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un país que ejemplifica la superpoblación y el turismo masivo. “El Gobierno es consciente de que por donde pasan los grupos organizados chinos no crece la hierba, y quiere fomentar una nueva forma de viajar que sea respetuosa tanto con el Medio Ambiente como con la cultura local”, explica Kieran Fitzgerald, consejero de Turismo Sostenible del Parque de Jiuzhai. Y la iniciativa está teniendo éxito. Nació en 2009 y ese año 88 turistas sirvieron de experimento para el programa de ecoturismo. En 2011 su número alcanzó los 400, todavía lejos de la capacidad máxima de 3.000 y muy pocos si se tiene en cuenta que el parque ha establecido un cupo máximo de 20.000 visitantes diarios. “Pero es la semilla que hay que dejar crecer”. A Fitzgerald lo que le importa es que el 95% de los clientes se muestra muy satisfecho al terminar el programa. En cualquier caso, el interés por convivir con una familia tibetana o acampar en el bosque tras un duro día de trekking se concentra entre los viajeros extranjeros. A los locales todavía no les resulta muy atractivo. “Muchos chinos han crecido en zonas rurales más o menos pobres y ahora lo que quieren es viajar con comodidad y visitar el mayor número de lugares en el menor tiempo posible, porque tampoco les sobran las vacaciones. No disfrutan caminando durante horas por aldeas que les puede recordar a las que ellos abandonaron”, explica Fitzgerald.

SOSTENIBLE Quizá por eso tampoco ha sido fácil bregar con las autoridades chinas para poner en marcha los proyectos de turismo alternativo. “Todos están interesados en desarrollarlos, pero nadie sabe cómo”, cuenta Fitzgerald, especialista en turismo sostenible que fue contratado para dar respuesta a esa pregunta. “Además, miran mucho el beneficio por visitante, una variable en la que el ecoturismo siempre estará en desventaja”. Y eso que el programa de ecoturismo no es especialmente económico. Un día cuesta unos 40 euros; 2 días y una noche, 75 euros; y tres días con dos noches de acampada conllevan una factura de 130 euros. Por encima de la media de los parques naturales del mundo. No obstante, las opciones que Jiuzhai comercializa desde el año pasado proporcionan a los visitantes extranjeros una oportunidad única 26 ❘ RUTASON

Vista general del valle de Jiuzhaigou con una tibetana en primer plano.

GUÍA PRÁCTICA ● Cuándo ir: Hacia finales de la primavera y principios del verano, Jiuzhaigou se convierte en una fiesta de colorido vegetal. Pero también es el momento en el que recibe más visitantes, razón por la que viajar en invierno, cuando las cascadas están congeladas y los rebaños de turistas chinos son menos densos es una buena opción. ON visitó el lugar durante el último Festival de Cascadas de Hielo, un acontecimiento espectacular. Eso sí, bajo cero. ● Cómo llegar: No es fácil llegar a Jiuzhaigou. Por eso se mantiene como un paraíso natural. Primero hay que llegar a Chengdu, la capital del oso panda, y luego coger un avión o un autobús –seis o siete horas– hasta la ciudad. Tampoco es barato. Desde Bilbao y desde Madrid se puede volar a Chengdu, vía otras ciudades europeas y Shanghái o Pekín, por unos 1.100 euros ida y vuelta, a los que hay que añadir unos 200 euros más del trayecto hasta Jiuzhaigou. ● Visado: Imprescindible para ciudadanos europeos. Se tramita en Madrid. El proceso lleva una semana y cuesta unos 40 euros, dependiendo del tipo de permiso que se solicite. Es imprescindible que el pasaporte tenga al menos 6 meses de validez. ● Moneda y costos: La divisa china es el yuan (1EUR = 7,9 CNY). La crisis ha devaluado el euro y China ya no es tan económica como lo fue. Aun así, los costos de alojamiento y comida son inferiores a los de Euskal Herria. Eso sí, la oferta en Jiuzhaigou es limitada y, por ello, los precios son superiores a la media en el país.

para interactuar con la población tibetana e introducirse en uno de los pocos lugares vírgenes que quedan en las entrañas del Gran Dragón, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1992 y hogar de un ecosistema único en el que resisten 300 especies de animales. A éstas últimas se las cuida con mimo. Sólo 106 kilómetros cuadrados del parque están abiertos al público y cuentan con unos 56 kilómetros de caminos. Los grupos organizados no tienen permiso para abandonar las pasarelas elevadas, de madera que trazan recorridos de varios kilómetros alrededor de los lugares más conocidos. Y los guardas no toleran a quienes buscan una fotografía especial saltándose las normas. Además, se impide el acceso con vehículos privados: solo se pueden utilizar los autobuses del parque, cuyo precio está incluido en la entrada. Aunque consumen diesel –los vehículos eléctricos serían incapaces de acometer las empinadas pendientes del lugar–, se revisan y se limpian a menudo para evitar las emisiones más contaminantes. Únicamente tienen permiso para moverse a su libre albedrío –dentro de los límites fijados por la reserva natural– los lugareños y quienes escogen el programa de ecoturismo. “Es un aliciente que creemos que puede fomentar el turismo sostenible entre la población china, porque muchos quieren ver este lugar, del que han oído hablar desde niños, de forma más pausada”, argumenta Fitzgerald.

EL FUTURO La esperanza está puesta en los jóvenes urbanos con un nivel de formación medio y alto. Gao Miaomiao es una estudiante de la provincia de Hebei que responde a ese perfil. Ella ha decidido hospedarse en


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