La Múcura Revista No. 1

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/ El soplo sobre la arcilla: disertaciones en torno a la creación humana en el Génesis

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capítulo, da más detalles sobre la creación del hombre, mientras que la primera da mayores detalles sobre la creación del mundo, y aunque difieren sensiblemente en ciertos hechos, suelen considerarse partes complementarias de una misma narración. El séptimo verso del capítulo dos nos introduce en los aspectos que nos interesan: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente» (Biblia de las Américas). Ya Frazer (2005) nos había adentrado en el análisis de la Biblia; en su investigación nos hace infinitas comparaciones con otras religiones del mundo intentado hallar los puntos en común, pero no cuestiona ni ahonda en las escrituras para desentrañar la parte interna de las religiones bíblicas. Su descripción de los primeros capítulos del génesis suena sugerente en cuanto a la propuesta de una historia bíblica alternativa, y de igual manera podría yo aventurarme a hacerlo. Sugeriría, antes de empezar, la lectura de los primeros tres capítulos del Génesis: esto otorgaría un espectro más amplio acerca de lo que hablaremos. Como Frazer lo advirtió, podrían existir varias explicaciones a la diferencia en la historia consignada entre el primer y el segundo capítulo. El principal aporte que hace es decir que estos dos capítulos fueron varias versiones de un solo relato que enhebró un escritor sin demasiada destreza. No nos conviene ahora ahondar en esto, pues sería repetir parte del trabajo de Frazer y resultaría tiempo perdido, ya que no podría yo esbozarlo mejor que él; además, no es de extrema importancia hacerlo para poder continuar. Solo debemos especificar que sin ningún deseo de despreciar el trabajo de Frazer, por el contrario, ateniéndo-

nos a él y por razones prácticas, preferimos pensar que se trata de dos partes complementarias de una misma historia y así procederemos.

El barro, el aliento y la voluntad Es menester para abordar lo que nos interesa, aclarar que el ser humano para el cristianismo está compuesto de tres partes fundamentales: cuerpo, alma y espíritu. Esto nos lo confirma San Pablo en su primera carta a los tesalonicenses diciendo: «Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser; espíritu, alma y cuerpo; sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5:23). Se sugiere que el ser está formado por tales elementos, y de ser así esta tripartición debería estar sustentada en el relato del origen humano. El antropólogo y filósofo Joseph Gevaert (1984) plantea que a occidente nos ha llegado una postura dualista de la conformación humana, al punto que la mayoría de occidentales suponemos que resulta universal el hecho de una división humana en alma espiritual y cuerpo, como lo propone Platón y la tradición cartesiana. Si bien es cierto que estas tradiciones nos plantean una dualidad en el ser humano, cabe hacer una distinción: la tradición platónica postula el cuerpo como cárcel del alma espiritual, es decir, hace un énfasis negativo en la instancia corpórea. Por el contrario, Descartes infiere la misma dualidad del ser, pero sin dar características positivas o negativas a ninguna de las dos, división que no resulta problemática como en la tradición platónica. Descartes subraya constantemente la unicidad del cuerpo y el alma, ya que ambas conforman


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