Estilo DF Weekend Diego Amoz

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SHOWBIZ

Leencanta al amor todas sus facetas

Iván Montejo Si el amor estuviera construido con las canciones que hablan sobre él, sólo estaría hecho del enamoramiento y de lo terrible que es su ausencia. Existen pocas cantantes que se atreven a ir más allá, que verdaderamente le canten al amor en todas sus facetas, y Carla Wolff es una de ellas. En EstiloDF platicamos en exclusiva con la cantautora mexicana de “Entre paréntesis”, su más reciente estreno, donde se aventuró a tocar una cara del amor que no siempre se canta en la música: el divorcio. La canción no sólo se adentra en los términos (los niños, la custodia y los bienes), también explora una inminente separación cuando todavía existe La tía Kitty. Era 1987 y yo comenzaba a depurar mis textos. Ya me había sentado interminables horas al lado de Antonio López Chavira (el mejor corrector de estilo que haya conocido en mi maldita existencia) para entender las comas, los puntos, los suspensivos, y ya estaba, digamos, encontrando “mi estilo”, mi manera de contar historias. Nunca fui, digamos, el más respetuoso de las reglas o, mejor aún, entendiéndolas, pude torcerlas. Contar el “qué, quién, cómo, cuándo y dónde” de la nota periodística de otra manera. Más amena, digamos. O, al menos, lo intentaba. Y esa manera de escribir, de “sabrosear” un texto, me había llevado a que muchas figuras, algunas muy encumbradas, pidieran que yo los entrevistara. Y es que en aquellos años, El Heraldo de México la rifaba grueso en el medio farandulero. No había oficina de productores y ejecutivos de la industria que no recibieran el diario, y qué decir de las celebridades: todas tenían suscripción. Así comenzaron a leerme infinidad de personas, ajenas o no, al gremio artístico. Habían transcurrido casi ocho meses de mi llegada al diario, y seguía a prueba. No me pagaban, pues, y no era fácil sostener la situación. Aun a mis 21 años, el hambre era canija, y los traslados a patín desde El Patio a Villa Coapa eran, ya, una monserga: 3 horas de camino en plena madrugada, a veces, y sin haber probado alimento en todo el día, comenzaban a mermar mis ganas de continuar el viaje del reportero. Pagar el peaje me estaba costando salud, cansancio y desgano. Y en esas frases pendejas que usamos cuando no sabemos qué decir: todo pasa cuando tiene que pasar. Y pasó. Coyunturas, les llamo. -Víctor, busca a Kitty de Hoyos; ponte de acuerdo con ella para entrevistarla. ¿Sí sabes quién es, verdad? -¡Claro! Lo cierto es que no sabía mucho de ella, apenas habría visto dos o tres películas, pero ¡qué caray! Nunca me rajaba a las peticiones de trabajo. Mi jefe en aquel entonces se había dado cuenta que tenía cierta facilidad para las entrevistas y, como era un enfermo-obsesivo de tener semblanzas de sus contemporáneos, ya me había encargado varias, muchas entrevistas con personajes de aquellos, sus años mozos: Amalia Aguilar (la tía Amalia), Mapy Cortés, Roberto Cobo, a los que se sumaron Marco Antonio Muñiz, Armando Manzanero, Lucho Gatica, Pepe Jara, José José, Juan Gabriel,

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amor: “Cuántas veces no tenemos que llegar a esta decisión y llegar a términos con el otro porque ya no se dan las cosas, pero al mismo tiempo sigues amando a esa persona”. Esta búsqueda por las otras facetas del amor coincide con la forma de ser de Carla: “Los artistas en general somos inquietos, la creatividad te lleva a explorar cosas y tengo la fortuna de haberlo hecho en mi carrera, aunque principalmente me considero baladista”, constante búsqueda por experimentar que también se refleja en sus recitales en vivo. En sus presentaciones crea baladas y explora otros géneros para, en sus palabras, brindar chispas en su show: “Quiero que mi

público se divierta, pero que igual llore, todo se puede expresar en diferentes áreas”. Estos viajes musicales integran diversas épocas, idiomas, clásicos y géneros, todo para que el público experimente el amor que Carla tiene por la música. Durante este noviembre Carla estará de gira en Centroamérica, saliendo por primera vez con su proyecto fuera del país para llevarlo a Panamá, Guatemala, Costa Rica y El Salvador, llevando su pasión a un nivel que no había experimentado: “Queremos llevar esta propuesta nueva a toda Centroamérica y posteriormente lo haremos hacia China y Colombia, es toda una faceta nueva de mi carrera”. (Foto: Sandra Trejo)

D e tinta y

tintos

(lo que se quedó en el tintero)

Víctor Hugo Sánchez

Daniela Romo y otros más cercanos. -¿Señora Kitty? -¿Quién habla? -Soy Víctor Hugo Sánchez, de El Heraldo. Mi jefe me pidió que la entrevistara. Podría ser telefónica, pero prefiero en persona, si usted puede. -¡Ay, sí; Memo ya me había dicho! Nos vemos en mi casa tal día, a tal hora. Y ahí estuve, en San Jerónimo, muy lejos de todo y yo sin plata. Toqué el timbre una, dos, tres veces... Plantón. Plantón. Y ahí te voy, caminando al diario... en la colonia Doctores. -¿Y la entrevista? -Me dejaron plantado. Nadie contestó. -Insiste. -Pero... -Insiste. Es más, le marco yo. ¿Kitty? Te paso al reportero. Sin reclamar el plantón, reagendamos la cita. Y, nuevamente, plantón. -¿Qué pasó? -Nada. Esta señora es una majadera. Me la aplicó otra vez. En un tercer intento, y en una tercera llamada, me puse muy grosero; yo, sin plata para moverme, y esta señora que, bendita, se le había olvidado que el timbre no funcionaba.

Al final, la entrevista se concretó. En su casa. Y ella, toda radiante, salió a recibirme. En aquellos años tendría sus 46, ya madurona, pues, pero de una infinita belleza, porte; muy elegante, muy sofisticada, y hablamos de todo, de su trayectoria, de su desnudo en el cine, en aquel cine de antaño y del escándalo que se supondría habría causado. La entrevista se publicó, en portada, en dos o tres entregas, porque era una entrevista de trayectoria. -Víctor Hugo, te llamo para agradecerte y quiero invitarte a comer a la casa; ¡nunca nadie me había hecho una entrevista tan bonita! ¡Qué bonito escribes! ¡Mil gracias! Sólo una pregunta: ¿por qué no viene tu nombre en la nota? -Mmmmm... se supone que estoy a prueba. Ni sueldo tengo. De hecho, ese mismo día yo había renunciado y me había despedido de todos en el diario. Una noche antes, mis padres me esperaron despiertos, en la madrugada, para ver cómo llegaba caminando de un evento nocturno. Cuando me enfrentaron, mi papá me dijo: “Está bien que te apasione, está perfecto que te guste lo que haces, pero ¿que no te paguen? Mañana mismo renuncias y busca otro periódico, otra forma de hacer

lo que te gusta, pero ¡que te paguen!”. -¿¡Cómo que no te pagan!? ¡Ahora mismo hablo con Gabriel Alarcón! -Señora, no lo haga. ¡Me van a regañar! Pero lo hizo, en ese instante. Tan inmediato, que el gerente bajó en putiza, le puso una cagotiza a mi jefe por tenerme trabajando sin contrato y le preguntó si quería que me quedara en la sección de espectáculos. Esa misma noche regresé a casa y, casi llorando de la emoción, les dije a mis padres que me habían contratado, que ya me iban a pagar (900 pesotes quincenales, jajaja), y que al día siguiente saldría mi primera nota firmada. A los días, un domingo, fui a comer a casa de Kitty de Hoyos, quien me presentó a Gabriela y a Cristina, sus hijas; comimos, platicamos de todo y de nada, y al final nos invitó al cine, a ver una película que me marcó y que marcó esta historia: Betty Blue. -Muchas gracias por la comida, por el cine, por la tarde-noche tan maravillosa, señora Kitty. -No me digas señora Kitty; dime tía Kitty. Desde hoy, te adoptamos como familia. Pocas veces vi después a la tía Kitty, y eventualmente sé de mis primas, pero le guardo un inmenso cariño porque su paso por mi vida es el más maravilloso, “por algo pasan las cosas”.


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