novela la mujer de mi hermano

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estómago de hambre. Llegando al parque, paga al conductor, desciende del vehículo y camina con la lentitud de una persona que parecería estar reponiéndose de una grave enfermedad. Pálida, ojerosa, fatigada, vistiendo un abrigo negro que la cubre hasta las rodillas, camina hasta llegar a un café frente al estanque, se sienta a una mesa circular, de color rojo, y, tan pronto como se acerca el camarero, le pide un pan con queso y un café con leche. Tengo un bebé en mi barriga, piensa. Estoy segura. Me siento rarísima. No puede ser otra cosa: estoy embarazada. Supongo que tendré que abortar. No puedo tener un hijo con Gonzalo. Está claro que él no lo quiere. Sería un escándalo. No creo que pueda soportarlo. Pero ¿seré capaz de abortar? Toda mi vida he querido tener hijos. Me he pasado años tratando de quedar embarazada de Ignacio. Nunca pudimos. Y ahora que, por desgracia, podría tener un bebé, ¿lo voy a dejar ir, sólo por miedo? Lo sensato sería abortar, pero no sé si podré hacerlo. Si no me queda más remedio que tenerlo, ¿qué voy a hacer? Me tendría que ir lejos, a la ciudad de mis padres, quizás incluso a vivir con ellos, y apartarme para siempre de Ignacio y Gonzalo. Tendría que recomenzar mi vida. No podría quedarme acá. Ignacio me haría la vida imposible. No toleraría la humillación de saberse engañado por su hermano. Su madre sería capaz de matarme con sus propias manos. No podría aguantarlo: sería demasiado. Un bebé debería traer alegría y amor al mundo, y este bebé, si estoy embarazada, sólo vendría con problemas y angustias para todos. Por eso no puedo tenerlo. Por eso no puedo estar embarazada. Dios quiera que sea sólo una sugestión mía y que en la tarde me digan que no lo estoy. Sería la mujer más feliz del mundo. Tomaría un avión, me iría a casa de mis padres y dormiría una semana entera. Pero ¿y si estoy embarazada? No puedo sino hacer una cosa: abortar sin decírselo a nadie y vivir con esa pena el resto de mis días. Mientras come sin prisa el pan con queso que le han servido en un plato descartable y espera a que se enfríe su café, sigue con la mirada a unos niños que, cerca de sus madres, arrojan pedazos de pan a una bandada de palomas reunidas alrededor de ellos. Yo podría ser una de esas madres en unos años, piensa. Parecen felices. No se ocupan de otra cosa que cuidar a sus niños. No les interesa tanto verse guapas, ir al gimnasio, estar a la moda. Visten lo primero que encuentran a mano. Viven para ellos, para sus hijos, y son felices en la medida en que los saben felices a ellos. Quizás me haría bien tener este bebé. Dejaría de ser tan egoísta. No pensaría tanto en mí. Por egoísta, por buscar tenerlo todo, por soñar con el amante perfecto, rompí mi matrimonio y 235


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