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MÁS ALTO, MÁS EFICIENTE… CON MADERA

Puede que no esté al corriente. Probablemente nombres como Murray Grove, HoHo, Mjøstårnet, Ascent… no le suenan. Tampoco le impresionarán sus alturas, todavía por debajo de los 100 m, muy lejos de los 828 m del Burj Khalifa. Son, sin embargo, los protagonistas de la competición por ser el edificio del mundo más alto construido con madera.

Todo comenzó alrededor de 2007. Tras años de silencio, la madera apareció en primera plana mundial con la construcción de dos edificios en altura en Europa. Uno en Londres, el otro en Berlín. Las dos capitales competían ahora por el cetro del edificio más alto de madera. Los conceptos de partida eran radicalmente distintos. El alemán empleaba una estructura de vigas y pilares de madera laminada con unos elaborados nudos de acero. El inglés planteaba una estructura de muros de carga de panel contralaminado unidos con tirafondos autorroscantes y chapas de acero.

Los primeros 29

El edificio berlinés, E3, es bastante desconocido para el gran público. Al contrario, el londinense, Murray Grove, es ya un clásico por el que comienzan las crónicas de la construcción con madera moderna (esta no podía ser una excepción). Con sus 29 metros de altura, fue declarado el edificio más alto del mundo construido con madera. El primer hito. Nada volvió a ser igual. Marcó el inicio de la competición por la altura, esa vana pelea entre ciudades, promotores, arquitectos e ingenieros.

No espere el lector curioso en su visita al edificio en el londinense barrio de Hackney ver madera en él, ni en su interior ni en su exterior. Nada delata su origen estructural. Es un comienzo titubeante donde la madera no es vista por el promotor como un argumento de venta, como algo diferencial dentro de su venta o posicionamiento en el mercado.

Los siguientes 86

Tras Murray Grove, llegaron otros muchos edificios en altura que lo dejaron pequeño. En 2017, el canadiense Brock Commons, con 53 metros, superaba por 20 centímetros al noruego Treet. Contemporáneamente, en Europa comen- zaba una auténtica competición entre los promotores de dos edificios, que de hecho modificaron paulatinamente su diseño durante la construcción en el afán de superar al contrario: HoHo en Viena, y Mjøstårnet en Noruega. La batalla fue finalmente ganada en 2019 por el noruego, con una altura de 85,4 m (1,4 m más que su rival austriaco). Ya ha sido superado por el Ascent, en Estados Unidos, que con 86,56 m ostenta este temporal récord. Huelga decir, ya existen propuestas para vencerlo en otras ciudades del mundo. Tampoco España escapa a este mal de altura. Tras la pionera casa en Cavallers (Lérida), muchas otras han ido ostentando puntualmente el récord. En la actualidad, recién comenzada su construcción, un edificio de nueve plantas de altura en Pamplona, destinado a vivienda de alquiler social, se promete como el de mayor altura en nuestro país.

Lo importante no se ve

Sin embargo, no se deje llevar por las alturas y las ambiciones ocultas tras ellas. Más allá de los titulares con los que periódicos regionales y nacionales anuncian con bombo y platillo cada consecución local de un nuevo récord, la altura del edificio no pasa de mera anécdota. Como casi siempre, lo más interesante suele ser lo que no se ve.

Piense en los coches de competición Fórmula 1. En su afán por la velocidad extrema, desarrollan tecnologías y conceptos que años después también se aplican en nuestros coches de calle. Lo mismo ocurre en la edificación.

Estos edificios fueron y siguen siendo un campo de pruebas. Muchas de sus tecnologías están ya en aplicación en la construcción habitual con madera.

Prueba de ello es aquella competición imaginaria (pues en realidad nunca existió) entre el edificio berlinés y el londinense. Si Murray Grove es siempre referido como el pionero en estas lides, no lo es por el hito de su altura, sino por cómo se construyó. Su concepto definió un estándar, en el que se han basado muchos edificios tras él, edificios mucho menos espectaculares, pero muy numerosos. Aquel edificio estableció las bases para la construcción en altura con paneles de madera contraminada, CLT. Marcó un punto de inflexión.

La tormenta perfecta

Pero no se trató solo del CLT. Más factores contribuyeron a ese concepto de éxito. Fue una simbiosis perfecta de múltiples productos y tecnologías. Aprovechaba todas las ventajas de la prefabricación y el diseño por ordenador. No hacía falta ninguna herramienta para trabajar la madera en la obra, pues los paneles llegaban ya perfectamente cortados a medida por una máquina de control numérico, que tomaba sus datos directamente de un archivo de diseño digital. En consecuencia, los errores de ejecución o los fallos dimensionales se reducían al mínimo.

Se unían con total simplicidad, de forma rápida y segura con un nuevo producto de tornillería, los tirafondos autorroscantes. La nueva tornillería añadía versatilidad a los medios de unión, y reducía posibles problemas de tolerancias en la ejecución y fabricación. Con un simple atornillador eléctrico se podían unir muros entre sí con total seguridad y rapidez. Nada que ver con los medios mecánicos anteriores, que implicaban numerosas operaciones previas y posibles problemas en obra por defectos de fabricación o tolerancias inadecuadas.

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