mirada sobre el muro blanco de enfrente, inquieta la mirada vuelve sobre su cuerpo, los pies, inquietos también no dejan de moverse, las manos se recorren la una a la otra, luego al cuerpo, baja la cabeza para mirar el frasco de píldoras, toma otro par y vuelve a abrir la boca, les traga rápido. Sus labios se mueven desesperados, sus ojos, las manos, pies y cabeza, sale del centro de la habitación y le recorre mirando alrededor, vuelve al centro y expectante cierra los ojos, abre la boca y ahoga un sonido largo, profundo. La última vez que ahogo un grito, de pronto pensó, fue la noche anterior a la estrella, cuando recorría el centro de la ciudad sin objetivo práctico alguno, sólo andaba entre las callas sin detenerse, mirando pasar a su lado las tiendas, los grandes y antiguos edificios, las espaciosas calles y una que otra persona que, sin querer, le sonreían; una vez cerca del subterráneo decidió detenerse a contemplar una última vez, sin ella saberlo, aquella plaza magnífica en la que se encontraba, justo a un costado del palacio de las bellas artes, de noche parecía una pequeña ciudad dentro de la enorme metrópoli, no obstante esta era una ciudad cuidada, rescatada del desperdicio y del descuido generalizado en la mayor parte de la ciudad. Miraba entonces a su alrededor cuando una sensación extraña le recorrió el cuerpo, de arriba abajo y de un costado al otro, una sensación tan ajena y tan desconcertante, jamás antes experimentada, especie de terror y goce, justo donde las dos experiencias se bifurcan: cerca de ella, un explosivo había detonado, comenzó a correr junto con todos aquellos que pasaban por aquel lugar, entre gritos y empujones logró entrar al subterráneo, no muy lejos de donde se encontraba. Ya en el interior del vagón, y éste andando, pudo emitir sonido, un calmo pero profundo suspiro con boca de a. Parados los unos junto a los otros, la gran mayoría de los pasajeros parecían ahora aliviados luego de la detonación. Volvió a casa con sensaciones de