Qué es eso de la anarquia?

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e d o s e s e e ¿Qu ? a í u q r a n la a

Textos de Kropotkin,Malatesta, Goldman, y Bookchin.


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CONTENIDO ANARQUISMO. DEFINICIÓN PARA LA ENCICLOPEDIA BRITANICA. Pedro Kropotkin ........................................10 ANARQUISMO: LO QUE SIGNIFICA REALMENTE. Emma Goldman.........................................26 LA ANARQUÍA. Errico Malatesta.........................................44 EL ANARQUISMO ANTE LOS NUEVOS TIEMPOS. Murray Bookchin.......................................94


ANARQUISMO DEFINICIÓN PARA LA ENCICLOPEDIA BRITANICA. Pedro Kropotkin Anarquismo, una definición ANARQUISMO (del griego an-, y arke, contrario a la autoridad), es el nombre que se da a un principio o teoría de la vida y la conducta que concibe una sociedad sin gobierno, en que se obtiene la armonía, no por sometimiento a ley, ni obediencia a autoridad, sino por acuerdos libres establecidos entre los diversos grupos, territoriales y profesionales, libremente constituidos para la producción y el consumo, y para la satisfacción de la infinita variedad de necesidades y aspiraciones de un ser civilizado. En una sociedad desarrollada sobre estas directrices, las asociaciones voluntarias que han empezado ya a abarcar todos los campos de la actividad humana adquirirían una extensión aún mayor hasta el punto de substituir al Estado en todas sus funciones. Representarían una red entretejida, compuesta de una infinita variedad de grupos y de federaciones de todos los tamaños y grados, locales, regionales, nacionales e internacionales, temporales o más o menos permanentes, para todos los objetivos posibles: producción, consumo e intercambio, comunicaciones, servicios sanitarios, educación, protección mutua, defensa del territorio, etcétera; y, por otra parte, para la satisfacción de un número creciente de necesidades científicas, artísticas, literarias y de relación social. Además, tal sociedad no se pretendería inmutable. Por el contrario, como sucede en todo el conjunto de la vida orgánica, derivaríase la armonía de un ajuste y reajuste perpetuo y variable del equilibrio de la multitud de fuerzas e influencias, y este ajuste se obtendría. dicho brevemente, si ninguna fuerza gozase de la protección especial del Estado.


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Si la sociedad, según esto, se organizase conforme a estos principios, no se vería el hombre limitado, en el libre ejercicio de su capacidad de trabajo productivo, por un monopolio capitalista sostenido por el Estado; ni en el ejercicio de su voluntad por miedo al castigo, o por obediencia a entidades metafísicas o a individuos que llevan ambos a la disminución de la iniciativa y al servilismo intelectual. El hombre se guiaría por su propia razón, que llevaría necesariamente la huella de la acción y reacción libres de su propio yo y las concepciones éticas del medio. El hombre podría así alcanzar el desarrollo pleno de todas sus potencias, intelectuales, artísticas y morales, sin verse obligado a trabajar agotadoramente para los monopolistas, ni trabado por el servilismo y la inercia intelectual de la gran mayoría. Podría así alcanzar la plena individualización que no es posible ni bajo el sistema de individualismo actual, ni bajo ningún sistema de socialismo de Estado del llamado Volkstaat (Estado popular). Los autores anarquistas consideran, además, que su concepción no es una Utopía basada en un método apriorístico, después de haber postulado unos cuantos deseos que se toman por hechos reales. Se deriva, afirman, de un análisis de tendencias que están ya actuando, aunque el socialismo de Estado puede encontrar apoyo temporal entre los reformadores. El progreso de la técnica moderna, que simplifica maravillosamente la producción de todos los elementos necesarios para la vida; el creciente espíritu de independencia y la rápida expansión de la iniciativa libre y el libre entendimiento en todas las ramas de actividad (incluyendo las que se consideraban antes atributo de la Iglesia y el Estado) refuerzan firmemente la tendencia de no gobierno. En cuanto a sus concepciones económicas, los anarquistas, junto con todos los socialistas, de los que son el ala izquierda, sostienen que el sistema de propiedad privada de la tierra hoy imperante, nuestra producción capitalista en función del beneficio, representa un monopolio que va al mismo tiempo contra los principios de justicia y los imperativos de la utilidad. Es el motivo de que los frutos de la técnica moderna no se pongan al servicio de todos y produzcan el bienestar


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general. Los anarquistas consideran el sistema salarial y la producción capitalista un obstáculo para el progreso. Pero señalan también que el Estado fue, y sigue siendo, el principal instrumento para que unos pocos monopolicen la tierra, y los capitalistas se apropien de un volumen totalmente desproporcionado del excedente anual acumulado de producción. En consecuencia, al tiempo que combaten el actual monopolio de la tierra y el capitalismo, combaten los anarquistas con la misma energía al Estado como apoyo principal del sistema. No ésta o aquélla forma especial de Estado, sino el Estado mismo, sea monarquía o incluso República gobernada por medio del referéndum. Habiendo sido siempre la organización del Estado, tanto en la historia antigua como en la moderna (imperio macedónico, imperio romano, los modernos Estados europeos edificados sobre las ruinas de las ciudades libres), el instrumento para asentar monopolios de las minorías dominantes, no puede utilizársele para la destrucción de tales monopolios. Los anarquistas consideran, por tanto, que entregar al Estado todas las fuentes principales de vida económica (la tierra, las minas, los ferrocarriles, la banca, los seguros, etcétera), así como el control de todas las principales ramas de la industria, además de todas las funciones que acumula ya en sus manos (educación religiones apoyadas por el Estado, defensa del territorio, etcétera), significaría crear un nuevo instrumento de dominio. El capitalismo de Estado no haría más que incrementar los poderes de la burocracia y el capitalismo. El verdadero progreso está en la descentralización, tanto territorial como funcional, en el desarrollo del espíritu local y de la iniciativa personal, y en la federación libre de lo simple a lo complejo, en vez de la jerarquía actual que va de centro a periferia. Los anarquistas, con la mayoría de los socialistas, reconocen que, como toda evolución natural, la lenta evolución de la sociedad es seguida a veces de períodos de evolución acelerada a los que se llama revoluciones; y creen que la era de las revoluciones aún no ha concluido. A los períodos de rápidos cambios seguirán otros de lenta evolución, y han de aprovecharse estos períodos, no para


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aumentar y ensanchar los poderes del Estado sino para reducirlos, formando organizaciones en toda población o comuna de los grupos locales de productores y consumidores, así como federaciones regionales, y en su momento internacionales, de estos grupos. Los anarquistas se niegan, en virtud de los principios expuestos, a participar en la organización estatista actual y a apoyarla e infundirle sangre nueva. No pretenden constituir, e invitan a los trabajadores a no hacerlo, partidos políticos para los parlamentos. Por tanto, desde que se creó la Asociación Internacional de Trabajadores (1864-66), han procurado propagar sus ideas directamente en las organizaciones obreras, e inducirla a una lucha directa contra el capital, sin depositar fe alguna en la legislación parlamentaria.

El desarrollo histórico del anarquismo

La concepción de la sociedad esbozada, y la tendencia de la que es expresión dinámica, han existido siempre en la especie humana, frente a la concepción y la tendencia jerárquicas que hoy imperan, alternándose su predominio en diferentes períodos de la historia. A la primera tendencia debemos la evolución, obra de las propias masas, de aquellas instituciones (el clan, la comunidad aideana, el gremio, la ciudad libre medieval) por las que las masas resistieron a las invasiones de los conquistadores y de las minorías ansiosas de poder. Esta misma tendencia se manifestó con gran energía en los grandes movimientos religiosos de los tiempos medievales, sobre todo en los primeros de la Reforma y en sus precedentes. Halló al mismo tiempo clara expresión en las obras de algunos pensadores, desde los tiempos de Lao-tse, aunque, debido a su origen popular y no escolástico, tuvo mucho menor eco entre los estudiosos que la tendencia opuesta. Como señaló el profesor Adler en su Geschichte des Sozialismus und Kommunismus. Arís-


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tipo (n. c. 430 a. C.), uno de los fundadores de la escuela cirenáica, enseñó ya que el sabio no debía ceder su libertad al Estado, y, en respuesta a una pregunta de Sócrates, dijo que no deseaba pertenecer ni a la clase gobernante ni a la gobernada. Pero dictaba esta actitud, al parecer, una simple visión epicúrea de la vida del pueblo. El mejor exponente de la filosofía anarquista en la antigua Grecia fue Zenón (342-267 o 270 a. C.), cretense, fundador de la escuela estoica, que opuso una concepción clara de comunidad libre sin gobierno a la utopía estatista de Platón. Repudió la omnipotencia del Estado, su carácter intervencionista y reglamentador, y proclamó la soberanía de la ley moral del individuo, subrayando ya que, aunque el necesario instinto de autodefensa lleva al hombre al egoísmo, la naturaleza ha proporcionado un correctivo dando al hombre otro instinto: el social. Cuando los hombres sean lo bastante razonables para seguir sus instintos naturales, se unirán por encima de las fronteras y constituirán el Cosmos. No necesitarán ya tribunales de justicia ni policía, no tendrán templos ni cultos públicos, no utilizarán moneda alguna: habrá donaciones libres en vez de intercambios. Por desgracia, no han llegado hasta nosotros las obras de Zenón y sólo conocemos citas fragmentarias. Sin embargo, el hecho de que su misma formulación sea similar a la formulación utilizada hoy, muestra hasta qué punto es profunda la tendencia de la naturaleza humana de la que fue portavoz. En tiempos medievales, encontramos los mismos puntos de vista sobre el Estado en el ilustre obispo de Alba, Marco Girólamo Vida, en su primer diálogo De dignitate reipublicae (Ferd. Cavalli, en Men. dell'lstituto Vento, XIII; Dr. E. Nys, Researches in the History of Economics). Pero es sobre todo en varios primitivos movimientos cristianos, que empiezan en el siglo noveno en Armenia, y en las predicaciones de los primeros hussitas, sobre todo Chojecki, y los primitivos anabaptistas, en especial Hans Denk (Keller, Ein Apostel der Wiedertäufer), donde hallamos las mismas ideas vigorosamente ex-


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presadas, subrayándose, claro está, sobre todo, sus aspectos morales. Rabelais y Fénelon, en sus Utopías, expresaron también ideas similares, frecuentes también en el siglo dioeciocho entre los enciclopedistas franceses, como puede deducirse de expresiones aisladas que se hallan esporádicamente en las obras de Rousseau, en el prefacio de Diderot al Viaje de Bougainville, etcétera. Sin embargo, tales ideas no pudieron desarrollarse entonces probablemente a causa de la rigurosa censura de la Iglesia Católica Romana. Estas ideas hallaron expresión más tarde durante la Gran Revolución Francesa. Mientras los jacobinos hacían lo posible por centralizarlo todo en manos del gobierno, se ha descubierto ahora, por documentos recientemente publicados, que las masas populares, en sus municipalidades y secciones lograron realizar un considerahle trabajo constructivo. Se adjudicaron la elección de los jueces, la organización de suministros y equipo para el ejército y las grandes ciudades, proporcionaron trabajo a los parados, dirigieron las obras caritativas, etcétera. Intentaron establecer incluso una correspondencia directa entre las treinta y seis mil comunas de Francia por intermedio de un consejo especial, al margen de la Asamblea Nacional (Sigismund Lacroix, Actes de la Commune de París). Fue Godwin, en su Enquiry concerning Political Justice (2 vols., 1793), el primero que formuló las concepciones políticas y económicas del anarquismo, aunque no diese tal nombre a las ideas expuestas en su notable obra. Las leyes, escribió, no son producto de la sabiduría de nuestros antepasados: son producto de sus pasiones, su timidez, sus envidias y su ambición. El remedio que ofrecen es peor que los males que pretenden curar. Si se aboliesen todas las leyes y tribunales, y sólo en ese caso, y si se dejase decidir sobre los pleitos que surjan a hombres razonables elegidos para este fin, se crearía gradualmente auténtica justicia. En cuanto al Estado, Godwin pedía abiertamente su abolición. Una sociedad, escribió, puede existir perfectamente sin gobierno, si las comunidades son pequeñas y ab-


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solutamente autónomas. Respecto a la propiedad, afirmó que sólo la justicia debe regular los derechos de cada cual a todo objeto capaz de contribuir al beneficio de un ser humano: el objeto debe ir a quien más lo necesite. Su conclusión era el comunismo. Pero Godwin no tuvo el valor de mantener sus opiniones. Reelaboró totalmente más tarde su capítulo sobre la propiedad y mitigó sus enfoques comunistas en la segunda edición de Political Justice (ocho vols., 1796). Proudhon fue el primero que utilizó, en 1840 (¿Qué es la propiedad?), el nombre de anarquía aplicándolo al estado social de no gobierno. El nombre de anarquistas, lo habían aplicado abundantemente los girondinos durante la Revolución Francesa a los revolucionarios que no consideraban que la tarea de la revolución debiera limitarse a derrocar a Luis XVI, e insistían en que se tomara una serie de medidas económicas (abolición de derechos feudales sin indemnización, devolución a las comunidades de los pueblos de las tierras comunales cercadas desde 1669, limitación de la propiedad de la tierra a ciento veinte acres, impuesto progresivo sobre la renta, organización nacional de los intercambios en base a un valor justo, que empezaba ya a llevarse a la práctica, etcétera). Proudhon abogó, pues, por una sociedad sin gobierno y utilizó el término anarquía para designarla. Proudhon rechazó, como se sabe, todo esquema de comunismo que pudiese conducir a la especie humana a acabar en monasterios o barracones comunistas, o también todos los planes de socialismo de Estado, o amparado por el Estado, propuestos por Louis Blanc y los colectivistas. Cuando proclamó en su primera memoria sobre la propiedad propiedad es robo, aludía únicamente a la propiedad en su sentido actual, según el derecho romano, de derecho de uso y abuso; entendía, por otra parte, les derechos de propiedad en el sentido limitado de posesión, considerándola la mejor protección contra las intromisiones del Estado. Al mismo tiempo, no deseaba desposeer violentamente a los propietarios de la tierra, las viviendas, las casas, las fábricas, etcétera. Prefería alcanzar el mismo fin estableciendo que el capital no pudiese pro-


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ducir interés; y se proponía lograrlo con un banco nacional, basado en la confianza mutua de todos los dedicados a la producción, que acordarían intercambiar sus productos según el valor de coste, por medio de cheques de trabajo que representasen las horas de trabajo necesarias para producir determinado artículo. Según este sistema, que Proudhon llamaba mutualismo, todos los intercambios de servicios serían estrictamente equivalentes. Además, tal banco podría prestar dinero sin interés, exigiendo sólo sobre un uno por ciento, menos incluso, para cubrir los gastos de administración. Al poder así cualquiera tomar prestado el dinero necesario para comprar una casa, nadie querría ya pagar una renta al año por utilizarla. Se lograría así fácilmente, sin expropiación, una liquidación social general. Lo mismo se aplicaba a minas, ferrocarriles, fábricas, etcétera. En una sociedad de este tipo, el Estado sería inútil. Las principales relaciones entre los ciudadanos se basarían en el acuerdo libre y se regularían por una simple contabilidad. Las disputas se resolverían por arbitraje. Las características más destacadas de la obra de Proudhon fueron la crítica profunda del Estado y de todas las formas posibles de gobierno y una penetrante visión de todos las problemas económicos. Hemos de añadir que el mutualismo francés tuvo su precursor en Inglaterra en William Thompson, que empezó siendo mutualista antes de hacerse comunista, y en sus seguidores John Gray (A Lecture on Human Hoppiness. 1825; The Social System, 1831) y J. F. Brail (Labour's Wrongs and Labour's Remedy, 1839). Tuvo también su precursor en América. Josiah Warren, nacido en 1798 (véase W. Bailis, Josiah Warren, the First American Anarchist, Boston. 1900), que perteneció a la Nueva Armonía de Owen, y consideró que el fracaso de esta empresa se debió más que nada a la supresión de la individualidad y a la falta de iniciativa y de responsabilidad. Estos defectos, enseñó, eran inherentes a todo plan basado en la autoridad y la comunidad de bienes. Abogó, en consecuencia, por la completa libertad del individuo. En 1827 abrió en Cincinnati un pequeño almacén rural que fue el primer Almacén de Equidad. y


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al que la gente llamó Tienda Tiempo, porque se basaba en trabajo cambiado hora por hora de todo tipo de productos. El coste límite del precio, y, en consecuencia la abolición del interés, era la consigna de su almacén, y más tarde de su Pueblo Equidad, junto a Nueva York, que aún existía en 1865. La Casa de Equidad del señor Keith en Boston, creada en 1855, es también digna de citar. Mientras que las ideas económicas de Proudhon, y sobre todo el banco de ayuda mutua, hallaron apoyo e incluso aplicación práctica en los Estados Unidos, su concepción política anárquica halló muy poco eco en Francia, donde el socialismo cristiano de Lamennais y los fourieristas, y el socialismo de Estado de Louis Blanc y los seguidores de Saint-Simon, dominaban. Estas ideas hallaron sin embargo cierto apoyo temporal entre los hegelianos alemanes, Moses Hess en 1843 y Karl Grün en 1845, que abogaron por el anarquismo. Además, al dar origen el comunismo autoritario de Wilhelm Weitling a una oposición entre los obreros suizos, Wilhelm Marr la expresó en los años cuarenta. Por otra parte, el anarquismo individualista halló, también en Alemania, plena expresión en Max Stirner (Kaspar Schmidt), cuyas notables obras (Der Einzige und sein Eigenthum y sus artículos en Rheinsche Zeitung) permanecieron completamente desconocidos hasta que John Henry Mackay llamó la atención sobre ellos. El profesor V. Basch, en la excelente introducción a su interesante libro, L'Individualisme anarchiste: Max Stirner (1904), ha mostrado cómo el desarrollo de la filosofía alemana desde Kant a Hegel, y el absoluto de Schelling y el Gist de Hegel, provocaron inevitablemente, al iniciarse la revuelta antihegeliana, la predicación del mismo absoluto en el campo de los rebeldes. Hizo esto Stimer, que abogó, no sólo por una rebelión total contra el Estado y contra la servidumbre que el comunismo autoritario impondría a los hombres, sino también la plena liberación del individuo de toda atadura social y moral: la rehabilitación del yo, la supremacía del individuo,


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completo a-moralismo, y la asociación de los egoístas. El profesor Basch indicó ya el sentido final de esta suerte de anarquismo individual: que el objetivo de toda civilización superior no es hacer que todos los miembros de la comunidad se desarrollen de modo normal, sino permitir a ciertos individuos mejor dotados desarrollarse plenamente, aun a costa de la felicidad y de la existencia misma de la gran mayoría de los seres humanos. Es así una vuelta al individualismo más vulgar, defendido por todas las supuestas minorías superiores, a quienes debe en realidad el hombre en su historia, precisamente, el Estado y todo lo demás que estos individualistas combaten. Su individualismo llega a una negación de su propio punto de partida; por no hablar de la imposibilidad de que el individuo logre un desarrollo reaimente pleno en las condiciones de opresión de las masas por los bellos aristócratas. Su desarrollo sería unilateral. Por esto tal dirección ideológica, no obstante su acierto indudable al abogar por el pleno desarrollo de cada individualidad, sólo halla eco en limitados círculos artísticos y literarios.

El anarquismo de la Asociación lnternacional de Trabajadores

Tras la derrota de la insurrección de los obreros parisinos en junio de 1848 y la caída de la República, hubo una disminución general de la propaganda en todas las corrientes del socialismo. La prensa socialista toda quedó prácticamente paralizada durante un período de reacción que se prolongó veinte años. Sin embargo, hasta el pensamiento anarquista hizo progresos, principalmente en las obras de Bellegarrique (Coeurderoy) y sobre todo Joseph Déjacque (Les Lazaréennes, L'Humanisphère, una utopía anarcocomunista, recientemente descubierta y reeditada). El movimiento socialista sólo revivió a partir de 1864, cuando algunos obreros franceses, mutualistas todos, se reunieron en Londres durante la Exposición Universal con seguidores ingleses de Robert Owen y fundaron la Asociación Internacional de Trabajadores. Desarróllose esta asocia-


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ción muy rápido y adoptó una política de lucha económica directa contra el capitalismo, sin intervenir en la vida política parlamentaria, y siguió esta política hasta 1871. Tras la guerra francoprusiana, cuando se prohibió la Asociación Internacional de Trabajadores en Francia tras la Insurrección de la Comuna, los obreros alemanes, que habían recibido derecho a voto en las elecciones al recién constituido parlamento imperial, insistieron en modificar las tácticas de la Internacional y empezaron a formar un partido político socialdemócrata. Esto llevó muy pronto a una división en la Internacional, cuyas federaciones latinas (la española, la italiana, la belga y la urásica, -Francia no pudo estar representada-) formaron entre sí una unión federal que rompió totalmente con el consejo general marxista de la organización. Dentro de esas federaciones se desarrolló ya lo que puede llamarse anarquismo moderno. Los federados, junto con los nombres de federalistas y antiautoritarios habían utilizado durante un tiempo el de anarquistas, que sus adversarios insistían en aplicarles, y que prevaleció y fue por último reivindicado. Bakunin se convirtió en seguida en el espíritu rector de estas federaciones latinas en el desarrollo de los principios del anarquismo, lo cual hizo en numerosos escritos, folletos y cartas. Pidió la abolición total del Estado, según él producto de la religión, correspondiente a un estadio de civilización más atrasado, y que representaba la negación de la libertad y corrompía hasta lo que pretendía hacer en pro del bienestar común. El Estado era un mal históricamente necesario, pero sería igualmente necesaria, tarde o temprano, su total extinción. Repudiando toda legislación, hasta la nacida del sufragio universal, Bakunin pedía autonomía plena para cada nación, región y comuna, siempre que no constituyesen amenaza para sus vecinos, y plena independencia del individuo, añadiendo que sólo es uno realmente libre cuando son libres los demás, y en proporción a esa libertad de todos. Las federaciones libres de las comunas formarían naciones libres. En cuanto a sus ideas económicas, Bakunin se decía, en común con sus camaradas federalistas de la Internacional, anarquista co-


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lectivista; no como lo fueron Vidal y Becqueur en los cuarenta, o sus modernos seguidores socialdemócratas, sino como defensa de un estado de cosas en que todos los medios de producción fuesen propiedad común de los grupos de trabajo y las comunas libres, y en que el sistema de retribución del trabajo, comunista o de otro género, lo estableciese por sí mismo cada grupo. La revolución social, cuya proximidad predecían entonces todos los socialistas, sería el medio de dar vida a las nuevas condiciones. Las federaciones jurásica, española e italiana y sectores de la Asociación Internacional de Trabajadores, así como los grupos anarquistas franceses, alemanes y americanos, fueron durante los años siguientes los principales centros del pensamiento y la propaganda anarquista. Se abstuvieron de participar en la política parlamentaria y mantuvieron siempre estreoho contacto con las organizaciones obreras. Pero en la segunda mitad de los años ochenta y principios de los noventa, cuando la influencia de los anarquistas empezó a percibirse en las huelgas, en las manifestaciones del Primero de Mayo, en las que defendieron la idea de la huelga general por la jornada de ocho horas, y en la propaganda antimilitarista en el ejército, se inició contra ellos una violenta represión, sobre todo en los países latinos (incluyendo la tortura física en el castillo de Montjuic de Barcelona) y en los Estados Unidos (ejecución de cinco anarquistas de Chicago en 1887). Contra estas persecuciones replicaron los anarquistas con actos de violencia que fueron seguidos a su vez de más ejecuciones de arriba y nuevos actos de venganza de abajo. Creó esto en la generalidad del público la impresión de que la esencia básica del anarquismo era la violencia, punto de vista rechazado por sus partidarios, que sostienen que en realidad todos los partidos recurren a la violencia cuando se les impide la acción directa por la represión, y leyes extraordinarias les declaran forajidos. El anarquismo siguió desarrollándose, en parte en la dirección proudhoniana (mutualista), pero sobre todo como anarcocomunismo, al que se añadió una tercera dirección, la anarcocristiana de


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Leon Tolstoi, y una cuarta que podría denominarse anarquismo literario, y que iniciaron algunos destacados escritores modernos. Las ideas de Proudhon, sobre todo en lo que respecta a la banca mutua, se corresponden con las de Josiah Warren, y hallaron considerable eco en Estados Unidos, dando origen a una escuela distinta, cuyos nombres pueden hallarse en la Bibliografía de la Anarquía del Doctor Nettlau. Ha ocupado posición destacada entre los anarquistas individualistas de Norteamérica, Benjamín R. Tucker, cuyo periódico Liberty se fundó en 1881, y cuyas ideas son una combinación de las de Proudhon y las de Herbert Spencer. Partiendo del principio de que los anarquistas son egoístas, estrictamente hablando, y de que cada grupo de individuos, sea la liga secreta de unos cuantos o el Congreso de los Estados Unidos, tiene derecho a oprimir a todo el resto de la especie humana, siempre que disponga del poder necesario, que debe ser ley la libertad igual para todos y la absoluta igualdad y que ocuparse cada uno de sus propios asuntos es la única regla moral del anarquismo. Tucker pasa a demostrar que una aplicación general y completa de tales principios sería beneficiosa y no presentaría peligro alguno, porque los poderes de cada individuo quedarían limitados por el ejercicio de los derechos iguales de todos los demás. Indicaba luego (siguiendo a H. Spencer) la diferencia que existe entre la usúrpación de los derechos de alguien y la resistencia a esa usurpación; entre dominación y defensa: siendo la primera igualmente condenable, ya sea la usurpación realizada a un individuo por un criminal, o la de uno sobre todos los otros, o la de todos los otros sobre el uno; mientras que la resistencia a la usurpación es defendible y necesaria. En su propia defensa, tanto el ciudadano como el grupo, tienen derecho a cualquier violencia, incluida la pena capital. Se justifica también la violencia para hacer obligatorio el respeto a un acuerdo.


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Tucker sigue así a Spencer, y, como él, abre (en opinión del que escribe) el camino de la reconstitución, so pretexto de defensa, de todas las funciones del Estado. Su crítica del Estado actual es muy penetrante, y su defensa de los derechos del individuo de gran vigor. En cuanto a sus ideas económicas, sigue B. R. Tucker a Proudhon. El anarquismo individualista de los proudhonianos de América del Norte encuentra, sin embargo, poco eco en las masas obreras. Los que lo profesan (principalmente intelectuales) comprenden pronto que la individualización que tanto ensalzan no es asequible por esfuerzos individuales, y o bien abandonan las filas anarquistas y se entregan al individualismo liberal de los economistas clásicos, o bien se refugian en una especie de amoralismo epicúreo, o teoría del superhombre, similar a las de Stirner y Nietzsche. La mayoría de los obreros anarquistas prefieren las ideas anarcocomunistas que han evolucionado gradualmente a partir del colectivismo anarquista de la Asociación Internacional de Trabajadores. A esta dirección pertenecen (y nombro sólo a los exponentes más conocidos del anarquismo) Eliseo Reclus, Jean Grave. Sebastian Fauré y Emilio Pouget en Francia; Enrico Malatesta y Covelli en Italia; R. Mella, A. Lorenzo y los autores, desconocidos la mayoría, de muchos excelentes manifiestos de España; John Most entre los alemanes; Spies, Parsons y sus seguidores en los Estados Unidos, etcétera; también Domela Nieuwenhuis ocupa una posición intermedia en Holanda. Los principales periódicos anarquistas publicados a partir de 1880 pertenecen también a esa tendencia; y gran cantidad de anarquistas que también pertenecen a ella se han unido al llamado movimiento sindicalista, nombre francés del movimiento obrero no político, consagrado a la lucha directa contra el capitalismo, que tanta prominencia ha adquirido últimamente en Europa. Como anarcocomunista, el que esto escribe trabajó muchos años para desarrollar las siguientes ideas: mostrar la conexión lógica e íntima que existe entre la filosofía moderna de las ciencias naturales y el anarquismo; dar al anarquismo una base científica para


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el estudio de las tendencias que son patentes hoy en la sociedad y que puede indicar su posterior evolución; y estableoer las bases de la moral anarquista. En cuanto a la esencia del propio anarquismo, fue objetivo de Kropotkin demostrar que el comunismo, (al menos parcial) tiene más posibilidades de éxito que el colectivismo, sobre todo si las comunas toman la dirección, y que la forma libre, o anarcocomunista, es la única forma de comunismo que ofrece posibilidades estables a las sociedades civilizadas; comunismo y anarquía son, en consecuencia, dos factores de evolución que se complementan mutuamente, y que se hacen mutuamente posibles y aceptables. Ha intentado, además, indicar cómo, durante un período revolucionario, una gran ciudad (si sus habitantes aceptan la idea) podría organizarse según las directrices del comunismo libre; la ciudad garantizaría a todo habitante vivienda, comida y ropa en proporción correspondiente al bienestar de que hoy sólo disfrutan las clases medias, a cambio de un trabajo de medio día, o de cinco horas; y que todo lo que se considerara lujo podría obtenerse de modo general si los individuos se uniesen durante la otra mitad del día en todo género de asociaciones libres que persiguiesen los diversos objetivos posibles: educativos, literarios, científicos, artísticos, deportivos, etcétera. A fin de probar el primero de estos asertos, ha analizado las posibilidades de la agricultura y del trabajo industrial, combinadas ambas con las tareas del intelecto. Y con el fin de determinar los principales factores de evolución de los seres humanos, analicé el papel que jugaron en la historia las sociedades populares constructivas de ayuda mutua y el papel histórico del Estado. Sin titulares anarquistas, Leon Tolstoi, como sus predecesores de los movimientos religiosos populares de los siglos quince y dieciséis, Chojecki, Denk y muchos otros, adopta una posición anarquista respecto al Estado y a los derechos de propiedad, derivando sus conclusiones del espíritu general de las enseñanzas de Cristo y de los necesarios dictados de la razón. Con todo el poder de su talento, ha realizado (sobre todo en El reino de Dios en nosotros mismos) una vigorosa crítica de la Iglesia, el Estado y la Ley, Y sobre todo


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de las leyes de propiedad actuales. Describe el Estado como dominación de los débiles, apoyada en la fuerza bruta. Los ladrones, dice, son mucho menos peligrosos que un gobierno bien organizado. Hace una penetrante crítica de los prejuicios en boga hoy respecto a los beneficios que Iglesia, Estado y la distribución actual de la propiedad confieren a los hombres y deduce de las doctrinas de Cristo el poder de la no resistencia y la condena absoluta de todas las guerras. Pero sus argumentos religiosos están tan admirablemente combinados con argumentos que proceden de una observación desapasionada de los males de hoy, que las partes anarquistas de su obra, hablan tanto para el lector religioso como para el que no lo es. Resultaría imposible explicar aquí, en tan breve bosquejo, la penetración, por una parte, de las ideas anarquistas en la literatura moderna, y la influencia, por otra, que las ideas libertarias de los mejores escritores contemporáneos han ejercido en el desarrollo del anarquismo. Pueden consultarse los diez grandes volúmenes del Suplemento literario del periódico La Révolte y también el de Temps Nouveaux, en el que hay citas de las obras de centenares de autores modernos que exponen ideas anarquistas, para comprender hasta qué punto está estrechamente relacionado el anarquismo con todo el movimiento intelectual de nuestro tiempo. Liberty de J. S. Mill, Individual versus The State de Spencer, Morality without Obligation or Sanction de Jean Marie Guyau y La Morale, l'art, et la religion de Fouillée, las obras de Multatuli (E. Douwes Dekker), Arte y revolución de Ricardo Wagner, las obras de Nietzsche, Emerson, W. Lloyd Garrison, Thoreau, Alejandro Herzen, Edward Carpenter, etcétera; y en el campo de la literatura propiamente dicha, los dramas de Ibsen, la poesía de Walt Whitman, Guerra y Paz de Tolstoi, París y El trabajo de Zola, los últimos libros de Merezhkovsky, e infinidad de obras de autores menos conocidos, están llenas de ideas que muestran cuán estrechamente relacionado está el anarquismo con los quehaceres del pensamiento moderno que sigue la misma tendencia de liberar al hombre de las ataduras del Estado y del capitalismo.


ANARQUISMO: LO QUE SIGNIFICA REALMENTE. Emma Goldman ANARQUÍA Siempre despreciado, maldecido, nunca comprendido Eres el terror espantoso de nuestra era. "Naufragio de todo orden", grita la multitud, "Eres tú y la guerra y el infinito coraje del asesinato." Oh, deja que lloren. Para esos que nunca han buscado La Verdad que yace detrás de la palabra , A ellos la definición correcta de la palabra no les fue dada. continuarán ciegos entre los ciegos. Pero tu, Oh palabra, tan clara, tan fuerte, tan pura, Vos dices todo lo que yo, por meta he tomado. Te entrego al futuro! Tú eres segura. Cuando uno, por lo menos despertará por sí mismo . ¿Viene en la solana del atardecer? ¿En la emoción de la tempestad? !No puedo decirlo--pero ella la tierra podrá ver! !Soy un anarquista! Por lo que no reinaré, y tampoco reinado seré! John Henry Mackay.

La historia del desarrollo y crecimiento humano es, a la vez, la historia de la lucha terrible de cada nueva idea anunciando la llegada de un muy brillante amanecer. En su agarre persistente de la tradición , lo Viejo con sus medios más crueles y repugnantes pretende detener el advenimiento de lo Nuevo, cualesquiera sean la forma y el período en que aquel se manifieste. Tampoco necesitamos recaminar nuestros pasos hacia el pasado para darnos cuenta de la enormidad de la oposición, las dificultades y adversidades puestas en el camino de cada idea progresista. La rueca, la tuerca y el azote permanecen con nosotros; al igual que el ajuar del convicto y el coraje social, todos conspirando en contra del espíritu que va marchando serenamente.


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El anarquismo no podía tener la esperanza de escapar el destino de todas las demás ideas innovadoras. Por supuesto, como el innovador de espíritu más revolucionario, el Anarquismo necesariamente debe topar con la ignorancia y el envenenado rechazo del mundo que pretende reconstruir. Para rebatir, aun de manera escueta, con todo lo que se está diciendo y haciendo contra elAnarquismo, sería necesario un volumen entero. Por lo tanto, solamente rebatiré dos de las objeciones principales . Al así hacerlo, trataré de aclarar lo que verdaderamente quiere decirAnarquismo. El extraño fenómeno de la oposición al Anarquismo es el que trae a la luz la relación entre la llamada inteligencia y la ignorancia. Y aún esto no es tan extraño, cuando consideramos la relatividad de las cosas. La masa ignorante tiene a su favor que no pretende simular conocimiento o tolerancia. Actuando, como hace siempre, por puro impulso, sus razonamientos son como los de los niños. "¿Por qué?" "Porque sí." Aún así, la oposición del no educado hacia el Anarquismo merece la misma consideración que la del hombre inteligente. ¿Cuáles son, pues, las objecciones? Primero, el Anarquismo no es práctico, aunque sea una idea muy atrayente. En segundo lugar, el Anarquismo equivale a violencia y destrucción, por lo que debe ser rechazado por vil y peligroso. Tanto el hombre inteligente como la masa ignorante juzgan no a partir de un conocimiento profundo del tema, sino de rumores o falsas interpretaciones. Un esquema práctico, dice Oscar Wilde, es uno que ya tiene existencia, o una forma que podría llevarse a cabo bajo las condiciones existentes; pero son-exactamente esas condiciones que uno objeta y cualquier propósito que pudiese aceptarlas necesariamente es incorrecto y una locura. El verdadero criterio de lo práctico, por lo tanto, no es si puede mantener intacto lo incorrecto e imprudente; hasta cierto punto consiste en averiguar si el esquema tiene la vitalidad suficiente para abandonar, dejar atrás las aguas estancadas de lo viejo y


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edificar, al igual que mantener, una nueva vida. A la luz de esta concepción, el Anarquismo es definitivamente práctico. Más que ninguna otra idea, es de ayuda acabar con lo equívoco e irracional; más que ninguna otra idea, está edificando y manteniendo nueva vida. Las emociones del hombre ignorante se ven contínuamente aplacadas por las historias sangrientas del Anarquismo. Nada hay demasiado ofensivo para ser aplicado en contra de esta filosofía y sus oponentes. Por lo tanto el Anarquismo representa para el no-pensante, lo que el proverbial malvado, hace al niño,--un monstruo obscuro empeñado en tragarlo todo; en pocas palabras, destrucción y violencia. !Destrucción y violencia! ¿Cómo va a saber el hombre ordinario, que el elemento más violento en la sociedad es la ignorancia; que su poder de destrucción es justamente lo que el Anarquismo está combatiendo? Tampoco, no está al tanto de que el Anarquismo; cuyas raíces, como fuesen, son parte de las fuerzas naturales, destruyen, no células saludables, sino el crecimiento parasítico, que se nutre de la misma esencia de la vida social. Está meramente librando el suelo de yerbajos y arbustos para eventualmente producir fruta saludable. Alguien ha dicho que se requiere menos esfuerzo mental para condenar, que lo que se requiere, para pensar. La indolencia mental esparcida mundialmente, tan prevaleciente en la sociedad nos prueba una vez más que este hecho es demasiado cierto. En vez de ir al significado de cualquier idea dada, para examinar su origen y razón de ser; la mayoría de las personas, la condenarán enteramente, o dependerán de definiciones de aspectos no esenciales superficiales o llenas de prejuicios . El Anarquismo reta al hombre a pensar, a investigar, a analizar cada proposición; pero para no abrumar al lector medio también comenzaré con una definición y luego elaboraré sobre lo último. ANARQUISMO:--La filosofía de un nuevo orden social basado en la libertad sin restricción, hecha de la ley del hombre; la teoría que todos los gobiernos descansan sobre la violencia y por


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lo tanto son equívocos y peligrosos, al igual que innecesarios. El nuevo orden social descansa, por supuesto, en la base materialista de la vida, pero mientras todos los Anarquistas concuerdan en que el mal actual es uno económico; mantienen que la solución a esa maldad puede conseguirse solamente bajo la consideración de cada fase de la vida, --individual, al igual que colectiva; la interna, al igual que la fase externa. Un escrutinio a fondo de la historia del desarrollo humano descubrirá dos elementos en un agrio conflicto el uno contra el otro, elementos que ahora comienzan a ser entendidos, no como extranjeros entre sí, pero estrechamente relacionados y verdaderamente armoniosos, si son colocados en ambientes propios: de los instintos individuales y los sociales. El individuo y la sociedad han mantenido una guerra persistente y sangrienta por la supremacía, porque cada uno estaba ciego ante el valor y la importancia del otro. Los instintos individuales y sociales; el primero, el factor más poderoso para la iniciativa individual, su crecimiento, sus aspiraciones y auto-realización; el segundo, un factor igualmente importante para la ayuda mútua y el bienestar social. No se está lejos de encontrar explicación a la tormenta desatada dentro del individuo, y entre éste y su entorno . El hombre primitivo, incapaz de entender su ser, menos aún la unidad de toda la vida, se siente absolutamente dependiente de fuerzas ciegas y escondidas, siempre listas para burlarse y ridiculizarle. De esas actitudes crecieron los conceptos religiosos del hombre, como una mera partícula de polvo, dependiente en los poderes supremos elevados que sólo pueden se aplacados a través de la sumisión a su voluntad. Todas las sagas tempranas sobre esa idea, que continúan siendo el Leitmotiv de las historias biblícas, bregando con la relación del hombre con Dios, con el Estado y con la sociedad. Otra vez el mismo motivo, el hombre es nada, los poderes son todo. Entonces, Jehová solamente tolerará al hombre que manifiesta la condición de entrega completa. El hombre


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puede tener todas las glorias de la tierra. El Estado, la Sociedad, y las Leyes Morales, todas cantan el mismo refrán: El hombre puede tener todas las glorias de la tierra, pero no podrá ser consciente de sí mismo. El Anarquismo es la única filosofía que devuelve al hombre la consciencia de sí mismo, la cual mantiene que Dios, el Estado y la Sociedad no existen, que sus promesas son vacías y sin valor, ya que pueden ser logradas sólo a través de la subordinación del hombre. El Anarquismo, por lo tanto, es el maestro de la unidad de la vida, no meramente en la naturaleza, sino también en el hombre. No hay conflicto entre los instintos sociales e individuales, no más de los que existen entre el corazón y los pulmones: el uno, el receptáculo de la esencia de la preciosa vida; y el otro, el almacén del elemento que mantiene la esencia pura y fuerte. El individuo es el corazón de la sociedad, conservando la esencia de la vida social; la sociedad es el pulmón que está distribuyendo el elemento para mantener la esencia de vida--es decir, al individuo--puro y fuerte. "La única cosa de valor en el mundo," dice Emerson, "es el alma activa; a la cual todo hombre tiene dentro de sí. El alma activa ve la verdad absoluta y la proclama y la crea". "En otras palabras, el instinto individual es la cosa de valor en el mundo. Es el alma verdadera la que visualiza y crea la vida de la verdad, del cual saldrá una mayor verdad, el alma social renacida. El Anaquirsmo es el gran libertador del hombre, sin coma de los fantasmas que lo han tenido cautivo; es el árbitro y pacificador de las dos fuerzas para la armonía individual y social. Para lograr esa unidad, el Anarquismo le ha declarado la guerra a las influencias perniciosas, las cuales, hasta ahora, han impedido la armoniosa unidad de los instintos individuales y sociales. La Religión, el dominio de la mente humana; la Propiedad, el domininio de las necesidades humanas; el Gobierno, el dominio de la conducta humana, representan el baluarte de la esclavitud del


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hombre y los horrores que le exige. !La Religión! Cómo domina la mente humana, cómo humilla y degrada el alma. Dios es el todo, el hombre es nada dice la religión. Pero, de esa nada, Dios ha creado un reino tan déspota, tan tirano, tan cruel, tan terrible, que nada que no sea desastre, lágrimas y sangre han reinado el mundo desde que los dioses comenzaron. El Anarquismo impulsa al hombre a la rebelión en contra de este monstruo negro. Rompe tus cadenas mentales; le dice el Anarquismo al hombre, porque, no va a ser hasta que tu pienses y juzgues por tí mismo, que saldrás del dominio de la obscuridad, el mayor obstáculo para todo progreso. La Propiedad, el dominio de las necesidades del hombre, la negación del derecho de satisfacer sus necesidades. El Tiempo nació cuando la propiedad reclamó su derecho divino, cuando vino hacia el hombre con el mismo refrán, igual que la religión, "!Sacrifícate! !Abnégate! ¡Entrégate!" El espíritu del Anarquismo ha elevado al hombre de su posición postrada. Ahora está de pie, su faz hacia la luz. Ha aprendido a ver la insaciable, devoradora y devastadora naturaleza de la propiedad y está preparándose para darle el golpe de muerte al monstruo. "La propiedad privada es un robo," dijo el gran anarquista francés Proudhon. Sí, pero sin riesgo y peligro para el ladrón. Monopolizando los esfuerzos acumulados por el hombre, la propiedad le ha desposeído de su derecho de nacimiento tornándole en un indigente y un paria. La propiedad ni siquiera posee la excusa tan gastada de que el hombre no crea lo suficiente para satisfacer sus necesidades. Apenas aprendido el ABC de la economía, los estudiantes ya saben que la productividad del trabajo, durante las últimas décadas, excede por mucho la demanda normal. Pero, ¿qué son demandas normales para una institución anormal? La única demanda que la propiedad reconoce es su propio apetito glotónico para mayor riqueza, porque riqueza significa poder, el poder de someter, de aplastar, de explotar, el poder de esclavizar, de ultrajar y degradar. América se muestra particularmente jactanciosa de su gran poder, su enorme riqueza nacional. Pobre América, ¿de que vale toda su riqueza, si los individuos


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que la componen son miserablemente pobres? Viviendo en la asquerosidad, en la suciedad y el crimen; perdida la esperanza y la alegría, deambula un ejército desterrado de presas humanas sin hogar. Generalmente se considera que, a menos que las ganancias de cualquier negocio excedan su costo, la bancarrota es inevitable. Pero, aquellos comprometidos en el negocio de producir riqueza no han aprendido ni esta simple lección. Cada año el costo de la producción en la vida humana está creciendo más ( 50,000 asesinados, 100,000 heridos en América el año pasado); las ganancias para las masas, que ayudan a crear la riqueza, se se están reduciendo aún más. Todavía América continúa ciega a la bancarrota inevitable de nuestro negocio de producción. Ni es éste el único crimen de éstos. Todavía más fatal aún es el crimen de convertir al productor en un mero engranaje de una máquina, con menos deseo y decisión que su organizador de acero y hierro. Al hombre no sólo le están robando los productos de su labor, sino también el poder de la libre iniciativa, de la originalidad y el interés en o el deseo por las cosas que está haciendo. La verdadera riqueza consiste en objetos de utilidad y belleza, en cosas que ayuden a crear cuerpos fuertes y preciosos y alrededores que inspiren a la vida. Pero si el hombre está condenado a enrolar algodón alrededor de la rueca, o cavar carbón durante toda su vida, no puede hablarse en ningún caso de riqueza. Lo que da al mundo son solo cosas grises y asquerosas, reflejo de su aburrida y odiosa existencia,--muy débil para vivir, muy cobarde para morir. Suena extraño el decirlo, pero hay personas que ensalzan el mortal método


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de la producción centralizada es el logro de más orgullo de nuestra era. Éstos fallan absolutamente, al no enterarse, de que si continuamos con esta docilidad mecánica, nuestra esclavitud será más completa que lo que fue nuestra unión al Rey. Ellos no quieren saber, que la centralización no es sólo el toque de muertos de la libertad, pero también de la salud y la belleza, del arte y la ciencia, todas estas siendo imposibles en una atmósfera mecánica parecida a un reloj. El Anarquismo no puede sino repudiar tal método de producción: su meta es la expresión más libre posible de todos los talentos del individuo. Oscar Wilde define una personalidad perfecta como "una que se desarrolla bajo condiciones perfectas, que no ha sido herida, mutilada ni ha estado en peligro." Una personalidad perfecta, entonces, sólo es posible en un estado de la sociedad, donde el hombre sea libre de escoger el modo de trabajo, las condiciones de trabajo y la libertad para trabajar. Una, para quien la fabricación de una mesa, o la preparación de la tierra, es como la pintura para el artista y el descubrimiento para el científico,--el resultado de inspiración, de intenso deseo y un interés profundo en el trabajo como una fuerza creativa. Siendo ese el ideal del Anarquismo, la organización económica debe consistir en la producción voluntaria y asociaciones distributivas, gradualmente desarrollándose en comunismo libre, como el mejor medio de producción, con el menor de energía humana. Aunque el Anarquismo también reconoce el derecho del individuo, o números de individuos, para acomodar todo el tiempo otras formas de trabajo, en armonía con sus gustos y deseos. Tal exhibición libre de energía humana es posible sólo bajo la libertad completa, individual y social. El Anarquismo dirige sus fuerzas en contra del tercer y mayor enemigo de toda equidad social, esto es, el Estado, la autoridad organizada o ley estatuaria,--el dominio de la conducta humana.


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Igual que la religión ha encadenado la mente humana y como la propiedad, o el monopolio de las cosas, ha conquistado y ahogado las necesidades humanas, el Estado ha esclavizado su espíritu, dictando cada fase de conducta. "Todo el gobierno en esencia," dice Emerson, "es tiranía." Sin importar si es gobierno por derecho divino o regla de mayoría. En cada instancia su meta es la subordinación absoluta del individuo. Refiriédose al gobierno Norteaméricano, el gran Anarquista americano, David Thoreau, dijo: "el Gobierno, qué es sino tradición, aunque una reciente, tentando para transmitirse intacto a la posteridad, pero cada instante perdiendo su integridad; éste no tiene la vitalidad y fuerza de un sencillo hombre viviente. La Ley nunca hizo al hombre ni un poco más justo y por su medio de respeto hacia ésa, hasta los bien dispuestos son diariamente convertidos en agentes de la injusticia." Ciertamente, lo crucial del gobierno es la injusticia. Con la arrogancia y suficiencia-propia del Rey, el cual no podía hacer el mal, los gobiernos ordenan, juzgan, condenan y castigan las ofensas más insignificantes, mientras, manteniéndose gracias a la más grande de las ofensas, la erradicación de la libertad individual. Por lo tanto, Ouida está en lo cierto, cuando ella mantiene que "el Estado sólo busca inculcar las cualidades necesarias en el público por las cuales sus demandas sean obedecidas y sus arcas se vean repletas. Su mayor logro es la reducción del ser humano a un mero mecanismo de relojería. En su atmósfera, todas esas libertades finas y más delicadas, que requieren tratamiento y una expansión espaciosa, inevitablemente se secan y mueren. El Estado requiere una máquina paga impuestos, en la cual no hay marcha atrás, un fisco sin deficit; un público monótono, obediente, sin color, sin espíritu, moviéndose humildemente, como un rebaño de ovejas en un camino alto y recto entre dos paredes." Pero, hasta un rebaño de ovejas resistiría la vana sutileza del Estado, sino fuera por los métodos opresivos, tiránicos y corruptos que utiliza para servirse de sus propósitos. Por lo tanto, Bakunin repudia el Es-


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tado, le ve como sinónimo de la entrega de la libertad del individuo o de las pequeñas minorías,--la destrucción de la relación social, la restricción, o hasta la completa negación, de la vida misma, para su engrandecimiento. El Estado es el altar de la libertad política y como el altar religioso, es mantenido para el propósito del sacrificio humano. De hecho, no hay casi ningún pensador moderno que no concuerde que el gobierno, la autoridad organizada, o el Estado son únicamente necesarios para mantener o proteger la propiedad y el monopolio. Sólo se ha mostrado eficiente en esa función. Hasta George Bernard Shaw, quien aún cree en un posible milagro del Estado bajo el Fabianismo, aunque admite que "este es al presente, una inmensa máquina para robar y esclavizar al pobre con la fuerza bruta." Siendo éste el caso es difícil entender, porqué el inteligente introductor desea mantener el Estado después que la pobreza cese de existir. Desafortunadamente, todavía hay un número de personas que continúan con la fatal creencia de que el gobierno descansa sobre leyes naturales, que éstas mantienen el orden social y la armonía, que disminuye el crimen y que previene que el hombre vago engañe a sus semejantes. Por lo tanto, examinaré este argumento.. Una ley natural es ese factor en el hombre, el cual se afirma a sí mismo libremente y espontáneamente, sin alguna fuerza externa, en armonía con los requisitos de la naturaleza. Por ejemplo, la demanda de nutrición, de gratificación sexual, de luz, de aire y ejercicio es una ley natural. Pero, su expresión no necesita la maquinaria del gobierno, ni tampoco del club, la pistola, las esposas o la prisión. Obedecer tales leyes, si podemos llamarle obediencia, requiere solamente espontaniedad y una oportunidad libre. Que los gobiernos no se mantienen a sí mismos a través de tales factores armoniosos, se prueba con las terribles demostraciones de violencia, fuerza y coerción que usan todos los gobiernos para poder vivir. Por lo tanto, Blackstone está correcto cuando dice, "Las leyes humanas son


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inválidas, porque éstas son contrarias a las leyes de la naturaleza." A menos que sea el orden que se produjo en Varsovia luego de la matanza de miles de personas, es difícil atribuir a los gobiernos la capacidad para el orden o la armonía social. El orden derivado de la sumisión y mantenido con terror poca seguridad garantiza, aunque ese es el único "orden" que los gobiernos han mantenido. La verdadera armonía social crece naturalmente de la solidaridad de intereses. En una sociedad donde esos que siempre trabajan nunca disponen de nada, mientras esos que nunca trabajan disfrutan de todo, la solidadridad de los intereses no existe, de aquí que la armonía social sea un mito. La única forma en que la autoridad organizada enfrenta esta situación grave es extendiendo todavía más los privilegios a esos que han monopolizado la tierra y esclavizando aún más a las masas desheredadas. De esta manera, el arsenal entero del gobierno--leyes, policía, soldados, las cortes, legisladuras, prisiones,--está acérrimamente involucrado en "armonizar" los elementos más antagónicos de la sociedad. La más absurda excusa para la autoridad y la ley es que sirven para disminuir el crimen. Aparte del hecho de que el Estado es en sí mismo el más grande criminal, rompiendo toda ley escrita y natural, robando en la forma de impuestos, asesinando en la forma de guerra y pena capital, ha llegado a verse completamente superadoen su lucha contra el crimen. Ha fallado totalmente en destruir o tan siquiera minimizar el terrible azote de su propia creación. El Crimen no es nada más que energía mal dirigida. Mientras cada institución de hoy día, económica, política, social y moral, conspire para dirigir errádamente la energía humana por canales equívocos; mientras la mayoría de las personas estén fuera de lugar, haciendo las cosas que odian hacer, viviendo una vida que aborrecen vivir, el crimen será inevitable y todas las leyes en los estatutos solamente pueden aumentar, pero nunca terminar con el crimen. Qué sabe la sociedad, como existe hoy día, del proceso


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de la desesperación, de la pobreza, de los horrores, de la pusilánime lucha que pasa el alma hhumana en su camino hacia el crimen y la corrupción. Quén conoce este proceso terrible no puede dejar de ver la verdad en estas palabras de Peter Kropotkin: "Esos que calcularán el balance entre los beneficios atribuídos a la ley y el castigo y el efecto degradante de este sobre la humanidad; que estimarán el torrente de ruindad derramado sobre la sociedad humana por el informante, favorecido hasta por el Juez y pagado en monedaresonante por gobiernos, bajo el pretexto de ayuda a desemascarar el crimen; esos que irán dentro de las paredes de la prisión y allí ver en lo que se han convertido los seres humanos cuando se les priva de su libertad, cuando son sujetos al cuidado de guardianes brutales, con groserías, con palabras crueles, enfrentándose a mil humillaciones punzantes y agudas, concordarán con nosotros que el aparato entero de la prisión y su castigo es una abominación que debe terminar." La influencia disuasiva de la ley sobre el hombre ocioso es demasiado absurda para merecer alguna consideración. Solamente con liberar a la sociedad del gasto y de los desperdicios que causa mantener a una clase ociosa y del igualmente gran gasto de la parafernalia de protección que esta clase de haraganes requiere, en la sociedad existiría abundancia para todos, incluyendo hasta el individuo ocioso ocasional. Además, está bien considerar que la vagancia resulta o de los privilegios especiales o de las anormalidades físicas y mentales. Nuestro demente sistema de producción patrocina ambos y el fenómeno más sorprendente es que la gente desee trabajar, aún ahora. El Anarquismo aspira desgarrar al trabajo de su aspecto estéril y aburrido, de su brillo y compulsión. Intenta hacer del trabajo un instrumento de gozo, de fuerza, de armonía real, para que aún el más pobre de los hombres, pueda encontrar en el trabajo recreación y esperanza. Para lograr tal arreglo de la vida, del gobierno, sus medidas injustas, arbitrarias y represivas deben ser acabadas. Lo mejor que ha hecho es imponer un solo modo de vida, sin importar las variaciones


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individuales y sociales, además de sus necesidades. Al destruir el gobierno y las leyes estatutarias, el Anarquismo propone rescatar el respeto-propio y la independencia del individuo de toda prohibición e invasión por la autoridad. Solo en la libertad puede el hombre alcanzar su completo desarrollo. Solamente en la libertad aprenderá a pensar y a moverse y a dar lo mejor de sí. Sólo en libertad realizará la verdadera fuerza de los lazos sociales,que atan al hombre entre sí y los cuales son la verdadera base de una vida social normal. Pero, ¿qué de la naturaleza humana? ¿Puede ser cambiada? Y si no, ¿sobrevivirá bajo el Anarquismo? Pobre naturaleza humana, !qué crímenes horribles han sido cometidos en tu nombre! Todo tonto, desde el rey hasta el policía, desde la persona más cabezota , hasta el ignorante sin visión de la ciencia, presume hablar con autoridad de la naturaleza humana. Mientras mayor sea el charlatán mental, más definitiva será su insistencia en la iniquidad y debilidad de la naturaleza humana. Pero, ¿cómo puede cualquiera hablar de eso hoy, con todas las almas en prisión, con cada corazón encadenado, herido y mutilado? Juan Burroughs ha dicho que el estudio experimental de los animales en cautiverio es absolutamente inútil. Su carácter, sus hábitos, sus apetitos pasan por una transformación completa, cuando son arrancados de su suelo en el campo y en el bosque. Con la naturaleza humana enjaulada en un estrecho espacio, batida diariamente hasta la sumisión, ¿cómo podemos hablar de sus potencialidades? La libertad, la expansión, la oportunidad y sobre todo, la paz y el descanso, solos, pueden enseñarnos los factores dominantes reales de la naturaleza humana y todas sus magníficas posibilidades. El Anarquismo, entonces, verdaderamente favorece la liberación de la mente humana del dominio de la religión la liberación del cuerpo humano del dominio de la propiedad, la liberación de las cadenas y


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prohibiciones del gobierno. El Anarquismo representa un orden social basado en la agrupación libre de los individuos, con el propósito de producir verdadera riqueza social, un orden que garantizará a cada humano un acceso libre a la tierra y un gozo completo de las necesidades de la vida, de acuerdo a los deseos individuales, gustos e inclinaciones. Esto no es una idea salvaje o una aberración mental. Han llegado a tal conclusión multitud de hombres y mujeres inteligentes de todo el mundo, una conclusión resultante de la observación cercana y estudiosa de las tendencias de la sociedad moderna; la libertad individual y la equidad económica, las fuerzas gemelas para el nacimiento de lo que es transparente y verdadero en el hombre. En cuanto a los métodos. El Anarquismo no es, como muchos pueden suponer, una teoría del futuro a ser logrado a traves de la inspiración divina. Es una fuerza de vida en los asuntos de nuestra vida, constantemente creando nuevas condiciones. Los métodos del Anarquismo por lo tanto no contienen un programa, armado de hierro para llevarse a cabo bajo toda circunstancia. Los métodos deben salir de las necesidades económicas de cada lugar y clima y de los requisitos intelectuales y temperamentales del individuo. El carácter calmado y sereno de un Tolstoy desearán diferentes métodos para la reconstrucción social, que la intensa, desbordante personalidad de Miguel Bakunin o de un Pedro Kropotkin. Igualmente también debe ser aparente que las necesidades económicas y políticas de Rusia dictarán medidas más drásticas que las de Inglaterra o América. El Anarquismo no representa ejercicios militares y uniformidad pero, sí defiende el espíritu revolucionario, en cualquier forma, en contra de todo lo que impida el crecimiento humano. Todos los Anarquistas concuerdan en eso, al igual que están de acuerdo en su oposición a la maquinaria política como un medio de traer el gran cambio social. "Toda votación," dice Thoreau, "es como jugando, como damas, o backgammon, el juego con el bien y el mal, su obligación nunca excede su conveniencia. Hasta votando por lo correc-


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to es hacer nada por ello. Un hombre sabio no dejará el derecho a la clemencia de la oportunidad, ni deseará que prevalezca a través del poder de la mayoría." Un examen cercano de la maquinaria política y sus logros nos llevarán a la lógica de Thoreau. ¿Qué nos demuestra la historia del parlamentarismo? Nada, excepto la omisión y la derrota, ni hasta una sencilla reforma para mejorar la tensión económica y social de la gente. Se han aprobado leyes y han hecho estatutos para el mejoramiento y protección del trabajo. Así, de este modo, el año pasado se probó en Illinois, con las leyes más rígidas para la protección minera, tuvo los desastres mineros mayores. En Estados donde las leyes del trabajo de los niños prevalecen, la explotación infantil está en unos niveles altísimos y aunque con nosotros los trabajadores disfrutan de oportunidades políticas completas, el capitalismo ha llegado a su momento cumbre más desvergonzado.. Hasta si los trabajadores pudiesen tener sus propios representantes, que es, lo que nuestros buenos políticos socialistas están clamando, ¿que oportunidades hay para su honestidad y buena fe? Una tiene que tener en mente el proceso de la política, para darse cuenta que su camino de buenas intenciones está repleto de peligro latente: maquinaciones secretas, intrigas, adulaciones, mentiras, trampas; de hecho, sofistería de toda índole, donde el aspirante político puede lograr el éxito. Añadido a eso está la desmoralización completa del carácter y las convicciones, hasta que no queda nada, que haría que una tuviese esperanza de tal desamparo humano. Una y otra vez las personas fueron lo suficientemente tontos en confiar, creer y apoyar hasta su último penique, a los aspirantes políticos , para verse al final traicionados y engañados. Se puede decir que los hombres íntegros no se convertirían en corruptos en el molino pulverizante político. Quizás no, pero esos hombres estarán absolutamente desamparados para ejercer la más ínfima influencia en nombre de los trabajadores, como ha sido demostrado en numerosos ejemplos. El Estado es el amo


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económico de sus sirvientes. Los buenos hombres, si los hubiere, o permanecerían fieles a su fe política y perderían su apoyo económico, o se agarrarían de su amo económico mostrándose del todo incapaces de hacer el mínimo bien. La arena política nos deja sin alternativa, una debe ser un burro o un pícaro. La superstición política todavía domina los corazones y las mentes de las masas, pero los verdaderos amantes de la libertad no tendrán nada que ver con esto. Al contrario, éstos creen con Stirner que el hombre tiene tanta libertad como la que quiera tomarse. El Anarquismo, por lo tanto, mantiene la acción directa, el desafío abierto y la resistencia hacia todas las leyes y restricciones económicas, sociales y morales. Pero el desafío y la resistencia son ilegales. Ahí yace la salvación del hombre. Todo lo ilegal necesita integridad, seguridad-propia y coraje. Busca espíritus libres e independientes, a "hombres que son hombres y que tienen un hueso en sus espaldas, el cual no puede atravesarse con la mano." El sufragio universal mismo debe su existencia a la acción directa. De no ser por el espíritu de rebelión, del desafío por parte de los padres revolucionarios americanos, sus descendientes todavía estarían bajo el cobijo del Rey. Sino fuera por la acción directa de un Juan Brown y sus camaradas, América todavía estaría canjeando la piel del hombre negro. Cierto, el canje de la piel blanca todavía existe, pero, también, tendrá que ser abolido por la acción directa. El sindicalismo, la arena económica del gladiador moderno, le debe su existencia a la acción directa. No fue hasta fechas recientes que la ley y el gobierno han tratado de aplastar el movimiento sindical y condenado a prisión por conspiradores, a los exponentes del derecho del hombre a organizarse. De haber tratado de lograr su causa rogando, alegando y pactando, los sindicatos serían hoy muy pocos. En Francia, en España, en Italia, en Rusia, hasta Inglaterra testimonia la creciente rebelión de las uniones laborales, la acción directa, revolucionaria, económica se ha convertido una fuerza tan poderosa en la lucha por la libertad industrial que ha conseguido que el mundo se de cuenta de


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la tremenda importancia del poder del trabajo. La huelga general, la expresión suprema de la conciencia económica de los trabajadores, fue ridiculizada en América hace poco. Hoy toda gran huelga, para ganar, debe darse cuenta de la importancia de la protesta general solidaria. La acción directa, habiendo probado su efectividad en las líneas económicas, es igualmente potente en el ambiente individual. Allí cientos de fuerzas avanzan sobre su ser y sólo la resistencia persistente frente a ellas finalmente lo libertará. La acción directa en contra de la autoridad en la tienda, acción directa en contra de la autoridad de la ley, acción directa en contra de la autoridad entrometida, invasiva de nuestro código moral, es el método lógico y consistente del Anarquismo.¿ Nos guiará éste a una revolución? Por supuesto, lo hará. Ningún cambio social ha venido sin una revolución. Las personas o no están familiarizadas con su historia, o todavía no han aprendido, que la revolución es el pensamiento llevado a la acción. El Anarquismo, la gran fermentación del pensamiento, está hoy imbricado en cada una de las fases del empeño humano. La Ciencia, el Arte, la Literatura, el Drama, el esfuerzo para un mejoramiento económico, de hecho toda oposición individual y social al desorden existente de las cosas, es iluminado por la luz espiritual del Anarquismo. Es la filosofía de la soberanía del individuo. Es la teoría de la armonía social. Es el gran resurgimiento de la verdad viva que está reconstruyendo el mundo y nos anunciará el Amanecer.


LA ANARQUÍA. Errico Malatesta La palabra anarquía proviene del griego y significa sin gobierno; es decir la vida de un pueblo que se rige sin autoridad constituida, sin gobierno. Antes que toda una verdadera categoría de pensadores haya llegado a considerar tal organización como posible y como deseable, antes de que fuese adoptada como objetivo por un movimiento que en la actualidad constituye uno de los más importantes factores en las modernas luchas sociales, la palabra anarquía era considerada, por lo general, como sinónima de desorden, de confusión, y aún hoy mismo se toma en este sentido por las masas ignorantes y por los adversarios interesados en ocultar o desfigurar la verdad. No hemos de detenemos a profundizar en estas digresiones filológicas, por cuanto entendemos que la cuestión, más bien que de filología, reviste un marcado carácter histórico. El sentido vulgar de la palabra no desconoce su significado verdadero, desde el punto de vista etimológico, sino que es un derivado o consecuencia del prejuicio consistente en considerar al gobierno como un órgano indispensable para la vida social, y que, por tanto, una sociedad sin gobierno debe ser presa y víctima del desorden, oscilante entre la omnipotencia de unos y la ciega venganza de otros. La existencia y persistencia de este prejuicio, así como la influencia ejercida por el mismo en la significación dada por el común sentir a la palabra anarquía, explícanse fácilmente. De igual modo que todos los animales, el hombre se adapta, se habitúa a la condiciones del medio en que vive, y por herencia transmite los hábitos y costumbres adquiridos. Nacido y criado en la esclavitud, heredero de una larga progenie de esclavos, el hombre,


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cuando ha comenzado a pensar, ha creído que la servidumbre era condición esencial de vida: la libertad le ha parecido un imposible. Así es como el trabajador, constreñido durante siglos a esperar y obtener el trabajo s decir, el pan- de la voluntad, y a veces del humor de un amo, y acostumbrado a ver continuamente su vida a merced de quien posee tierra y capital, ha concluido por creer que era el dueño, el señor o patrono quien le daba de comer. Ingenuo y sencillo, ha llegado a hacerse la pregunta siguiente: "¿Como me arreglaría yo para poder comer si los señores no existieran?". Tal sería la situación de un hombre que hubiese tenido las extremidades inferiores trabadas desde el día de su nacimiento, si bien de manera que le consintiesen moverse y andar dificultosamente; en estas condiciones podría llegar a atribuir la facultad de trasladarse de un punto a otro a sus mismas ligaduras, siendo así que estas no habrían de producir otro resultado que el de disminuir y paralizar la energía muscular de sus piernas. Y si a los efectos naturales de la costumbre se agrega la educación recibida del mismo patrón, del sacerdote, del maestro, etc. -interesados todos en predicar que el gobierno y los amos son necesarios, y hasta indispensables-; si se añaden el juez y el agente de policía, esforzándose en reducir al silencio a todo aquél que de otro modo discurra y trate de difundir y propagar su pensamiento, se comprenderá cómo el cerebro poco cultivado de la masa ha logrado arraigar el prejuicio de la utilidad y de la necesidad del amo y del gobierno. Figuraos, pues, que el hombre de las piernas trabadas, de quien antes hemos hablado, le expone el médico toda una teoría y le presenta miles de ejemplos hábilmente inventados, a fin de persuadirle de que, si tuviera las piernas libres, le sería imposible caminar y vivir; en este supuesto, el individuo en cuestión se esforzaría en conservar sus grillos o ligaduras, y no vacilaría en considerar como enemigos a quienes desearen desembarazarse de ellos.


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Ahora bien, puesto que se ha creído que el gobierno es necesario, puesto que se ha admitido que sin gobierno no puede haber otra cosa sino confusión y desorden, es natural y hasta lógico que el término anarquía, que significa la ausencia o carencia de gobierno, venga a significar igualmente la ausencia de orden. Y cuenta que el hecho no carece de precedentes en la historia de las palabras. En las épocas y países donde el pueblo ha creído necesario el gobierno de uno solo (monarquía), la palabra república, que significa el gobierno de la mayoría, se ha tomado siempre como sinónima de confusión y de desorden, según puede comprobarse en el lenguaje popular de casi todos los países. Cambiad la opinión, persuadid al público de que no sólo el gobierno dista de ser necesario, sino que es en extremo peligroso y perjudicial... y entonces la palabra anarquía, justamente por eso, porque significa ausencia de gobierno, significará para todos orden natural, armonía de necesidades e intereses de todos, libertad completa en el sentido de una solidaridad asimismo completa.

Resulta impropio decir que los anarquistas han estado poco acertados al elegir su denominación, ya que este nombre es mal comprendido por la generalidad de las gentes y se presta a falsas interpretaciones. El error no depende de¡ nombre sino de la cosa; y la dificultad que los anarquistas encuentran en su propaganda, no depende del nombre o denominación que se han adjudicado, sino del hecho de que su concepto choca con todos los prejuicios inveterados que conserva el pueblo acerca de la función del gobierno o, como se dice de ordinario, acerca del Estado.Antes de proseguir será conveniente hacer algunas ligeras indicaciones respecto a esta última palabra, causa, a nuestro entender, de numerosas interpretaciones erróneas. Los anarquistas se sirven ordinariamente de la palabra Estado


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para expresar todo el conjunto de instituciones políticas, legislativas, judiciales, militares, financieras, etc., por medio de las cuales se sustrae al pueblo la gestión de sus propios asuntos, la dirección de su propia seguridad, para confiarlos a unos cuantos que -usurpación o delegación se encuentran investidos de la facultad de hacer leyes sobre todo y para todos y de compeler al pueblo a ajustar a ellas su conducta, valiéndose, al efecto, de la fuerza de todos. En este supuesto la palabra Estado significa por tanto como gobierno, o se quiere, la expresión impersonal, abstracta de este estado de cosas cuya personificación está representada por el gobierno: las expresiones abolir el Estado, sociedad sin estado, etc., responden, pues, perfectamente a la idea que los anarquistas quieren expresar cuando hablan de la abolición de toda organización política fundada en la autoridad y de la constitución de una sociedad de hombres libres e iguales fundada en la armonía de los intereses y sobre el concurso voluntario de todos, a fin de satisfacer las necesidades sociales. La palabra Estado tiene, empero, otras muchas significaciones, algunas de ellas susceptibles de inducir a error, sobre todo cuando se trata o discute con hombres que, a causa de su triste posición social, no han tenido ocasión de habituarse a las delicadas distinciones del lenguaje científico 0 cuando -y entonces peor- se trata con adversarios de mala fe, interesados en confundir los términos y en no querer comprender las cosas. Se toma, por ejemplo, la palabra Estado para indicar una sociedad determinada, tal o cual colectividad humana reunida en cierto y limitado territorio, constituyendo lo que se llama una persona moral, independientemente de la forma de agrupación de los miembros y de las relaciones que entre ellos puedan existir; algunas veces se emplea simplemente como sinónima de sociedad, y a causa de estos y otros diversos significados de la citada palabra, los adversarios creen, o fingen creer, que los anarquistas pretenden la abolición de todo vínculo de conexión social, de todo trabajo colectivo y tratan de reducir el hom-


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bre al aislamiento, o sea a una condición peor que la de los salvajes. Por Estado compréndese también la administración superior de un país, el poder central, distinto del poder provincial y del poder municipal, por lo cual otros estiman que los anarquistas desean una simple descentralización territorial, dejando intacto el principio gubernamental, lo cual equivale a confundir la anarquía con el cantonalismo y el comunalismo. Por ultimo, Estado significa condición, modo de ser, régimen social, etc. Así, por ejemplo, decimos: «Es menester cambiar el «estado económico de la clase obrera», y otras frases semejantes que pudieran parecer, a primera vista, contradictorias. Por estas razones creemos que sería más conveniente a nuestros propósitos abstenerse, en cuanto sea posible, de emplear la frase abolición del Estado, y sustituirla por esta otra expresión clara y más concreta: abolición del gobierno. Así nos proponemos obrar por lo que concierne a la redacción de las páginas siguientes de este estudio. Hemos quía Ahora nos?, ¿Qué

dicho es bien: ¿es

anteriormente, la sociedad

¿es factible deseable?, es

que sin

la

«Anargobierno».

la supresión de los gobier¿puede preverse? Veamos: el

gobierno?

La tendencia metafísica (que es una enfermedad del espíritu por causa de la cual el hombre, después de haber sufrido una especie de alucinación, se ve inducido a tomar lo abstracto por real), la tendencia metafísica, decimos, que, no obstante, y a pesar de los triunfos de la ciencia positiva tiene todavía tan profundas raíces en el espíritu de la mayoría de los contemporáneos, hace que muchos conciban el gobierno como una entidad moral, dotada de ciertos atributos de razón, de


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justicia, de equidad, independientes de las personas en que encarna. Para ellos, el gobierno, o mas bien, el Estado, es el poder social abstracto; es el representante, abstracto siempre, de los intereses generales; es ya la expresión «derecho de todos», considerado como límite de los derechos de cada uno. Este modo de concebir el gobierno aparece apoyado por los interesados, a quienes importa salvar el principio de autoridad y hacerle prevalecer sobre las faltas y errores de los que se turnan en el ejercicio del poder. Para nosotros el gobierno es la colectividad de gobernantes: reyes, presidentes, ministros, diputados, etc., son aquellos que aparecen adornados de la facultad de hacer las leyes para reglamentar las relaciones de los hombres entre sí, y hacer ejecutar estas leyes; debe decretar y recaudar los impuestos; debe forzar al servicio militar; debe juzgar y castigar las infracciones y contravenciones a las leyes; debe intervenir y sancionar los contratos privados; debe monopolizar ciertos ramos de la producción y ciertos servicios públicos, por no decir toda la producción y todos los servicios; debe favorecer o impedir el cambio de productos; debe declarar la guerra y ajustar la paz con los gobernantes de otros países; debe conceder o suprimir franquicias, etc. Los gobernantes, en una palabra, son los que tienen la facultad en grado más o menos elevado de servirse de las fuerzas sociales, o sea de la fuerza física, intelectual y económica de todos, para obligar a todo el mundo a hacer lo que entre en sus designios particulares. Esta facultad constituye, en nuestro sentir, el principio de gobierno, el principio de autoridad. Pero...

¿cual

es

la

razón

de

ser

del

gobierno?

¿Por qué abdicar en manos de unos cuantos individuos nuestra propia libertad y nuestra propia iniciativa? ¿Por qué concederles la facultad de ampararse, con o en contra de la voluntad de cada uno, de la fuerza de todos y disponer de ella a su antojo? ¿Hállanse, acaso, tan excepcionalmente dotados que puedan, con alguna


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apariencia de razón, sustituir a la masa y proveer a los intereses de los hombres mejor que pudieran efectuarlo los propios interesados? ¿Son, tal vez, infalibles e incorruptibles hasta el punto de que se les pueda confiar, prudentemente la suerte de cada uno y la de todos? Y, aun cuando existiesen hombres de una bondad y de un saber infinitos, aun cuando por una hipótesis, irrealizada e irrealizable, el poder gobernar se confiase a los más capaces y a los mejores, la posesión del poder nada absolutamente agregaría a su potencia bienhechora, sino que produciría el resultado de paralizarla, de destruirla por la necesidad en que se encontrarían de ocuparse de tantas cosas para ellos incomprensibles y por la de malgastar la mejor parte de sus energías y actividades en la empresa de conservar el poder a todo trance, en la de contentar a los amigos, en la de acallar a los descontentos y en la de combatir a los rebeldes. Por otra parte, buenos o malos, sabios o ignorantes, ¿qué son los gobernantes? ¿Quién los designa y eleva para tan alta función? ¿Se imponen ellos mismos por el derecho de guerra, de conquista o de revolución? Pues entonces, si esto es así, ¿qué garantía tiene el pueblo de que habrán de inspirar sus actos en la utilidad general? Esto es una pura cuestión de usurpación; y a los gobernados, si están descontentos, no les queda otro recurso sino acudir la lucha para librarse del yugo. ¿Son elegidos por una clase o por un partido? Pues entonces serán los intereses y las ideas de esta clase o de este partido los que triunfen, mientras que la voluntad y los intereses de los demás serán sacrificados. ¿Se les elige por sufragio universal? En este caso el único criterio está constituido por el número, cosa que, ciertamente, no significa ni acredita equidad, razón ni capacidad; los que sepan engañar mejor a la masa, serán quienes resulten elegidos, y la minoría compuesta algunas veces de la mitad menos uno, resultará sacrificada; esto sin contar con que la experiencia demuestra la imposibilidad absoluta de hallar un mecanismo electoral en virtud del cual los candidatos electos sean, por lo menos, los representantes genuinos de la mayoría.


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Numerosas y variadas son las teorías mediante las cuales se ha tratado de explicar y de justificar la existencia del gobierno. Todas, en suma, fúndanse en el preconcepto, confesado o tácito, de que los hombres tienen intereses contrarios y de que se necesita una fuerza externa y superior, para obligar a unos a respetar el derecho de los otros, prescribiendo e imponiendo determinada norma de conducta, que armonizaría, en la medida de lo posible, los intereses en pugna y que proporcionaría a cada uno la satisfacción más grande con el menor sacrificio concebible. Dicen

los

teorizantes

del

autoritarismo:

«Si los intereses, las tendencias, los deseos de un individuo aparecen en oposición a los intereses, las tendencias, los deseos de otro individuo o con los de la misma sociedad, ¿quién tendrá el derecho y la fuerza de obligar a uno a respetar los intereses de otro? ¿Quién podrá impedir a un determinado ciudadano violar la voluntad general? La libertad de cada uno icen- tiene por límite la voluntad de los demás, pero ¿quién habrá de establecer este límite y quién lo hará respetar? Los antagonismos naturales de intereses y pasiones crean, pues, la necesidad del gobierno y justifican la existencia de la autoridad, que desempeña el papel de moderadora en la lucha social y asigna los límites de los derechos y de los deberes de todos y de cada uno». Tal es la teoría, pero las teorías, para ser justas, deben hallarse basadas en los hechos y ser suficientes a explicarlos; y es bien sabido que en economía social se inventan, con sobrada frecuencia, teorías para justificar hechos, es decir, para defender el privilegio y hacerlo aceptar tranquilamente por las víctimas del mismo. En

efecto,

recordemos

algunos

ejemplos:

En todo el curso de la historia, de igual modo que en la época actual, el gobierno es, o la dominación brutal, violenta, arbitraria de


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algunos sobre la masa, o es un instrumento ordenado para asegurar la dominación y el privilegio a aquéllos que, por fuerza, por astucia o por herencia, han acaparado todos los medios de vida, sobre todo el suelo, de los cuales se sirven para mantener al pueblo en perpetua servidumbre y hacerle trabajar en lugar de y para ellos. Oprímese a los hombres de dos maneras: o directamente, por la fuerza bruta, por la violencia física, o indirectamente, merced a la privación de los medios de subsistencia, reduciéndolos, de esta manera, a la impotencia; el primer modo es el origen del poder, es decir, del privilegio político; el segundo es el origen del privilegio económico. Todavía puede oprimiese a los hombres actuando sobre su inteligencia y sobre sus sentimientos, modo de obrar que origina y constituye el poder universitario y el poder religioso; pero como el pensamiento no es sino una resultante de fuerzas materiales, el engaño y los organismos o corporaciones instituido para juzgarlo, no tienen razón de ser sino en tanto que resultado de los privilegios económicos y políticos, y un medio de defenderlos y consolidarlos. En las sociedades primitivas poco numerosas, de relaciones sociales poco complicadas, cuando una circunstancia cualquiera ha impedido que se establezca hábitos y costumbres de solidaridad o ha destruido las preexistentes estableciendo después la dominación del hombre por el hombre, vemos que los dos poderes político y económico se encuentran reunidos en las mismas manos. Manos que en ocasiones pueden ser las de una misma persona. Los que por la fuerza han vencido y amedrentado a los otros, disponen de vidas y haciendas de los vencidos, y les obligan a servirles, a trabajar en su provecho y hacer en todo y por todo su voluntad. Así resultan, a la vez, propietarios, legisladores, reyes, jueces y verdugos. Pero con el desarrollo y acrecentamiento de la sociedad, con el aumento de las necesidades, con la complicación de las relaciones sociales, se hace imposible la persistencia de semejante despotis-


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mo. Los dominadores, bien para afianzar su seguridad, bien por comodidad, bien por imposibilidad de obrar de otro modo, se ven en la dura necesidad, por una parte, de buscar el apoyo de una clase privilegiada o el de cierto número de individuos cointeresados en su dominación, y por otra parte, de conducirse de manera que cada uno provea como sepa y como pueda a su propia existencia, reservándose para sí el mando y la dominación suprema, es decir, el derecho de explotar lo más posible a todo el mundo, al propio tiempo que el medio de satisfacer el ansia y la vanidad de mando. Así es como a la sombra del poder, con su protección y su complicidad, y frecuentemente a sus espaldas, por falta de intervención, se desenvuelve la propiedad privada, o por mejor decir, la clase de los propietarios; éstos concentran poco a poco en sus manos los medios de producción, las verdaderas fuentes de vida, agricultura, industria, comercio, etc., concluyendo por constituir un poder que, por la superioridad de sus medios y la multiplicidad de intereses que abraza, llega siempre a someter, más o menos abiertamente, al poder político, o sea el gobierno, para hacer de él su gendarme. Este fenómeno se ha reproducido diversas veces en la historia. Cada vez que en una invasión o en una empresa militar la violencia física y brutal se han enseñoreado de una sociedad, han mostrado los vencedores la tendencia a concentrar en sus manos el gobierno y la propiedad. Pero siempre la necesidad sentida por el gobierno de obtener la complicidad de una clase poderosa, las exigencias de la producción, la imposibilidad de vigilarlo y dirigirlo todo, restablecieron la propiedad privada, la división de los poderes y, con ella, la dependencia efectiva de aquellos que han poseído la fuerza, los gobernantes, en provecho de los poseedores de las fuentes de la fuerza, los propietarios. El gobierno acaba siempre y totalmente por ser el guardián del propietario. Jamás se ha acentuado tanto este fenómeno como en nuestros días. El desarrollo de la producción, la expansión inmensa del comercio, la potencia desmesurada adquirida por el numerario y todos los hechos económicos provocados por el descubrimiento de América,


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por la invención de las máquinas, etc., han asegurado una tal supremacía a la clase capitalista, que, no contenta con disponer del apoyo gubernamental, ha pretendido que el gobierno que reconociese por origen el derecho de conquista (de derecho divino, según dicen los reyes y sus partidarios), por mucho que las circunstancias parecieran someterle a la clase capitalista, conservaba siempre una actitud altanera y desdeñosa hacia sus antiguos esclavos enriquecidos, y ofrecía en toda ocasión rasgos y veleidades de independencia y de dominación. Esta clase de gobierno era, ciertamente el defensor, el gendarme de los propietarios; pero, así y todo, era un gendarme que se estimaba en algo y se permitía ciertas arrogancias con las personas a quienes debía acompañar y defender, salvo en los casos en que éstas se desembarazaban de él a la vuelta de la primera esquina. La clase capitalista ha sacudido y continúa sacudiendo su yugo, empleando medios más o menos violentos, a fin de substituir el referido gobierno por otro elegido por ella misma, compuesto de individuos de su clase, sujeto continua y directamente a su intervención e inspección y de modo especial organizado para la defensa contra posibles reivindicaciones de los desheredados. De aquí el origen del sistema parlamentario moderno. Hoy día, el gobierno, compuesto de propietarios y de gentes puestas a su servicio, hállase del todo a disposición de los propietarios, hasta el punto de que los más ricos llegan hasta a desdeñar el formar parte de él. Rothschild no tiene necesidad ni de ser diputado ni de ser ministro; le basta simplemente con tener a su disposición a los ministros y a los diputados. En multitud de países el proletariado obtiene nominalmente una mayor participación en la elección del gobierno. Es ésta una concesión hecha por la burguesía, sea para obtener el concurso del pueblo en la lucha contra el poder real o aristocrático, sea para apartar al pueblo de la idea de emanciparse concediéndole una apariencia o sombra de soberanía. Háyalo o no previsto la burguesía, desde que ha concedido al pueblo el


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derecho de sufragio, lo cierto es que tal derecho ha resultado siempre, en toda ocasión y en todo lugar, ilusorio y bueno tan sólo para consolidar el poder de la burguesía, engañando a la parte más exaltada del proletariado con la esperanza remota de poder escalar las alturas del poder. Aun con el sufragio universal, y, hasta podríamos decir: sobre todo con el sufragio universal, el gobierno ha continuado siendo el gendarme de la burguesía. Si fuera cosa distinta, si el gobierno adoptase una actitud hostil, si la Democracia pudiera ser otra cosa que un medio de engañar al pueblo, la burguesía, amenazada en sus intereses, se aprestaría a la rebelión sirviéndose de toda la fuerza y toda la influencia que la posesión de la riqueza le proporciona para reducir al gobierno a la función de simple gendarme puesto a su servicio. En todo lugar y tiempo, sea cualquiera el nombre ostentado por el gobierno, sean cualesquiera su origen y organización, su función esencial vemos que es siempre la de oprimir y explotar a las masas, la de defender a los opresores y a los acaparadores; sus órganos principales, característicos, indispensables, son el gendarme y el recaudador de contribuciones, el soldado y el carcelero, a quienes se unen indefectiblemente el tratante de mentiras, cura o maestro, pagados y protegidos por el gobierno para envilecer las inteligencias y hacerlas dóciles al yugo. Cierto que a estas funciones primordiales, a estos organismos esenciales del gobierno, aparecen unidos en el curso de la historia otras funciones y otros organismos. Admitimos de buen grado, por tanto, el que nunca o casi nunca ha existido en un país algo civilizado, un gobierno que, además de sus funciones opresoras y expoliadoras, no se haya asignado otras útiles o indispensables a la vida social, pero esto no impide que el gobierno sea, por su propia naturaleza, opresivo y expoliador, que esté forzosamente condenado, por su origen y su posición a defender y confortar a la clase dominante; este hecho confirma no sólo lo que antes hemos dicho, sino que lo agrava más.


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En efecto, el gobierno toma sobre sí la tarea de proteger, en mayor o menor grado, la vida de los ciudadanos contra los ataques directos y brutales. Reconoce y legaliza un cierto número de derechos y deberes primordiales y de usos y costumbres, sin los cuales la vida en sociedad resultaría imposible. Organiza y dirige algunos servicios públicos como son los correos, caminos, higiene pública, régimen de las aguas, protección de los montes, etc... Crea orfelinatos y hospitales y se complace en aparecer, y esto se comprende, como el protector y el bienhechor de los pobres y de los débiles. Pero basta con observar cómo y por qué desempeña estas funciones para obtener la prueba experimental, práctica, de que todo lo que el gobierno hace está inspirado siempre en el espíritu de dominación y ordenado para la mejor defensa, engrandencimiento y perpetuación de sus propios privilegios, así como los de la clase por él defendida y representada. Un gobierno no puede existir mucho tiempo sin desfigurar su naturaleza bajo una máscara o pretexto de utilidad general; no hay posibilidad de que haga respetar la vida de los privilegiados sin fingir que trata o procura hacer respetar la de todos; no puede exigir la aceptación de los privilegios de unos pocos sin aparentar que deja a salvo los derechos de todos. «La ley -dice Kropotkino sea los que la hacen, el gobierno, ha utilizado los sentimientos sociales del hombre para hacer cumplir, con los preceptos de moral que el hombre aceptaba, órdenes útiles a la minoría de los expoliadores, contra los cuales él se habría, seguramente, rebelado». Un gobierno no puede pretender que la sociedad se disuelva, porque entonces desaparecería para él y para la clase dominante la materia explotable. Un gobierno no puede permitir que la sociedad se rija por sí misma, sin intromisión alguna oficial, porque entonces el pueblo advertirá bien pronto que el gobierno no sirve para nada, si se exceptúa la defensa de los propietarios que lo esquilman, y se prepararía a desembarazarse de unos y del otro. Hoy día, ante las reclamaciones insistentes y amenazadoras del


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proletariado, muestran los gobiernos la tendencia de interponerse en las relaciones entre patronos y obreros. Ensayan desviar de este modo el movimiento obrero e impedir, por medio de algunas falaces reformas, el que los pobres tomen por su mano todo aquello de lo cual necesiten, es decir, una parte del bienestar general, igual a aquella de que los otros disfrutan. Es menester además no olvidar, por una parte, que los burgueses, los proletarios, están ellos mismos preparados en todo momento para declararse la guerra, para comerse unos a otros, y, por otra parte que el gobierno, aunque hijo, esclavo y protector de la burguesía, tiende, como todo siervo, a emanciparse, y como todo protector, tiende a dominar al protegido. De aquí este juego de componendas, de tira y afloja, de concesiones hoy acordadas y mañana suprimidas, esta busca de aliados entre los conservadores contra el pueblo, y entre el pueblo contra los conservadores, juego que constituye la ciencia de los gobernantes y que es la ilusión de cándidos y holgazanes acostumbrados a esperar el maná que ha de caer de lo alto. Con todo esto, el gobierno no cambia, sin embargo, de naturaleza; si el gobierno se aplica a regular y a garantizar los derechos y deberes de cada uno, pronto pervierte el sentimiento de justicia, calificando de crimen y castigando todo acto que ofenda o amenace los privilegios de los gobernantes y de los propietarios; así es como declara justa, legal, la más atroz explotación de los miserables, el lento y continuo asesinato moral y material perpetrado por los poseedores en detrimento de los desposeídos. Si se asigna el papel de «administrador de los servicios públicos», no Olvida ni desatiende en ningún caso los intereses de los gobernantes ni de los propietarios, y tan sólo se ocupa de los de la clase trabajadora en tanto que esto puede ser indispensable para obtener como resultado final el que la masa consienta en pagar. Cuando ejerce el papel de maestro impide la propaganda de la verdad y tiende a preparar el espíritu y el corazón de la juventud para que de ella salgan los tiranos


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implacables o esclavos dóciles, según sea la clase a que pertenezcan. Todo en manos del gobierno se convierte en medio de explotación, todo se reduce a instituciones de policía para tener encadenado al pueblo. Y en verdad que no puede ser de otro modo. Si la vida humana es lucha entre hombres, tiene que haber naturalmente vencedores y vencidos, y el gobierno -que es el premio de la lucha o un medio para asegurar a los vencedores los resultados de la victoria y perpetuarlos- no estará jamás, esto es evidente, en manos de los vencidos, bien que la lucha haya tenido efecto en el terreno de la fuerza física o intelectual, bien que se haya realizado en el terreno económico. Los que han luchado para vencer, para asegurarse mejores condiciones, para conquistar privilegios, mando o poder, una vez obtenido el triunfo, no habrán de servirse de él, ciertamente, para defender los derechos de los vencidos, sí para poner trabas y limitaciones a su propia voluntad y a la de sus amigos y partidarios. El gobierno, o como se llama, el Estado justiciero, moderador de las luchas sociales, administrador imparcial de los intereses públicos, es una mentira, una ilusión, una utopía jamás realizada y jamás realizable. Si los intereses de los hombres debieran ser contrarios unos a otros, si la lucha entre los hombres fuese una ley necesaria de las sociedades humanas, si la libertad de unos hubiera de constituir un límite a la libertad de los otros, entonces, cada uno trataría siempre de hacer triunfar sus propios intereses sobre los de los demás; cada uno procuraría aumentar su libertad en perjuicio de la libertad ajena. Si fuera cierto que debe existir un gobierno, no porque sea más o menos útil a la totalidad de los miembros de una sociedad, sino porque los vencedores quieren asegurar los frutos de la victoria sometiendo fuertemente a los vencidos, eximiéndose de la carga de estar continuamente a la defensiva, encomendando su defensa a hombres que de ello hagan su profesión habitual, entonces la humanidad estaría destinada a perecer o a debatirse eternamente entre la tiranía de los vencedores y la rebelión de los vencidos.


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Felizmente, el porvenir de la humanidad es mas sonriente, porque la norma que la orienta es más saludable. Esta norma es la de la solidaridad. El hombre posee, a manera de propiedad fundamental, necesaria, el instinto de su propia conservación, sin el cual ningún ser viviente podría existir, y el instinto de conservación de la especie, sin el cual ninguna especie hubiera podido formarse ni persistir. El hombre se ve, pues, naturalmente forzado a defender su existencia y su bienestar, así como la existencia y el bienestar de su descendencia contra todo y contra todos. Los vivos tienen, en la naturaleza, dos maneras de asegurarse la existencia y de hacerla más apacible; por un lado, la lucha individual contra los elementos y contra los otros individuos de la misma especie y de especies diferentes; por el otro, el apoyo mutuo, la cooperación, que pudiera recibir el hombre de su asociación para la lucha contra todos los factores y agentes naturales contrarios a la existencia, al desarrollo y al bienestar de los asociados. No podríamos, en el limitado espacio de este estudio, indicar siquiera la participación respectiva de ambos principios en la evolución de la vida orgánica, la lucha y la cooperación. Basta a nuestro objetivo hacer constar cómo en la humanidad, la cooperación -forzosa o voluntaria- se ha convertido en el único medio de progreso, de perfeccionamiento, de seguridad, y cómo la lucha invertida en atávica- ha venido a resultar completamente inepta para favorecer el bienestar de los individuos y causa, por el contrario, de males para todos, lo mismo vencedores que vencidos. La experiencia, acumulada y transmitida de una a otra por generaciones sucesivas, enseña que el hombre que se une a otros asegura mejor su conservación y favorece su bienestar. Así, como consecuencia de la lucha misma por la existencia emprendida contra el medio ambiente y contra los individuos de una especie, se ha de-


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sarrollado entre los hombres el instinto de la sociabilidad, que ha transformado de modo completo las condiciones de su existencia. Por la fuerza de este instinto el hombre pudo salir de la animalidad, adquirir una gran fuerza y elevarse mucho sobre el nivel de los demás animales, de modo que los filósofos espiritualistas han creído indispensable inventar, para explicarla el alma inmaterial e inmortal. Numerosas causas concurrentes han contribuido a la formación de este instinto social, que, partiendo de la base animal del instinto de la conservación de la especie sea el sentido social restringido a la familia natural- ha llegado a un grado eminente de intensidad y de extensión para constituir, en lo sucesivo, el fondo mismo de la naturaleza moral del hombre. El hombre, salido de los tipos inferiores de la animal¡dad, hallábase débil y desarmado para la lucha individual contra los animales carnívoros; pero dotado de un cerebro capaz de notable desarrollo, de un órgano bucal apto para expresar por sonidos diversos las diferentes vibraciones cerebrales, y de manos especialmente adaptadas para dar forma deseable a la materia, debía sentir bien pronto la necesidad y calcular las ventajas de la asociación; puede decirse que salió de la animalidad cuando se hizo sociable y cuando adquirió el uso de la palabra, consecuencia y factor potentísimo, a la vez, de la sociabilidad. En los comienzos de la humanidad el número de hombres era por demás restringido; la lucha por la existencia, entablada de hombre a hombre, era menos áspera, menos continuada, hasta menos necesaria, incluso fuera de la asociación, lo cual debía favorecer en sumo grado el desarrollo de los sentimientos de simpatía y permitir contrastar y apreciar el valor y utilidad del apoyo mutuo. En fin, la capacidad adquirida por el hombre, merced a sus primitivas cualidades aplicadas, en cooperación con un número mayor o menor de asociados, a la tarea de modificar el medio ambiente y de adaptarlo a sus necesidades; la multiplicación de los deseos crecientes a la par que


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los medios de satisfacerlos y convirtiéndose poco a poco en necesidades; la división del trabajo, que es la consecuencia de la explotación metódica de la naturaleza en provecho del hombre, han hecho de la vida social el medio ambiente indispensable al hombre, fuera del cual le es imposible la vida, si no quiere caer en un estado de bestialidad. Y por el refinamiento de la sensibilidad, consecuencia de la multiplicidad de relaciones; por la costumbre adquirida en la especie, merced a la transmisión hereditaria durante miles y miles de años, esta necesidad de vida social, de cambio de pensamientos y de afecciones entre los hombres, ha llegado a convertirse en un modo de ser, necesario e indispensable, a nuestro organismo. Se ha transformado en simpatía, en amistad, en amor, y subiste con independencia de las ventajas materiales que la asociación produce, hasta tal extremo que, por satisfacerlas, se afronta toda suerte de penalidades y de sufrimientos, incluso la muerte. En suma, las enormes ventajas que la asociación aporta al hombre; el estado de inferioridad física (no proporcionada a su superioridad intelectual) en que se halla con relación al animal, si permanece en el aislamiento; la posibilidad para el hombre de asociarse a un número siempre creciente de individuos, en relaciones cada día mas íntimas y complejas, hasta llegar a extender la asociación a toda la humanidad, a toda la vida; la posibilidad, sobre todo, de producir trabajando en cooperación con sus semejantes, más de lo indispensable para la vida; los sentimientos de afección, en fin, que todo ello se derivan, han dado a la lucha por la existencia, entre la especie humana, un carácter enteramente distinto del que reviste la lucha por la existencia entre los demás animales. Sea ello lo que quiera, hoy día se sabe -y las investigaciones de los naturalistas contemporáneos aportan sin cesar nuevas pruebas- que la cooperación ha tenido y tiene, en el desenvolvimiento del mundo orgánico, una importante participación. tan importante que ni siquiera sospecharían los que tratasen de justificar, a duras penas por cierto, el


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reino de la burguesía por medio de las teorías darwinistas, porque la distancia entre la lucha humana y la lucha animal aparece enorme y proporcional a la distancia que separa al hombre de los demás animales. Estos últimos combaten, sea individualmente, sea en pequeños grupos, permanentes o transitorios, contra toda la naturaleza, incluso contra el resto de los individuos de su propia especie. s animales, aun comprendiendo los más sociales, como las hormigas, las abejas, etc., son solidarios entre los individuos del mismo hormiguero o la misma colmena, pero son indiferentes con relación a las otras comunidades de su misma especie, si es que no las combaten, como con frecuencia ocurre. La lucha humana, por el contrario, tiende siempre a extender más y más la asociación entre los hombres, a solidarizar sus intereses, a desarrollar el sentimiento de amor de cada hombre hacia todos los demás, a vencer y a dominar la naturaleza exterior con la humanidad. Toda lucha directa para conquistar ventajas, independientemente de los demás hombres o contra ellos, es contraria a la naturaleza social del hombre moderno y le aproxima a la animalidad. La solidaridad, es decir, la armonía de intereses y de sentimientos, el concurso de cada uno al bien de todos y todos al bien de cada uno, es la única posición por la cual el hombre puede explicar su naturaleza y lograr el más alto grado de desarrollo y el mayor bienestar posible. Tal es el fin hacia el que marcha sin cesar la humanidad en sus sucesivas evoluciones, constituyendo el principio superior capaz de resolver todos los actuales antagonismos, de otro modo insolubles, y de producir como resultado el que la libertad de cada uno no encuentre límite, sino el complemento y las condiciones necesarias a su existencia, en la libertad de los demás. «Nadie -decía Miguel Bakunin- puede reconocer su propia humanidad, ni por consiguiente realizarla en su vida, si no reconociéndola en los demás y cooperando a la realización por los otros emprendida. Ningún hombre puede emanciparse, si no emancipa con él, a su vez, a todos los hombres que tenga a su alrededor.


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Mi libertad es la libertad de todos, puesto que yo no soy realmente libre -libre no sólo en potencia, sino en acto- más que cuando mi libertad y mi derecho hallan su conformación y su sanción en la libertad y en el derecho de todos los hombres, mis iguales». «La situación de los otros hombres me importa mucho, porque, por independiente que me parezca mi posición social, sea yo papa, zar, emperador o primer ministro, soy siempre el producto de lo que sean los últimos de estos hombres; si son ignorantes, miserables, esclavos, mi existencia estará determinada por su ignorancia, por su miseria o por su esclavitud. Yo, hombre inteligente y avisado, por ejemplo, seré estúpido por estupidez; yo, valeroso, seré esclavo por su esclavitud; yo, rico, temblaré ante su miseria; yo, privilegiado, palideceré ante su injusticia. Yo, que deseo ser libre, no puedo serlo, porque a mi alrededor todos los hombres no quieren ser libres todavía, y al no quererlo resultan, para mí, instrumentos de opresión». La solidaridad es, pues, la condición en cuyo seno alcanza el hombre el más alto grado de seguridad y de bienestar; por consecuencia, el egoísmo mismo, o sea la consideración exclusiva de su propio interés, conduce al hombre y a la sociedad hacia la solidaridad, o, dicho de otro modo, egoísmo y altruismo Consideración de los intereses de los otros- se confunden en un solo sentimiento, de igual modo que un solo interés se confunden el de¡ individuo y el de la sociedad. Pero el hombre no podía pasar en seguida de la animalidad a la humanidad, de la lucha brutal de hombre a hombre, a la lucha solidaria de todos los hombres, fraternalmente unidos contra la naturaleza exterior. Guiado por las ventajas que ofrecen la asociación y la división del trabajo resultante de ella, el hombre iba evolucionando hacia la solidaridad, pero esta evolución se ha visto interrumpida por un obstáculo que la ha obligado a cambiar de dirección, desviándola, todavía hoy mismo, de su verdadero fin. El hombre descubrió que podía, hasta cierto punto, y para las necesidades materiales


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y primordiales, únicas hasta entonces sentidas por él, realizar y aprovecharse de las ventajas de la cooperación, sometiendo a los demás hombres a su capricho en lugar de asociarse con ellos, y como los instintos feroces y antisociales, heredados de antepasados simiescos, latían potentes todavía en él, forzó a los más débiles a trabajar en su provecho, dando preferencia a la dominación sobre la asociación. Pudo suceder, y en la mayoría de los casos sucedió, que explotando a los vencidos se dio cuenta el hombre por primera vez de las ventajas que la asociación podría aportarle, de la utilidad que el hombre podría obtener del apoyo del hombre. El conocimiento de la utilidad de la cooperación que debía conducir al triunfo de la solidaridad en todas las relaciones humanas, condujo, por el contrario, a la propiedad individual y al gobierno, es decir, a la explotación del trabajo de todos por un puñado de privilegiados. Esto ha sido siempre la asociación, la cooperación, fuera de la cual es imposible la vida humana, pero esto era una especie de cooperación impuesta y regulada por unos cuantos en interés particular suyo. De este hecho se deriva la gran contradicción, que ocupa por completo las páginas de la historia de los hombres, entre la tendencia a asociarse y fraternizar para la conquista y la adaptación del mundo exterior a las necesidades del hombre y para la satisfacción de los sentimientos efectivos y la tendencia a dividirse en tantas unidades separadas y hostiles por parte de los grupos determinados por las condiciones geográficas y etnográficas, las posiciones económicas, los hombres que logrando conquistar una ventaja tratan de asegurarla y aumentarla, los que esperan obtener un privilegio y los que, victimas de una injusticia, se rebelan y tratan de sacudir el yugo. El principio de cada uno para sí, que es la guerra de todos contra todos, ha venido, en el curso de la historia, a complicar, a desviar y paralizar la lucha de todos contra la naturaleza, única capaz de proporcionar el bienestar a la humanidad, por cuan-


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to ésta no puede alcanzar su perfección completa sino basándose en el principio de todos para cada uno y uno para todos. La humanidad ha experimentado males inmensos por consecuencia de la intromisión, la dominación y a explotación en el seno de la asociación humana. Pero no obstante la opresión atroz a que las masas han sido sometidas, la miseria, los vicios, los delitos, la degradación que la misma miseria y la esclavitud producían entre los esclavos y entre los amos, las ansias acumuladas, las guerras exterminadoras, y el antagonismo de los intereses artificialmente creados, el instinto social ha logrado sobreponerse y desarrollarse. Siendo siempre la cooperación la condición necesaria para que el hombre pueda luchar con éxito contra la naturaleza exterior, ha permanecido también como la causa permanente de la aproximación de los hombres y del desenvolvimiento del sentimiento de simpatía entre ellos. Merced a la fuerza de la solidaridad, más o menos extendida, que entre los oprimidos ha existido en todo tiempo y lugar, es como éstos han podido soportar la opresión, y como la humanidad ha resistido los gérmenes mortales introducidos en su seno. Hoy día, el inmenso desarrollo alcanzado por la producción, el acrecentamiento de las necesidades que no pueden ser satisfechas sino mediante el concurso de gran número de hombres residentes en distintos países, los medios de comunicación, la costumbre y frecuencia de los viajes, la ciencia, la literatura y el comercio, han reducido y continúan reduciendo a la humanidad en un solo cuerpo cuyas partes, solidarias entre sí, no encuentran su plenitud ni la libertad de desarrollo debidas, sino en la salud de las otras partes y en la del todo. El habitante de Nápoles se halla tan interesado en el saneamiento de las lagunas de sus ciudad como en el mejoramiento de las condiciones higiénicas de los pueblos situados en las orillas del Ganges, de donde le viene el cólera morboso. La libertad, el bienestar, el porvenir de un montañés perdido entre los desfiladeros de los Apeninos, no dependen únicamente del bienestar o de la miseria en que


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los vecinos de su aldea se hallen, ni de las condiciones generales del pueblo italiano, sino que dependen también de los trabajadores de América, de Australia, del descubrimiento de un sabio sueco, de las condiciones morales y materiales de los chinos, de la guerra o de la paz existentes en el continente africano, en suma, de todas las circunstancias grandes o pequeñas que, en un punto cualquiera del globo terráqueo, ejerzan su influencia sobre un ser humano. En las condiciones actuales de la sociedad, esta solidaridad, que une a todos los hombres, es en gran parte inconsciente, puesto que surge espontáneamente de los conflictos de intereses particulares, al paso que los hombres preocúpense poco o nada de los intereses generales. Esto nos ofrece la más evidente prueba de que la solidaridad es la norma natural de la humanidad, que se explica y se impone, a pesar de todos los antagonismos creados por la constitución social actual. Por otra parte, las masas oprimidas, que nunca han estado, ni pueden estar, completamente resignadas a la opresión y a la miseria, y hoy menos que nunca, se muestran ávidas de justicia, de libertad, de bienestar y comienzan a comprender que sólo es posible emanciparse por medio de la unión, por medio de la solidaridad con todos los oprimidos, con todos los explotados del mundo entero. Han llegado a comprender, por fin, que la condición sine qua non de su emancipación es la posesión de los medios de producción, del suelo y de los instrumentos de trabajo, en una palabra, la abolición de la propiedad individual. La ciencia, la observación de los fenómenos sociales, demuestran que esta abolición sería de inmensa utilidad para los mismos privilegiados actuales a cambio de que se avinieran solamente a renunciar a sus instintos de dominación y a concurrir como todos al trabajo para el bienestar común. Ahora bien, si un día las masas oprimidas se negasen a trabajar para los demás, si despojasen a los propietarios de la tierra y de los instrumentos de trabajo a fin de servirse de ellos por su cuenta y en su beneficio, es decir, en provecho o beneficio de todos; si desea-


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sen emanciparse de la dominación, del imperio de la fuerza bruta y del privilegio económico; si la fraternidad entre los pueblos, el sentimiento de solidaridad humana robustecido por la comunidad de intereses lograsen poner fin a las guerras y a las conquistas, ¿cuál sería, llegado el caso, la razón de ser de un gobierno? Una vez abolida la propiedad individual, el gobierno, que es su defensor, debería desaparecer, y si sobreviviese veríase continuamente obligado a reconstruir, bajo una forma cualquiera, una clase privilegiada y opresiva. La abolición del gobierno no significa ni puede significar destrucción de la cohesión social, sino que, por el contrario, la cooperación que actualmente resulta forzada, que actualmente existe tan solo en provecho de unos cuantos, será libre, voluntaria y directa, existirá en beneficio de todos y resultaría para ellos intensa y eficaz en grado SUMO. El instinto social, el sentimiento de solidaridad, se desarrollará en el más alto grado; cada hombre hará todo cuanto pueda en el bien de sus semejantes, no solo para dar satisfacción a sus sentimientos efectivos, sino por interés propio bien comprendido. Del libre concurso de todos, merced a la agrupación espontánea de los hombres, según sus necesidades y sus simpatías, de abajo arriba, de lo simple a los compuesto, partiendo de los intereses más inmediatos para llegar a los más generales, surgirá una organización social cuyo objeto sea el mayor bienestar y la mayor libertad de todos, que reunirán toda la humanidad en fraternal comunidad; que se modificará y se mejorará según las circunstancias y las enseñanzas de la experiencia. Esta sociedad de hombres libres, esta sociedad de personas solidarias y fraternas, esta sociedad de amigos, es lo que representa la Anarquía. Hasta aquí hemos considerado al gobierno tal cual es, tal cual debe necesariamente ser en el seno de una sociedad fundada en el privilegio, en la explotación y en la opresión del hom-


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bre por el hombre, basada en el antagonismo de intereses, en la lucha intersocial, en una palabra, en la propiedad individual. Hemos visto como este estado de lucha, lejos de ser una condición necesaria de la vida de la humanidad, es contrario a los intereses de los individuos y de la especie humana; hemos visto como la cooperación, la solidaridad, es la norma del progreso humano y hemos sacado en consecuencia de todo ello, que mediante la abolición de la propiedad individual y de todo predominio del hombre sobre el hombre, el gobierno perdería toda razón de ser y debería desaparecer. «Pero -podría objetársenos- cambiad el principio sobre el que actualmente se funda la organización social, sustituid con la solidaridad la lucha, con la propiedad común la propiedad privada, y no habréis hecho sino cambiar la naturaleza del gobierno que, en lugar de ser el protector y el representante de los intereses de una clase, sería -supuesto que las clases no habrían de existir- el representante de los intereses de toda la sociedad, con la misión de asegurar y de regularizar, en intereses de todos, la cooperación social, de desempeñar los servicios públicos de una importancia general, de defender a la sociedad contra las posibles tentativas encaminadas a restablecer los privilegios, de prevenir los atentados cometidos por algunos contra la vida, el bienestar o la libertad de cada uno. Existen en la sociedad funciones muy necesarias que reclaman gran dosis de constancia y mucha regularidad para poder dejarlas abandonadas a la libre iniciativa y voluntad de los individuos, sin riesgo de ver caer todo en la confusión más deplorable. ¿Quién organizará y quién asegurará, sin gobierno, el servicio de alimentación, de distribución, de higiene, de correos, de telégrafos, de ferrocarriles, etc.? ¿Quién tomará a su cargo la instrucción pública? ¿Quién emprenderá esos y trabajos de exploración, de saneamiento y de investigación científica que transforman la faz de la tierra y centuplican las fuerzas del hombre?


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»¿Quién velará por la conservación y el aumento de capital social, a fin de transmitirlo mejorado a la humanidad futura? »¿Quién impedirá la devastación de los montes, la explotación y el aprovechamiento irracional y codicioso, que puede dar por consecuencia el agotamiento de suelo? »¿Quién tendrá el encargo y la autoridad necesarias para prevenir y reprimir los delitos, es decir, los actos antisociales? »¿Y aquellos que, faltando a la norma de la solidaridad social, no quisieran trabajar? »¿Y aquellos que propagasen en un país una epidemia, rehusando someterse a las prescripciones higiénicas, reconocidas útiles por la ciencia? »¿Y si hubiera individuos que, locos o no locos, quisieran arrasar las cosechas, violar a las niñas o abusar de su fuerza física en perjuicio de los débiles? »Destruir la propiedad individual y abolir los gobiernos existentes sin reconstruir un gobierno que organice la vida colectiva y asegure la solidaridad social, no sería abolir los privilegios y proporcionar al mundo la paz y el bienestar: sería destruir todo vínculo social, hacer retroceder la humanidad hacia la barbarie, hacia el reinado de cada uno para sí que representa el triunfo de la fuerza bruta, como pri-


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mera consecuencia y el del privilegio económico como segunda». Tales son las objeciones que nos oponen los autoritarios, incluso los socialistas, es decir, los que debieran tratar de abolir la propiedad individual y el gobierno de clases, derivado de ella. A

ellas

las

respondemos

con

lo

siguiente:

En primer lugar, no es cierto que por consecuencia del cambio de las condiciones sociales, hubiera de cambiar el gobierno de naturaleza y de función. Órgano y función son términos inseparables. Despojad a un órgano de su función, y o bien el órgano muere o bien la función se restablece; introducid un ejército en un país donde no exista motivo ni razón de guerra interior o exterior y el ejército provocara la guerra o caso de no lograrlo, se disolverá. Una policía allí donde no halla delitos que descubrir o delincuentes a quienes aprehender, provocará su realización o inventará los unos y los otros y en caso contrario, que a causa de esta institución dejará de existir. Funciona en Francia, desde hace varios siglos, una institución actualmente adjunta a la Administración de Montes, denominada la «Louveterie», cuyos funcionarios están encargados de promover y realizar la destrucción de los lobos y otros animales dañinos. Pues bien, nadie se extrañará si decimos que a causa de esta institución es por lo que existen lobos en Francia, donde en las estaciones rigurosas ocasionan numerosas víctimas. El público se preocupa poco de los lobos, puesto que existen funcionarios encargados de su persecución. Estos practican su caza, pero de modo tan inteligente, que dan las batidas con tiempo suficiente para permitir su incesante reproducción, pues sería lástima que la especie se extinguiera; así resulta que los campesinos franceses tienen poca fe en la eficacia de estos funcionarios de la Administración, a quienes consideran como conservadores de lobos, y se comprende: ¿qué iba a ser de ellos si los lobos desaparecieran totalmente?


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Un gobierno, es decir un cierto número de personas encargadas de hacer las leyes, ejercitadas en servirse de la fuerza de todos para obligar a cada uno a respetarlas, constituyen ya, de por sí, una clase privilegiada y separada del pueblo. Clase que habrá de buscar intuitivamente, como todo cuerpo constituido, el aumento de sus atribuciones, el sustraerse a la intervención y fiscalización de las masas, el imponer sus tendencias y el hacer prevalecer sus intereses particulares. Colocado en una posición privilegiada, el Gobierno se halla en antagonismo con el resto de país, cuya fuerza utiliza diariamente. Por lo demás, el gobierno, aún cuando él mismo tratase de conseguirlo, no lograría contentar a todo el mundo; si se limitase a dar satisfacción a algunos, se vería obligado a ponerse en guardia contra los descontentos y a cointeresar, por tanto a una parte del pueblo, para obtener su apoyo. De este modo se reanudaría la vieja historia de la clase privilegiada constituida con la complicidad del Gobierno que, si esta vez no se hacía propietaria del suelo, acapararía, ciertamente, posiciones ventajosas creadas al efecto y no sería ni menos opresora ni menos expoliadora que lo es la actual clase capitalista. Los gobernantes, habituados al mando, no se avendrían a verse confundidos y englobados con la multitud; si no pudieran conservar el poder, se asegurarían, por lo menos, posiciones privilegiadas para el caso en que se vieran forzados a entregar el poder a otros. Usarían todos los medios que el mando proporciona para hacer elegir como sucesores a sus propios amigos, a fin de ser apoyados y protegidos por estos a su vez. El gobierno se transmitiría recíprocamente de unas a otras manos, y la democracia, que es el pretendido gobierno de todos, acabaría como siempre en una oligarquía, que es el gobierno de algunos, el gobierno de una clase. ¡Qué oligarquía tan omnipotente, tan opresora, tan absorbente, no sería, pues la que tuviera a su cargo, es decir, a su disposición, todo el capital social, todos los servicios públicos, desde la alimentación hasta la fabricación de fósforos, desde las universidades hasta los teatros de opereta!.


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Mas supongamos que el gobierno no constituye en sí una clase privilegiada y que puede vivir sin crear a su alrededor una nueva clase de privilegiados, siendo únicamente el representante, el esclavo, si se quiere, de toda la sociedad. ¿En qué y cómo aumentaría la fuerza, la inteligencia, el anhelo de solidaridad, el cuidado de bienestar de todos de la humanidad futura, que en determinado momento existieran en la sociedad? Se repite siempre la antigua historia del hombre encadenado, que habiendo logrado vivir a pesar de las cadenas, las considera como condición indispensable de su existencia. Estamos acostumbrados a vivir bajo un gobierno que acapara todas las fuerzas, todas las inteligencias, todas las voluntades que puede dirigir para sus fines, y crea obstáculos, suprime aquéllos que pueden serle hostiles o, por lo menos, inútiles, y nosotros nos imaginamos que cuanto se ha hecho en la sociedad es obra de los gobernantes, y que sin gobierno no quedaría a la sociedad ni fuerza, ni inteligencia, ni buena voluntad. Así (ya lo hemos dicho anteriormente) el propietario que se ha apoderado del suelo, lo hace cultivar en provecho particular suyo, no dejando al trabajador sino lo estrictamente necesario para que pueda y quiera seguir trabajando y el trabajador servil piensa que no podría vivir sin el patrón, como si éste hubiera creado la tierra y las fuerzas de la naturaleza. ¿Qué es lo que el gobierno puede añadir a las fuerzas morales y materiales existentes en una sociedad? ¿Será el gobierno, por casualidad, como el dios de la Biblia, y podrá sacar cosa alguna de la nada? Puesto que nada ha sido creado en el mundo comúnmente denominado material, nada se crea tampoco en esta forma más compleja del mundo material que se llama mundo social. Por esto los gobiernos no pueden disponer sino de fuerzas ya existentes en el seno de la sociedad, excepción hecha de las grandes fuerzas que paralizan y destruyen por efecto de su misma acción, las fuerzas rebeldes,


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las fuerzas perdidas en los frotamientos y choques, necesariamente muy numerosos, en un mecanismo artificial en tan sumo grado. Y si ellos dan de sí alguna cosa, esto ocurre en tanto que son hombres, y no porque sean gobierno. En fin, de todas las fuerzas materiales y morales que quedan a disposición del gobierno, sólo una parte se emplea de modo verdaderamente útil a la sociedad. El resto se almacena para poder refrenar las fuerzas rebeldes. O se le aparta del fin de utilidad general, empleándolas en provecho de unos cuantos y en perjuicio de la mayoría. Larga y detenidamente se ha disertado acerca de la participación respectiva que tiene en la vida y en el progreso de la sociedades humanas la iniciativa individual y la acción social; y se ha llegado, con los artificios habituales del lenguaje metafísico, a embrollar de tal manera las cosas, que hasta han parecido audaces aquéllos que han afirmado que todo se rige y todo marcha en el mundo humano mediante la iniciativa individual. En realidad, esto es una verdad de sentido común que aparece evidente tan luego como trata uno de darse cuenta de las cosas representadas por las palabras. El ser real es el hombre, es el individuo; la sociedad o colectividad y el Estado o gobierno que pretende representarlas, si no son abstracciones vacías de sentido, tienen que consistir en agregaciones de individuos. Y en el organismo de cada individuo es donde tienen necesariamente su origen todos los pensamientos y todos los actos humanos, los cuales de individuales se convierten en pensamientos y en actos colectivos, una vez que son o se hacen comunes a varios individuos. La acción social, pues, no consiste en la negación ni es el complemento de la iniciativa individual, sino en la resultante de las iniciativas, de los pensamientos y de las acciones de todos los individuos que componen la sociedad, resultante que, como todo, es más o menos grande según que todas las fuerzas concurran al mismo objeto o sean divergentes u opuestas. Si, por el contrario, con los autoritarios, por acción social se entiende la acción gubernamental, todavía sigue sien-


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do ésta la resultante de las fuerzas individuales, bien que sólo de los individuos que forman parte del gobierno o que por su posición, pueden influir en la conducta de éste último. De aquí que en la distinción secular entre la libertad y la autoridad, o en otros términos, entre el socialismo libertario y el Estado clase, no se trate de aumentar la independencia individual en detrimento de la ingerencia social, o de ésta en detrimento de aquella, sino más bien de impedir que algunos individuos puedan oprimir a los otros; de conceder los mismos derechos y los mismos medios de acción, y de sustituir con la iniciativa de todos, que debe producir, naturalmente, ventajas a todos, la iniciativa de algunos que necesariamente produce la opresión de todos los demás; se trata siempre, en una palabra, de destruir la dominación y la explotación del hombre por el hombre, de tal forma que todos resulten interesados en el bienestar común, y las fuerzas individuales, en lugar de ser suprimidas o de ser combatidas, destruyéndose una y otras, hallen la posibilidad de un desarrollo completo y se asocien entre sí para mayores ventajas de todos. De lo anterior resulta que la existencia de un gobierno, aun cuando fuera -según nuestra hipótesis- el gobierno de los socialistas autoritarios, lejos de producir un aumento de las fuerzas productivas organizadoras y protectoras de la sociedad, daría por resultado su considerable aminoración, restringiendo la iniciativa a unos cuantos y concediendo a unos pocos el derecho de hacerlo todo, sin poder, naturalmente, otorgarles el don de la omniscencia. En efecto, si se separan de la legislación, los actos y las obras de un gobierno, todo lo relativo a la defensa de los privilegios y todo lo que representa la voluntad de los mismos privilegiados ¿qué restaría que no fuese el resultado de la actividad de todos? «El Estado -decía Sismondi- es siempre un poder conservador que autentiza, regulariza y organiza las conquistas del progreso (y la historia añade que siempre las encamina en beneficio de las clases privi-


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legiadas) pero no las aplica jamás si dichas iniciativas parten siempre de abajo, nacen en el fondo de la sociedad, del pensamiento individual que en seguida se divulga, se convierte en opinión, en mayoría, pero se ve forzado en todo caso a volver sobre sus pasos, y a combatir en los poderes constituidos la tradición, la rutina y el privilegio del error». Por lo demás, para comprender cómo una sociedad puede vivir sin gobierno, basta observar un poco a fondo la sociedad actual y se verá en realidad que la mayor parte, la esencia de la vida social, se realiza, aun hoy día, con independencia de la intervención del gobierno y cómo el gobierno no se entremete sino para explotar a las masas, para defender a los privilegiados y para sancionar, bien que inútilmente, todo cuanto se hace sin él y aun contra él. Los hombres trabajan, cambian, estudian, viajan, observan como quieren las reglas de la moral y de la higiene, aprovechan los beneficios del progreso de las ciencias y de las artes, sostienen entre sí relaciones infinitas, sin sentir necesidad de que nadie les imponga la manera de conducirse. Y justamente son las cosas en que el gobierno no se entremete las que menos diferencias y litigios ocasionan, las que se acomodan a la voluntad de todos, de modo que todos hallan en ellas su utilidad y su agrado. El gobierno no es tampoco indispensable ni necesario para las grandes empresas, para esos servicios públicos que requieren el concurso regular de mucha gente, de países y condiciones diversos. Mil empresas de este orden son, actualmente, obra de asociaciones privadas, libremente constituidas, y realizan sus fines, según todo el mundo confiesa, del mejor modo posible y con los más satisfactorios resultados. No hablemos de las asociaciones de capitalistas, organizadas con el fin de explotación, ni recordemos cómo demuestran prácticamente la posibilidad y el poderío de la libre asociación, ni hagamos alto en cómo esta última puede extenderse hasta comprender gentes de todos los países e intereses inmensos y por extremo variados. Hablamos únicamente de las asociaciones que, inspiradas por el amor a nuestros semejantes, o por la pasión de la ciencia o sólo por


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el deseo de divertirse o de hacerse aplaudir, representan mejor las agrupaciones tal cual habrán de ser en el seno de una sociedad donde la propiedad individual y la lucha entre los hombres se encuentren abolidas y casa uno halle su interés en el interés de todos y su mayor satisfacción en practicar el bien en obsequio de sus semejantes. Las sociedades y los congresos científicos, la asociación internacional de salvamento, la asociación de la Cruz Roja, las sociedades geográficas, las organizaciones obreras, los cuerpos de voluntarios que acuden a prestar su concurso y su socorro en todas las grandes calamidades públicas, son algunos ejemplos entre mil que podríamos citar de la fuerza que hay en la asociación que se manifiesta siempre que se trata de una necesidad o de una pasión verdaderamente sentida; y los medios no faltan nunca. Si la asociación voluntaria no impera de modo general sobre la faz de la tierra, ni abraza todas las ramas de la actividad material y moral, es a causa de los obstáculos creados por los gobiernos, de los antagonismos suscitados por la propiedad privada, de la impotencia y del envilecimiento a que la gran mayoría de los hombres se ve reducida por consecuencia del acaparamiento de la riqueza por parte de unos cuantos. El gobierno se encarga, por ejemplo, del servicio de correos, ferrocarriles etcétera, ¿pero en qué forma y en qué medida acude realmente en su auxilio? Cuando el pueblo, colocado en disposición de gozar de ellos, siente su necesidad, decide organizarlos y los técnicos no tienen necesidad de una patente del gobierno para dar comienzo a la obra. Cuando más general y más urgente es la necesidad, más abundan los voluntarios para satisfacerlas. Si el pueblo tiene la facultad de pensar en la producción y en la alimentación, nadie tema que se deje morir de hambre esperando que el gobierno dicte leyes sobre el asunto. Si el gobierno debiera ser restablecido, todavía estaría forzado a esperar que el pueblo haya organizado prima facie, para venir, mediante leyes, a sancionar y explotar lo que ya hecho. Demostrando está que el interés privado es el gran móvil de toda acción. Ahora bien, cuando el interés de todos sea el interés de cada uno -y esto ocurriría necesariamente si no existiera la propiedad privada- todos


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obrarán; si las cosas se hacen ahora que no interesan sino a algunos, se harían entonces tanto más y tanto mejor puesto que interesarían a todo el mundo. Difícilmente se comprende que existan gentes que crean que la ejecución y la marcha regular de los servicios públicos, indispensables a la vida social, se hallan mejor asegurados si se desempeñan por empleados del gobierno y no directamente por los trabajadores dedicados a este género de labor, mediante su espontánea iniciativa o de acuerdo con los demás, y que la realizan bajo la participación directa e inmediata de todos los interesados. Seguramente que en todo gran trabajo colectivo se requiere la práctica de la división del trabajo, la existencia de dirección técnica, de administración, etc., pero los autoritarios juegan maliciosamente con los vocablos, para deducir la razón de ser del gobierno, de la necesidad, bien real, de organizar el trabajo. El gobierno, repetimos una vez más, es el conjunto de individuos que han recibido o que se han arrogado el derecho y los medios de hacer las leyes, así como la facultad de forzar a las gentes a su cumplimiento; el administrador, el ingeniero, etc., son, por el contrario, hombres que reciben o asumen la carga de realizar un trabajo y lo realizan. Gobierno significa delegación del poder, o sea, abdicación de la iniciativa y de la soberanía de todos en manos de algunos. Administración significa delegación de trabajo,o sea carga confiada y aceptada, cambio libre de servicios, fundado en pacto libremente ajustado. El gobernante es un privilegiado, puesto que le asiste el derecho de mandar a los demás y el de servirse de sus fuerzas para hacer triunfar sus ideas y sus deseos personales. El administrador, el director técnico, etc., son trabajadores como los otros, cuando se trata, claro es, de una sociedad donde todos tienen medios iguales de desenvolverse, donde todos son o pueden ser trabajadores intelectuales y manuales, donde todos los trabajos, todas las funciones otorgan un derecho igual a disfrutar de las ventajas sociales. Es menester no confundir la función de gobierno con la función de administración, que son esencialmente diferentes, porque si hoy día se hallan


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confundidas, es sólo a causa del privilegio económico y político. Detengámonos, además, en el examen de las funciones con respecto a las que el gobierno es considerado por todos los que no profesan el ideal anarquista, como verdaderamente indispensable: la defensa externa e interna de una sociedad, es decir, la guerra, la policía y la justicia. Suprimidos los gobiernos y puesta la riqueza social a disposición de todo el mundo, bien pronto desaparecerían los antagonismos existentes entre los diferentes pueblos y la guerra no tendría razón de ser. Diremos, además, que en el estado actual de la sociedad, cuando la revolución estalle en un país, si no halla inmediatamente eco en todas partes, encontrará seguramente tantas simpatías que un gobierno no osará enviar tropas al exterior corriendo el riesgo de ver estallar la revolución en su propia casa. Admitamos, sin embargo, que los gobiernos de los países todavía no emancipados quisieran y pudieran intentar reducir a la esclavitud a un pueblo libre. ¿Tendría éste, por ventura, necesidad de un gobierno para defenderse? Para hacer la guerra se requieren hombres que posean los conocimientos técnicos y geográficos del caso y sobre todo, masas prontas a batirse. Un gobierno no puede aumentar la capacidad de aquéllos ni la voluntad y el valor de éstas. La experiencia histórica nos enseña cómo un pueblo que desea vivamente defender su propio país, es invencible. En Italia, todo el mundo sabe cómo, ante los cuerpos de voluntarios (formación anárquica) se bambolean los tronos y se desvanecen los ejércitos regulares, compuestos de hombres forzados o asalariados. ¿La policía? ¿La justicia? Muchos se imaginan que si no hubiera gendarmes, policías y jueces, casa uno sería libre de matar, de violar y de vejar a su prójimo; que los anarquistas, en nombre de sus principios, desearían el respeto para esta especial libertad que viola y destruye la libertad y la vida ajenas; están casi persuadidos de que, después de haber destruido al gobierno y a la propiedad privada, consentiríamos impasibles la reconstitución de uno y de otra por respeto a la libertad de quienes experimentaran la nece-


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sidad de ser gobernantes y propietarios. ¡Extraña manera, en verdad, de comprender nuestros ideales! Es cierto que discurriendo de este modo se llega más fácilmente a desentenderse, merced a un encogimiento de hombros, del trabajo de refutarlos seriamente. La libertad que los anarquistas queremos para nosotros mismos y para los demás, no es libertad absoluta, abstracta, metafísica, que se traduce fatalmente en la práctica, en la opresión de los débiles, sino la libertad real, la libertad posible que es la comunidad consciente de los intereses, la solidaridad voluntaria. Proclamamos la máxima: «Haz lo que quieras», y resumimos, por así decirlo, en ella, nuestro programa, porque -fácil es de comprender- estamos persuadidos de que en una sociedad sin gobierno y sin propiedad, cada uno querrá aquello que deba querer. Mas si, por consecuencia de la educación heredada de la sociedad actual, de malestar físico o de cualquiera otra causa, alguien quisiera algo perjudicial a nosotros o a cualquiera, emplearíamos -estese cierto de ello- todos los medios disponibles para impedirlo. En efecto, desde el instante en que sabemos que el hombre es la consecuencia de su propio organismo y del ambiente cósmico y social en que vive; desde que distinguimos perfectamente el derecho inviolable de la defensa del pretendido y absurdo derecho de castigar; desde que en el delincuente, es decir, en el que comete actos antisociales, no vemos al esclavo rebelde, como ven los jueces de nuestros días, sino a un hermano enfermo necesitado de cuidados, no hemos de ensañarnos en la represión, sino que habremos de esforzarnos en no extremar la necesidad de la defensa, dejando de pensar en vengarnos, para ocuparnos en cuidad, atender y regenerar al desgraciado con todos los recursos que la ciencia ponga a nuestra disposición. En todo caso, y cualquiera que sea el modo que de entenderlo tenga los anarquistas -quienes, como todos los teorizantes, pueden perder de vista la realidad para correr tras un fantasmas de lógica- es lo cierto que el pueblo no consentirá jamás que se atente


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impunemente a su libertad ni a su bienestar, y si la necesidad surgiese sabría atender a su propia defensa contra las tendencias antisociales de algunos extraviados. Mas para esto ¿es indispensable la existencia de esas gentes que tienen por oficio la fabricación de leyes? ¿Ni la de esas otras que sólo se ocupan en descubrir o en inventar contraventores a ellas? Cuando el pueblo repruebe verdadera y seriamente una cosa y la encuentre perjudicial, sabrá lograr impedirlas mejor que todos los legisladores, todos los gendarmes y todos los jueces de profesión. Cuando en las rebeliones el pueblo ha querido hacer respetar la propiedad privada, lo ha conseguido mejor que pudiera haberlo hecho un ejército de gendarmes. Las costumbres se acomodan siempre a las necesidades y a los sentimientos de la generalidad, y son tanto más respetadas cuanto menos sujetas de hallan a la sanción de la ley, porque todos ven en ellas y comprenden su utilidad, y los interesados, que no se hacen ilusiones acerca de la protección del gobierno, se proponen hacerlas respetar por sí mismos. Para una caravana que viaja por los desiertos africanos, la bien entendida economía del agua es una cuestión de vida o muerte para todos, y el agua, en tal circunstancia, conviértase en cosa de gran valor: nadie se permite abusar de ella. Los conspiradores tienen necesidad de rodearse del secreto; el secreto es guardado, o la nota de infamia cae sobre quien lo viola. Las casas de juego no están garantizadas por la ley, y, entre jugadores, quien no paga es desconsiderado por todos y él mismo se considera deshonrando. El que no se cometa mayor número de homicidios ¿puede se debido a la existencia de los gendarmes? La mayor parte de los pueblos de Italia no ven a estos agentes sino muy de tarde en tarde; millones de hombres van por montes y por valles, lejos de los ojos tutelares de la autoridad, de suerte que se les podría atacar sin el menor riesgo de castigo, y, sin embargo, caminan con la seguridad que podrían disfrutar en los centros de mayor población. La estadística demuestra que el número de criminales es afectado muy poco por efecto de medidas represivas, y, en cambio, va-


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ría sensiblemente y a compás de las variaciones que experimentan las condiciones económicas y el estado de la opinión pública. Las leyes represivas, por lo demás, sólo hacen relación a los hechos extraordinarios, excepcionales. La vida cotidiana se desliza fuera del alcance del código, y está regulada, casi inconscientemente, por el asentimiento tácito o voluntario de todos, por una suma de usos y costumbres, bastante más importantes para la vida social que los artículos del código penal y bastante más y mejor respetados, aunque se hallan desprovistos de toda sanción que no sea la natural del desprecio en que incurren los infractores y la del mal resultante de tal desprecio. Cuando surgen diferencias entre los hombres, ¿ocurre acaso que el árbitro voluntariamente aceptado o la presión de la opinión pública, no serían más a propósito para dar la razón a quien la tenga que una magistratura irresponsable, facultada para juzgar sobre todo y sobre todos, que necesariamente tiene que ser incompetente, y por ende injusta? De igual modo que el gobierno no sirve, en general, sino para la protección de las clases privilegiadas, la policía y la magistratura no sirven sino para la represión de estos delitos, que no son considerados tales por el pueblo y que ofenden tan sólo los privilegios de los gobernantes y de los propietarios. Para la verdadera defensa social, para la defensa del bienestar y de la libertad de todos, no hay nada tan perjudicial como la formación de estas clases, que viven con el pretexto de defendemos a todos y se habitúan a considerar a todo hombre como un jabalí bueno para recluirlo en una jaula, y le maltratan, sin saber por qué, por orden de un jefe, como asesinos inconscientes y mercenarios. Y bien, sea -se dice- la anarquía puede ser una forma perfecta de vida social, pero no queremos dar el salto a las tinieblas. Explíquesenos, pues, en detalle, cómo habrá de organizarse la sociedad futura. Sigue después una serie de preguntas por demás interesantes, si se trata de estudiar los problemas que han de imponerse a la sociedad emancipada, pero que son inútiles, absurdas o ridí-


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culas si se pretende obtener de nosotros una solución definitiva. ¿Por qué métodos se llevará a cabo la educación de los niños? ¿Cómo se organizarán la producción y la distribución? ¿Existirán, entonces, grandes ciudades, o bien la población se distribuirá de una manera igual sobre la redondez de la tierra? ¿Y si todos los habitantes de Siberia quisieran pasar el invierno en Niza? ¿Y si todos quisieran comer perdices o beber vinos de primera calidad? ¿Qué harán los mineros y los marinos? ¿Quién limpiará las letrinas y las alcantarillas? Los enfermos, ¿serán asistidos a domicilio o en el hospital? ¿Quién establecerá el horario de ferrocarriles? ¿Qué se hará si el mecánico o maquinista le da un cólico estando el tren en marcha?... Y así, por el estilo, hasta llegar a pretender que poseamos toda la ciencia y la experiencia del porvenir, y que en nombre de la anarquía hayamos de prescribir a los hombres futuros la hora a que deban acostarse y los días en que deban cortarse las uñas de los pies. En verdad que si nuestros lectores esperan ver a continuación una respuesta a tales preguntas o a lo menos a aquéllas más serias o más importantes distinta de nuestra opinión personal del momento- tal cosa significaría que no hemos logrado explicar en las anteriores páginas lo que por anarquía debe entenderse. Nosotros nos somos más profetas que el resto de la humanidad; si nosotros pretendiéramos dar solución definitiva a todos los problemas que se presentarán seguramente en la sociedad futura, entenderíamos la abolición del gobierno de una manera bien extrema, ¡como que nos constituiríamos sin querer, en gobernantes y prescribiríamos, a manera de los legisladores religiosos, un código universal para el presente y para el porvenir! Gracias a que, careciendo de hogueras y de prisiones para imponer nuestra Biblia, la humanidad podría reírse impunemente de nuestra pretensiones. Nosotros nos preocupamos mucho de todos los problemas de la vida social, sea en interés de la ciencia, sea que contemos con ver realizarse la anarquía y concurrir en la medida de nuestras fuerzas a la organización de la nueva sociedad - Tenemos, pues solu-


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ciones propias y originales, que, según los casos, aplicaríamos de modo definitivo o de modo transitorio, y expondríamos aquí algo acerca de ellas si la carencia de espacio no nos lo impidiera. Mas el hecho de que hoy día, con los antecedentes que poseemos, pensamos de tal o cual modo acerca de determinada cuestión, no significa que así haya de suceder en el día de mañana. ¿Quién puede prever las actividades que se desarrollarán en la humanidad cuando ésta haya logrado emanciparse de la miseria y de la opresión? ¿Cuando no haya ni esclavos ni amos y la lucha contra los demás hombres, y el odio y los rencores de ella derivados no constituyan una necesidad de la existencia? ¿Quién puede prever los progresos de la ciencia, los nuevos medios de producción, de comunicación, etc.? Lo esencial es esto: que se constituya una sociedad donde la explotación y la dominación del hombre por el hombre resulten imposibles: donde todos tengan la libre disposición de los medios de existencia, de desarrollo y de trabajo, donde todos puedan concurrir como deseen y como sepan a la organización de la vida social. En una sociedad semejante todo se hará necesariamente de manera que satisfaga del mejor modo las necesidades de todos, dados los conocimientos y las posibilidades del momento; todo se transformará en dirección a lo bueno, lo mejor, a medida que aumenten y se ensanchen los conocimientos y los medios. En el fondo, un programa relacionado con las bases de la constitución social no puede hacer otra cosa que indicar un método. Y el método es, principalmente, lo que diferencia y separa a los movimientos determinando, además, su importancia en la historia. Abstracción hecha del método (todos dicen que desean el bien de la humanidad, y muchos lo desean realmente), los movimientos desaparecen y con ellos desaparece, también, toda acción organizada con un determinado fin. Es menester, pues, considerar a la anarquía como un método.


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Los métodos de que los diversos movimientos no anarquistas esperan o dicen esperar el mayor bienestar de todos y cada uno, pueden reducirse a dos: el autoritario y el llamado liberal. El primero confía a unos cuantos la dirección de la vida social y conduce a la explotación y a la opresión de la masa por parte de unos pocos. El segundo lo confía a la libre iniciativa de los individuos y problema, si no la abolición, al menos la reducción del gobierno al mínimo posible de atribuciones. Como quiera que respeta la propiedad individual, que funde por completo en el principio de cada uno para sí, y, por ende, en la concurrencia entre los hombres, su libertad no es sino la libertad para los fuertes y para los propietarios, de oprimir y explotar a los débiles, a los que no poseen nada; lejos de producir la armonía tiende siempre a aumentar la distancia entre ricos y pobres y conduce lógicamente a la explotación y a la dominación, o sea a la autoridad. Este segundo método, es decir, el liberalismo, viene a ser teóricamente una especie de anarquía sin socialismo, y por tanto no es más que una mentira, un engaño, puesto que la libertad no puede existir sin la igualdad; la anarquía verdadera es inconcebible fuera de la solidaridad, fuera del socialismo. La crítica que los liberales hacen del gobierno se reduce a querer despojarle de un cierto número de atribuciones, pero no pueden atacar las funciones represivas que son de su esencia, por cuento sin gendarmes el propietario no podría existir y hasta la fuerza represiva del gobierno debe siempre crecer a medida que crecen, por efecto de la libre concurrencia, la desarmonía y la desigualdad. Los anarquistas presentan un método nuevo: «La iniciativa libre de todos y libre pacto», después de que la propiedad privada individual, abolida revolucionariamente, todos hayamos sido puestos en condiciones iguales de poder disponer de la riqueza social. No dando pie este método a la reconstrucción de la propiedad individual, debe conducir por el camino de la libre asociación al triunfo completo del principio de solidaridad. Considerando las cosas desde este punto de vista, se ve que todos


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los problemas que se suscitan a fin de combatir las ideas anarquistas son, por el contrario, un argumento más a favor de la anarquía, puesto que ésta indica por sí sola el camino que debe seguirse para hallar experimentalmente la solución que mejor responda a los postulados de la ciencia y a las necesidades y sentimientos de todos. ¿Cómo se educará a los niños?... No lo sabemos ni necesitamos saberlo. Los padres, los pedagogos y todos cuantos se interesen por la suerte de las futuras generaciones, se reunirán; discutirán, y unidos o divididos en diversas opiniones pondrán en práctica los sistemas de enseñanza que estimen más convenientes; y constatado por la experiencia el sistema mejor concluirá por triunfar. Esto mismo es aplicable a cuantos problemas puedan presentarse. Resulta de aquí lo que ya hemos dicho antes, que la anarquía, tal cual la concibe el movimiento anarquista y tal como puede ser comprendida, se basa en el socialismo. Y si no existieran escuelas socialistas que escinden artificiosamente la unidad natural de la cuestión social, considerando sólo algunas partes o aspectos de ellas, si no existieran los equívocos por medio de los cuales se trata de cortar el paso a la revolución social, podríamos afirmar que anarquía es sinónimo de socialismo, puesto que una y otro significan la abolición de la dominación y de la explotación del hombre por el hombre, practíquense por medio de los engaños, por la fuerza de las bayonetas o por medio del acaparamiento de los medios de existencia. La anarquía, de igual modo que el socialismo, tiene como base, como punto de partida y como medio necesario, la igualdad de condiciones, por faro la solidaridad y por método la libertad. La anarquía no es la perfección, no es el ideal absoluto que, como el horizonte, se aleja a medida que avanzamos; pero es ciertamente el camino abierto a todos los progresos, a todos los perfeccionamientos, realizables en interés de todos.


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Establecido ya que la anarquía es el solo modo de vida social que conduce y facilita el mayor bienestar para todos los hombres, por ser el único capaz de destruir toda clase interesada en mantener oprimida y en mísera condición a la masa humana; demostrado que la anarquía es posible, desde el momento en que se limita, en resumen, a desembarazar a la humanidad del obstáculo gobierno contra el que siempre ha tenido que luchar para avanzar en su penoso trabajo; establecido todo esto, hagamos constar que los autoritarios de la libertad y de ¡ajusticia, tienen miedo a la libertad y no saben decidirse a concebir una humanidad viviendo y marchando sin tutores y sin pastores. Estrechados de cerca por la verdad, solicitan estos individuos el aplazamiento indefinido de la solución del asunto. He aquí la substancia de los argumentos que se nos oponen al llegar a este punto concreto de la discusión. «Esta sociedad sin gobierno que se rige por medio de la cooperación libre y voluntaria; esta sociedad que se confía de modo absoluto a la acción espontánea de los intereses y que se halla enteramente fundada en la solidaridad y en el amor, es, en verdad, un ideal muy bello, pero que, como todos los ideales, permanece en el estado de nebulosidad. Nos hallamos en el seno de una humanidad siempre dividida en oprimidos y opresores; éstos imbuídos del espíritu de dominación y manchados con todos los vicios de los tiranos; aquellos habituados al servilismo y encenagados en los todavía más vergonzosos vicios que la esclavitud engendra. El sentimiento de la solidaridad dista mucho de ser el que impera entre los hombres del día, y si es cierto que los destinos de los hombres son y se hacen cada día más solidarios entre sí, no es menos cierto que lo que mejor se percibe y mejor caracteriza la naturaleza humana es la lucha por la existencia que diariamente sostiene cada uno contra todos; es la concurrencia que acorrala de cerca a obreros y a patronos, y que hace que cada hombre sea el lobo de otro hombre. ¿Cómo podrán ellos, hombres cuya educación la han adquirido en el seno de una sociedad basada en el antagonismo de clases y en el de individuos, transformarse de repente y resultar capaces de vivir en una socie-


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dad donde cada uno habrá de hacer lo que quiera y deba, sin coacción exterior alguna, por impulso de su propia naturaleza, querer el bien ajeno? ¿Con qué discernimiento podría confiarse la suerte de la revolución, la suerte de la humanidad, a una turba ignorante, anémica de miseria, embrutecida por el cura, que hoy será estúpidamente sanguinaria y mañana se dejará engañar groseramente por cualquiera o doblará humildemente la cabeza ante el primer guerrero que ose proclamarse dueño? ¿No sería más prudente marchar hacia el ideal anarquista, pasando primero por una república democrática y socialista? ¿No sería conveniente un gobierno compuesto de los mejores para preparar la generación de las ideas futuras?». Estas objeciones no tendrían razón de ser si hubiéramos llegado a conseguir hacer comprender al lector, y convencerle de lo anteriormente expuesto, pero, aun cuando sea incurrir en repeticiones, no por eso habremos de dejarlas incontestadas. Nos hallamos siempre en presencia del prejuicio de que el gobierno es una fuerza nueva, salida no se sabe de dónde, que añade de por sí misma algo a la suma de fuerzas y de capacidades de aquellos que la componen y de aquellos que la obedecen. Por el contrario, todo lo que se hace en la humanidad se hace por hombres, y el gobierno, como tal, sólo aporta de su parte, por un lado, la tendencia a constituir un monopolio de todo en provecho de una determinada parte o de una determinada clase, y por otro, la resistencia a toda iniciativa que nazca fuera de su camarilla. Abolir la autoridad, abolir el gobierno, no significa destruir las fuerzas individuales y colectivas que se agitan en el seno de la humanidad, o a las miles de influencias que los hombres ejercen mutuamente los unos sobre los otros; esto sería reducir la humanidad a un amasijo de átomos separados unos de otros e inertes, cosa imposible, y que de ser posible daría por resultado la destrucción de toda la sociedad, es decir la muerte de la humanidad.


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Abolir la autoridad significa abolir el monopolio de la fuerza y de la influencia; abolir la autoridad significa abolir este estado de cosas en que la fuerza social, o sea la fuerza de todos, es el instrumento del pensamiento, de la voluntad y de los intereses de un pequeño número de individuos, quienes mediante la fuerza suprimen, en su propio provecho y en el de sus particulares ideas, la libertad de cada uno. Abolir la autoridad significa destruir una forma de organización social por la cual el porvenir resulta acaparado de una a otra revolución, en beneficio de aquellos que fueron los vencedores de un momento. Miguel Bakunin, en un escrito publicado en 1872, después de decir que los grandes medios de acción de la Internacional eran la propaganda de sus ideas y la organización de la acción natural de sus miembros sobre las masas, añade: «A quien pretendiera que una acción así organizada constituiría un atentado a la libertad de las masas, una tentativa de creación de un nuevo poder autoritario, le responderíamos que es un sofista o un bobo. Tanto peor para aquellos que ignoran las leyes naturales y sociales de la solidaridad humana hasta el punto de imaginar que una absoluta independencia mutua de los individuos y de las masas es cosa factible o por lo menos deseable. »Tal deseo,significa querer la destrucción de la sociedad, puesto que la vida social no es otra cosa que esta dependencia mutua y continuada de los individuos y de las masas. »Todos los individuos, aun cuando no se trate de los más inteligentes y de los más fuertes, y mejor todavía, si se trata de los más inteligentes y de los más fuertes, son a cada instante los productores. La libertad misma de cada individuo no es sino la resultante, continuamente reproducida, de esta masa de influencias materiales y morales ejercida sobre él por todos los individuos que le rodean, por la sociedad en cuyo seno nace, se desarrolla y muere. Querer escapar a esta influen-


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cia por medio de una libertad trascendente, divina, absolutamente egoísta y suficiente a sí misma, constituye una tendencia al no ser; querer renunciar a toda acción social, a la expresión misma de sus pensamientos y de sus sentimientos viene a dar el mismo resultado. Esta independencia tan alabada por los idealistas y los metafísicos, así como la libertad individual en tal sentido concebida, son, pues la nada. »En la naturaleza como en la sociedad humana, que no es otra cosa sino la misma naturaleza, todo lo que vive no vive sino con la condición suprema de intervenir, del modo más positivo y potente que su índole consienta, en la vida de los demás; la abolición de esta influencia mutua sería la muerte, y cuando nosotros reivindiquemos la libertad de las masas, no pretenderemos abolir ninguna de las influencias naturales que los individuos ejercen sobre ellas, lo que nosotros trataremos de realizar será la abolición de las influencias artificiales, privilegiadas, legales, oficiales». Es cierto que, en el estado actual de la sociedad, donde la gran mayoría de los hombres, corroída por la miseria y embrutecida por la superstición, gime en la más honda abyección, los destinos humanos dependen de la acción de un número relativamente poco considerable del individuos. Ciertamente que no podrá conseguirse el que de un momento a otro todos los hombres se eleven hasta el nivel necesario para poder sentir y comprender el deber -más bien que placer- de realizar todos sus actos de manera que de ellos resulte a los demás hombres el mayor bienestar posible. Pero si las fuerzas pensantes y directivas de la humanidad son actualmente poco considerables, no constituye esto, ni puede constituir, una razón para organizar la sociedad de tal manera que, gracias a la inercia producida por las posiciones aseguradas, gracias a la herencia, gracias al proteccionismo, al deseo de cooperación y a toda la mecánica gubernamental, las fuerzas más vivas y las capacidades más relevantes concluyen por hallarse fuera


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del gobierno y casi privadas de influencia sobre la vida social. Y los que llegan al gobierno, hallándose en él fuera de su ambiente como se hallan, y hallándose, ante todo, interesados en continuar en el poder como se hallan, pierden toda fuerza activa y se convierten en obstáculo que detiene y entorpece la acción de los demás. Abolid que es aquello zas y

esta potencialidad negativa, el gobierno, y la sociedad será que debe ser, según las fuerlas capacidades del momento.

Si en ella se encuentran hombres instruidos y deseosos de difundir la instrucción, ellos organizarán escuelas y se esforzarán en hacer sentir a todos la utilidad y el placer de instruirse; y si estos hombres no existen o son poco numerosos, un gobierno no podría, como hoy día sucede, llamar a su seno a estos hombres, sustraerlos al trabajo fecundo, obligarles a redactar reglamentos cuya observación se encomiende a las gestiones de policías y agentes de la Administración, y hacer de ellos, de institutores inteligentes y apasionados que eran, políticos preocupados tan sólo en ver implantadas sus manías y permanecer en el poder el mayor tiempo posible. Si en sociedad se encuentran médicos e higienistas, ellos organizarán, a buen seguro, el servicio sanitario. Y si no existen, un gobierno tampoco puede improvisarlos; únicamente podría, merced a la muy justificada sospecha que el pueblo abriga con relación a todo lo que se le impone, rebajar el crédito y la reputación de los médicos existentes y hacerles descuartizar, como envenenadores, cuando tratan de evitar o de combatir las epidemias. Si existieran ingenieros y maquinistas, ellos cuidarían de establecer y organizar ferrocarriles, si no existieran, es evi-


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también

que

un

gobierno

no

podría

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La revolución, al abolir el gobierno y la propiedad individual, no creará fuerzas que actualmente no existan, pero dejará el campo libre a la expansión de todas las fuerzas, de todas las capacidades existentes, destruirá toda clase o agrupación interesada en mantener a las masas en el embrutecimiento y obrará de suerte que cada uno pueda ejercitar su influencia en proporción a su respectiva capacidad y de conformidad a sus pasiones y a sus intereses. Este es el único camino por el cual la masa puede elevarse, siempre el de habituar a los gobernados a la sujeción y el de tender siempre a hacerse más y más necesario. Por otra parte, si se quiere lograr un gobierno que deba educar a las masas y conducirlas a la anarquía, es sin embargo, necesario indicar cuál haya de ser el origen y el modo de formación del mismo. ¿Habrá de ser la dictadura de los mejores? Pero, ¿quiénes son los mejores? Y, ¿quién ha de reconocerles y asignarles esta cualidad? La mayoría está, de ordinario, apegada a viejos prejuicios, a ideas y a instintos ya dejados atrás por una minoría más favorecida; pero entre las mil y una minorías que creen cada cual tener razón -y todos pueden tenerla relativamente a determinados puntos- ¿cuál habría de elegirse? ¿mediante qué criterio se tendrá que proceder para poner la fuerza social a disposición de una de ellas, cuando sólo el porvenir puede decidir entre las partes litigantes? Si se toman cien partidarios inteligentes de la dictadura, se verá que cada uno de ellos cree que él debe ser, si no el dictador, uno de los dictadores, o por lo menos ocupar un puesto inmediato a la dictadura. En efecto, los dictadores serían quienes, por un camino o por otro, llegaran a imponerse y, por los tiempos que corren, podemos tener la seguridad de que todos sus esfuerzos habrían de emplearse tan sólo en la lucha que forzosamente tendría que sostener


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para defenderse de los ataques de sus adversarios, y esto olvidando sus veleidades de educación como si nunca hubieran existido. ¿Será, por el contrario, un gobierno elegido por sufragio universal, y por tanto, la emancipación más o menos sincera de la voluntad de la mayoría? Pues si se consideran a estos flamantes electores como incapaces de atender por sí mismos a sus propios intereses, ¿cómo habrán de acertar, en ningún caso, a elegir los pastores de guiarles? ¿De qué manera podrán resolver el problema de alquimia social consistente en obtener la elección de un genio como resultado de la acumulación de votos de una masa de imbéciles? ¿Y la suerte de las minorías, por regla general la parte más inteligente, la más activa y la más adelantada de una sociedad? Para resolver el problema social en favor de todos no existe más medio que uno, y es el siguiente: expropiar revolucionariamente a los detentadores de la riqueza social; ponerlo todo a disposición de todos, y obrar de suerte que todas las fuerzas, todas las capacidades, todas las buenas voluntades existentes entre los hombres, obren y actúen para proveer a las necesidades de todos. Nosotros luchamos por la anarquía y por el socialismo, porque estamos convencidos de que la anarquía y el socialismo deben tener una acción inmediata; es decir, expulsar a los gobiernos, abolir la propiedad y confiar los servicios públicos -que en este caso comprendan toda la vida social- a la obra espontánea, libre, no oficial, no autoritaria, de todos los interesados y de todos aquellos que tengan voluntad para hacer algo. Cierto que se suscitarán dificultades e inconvenientes, pero unas y otros se resolverán como no puede ser de otra manera, anárquicamente, es decir, mediante la acción directa de los interesados y de los libres acuerdos. No sabemos si la anarquía y el socialismo surgirán triunfantes de la próxima revolución; mas es cierto que si los programas llamados de transición se adoptan, esto será porque por


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esta vez hemos sido vencidos, y jamás porque hayamos creído útil o conveniente dejar con vida una parte siquiera del defectuoso sistema bajo el que la humanidad gime y llora. De todos modos, habremos de ejercer sobre los acontecimientos la influencia que el número nos proporcione y que nos den nuestra inteligencia, nuestra energía y nuestra intransigencia; y aun en el supuesto de ser vencidos, nuestros esfuerzo nunca resultará estéril ni inútil, puesto que, cuanto más hayamos estado decididos a llegar a la realización de todo nuestro programa, tanto menos cantidad de gobierno y tanto menor suma de propiedad existirán en la nueva sociedad. Nosotros habremos realizados una obra grande, porque el progreso humano se mide precisamente por la disminución del gobierno y por la disminución de la propiedad privada. Y ra,

si hoy caemos sin podemos estar seguros de

arriar nuestra la victoria de

bandemañana.


EL ANARQUISMO ANTE LOS NUEVOS TIEMPOS Murray Bookchin A menos que la sociedad se inmole en una catástrofe nuclear, nos espera una era marcada por una novedad de tal impacto que puede constituir la transformación más radical vivida por la humanidad desde la revolución industrial, o mejor dicho, tal vez desde cuando nuestros antepasados iniciaron la agricultura, milenios de años atrás. Es cierto: no estoy exagerando la dimensión y la importancia de este cambio, más bien lo estoy subvalorando. Ya estamos experimentando los primeros efectos, con el descubrimiento de los secretos" de la materia (nuclear) y de los secretos" de la vida (ingeniería genética), de consecuencias incalculables, bombas de hidrógeno, y de neutrones, misiles inteligentes" que pueden ser conducidos en la espalda y lanzados por un solo hombre, y en fin, estaciones espaciales, vehículos aéreos que vuelan a velocidades muy superiores a la del sonido, submarinos dotados de armas nucleares que pueden permancer sumergidos por períodos de tiempo casi ilimitados, y un armamento terrestre de armas automáticas, medios acorazados polivalentes, potente artillería, mortales toxinas biológicas y químicas, centros de mando superelectronizados, y, aún más, técnicas avanzadísimas de vigilancia desde los satélites que pueden fotografiar a un individuo desde centenares de kilómetros por encima de él, hasta los micrófonos direccionales que pueden captar una conversación a metros de distancia a través de una ventana cerrada... Todos estos medios de control y de destrucción son tan sólo los heraldos de una técnica que será considerada primitiva dentro de una o dos generaciones. Son asimismo la prueba de que el orden social existente carece incluso de los más mínimos rudimentos necesarios en cuanto a sensibili dad moral para hacer frente a


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cualquier gran descubrimiento en el campo científico y técnico. Se puede afirmar, con una seguridad confirmada por una mole de pruebas realizadas, que el capitalismo, inevitablemente, por su propia naturaleza, utilizará cada progreso" técnico con objetivos autoritarios y destructivos. Y cuando digo destructivos, no me refiero sólo al destino de la humanidad, sino también a ese mundo natural del cual dependen para su sobrevivencia todas las especies en su conjunto: no existe ninguna diferencia sustancial, en este sentido, tanto si se habla de bombas o de antibióticos, de gas nervioso o de sustancias químicas para la agricultura, de radar o de comunicaciones telefónicas. Las ventajas que la humanidad puede espigar del progreso técnico son tan sólo migajas caídas de un orgiástico banquete de destrucción que en este solo siglo ha sacrificado más víctimas que en cualquier otro período histórico. La tan alabada sensibilidad hacia los valores de la vida humana, de la libertad individual, de la integridad personal es irrisoria ante el recuerdo de Auschwitz o Hiroshima. Ningún sistema social ha ofendido todo elevado concepto de civilización más brutalmente que el nuestro, que tan devotamente habla de libertad, de igualdad y de felicidad: palabras que son hoy sólo un camuflaje para la tradicional fe" en el progreso" y en el continuo ascenso de la civilización". Lo que más me preocupa en este asunto no son los cambios técnicos que abiertamente amenazan nuestra sobrevivencia y la del planeta. Lo que me preocupa profundamente son las singulares condiciones a las cuales podremos sobrevivir" tras nuestra capacidad de destruir a nuestra propia especie. Me refiero a las nuevas aplicaciones de los descubrimientos científicos y técnicos en el campo de la industria y de la información que pueden determinar mutaciones radicales en las relaciones sociales y en la estructura del carácter, mutaciones capaces de minar nuestra voluntad de resistencia a la dominación. Atención: ya hemos sido cambiados, social y psicológicamente, desde fines del segundo conflicto mundial, durante el cual la ciencia fue aplicada sistemáticamente a la guerra, a la industria y al control social en una


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medida sin precedentes en la historia. He destacado el término sistemáticamente" con toda intención. La tecnología militar en la primera guerra mundial, en cuanto a mortandad, era todavía primitiva, no sólo en su potencia homicida (la guerra de trincheras era por lo menos limitada geográficamente y dejaba gran parte de la población civil al margen de portar armas), sino tambien por su carácter ad hoc. El desarrollo de los armamentos dependía de ocasionales inventivas, no de elaborados programas de aplicación de los principios físicos y del know how (saber cómo) ingenieril al arte de la destrucción de masas. Por su parte, la segunda guerra mundial cambió radicalmente ese modo simple de usar la ciencia a fines militares. El proyecto Manhattan", que produjo la primera bomba atómica, consistió en la movilización masiva y conscientemente planificada de los mejores cerebros físicos y matemáticos disponibles, para producir una sola arma: algo similar a la movilización de masas de la población total para sostener el esfuerzo bélico". Los científicos participaron también en decisiones militares importantísimas como cuando J. Robert Oppenheimer, que era el jefe del Proyecto", le dio al ministro norteamericano de la guerra los datos decisivos para el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Hoy, este uso de la ciencia y de la ingeniería para el desarrollo de los arrnarnentos no está vinculado por el mismo escrúpulo de moralidad e integridad científica. Si sobreviviéramos" a la ilimitada potencia de la ciencia en términos de destrucción en masa, no hay nada que pueda impedir a los Estados y a sus ejércitos el invadir el espacio con los más letales sistemas de aniquilación humana y de invadir las mentes con técnica informática y métodos de condicionamiento que hacen palidecer cualquier cosa que se pueda leer en el 1984 de Orwell. Otra cosa, asimismo preocupante, es que en los Estados Unidos, en Japón y en parte de Europa estamos asistiendo a cambios industriales que son no menos radicales que aquellos militares a que he aludido, cambios que predije veinte años atrás en Hacia una tecnología liberadora y que ingenuamente esperaba fueran al servicio de la liberación


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humana, mientras, por lo contrario, sirven en la actualidad al orden existente para alimentar el dominio del hombre sobre el hombre. Me refiero a una amplia reestructuración de toda la economía sobre bases electrónicas, a un género de revolución industrial del todo nueva que amenaza con sustituir el mismo aparato sensorial humano con aparatos mecánicos electrónicamente guiados. Se debe tener en cuenta que estamos apenas en los primeros pasos de una serie de progresos" técnicos que convertirán en obsoleta tanto a la fábrica y a la oficina, como a la hacienda agrícola tradicional, que alimentarán la centralización política y potenciarán el control policíaco, para no hablar del condicionamiento dirigido hacia los medios masivos de la mente y del espíritu, que alcanzará niveles inimaginables. La línea de montaje, que es tal vez la más relevante innovación industrial de la época entre las dos guerras mundiales, podía ser asociada al nombre de un emprendedor con inventiva como Henry Ford, o antes que él, con un Ely Whitney. Del mismo modo, la revolución en el ámbito de la comunicación, del transporte aéreo, de la iluminación eléctrica, del cinematógrafo, del telégrafo, de la radio eran asociados a sólo nombres personales. Hertz, Bell, los hermanos Wright, Edison, etcétera. Hoy los inventos técnicos son prácticamente anónimos. Al igual que el Proyecto Manhattan", ellos son el resultado del trabajo colectivo y sistemático de brigadas" de investigadores del ejército o de las grandes empresas, que pueden producir a voluntad todo cuanto sea razonablemente necesario. No existen, por tanto, límites intrínsecos, en términos amplios, a no importa que sistema o aparato para conseguir -o casi- cualquier fin. La palabra invención" ha perdido su significado tradicional de acto personal inspirado para descubrir o crear. No es un individuo, con sus escrúpulos morales o con su sentido del bien público, que da su contribución a la innovación tecnológica. Los Henry Ford y los Thomas Edison (a pesar de todas las connotaciones negativas con las que justamente se les asocia) han dejado el puesto al Pentágono, a la General Dynamics, a la General Motors y a todas las demás entidades y empresas que se hallan al abrigo del riesgo de consideraciones éticas y sociales en el anoni-


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mato de su actuar y en la impersonalidad de su trabajo en brigadas". Debemos tener en cuenta que estos cambios tecnológicos-y el modo como se han operado-señalan el fin de toda la historia anterior a la segunda guerra mundial, de esa historia en que se basa tanta parte de nuestra teoría. El sindicalismo ha compartido con el marxismo la firme convicción de que el proletariado industrial era el sujeto histórico" para el derrocamiento revolucionario del capitalismo. Aunque hace tiempo que he abandonado tal creencia, por razones tanto teóricas como prácticas, encuentro más bien irónico que esta cuestión se halle destinada a perder bien pronto su relevancia, para no hablar de su validez, desde el momento que el proletariado en cuanto tal está declinando en consistencia y en importancia estratégica. Contrariamente a la expectativa sindicalista y marxista, el proletariado va declinando históricamente junto con el sistema de fábrica y con la tecnología tradicional que le dieron origen como clase. Y no se cambian sustancialmente los términos del problema ampliando las definiciones del término proletariado" hasta incluir los cuellos blancos" e incluso los empleados estatales: aunque para éstos se perfila una drástica reducción numérica. En los Estados Unidos, que deben asimismo emprender seriamente su reconversión industrial", los cuellos azules" han descendido de un veinticinco por ciento a un quince por ciento de la fuerza laboral: declinación que previsiblemente proseguirá hasta que la clase obrera tradicional sea reducida a una exigua porción de la población. Ya ahora, todavía, ni los cuellos blancos" ni los cuellos azules" muestran aquel arrojo, aquella vitalidad característica del proletariado clásico de la época precedente a las dos guerras mundiales. Es, además, interesante desde un punto de vista teorético, preguntarse si una clase obrera de herencia industrial, como aquella alemana de los primeros veinte años de este siglo, fue alguna vez revolucionaria, en comparación a una reciente clase obrera de cuño agrícola, como la española y la rusa, que vivieron la dolorosa transición de un mundo rural a uno industrial, con todos los sufrimien-


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tos psicológicos y culturales conexos con una drástica readaptación a modelos de vida altamente racionalizados y mecanizados. La evolución de las clases La propia historia está emitiendo todavía una sentencia que tiene más contenido existencial que cualquier teoría. Hasta para los programadores de computadoras -para no hablar de los perforadores de tarjetas mecanográficas, de los empleados de tercera y de los pequeños burócratas-se delinea una declinación en términos numéricos y en relevancia social, a consecuencia de la introducción de las conocidas como computadoras inteligentes", cuyo ulterior desarrollo a niveles de increíbles sofisticaciones es sólo cuestión de tiempo. Todo movimiento radical que base su teoría de cambio social sobre un proletariado revolucionario -compuesto solo de obreros o de obreros y empleados-vive en un mundo que se va, en el supuesto caso que haya existido, con la desaparición de los oficios y de los trabajos de raíz campesina de la Europa latina y eslava del siglo pasado. Se me permitirá destacar que no estoy diciendo lo que digo para disminuir la importancia de ganar el apoyo de la clase laboral para un proyecto de emancipación humana, ni intento denigrar los esfuerzos en este sentido de los sindicalistas. Hoy en día un proyecto liberador que le falte el apoyo de la clase trabajadora está destinado probablemente al fracaso: los cuellos azules", y aún más si se unen a los cuellos blancos", representan todavía una considerable fuerza económica. Pero, en cuanto a eso, también un proyecto liberador que no logre atraerse a su lado a los jóvenes que componen los ejércitos de todo el mundo está asimismo destinado al fracaso. En los parámetros temporales que definen la unidad de nuestra época, el proyecto liberador se encuentra frente a los problemas típicos de un período de transición: la exigencia de trabajar con aquellos estratos sociales en declinación que constituyen todavía elementos decisivos de mutación social; la exigencia de trabajar con estratos sociales


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emergentes que están convirtiéndose en factores decisivos del cambio social, como por ejemplo los técnicos y los profesionales altamente calificados; la exigencia de trabajar con los oprimidos de siempre, que siempre serán decisivos elementos potenciales de cambio social, como las mujeres y las minorías étnicas; la exigencia de trabajar con los denominados grupos marginales", categorías socialmente no bien definidas, que pueden volverse elementos decisivos para el cambio social, como la inteligenCia radical, que ha jugado un papel estratégico en todas las situaciones revolucionarias, y los individuos que escogen estilos y normas de vida cultural y sexual no ortodoxos. El tiempo, enemigo Pero el tiempo no juega a nuestro favor. Es muy probable que, si no nos volvemos hacia aquella capacidad de penetración intelectual, hacia aquella praxis y a aquellas formas de organización adecuadas a los problemas que hemos de enfrentar, el tiempo trabajará contra nosotros. La innovación tecnológica está avanzando a una velocidad que supera todo visible cambio en la esfera social y en la política. Antes o después, lo social y lo político deberán ser radicalmente sincronizados con lo tecnológico, de otro modo se abren en el sistema fisuras inmensas que harían palidecer la era fascista de los años veinte y treinta comparadas a lo que nos espera. El 1984 de Orwell es simple, no porque describe una sociedad completamente totalitaria, sino porque no prevé ese enorme instrumental tecnológico que hubiera hecho de Oceanía un mundo todavía más deprimente. Para comprender plenamente el alcance de la vuelta que puede tomar la sociedad, deberemos ver qué cosa espera el capitalismo, así como ver que cosa nos espera. En primer lugar, el capitalismo debe reestructurar drásticamente su sistema político para hacerlo congruente con la evolución económica y técnica en activo. La democracia burguesa", o sea las instituciones surgidas de las revoluciones inglesa, americana y francesa, son absolutamente inapropiadas en un mundo ci-


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bernético, altamente racionalizado y dominado por las grandes empresas. La dimensión utópica de esas revoluciones, que indujo a Kropotkin a escribir su famosa La gran revolución, aún pone un límite al uso interno del poder político y militar. El reciente retiro de los marines norteamericanos del Líbano, por las presiones de la opinión pública nacional, es un ejemplo casi banal. Reagan y sus acólitos hubieran querido tener manos libres en el asunto libanés, así como Johnson lo hubiera deseado para Vietnam. En ambas ocasiones debieron echar marcha atrás a consecuencia de una ola creciente de críticas por parte del público y del Congreso, críticas que fueron posibles gracias a la estructura política republicana de los Estados Unidos. Esa estructura es a su vez el producto de una revolución popular y en gran parte rural que dos siglos atrás dio al pueblo norteamericano una Carta de los Derechos y un cuadro institucional basado en la separación del poder ejecutivo del legislativo y del judicial. Es fácil destacar como esta estructura fue más libertaria en sus origenes que ahora y que en los útimos tiempos se ha hecho más centralizada, pero lo que más cuenta, en este caso, es el hecho de que es todavía demasiado libertaria para los problemas que el capitalismo debe afrontar en el futuro y éste tratará de modificarla drásticamente para evitar que esos problemas produzcan difusos y peligrosos fermentos sociales. ¿A qué problemas aludo? Presumiblemente la tecnología cibernética, que se halla apenas en su infancia, convertirá en económicamente superflua a la mayoría de los norteamericanos que hoy trabajan. No estoy haciendo retórica. Cada decenio lleva en sí profundos cambios técnicos que van haciendo inútiles" casi todo tipo de trabajo tradicional. Prácticamente toda operación conexa con la materia prima, con la manufactura, con los servicios, puede ser desarrollada, esencialmente, por aparatos cibernéticos, y, Si se prosigue la lógica del capitalismo, esta sustitución será una realidad. Aunque algunos millones de personas queden todavía de alguna manera implicadas en estas operaciones, ellas constituirán los márgenes" de la econo-


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mía, no su núcleo. Debemos enfrentarnos al hecho de que es posible una tan imponente sustitución del trabajo humano, asi como que es inevitable si el capitalismo sigue su curso. Ignorar esa posibilidad significa meter la cabeza bajo tierra como la proverbial avestruz... hasta que nos hayan arrancado todas las plumas, una tras otra. ¿Qué cosa significa existencialmente esa ilimitada revolución tecnológica?. Significa que el capitalismo deberá afrontar el problema de los innumerables millones de personsas que, desde el punto de vista burgués, no contarán con ningún puesto en la sociedad. Nadie de nosotros, militantes de los años treinta, se había imaginado como posible la solución final" de Hitler para los hebreos y sus planes demográficos para exterminar gradualmente millones de eslavos de las regiones orientales, destinadas a ser recolonizadas por poblaciones de lengua alemana. Sin embargo, Auschwitz se convirtió en el testimonio terrorífico de la realización de lo que parecía fantasioso". Ningún movimiento radical -socialista, anarquista o sindicalista-hubiera podido jamás prever tal desenvolvimiento en una nación evidentemente civilizada de Europa. Y todos aquellos de nosotros que recordamos aquel tiempo debemos admitir que salimos de la guerra como de un infierno, totalmente trastornados por sus horrores. Hoy y en los años por venir, ese mismo capitalismo que ha producido un Hitler es seguramente capaz de producir instituciones que acaben con la población superflua, sin importar cuán numerosa y recalcitrante pueda ser. ¿Padeceremos cualquiera otra estrategia genocida similar a la de Hitler? No excluyamos demasiado fácilmente una solución" que ya ha sido dada en el pasado. Los métodos pueden ser más indirectos, como los actuales sistemas chinos de control demográfico" o el escandaloso sistema de estirilización forzada impuesto por Indira Gandhi. O puede presentarse una solución de tipo parasitario, como el sistema de la Roma clásica, que transformó una buena parte de los ciudadanos de la República en inutiles consumidores. No lo sé. Y por fortuna el peso de mis años tal vez me permita no llegarlo a saber.


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Lo que sí sé es que la democracia burguesa" se percibe ya como anacrónica para los sectores más avanzados" de la burguesía. Sé que viene dándose la máxima prioridad para una modificación gradual de su estructura institucional, pieza tras pieza. Por ejemplo, tan sólo el voto de dos estados de la Unión preserva hoy a los Estados Unidos de una Asamblea constituyente, la primera desde aquella de 1787, y es un detalle escalofriante para cualquiera que crea en las libertades civiles. Por otra parte, se han presentado enmiendas para extender el mandato presidencial de cuatro a seis años. La reestructuración del Estado democrático burgués" está a la orden del día en casi todos los países industrializados del mundo. Lo único que detiene al capitalismo para la totalitarización completa de esos países es el enorme peso de las tradiciones que, en todas las partes del Occidente, frustra al poder ejecutivo, y en particular la tradición libertaria de los Estados Unidos, con su énfasis sobre los derechos individuales, sobre la autonomía, sobre el control local, sobre el federalismo. Además, también los cotidianos conflictos internos en el seno de la propia burguesía tienden por ahora-pero sólo temporalmente-a contrabalancear esta tendencia ultraautoritaria. Cómo debemos conducirnos-en cuanto anarquistas-ante tales tensiones, es un gravísimo problema que no se puede dejar de lado con respuestas más apropiadas para una economía industrial tradicional y un movimiento obrero vital que para una inminente economía cibernética con unos perfiles de clase menos definidos. La omnipresencia del Estado En segundo lugar, el Estado se ha convertido en algo omnipresente como jamás lo había sido con anterioridad. Asistimos a su crecimiento en forma tal que jamás hubieramos podido imaginar en épocas precedentes, mucho más simples. Es cierto, se puede pensar en los grandes despotismos del mundo antiguo como ejemplos de formas estatales más despiadadas, tales como el despotismo asiático estudiado por Karl Wittfogel y otros historiadores. Pero raramente el Estado ha tenido este carácter de omnipresencia, ese carácter


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típico de condición humana que tiene hoy y que todavía amenaza con serlo más en el futuro. Kropotkin, atinadamente, destacaba que por más tiránicos que fueran los Estados coexistían con un mundo subterráneo" de villas, ciudades, barrios urbanos, para no mencionar diferentes asociaciones y corporaciones que eran impugnables a la invasión gubernativa. Todavía en los años treinta, en los Estados Unidos podía uno, tras su trabajo, retirarse del mundo industrial y acogerse en una sociedad preindustrial, doméstica y comunitaria, en la cual el individuo podía preservar su humanidad. A pesar de todos sus defectos patriarcales y de patrioterismo, ese mundo preindustrial excesivamente individualizado era profundamente social. Era el mundo de la extensa familia en la que varias generaciones vivían juntas o en íntimo contacto una con otra, preservando la cultura y las tradiciones de un espacio no burgués. Era el mundo de la patria chica, de la pequeña patria": la villa, la ciudad, el barrio, donde la amistad era íntima y donde existía un espacio público que nutría una esfera pública y un cuerpo político activo. Existían todavía centros comunitarios que contaban con un lugar para la instrucción, la conferencia, el mutuo apoyo, los libros, los periódicos, la exposición de ideas avanzadas" y aun para la ayuda material cuando los tiempos eran duros. Los centros obreros (ateneos libertarios), creados por nuestros compañeros españoles en numerosas ciudades y poblaciones de la península ibérica eran la expresión más consciente de un fenómeno profundamente espontáneo a la vez que típico de la era precedente a la segunda guerra mundial. La calle, la plaza y los parques constituían un espacio de reunión todavía más amplio y fluido. Recuerdo, de mi juventud, los famosos mítines en una esquina de la calle, donde una sorprendente variedad de oradores radicales hablaban a un público cautivado, o más bien expectante. Ese fantástico mundo de la caja de jabón" (los oradores hablaban mientras permanecían de pie sobre tales cajas, N. del T.), como era conocido en Norteamérica, era una fuen-


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te de activo intercambio político, un mundo que adiestraba tanto a los oradores como al público en el arte de la actividad pública radical. Más allá de esos niveles de vida doméstica y pública existía la esfera para la actividad local, regional e incluso nacional, más lejana quizá del beneficio individual pero altamente educativa y más enérgicamente contestataria de cuanto pueda serlo hoy. El Estado y la sociedad industrial han destruido ese mundo social y político descentralizado. Sus medios de información entran en todos los hogares y sus computadoras los unen a sofisticados sistemas de administrtación y de control. Las grandes familias, ricas en diversidades generacionales y culturales, se han marchitado a través de la familia nuclear, constituida por dos genitores intercambiables y con sus dos o tres hijos intercambiables también. Los ancianos han sido oportunamente expedidos a barrios residenciales para ciudadanos de la tercera edad", así como la historia y la cultura preindustrial ha sido enterrada en los museos, en las academias y en los bancos de datos de las computadoras. La venta de alimentos, de artículos de vestir y domésticos, así como de diversos instrumentos, que en un tiempo fue una actividad muy personalizada, propia de comerciantes locales (muy frecuentemente negocios de gestión familiar) en estrecha conexión con los barrios o la ciudad, es hoy un gran negocio de empresas enormes. En los gigantescos centros comerciales que constelan el continente americano (siempre mayores que incluso los europeos), se trata ya de una forma de distribución impersonal, mecanizada, en que los adquirentes y los productos vienen envueltos juntos, al cajero, y reexpedidos en su automóvil a su lejana casa". Las calles están congestionadas de vehículos~ no de seres humanos, y las plazas se han convertido en estacionamientos, no en lugares donde la gente se reúna y dialogue. Las autopistas desgarran los centros de la ciudad e irradian en los barrios con efectos espantosamente destructivos para la integridad cultural de la comunidad. En ciudades como Nueva York, los jardines son lugares de crímenes y de peligros personales a los que


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se entra temeroso de perder la propia vida. Los centros comunitarios han desaparecido de todas partes, excepto de los barrios más tradicionales, donde corren el riesgo de convertirse en objetos de curiosidad para los turistas y para los sociólogos. El discurso es preferentemente electrónico reservado a sedicentes expertos" y estrellas de los medios masivos a debatir en las horas más importantes con una pasiva vacuidad que está produciendo una generación de idiotas y de mudos. La cultura subterránea" celebrada por Kropotkin en el Apoyo mutuo está prácticamente desapareciendo en los Estados Unidos, sobre todo tras el declinar de los años sesenta, y el mundo en que florecía ha sido casi todo digerido por la red de estaciones de los medios de comunicación (propiedad del Estado y de las grandes empresas) que embrollan los sentidos más que dirigirse a la mente, que hablan a las vísceras más que a la cabeza. Está surgiendo una generación que desprecia el pensamiento en cuanto tal y que ha sido adiestrada a no generalizar. La actividad cerebral apresa la forma de imágenes adocenadas idénticas a las que presentan la televisión y de una mentalidad" (si así puede todavía llamársele) reductiva que obra con frenos" cuantitativos de información antes que con conceptos cualitativos. Encuentro tal desarrollo simplemente aterrador, en cuanto subvierte la mente, impidiendo la capacidad de imaginar espontáneamente por la alternativa y de obrar de manera que contradiga las imágenes" prefabricadas que la industria publicitaria (política y comercial) tiende a imprimir en el cerebro humano. La gente comienza hoy a percibir todos los fenómenos del mismo modo en que recibe las imágenes televisivas: como figuraciones ilusorias creadas por el movimiento rapidísimo de las partículas electrónicas sobre la pantalla televisora, figuraciones que despojan al dolor, el sufrimiento, la alegría y el amor de toda realidad, dejándonos tan sólo una cualidad unidimensional espectacular. Las imágenes, en realidad, comienzan a sustituir a la imaginación, y la figura impuesta por lo externo comienza a sustituir a la idea formada internamente. ¿Y si la vida viene confiada por una simple relación de especta-


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dor entre un público privatizado y un aparato electrónico, de qué otra cosa tenemos necesidad sino de figuras y de entretenimiento como substitutivos del pensamiento y de la experiencia? Humanidad y Naturaleza Todo ello nos lleva al tercer-y por fortuna último-problema que intento destacar: el problema de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Se trata de un problema que ha adquirido proporciones cruciales, muy diferentes a las que se podían prever en 1952, cuando publiqué mi primer trabajo sobre el desastre ecológico. Todavía en 1983, cuando escribí Ecología y pensamiento revolucionario, recuerdo que hablaba del efecto invernal" que podría elevar la temperatura del globo lo suficiente como para desatar parte de los casquetes polares dentro de algunos siglos", de trastornos en el ciclo hidráulico y en los ciclos del azoe, del carbono y del oxígeno (que definía unitariamente como ciclos biogeoquímicos"), que hubieran podido al final" hacer saltar los mecanismos homeostáticos que conservan el equilibrio biótico y meteorológico del planeta; de un ambiente peligrosamente contaminado", desde el suelo hasta los alimentos cotidianos, y de una biosfera cada vez más simplificada que podía invertir el curso del reloj evolutivo en dirección a un mundo menos complejo y por tanto incapaz de mantener formas complejas de vida, como los mamíferos si no es que todos los vertebrados. Jamás hubiera podido suponer, sólo hace veinte años, que en los años 90 y el inicio del próximo siglo (podría decir en este momento) nos encontráramos en una biosfera peligrosamente contaminada" (podría decir catastróficamente contaminada). Sin embargo, la Academia Nacional de la Ciencia y el Ser para la Protección del Ambiente en los Estados Unidos señala que podremos ver el efecto invernal sobre el nivel de los mares en una docena de años aproximadamente. Eminentes ecólogos creen que los vitales ciclos biogeoquímicos se hallan al borde de un grave desequilibrio y que la gravedad y la extensión de la contaminación planetaria se halla a niveles increíbles, superiores a


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nuestros propios temores. La relación anhídrido carbónico-oxígeno en la atmosfera está aumentando de nuevo desde 1900. Con la tala de la faja de bosques ecuatoriales, junto con la destrucción masiva de los bosques septentrionales debido a la lluvia ácida", es probable que se vea esta relación crecer espantosamente en los años venideros. Todos nuestros océanos están espantosamente contaminados. Vastas zonas del Golfo Pérsico tienen los fondos cubiertos con una espesa capa de sedimentos bituminosos, como consecuencia de la guerra entre Irán e Irak. El aire, el agua y los alimentos son vehículos de derivados orgánicos de cloro, altamente cancerígenos, prácticamente desconocidos a los ecólogos de hace unos pocos decenios, para no hablar del plomo, del mercurio, del amianto y de los compuestos azoados que el cuerpo puede transformar en mortales nitrosaminas; en suma, una variedad aparentemente sin fin de venenos que aumenta en número a un ritmo anual superior a la capacidad de los químicos ambientales para denunciar su presencia. Desechos tóxicos por decenas de miles proliferan en los continentes, derramando sus venenos de lentísima degradación en las capas acuáticas subterráneas, en los ríos, en los lagos, en fin, naturalmente, en el agua potable. La simplificación del ambiente que me preocupaba antes, tiene lugar hoy bajo mis propios ojos. Los venenos y la lluvia ácida que arriban


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a los océanos están destruyendo ecosistemas marinos completos. El fitoplancton, base del ecosistema acuático, disminuye en cantidad, y zonas otrora abundantísimas en peces se van empobreciendo a un ritmo impresionante como consecuencia de la superexplotación. Vastas zonas del suelo se han convertido en desérticas y por doquiera se mina la integridad de nuestra flora planetaria. No nos engañemos: la cuestión ecológica no es secundaria respecto a la crisis política, económica, militar. Si la próxima generación no alcanza a vivir la extinción termonuclear, tal vez sea porque se hallará frente a la extinción ecológica. Nos enfrentamos no sólo a una sociedad moribunda, sino también a un planeta moribundo y ambos sufren del mismo morbo y la misma causa: nuestra mentalidad histórica de dominio, cuya pretensión de progreso" es hoy día una dramática mofa de la realidad. ¿Qué hacer como anarquistas? ¿Cómo podemos, en cuanto anarquistas, hacer frente a los cambios radicales en el campo técnico, económico, social y ecológico que hasta aquí he tratado? ¿Se trata acaso de cuestiones marginales" subordinadas o irrelevantes respecto a nuestra incesante tarea de organizar a la clase trabajadora y de combatir la explotación ¿Cuáles son las prioridades programáticas", cuál es la orden del día" de nuestro movimiento para los años subsiguientes a 1984, de existir una orden del día que pueda comprender nuestros esfuerzos a nivel internacional, al lado de nuestra oposición al Estado y al autoritarismo en todas sus formas? Tal vez sea una presunción exagerada sugerir que haya tal orden del día válido para todo el mundo, y de cualquier manera no creo hallarme en posibilidad de dar consejos pragmáticos y de prioridades" a los compañeros mucho mejor informados que yo sobre sus situaciones regionales. Puedo, sin embargo, hablar con buen conocimiento de causa de los Estados Unidos, dado que hablo todos los años a miles de norteamericanos sobre una gran variedad de temas: desde la ecología a la planificación urbana, de la teoría social a la filosofía. Pienso asimismo que puedo desenvolverme con cierta competencia so-


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bre una amplia parte de lo que he dicho al mundo de lengua inglesa". A juzgar por el sectarismo y nihilismo que he encontrado en muchas publicaciones sedicentes libertarias de la zona linguística angloamericana, soy propenso a ser bastante pesimista. Sin embargo, el anarquismo podría ser hoy el movimiento más activo e innovador del área radical, si quisiera serlo. De nuestros ideales de autogestión, descentralización, tederalismo y apoyo mutuo se han apropiado impúdicamente, sin una palabra de agradecimiento, escribas marxistas que se limitan a aplicar el rabo de esos conceptos al asno comunista o socialista, como un extraño apéndice notoriamente fuera de lugar. Nosotros, los anarquistas, hemos sido desde hace mucho tiempo los progenitores de una sensibilidad orgánica, naturalista y mutualista de la que se ha apropiado el movimiento ecológico, con escasísimas referencias a las fuentes: el naturalismo de Kropotkin y la ética de Guyau. Que muchos aspectos de esa sensibilidad denotan los finales de siglo en los que fueron formados no es un buen motivo para adoptar actituddes cautas de carácter puramente proteccionista y defensivo. Todas las ideas importantes son producto de su tiempo y deben ser elaboradas o modificadas para enfrentar nuevas condiciones, nuevos desarrollos. Y las nuevas condiciones van emergiendo, como he tratado de demostrar. Lo que unifica al anarquismo del mundo clásico y también del mundo tribal hasta nuestros días, está todo en esta idea: ningún dominio del hombre sobre el hombre. Esa postura antiautoritaria es el corazón y alma del anarquismo, su autodefinición como cuerpo de la idea y la práctica. El hecho, en fin, de que las obras de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Pelloutier, etc., le hayan dado un contenido sistemático significa que hay una base para crecer... y ser podado, no que le deba faltar creatividad y fecundidad. Nuestras tradiciones son nuestro suelo; pero la vida que este suelo mantiene es un fenómeno en continua evolución y no puede ser limitado en el tiempo y en el espacio por la forma originaria de su hábitat. Osificar al anarcluis-


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mo en textos sacros y rituales significa emular a los marxistas, cuya devoción casi eclesiástica a los viejos pergaminos consagrados ha transformado un inmenso cuerpo teórico en pura exégesis y comentarios. No podemos permitirnos la vía de la disputa intramuros y de las riñas sectarias sobre la historia y sobre el significado textual, sin caer también nosotros en un formalismo asimismo esclerótico y en un contenido asimismo ambiguo para volverse pura ideología en el peor sentido del término: una apología de las condiciones existentes o-todavía más absurdamente-de las condiciones de tiempos pasados. Debemos estar dispuestos a interrogarnos sobre cuál sujeto histórico" llevará en sus espaldas la carga del cambio social en los años venideros. Así, ¿todavía tiene sentido hablar de una clase hegemónica" cualquiera en una sociedad en la que la estructura de clases se está desintegrando? Debemos estar prontos a definir las nuevas cuestiones emergentes, como la ecología, el feminismo, el racismo, el municipalismo y aquellos movimientos culturales que se ocupan de la calidad de la vida en el más amplio sentido del término, para no hablar de las tentativas de oponerse a la alienación en una sociedad espiritualmente vacía. ¿Se pueden ignorar los nuevos movimientos sociales" que surgieron en la Europa central, como los Verdes y las coaliciones antinucleares y pacifistas que rebasan tantas líneas de clase y tantos confines nacionales. Debemos estar dispuestos a salir de las viejas trincheras ideológicas, para mirar con honestidad, claridad e inteligencia el mundo autoritario que se va remodelando en torno nuestro y a tomar nota de las tensiones que existen entre las tradiciones utópicas de las revoluciones democráticas burguesas y la marea ascendente del militarismo y centralismo que amenaza con cancelar esas tradiciones. ¿Se puede ignorar la política localista, los movimientos municipales y de barriada, la afirmación de los derechos democráticos contra las tentativas de incrementar la autoridad del poder ejecutivo? Si los años sesenta me han enseñado algo, como norteamericano, es que no puedo hablar a mis compatriotas" en el alemán de


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Marx, en el ruso de Lenin, en las lenguas asiáticas de Mao y de Ho Chi Min ni tampoco en el español de Fidel: son todas aquellas lenguas" que hablándolas los bolcheviques de nuestra casa se aislaron completamente de la vida americana. Las grandes masas de inmigrantes que introdujeron en América el socialismo y el anarquismo europeos si no desaparecieron, están en vías de desaparecer. Ideológicamente, los norteamericanos se hallan de nuevo frente a sus propias tradiciones y lenguaje, aparte del marxismo académico, incestuoso y hermético en sí como casi todas las disciplinas académicas, no conocen otra ideología o mitología si no aquella amasada en casa, en la escuela, por los medios. Gracias a las tradiciones libertarias de la Revolución norteamericana-tradiciones bien observadas por Proudhon y por Bakunin y, si me permiten agregar, por ellos admirada-encuentro más útil hablar a los norteamericanos en la lengua de Sam Adams, Thomas Paine, Thomas Jefferson, Henry Thoreau, Ralph Waldo Emerson y gente como ellos. Las palabras son más comprensibles y su realidad más llevada de la mano del lenguaje de los inmigrantes formados más en la lucha contra sociedades feudales o comerciales simples que no contra una sociedad altamente industrializada, como la presente, que contradice duramente las tradiciones de la América campesina. Lo que hago es reelaborar las palabras de los viejos revolucionarios americanos para explicar mis principios anarquistas, utilizándolas en nuevos contextos, al igual como mis compañeros españoles eran ibéricos hasta la médula y hablaban tanto en la lengua de Pi y Margall como en la de Mijail Bakunin. Soy y permaneceré siendo internacionalista bajo cualquier aspecto y me opongo a toda forma de patrioterismo y chovinismo que pueda ponerme sobre o fuera de mi humanismo anárquico universal. Sé, sin embargo, que no tiene sentido exhortar a los norteamericanos a las armas e invocar imágenes flamígeras de un pasado que les es extraño y tal vez incompresible, sobre todo cuando el armamento del Estado ha dado un gran salto y está muy por encima de aquel de las barricadas y de la potencia de fuego de la Comuna de París y de la Revolución española.


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Puedo, en su lugar, hablarles de su poder dual en el sentido histórico del térrnino. Palabras como contracultura", o sea una reivindicación programática que puede ser orquestada por la base contra la cúspide, contra el poder estatal centralizado. No puedo llegar a los obreros en sus fábricas y sindicatos, porque unas y otros son escuelas de jerarquía y de dominio, pero sí puedo llegar a ellos-y a mucha otra genteen mi barrio y a los citadinos limítrofes a mi comunidad. En Burlington, Vermont, los anarquistas han sido los primeros en instituir asambleas de barrio-versión urbana de los mítines citadinos de la Nueva Inglaterra-, que en esencia pueden ser igualmente instituidas en cualquier parte: Milán, Turín, Venecia, Marsella, París, Ginebra, Francfort, Amsterdam, Londres... Lo que obstaculiza su nacimiento no son dificultades logísticas o problemas de dimensión demográfica, sino el nivel de conciencia que sobre temas localísticos es más elevada en Nueva Inglaterra que en otras partes de Norteamérica. ¿Y no es por lo demás eso de la conciencia-conciencia de clase o conciencia libertaria-el problema central de todo proyecto liberador? El Sindicalismo No puedo más que augurar a nuestros compañeros sindicalistas el máximo éxito. Habiendo crecido en la industria metalúrgica y automotriz, he buscado desde hace mucho tiempo una conciencia de clase revolucionaria entre los obreros norteamericanos, una conciencia que nunca he hallado ni siquiera en los años treinta y cuarenta y mucho menos en los últimos decenios. He encontrado entre mis compañeros de trabajo una militancia ejemplar y una gran fuerza de carácter? pero ninguna prueba, a gran escala, de que el capitalismo sea un sistema más intolerable para los obreros que para los demás estratos de la sociedad-supuesto que sea intolerable-. Más bien he hallado tendencias libertarias entre los jóvenes de los años sesenta, entre las mujeres de los años setenta y entre los ecologistas de los años ochenta. Cada vez me convenzo más que deberíamos volver a la palabra pueblo": una gran y crecien-


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te mezcla de individuos que se sienten oprimidos y dominados, no sólo explotados, en todos los ámbitos de la vida: en el ámbito familiar, generacional, cultural, sexual, étnico y moral aparte de económico. Marx criticó a los anarquistas porque hablaban de masas trabajadoras", de trabajadores" y de oprimidos" en vez de usar el término científico de proletariado". El resultado es que nosotros teníamos razón y él estaba terriblemente equivocado, según el veredicto comprobado no sólo por la teoría sino por la misma historia. Pero, ante un movimiento anárquico de tal género, siento que es mi deber empeñarme en una actividad pública que tenga un significado para todos aquellos norteamericanos que logro reunir. En cuanto norteamericanos, poseen una tradición libertaria superficial que procuro profundizar hacia el nivel del anarquismo. Me dirijo a su fe en los derechos individuales, en la descentralización, en una concepción activa de la ciudadanía, en el apoyo mutuo y en su aversión por la autoridad gubernativa. Y no critico en demasía el acoplamiento de libertad-propiedad. Les recuerdo las instituciones libertarias tipicas de su tradición revolucionaria norteamericana: asambleas de ciudadanos, formas asociativas confederales, autonomía municipal, procedimientos democráticos... Mi objetivo es claro: crear, a partir de las tradiciones libertarias norteamericanas, aquellas formas de la libertad que puedan oponerse al creciente poder del Estado y a la concentración de la autoridad política y económica. El núcleo central de mi planteamiento es tanto municipalista cuanto ecológico y contracultural: fortalecimiento y confederación de países, barrios, ciudad, como contrapeso a Washington y a los feudos estatales que constituyen la Unión Americana. Mi lenguaje es más populista que proletario, con énfasis partícular en el dominio más que en la explotación. Mi programa consiste en crear un poder popular dual, antagónico al poder estatal que amenaza los residuos de libertad del pueblo norteamericano: un poder popular que reconstituya en forma anárquica aquellos valores libertarios y aquellos elementos utópi-


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cos que son el patrimonio más vital de la Revolución americana El único planteamiento Que este planteamiento pueda tener éxito o no es una cuestión a la que no puedo dar una respuesta cierta. Lo que me parece cierto es que es el único planteamiento que puede funcionar en los Estados Unidos: si fracasase no sabría qué otra estrategia proponer para esta parte del mundo. El pueblo norteamericano no está dispuesto a seguir una vía socialista que amenace su libertad, por lo que no está dispuesto a aceptar un programa de clases, que, por otra parte, el proletariado norteamericano no ha aceptado jamás. La autoorganización, la acción directa, el antiautoritarismo y el municipalismo son todavía elementos significativos del Sueño norteamericano", un sueño-o, si se prefiere, un mito-que se imagina a Norteamérica como el reino de la reconstrucción utópica: una Norteamérica que es el Nuevo Mundo" no sólo en la secuencia del descubrimiento geográfico, sino Nuevo" en la historia de la libertad y de las experimentación política. Y si el sistema de partidos y los principios organizativos tomados en préstamo por la Izquierda" terminaran por prevalecer a tal punto en la imaginación colectiva para sofocar del todo la herencia libertaria del país, las posibilidades se habrían esfumado tal vez para siempre en los Estados Unidos. Los norteamericanos tienen esta alternativa: volverse a una vía libertaria del género que he señalado o bien convertirse en el más peligroso flagelo que el mundo haya jamás visto en la historia de la humanidad. Y no debemos estar dudosos en el asunto: Norteamérica puede realmente jugar un papel nefasto. Por consiguiente, en los Estados Unidos existe esa tensión entre una tradición libertaria que frena la expansión del imperio norteamericano y nuevas fuerzas que van soliviantando al país hacia un papel mundial más violento y destructivo. Sólo los anarquistas están en posibilidad de comprender apenas la intensidad de esta tensión y la extraordinaria potencialidad que ello representa para un programa y


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un movimiento de reconstrucción utópica. La Izquierda" marxiana está insensible al argumento de la auténtica libertad: es economicista, centralista, burocrática y apasionada por la tecnología. Y, así es como la Derecha" ha pasado a disfrutar la tradición libertaria norteamericana, en nombre de la propiedad, de un mítico laissez-faire que ha dejado el campo libre al desarrollo de las grandes empresas y de una representación de la guerra fría" que ha llevado las tropas y las armas norteamericanas a casi todos los países occidentales y del Tercer Mundo. Si los anarquistas norteamericanos no logran limpiar esta tradición libertaria de sus escorias de propiedad y reaccionarias, el pueblo de los Estados Unidos será fácil presa de los totalitarismos que se camuflan con los ropajes de una historia revolucionaria que ha inspirado algo la lucha de emancipación popular en todo el mundo. Conozco muy bien todos los argumentos que se pueden señalar contra la perspectiva que hasta aquí he señalado. Sé que los norteamericanos están divididos por intereses de clase, por la riqueza y por diferencias étnicas y sexuales, por conflictos regionales. ¿Cómo es entonces posible que un ideal de resistencia comunitaria y municipal ante la centralización estatal logre superar todas esas divisiones? ¿Y cómo y cuánto una municipalidad es cosa distinta al Estado? ¿No se ha visto ya con Paul Brousse el fracaso, como proyecto anárquico, del municipalismo? Existen muchas respuestas a esas demandas, que exigirían un artículo sólo para ellas. Por ahora basta con esto: la tecnología cibernética amenaza con crear un nivelador social para todos los estratos de la sociedad norteamericana, tanto para la clase media como para la clase obrera, los blancos como los negros, los técnicos y los profesionales tradicionales como los peones y los agregados a las cadenas de montaje. Lo que viene remodelándose a partir de la tradicional estructura de clases del capitalismo industrial es un pueblo, no un proletariado. Por otro lado vienen surgiendo inquietudes y valores populares que con frecuencia superan los intereses materiales: la libertad de la mu-


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jer, los derechos de los negros, la problemática ambiental... Esos valores emergentes y estas inquietudes emergentes con frecuencia marginan diferencias de intereses materiales que hacen del térrnino pueblo" una amable caricatura de los ideales democráticos radicales. Por otra parte, el nacionalismo ha demostrado poseer entre la masa una fuerza siempre superior a la solidaridad de clase, y este hecho, por sí solo, desrniente el mito marxista de que la gente se mueve tan sólo por sus intereses materiales: si fuera verdad, hace tiempo habría triunfado el socialismo. Que la ideología sea capaz de impulsar a los humanos a otros confines por su propio instinto de sobrevivencia es un hecho de tal suerte demostrado (aun cuando, por contra, se piense por ejemplo en las guerras religiosas que tuvieron lugar en el Medievo y la Reforma) que no se puede ignorar su fuerza en cuanto tal. Como anarquistas hemos subrayado siempre la exigencia que la nueva sociedad tiene de acabar con la vieja y desde el siglo pasado, hemos heredado una dote" de la burguesía: la fábrica, como clave destinada a abrir la puerta a una nueva y libre sociedad. Pero, como he dicho, me parece que esa tentativa no tiene ya hoy ningún sentido. Más bien, por una de las ironías de la historia pudiera darse que la llave siempre haya sido en forma ideológica; la dimensión libertaria de la tradición democrática que se opone ahora a la marcha del capitalismo cibernético hacia la realización de sus fines históricos. De todos modos, lo que se olvida demasiado fácilmente es que los desastres producto de la ideología son propiamente la prueba de su latente éxito, igual como la capacidad humana de anular la vida es la prueba de su capacidad de hacer del mudno un paraíso. No son los males de las ideologías lo que debemos evidenciar frente a un mundo ya de por sí escéptico y secular, sino el tipo de ideología que lo puede salvar de su egoísmo y de su economicismo. En esa dimensión moral, el anarquismo representa la única ideología capaz de llevar a la humanidad más allá de sus angustiosas necesidades biológicas, hacia un espacio de libertad que es un fin en sí, en la aventura humana.



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