las carreteras por miedo a que no me vean los coches. Todavía, en el tiempo que llevo aquí, no he invitado a ningún amigo a casa a jugar, porque no me atrevo. Me comunico con ellos como puedo, porque es difícil; a veces, utilizo señas para entenderme mejor. Creo que nos vamos a quedar a vivir aquí durante muchos años, así que espero aprender bien español para poder hablar con la gente y no aburrirme tanto. Pero si pudiera volver a Rusia, ahora mismo diría que sí. Quién sabe si dentro de unos años tendré otra opinión distinta.
‘‘Aún recuerdo cuando fui al médico y me di cuenta de que no tenía que pagar.’’ Lucía Martín Cánovas .-
Susana García Valenti, de 65 años, residente en Collado Villalba, hace cinco años que vino a España procedente de Argentina. Sus abuelos eran españoles y no era la primera vez que venía a nuestro país. Varias veces había venido como turista a las regiones de Asturias, Barcelona y Palma de Mallorca entre otras. ¡Qué rápido pasa el tiempo! Ya hace cinco años que llegué a España. Cierto es que algunas diferencias hay. El carácter es diferente, que no digo peor, sino diferente. Los españoles resultan ser un poco más cerrados, pero una vez que conoces a alguien se puede entablar amistad. En este tiempo me he sentido acogida y bien tratada por los habitantes. La verdad, ambos países son muy parecidos; es más, nosotros consideramos a España la madre patria. Sin embargo, sí hay algo que me dejó sorprendida y por lo que hoy en día sigo extrañada: los españoles no valoran su calidad de vida. Los precios de la ropa y comida son baratos y las pagas son buenas (al menos en comparación). En Palma de Mallorca por ser cuidadora recibía una buena paga mientras que en Argentina los precios son muchos más caros y las pagas peores. Aún recuerdo cuando fui al médico y me di cuenta de que no tenía que pagar. Fue una gran sorpresa. La sanidad aquí es mucho mejor por la avanzada tecnología. Además aquí está lo que se llama Seguridad Social. Cada uno pone la cantidad de dinero que el Estado cree que puede pagar y con ese dinero se subvenciona la salud, siendo gratuita y universal. Las consultas son gratis, las medicinas cuestan mucho menos y si alguien tiene una enfermedad grave, el tratamiento lo subvenciona el dinero de la Seguridad Social. Además se subvencionan algunas pensiones como la de jubilación, invalidez o viudedad. A los españoles les resulta algo normal, cotidiano, y habitual. Si están malos, van, les recetan alguna medicina, van a la farmacia, la compran, se la toman y se curan. No son conscientes de la situación de salud en otros sitios. Si conocieran el panorama en otros lugares verían con otros ojos los servicios que tienen. En nuestro país no tenemos la Seguridad Social, por lo que para algunas
familias, cuando alguno cae enfermo, el problema es enorme: o no tenemos suficiente dinero o nos gastamos mucho en medicinas, tratamiento, etc. La verdad, muchos envidian otros lugares por cosas de menor importancia, materiales y prescindibles, pero allí la salud es peor. ¿Ha llegado lo material a ser más importante que la salud? Seguramente si estuvieran en la situación de un país con más lujos de objetos pero carecieran del privilegio de que aquí se disfruta, envidiarían a aquellos que tuvieran ese privilegio. Es normal valorar y querer más lo que otro tiene sin valorar tanto lo propio. Además la gente se acaba acostumbrando a lo que tiene. Si de repente la sanidad costara dinero, la gente iría como cuando se va al dentista, o bien al oculista, es decir, cuando es estrictamente necesario. Brotes de enfermedades que no había aparecerían porque personas no se lo podrían permitir y la mortalidad sería mayor. Esto no pasa solo con la salud. Todo lo que hace que la calidad de vida sea buena se acaba dando por supuesto: el agua, la comida, la electricidad, la escuela, las comodidades. Si nos privaran de ello, lo valoraríamos porque ya no lo tendríamos.
''Me gusta España, pero siento que no es mi lugar'' Lucía Sanz.Me llamo Verónica, tengo 15 años y nací en Managua, la capital de Nicaragua. Vine a España junto con mi madre el 10 de Julio del 2015 porque la situación económica aquí es mejor. Cuando llegué me sorprendió el clima, ya que en mi país gran parte del año hace calor, y no estoy acostumbrada al frío. También me chocó tanta seguridad. Y la cultura. Las personas aquí son distintas porque a mi parecer no son tan sociables como en Managua, o al menos es la impresión que me da. Allí, si te cuesta relacionarte, tratan de integrarte rápidamente. Con respecto a las comidas, hay mucha diferencia, ya que los horarios son completamente distintos. Allí solemos desayunar sobre las 6 am, comer sobre las 12pm y cenar sobre las 7pm. Un plato típico de allí es el vaho, que lleva carne, plátano y yuca. Lo único que se come igual que en España es el arroz con cualquier carne. Me ha llamado la atención la comida típica de aquí, la paella, que es muy parecida al arroz a la valenciana que hacen allí. Y con respecto a las bebidas, la más famosa allí es el cacao. La forma de vestir varía mucho, ya que como la mayoría del año hace calor llevamos menos ropa. En los meses de noviembre y diciembre sólo llueve un poco, nunca ha nevado allí, por lo que no solemos llevar ropa de abrigo. En los colegios o institutos, no importa si son públicos o privados, siempre hay que llevar el uniforme. El horario matutino es de 7 a 12, el vespertino de 12:30 a 5:30. Y el nocturno de 6 a 8, pero en el nocturno solo aceptan a personas que trabajan mucho y no tienen tiempo para estudiar. Me acuerdo de que cuando llegué a Villalba y empecé un nuevo curso lleno de gente que no conocía se me hacía complicada la forma de hablar. No entendía la mayoría de las clases por ese motivo. Y en la calle no sabía para qué servían los pasos de cebra y más de una vez cruzaba sin más. Me gusta España, es muy bonito, pero siento que no es mi lugar. Echo de menos estar en Managua, ya que tenía a todos mis amigos y familiares allí, pero algo que no echo de menos es la inseguridad que hay en algunas partes remotas. Y de aquí no me gusta la manera social en la que viven los jóvenes porque tienden a separarse en grupos y excluyen a los demás.
“Extraño mucho mi tierra” Lydia Valdivieso.Hola, me llamo Iván Rodríguez Reascos. Nací el 4 de abril del 2000, en Ecuador. Llegué a España el 1 de septiembre de 2011. Desde entonces he vivido aquí, en España. Vine con mi madre. En estos años no he vuelto nunca a Ecuador y si tuviera la oportunidad de volver, sin duda lo haría. El verano pasado iba a ir de vacaciones, pero mi madre se quedó embarazada y no pudimos ir. Mi propósito es sacarme el título de la ESO y volverme a mi país. Extraño mucho mi tierra porque la vida de las personas es muy diferente. Aquí en España todo es muy complicado. Con muchos problemas. Lo primero que me llamó la atención al llegar a España fue la gente. Aquí la gente es un poco maleducada. No hablan a las personas con respeto, sino que les da igual cómo les hagas sentir a los demás. Aquí es como si a la mayoría de la gente solo les importasen ellos mismos. Otra de las cosas que me llamaron la atención al llegar fue que todo el mundo va con prisas a todos lados. Corriendo de aquí para allá. En Ecuador la vida es más tranquila. Los españoles se sorprenden mucho cuando les digo que no me gusta la comida española. Cuando llego a casa después de clase mi madre me prepara siempre comida ecuatoriana; no me atrae la comida de aquí, no sé por qué. Una cosa que me costó mucho fue entender a los españoles porque en Ecuador la ch no se usa; se usa la s, y cuando yo hablaba la gente al principio se reía. En el colegio, mi asignatura preferida era Lengua. Tenía una profesora muy simpática, con la que todavía tengo relación, que me ayudaba muchísimo, e inglés era la asignatura que peor se me daba, igual que aquí. Admito que no se me da bien. Las anécdotas que más recuerdo de cuando yo era pequeño en Ecuador son las tardes enteras jugando a las chapas y a las canicas en el parque, es una de las cosas que más echo de menos. Aquí los niños pequeños están en sus casas jugando al móvil o a la videoconsola. También una anécdota bonita que tengo es que cuando me fui de Ecuador, mis amigos de allí fueron a despedirse de mí. Fue un momento muy divertido.
Una de las anécdotas más divertidas que tengo en España me pasó el año pasado en el instituto. Me puse enfermo y me llevaron a la cafetería a que me dieran algo de comer. He dicho antes que no me gustaba la comida española, pues bien, la única comida que me gusta es la tortilla de patata de la cafetería del instituto. Desde que me la dieron ese día por ponerme enfermo, me compro un bocadillo todas las semanas. En realidad España no está mal, mola vivir aquí. Pero echo mucho de menos Ecuador, y me gustaría volver allí, ya no digo para vivir, pero si fuera posible en vacaciones iría para allí, un tiempo aunque sea. Echaría de menos a la gente de aquí, porque he hecho muchos amigos aquí que me han ayudado mucho. Pero también echo mucho de menos a mis amigos de Ecuador y a toda mi familia que tengo allí.
“No soporto el clima de aquí. Echo de menos esos otoños que duran meses con esos colores rojizos” Marcos P. Alonso Figuerola.Antes de venir definitivamente a vivir a España había venido un par de veces de vacaciones, y estuve viviendo temporalmente en Granada y Valladolid en mi época de estudiante. En Granada estuve de Erasmus en 2006, y en 2008 fui a estudiar a Valladolid un máster de integración europea. Fue ahí cuando me planteé el dejar Inglaterra, ya que yo no me veía viviendo y trabajando en Londres, así que pensé que si me gustaba España me quedaría a vivir aquí, y así fue. Nunca tuve miedo de dejar mi vida de Inglaterra, ya que como había estado viviendo lejos de mi familia cuando estudiaba en Nottingham, realmente no tenía nada que perder de allí. Por eso el mudarme a España no fue un paso muy duro para mí. Los únicos que tenían un poco de miedo acerca de mi viaje eran los miembros de mi familia, ya que cuando vine a España vine sin literalmente nada, no tenía trabajo, no tenía plaza en el máster, no tenía nada. Pero finalmente conseguí una plaza en el máster, y cuando lo acabé, gracias a las prácticas me surgió un trabajo en Valladolid en una fundación y estuve allí un año y medio.
Lo que más me sorprendió de allí es que había gente que al decirle que yo era británica, decían que ya les caía mal por serlo. No fue una cosa general, pero fue algo que me chocó ya que me pasó en más de una ocasión y me parece mal que la gente diga esas cosas sin conocer a una persona. O también al decirles algo que no me gustaba de España me decían que entonces por qué había
venido aquí, y mi opinión es que hay que aceptar las cosas malas de tu país, eso es algo que vi que algunos españoles no hacían. También hay otra gente que me suele tratar mejor al decirles que soy inglesa, ahí les cambia la cara ya que ven que no soy de otro país que no les guste tanto. Uno de los factores a los que más me costó acostumbrarme fue el horario, ya que en Inglaterra se va a dormir y se come antes que aquí, y tardé bastante en cambiar de hábito, ya que el trabajo que tenía en Valladolid me permitía seguir con mi horario normal de Londres. Hasta que vine a Madrid no tuve necesidad de cambiarlo. Recuerdo que en mi vida de estudiante en Nottingham yo salía todas las noches de fiesta, y aquí es totalmente distinto. Es verdad que allí también se salía menos tiempo, no como en España, que sales los fines de semana, y es típico salir el sábado y volver el domingo por la mañana, y en fin de año más o menos es igual. En Inglaterra, la fiesta acaba antes de las doce, luego ya celebramos el año nuevo y cada uno se va a dormir, en cambio aquí se toman las uvas a las doce y ya es luego cuando empieza la fiesta. También echo en falta bastante la televisión de Inglaterra, ya que es una televisión de calidad gracias a la BBC, que no depende de ayudas del gobierno ni de políticos. La televisión de aquí me parece muy mala ya que están echando todo el día telebasura, mucho Sálvame y eso, me parece que hay muy poco contenido de calidad aquí. Otra cosa que me sorprendió es que los españoles hablan mucho de la dieta mediterránea, pero por esta zona más que eso predomina el cocido y el chorizo, y sinceramente prefiero la comida de Inglaterra a la de España. Y hablando de cosas que me gustan más de allí tengo que referirme al clima. Odio el clima de aquí, ya que no hay un punto medio, o hace mucho frío o mucho calor, y eso es algo que no soporto. Echo de menos esos otoños que duran meses con esos colores rojizos... Algo que me pareció interesante es cómo celebran aquí la Semana Santa; todo el tema de las procesiones es algo que me parece bonito y curioso. Y hablando de costumbres españolas, una vez fui a ver los toros. Fue algo que me pareció interesante, vi mucha habilidad en lo que hacían, pero no me gustó nada la parte en la que matan al toro. Excepto por eso me parece algo bonito, y sería perfecto si lo hicieran sin matar al animal.
“Al principio lo pasé muy mal al llegar a España” Madalin Postolache .Stefan Florin Postolache es mi padre y nació el 5 de Septiembre de 1975 en Galati, Rumanía. Vivió en un pueblo de Galati llamado Tuluçesti. Ahora mismo vive en Collado Villalba y trabaja en la chapa y pintura. Decidí venir a España cuando tenía 25 años y en principio era para estar solo dos años. El motivo de venir a España era para conseguir dinero para hacer mi propio taller de chapa y pintura en Rumanía. Vine de Rumanía en autocar y al llegar a España empecé a vivir en la casa de mi primo. Al principio lo pasé mal al no estar con la familia pero, después de un año, cuando ya tenía dinero, alquilé mi propio piso y traje a mi mujer y a mi hijo Mada a España. En primer lugar, uno de los problemas que me encontré nada más llegar a España fue el idioma, porque era muy diferente al mío. Menos mal que tenía a mi primo que siempre me traducía y me ayudaba a aprender el español. Una anécdota de cuando empecé con el idioma fue cuando estaba trabajando y un compañero de trabajo me dijo “muy bien”. Yo pensaba que me decía una obscenidad porque es lo significa en rumano, pero tras preguntarle a otro rumano que trabaja ahí y que llevaba dos años en España, este me explicó lo que en verdad significaba. Por otro lado, veía que España era un país más desarrollado en todos los aspectos como en la construcción, la tecnología, los talleres, la mentalidad, etc. No había tanta diferencia, pero se notaba en muchas cosas como en la red de carreteras, que aquí son muy abundantes y avanzadas mientras que en Rumanía eran bastante escasas y pobres. También me gustaría decir que en España si tienes dos sueldos se puede vivir muy bien y te puedes dar algún que otro capricho; no como en Rumanía, donde el dinero que obtenías era para solo comer y para poder sobrevivir. Algo que observé del país es que había mucha más corrupción que en Rumanía. También se notaban mucho las clases sociales. En Rumanía había muchas diferencias
entre las clases sociales tanto en la ropa como en las casas, los coches, etc. mientras que en España había mucha igualdad, más allá de los famosos. Aquí en España una persona de clase media puede ir al mismo restaurante de lujo que un famoso, pero eso en Rumanía no pasa. Por otro lado los españoles me parecían muy raros porque no les importaba el día de mañana, sino que solo les interesaba pasárselo bien y estar todo el día de fiesta. La idea principal en Rumanía era tener tu propio negocio para poder vivir bien en un futuro, pero aquí en España lo importante es pasártelo bien sin importarte lo que pase mañana, la próxima semana o el mes siguiente. Otra cosa que me chocó bastante eran las horas de trabajo. En Rumanía se empezaba a las 8 de la mañana y se terminaba a las 4 de la tarde, mientras que en España se empezaba a las 8 y se terminaba a las 7. La verdad es que merece la pena porque hay una gran diferencia entre ambos sueldos. Hablando de cómo me trataron al principio, había un poco de todo, sinceramente. Había bastante gente que era muy amable y te ayudaba con problemas sencillos, como dónde está tal calle, etc., pero también te encontrabas con mucha otra gente que no quería ayudarte y pasaba de ti y encima te miraba raro porque todavía no dominabas muy bien el idioma. Cambiando de tema, una cosa que me gustó mucho de España fue su comida. Me parecía muy buena la paella, el jamón serrano o todo lo que tenía que ver con el marisco, aunque nada se puede comparar con la comida típica de tu país. Finalmente decidí quedarme en España porque aquí podría tener un vida mejor y también porque me gustó mucho todo en general. Al decírselo a mi mujer ella no quería, porque al principio no le gustaba y también porque estaba lejos de la familia. Pero finalmente decidió quedarse ella también y desde entonces vamos con nuestros dos hijos de vacaciones a Rumanía cada dos años.
“Para buscar un futuro mejor” Manuel Muñoz.Me despedí de mi familia y de mi país en medio de una gran crisis económica en el año 2003. Vine a España con mi marido y mis dos hijos en busca de un futuro mejor. Mis primos vivían en Collado Villalba, así que nos quedamos en su casa unos días hasta que pude encontrar un trabajo con el que poder pagar una casa para mi familia y la educación de mis hijos. Los primeros días en España fueron un poco confusos, no estábamos acostumbrados a la comida ni tampoco a los horarios; lo que más me llamó la atención, fue el paisaje: Uruguay es muy plano, las pocas montañas que hay allí apenas superan casi los 500 metros de altitud, el pico más alto de todo nuestro país es el de cerro Catedral con 513 metros y además yo nací en Montevideo, a orillas del océano Atlántico. En cambio aquí, en España, hay una gran cantidad de montañas que en invierno se llenan de nieve. Nunca había visto un copo de nieve hasta que llegué a este país maravilloso y con una cultura tan sorprendente y tan diferente de la sudamericana. Así llegué a España, un poco confusa pero con ganas de quedarme aquí y descubrir todos sus rincones y callejones. Afortunadamente tanto mi marido como yo encontramos trabajo en muy poco tiempo. Pusimos a nuestros dos hijos en un colegio cercano a casa. El primer mes para mis hijos fue extraño. Nos contaban al llegar a casa cosas que ellos consideraban raras y que nos dejaban con la boca abierta, pero con el tiempo entendimos y entendieron que eran normales; la enseñanza aquí es muy distinta a la de Uruguay y por eso al principio nos sorprendían sus historias Ya llevaba tres meses largos en España y visité la capital, Madrid, una ciudad incomparable a Montevideo, capital de Uruguay. La gran diferencia es el transporte público, el metro, el tren… Eso no hay en mi país, aquí todo está como nuevo, la gente encantadora siempre con intención de ayudarte si no encuentras algún sitio; desde el primer momento me sentí acogida y no rechazada. Hoy en día me siento más española que uruguaya. Parece mentira, pero la gente es más buena de lo que pensamos. Los primeros meses de estar en España fue un tanto gracioso por la lengua, aunque el idioma sea el mismo, hay expresiones o palabras que tienen un significado diferente. Tengo una anécdota que
me sucedió en un restaurante: le dije a un amigo de mi hijo: “correte para allá”, y él me miró con una cara extraña como preguntándose qué había dicho esa mujer; yo no sabía por qué no lo había entendido y mi hijo se rio y le dijo a su amigo lo que significaba… Muchas cosas así me han pasado en mi primera temporada en España. Después de mis anécdotas con el lenguaje me fui atreviendo a hacer un poco de turismo por España. Llevo muchos años en este país y he viajado mucho por él, por lo que me siento orgullosa, porque lo primero que dije al llegar aquí fue que me gustaría conocer cada rincón de este país que me ha devuelto la felicidad a mí y a mi familia. Siempre que puedo intento ahorrar un poco de dinero para poder mandárselo a mi hijo y mis padres que hoy en día viven allí. A veces me siento culpable de haber dejado a mis padres mayores solos en Uruguay y yo a miles de kilómetros de distancia de ellos, por eso una vez al año voy a visitarlos por Navidad casi siempre, y cuando llego allí me reencuentro con toda mi familia a la que dejé hace trece años. También durante el tiempo que permanezco con ellos, pienso como si hubiese retrocedido en el tiempo porque las calles están sucias, las casas viejas, el mal olor que sale por las alcantarillas, no hay transporte público y si lo hay es poco y malo, la gente es más pobre, pero son igual de felices o más.
“La comida era muy rara, porque vosotros en vez de comer arroz, coméis pan.” Marina Álvarez.-
Tariany Da Silva nació en Perú el diecinueve de febrero del dos mil uno, y tras vivir allí durante ocho años, se mudó a Brasil. Con diez años tuvo que venir a España porque trasladaron en el trabajo a sus padres. España es muy diferente a Brasil y Perú, tanto el clima, como la gente, la comida... Se me hizo súper raro que aquí en España toméis de acompañamiento pan en vez de arroz, y además allí la comida está más rica, aparte de que coméis cinco veces en un día y a horas muy raras y con horarios totalmente diferentes. En cuanto a la vestimenta creo que no cambia nada, aunque aquí os ponéis muchas chaquetas y en Brasil cuando hace frío solemos ponernos más jerseys. Me acuerdo de que en mi antiguo colegio tenía muchos profesores, uno por cada asignatura, y me extrañó que en los colegios de aquí de España tuviésemos el mismo profesor para casi todas las asignaturas. Siendo sincera, me siento muy a gusto en España, aunque nada más llegar aterricé en Moralzarzal y los vecinos no nos trataban nada bien, pero aquí en Villalba me siento bastante aceptada y nunca me han discriminado por ser extranjera. Os voy a contar una de las anécdotas que tuve en el cole. Como yo el castellano que me sabía era el de Perú y Brasil, muchas palabras eran bastante diferentes y yo no las entendía. Un día en el cole me preguntaron si les podía dejar la goma, entonces yo tenía que pensar qué era una goma y por qué me pedían que se la diese, así que cada vez que me lo decían yo les respondía: «sí pero, ¿luego me lo devuelves?» Porque pensaba que se la querían quedar. Era muy gracioso. Hay un aspecto de España que admiro muchísimo y es que las calles en comparación con las calles de Perú y Brasil están mucho más limpias, pero echo realmente de menos lo bien que se trata la gente allí y el afecto que muestran enseguida contigo. Otra de las anécdotas que nunca olvidaré me ocurrió cuando estaba en el supermercado comprándome pipas y creía que llevaba el dinero suficiente para comprármelas, pero justo cuando iba
a pasar por la caja me di cuenta de que me faltaban unos pocos céntimos. Entonces decidí dejarlas en su sitio, pero una señora española que estaba detrás de mí en la cola me dijo que no las dejase y me dio los céntimos que me faltaban para poder comprarlas. Estuve muy agradecida y la verdad es que me impresionó.
“En busca de una vida mejor” Mario Zarkov.Me llamo Cristian Petrov Giorgiev, tengo 32 años y soy de Bulgaria. Nací en Pleven un 14 de marzo, pero he vivido y crecido en Slavyanovo, que es un pueblo cercano de allí. Me fui del país a los 21 años por problemas económicos con la intención de trabajar y tener una vida mejor, y ahora vivo en Collado Villalba, Madrid. Cuando llegué a España por primera vez me sorprendió la forma de vestir, por la elegancia que tenían algunos. La gente era maja, agradable y muy educada, te miraban como a uno de ellos y te trataban excelente. Yo trabajo en un supermercado y mis compañeros son increíbles. Un día se me olvidó la cartera allí con todo. La estuve buscando sin parar pero no la encontré y más tarde me llamó mi jefe diciendo que lo tenía y me hizo el favor de traérmela. Al llegar me sorprendió también que tenían las calles y los servicios muy cuidados. La gente tenía horarios parecidos a los de mi país, que empieza el horario de trabajo entre siete y nueve de la mañana y dependiendo del trabajo se termina a una hora o a otra, pero la diferencia que hay es que en España cobras muchísimo más que allí. Respecto a los horarios de clase empezaban a la misma hora, pero la de acabar de los mayores de 12 años era distinta, porque aquí a veces acaban una hora más tarde. El sistema de estudio es igual, se da la misma importancia de estudio aquí y allí. Hablando de la comida española, ma llama la atención que los españoles les gusta mucho el marisco y el pescado. Hay cosas muy ricas como las gambas a la plancha o tortilla de patata, y cosas que no me gustan como la paella de marisco o cangrejo cocido. Hay lugares en España muy bonitos y edificios espectaculares como las cuatro torres de Madrid. En los precios no hay tanta diferencia, pero al tener menos salario y distinta moneda parece todo muy caro. El lev es la moneda de Bulgaria; un euro equivale a 1´95 leva aproximadamente. Me encanta el tiempo de España. En verano hace mucho calor y tiene muy buenas playas, pero el invierno no es el mismo que el de mi país, allí hace mucho frío pero lo bonito son los
15 centĂmetros o mĂĄs de nieve que hay, los echo de menos, como tambiĂŠn los distintos tipos de dulces, tartas y mĂĄs cosas. Admiro ir de compras por Madrid, me lo paso muy bien y tiene unas tiendas y una ropa maravillosas.
“El cambio de vida, de verdad me cambió la vida.” Mauro Garrido.Pablo Castro nació en Perú (Lima) en el 2000 y llegó a España en el 2012 junto a su madre, mientras que su padre se quedó trabajando allí para enviar dinero a España.Estudiaba en un instituto público, pero la educación en este país le ha defraudado. Este es el testimonio: Aun no me creía lo de “empezar una nueva vida” en otro país. No me quería ir porque había nacido y criado allí, tenía amigos y una vida que no la consideraba mala, desde luego. Pasando de lo que consideraba más “importante”, pensando en positivo, lo que más me agradaba era que por lo menos no tenía que adaptarme al idioma de España, ya que se habla también en castellano y además allí en mi instituto no se le daba demasiada importancia a otros idiomas, aunque sí estudiáramos inglés. Pero por lo demás, no me veía nada positivo y el cambio de vida lo veía como un sinsentido. Mi padre trabajaba con mis tíos en el campo, cultivando arroz, y en la granja cuidando y manteniendo a las llamas. Mi madre trabajaba en una oficina de marketing. Yo estudiaba y me sentía a gusto con mi rendimiento en las asignaturas. Todo era normal hasta que un día mi madre perdió su trabajo debido a que su empresa quebró y sin la aportación económica de mi madre se nos hacía muy difícil el seguir viviendo allí. Por ello, mi madre y mi padre tomaron la decisión de que nos viniéramos mi madre y yo a España, ya que yo no me podía quedar porque mi padre se pasaba la mayoría del día en el trabajo y no tenía tiempo para prestarme atención. En fin, cogimos mi madre y yo un avión directo a Madrid, pero yo no sabía ni dónde íbamos a vivir ni nada parecido, pero durante el vuelo mi madre me explicó que una amiga suya había encontrado un piso en pueblo cercano a Madrid llamado Collado Villalba. Ahí me tranquilicé un poco. Al aterrizar en el aeropuerto de Barajas, nos estaba esperando la amiga de mi madre, que vino a buscarnos en su coche. Me sorprendí bastante al ver tantos edificios y rascacielos juntos y había demasiado tráfico. Fuimos por la autopista hasta llegar al pueblo en el que iba a vivir, pero me dijo la amiga de mi madre que ya se consideraba mas o menos una ciudad. Al llegar me apuntaron automáticamente a un instituto al lado de mi nueva casa, pero no fui hasta una semana después
de instalarme. Pasada esa semana fui al instituto. Me daba mucha vergüenza, pero con el tiempo sabía que iba a acostumbrarme y a hacer nuevos amigos. Al principio de entrar al instituto me pareció increíble porque era muy diferente a mi instituto antiguo, ya que este disponía de un montón de cosas tecnológicas que según los profesores ayudan a la realización del aprendizaje, pero a mí me costó mucho acostumbrarme. Aquí los niños tenían cada día unas zapatillas nuevas o cualquier ropa nueva, siempre estaban estrenando algo, mientras que en Lima aguantábamos con los mismo zapatos todo el año. Todo era muy raro, pero me acostumbré, mi madre estaba contenta y ganaba el dinero suficiente para vivir y mi padre cada mes nos enviaba mas dinero. Hice muchos amigos en poco tiempo, cosa que pensaba que no iba a ser así. Los niños aquí no son nada vergonzosos, son muy amigables, pero había otros que te excluían por tu forma de vestir, tus gustos o tu aspecto físico, pero yo pasaba de ellos. Todo esto lo pienso y digo “Joé y todo esto ha sido hace casi cinco años, y he conseguido éxito en los estudios, mi madre está contenta”. Resumiendo: estamos felices y este cambio de vida, de verdad, me cambió la vida a mejor. No me he olvidado de mi tierra natal, solo espero volver y reencontrarme con mis viejos amigos y mi familia, sobre todo mi padre, que aunque no haya estado en España con mi madre y conmigo, nos ha estado ayudando y siempre hemos estado en contacto con él, que para mí es lo mas importante.
“No tienes derecho a quejarte porque no eres española” Miriam Guerrero.Una mujer llamada Ana Caycho Loyola de 51 años me contó su historia. Ana nació en Perú (Lima) y creció allí hasta 1994, en que abandonó su tierra ya que sus hermanos estaban viviendo aquí. Quería construir su casa en Perú y para hacerlo posible se vino a trabajar a España. Al llegar, le resultaron extrañas muchas cosas. Por ejemplo, la comida no le gustaba porque le parecía demasiado sosa ya que en su tierra se le echan muchas especias. La forma de vestir de la gente mayor le sorprendía ya que iban elegantes a todas partes y allí no. Las rutinas escolares son totalmente diferentes ya que allí todos los colegios tienen uniforme y empiezan a las 7:30 de la mañana hasta las 16:00 de la tarde y hay turnos de tarde y de mañana. Y por último, su horario, al que le costó mucho acostumbrarse ya que estuvo una semana sin dormir bien; se acostaba por el día y de levantaba por la noches. Me quedé muy impactada cuando me contó sus anécdotas, ya que la estaban tratando como si fuera inferior a los demás. Os contaré dos de ellas. La primera, que fue la que más le afectó, es esta. Ella estaba caminando en la calle cuando le paró un señor que iba con su hijo para decirle a Ana que se volviese a su tierra ya que "le estaba invadiendo en país". Luego, ese señor se lo repitió a su hijo, delante de Ana, como para cargarse de razón. La segunda le sucedió en el trabajo. Ana estaba trabajando cuando empezaron a fastidiarle su jefe y los compañeros de trabajo diciéndole que se quedase más horas trabajando. Ella les preguntó el porqué, y su contestación fue que no tenía derecho a quejarse porque no era española. A menudo, cuando Ana iba caminando por la calle le miraban mal por ser de otro país y se sentía fatal ya que la insultaban llamando "Panchita". Después de todo esto que le pasó, sigue viviendo en España (Madrid) y muy feliz con su familia. Lo que más le gusta de esto es que tiene más oportunidades de trabajar, y lo que más extraña de su tierra es que lo sociable que es allá la gente. Y cómo no, no puede faltar la playa.
“Un 12 de octubre de los 90” Nahuel Francia.Daniel Francia es un hombre de 55 años que nació en la ciudad de Quilmes, provincia de Buenos Aires (Argentina) el 18 de diciembre del 1960. Vivió durante 28 años en Quilmes, donde estudió y trabajó. Estudió la Primaria en la escuela nº 35, y la Secundaria en la escuela de enseñanza media nº 3 de Quilmes. Tuvo su primer trabajo a los 13 años haciendo trabajos temporales para obtener un dinero para sus gastos. Lo compaginaba con los estudios. Sus 4 primeros años estudiaba por la mañana y los otros dos estudiaba en el turno de noche. Abandoné Argentina a los 27 años porque quería recorrer mundo y me apetecía conocer España. Lo que más me chocó al llegar a España fue ver el Mediterráneo, pero dentro de la cultura española me chocaron muchas más cosas. Me parecieron mucho mejores los horarios de aquí que los de Argentina ya que no me gusta madrugar y me parecen horarios más relajados, que me permiten más la vida personal con respecto a los horarios laborales. Me gustó muchísimo la comida, por la calidad de la comida y también por la gran variedad que ofrece la dieta mediterránea. Respecto de las rutinas escolares son exactamente igual, excepto de que a diferencia de hoy cuando yo estudiaba teníamos asignaturas que aquí no hay como puede ser la caligrafía, la mecanografía y taquigrafía, las cuales me gustaban bastante en mi etapa de estudiante. De las cosas que más me gustan de España destacaría el clima, la diversidad de los paisajes que hay aquí, la variedad de costumbres, y la gastronomía, que me parece excepcional. Culturalmente es un país que me gusta, porque me parece una sociedad abierta, y me gusta mucho el trato de las personas hacia todo el mundo. Lo que más extraño de Argentina es a la gente que quiero y que me quiere. Es lo único que extraño de allí. En los 27 años que llevo en España, me han pasado infinidad de cosas. Muchas de ellas son buenas, como por ejemplo, echando la vista atrás recuerdo una en particular. Un 12 de octubre de los 90, después de una actuación, (soy músico) en la ciudad de Algeciras, se acercó un señor para conversar conmigo, y entre otras cosas me preguntó qué significado tenía para mí en Argentina el día de la Hispanidad, y le dije que era una festividad que ahí, para ese entonces, se llamaba “día de
la raza” y nos quedamos charlando de la colonización española en Sudamérica. En un momento dado me preguntó en qué situación legal me encontraba de España; le contesté que no tenía papeles y entonces él se ofreció a ayudarme ya que era abogado y podía ayudarme a regularizar mi situación. Le dije que encantado pero que antes quería saber el coste de dicho trámite a lo que él me dijo que era un regalo que él me quería hacer. Pasados dos días fui a su despacho con toda la documentación necesaria, y fuimos a todas las dependencias correspondientes para iniciar los trámites de residencia. Gracias a este abogado, Alfredo Baños, a los diez meses me fue otorgada mi primera residencia en España en la ciudad de Cádiz. Cuando estaba en Marbella, mi tía Emma me facilitó desde Argentina el número de teléfono de mis primos de Nájera (Logroño), de los cuales apenas conocía su existencia, ya que no habíamos tenido nunca mucho contacto debido a la distancia que había desde Argentina a España. Según contacté con ellos cogí la carretera todo recto hasta llegar a Nájera. Fue un encuentro muy bonito, ya que nos presentamos todos, conocí por fin en carne y hueso a mis familiares que con tanta ansia quería conocer. Después de unos emotivos minutos, por fin llegó la hora de la cena. El vino de La Rioja jamás me había sabido tan bien como al lado de tan preciosa compañía. Llegó el momento de ponerse las botas y ponerse a comer. De primero me pusieron un cocido casero que estaba muy rico, y no se podía acompañar con otra cosa que no fuera una buena copa de vino. El cocido, era una de las cosas más ricas que había comido en mucho tiempo. Ya con la barriga llena, nos pusimos a ver unas fotos de la familia de Argentina que yo había llevado para que ellos también pudieran conocer el aspecto de sus familiares. Les mostré fotos de mis padres bañándose en la playa, y también fotos mías acompañado de mi hermano cuando éramos pequeños, ambos con una manta simulando una capa de superhéroe dispuestos a pasar una gran tarde de diversión. Llegó la madrugada y nos fuimos a dormir. Recuerdo aquella noche como una de las más felices desde mi llegada a España. A la mañana siguiente, el canto de los gallos interrumpió mi profundo sueño, obligándome a bajar esas escaleras de madera que se dirigían a la cocina, una cocina que desprendía un aroma a café que inundaba toda la casa. Aún con mil y una anécdotas que contar terminamos el desayuno, y nos dispusimos a dar una larga caminata por el pueblo. Me enseñaron todas las viñas y me estuvieron explicando cientos de historias de ese lugar. Definitivamente será una mañana que jamás olvidaré. Hoy por hoy, todavía tengo muy buenos recuerdos y sobre todo muy buena relación con toda mi familia del norte. Sin ninguna duda es uno de los mejores recuerdos que tengo desde mi llegada a España.
“¡Conducen por la derecha en vez de por la izquierda!” Rebeca Rodriguez Morales .Mi tía Mar vive en Escocia con mi Tío Kenny, que es de allí. Vienen a menudo a España, así que he imaginado, a partir de lo que me contó, cómo podrían ser los correos que escribe a sus amigas de Edimburgo. ¿Hola que tal estas? Yo estoy bien. Acabo de llegar a España y lo que más me ha sorprendido es que aquí no llovía. Claro, estoy acostumbrada a que allí siempre está lloviendo. He ido a coger un autobús para ir hasta la ciudad y resulta que aquí son más baratos y de mejor calidad. Aquí la gente no es tan educada como creía. Al bajar del autobús he ido al apartamento que he alquilado. Se me hace raro que aquí casi todas las personas viven en apartamentos, y no como allí que todos vivimos en casas con jardín y dos plantas. Dejé las maletas en el apartamento y bajé a comer. ¿Te puedes creer que llegué al restaurante para comer y me dijeron que no estaba preparada la comida, que era muy pronto para comer? ¡Y eso que ya eran la una y media, pero decían que hasta las dos y media como muy pronto no tendrían la comida preparada! La comida que preparan casi siempre sigue una dieta mediterránea. Al terminar de comer me fui a comprar a una tienda que está cerca de aquí. La gente no es tan amable como allí y no tienen el mismo sentido del humor que nosotros. Al entrar en la tienda pude ver que la moda aquí es muy diferente a la de allí. En España la gente no es tan gorda como en Escocia, y las tallas son diferentes: aquí utilizo una talla más grande que allí. Al salir de la tienda, paseando por la calle me di cuenta de algo muy curioso: de que aquí, aparte de hablar en otro idioma, conducen por la derecha en vez de por la izquierda. Al día siguiente me pasé toda la mañana buscando un trabajo pero es muy difícil encontrarlo debido a que en España hay mucho paro, y además aquí no hay tantas ayudas de la Seguridad Social como allí. Aquí el paisaje no es tan verde y no hay tantos lagos como en nuestra tierra.
“Y empezó mi aventura” Rodrigo Herrero.Nací y crecí en una ciudad no muy grande del sureste de Francia muy próxima a Lyon. Allí realicé todos mis estudios hasta el bachillerato. Cuando los acabé tenía ganas de conocer el mundo. ¡Con 18 años todo te parece posible! Siempre había querido ir hacia el sur, pero siempre surgía la duda entre Italia o España. “Se habla español en muchos países, así que conociéndolo podré viajar con muchas mas facilidad”, pensé. Aproveché la gran oportunidad del viaje de unas amigas que se iban de vacaciones a España y empezó mi aventura. Apenas recién llegada, sin conocer el idioma ni otras muchas cosas sobre la cultura me sentí como en casa. La gente sonreía, hasta cantaba... Por las noches las terrazas estaban repletas y las familias reunidas, niños de pecho, “abueletes”... Y todos con una alegría que no conocía. Decidí quedarme aquí para siempre, ya me apañaría con el idioma y el dinero... Y así empecé a integrarme. ¡Que fácil resultó! Claro, al principio me costó acostumbrarme al aceite de oliva, a los horarios distintos, a algunas palabras difíciles de pronunciar. Llevo casi 50 años en España y recuerdo con cariño los limpiabotas que siempre tenían cosas interesantes que contarte, los serenos a los que llamabas por la noche con palmadas y se acercaban envueltos en sus capas negras haciendo sonar su bastón contra la acera. No sé por qué tenían que abrir los portales... ¡Con lo fácil que hubiera sido tener una llave! Pero era un trabajo más, supongo. Era la época de Franco, Lola Flores, Tip y Coll, Marisol, Rafael. Decíamos siempre: “España es diferente”. Ahora con el paso del tiempo noto que cada día es menos diferente; las diferencias se desdibujan con la globalización. Lo que antes era notorio ahora es folclore... Pero ese cariño que sentí desde el principio lo sigo guardando hacia España. ¡Hasta el punto de que me casé con un escritor español, Alberto Vázquez Figueroa, y mis hijos viven aquí! Cuando vuelvo a mi país se me aguan los ojos si oigo el rasgueo de una guitarra o un cante flamenco. También solíamos cantar aquello de “España es lo mejor”. Y lo sigo creyendo.
“Se cocinaban unas especies de gusanos marinos llamadas gambas” Roque Jiménez.Franchesca Izabela Chelaru es una chica de Rumanía que vino a España cuando tenía siete años debido a la devastadora crisis que asolaba ese país. Ahora ella tiene diecisiete y estudia en el instituto María Guerrero, en Collado Villalba, Madrid. Mientras hablaba con ella me llamó la atención cómo contaba su experiencia con la comida de España. Así que decidí hablar sobre esto. El timbre de mi casa sonó. Por las horas se podría decir que era mi madre, pero al tener siete años no llego a la mirilla de la puerta para poder ver quién es, y como mi madre no me deja abrir la puerta a desconocidos, y menos cuando estoy sola, mejor no abro. -Ding dong – volvió a sonar. Esta vez ya me acerqué a la puerta e intenté hacerle un cuestionario a la persona que llamaba a la puerta. -¿Quién es? – pregunté. -Soy yo, Franchesca, mamá está de vuelta. Sin duda era mi madre. Se podía saber que era ella porque además de tener la voz idéntica, me estaba hablando en rumano, que era la única lengua que yo sabía. Abrí la puerta y le di un abrazo. Cuando ya pasó al salón de estar y se acomodó le pregunté palabras en español, como siempre hacía para ir aprendiendo poco a poco. -Mamá, mamá ¿Qué significa pan?- le pregunté. -Es lo que nosotros conocemos como pâine- dijo. -¿Y zapato?-Eso es pantof-
Cuando ya terminé mis preguntas mi madre me pidió que fuese poniendo la mesa mientras ella hacia la comida. Ya hecha y servida la comida mi madre trajo consigo una botella de algo que contenía gas. Era como una CocaCola pero transparente. Eso a mí me resultó una locura ya que era algo nuevo. Yo le pregunté qué era eso y ella me dijo que era como agua pero mas dulce y con burbujas, y que se llamaba Gaseosa. -¿Y para qué quiero yo agua dulce?- le dije. Desde que llegué todo lo que tuviese que ver con la comida aquí era muy raro. Se cocinaban unas especies de gusanos marinos llamadas gambas. O arroz de color naranja con gambas y mejillones llamada paella. Y para colmo no se comía en grandes cantidades como en Rumanía. ¿Y que es eso de poner tantas hierbitas a la comida? Que si coliflo-noséqué, que si esparragonosécuántos. Este país me tenía loca, pero a la vez cada día descubría un montón de cosas nuevas. Por ejemplo, en Rumanía se solía comer a las doce de la mañana y aquí de dos a tres. En Rumanía ni merendabas ni te echabas la siesta y aquí todo el mundo está como loco con eso (sobre todo con las siestas). Y además en Rumanía se cenaba a las siete de la tarde y aquí a las nueve o diez. Estas cosas nuevas no me disgustan del todo, ya que poco a poco me voy acostumbrando a sabores nuevos y a horarios nuevos, pero si algo me disgusta de este país es lo malo que se puede llegar a ser con la gente que no es de aquí, como es mi caso. Soy rechazada por mi clase, se burlan de mí en sus idiomas y me llegan a dar patadas. Sin embargo no volvería a Rumanía ni loca, ya que ahí el tema académico está muy mal y cuesta mucho vivir ahí.
“¿Se han hecho pis en el arroz?” Sara Fernández.-
Nací en Rumanía, concretamente en su capital, Bucarest. Llegué a España cuando tenía 10 años porque mis padres necesitaban venir a trabajar aquí. Todo surgió porque unos amigos de mis padres que habían venido a España les hablaron sobre las salidas de trabajo y la vida en este país y, de un día para otro, me vi sin mis abuelos y sin mis mejores amigos en un país del cual no conocía ni siquiera el idioma.
Recuerdo que me incorporé al colegio en quinto de primaria. El primer día estaba confuso y nervioso, mi madre me explicó que en clase me iban a preguntar de qué país venía, cuántos años tenía, cómo me llamaba, etc. Entré en el colegio y el director me condujo hasta mi clase, allí me senté solo en una mesa al lado de la ventana. El profesor me habló tal y como mi madre me dijo que lo iba a hacer, y gracias a eso logré contestar como pude en español. No sabía decir casi nada en español, únicamente lo básico, pero como no conocía a nadie no hablaba y no conseguí integrarme hasta un año después cuando conseguí dominar el idioma. En los recreos me quedaba sentado mirando a la nada y pensando en lo mucho que echaba de menos
jugar con mis amigos al escondite en el enorme colegio de Rumanía. Aprendí a hablar español gracias a las clases particulares que recibía en el colegio. Lo que más me impactó cuando llegué y entré en ese colegio fue el carácter y la forma de enseñar de los profesores. Aquí te explicaban las cosas de una forma muy divertida, hacíamos juegos y te lo explicaban tranquilamente las veces que hiciese falta si no lo entendías. En cambio, en Rumanía los profesores eran muy directos, casi agresivos. Me acuerdo de que, incluso cuando estábamos en Infantil, te decían una y otra vez que no íbamos a llegar a nada en la vida como siguiésemos así y que ni siquiera lograríamos llegar a Primaria. Allí se toman los estudios bastante en serio. Claro que también es verdad que en Rumanía todos son más serios, aquí en España los niños siempre estaban riéndose en clase, cosa que allí no pasaba. Como ya he dicho, yo no me integraba en la clase, pero había un niño que se llamaba Carlos con el que sí que hablaba y me llevaba bastante bien con él. Un tiempo después me cambié a otro colegio y ya no volví a saber nada de él, ni siquiera ahora puedo localizarle. Sin duda alguna, lo que más me sorprendió cuando llegué a España fue el aspecto de las comidas. Yo apenas comía en el comedor del colegio, me daban asco los platos que ponían allí. Un día pusieron cocido y a mí me pareció una burda imitación de la comida típica de Rumanía, la ciorba (que es una sopa de tomate con carne y fideos). Parecerá un absurdo pero incluso llegué a asustarme cuando vi la paella. No sabía qué hacer, a quién mirar o preguntar, empecé a pensar cómo eran capaces de comerse eso en este país. Yo no paraba de pensar: ¿Arroz amarillo? ¿Por qué era amarillo? En Rumanía comemos arroz blanco. ¡Madre mía, el cocinero se ha meado en el arroz! ¡Qué asco! Se lo conté a mi madre cuando vino a buscarme y ella no paraba de reírse. Yo no entendía por qué. ¿Acaso a ella también le gustaba el arroz con pis? Unos días más tarde lo cocinó ella en casa, me explicó que no era pis y me obligó a probarlo. Hoy en día, la paella sigue siendo mi comida favorita. Sinceramente y en conclusión, prefiero quedarme a vivir aquí en España. Me gusta más que en Rumanía, aunque siempre me gusta ir allí en vacaciones para visitar a mis abuelos y estar con mis amigos de la infancia.
“Me asustó eso de la siesta” Tariany da Silva.Silvia Regina da Silva nació en Campinas, São Paulo, Brasil el día 26 de enero de 2016. Es transcultural; tiene tres culturas en su sangre: la brasileña, la peruana y la española. Tiene una familia transcultural formada por cinco personas: su marido, dos hijas y un hijo. Ahora vive en Collado Villalba, Madrid, España. Nací en Campinas, São Paulo, Brasil ,en el barrio Jardim Oliva y crecí ahí. A los 12 años me mudé de barrio a Jardim Aurelia. Viví toda mi vida en Brasil hasta 1998, cuando me fui a Perú para hacer un intercambio de idiomas por tres meses y también para tener una experiencia transcultural. Me casé con un peruano y los tres meses se convirtieron en diez años. En 2010 recibimos una invitación para trabajar en una asociación para ayudar a drogadictos en España y fue por eso por lo que dejamos nuestros países.
Una de las cosas que me chocó de España fue la recepción de los españoles y su maltrato hacia los inmigrantes; también la poca información que nos daban como, por ejemplo, al intentar conseguir cosas. Una cosa que me sorprendió de España fue que se asustaban con otras costumbres. Por ejemplo, el hecho de comer arroz en vez de pan en las comidas, o tener tres refecciones en lugar de cinco. Me asustó la palabra y la acción de la siesta, porque en mi país los que la practican son los ricos o
los que no trabajan. Me admiraron las pocas horas que trabajan en comparación con Brasil o Perú, y lo mucho que ganaban en esas horas. También me asombró el dinero que gastan el cafeterías y bares; y su adoración al jamón serrano. Tengo una historia que contar. Hubo una vez que fui por primera vez al hospital en España. Lo que ocurrió fue que el doctor me llamó a la consulta, y yo entré. Me senté en la silla y a continuación el doctor se levantó y dijo: -Señora, túmbate, por favor. Yo no me moví, pues pensé que estaría llamando a una enfermera o a otra paciente. El doctor repitió la misma frase varias veces hasta que me sentí incómoda y le pregunté si me estaban hablando a mí. Me dijo que sí, y entonces le dije que no entendía qué quería. Finalmente me dijo que me tenía que echar sobre la camilla que había. Qué mal cuando vi que, a pesar de saber dos idiomas, tumbarse no estaba en ninguno de ellos. Después de seis años conviviendo con españoles creo que he aprendido a entenderlos. A mí, ahora, como dicen ellos, “me da igual” cómo me miren o reaccionen ante mí. Hoy me aceptan muy bien y creo que tengo habilidades sociales. Admiro de España su belleza, sus monumentos, su naturaleza; el cómo puedes vivir tranquilamente con poco dinero. Me gusta la oportunidad de estudio que dan a todos, la calidad sanitaria, las oportunidades que te dan para aprender, principalmente a las personas mayores de cuarenta y cinco años. Me admira la facilidad que dan a las personas para que estudien idiomas. Me gusta cómo tratan a los niños, con dignidad; la oportunidad que dan a los niños para terminar sus estudios y a los mayores también. Pero echo de menos de los otros países en los que viví a la gente, los amigos, la acogida que tienen hacia los extranjeros o cualquier persona diferente.
“Debía aprovechar esa oportunidad, y lo hice” Valentina Gualteros.Mi nombre es Milena Monroy, tengo 42 años y nací en Guamo-Tolima, Colombia. Me crié en Guamo hasta la edad de 11 años, en que me mudé a vivir con una tía paterna a Bogotá, la capital, donde estudié hasta 4º de bachillerato, el equivalente a 3º de la ESO en España. Después volví a Guamo a vivir con mis padres de nuevo hasta los 17 años. Entonces ellos se mudaron a Bogotá y por consiguiente me mudé con ellos. Allí estudié la carrera de auxiliar de enfermería y al terminarla empecé a trabajar en un hospital, en el cual llevaba 10 años trabajando cuando salió la convocatoria Colombia-España para venir a trabajar en geriátricos. Decidí presentarme con una compañera, mi mejor amiga, pero por desgracia tan solo yo pasé la prueba. En un principio no quería venir debido a que tenía dos hijos pequeños y no quería que el menor de ellos creciera sin conocer a su madre, pero finalmente cedí animada por mis compañeros de trabajo que me dijeron que esa era una oportunidad que no ocurría todos los días y no a cualquier persona. Debía aprovechar esta oportunidad, y lo hice. Al llegar a España, mi destino fue San Joan Lest Foants, en Girona, donde firmé un contrato por un año con el dueño de una residencia. Éramos cinco chicas, a las cuales hospedó en un hotel el primer día y al siguiente nos consiguió un piso en alquiler a tan solo dos manzanas de nuestro lugar de trabajo. Todo marchaba bien hasta que vimos la cantidad de trabajo que había y que el hombre no respetaba nuestros horarios laborales y pretendía que trabajásemos también los días libres cubriendo a otras compañeras. Un día nos reunió a todas para comunicarnos que iba a prestar cuidados a domicilio para ancianos, que contaba con nosotras y que nuestro sueldo sería de 3 euros la hora. Nosotras, sorprendidas al escuchar esto, rechazamos la propuesta, provocando así el enfado de nuestro jefe, que nos amenazó con “devolvernos a nuestro puto país”, (palabras textuales) y con hablar el resto de dueños de residencias para que no nos dieran trabajo. Nosotras, perplejas con esto, decidimos hablar con la UGT (Sindicato de Unión General de los Trabajadores) y las cosas cambiaron para nuestra suerte. Después de esta sorpresa me di cuenta de que esta no era la primera ni la última con la que me encontraría en España, y que no eran pocas las diferencias entre mi país de origen y aquel en el
que me encontraba ahora. Por ejemplo, aquí en España era grande el número de personas descuidadas con su higiene tanto corporal como bucal, mujeres que fumaban por la calle con toda naturalidad...; sin embargo en Colombia la mujer que hacía esto no era vista con buenos ojos. Tampoco estaba acostumbrada a oír palabras malsonantes que blasfemaran contra Dios ya que en mi país de origen Dios es muy respetado; esto para mí era una ofensa. Que conociera gente como esta no quiere decir que en España todas las personas sean maleducadas o descuidadas con su imagen o su olor e higiene personal ya que a su vez también me encontré con personas que eran muy educadas y muy pulcras con su higiene y su imagen. España no me ha tratado mal ya que no he carecido de trabajo y es un país en el que puedes salir a la calle con total tranquilidad sin temer por tu vida o sin tener miedo a que te puedan atracar; cada persona vive su vida sin importar demasiado lo que los demás piensen sobre ellos. Otro aspecto que me gusta es que tiene una mayor facilidad para poder viajar en las vacaciones, para conocer otras provincias y sobre todo, la playa. Lo que más extraño de mi país de origen es la comida y la alegría de sus habitantes, y lo que más echo en falta es, sin duda alguna, mi familia. Estoy muy contenta en España porque estoy con mis hijos, tengo trabajo, siento el apoyo de mucha gente y a mi paso he encontrado personas buenas.