Estrategia y tácticas en la práctica anarquista .

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ESTRATEGIA Y Tテ,TICAS EN LA PRテ,TICA ANARQUISTA. Errico Malatesta


El libro en su conjunto no tiene restricción alguna para su utilización, copia, difusión o lo que quiera que sea. Como quien dice: “ningún derecho reservado”. Todos solidariamente compartidos.

Primera Ediciòn Distribuidora Libertaria Rojinegro xrojinegrox@gmail.com

Un Gato Negro Editores gatonegroeditorial@gmail.com Bogotá Septiembre 2013

Agradecimiento especial al grupo Alvatros de la FAI por facilitarnos los textos.




Estrategia. Nuestro programa 13 El individualismo en el anarquismo 33 Socialismo y anarquía 45

Táctica El Estado socialista 65 Infiltraciones burguesas en la doctrina socialista 73 El sufragio universal 81 La revolución en la práctica 91 Más sobre la revolución en la práctica 99 Cuestiones de táctica 107 La política parlamentaria en el movimiento socialista 115 En tiempo de elecciones 143

Epílogo Inquietudes Colombianas 165



ESTRATEGIA





Nuestro programa

No vamos a repetir nada nuevo. La propaganda no es y no puede ser más que la repetición continua, incansable, de aquellos principios que deben servirnos de guía en la conducta que hemos de seguir en las varias contingencias de la vida. Expondremos, pues, con palabras más o menos diferentes, pero con un fondo constante, nuestro viejo programa socialistaanarquista revolucionario. Nosotros creemos que la mayor parte de los males que afligen a los hombres dependen de la mala organización social, y que los hombres, queriendo y sabiendo, pueden destruirlos. La sociedad actual es el resultado de las luchas seculares libradas por los hombres. No comprendiendo las ventajas que podrían sacar de la cooperación y de la solidaridad, viendo en los demás hombres (excepto los más próximos por vínculos de la


sangre) un competidor y un enemigo, han procurado acaparar, cada uno para sí, la mayor cantidad posible de goces sin preocuparse del interés de los demás. Dada esta lucha, naturalmente debían salir vencedores los más fuertes y los más afortunados, sometiendo y oprimiendo a los vencidos de diversos modos. Mientras el hombre no fue capaz de producir sino lo que necesitaba para su sostén, los vencedores no podían hacer otra cosa que matar al vencido y apoderarse de los alimentos por éste cosechados. Más tarde, cuando con el descubrimiento del pastoreo y de la agricultura un hombre pudo ya producir más de lo que necesitaba para vivir, los vencedores encontraron más ventajoso reducir los vencidos a la esclavitud y hacerles producir para sus dueños. Más tarde aún, los vencedores se dieron cuenta de que era más cómodo, más productivo y más seguro explotar el trabajo ajeno con otro sistema: retener la propiedad exclusiva de la tierra y de todos los medios de trabajo y dejar nominalmente libres a los despojados, los cuales no teniendo ya medios con que vivir, estaban obligados a recurrir a los propietarios y trabajar para éstos en las condiciones que ellos quisieran. De este modo, poquito a poco, a través de toda una red complicadísima de luchas de todo género, invasiones, guerras, rebeliones, represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos unidos para la defensa y de vencedores unidos para la ofensa, se ha llegado al estado actual de la sociedad, en la cual unos cuantos retienen hereditariamente la tierra y toda la riqueza social, 14


mientras la gran masa de los hombres, desheredada de todo, se ve explotada y oprimida por unos pocos propietarios. De esta situación depende el estado de miseria en que generalmente se encuentran los trabajadores y además todos los males que de la miseria derivan: ignorancia, delitos, prostitución, miseria física, abyección moral y muertes prematuras. De esto depende la constitución de una clase especial (el gobierno), la cual, provista de medios materiales de represión, tiene la misión de legalizar y defender a los propietarios, sirviéndose, además, de esta fuerza para crearse a sí misma ciertos privilegios y para someter, cuando puede, hasta a la misma clase propietaria. De esto depende la constitución de otra clase especial (el clero), la cual, con una serie de fábulas sobre la voluntad de Dios, sobre la vida futura, etc., procura persuadir a los oprimidos a que soporten dócilmente al opresor; y como el gobierno, al propio tiempo que trabaja por el interés de los propietarios, trabaja también por sus propios intereses. De esto depende la formación de una ciencia oficial que es, en todo aquello que puede servir los intereses de los dominadores, la negación de la verdadera ciencia. De esto depende el espíritu patriótico, los odios de raza, las guerras y la paz armada, más desastrosa que las mismas guerras. De esto depende el amor transformado en tormento o en mercado vil. De esto depende el odio más o menos intenso, la rivalidad, la desconfianza entre los hombres, la incertidumbre y el miedo para todos. Y este estado de cosas es lo que nosotros queremos cambiar radicalmente. Y puesto que todos estos males derivan de la lucha entre los hombres, de esta busca del bienestar individual efectuada por cuenta propia y contra todos, queremos remediarlo sustituyendo el amor al odio, la solidaridad a la competencia, la cooperación fraternal para el bienestar de todos a la busca ex15


clusiva del propio bienestar, la libertad a la opresión y a la imposición, y la verdad a la mentira religiosa y pseudocientífica. Por consiguiente: 1. Abolición de la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo, a fin de que nadie pueda tener un modo de vivir explotando el trabajo ajeno, y teniendo todos los hombres garantizados los medios de producir y vivir, puedan ser verdaderamente independientes y puedan asociarse a los demás libremente en vista del interés común y conforme a las propias simpatías. 2. Abolición del gobierno y todo poder que haga ley y la imponga a los demás, o sea: abolición de las monarquías, repúblicas, parlamentos, ejércitos, policías, magistratura y de todas las demás instituciones dotadas de medios coercitivos. 3. Organización de la vida social mediante la obra de libres asociaciones y federaciones de productores y de consumidores hechas y modificadas a tenor de la voluntad de sus componentes, guiados por la ciencia y la experiencia y libres de toda imposición que no derive de las necesidades naturales, a las cuales, vencido el hombre por el sentimiento de la misma necesidad inevitable, voluntariamente se somete. 4. Garantizar los medios de vida, de desarrollo y de bienestar a los niños y a todos los que no estén en estado de proveer a sus necesidades. 5. Lucha contra las religiones y todas las mentiras, aunque se oculten bajo el manto de la ciencia e instrucción científica para todos, hasta su más elevado grado. 6. Lucha contra el patriotismo. Abolición de las frontera; fraternización de todos los pueblos. 7. Reconstitución de la familia, de modo que resulte la práctica del amor, libre de todo vínculo legal.

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Este es nuestro ideal. Hemos expuesto a grandes rasgos cuál es la finalidad que perseguimos, el ideal por el cual luchamos. Pero no basta con desear una cosa. Si verdaderamente se quiere obtenerla es necesario emplear los medios adecuados a su realización. Y estos medios no son arbitrarios; derivan necesariamente del fin a que se tiende y de las circunstancias en que se lucha; de modo que si nos engañamos en la elección de los medios no llegaremos a los fines que nos propongamos sino a otro fin, tal vez muy opuesto, que será consecuencia natural, necesaria, de los medios que hayamos empleado. El que se pone en camino y se equivoca, no va adonde quiere, sino allí donde conduce el camino que recorrió. Es necesario, pues, que digamos cuáles son los medios que, según nosotros, conducen al fin que nos proponemos y que nosotros queremos emplear. Nuestro ideal no es de aquellos cuya realización depende del individuo considerado aisladamente. Se trata de cambiar el modo de vivir en sociedad, de establecer entre los hombres relaciones de amor y solidaridad, de conseguir la plenitud del desarrollo material, moral e intelectual, no para un solo individuo, no para los miembros de una dada clase o partido, sino para todos los seres humanos, y esto no es una cosa que pueda imponerse con la fuerza, sino que debe surgir de la conciencia iluminada de cada uno y actuarse mediante el libre consentimiento de todos. Nuestro primer deber, pues, consiste en persuadir a la gente. Es necesario que nosotros llamemos la atención de los hombres sobre los males que sufren y sobre la posibilidad de destruirlos. 17


Es necesario que suscitemos en cada uno la simpatía para con los males ajenos y el vivo deseo del bien de todos. Al que tenga hambre y frío, le enseñaremos cómo sería posible y fácil asegurar a todos la satisfacción de las necesidades materiales. Al oprimido y vilipendiado le diremos que se puede vivir feliz en una sociedad de libres y de iguales. Al atormentado por el odio y el temor le enseñaremos el camino para alcanzar, amando a sus semejantes, la paz y la alegría del corazón. Y cuando hayamos conseguido hacer nacer en el ánimo de los hombres el sentimiento de rebelión contra los males injustos y evitables, que se sufren en la sociedad presente, cuando les hayamos hecho comprender las causas de estos males y que de la voluntad humana depende eliminarlos; cuando hayamos inspirado el deseo vivo, imperioso, de transformar la sociedad en bien de todos, entonces los convencidos por impulso propio y por impulso de los que les precedieron en la convicción se unirán y querrán y podrán actuar los comunes ideales. Hemos dicho ya que sería absurdo y en contradicción con nuestro objetivo querer imponer la libertad, el amor entre los hombres, el desarrollo integral de todas las facultades humanas por medio de la fuerza. Es necesario, pues, contar con la libre voluntad de los demás, y lo único que podemos hacer es provocar la formación y la manifestación de dicha voluntad. Pero sería igualmente absurdo y contrario a nuestro objeto admitir que los que no piensan como nosotros vayan a impedirnos actuar nuestra voluntad, siempre que ésta no lesione su derecho a una libertad igual a la nuestra. Libertad, por consiguiente, para todos de propagar y experimentar las propias ideas, sin otro límite que el que resulta, naturalmente, de igual libertad de todos. 18


Pero a esto se oponen –y se oponen con la fuerza bruta– los que se benefician con los actuales privilegios y dominan y reglamentan la vida social presente. Tienen éstos en sus manos todos los medios de producción y, por tanto, suprimen, no tan sólo la posibilidad de experimentar nuevos modos de convivencia social, no tan sólo el derecho de los trabajadores a vivir libremente con el propio trabajo, sino también el mismísimo derecho a la existencia, y obligan al que no es propietario a que se deje explotar y oprimir si no quiere morirse de hambre. Tienen a su disposición la policía, la magistratura y los ejércitos creados expresamente para defender sus privilegios, y persiguen, encarcelan y matan a los que tienen sometidos. Dejando a un lado la experiencia histórica (la que demuestra que jamás una clase privilegiada se ha despojado, en todo o en parte, de sus privilegios, que jamás un gobierno ha abandonado el poder sin que la fuerza le haya obligado a ello) bastan los hechos contemporáneos para convencer a cualquiera de que la burguesía y los gobiernos emplean la fuerza material para defenderse, no ya contra la expropiación total, sino contra las más pequeñas pretensiones populares, y que están siempre dispuestos a las más atroces persecuciones y a las matanzas más sangrientas. Al pueblo que quiere emanciparse no le queda otro recurso que oponer la fuerza a la fuerza. De cuanto hemos dicho resulta que debemos trabajar para despertar en los oprimidos el deseo de una radical transformación social y persuadirles de que uniéndose tendrán la fuerza para vencer; debemos propagar nuestro ideal y preparar las fuerzas 19


morales y materiales necesarias para poder vencer a las fuerzas enemigas y para organizar la nueva sociedad. Y cuando tengamos la fuerza suficiente debemos, aprovechando las circunstancias favorables que se produzcan o creándolas nosotros mismos, hacer la revolución social, derribando con la fuerza el gobierno, expropiando con la fuerza a los propietarios; y poniendo en común los medios de vida y de producción, e impidiendo al propio tiempo que vengan nuevos gobiernos a imponernos su voluntad y a dificultar la reorganización social hecha directamente por los interesados. Todo esto, empero, es menos simple de lo que a primera vista podría parecer. Tenemos que habérnoslas con hombres de la actual sociedad, hombres que están en condiciones morales y materiales pésimas y nos engañaríamos si pensáramos que basta la propaganda para elevarles a aquel grado de desarrollo intelectual y moral que es necesario para la actuación de nuestros ideales. Entre el hombre y el ambiente social hay una acción recíproca. Los hombres hacen la sociedad tal como ésta es, y la sociedad hace los hombres tal como éstos son, y de esto resulta una especie de círculo vicioso; para transformar la sociedad es necesario transformar a los hombres y para transformar a los hombres es necesario transformar la sociedad. La miseria embrutece al hombre, y para destruir la miseria es necesario que los hombres tengan conciencia y voluntad. La esclavitud educa a los hombres para esclavos, y para libertarse de la esclavitud se necesitan hombres que aspiren a ser libres. La ignorancia deja a los hombres sin el conocimiento de las causas de sus males y sin que sepan cómo remediarlos, y para destruir la ignorancia es necesario que los hombres tengan tiempo y modo de instruirse. 20


El gobierno acostumbra a la gente a sufrir ley y a creer que la ley es necesaria a la sociedad, y para abolir el gobierno es necesario que los hombres se persuadan de su inutilidad y de su nocividad. ¿Cómo salir de este círculo vicioso? Afortunadamente, la sociedad actual no ha sido formada por la voluntad esclarecida de una clase dominante que haya podido reducir todos los dominados a instrumentos pasivos e inconscientes de sus intereses. Esta sociedad es el resultado de mil luchas intestinas, de mil factores naturales y humanos, agentes casuales sin criterios directivos, y por consiguiente no hay divisiones netas ni entre los hombres ni entre las clases. Infinitas son las variedades de condiciones materiales, infinitos los grados de desarrollo moral e intelectual; y no siempre –diremos casi muy raramente– el puesto que uno ocupa en la sociedad corresponde a sus aspiraciones. Muy a menudo los hombres caen en condiciones inferiores a las que están habituados y otros, por circunstancias excepcionalmente favorables, consiguen elevarse a condiciones superiores a aquellas en que nacieron. Una parte notable del proletariado ha logrado ya salir del estado de miseria absoluta, embrutecedora, o no ha podido nunca reducírsela a ella; ningún trabajador, o casi ninguno, se encuentra en el estado de inconsciencia completa, de completa adaptación a las condiciones que quisieran los patronos. Y las mismas instituciones, tal como las ha producido la historia, contienen contradicciones orgánicas que son como gérmenes de muerte, los que al desarrollarse producen la disolución de la institución y la necesidad de la transformación. De aquí la posibilidad del progreso: pero no la posibilidad de llevar, por medio de la propaganda, a todos los hombres al nivel necesario para que quieran y actúen la anarquía, sin una anterior gradual transformación del ambiente. 21


El progreso debe marchar contemporáneamente, paralelamente en los individuos y en el ambiente. Debemos aprovechar todos los medios, todas las posibilidades, todas las ocasiones que nos deja el ambiente actual, para obrar sobre los hombres y desarrollar su conciencia y sus deseos; debemos utilizar todos los progresos realizados en la conciencia de los hombres para inducirles a reclamar e imponer aquellas mayores transformaciones sociales que son posibles y que mejor pueden abrir paso a progresos ulteriores. Nosotros no debemos esperar a actuar la anarquía limitándonos a la simple propaganda. Si así hiciéramos habríamos agotado pronto el campo de acción; habríamos convertido a todos aquellos que en el ambiente actual son susceptibles de comprender y aceptar nuestras ideas, y nuestra ulterior propaganda quedaría estéril; o si de las transformaciones del ambiente surgiesen nuevos estratos populares a la posibilidad de recibir nuevas ideas, sucedería esto sin la obra nuestra, tal vez contra nuestra obra, y por tanto acaso en perjuicio de nuestras ideas. Debemos procurar que el pueblo, en su totalidad o en sus varias facciones, pretenda, imponga, actúe por sí mismo todas las mejoras, todas las libertades que desea, tan pronto como las desee y tenga fuerza para imponerlas, y propagando siempre entero nuestro programa y luchando siempre en pro de su actuación integral debemos empujar al pueblo a que pretenda e imponga cada vez mayores cosas, hasta que llegue a su emancipación completa. La opresión que más directamente pesa sobre los trabajadores y que es causa principal de todas las sujeciones morales y materiales a que están sometidos los trabajadores, es la opresión económica, es decir, la explotación que los patronos y los co22


merciantes ejercen sobre los obreros debido al acaparamiento de todos los grandes medios de producción y de cambio. Para suprimir radicalmente y sin peligro de retorno esta opresión, es necesario que todo el pueblo esté convencido del derecho que tiene al uso de los medios de producción, y que actúe este derecho suyo primordial expropiando a los detentadores del suelo y de todas las riquezas sociales poniendo éstas y aquel a disposición de todos. ¿Pero se puede ahora mismo efectuar esta expropiación? ¿Se puede hoy pasar directamente, sin grandes intermedios, del infierno en que se encuentra el proletariado al paraíso de la propiedad común? La prueba de que el pueblo no es aún capaz de expropiar a los propietarios es que no los expropia. ¿Qué debe hacerse mientras no llega el día de la expropiación? Nuestro deber está en preparar al pueblo moral y materialmente para esta necesaria expropiación e intentarla y reintentarla cada vez que una sacudida revolucionaria nos dé ocasión, hasta el triunfo definitivo. ¿Pero cómo prepararemos al pueblo? ¿Cómo preparar las condiciones que hacen sea posible, no sólo el hecho material de la expropiación, sino la utilización, a beneficio de todos, de la riqueza común? Hemos dicho anteriormente que la sola propaganda, hablada o escrita, es impotente para conquistar a nuestras ideas toda la gran masa popular. Precisa, pues, una educación práctica que sea tan pronto causa como efecto de una gradual transformación del ambiente. Precisa que a medida que se desarrollen 23


en los trabajadores el sentido de rebelión contra los injustos e inútiles sufrimientos de que son víctimas y el deseo de mejorar sus condiciones, luchen, unidos y solidarios, para conseguir lo que desean. Y nosotros, como anarquistas y como trabajadores, debemos impulsarles y estimularles a la lucha y luchar con ellos. ¿Pero son posibles, en un régimen capitalista, estos mejoramientos? ¿Son inútiles, desde el punto de vista de la futura emancipación integral de los trabajadores? Sean los que fueren los resultados prácticos de la lucha para las mejoras inmediatas, su utilidad principal está en la misma lucha. Con esta lucha los obreros aprenden a ocuparse de sus intereses de clase, aprenden que el patrono tiene intereses opuestos a los suyos y que no pueden mejorar de condición y aun emanciparse, sino uniéndose y haciéndose más fuertes que los patronos. Si consiguen obtener lo que desean, estarán mejor, ganarán más, trabajarán menos, dispondrán de más tiempo para reflexionar sobre las cosas que les interesan y sentirán en seguida mayores deseos y mayores necesidades. Si no consiguen lo que deseaban se verán llevados a estudiar las causas del fracaso y a reconocer la necesidad de una mayor unión, de una energía mayor, y comprenderán al fin que para vencer con seguridad y definitivamente es necesario destruir al capitalismo. La causa de la revolución, la causa de la elevación moral del trabajador y de su emancipación saldrá ganando del hecho de que los trabajadores se unan y luchen por sus intereses. ¿Pero es posible, preguntamos otra vez, que los trabajadores logren, dentro del actual estado de cosas, mejorar realmente sus condiciones? 24


Esto depende del concurso de una infinidad de circunstancias. A pesar de lo que sostienen algunos, no existe una ley natural (ley de los salarios) que determine la parte que corresponde al trabajador sobre el producto de su trabajo; o, si se quiere formular una ley, no puede ser más que esta: el salario no puede descender normalmente por debajo de lo que es necesario a la vida, ni puede normalmente subir tanto que no deje ningún beneficio al patrono. Claro es que en el primer caso los obreros morirían o no percibirían ya salario, y en el segundo caso los patronos cesarían de hacer trabajar y por tanto no pagarían más salarios. Pero entre estos dos extremos imposibles hay una infinidad de grados, que van desde las condiciones casi animalescas de gran parte de los trabajadores agrícolas hasta aquellas casi decentes de los obreros de los oficios buenos en las grandes ciudades. El salario, la duración de la jornada de trabajo y las demás condiciones de trabajo son el resultado de la lucha entre patronos y obreros. Aquéllos procuran dar a éstos lo menos posible y hacerles trabajar hasta extenuarles, y éstos procuran, o deberían procurar, trabajar lo menos posible y ganar lo más que puedan. Allí donde los trabajadores se contentan de cualquier modo y aun descontentos no saben oponer una válida resistencia a los patronos, prontamente quedan reducidos a unas condiciones de vida animalescas; en cambio, allí donde tienen un concepto algo elevado del modo como deberían vivir los seres humanos y saben unirse y mediante la huelga y la necesidad latente o explícita de rebelión imponen respeto a los patronos, éstos les tratan de modo relativamente soportable. De modo que puede decirse que el salario, dentro de ciertos límites, es lo que el obrero (no como individuo, se entiende, sino como clase) pretende. Luchando, resistiendo contra los patronos, pueden, pues, los obreros impedir, hasta cierto punto, que sus condiciones empeo25


ren y aun obtener mejoras reales. La historia del movimiento obrero ha demostrado ya esta verdad. Empero, es necesario no exagerar el alcance de esta lucha combatida entre obreros y patronos sobre el terreno exclusivamente económico. Los patronos pueden ceder, y a menudo ceden, ante las exigencias obreras enérgicamente formuladas, mientras no se trate de pretensiones demasiado grandes; pero tan pronto como los obreros comiencen (y es urgente que comiencen) a pretender un tratamiento que absorba el beneficio del patrono, haciendo así una expropiación indirecta, podemos estar seguros de que los patronos llamarán al gobierno en su auxilio y procurarán obligar por medio de la violencia a los obreros a permanecer en sus posiciones de esclavos asalariados. Y aun antes, mucho antes de que los obreros puedan pretender recibir en compensación de su trabajo el equivalente de todo lo que han producido, la lucha económica se vuelve impotente para continuar produciendo el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores. Los obreros lo producen todo y sin ellos no se puede vivir, parece, pues, que negándose a trabajar han de poder imponer lo que quieran. Pero la unión de todos los trabajadores, aun de un solo oficio, es difícil de obtener, y a la unión de los trabajadores se opone la unión de los patronos. Los obreros viven al día y si no trabajan pronto se mueren de hambre, mientras que los patronos disponen, mediante el dinero, de todos los productos ya acumulados, y por tanto pueden esperar muy tranquilamente que el hambre reduzca a discreción a sus asalariados. El invento o la introducción de nuevas máquinas vuelve inútil la obra de gran número de obreros y aumenta el ejército de los sin trabajo que el hambre obliga a venderse a 26


cualquier condición. La inmigración aporta en seguida, en aquellos países donde los trabajadores viven algo mejor, una oleada de trabajadores famélicos que, queriendo o no, ofrecen a los patronos modo de rebajar los salarios. Y todos estos hechos, derivados necesariamente del sistema capitalista, consiguen contrabalancear el progreso de la conciencia y de la solidaridad obrera; a menudo caminan más rápidamente que este progreso y lo detienen y lo destruyen. Pronto se presenta, pues, para los obreros que intentan emanciparse, o simplemente mejorar de condición, la necesidad de defenderse contra el gobierno, la necesidad de luchar contra el gobierno que legitimando el derecho de propiedad y sosteniéndolo con la fuerza brutal, constituye una barrera al progreso, barrera que debe derribarse con la fuerza si no se quiere permanecer indefinidamente en el estado actual o peor. De la lucha económica hay que pasar a la lucha social, es decir, a la lucha contra el gobierno; y en lugar de oponer a los millones de los capitalistas los escasos céntimos ahorrados con mil privaciones por los obreros, se hace preciso oponer a los cañones que defienden la propiedad aquellos mejores medios que el pueblo encuentre para vencer la fuerza con la fuerza. Por lucha social entendemos la lucha contra el gobierno. Gobierno es el conjunto de aquellos individuos que detentan el poder de hacer la ley e imponerla a los gobernados, o sea, a la población. Consecuencia del espíritu de dominio y de la violencia con los cuales algunos hombres se han impuesto a los demás, el gobierno es, al propio tiempo, creador y criatura del privilegio y su defensor natural. 27


Equivocadamente se dice que el gobierno desempeña hoy la función de defensor del capitalismo, pero que abolido el capitalismo el gobierno se trocaría en representante y gerente de los intereses generales. Ante todo, el capitalismo no podrá destruirse sino cuando los trabajadores, una vez arrojado el gobierno, tomen posesión de la riqueza social y organicen la producción y el consumo en interés de todos, por sí mismos, sin esperar la obra de un gobierno, el cual, aunque quisiera, no sería capaz de hacerlo. Pero hay más: si el capitalismo quedase destruido y se dejase subsistir un gobierno, éste, mediante la concesión de toda clase de privilegios, lo crearía, nuevamente, puesto que, no pudiendo contentar a todo el mundo, tendría necesidad de una clase económicamente potente que lo apoyaría a cambio de las protecciones legales y materiales que del gobierno recibe. Por consiguiente, no se puede abolir el privilegio y establecer sólida y definitivamente la libertad y la igualdad social, sino aboliendo el gobierno, no este o aquel gobierno, sino la misma institución de gobierno. Pero en éste como en todos los hechos de interés general y en éste más que en cualquier otro, se necesita el consentimiento de la generalidad, y por esto debemos esforzarnos en persuadir a la gente de que el gobierno es inútil y dañino y que se puede vivir mejor sin gobierno. Pero como ya dijimos, la propaganda por sí sola es impotente para convencer a todos, y si nosotros quisiéramos limitarnos a predicar contra el gobierno esperando pasivamente el día en que la población esté convencida de la posibilidad y utilidad de abolir por completo toda clase de gobierno, este día no vendría nunca. Predicando constantemente contra toda especie de gobierno y siempre reclamando la libertad integral, debemos apoyar todas las luchas por las libertades parciales, convencidos de que en la lucha se 28


aprende a luchar y de que comenzando a catar la libertad se acaba queriéndola toda. Nosotros debemos estar siempre con el pueblo y cuando no consigamos hacerle pretender mucho, procurar que por lo menos pretenda algo, y debemos esforzarnos para que aprenda, poco o mucho, lo que quiera, a conquistarlo por sí mismo, y a que luche contra el que está en el gobierno o quiera ser gobierno. Puesto que el gobierno tiene hoy poder para reglamentar, mediante las leyes, la vida social y ampliar o restringir la libertad de los ciudadanos, debemos, no pudiendo arrancarle aún este poder, obligarle a que haga de él un uso lo menos dañino posible. Pero esto debemos hacerlo estando siempre fuera y contra el gobierno, haciendo presión sobre él mediante la lucha de la calle, haciendo ver que lograremos lo que pretendamos. Jamás debemos aceptar una función legislativa cualquiera, sea general o local, porque de hacerlo disminuiríamos la eficacia de nuestra acción y traicionaríamos el porvenir de nuestra causa. La lucha contra el gobierno se resuelve, en último análisis, en lucha física, material. El gobierno hace la ley. Este debe, pues, tener una fuerza material (ejército y policía) para imponer la ley, porque de otro modo no obedecería sino el que quisiere y la ley no sería ya ley, sino una simple proposición que cada individuo sería libre de aceptar o de rechazar. Y los gobiernos tienen esta fuerza y se sirven de ella para poder con leyes fortificar su dominio y defender los intereses de las clases privilegiadas, oprimiendo y explotando a los trabajadores. El límite a la opresión gubernamental está en la fuerza que el pueblo se muestre capaz de oponerle. Puede haber conflicto abierto o latente, pero el conflicto siempre existe, porque el gobierno no se detiene ante el descontento y la resistencia sino cuando siente el peligro de la rebelión. 29


Cuando el pueblo se somete dócilmente a la ley o la protesta es débil y platónica, el gobierno hace lo que tiene por conveniente sin preocuparse de las necesidades populares; cuando la protesta se hace viva, insistente y amenazadora, el gobierno, según sea más o menos clarividente, cede o recurre a la represión. Pero siempre se llega a la rebelión, porque si el gobierno no cede el pueblo acaba por rebelarse y, si cede, el pueblo adquiere confianza en sí mismo y pide cada vez más, hasta que la incompatibilidad entre la libertad y la autoridad se hace evidente y estalla el conflicto violento. Es necesario, por tanto, prepararse moral y materialmente para que cuando estalle la lucha, la victoria quede de parte del pueblo. La rebelión victoriosa es el hecho más eficaz para la emancipación popular, puesto que el pueblo, sacudido ya el yugo, queda libre de darse a sí mismo aquellas instituciones que cree mejores, y el tiempo que media entre la ley, siempre en retardo, y el grado de civilización a que llegó la masa de población, se cruza de un salto. La rebelión determina la revolución, es decir, la actuación rápida de las fuerzas latentes acumuladas durante la precedente evolución. Todo estriba en lo que el pueblo sea capaz de querer. En las pasadas rebeliones el pueblo, inconsciente de las verdaderas razones de sus males, quiso siempre muy poco y muy poco consiguió. ¿Qué es lo que querrá en la próxima rebelión? Esto depende en parte de nuestra propaganda y de la energía que sepamos desarrollar. 30


Deberemos impulsar al pueblo a que expropie a los propietarios y que ponga en común la riqueza; a que organice la vida social por sí mismo, mediante asociaciones libremente constituidas, sin esperar órdenes de nadie y negándose a nombrar o reconocer un gobierno cualquiera, o un cuerpo cualquiera que pretenda el derecho de hacer la ley e imponer su voluntad a los demás. Y si la masa del pueblo no responde a nuestro llamamiento, deberemos –en nombre del derecho que tenemos a ser libres aunque los demás quieran continuar siendo esclavos, por la eficacia del ejemplo– actuar cuanto podamos nuestras ideas, no reconociendo el nuevo gobierno, manteniendo viva la resistencia, y hacer de modo que los municipios que las hayan acogido simpáticamente rechacen toda injerencia gubernamental y se obstinen en vivir como les plazca. Y deberemos, sobre todo, oponernos por todos los medios a la reconstitución de la policía y del ejército y aprovechar la ocasión propicia para llevar a los trabajadores a la huelga general con todas aquellas mayores pretensiones que hayamos podido inculcarles. Y suceda lo que suceda, continuar luchando, sin interrupción, contra los propietarios y contra el gobierno, teniendo siempre por objetivo la emancipación completa, económica, política y moral de toda la humanidad. Queremos, por tanto, abolir radicalmente el dominio y la explotación del hombre por el hombre; queremos que los hombres, hermanados por una solidaridad consciente y deseada, cooperen todos voluntariamente en el bienestar de todos; queremos que la sociedad se constituya con el fin de suministrar a todos los seres humanos los medios de alcanzar el máximo bienestar posible, el 31


máximo posible de desarrollo moral y material; queremos para todos pan, libertad, amor y ciencia. Y para conseguir este fin supremo creemos necesario que los medios de producción estén a disposición de todos, y que ningún hombre, o grupo de hombres, pueda obligar a los demás a someterse a su voluntad, ni ejercer su influencia de otro modo que con la fuerza de la razón y del ejemplo. Por consiguiente: expropiación de los detentores del suelo y del capital a beneficio de todos y abolición del gobierno. Y mientras esto no se haga, propaganda del ideal; organización de las fuerzas populares; lucha continua, pacífica o enérgica, según las circunstancias, contra el gobierno y contra los propietarios, a fin de conquistar toda la libertad y todo el bienestar que se pueda.

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El individualismo en el anarquismo

I No pretendo hablar aquí de aquellos que, con llamarse individualistas, creen justificarse de cualquier acción repugnante y que tienen tanto que ver con el anarquismo como los esbirros con el orden público del cual se creen defensores, o como los burgueses con los principios de moral y de justicia con los que a veces intentan defender sus homicidas privilegios. Tampoco pretendo hablar de aquellos anarquistas que se llaman “individualistas en los medios”, los cuales, en la lucha que hoy combatimos, prefieren, o exclusivamente admiten la acción individual, sea porque la creen más eficaz, sea por medidas de prudencia, o porque temen que una organización cualquiera, una inteligencia colectiva cualquiera, redundaría en menoscabo de su libertad.


Hablaré del individualismo como filosofía, como concepción general de la naturaleza de las sociedades humanas y de las relaciones entre individuo y colectividad, en cuanto aquel individualismo está profesado (a veces hasta sin darse cuenta) por parte de los anarquistas. Hay quien se llama individualista por creer que el individuo tiene derecho a su completo desarrollo físico, moral e intelectual y debe encontrar en la sociedad una ayuda, no un obstáculo, para alcanzar el máximo de felicidad posible. En este sentido todos somos individualistas y en este caso no se trata sino de una palabra o de un calificativo más o menos que nosotros no adoptamos para que no origine confusiones. Y no tan sólo somos individualistas en el sentido susodicho los socialistas y los anarquistas de todas las escuelas, sino que lo son también todos los hombres de cualquier escuela o partido, puesto que el individuo es el único ser senciente y consciente, y siempre que se habla de goces o de sufrimientos, de libertad o de esclavitud, de derechos, de deberes, de justicia, etc., nos referimos y no podemos dejar de referirnos sino a los individuos vivientes. A veces no se trata sino de una simple cuestión de palabras que no vale la pena de hacerla caso. Pero a menudo existe realmente una importante diferencia de ideas entre aquellos que repudian el individualismo e importa determinar esa diferencia porque son graves las consecuencias que de ella se derivan, a pesar de que los objetivos finales de unos y otros sean los mismos. No hay motivo ni razón para mirarse rabiosamente y tratarse como adversarios por más que, desde que los anarquistas se han metido a “filósofos”, se ha originado una confusión tal de ideas y de palabras, que ya no hay modo de saber si estamos o no de acuerdo; pero urge que nos expliquemos bien, siquiera para des34


embarazarnos para siempre de cuestiones abstractas que absorben la entera actividad de algunos anarquistas en detrimento del trabajo de verdadera propaganda. Examinando todo lo que han dicho y escrito los anarquistas individualistas, descubrimos la coexistencia de dos ideas fundamentales, contradictorias, que muchos no afirman explícitamente, pero que en una u otra forma las hallamos siempre, y a menudo hasta en las ideas de muchos anarquistas que no suelen llamarse individualistas. La primera de estas ideas consiste en considerar la sociedad como un agregado de individuos autónomos, completos en sí mismos, que no tienen razón de estar juntos si no hallan su propio interés y que pueden separarse cuando hallaren que las ventajas que la sociedad les ofrece no compensan los sacrificios de libertad individual que la sociedad les exige. En suma, consideran la sociedad humana como si fuese una especie de compañía comercial que deja o tendría que dejar libre a los socios que forman parte de ella según sus conveniencias. Hoy, dicen los que así piensan, como algunos pocos individuos han acaparado todas las riquezas naturales o producidas, los demás vienen obligados a observar a la fuerza leyes impuestas por la sociedad o por los individuos que en la sociedad imperan; pero si la tierra, si los medios de trabajo fuesen libres para todos, y si la fuerza organizada de una clase no esclavizara al pueblo, nadie vendría obligado a vivir en sociedad cuando su interés le aconsejase diferentemente. Y como que una vez satisfechas las necesidades materiales la suprema necesidad del hombre es la libertad, cualquier forma de convivencia que exigiere el más mínimo sacrificio de la voluntad individual, tiene que repudiarse. Haz lo que quieras, tomado en el sentido más estrecho y absoluto de la frase, es el principio supremo, la regla única de la conducta. 35


Pero, de otra parte, admitidos el individuo autónomo y su absoluta, ilimitada libertad, se deriva que, apenas los intereses se hallan en antagonismo y las voluntades varían, surge la lucha, y en la lucha unos quedan vencedores y vencidos los otros y, por lo tanto, se vuelve a la opresión y a la explotación que quería evitarse. Por esto los anarquistas individualistas, que a nadie ceden en su ardiente deseo del bien para todos, han tenido que inventar un lazo para poder, más o menos lógicamente, conciliar el bien permanente de todos con el principio de la absoluta libertad individual, y este modo de conciliación lo han hallado adoptando otro principio; el de la armonía por la ley natural. Haz lo que quieras que, ciertamente, dicen espontáneamente, naturalmente, no querrás sino aquello que no pueda perjudicar el igual derecho de los demás a hacer lo que quieran. “Nuestra libertad –me escribía tiempo atrás un amigo– no lesionará la libertad de los demás. Como los astros gravitando en torno del propio centro recorren trayectorias espaciales, del propio modo los hombres podrán recorrer su propia línea de libertad sin confundirse nunca y sin degenerar en el caos.” Y otros, sustituyendo la astronomía por la fisiología, hablan de una “simpática aglomeración de células en los vegetales y en los animales”, y de la formación de los cristales otros, pasando de ese modo revista a todas las ciencias naturales. Pero de los cristales contrahechos, de la lucha por la existencia, de las catástrofes cósmicas, de las enfermedades, de los abortos, de toda la infinita suma de desastres y de dolores que también existen en la naturaleza, nadie se acuerda. La desarmonía, el antagonismo de intereses, son consecuencias de las instituciones presentes. Destruid el Estado, res36


petad la completa libertad de comercio, de la banca, de la casa de moneda; que el derecho de posesión de la tierra esté limitado por la obligación de cultivarla; que sea libre, completamente libre la competencia, dicen los anarquistas individualistas de la escuela de Tucker, y la paz reinará en el mundo: la renta económica, o sea la diferencia de valor, por productividad y por posición, de las varias partes del suelo desaparecerá naturalmente y la competencia nos conducirá naturalmente a la más provechosa utilización de las fuerzas naturales a beneficio de todos. Destruid el Estado y la propiedad individual –dicen los anarquistas individualistas de la escuela comunista (la cosa existe a pesar de la aparente contradicción de los términos)– y todo marchará bien; todos estarán naturalmente de acuerdo; todos trabajarán porque el trabajo es una necesidad fisiológica; la producción corresponderá siempre y naturalmente a los pedidos de los consumidores y no habrá necesidad de pactos ni de reglas porque... haciendo cada uno lo que quiera se hallará que sin saberlo ni quererlo habrá hecho lo que querían los demás. Así es que, yendo hasta el fondo de la cosa, nos hallamos con que el anarquismo individualista no es más que una especie de armonismo, de providencialismo. Según mi modo de ver, los principios del individualismo son completamente erróneos. El individuo humano no es un ser independiente de la sociedad, sino su producto. Sin sociedad no habría podido salir de la esfera de la animalidad brutal y transformarse en un verdadero hombre, y fuera de la sociedad retornaría más o menos rápidamente a la primitiva animalidad.

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El doctor Stokmann del Enemigo del pueblo de Ibsen, que irritado por no verse comprendido y seguido por la población exclama que “el hombre más fuerte es el que está más sólo”, y que algunos han tomado por anarquista cuando no es más que un aristócrata, decía un solemne despropósito. Si él sabía más que los demás y podía mucho más que los demás, era porque había vivido más que los demás en comunicación intelectual con los hombres presentes y pasados, porque se había beneficiado más que los otros de la sociedad y por tanto debía a ésta mucho más que los demás individuos. El hombre puede ser en la sociedad libre o esclavo, feliz o infeliz, pero en la sociedad debe permanecer, porque ésta es la condición de su ser de hombre. Por consiguiente, en lugar de aspirar a una autonomía nominal e imposible, debe buscar las condiciones de su libertad y de su felicidad en el acuerdo con los demás hombres, modificando de acuerdo con ellos aquellas instituciones que no les convengan. Vana es, y completamente desmedida por los hechos, la creencia en una ley natural en virtud de la cual la armonía entre los hombres se establece automáticamente, sin necesidad de su acción consciente y querida. Aún destruido el Estado y la propiedad individual, la armonía no nace espontáneamente, como si la naturaleza se ocupara del bien y del mal de los hombres, sino que es necesario que los mismos hombres produzcan, establezcan esa armonía. Pero para hacer comprender esto se precisa hablar ampliamente y lo dejaré para el próximo artículo.

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II Decía en el número anterior que el armonismo –la fe en una ley natural en virtud de la cual todas las cosas se arreglarán por sí mismas a las mil maravillas– está en el fondo de las ideas de los individualistas y que únicamente con este armonismo podían éstos conciliar su ferviente y sincero deseo del bienestar de todos con su ideal de una sociedad en la que cada uno disfrute de una libertad absoluta sin necesidad de establecer pactos ni tener que llegar a una transacción con nadie. A decir verdad, un fondo de armonismo, o dicho también de otro modo, de fatalismo optimista, se halla asimismo en todos los anarquistas y tal vez en todos los socialistas modernos de las escuelas más diversas. Depende esto de varias y opuestas causas: hay un poco de sobrevivencia de las ideas religiosas según las cuales el mundo ha sido creado y ordenado para bien de los hombres; un poco de influencia de los economistas que intentaron justificar con una pretendida armonía de intereses los privilegios de la burguesía; un poco el favor casi exclusivo que gozaron las ciencias naturales y también el deseo de embellecer y hacer fáciles las cosas para el mejor éxito de la propaganda y lo cómodo que resulta siempre saltar a pies juntos por encima de las dificultades y no tomar la molestia de afrontarlas y resolverlas. Y los individualistas tienen únicamente la culpa, o el mérito, de haber sacado las consecuencias lógicas del error de todos. Pero el haberse equivocado todos más o menos no es una razón para perseverar en el error. La pretendida armonía que reina en la naturaleza significa tan sólo esto: si un hecho existe, quiere decir que se han verificado las condiciones necesarias y suficientes para la existencia del hecho. 39


La naturaleza no tiene finalidad o, en todo caso, no tiene las finalidades humanas: para ella la muerte, los dolores, los estragos de los seres vivos son indiferentes y pueden ser elementos de su “armonía”. El hecho de que el gato se coma al ratón es un hecho natural y por tanto perfectamente en armonía con el orden cósmico, pero si interrogáramos a los ratones acaso nos responderían que esta armonía la encuentran excesivamente desafinada. Es ley natural que los seres vivos tengan que nutrirse y que, por consiguiente, el número y la fuerza de los vivientes están limitados por la cantidad de alimentos adaptados para cada especie; pero la naturaleza mantiene el límite, indiferentemente, con los estragos, el hambre, las degeneraciones, y los ejemplos se podrían multiplicar hasta lo infinito. Para poder hacer ver Carlos Fourier cuán superior es la naturaleza al arte, se sirvió de un parangón que se ha hecho clásico a fuerza de repetirlo. “Poned dentro de un vaso muchas piedrecitas de distintos colores, agitadlas, vaciad luego el vaso sobre una mesa y obtendréis una combinación de colores que ningún pintor será capaz de hallar.” Es muy posible... pero seguramente no se obtendrá tampoco una madonna del Tiziano; no obtendréis tampoco aquello que hubiérais querido, por feo que fuese lo deseado. Y esto es lo esencial. La verdad es que esta ley misteriosa en virtud de la cual la naturaleza, providencia benéfica, tendría que hacer las cosas a gusto de los hombres, es un absurdo que todos los hechos contradicen y que ni por un momento resiste al examen. Se puede concebir el fatalismo, por más que éste contradiga todos los móviles que nos hacen obrar; pero el fatalismo optimista, un hado inteligente que se ha preocupado de la felicidad de las generaciones humanas, es una cosa verdaderamente inconcebible. 40


¿Cómo es posible que esta ley de armonía haya tardado millones de siglos a entrar en funciones, esperando precisamente a que los anarquistas proclamen la anarquía? El Estado y la propiedad individual son, ciertamente, la causa de los más graves antagonismos sociales presentes; pero estas instituciones no pueden haber sido producidas por una milagrosa suspensión de las leyes de la naturaleza y forzosamente han de ser el efecto de antagonismos preexistentes. Destruidas, se reproducirían otra vez, si los hombres no procurasen arreglar de otro modo aquellos conflictos que les dieron nacimiento. Conflictos de intereses y de pasiones existen y existirán siempre, pues aunque se pudiese eliminar los existentes hasta el punto de conseguir un acuerdo automático entre los hombres, otros conflictos se presentarían a cada nueva idea que germinase en un cerebro humano. De hecho, ¿cómo imaginarse que cuando se produzca un deseo nuevo en un individuo los cerebros de los demás hombres vayan a modificarse inmediatamente y de modo que estén dispuestos a acoger favorablemente aquel deseo? ¿Cómo creer que toda nueva idea vaya a ser inmediatamente aceptada por todo el mundo? Además, ¿serán justas todas las ideas nuevas? ¿Ya no se dirán más disparates? ¿O es que se imaginan que el ambiente será tan uniforme que suprimirá toda la diferencia inicial entre los hombres y que todos se desarrollarán sincrónicamente con matemática igualdad? ¡Y aun sería necesario que esta uniformidad de muerte fuese querida por los hombres, pues que la naturaleza entregada a sí misma produce siempre nuevas variedades! Es necesario no contentarse con vanas palabras. Cuando se dice que “la libertad de un individuo halla, no el límite, 41


sino el complemento en la libertad de los demás”, se expresa en forma afirmativa un ideal sublime, acaso el más perfecto que pueda asignarse a la evolución social; pero si con ello se entiende afirmar un hecho positivo, actual, o que podría actuarse después de destruir las instituciones presentes, se cambia simplemente la realidad objetiva por las concepciones ideales de nuestro cerebro. Dejando a un lado la opresión que soportamos como proletarios y como gobernados ¡cuántas cosas no haríamos y que dejamos de hacer para no disgustar o incomodar a los demás! Podemos abstenernos voluntariamente y aun hallar placer en sacrificarnos a la comunidad; pero nos gustaría mucho más que los demás hombres tuviesen gustos y necesidades diferentes que nos permitieran hacer aquello que nos gusta, y esto prueba que muchas veces nuestra libertad halla un límite en la libertad de los demás. Y no es que entendamos hablar únicamente de los “gustos y caprichos”, ciertamente respetables, pero secundarios. Los conflictos se producen también naturalmente en la esfera de la satisfacción de las necesidades esenciales y a los hombres corresponde eliminarlos o suavizarlos para el mayor bien de todos. Uno puede tener deseo o necesidad de comer una cosa que no puede procurarse sin quitarla a otro, ocupar un puesto que ocupa ya otro, etc., etc. Podrá proveerse para que toda clase de alimentos puedan estar a disposición de todos, para que todos puedan acomodarse... pero es necesario proveer. Decir que naturalmente, sin pactos, se producirá precisamente todo aquello que pueda desearse, significa prepararnos a recibir desilusiones terribles; significa, en la práctica, renunciar a hacer, y por lo tanto colocarse en situación de tener que aguantar aquello que harán los demás.

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Se dice que todos trabajarán porque el trabajo es un ejercicio higiénico y una necesidad orgánica la aplicación de las propias facultades. Es verdad; pero lo que no es verdad es que esta necesidad de ejercicio corresponda exactamente con la necesidad que los hombres tienen de los productos y que se adaptará espontáneamente a las condiciones impuestas por el instrumento de producción. Si cada uno estuviere convencido de que haciendo lo que mejor le place hace todo lo que debe porque todo marchará bien del mismo modo, ciertamente que muchos trabajos accesorios dejarían de hacerse porque no agradan a nadie y otros trabajos habrá que no podrán hacerse porque es necesario que un cierto número de individuos se pongan de acuerdo y respeten los acuerdos que tomen. Verdad que la tierra puede alimentar abundantemente a todos sus habitantes y que el trabajo puede organizarse de modo que sea un placer, o un leve esfuerzo que todos harán voluntariamente... pero es necesario organizarlo. Creer que trabajando cada uno a salga lo que saliere, cuando le parezca bien y como le parezca mejor, sin tener en cuenta lo que hagan los demás y sin coordinar y subordinar la propia actividad a la actividad colectiva, vamos a encontrarnos al final del año con que habremos producido el grano, las máquinas, los zapatos y las alcachofas necesarios para satisfacer los deseos de todos... es como si pusiéramos nuestro destino en manos de Dios.

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Socialismo y anarquía

Cuando se discuten cuestiones de orden moral y social la dificultad más grande para entenderse depende del significado vario e incierto que se atribuye a las palabras. Todo partido, y a menudo cada individuo, dan a las palabras generales un significado diverso y, lo que es peor, el mismo individuo usa a veces la misma palabra en sentido diverso y aun opuesto. Así, por ejemplo, socialismo y anarquía se usan a veces como términos antagónicos y a veces como sinónimos. Los hay que combaten el individualismo cuando significa el cada uno para sí de la sociedad burguesa y después dícense individualistas para expresar su ideal de una sociedad en la cual no se oprima a nadie y en la que cada uno tenga medios de alcanzar el pleno desenvolvimiento de la propia individualidad. Hoy combaten la inmoralidad burguesa y mañana protestarán contra toda moral. Dicen que el derecho es la fuerza, y al poco rato se alaban de ser defensores del derecho de los débiles. Mófanse de toda idea de sacrificio y abnegación y después


dícense –y muéstranse– prontos a sacrificar bienes, libertad, vida, para el bien de la generación futura. Y observaciones similares podrían hacerse del uso de las palabras evolución y revolución, organización, administración, autoridad, gobierno, Estado y de tantas cuantas se refieran a los problemas morales y sociales. Así acontece que muchas cosas verdaderas parecen irrazonables por defecto de expresión, y prodúcense muchas escisiones entre compañeros que en el fondo están realmente de acuerdo; mientras que, por el contrario, a menudo se cree estar de acuerdo, sólo porque se usa la misma terminología, entre personas de ideas y tendencias diametralmente opuestas. Así acontece también que se aceptan, bajo la fe de una palabra, ideas absurdas y antisociales, y que gentes egoístas, verdaderos malhechores, se mezclan con las que, buenas y generosas, dan muestras de inmoralidad por la ínfima vanagloria de parecer originales. Y no sólo esta falta de un lenguaje claro, común y constante hace difícil entenderse entre hombre y hombre; sino que la confusión en la expresión ofusca a cada uno la claridad de la idea y acaba por impedir que uno mismo se entienda. Ejemplo, ¡demasiado doloroso, por cierto!, tantos periódicos nuestros que parecen escritos por los habitantes de la legendaria torre de Babel, en los cuales generalmente cada escritor demuestra que no sabe lo que quiere decir y que apenas tiene una oscura y vaga visión de un pavoroso ideal que no sabe traducir en términos inteligibles.

Definamos, pues, las palabras de las cuales nos servimos.

No pretendo que el sentido que yo doy a las varias palabras sea el sentido verdadero. El significado de las palabras es siem46


pre una cosa convencional y puede sólo establecerlo el uso común y constante por el mayor número. Pero generalmente sucede que cuando una palabra ha sido inventada para indicar una idea dada, todas las transformaciones y las desviaciones que ocurren después en su significado tienen entre ellas una relación lógica que permite remontarse al significado originario, o recabar un significado general que responde al pensamiento más o menos consciente de todos. Este fondo común en los varios sentidos en que hoy se usan ciertas palabras, es el que yo me esfuerzo en determinar para hacer más clara la idea y más fácil la discusión. Como quiera que sea, mis definiciones, si no para otra cosa, servirán para que se comprenda bien lo que yo entiendo y tal vez para dar un ejemplo de lenguaje preciso, que otros podrán elaborar mejor. En el estudio de la sociedad humana y en las concepciones ideales que pueden hacerse de una nueva sociedad tienen que considerarse dos puntos: 1º. Las relaciones morales o jurídicas, si así quieren llamarse, entre los hombres; es decir, el objeto que se atribuye a la convivencia social. 2º. La forma en la cual se encarnan estas relaciones; es decir, el modo de organizarse para asegurar la observancia social de los derechos y deberes respectivos, el método con el cual se tiende a la realización del objeto propuesto a la sociedad. Desde el primer punto de vista, se puede concebir la sociedad humana de tres maneras fundamentales: o como una masa de hombres que nacen y viven para servir a uno o a pocos individuos privilegiados, por derecho de conquista, disfrazado con el pretendido derecho divino; es éste el régimen aristocrático que, en esencia, ha desaparecido en los países más avanzados 47


y que va poco a poco desapareciendo en el resto del mundo. O como la convivencia de individuos originaria y teóricamente iguales, que luchan uno en contra del otro, cada uno para acaparar la mayor cantidad de riqueza y de poder posible, explotando el trabajo de los demás y somentiéndolos a su dominio; y éste es el individualismo que domina en el mundo burgués hoy, el cual produce todos los males sociales de que nos lamentamos. O como un lazo de solidaridad entre los hombres, cooperando cada uno con los demás para el mayor bien de todos, como un bien para asegurar a todos el máximo bienestar posible; y éste es el socialismo, que es el ideal por el cual luchan hoy todos los amigos sinceros e ilustrados del género humano. Desde el segundo punto de vista, existen aún tres modos principales de organización social, tres métodos, tres constituciones políticas. Primero, el dominio exclusivo de uno o de unos pocos (monarquía absoluta, cesarismo, dictadura), los cuales imponen a los demás la propia voluntad, ya en interés propio o de su casta, ya con la intención, que puede ser sincera, de hacer el bien de todos. Segundo, la llamada soberanía popular, esto es, la ley hecha en nombre del pueblo por los que el pueblo ha elegido. Dicha ley representa, teóricamente, la voluntad de la mayoría; pero en la práctica, es el resultado de una serie de transacciones y de ficciones, por las cuales resulta falseada toda genuina expresión de la voluntad popular. Y esto es la democracia, la república, el parlamentarismo. Tercero, la organización directa, libre, consciente, por todos los interesados, cada uno en la esfera de sus intereses, sin delegaciones ficticias, sin lazos inútiles, sin imposiciones arbitrarias; y esto es la anarquía. Los varios conceptos sobre la esencia y objeto de la sociedad humana se juntan diversamente, tanto en la historia como en los programas de los partidos, con las diferentes formas de 48


organización. Así puede haber una sociedad aristocrática con un régimen monárquico, republicano y aun anarquista. La sociedad burguesa, o individualista, existe igualmente en la monarquía que en la república y muchos de sus partidarios son hasta anarquistas, puesto que desean que no haya gobierno o que exista la menor cantidad posible. Así, respecto al socialismo, algunos quisieran realizarlo por medio de la dictadura, otros por el medio parlamentario y otros por medio de la anarquía. Pero, a pesar de los errores de los hombres y de la acción y reacción que los factores históricos pueden determinar, y de hecho han determinado los más inverosímiles maridajes entre constituciones sociales y formas políticas de carácter disparatado, lo cierto es que los fines y los medios están ligados entre sí por relaciones íntimas, las cuales hacen que cada fin tenga un medio que le conviene más que los otros, como todo medio tiende a realizar el fin que le es natural, aun, sin y contra la voluntad de los que lo emplean. La monarquía es la forma política que mejor se aviene a hacer respetar los privilegios de una casta cerrada; es por esto que toda aristocracia, cualquiera que sea la condición en que se ha formado, tiende a establecer un régimen monárquico, franco o encubierto; como toda monarquía tiende a crear y hacer estable y omnipotente a una clase aristocrática. El sistema parlamentario, esto es, la república (ya que la monarquía constitucional, en realidad, no es más que una forma intermedia, en la cual la acción del parlamento está todavía obstaculizada por la supervivencia monárquica y aristocrática), es el sistema político que mejor responde a la sociedad burguesa, como, por otra parte, la burguesía, en el fondo de su ánimo, si no en apariencia, es siempre republicana. 49


Pero, ¿cuál es la forma política que más se adapta a la realización del principio de solidaridad en las relaciones humanas? ¿Cuál es el método que más seguramente puede conducirnos al triunfo completo del socialismo? Ciertamente que a esa pregunta no puede dársele una respuesta absolutamente segura, puesto que, tratándose de cosas no realizadas aún, a las deducciones lógicas les falta la comprobación de la experiencia. Es, por tanto, necesario contentarse con las soluciones que parecen tener en su favor la mayor suma de probabilidades. Pero queda cierta duda, que resta siempre en el espíritu cuando se trata de previsiones históricas, y que, por otra parte, viene a ser como una puerta que se deja abierta en el cerebro para que entren nuevas verdades, por lo que debe disponerse de gran tolerancia y de la más cordial simpatía hacia todos los que buscan por otras vías alcanzar el mismo fin, sin que deba esto paralizar nuestra acción ni impedir que escojamos nuestra vía para caminar resueltamente por ella. El carácter esencial del socialismo es el de aplicarse igualmente a todos los miembros de la sociedad, a los seres humanos todos. Por eso ninguno debe explotar el trabajo de otros, mediante la acaparación de los medios de producir, y ninguno debe poder imponer a los demás la propia voluntad, mediante la fuerza bruta o, lo que es lo mismo, mediante el acaparamiento del poder político: la explotación económica y la dominación política son dos aspectos de un mismo hecho, la sujección del hombre por el hombre, resolviéndose siempre la una con la otra. Por tanto, para alcanzar y consolidar el socialismo, necesítase un medio que, al mismo tiempo que no pueda ser un manantial de explotación y dominación, conduzca a una organización tal que se adapte lo más posible a los intereses y a 50


las preferencias varias y mudables de los diversos individuos y grupos humanos. Este medio no puede ser la dictadura (monarquía, cesarismo, etc.), puesto que esa sustituye la voluntad y la inteligencia de todos por la voluntad y la inteligencia de uno o de pocos; tiende a imponer a todos una regla única, a pesar de la diferencia de condiciones; crea la necesidad de una fuerza armada para constreñir a los recalcitrantes a la obediencia; hace surgir intereses antagónicos entre la masa y los que están más cerca del poder, y acaba, o con la rebelión triunfante o con la consolidación de una clase gobernante, que luego, naturalmente, se convierte en clase propietaria. Y tampoco parece un buen medio el parlamentarismo (democracia, república), puesto que también ese sustituye la voluntad de pocos a la de todos, y si, por un lado, deja alguna libertad más que la dictadura, por otro crea más ilusiones, y en nombre de un interés colectivo ficticio, holla todos los intereses reales y contradice, a través de la maraña de las elecciones y de las votaciones, la voluntad de cada uno y la de todos. Queda la organización libre, de abajo a arriba, de lo simple a lo complejo, mediante el pacto libre y la federación de las asociaciones de producción y de consumo; esto es, la anarquía, y éste es el método que preferimos nosotros. Para nosotros, pues, socialismo y anarquía no son términos antagónicos, ni equivalentes; sino términos estrechamente ligados uno con otro, como lo es el fin a su medio necesario, como lo es la sustancia a la forma en que se encarna. El socialismo sin la anarquía, esto es, el socialismo gubernamental, lo creemos imposible, puesto que sería destruido por el mismo órgano destinado a mantenerlo.

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La anarquía sin el socialismo nos parece igualmente imposible, puesto que, en tal caso, esa no podría ser más que el dominio de los más fuertes y, por tanto, pronto comenzaría la organización y la consolidación de este dominio; esto es, la constitución del gobierno. Hay tanta gente hoy diversa que se llama anarquista, y con el nombre de anarquía se exponen tantas ideas disparatadas y contradictorias, que verdaderamente no tenemos razón de maravillarnos cuando la población, que es nueva a nuestras ideas y no puede al primer golpe de vista distinguir las grandes diferencias que se ocultan bajo el velo de una palabra común, esté sorda a nuestra propaganda y nos mire con recelo. Naturalmente nosotros no podemos impedir a los demás que adopten el nombre que quieran; ni el abandonar nosotros el nombre de anarquistas serviría para otra cosa más que para aumentar la confusión, ya que la población creería simplemente que habíamos cambiado de bandera. Lo más que podemos y debemos hacer es distinguirnos claramente de todos los que de la anarquía tienen un concepto distinto al nuestro, o que del mismo concepto teórico deducen consecuencias prácticas contrarias a las deducidas por nosotros. Y la distinción debe resultar de la exposición clara de nuestras ideas y del continuo repetir franca y altamente nuestra opinión sobre todos los hechos que estén en contradicción con nuestras ideas y con nuestra moral, sin ningún miramiento personal ni de partido. Ya que la pretendida solidaridad de partido, entre gente que no pertenecía ni podía pertenecer al mismo partido, ha sido precisamente una de las primordiales causas de confusión. Y se ha llegado a un punto tal que muchos ensalzan en los “compañeros” las acciones que vituperarían en los burgueses; y 52


parece que el único criterio que tienen del bien y del mal sea éste: si el autor del acto que se juzga toma o deja de tomar el nombre de anarquista. Muchos son los errores que han llevado a ponerse en completa contradicción con los principios que teóricamente profesan a unos, y a los otros el soportar esta contradicción; como muchas son las causas que han traído en medio de nosotros a gente que en el fondo ríense del socialismo y de la anarquía, y de todo lo que está por encima de los intereses de su persona. Yo no puedo emprender un examen metódico y completo de estos errores; sólo señalaré alguno de ellos tal como me vengan a la mente.

Ante todo hablemos de moral.

Es cosa común encontrar anarquistas que “niegan la moral”. Al principio es un simple modo de decir para significar que, desde el punto de vista teórico, no admiten una moral absoluta, eterna, inmutable, y que, en la práctica, se rebelan contra la moral burguesa, que sanciona la explotación de la masa y condena los actos que ponen en peligro y dañan a los privilegiados. Pero después, poco a poco, como suele suceder en tantas otras cosas, toman la figura retórica por la expresión exacta de la verdad. Olvidan que en la moral corriente, además de las reglas inculcadas por los curas y por los amos en interés de su dominio, se encuentran también, y son en realidad la mayor parte y las más sustanciales, las reglas que son la consecuencia y la condición de toda coexistencia social; olvidan que el rebelarse contra toda regla impuesta a la fuerza no quiere de ningún modo decir que se renuncie a todo freno moral y a todo sentimiento de obligación hacia los demás; olvidan que para 53


combatir razonablemente una moral, necesítase oponerle, en teoría, y prácticamente, una moral superior; y, por poco que el temperamento y las circunstancias les ayuden, acaban por volverse inmorales en la acepción absoluta de la palabra; esto es, hombres sin regla de conducta, sin criterio para guiar sus acciones, que ceden pasivamente a los impulsos del momento. ¡Hoy se quitan el pan de la boca para socorrer a un compañero y mañana matarán a un hombre para poder ir a un burdel! La moral es la regla de conducta que cada hombre considera buena. Se puede encontrar mala la moral dominante en una época dada, en un determinado país, en una dada sociedad y, en efecto, nosotros encontramos pésima la moral burguesa; pero no se puede concebir una sociedad sin una moral, cualquiera que sea, ni un hombre consciente que no tenga algún criterio para juzgar lo que es bueno y lo que es malo para sí y para los demás. Cuando nosotros combatimos a la sociedad presente, oponemos a la moral individualista de los burgueses, a la moral de la lucha y de la competencia, la moral del amor y de la solidaridad, y tratamos de establecer instituciones que correspondan a esta nuestra concepción de las relaciones entre los hombres. De otro modo, ¿cómo podríamos encontrar malo el que los burgueses exploten al pueblo? Otra de las afirmaciones dañinas, que en muchos es sincera, pero que es una excusa en otros, es que el actual ambiente social no permite ser morales; y que, por consecuencia, es inútil hacer esfuerzos con los cuales nada se puede lograr, y que lo mejor que puede hacerse es arañar lo más que se pueda para uno mismo, dadas las presentes circunstancias, sin cuidarse de los demás, salvo el cambiar de vida cuando haya cambiado la organización social. Ciertamente que todo anarquista, que todo socialista comprende la fatalidad económica que hoy constriñe al hombre a luchar contra el hombre, y todo buen observador ve la impotencia 54


de la rebelión personal contra la fuerza prepotente del ambiente social. Pero es igualmente cierto que sin la rebelión del individuo, que se asocia con los otros individuos rebeldes para resistir el ambiente y tratar de transformarlo, este ambiente no cambiaría nunca. Todos nosotros, sin excepción alguna, estamos constreñidos a vivir, más o menos, en contradicción con nuestros ideales; pero somos socialistas y anarquistas por lo que sufrimos con esta contradicción y porque tratamos de hacerla lo menos grande posible. El día que nos adaptásemos al ambiente, nos pasaría naturalmente el deseo de transformarlo y nos convertiríamos en simples burgueses: burgueses sin dinero tal vez, pero no por esto menos burgueses en los actos y en las intenciones. Otra fuente de errores y de culpas gravísimas ha sido el modo como se ha interpretado por muchos la teoría de la violencia. La sociedad actual se mantiene con la fuerza de las armas. Nunca ninguna clase oprimida ha logrado emanciparse sin recurrir a la violencia; nunca las clases privilegiadas han renunciado a una parte, siquiera mínima, de sus privilegios, sino por la fuerza, o por miedo a la fuerza. Las instituciones sociales actuales son tales que resulta imposible el transformarlas por reformas graduales y pacíficas, y la necesidad de una revolución violenta que, violando, destruyendo la legalidad, funde una sociedad sobre nuevas bases, se impone. La obstinación, la brutalidad con que la burguesía responde a las más anodinas demandas del proletariado, demuestra la fatalidad de la revolución violenta. Es, pues, lógico y necesario que los socialistas y los anarquistas especialmente sean un partido revolucionario y prevean y apresuren la revolución. 55


Mas, desgraciadamente, hay en los hombres una tendencia a trastocar el fin con los medios; y la violencia, que para nosotros es, y debe continuar siendo, una dura necesidad, se ha convertido para muchos en único fin de la lucha. La historia está llena de ejemplos de hombres que, habiendo comenzado a luchar por un fin elevado, en el calor de la refriega, han perdido todo dominio sobre sí mismos, y perdiendo de vista el fin perseguido, se han convertido en feroces carniceros. Y, como lo demuestran hechos recientes, muchos anarquistas no han escapado a este terrible peligro de la lucha violenta. Irritados con las persecuciones, enloquecidos con los ejemplos de ciega ferocidad que da cada día la burguesía, han comenzado a imitar el ejemplo de los burgueses, y el espíritu de amor ha sido suplantado por el espíritu de venganza, por el espíritu de odio. Y, al par de los burgueses, han llamado justicia al odio y a la venganza. Después, para justificar sus actos, que podían, sin embargo, explicarse como efecto de las horribles condiciones del proletariado y servir como una razón más para invocar la destrucción de un orden de cosas que produce tan tristes resultados, algunos han comenzado a formular la más extraña, la más fanática, la más autoritaria de las teorías y, no fijándose en la contradicción, la han presentado como un novísimo progreso de la idea anarquista. Esos, que se dicen, además, al mismo tiempo deterministas y niegan toda responsabilidad, se han dedicado a rebuscar a los responsables del estado actual de cosas y los han encontrado no sólo en los burgueses conscientes que hacen el mal sabiendo que lo hacen, no sólo entre la masa de burgueses que son burgueses porque así nacieron y no se han preguntado nunca el por qué de su situación, sino también entre la masa de trabajadores que, soportando la opresión sin rebelarse, son su principal sostén; y han resuelto para todos... la pena de muerte. ¡Y ha habido hasta quien ha delirado sobre no sé qué “responsabilidad potencial” para resolver el exterminio de las mujeres embarazadas y de los muchachos! Los que con razón 56


niegan a los jueces burgueses el derecho de aplicar ni una hora de cárcel, se hacen árbitros de la vida y la muerte de los demás y llegan a decir que ¡se tiene el derecho de matar al que no piense como nosotros! Parece increíble y muchos no querrán creerlo. Y sin embargo, poco tiempo hace, han podido todos leer en un periódico “anarquista” palabras como éstas: “En Barcelona ha estallado una bomba en una procesión religiosa, dejando sobre el terreno cuarenta muertos y no sabemos cuántos heridos. La policía ha arrestado a más de noventa anarquistas con la esperanza de poner la mano sobre el heroico autor del atentado.” Ninguna razón de lucha, ninguna excusa, nada: es heroico matar mujeres, niños, hombres inermes, ¡porque eran católicos! Esto es ya algo peor que la venganza: es el furor morboso del místico sanguinario, es el holocausto sangriento sobre el ara de un dios... o de una idea, que a la postre es lo mismo. ¡O Torquemada, o Robespierre! Me apresuro a manifestar que la gran parte de los anarquistas españoles han protestado del acto insano. Pero los hay también que se llaman anarquistas y ensalzan el acto, y esto basta para que el gobierno finja confundirlos a todos en un haz, y para que la población los confunda de verdad. Gritémoslo con fuerza y siempre: los anarquistas no deben, no pueden ser justicieros: son libertadores. Nosotros no odiamos a nadie; no luchamos para vengarnos, ni para vengar a los demás; nosotros queremos el amor para todos, la libertad para todos. Puesto que la actual fatalidad social y la obstinada resistencia de la burguesía, fuerza a los opresores a recurrir al último expediente de la fuerza física, no retrocedamos ante la dura necesidad y preparémonos a usarla victoriosamente. Pero no hagamos víctimas inútiles, ni siquiera entre los enemigos. El mismo fin por el cual luchamos nos fuerza a ser buenos y 57


humanos aun en medio del furor de la batalla; de otro modo no se explica cómo podríamos querer luchar por un fin cual es el nuestro, si buenos y humanos no fuésemos. Y no olvidemos que una revolución libertadora, no puede salir del exterminio y del terror, que fueron y serán siempre generadores de tiranía. Por otra parte, un error, contrario a aquel en que caen los terroristas, amenaza al movimiento anarquista. Un poco por reacción contra el abuso que en estos últimos años se ha hecho de la violencia, un poco por supervivencia de la idea cristiana, y sobre todo por la influencia de las predicaciones místicas de Tolstói, a las cuales el genio y las altas cualidades del autor les dan boga y prestigio, comienza a adquirir cierta importancia entre los anarquistas el partido de la resistencia pasiva, la cual tiene por principio que hay que dejar oprimir y vilipendiar a uno mismo y a los demás antes que hacer daño al agresor. Es lo que se ha llamado anarquía pasiva. Puesto que algunos, impresionados por mi aversión contra la violencia inútil y dañina, han querido atribuirme, no sé si con la intención de alabarme o con la de denigrarme, tendencias hacia el tolstoísmo, aprovecho la ocasión para declarar que, según mi modo de ver, esta doctrina, por mucho que parezca sublimemente altruista, es en realidad la negación del instinto y de los deberes sociales. Puede un hombre, si es muy... cristiano, sufrir pacientemente toda suerte de vejaciones sin defenderse con todos los medios posibles, y continuar siendo tal vez un hombre moral. Mas en la práctica, ¿no sería él y cualquiera, aun sin quererlo, un terrible egoísta si dejase oprimir a los demás sin intentar defenderlos; si, por ejemplo, prefiriese que fuese reducida a la miseria una clase, atropellado un pueblo por el invasor, que fuese un hombre ofendido en su vida y en su libertad, antes que magullar la piel del opresor? 58


Puede haber casos en los cuales la resistencia pasiva sea un arma eficaz, y ciertamente que entonces sería la mejor de las armas, puesto que sería la más económica de sufrimientos humanos. Pero, las más de las veces, profesar la resistencia pasiva significa asegurar a los opresores contra el pavor a la rebelión y, por tanto, traicionar la causa de los oprimidos. Es curioso observar cómo los terroristas y los tolstoístas, precisamente porque unos y otros son místicos, llegan a consecuencias prácticas casi iguales. Aquéllos no dudarían en destruir media humanidad con tal de hacer triunfar la idea; éstos dejarían que toda la humanidad estuviese bajo el peso de los más grandes sufrimientos antes que violar un principio. Por lo que a mí respecta, yo violaría todos los principios del mundo con tal de salvar a un hombre: lo que, por otra parte, de hecho, sería respetar el principio, puesto que, según mi modo de ver, todos los principios morales y sociológicos se reducen a éste sólo: el bien de los hombres, de todos los hombres.

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tรกctica





El Estado socialista

“La conquista de los poderes públicos” es el objetivo de los socialistas-demócratas. No examinaremos esta vez hasta qué punto este fin está de acuerdo con sus teorías históricas, según las cuales la clase económicamente predominante detentará siempre y fatalmente el poder político y, por tanto, la emancipación económica debería necesariamente preceder a la emancipación política. No discutiremos si, admitida la posibilidad de la conquista del poder político por parte de una clase desheredada, los medios legales pueden bastar para lograrla. Queremos hoy discutir únicamente si esta conquista de los poderes públicos armoniza o no con el ideal socialista de una sociedad de seres libres e iguales, sin supremacías ni división en clases. Los socialistas demócratas, especialmente los italianos, que, quieran o no, han sufrido más que otros la influencia de las


ideas anarquistas, suelen decir en alta voz, por lo menos cuando polemizan con nosotros, que también quieren abolir el Estado, o de otro modo dicho, el gobierno, y que precisamente para poder abolirlo quieren apoderarse de él. ¿Qué significa esto? Si significa que pretenden con el acto de conquistarlo, abolir el Estado, anular toda garantía legal de los “derechos adquiridos”, disolver toda la fuerza armada oficial, suprimir todo poder legislativo, dejar en su plena y completa autonomía a todas las localidades, a todas las asociaciones, a todos los individuos, e instaurar una organización social de abajo a arriba, mediante la libre federación de los grupos de productores y consumidores, entonces toda la cuestión quedaría reducida a ésta: que expresan con ciertas palabras las mismas ideas que nosotros expresamos con otras palabras. Decir: queremos asaltar aquella fortaleza y destruirla; o decir: queremos apoderarnos de aquella fortaleza para demolerla, es una misma cosa. Quedaría, sin embargo, entre los socialistas-demócratas y nosotros la diferencia de opinión, ciertamente de máxima importancia, sobre la participación en las luchas electorales y saber si yendo los socialistas al parlamento favorecen o estorban la revolución, si preparan a los hombres para una radical transformación del presente orden de las cosas o si educan al pueblo para aceptar, después de la revolución, una nueva tiranía; por lo menos en aquella finalidad estaríamos de acuerdo. Pero la verdad es que estas declaraciones de querer apoderarse del Estado para destruirlo, o son censurables artificios de polémica, o si son sinceras, provienen de anarquistas en formación que aún no se consideran demócratas. Los verdaderos socialistas-demócratas tienen una idea bien diferente de esta “conquista de los poderes públicos”. En el Congreso de Londres, para no citar más que una declaración reciente y so66


lemne, dijeron claramente que es necesario conquistar los poderes públicos “para legislar y administrar la sociedad nueva”. En la Critica Sociale leíamos que “es un error creer que el partido socialista una vez llegado al poder podrá o querrá disminuir los impuestos, que, al contrario, el Estado deberá, por medio de un aumento gradual de los impuestos, absorber gradualmente la riqueza privada para poner en práctica las grandes reformas que el socialismo se propone (institución de retiros para la vejez, para los inválidos, para los accidentes de trabajo; organización de escuelas dignas de los países civilizados; rescate de los grandes capitales, etc.) y de este modo irse encaminando hacia la lógica meta del perfecto comunismo, cuando todo se transformará en beneficio público y la riqueza privada en riqueza de la sociedad.” (José Bonzo, “El partido socialista y los impuestos”, Critica Sociale, mayo de 1897). Por lo visto es un gobierno completo lo que nos prometen los socialistas-demócratas, un gobierno con toda la necesaria secuela de múltiples y diversos funcionarios, de policías y carceleros (para los que tuvieren intención de no obedecer), sus jueces, administradores de fondos públicos; con sus programas escolares y sus profesores oficiales, etc., etc., y, naturalmente, con todo un cuerpo legislativo que hará leyes y fijará los impuestos y los varios ministerios que ejecutan y administran las leyes. Sobre esto podrá haber diferencias de modalidad, de tendencias más o menos centralizadoras, de métodos más o menos dictatoriales o democráticos, de procesos más o menos rápidos o graduales; pero en el fondo están de acuerdo, porque esta es la sustancia de su programa. Es necesario ver ahora si este gobierno que los socialistas desean ofrece garantías de justicia social, si podría o querría abolir las clases, destruir toda explotación y opresión del hombre sobre el 67


hombre, si, en una palabra, podría y querría fundar una sociedad verdaderamente socialista. Los socialistas-demócratas parten del principio de que el Estado, o gobierno, es simplemente el órgano político de la clase dominante. En una sociedad capitalista, dicen, el Estado sirve necesariamente los intereses de los capitalistas y les garantiza el derecho a explotar a los trabajadores; pero en una sociedad socialista abolida la propiedad individual y desaparecidas, con la destrucción del privilegio, todas las distinciones de clase, entonces el Estado representaría y volveríase el órgano de los intereses sociales de todos los miembros de la sociedad. Pero aquí se presenta una inevitable dificultad. Si es verdad que el gobierno es necesariamente y siempre el instrumento de los que poseen los medios de producción, ¿cómo podrá efectuarse el milagro de un gobierno capitalista con la misión de abolir el capital? Será, como querían Marx y Blanqui, por medio de una dictadura impuesta revolucionariamente, como un acto de fuerza, que revolucionariamente decreta e impone la confiscación de las propiedades privadas a favor del Estado, representante de los intereses colectivos? ¿O será, como parece quieren todos los marxistas y gran parte de los blanquistas modernos, por medio de una mayoría socialista mandada al parlamento por sufragio universal? ¿Se procederá de golpe a la expropiación de la clase dominante por parte de la clase económicamente sujeta, o se procederá gradualmente obligando a los propietarios y a los capitalistas a que se dejen quitar poco a poco todos sus privilegios? Todo esto parece extrañamente en contradicción con la teoría del “materialismo histórico” que para los marxistas es dogma fundamental. Nosotros no queremos ahora examinar estas contra68


dicciones ni saber lo que puede haber de verdad en la doctrina del materialismo histórico. Supongamos que de cualquier modo que sea, el gobierno ha caído en manos de los socialistas y quedó bien y fuertemente constituido un gobierno socialista. ¿Habría, por este solo hecho, llegado la hora del triunfo del socialismo?

Nosotros creemos que no.

Si la institución propiedad individual es el origen de todos los males que conocemos, no es porque una cierta parte de terreno esté inscrita en el registro de la propiedad a nombre de Fulano o de Zutano, sino porque dicha inscripción da a ese individuo el derecho a usar la tierra como le plazca, y el uso que de ella hace es regularmente malo, es decir, en perjuicio de sus semejantes. En su origen todas las religiones dijeron que la riqueza es un gravamen que obliga a sus poseedores a cuidarse del bienestar de los pobres y servirles de padre, y en las fuentes del derecho civil vemos que el señor de la tierra está preso por tantas obligaciones cívicas que mejor parece un administrador de los bienes en interés de la población, que propietario en el sentido moderno de la palabra. Pero el hombre está de tal modo forjado que cuando tiene modo de dominar e imponer a los demás su voluntad, usa y abusa hasta reducirles a la esclavitud y a la abyección. Así el señor, que debía ser padre y protector de los pobres, se transformó siempre en su más feroz explotador. Así sucedió y sucederá siempre con los gobernantes. De nada sirve decir que cuando el gobierno salga del pueblo hará los intereses del pueblo; todos los poderes salieron del pueblo, porque el pueblo es quien da la fuerza, y todos oprimen al pueblo. De nada sirve repetir que cuando no haya clases privilegiadas el gobierno no podrá dejar de ser el órgano de la voluntad colectiva. 69


Los gobernantes constituyen por sí mismos una clase, y entre ellos se desarrolla una solidaridad de clase mucho más poderosa que la existencia entre las clases fundadas sobre los privilegios económicos. Es verdad que hoy el gobierno es siervo de la burguesía, pero más lo es porque sus miembros son burgueses que por ser gobierno; como todos los siervos detesta al amo y le engaña y roba. No fue para servir a la burguesía que Crispi saqueó los bancos, como tampoco era para servirla que violó la Constitución. Aunque el gobernante no abuse ni robe personalmente, provoca en torno suyo una clase que le debe sus privilegios y tiene interés en que permanezca en el poder. Los partidos de gobierno son en el campo político lo que las clases propietarias en el económico. Mil veces lo hemos repetido los anarquistas y toda la historia lo confirma: propiedad individual y poder político son dos eslabones de la cadena que sujeta a la humanidad. Imposible librarse de uno sin librarse del otro. Abolid la propiedad individual sin abolir el gobierno y aquella se reconstituirá por obra de los gobernantes. Abolid el gobierno sin abolir la propiedad individual y los propietarios se reconstituirán en gobierno. Cuando Federico Engels, tal vez previendo la crítica anarquista, decía que, desaparecidas las clases, el Estado propiamente dicho no tiene ya razón de ser y se transforma de gobierno de hombres en administrador de las cosas, no hacía más que un vano juego de palabras. Quien tiene el dominio sobre los hombres, quien gobierna al producto gobierna al productor, quien mide el consumo es dueño del consumidor.

La cuestión es ésta: o se administran las cosas según los li70


bres pactos de los interesados y entonces es la anarquía, o son administradas según la ley fabricada por los administradores y entonces es el gobierno, es el Estado, y fatalmente será tiránico. Aquí no se trata de la buena o de la mala fe de este o aquel hombre, sino de la fatalidad de las situaciones, y de las tendencias que en general los hombres desarrollan cuando se hallan en ciertas circunstancias. Además, si se trata verdaderamente del bien de todos, si verdaderamente administrar las cosas quiere decir en interés de los administrados, ¿quién mejor puede hacerlo que los mismos productores y consumidores de estas cosas?

¿Para qué sirve un gobierno?

El primer acto de un gobierno socialista apenas llegado al poder debería ser éste: Considerando que siendo un gobierno nada podemos hacer y paralizaríamos la acción del pueblo obligándole a esperar leyes que no podemos hacer sino sacrificando los intereses de los unos y de otros y de todos los nuestros en particular, nosotros, gobierno, etc., declaramos abolida toda autoridad, invitamos a todos los ciudadanos a que se organicen en asociaciones que correspondan a sus varias necesidades, confiamos en la iniciativa de esas instituciones y para bien de ellas les aportaremos el tributo de nuestra obra personal. Jamás gobierno alguno hizo cosa semejante y tampoco lo haría un gobierno socialista. Por esto si algún día el pueblo tiene la fuerza en sus manos y sabe ser juicioso impedirá que se constituya un gobierno cualquiera.

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Infiltraciones burguesas en la doctrina socialista

Hace algún tiempo que los socialistas reformistas, para justificar todas las renuncias en que incurren, han comenzado por modificar no tan sólo la táctica, sino hasta las mismas teorías del socialismo. De este modo poquito a poco se han ido infiltrando en la doctrina socialista un cierto número de ideas y de prejuicios morales, políticos y económicos esencialmente burgueses. Se comprenderá fácilmente toda la gravedad de este fenómeno si se considera que no se produce solamente en las facciones más moderadas del partido socialista-demócrata, sino que principia a manifestarse también en las demás facciones que se proclaman revolucionarias e intransigentes. Los periódicos, por ejemplo, nos cuentan que el mismo Arturo Labriola, el bien conocido socialista italiano intransigente, ha sostenido en sus recientes conferencias que “el problema más urgente y que más importa resolver, no es el de la distribución de


la riqueza, sino el de la organización racional de la producción”. Creemos necesario poner de manifiesto un error que compromete las mismas bases de la doctrina socialista porque permite deducir lógicamente conclusiones que nada tienen de socialista. Desde Malthus, los conservadores de todas las escuelas han venido sosteniendo que la miseria no es debida al reparto injusto de la riqueza, sino a la limitación de la producción o a la insuficiencia de la industria humana. El socialismo, en su origen histórico y en su esencia fundamental es la negación de esta tesis. Pero desde que los socialistas comenzaron a pactar con el poder y las clases poseedoras, es decir, desde que dejaron de ser socialistas, sostienen también, bajo una forma un poco renovada, las tesis de los conservadores. Si la tesis adoptada por Labriola fuese verdad, el antagonismo entre patronos y obreros no sería ya irreductible, porque tendría una solución en el interés común de patronos y asalariados, en aumentar la cantidad de los productos, es decir, que el socialismo sería falso, por lo menos como medio inmediato para resolver la cuestión social. Y, en efecto, ya hemos visto a Turati sostener que los obreros deben preocuparse durante las huelgas de no arruinar al patrono y a su industria, y antes que Turati, ya el mismo Ferri dijo que los socialistas tienen interés en favorecer el enriquecimiento de los burgueses. Por lo demás, todos los representantes más distinguidos de la democracia-social italiana hacen resaltar a cual más las numerosas ventajas que reportarían a los proletarios italianos el ser gobernados por una burguesía rica, instruida, “moderna”. Esta nueva predicación de los socialistas, tendiendo a que el proletariado consciente abandone el camino de la lucha de clases para lanzarlo por los senderos sin salida del reformismo bur74


gués, es tanto más peligrosa cuanto que se sirve de un hecho verdadero, el de la insuficiencia actual de los productos para satisfacer hasta en límites restringidos las necesidades de todos. Después de haber impresionado a la población con la demostración de este hecho, gracias a un pequeño expediente sofístico, cambian el efecto en causa para sacar las conclusiones más erróneas con un objeto que no se confiesa.

Es necesario descorrer el velo que cubre este engaño.

Sin duda que la producción en general, y particularmente la de las cosas de primera necesidad, es defectuosa, insuficiente, ridículamente mínima, vis-á-vis de lo que podría y debería ser. El hambriento que pasa cada día por delante de los almacenes rebosantes de vituallas, el que privado de todo ve los esfuerzos de los comerciantes para vender mercancías demasiado abundantes en comparación con las demandas del público, pueden creer que los géneros abundan y que los hay para todo el mundo, faltando sólo el dinero para comprarlos. Anarquistas ilusionados por las cifras más o menos cabalísticas de las estadísticas y tal vez por tener en la propaganda un argumento sorprendente y bien forjado para que lo comprendan las masas ignorantes, han podido sostener que la producción efectiva traspasa con mucho las necesidades racionales y que bastaría que el pueblo se apoderara de ella para que todo el mundo pudiera vivir cómodamente. Y las sedicentes crisis de superproducción, es decir, el trabajo que falta porque los patronos no logran vender los productos almacenados, sirven a menudo para confirmar a los espíritus superficiales esta errónea idea. Pero todo aquel que sepa razonar fríamente un poco no tarda en darse cuenta que toda esta pretendida riqueza es ilusoria. 75


El consumo de la gran masa del pueblo es insuficiente para satisfacer las necesidades más elementales; la mayor parte de los hombres están mal alimentados, mal albergados, mal vestidos, desprovistos casi de todo; muchos mueren de hambre y de frío. Si se produjera verdaderamente con qué satisfacer a todo el mundo, ¿dónde se amontonaría el excedente anual de la producción, puesto que la multitud no consume lo suficiente? Los capitalistas, que hacen producir y vender para sacar un beneficio, ¿serían tan locos de continuar haciendo producir lo que no podrían vender? La competencia que se hacen los capitalistas y la ignorancia de cada uno sobre la cantidad de productos que los demás pueden arrojar sobre el mercado en un momento dado, el espíritu de especulación, la sed de la ganancia y las falaces previsiones pueden engendrar, y muy a menudo engendran, sobre todo en la industria manufacturera, cuyo poder productivo es el más elástico, una considerable diferencia entre la oferta y la demanda; pero entonces no tarda en producirse la crisis, la suspensión del trabajo viene a restablecer el equilibrio y, a fin de cuentas, normalmente, no se produce sino lo que se consume. El consumo regula la producción y no al contrario. Además, con respecto a los productos alimenticios, los más importantes entre todos, basta observar las terribles consecuencias en los países agrícolas cuando la cosecha ha faltado para convencerse de que, aunque la mayor parte de los hombres están mal nutridos, se produce apenas con qué vivir de uno a otro año. Si el conjunto de la riqueza producida cada año –y de la que más de la mitad la absorbe hoy un pequeño número de capitalistas– estuviere equitativamente repartida entre todos, las condiciones del trabajador no habrían mejorado gran cosa. Su parte no se hallaría aumentada con cosas necesarias, sino con una multitud de nona76


das casi inútiles y a veces nocivas. Por lo que toca al pan, la carne, la habitación, los vestidos y otros objetos de primera necesidad, aun cuando la parte consumida o despilfarrada por los ricos estuviere repartida entre todos, no resultaría algún cambio sensible. Estamos pues de acuerdo en que la producción es insuficiente y que es preciso aumentarla. ¿Pero por qué actualmente no se produce más? ¿Por qué hay tantos terrenos sin cultivar? ¿Por qué tantas máquinas y brazos sin empleo? ¿Por qué no se construyen casas para todo el mundo ni se fabrica con qué cubrir todas las desnudeces, cuando los materiales abundan y con ello los hombres capaces y deseosos de utilizarlos? La razón es clara, y todos los que se dicen socialistas no debieran ignorarla. Es porque los medios de producción, el suelo, las primeras materias, los instrumentos de trabajo, no pertenecen a los que tienen necesidad de los productos, sino que constituyen la propiedad privada de un pequeño número de personas que se sirven de dichos medios de producción para hacer trabajar a los demás por su cuenta en la medida y forma que mejor responde al propio interés de esta minoría. Actualmente el hombre no tiene derecho a ninguna parte de productos por el simple hecho de ser hombre; come y vive únicamente si el capitalista, el poseedor de los instrumentos de producción, halla un interés en explotar su trabajo. Ahora bien: si el capitalista no tiene interés en desarrollar la producción más allá de cierto límite, hasta lo halla en mantener constantemente una carestía relativa. En otros términos, hace producir mientras puede revender el producto más caro que el pre77


cio de la producción, y aumenta su producción mientras los beneficios aumentan paralelamente; pero tan pronto como se apercibe de que para vender tiene que rebajar el precio y que la abundancia engendraría una disminución absoluta del beneficio, detiene la producción y en muchos casos hasta destruye una parte de los productos disponibles para que aumente el valor de la parte restante. Para acrecentar, por tanto, la producción de modo que satisfaga las necesidades de todos, es necesario que se efectúe en vista de estas mismas necesidades y no en vista del beneficio de unos pocos individuos solamente. Todos han de tener el derecho a gozar de los productos y disponer de los medios de producción. Si todo hambriento tuviese derecho a tomarse el pan, forzoso sería producirlo para todo el mundo y se cultivarían entonces los terrenos sustituyendo a la antigua rutina métodos de cultivo cada vez más productivos. Y si al contrario, como actualmente, las riquezas existentes en medios de producción y en productos acumulados pertenecen a una clase particular de personas, y esta clase, que no carece de nada, puede hacer fusilar a los hambrientos que griten demasiado fuerte, la producción estará continuamente detenida en el límite marcado por los intereses de los capitalistas. En conclusión: la causa actual de la falta de producción se halla en la distribución restringida y esta causa es la que hay que destruir para suprimir el efecto. Para que se produzca lo suficiente para todos es necesario que todo el mundo tenga derecho a consumir suficientemente. La tesis socialista, o sea que el problema de la miseria es ante todo una cuestión de distribución, queda de este modo demostrada. 78




El sufragio universal

Durante muchísimos años los partidarios de la democracia (que significa gobierno del pueblo) han sostenido que el sufragio universal es la fuente legítima del derecho y el remedio para todos los males sociales. Cuando todos tengan el derecho al voto, dicen, el pueblo enviará al poder a sus amigos y hará triunfar su voluntad. Si las instituciones que funden los elegidos por el voto no son perfectas, si éstos traicionan los intereses de sus representados, los electores tendrán que culparse a sí mismos y escoger en lo sucesivo mejores representantes. Más aún, agregan los más radicales; para mayor seguridad se puede establecer la revocación del mandato y el referéndum, es decir, que los electores sean siempre libres de destituir a su elegido y nombrar a otro, y que las leyes hechas por los diputados no sean válidas sino después de haberlas aprobado el pueblo por medio de una votación directa.


El sufragio universal estuvo en vigor en diversas épocas y en casi todos los países civilizados, hasta en forma de plebiscito, que es la votación directa de todos en una cuestión determinada; fue practicado como conquista del pueblo insurreccionado o como concesión de vencedores que creyeron útil fortificar su dominio con apariencias de consentimiento popular, y sirvió siempre para sancionar toda clase de usurpación, respondió siempre según los deseos de quien tuvo en sus manos el poder y desde el poder lo interrogó. El sufragio universal funciona normalmente ya desde mucho tiempo en muchos países; en algunos existe el referéndum, y el pueblo continúa, a pesar de todo, en la esclavitud, y los burgueses, los que poseen o disfrutan las riquezas sociales en detrimento de los trabajadores, no dejan de hallarse tan guapamente como si el sufragio universal no funcionase. A los demócratas puros y simples, caídos en el descrédito, se han unido estos socialistas que se califican de demócratas, y éstos también pretenden hacer el bien de todo el mundo mediante un gobierno del pueblo salido del sufragio universal. Y en todas partes se agitan para la conquista de este sufragio, y se esfuerzan para atraerse a los trabajadores diciéndoles y repitiéndoles la más vulgar de las ilusiones: cuando vosotros votéis, mandaréis vosotros. ¿Por qué el sufragio universal no sirvió durante el pasado para emancipar al pueblo? ¿Por qué no puede tampoco servir en el porvenir? A los socialistas no deberíamos recordarles el efecto que las condiciones materiales hacen sobre el espíritu de los hombres, ni tampoco cómo los trabajadores no pueden emanciparse políticamente mientras perdure su servidumbre económica. Son cosas que han hecho muy mal en olvidarlas. 82


Para los socialistas –que no hayan dejado de serlo– el sufragio universal puede servirles, a lo sumo, para organizar la sociedad futura; pero tendría que ir siempre precedido de la expropiación efectuada revolucionariamente, y de haber puesto a disposición de todos los medios de producción y toda la riqueza existente. Este sufragio podría ser, para los socialistas autoritarios, la fuente del derecho en una sociedad basada en la igualdad de condiciones; pero no podría ser nunca un medio para salir de las condiciones presentes, ni será nunca un instrumento de emancipación. En cambio los susodichos socialistas reclaman actualmente el sufragio como medio supremo para conquistar la igualdad económica y actuar el socialismo. Y si en algún país hablan de revolución, y tal vez la provoquen y la secunden, es tan sólo para conquistar el sufragio universal, sin perjuicio de aceptar la república o de soportar la monarquía allí donde el monarca, con tal de conservar el trono y la lista civil, se avenga a dejar al sufragio universal la plena soberanía. Quiere decir que estos socialistas quisieran, por todo socialismo, hacernos aceptar las condiciones políticas que existen en Francia, en Suiza y en América y que desde años y siglos no han servido para traernos el socialismo, ni siquiera para refrenar la acumulación capitalista… ni siquiera para impedir la matanza de los trabajadores recalcitrantes. Pero supongamos que existen las condiciones necesarias para que todo individuo pueda votar libremente y sepa votar bien; supongamos asimismo que la revolución social está hecha, que todos los individuos están en condición económica independiente y que las nuevas condiciones han producido ya una población inteligente e instruida. El sufragio universal, es decir, el gobierno elegido por el sufragio universal, sería igualmente 83


impotente, por razones inherentes a su naturaleza, para representar los intereses de todos y satisfacerlos. Ante todo, el gobierno “elegido por el pueblo” no es en realidad elegido sino por aquellos que triunfan en la batalla electoral: los demás, que pueden ser una minoría grandísima y aun mayoría, quedan sin representación. Sería un régimen en que la mayoría legal (mayoría real únicamente en la mejor de las hipótesis) tendría el derecho de mandar a la minoría. He aquí una cosa muy desagradable, ya que la minoría puede tener tanta o más razón que la mayoría, y en todo caso los derechos de cada individuo son igualmente sagrados, tanto si pertenece a la mayoría como a la minoría como si está sólo. Pero la realidad es peor aún. Los elegidos que hacen la ley pueden haber sido nombrados por la mayoría de los electores, pero la ley la hace únicamente una mayoría de aquellos, y resulta, por consiguiente, que en la mayor parte de los casos los que aprueban una ley representan tan sólo a un número de electores que están en minoría frente al entero cuerpo electoral. Así, pues, con el sistema de sufragio universal, igual que con cualquier sistema de gobierno representativo, muy a menudo, aun suponiendo que los elegidos cumplan realmente la voluntad de los electores, es la minoría la que resulta gobernar a la mayoría. Y si injusto y tiránico es el dominio de la mayoría, más injusto y tiránico es el de la minoría, tanto más que a través de la alquimia de la política no es ciertamente la minoría más ilustrada, más progresiva y más buena la que queda en el poder, muy al contrario. Otras consideraciones más importantes nos quedan por hacer y que explican lo falaz del sistema representativo, así como del 84


referéndum, de la legislación directa y de cualquier otro sistema que no esté fundado en la libre voluntad de cada uno, pactando libremente con los demás. Se habla del pueblo y de los intereses populares sin tener en cuenta que el pueblo no es un cuerpo único con intereses únicos. Este es, simplemente, un nombre colectivo que sirve para indicar el conjunto de varios individuos y de varias colectividades, cada uno con pasiones, intereses e ideas variadas, diferentes, y a menudo opuestas. ¿Cómo podría un gobierno, un parlamento, representar y dar representación a estos intereses opuestos? ¿Cómo puede un cuerpo electoral, que no puede dar más que una solución a cada cuestión, satisfacer el deseo de todos los individuos que lo componen y que están diversamente interesados en la cuestión? En un parlamento, como en un país, cada interés se halla en minoría enfrente de la suma de los demás intereses, y si la colectividad es quien debe decidir sobre los intereses particulares, cada interés se halla abandonado a la discreción de quien no está en él interesado, o lo desconoce, o no le preocupa, o tiene intereses diferentes y opuestos. En una determinada cuestión, por ejemplo, la provincia A, la B y todas las demás regiones de una nación tienen intereses diversos. Si el pueblo por entero debe decidir por todos, sucederá necesariamente que cada región tendrá que sufrir la voluntad de las demás regiones juntas, y cada una se verá oprimida, y cada una concurrirá a oprimir a las demás. Así los intereses, por ejemplo, de los mineros serán ventilados por la masa de la población con la que comparados son una pequeña minoría, y así en casi todos los intereses, por todas las localidades y con todas las opiniones. 85


Existen ciertamente los intereses generales, comunes a colectividades numerosas, a enteras naciones y hasta a toda la humanidad, que requieren, por consiguiente, el concurso y el acuerdo de todos los interesados; y destruidos los antagonismos provenientes de la propiedad individual, estos intereses generales y comunes se ampliarán más aún. ¿Pero quién establece qué intereses son exclusivos de un individuo o de un grupo, y cuáles son más o menos generales? Si hay un gobierno, representativo o no, éste debe forzosamente decidir sobre las varias jurisdicciones y establecer qué intereses son de incumbencia exclusiva del individuo o del grupo, y cuáles incumben al gobierno central, puesto que, si así no fuese, cada uno negaría la competencia del gobierno en aquellas materias en que la ley gubernamental no le conviniere y el gobierno no podría gobernar. Y como que todo gobierno, todo cuerpo constituido, tiene naturalmente una tendencia a ensanchar siempre más su esfera de acción, sucede siempre que quiere mezclarse en todo con la excusa de que todo es de interés general; de este modo queda ahogada toda libertad, y los intereses de cada uno quedan sacrificados a los intereses políticos, o de otro género, de quién o quiénes ocupen el poder. El único modo de determinar cuáles son los intereses colectivos y a qué colectividad incumben; el único modo de destruir los antagonismos, de armonizar los intereses opuestos y de conciliar la libertad de cada uno con la libertad de los demás, es el libre acuerdo entre aquellos que sienten la utilidad y la necesidad del acuerdo. Únicamente así, partiendo del individuo al grupo y de éste a la colectividad, se puede llegar a una organización 86


social, en la cual, al mismo tiempo que queda respetada la voluntad y la autonomía de cada miembro, se obtiene la ventaja de la máxima cooperación social y queda siempre abierto el camino a todos los perfeccionamientos, a todos los futuros progresos.

Una última observación.

En todo cuerpo político existen hoy enormes diferencias de condiciones materiales y de desarrollo intelectual y moral de región a región, de ciudad a ciudad, de oficio a oficio, de partido a partido, de igual modo que existen entre las ciudades y el campo, etc., y las partes más míseras, más atrasadas, más reaccionarias están siempre en gran mayoría. Es una cuestión de hecho que se puede comprobar en todos los países del mundo. En todas partes, a causa del Estado que obliga a estar juntos los más diversos y contrarios elementos, a causa de la ley que todos se ven obligados a obedecer, en todas partes las regiones más atrasadas son las que dan la fuerza a los respectivos gobiernos para que puedan hacer obedecer a las más avanzadas y de este modo las impiden constituirse de modo que responda a las propias aspiraciones y al propio grado de desarrollo material y moral. El campo es el freno de las ciudades. Los embrutecidos por la miseria, los analfabetos, los sometidos, los supersticiosos sirven de instrumento a los dominadores para oprimir a los inteligentes, a los despreocupados y rebeldes. Ahora bien, con el sufragio universal los legisladores salen de la mayoría, y de esta mayoría de legisladores, es la parte más reaccionaria quien hace las leyes. De aquí resulta que la ley la hace efectivamente la minoría, pero la minoría más atrasada. 87


Añádase a esto la ilusión que se forjan las minorías más progresivas de poder ser pacíficamente mayoría y se dejan paralizar por la legalidad, y quedará demostrado cómo el sufragio universal, muy lejos de ser un instrumento de emancipación y de progreso, es, al contrario, el medio más eficaz para conservar y consolidar la opresión... cuando no un medio para ir retrocediendo. Dad, por ejemplo, el sufragio universal en Italia, y en lugar de haber realizado un progreso habréis instaurado un dominio, peor que el actual, de los curas y de los grandes propietarios rurales. ¿Es que nosotros queremos el dominio de las minorías? ¿Queremos lo que se llama el despotismo ilustrado? De ningún modo. Primeramente, porque no admitimos que nadie tenga el derecho de imponerse a los demás ni siquiera para labrar su bien, ni creemos en el bien labrado a la fuerza; en segundo lugar, porque cada uno cree tener razón y precisaría un tribunal supremo para fallar quién la tiene; y, finalmente, porque cuando se trata de imponerse por la fuerza y dominar, no son los mejores aquellos que poseen las cualidades adaptadas para ello y que lo logran, sino los farsantes y los violentos. Nosotros creemos que el único medio para emancipar y progresar, estriba en que todos tengamos la libertad y los medios para propagar y actuar las propias ideas. Y esto es precisamente la anarquía. Entonces las minorías más avanzadas persuadirán y arrastrarán a las más atrasadas con la fuerza de la razón y del ejemplo.

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Por lo demás, así es como ha progresado siempre la humanidad, gracias a aquella poca libertad que los gobiernos no han podido ahogar. Pero, se nos objeta a menudo, si en verdad el sufragio universal no sirve para labrar la felicidad del pueblo, ¿cómo se explica que los gobiernos no lo conceden nunca voluntariamente y hasta se oponen con todas sus fuerzas? Explícase esto un poco por la ignorancia, el miedo y la ceguera conservadora de las clases dominantes, pero, sobre todo, por el hecho real de que con el advenimiento del sufragio universal se verifica un cambio de lugar de intereses y de personal gubernativo, cambio temido por quienes están en funciones y pueden salir perdiendo. Pero cambiar de gobernantes no significa en modo alguno que el pueblo vaya a estar mejor. Únicamente de un modo el sufragio universal podría ser útil, y es cuando la experiencia de su funcionamiento demostrare su falacia a los que de él esperan beneficios. Sería una ilusión menos y otro error eliminado. En la mayoría de los casos los hombres no llegan a la verdad sino después de haber recorrido todos los errores posibles. Pero aún este último beneficio no puede obtenerse sino a condición de que haya alguien que combata con energía contra esta mentira, pésima entre las pésimas, con que se engaña al pueblo.

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La revolución en la práctica

En la reunión celebrada en Biel (Suiza) en ocasión del cincuentenario del Congreso de Saint-Imier, el compañero Bertoni y yo expresamos ideas que disgustaron al compañero Colomer, le disgustaron hasta el punto de hacerle decir en Le Libertaire, de París, que él está seguro de que esas ideas son opuestas a las tendencias más vivaces del movimiento anarquista contemporáneo, y los compañeros de Alemania, España, Rusia, América, etcétera, si hubiesen estado presentes, se hubieran sentido como se sintió él, conmovidos e indignados (émus et presque indignés). El compañero Colomer exagera un poco, me parece, o le hace exagerar su desconocimiento de las tendencias reales del anarquismo. De cualquier modo, hablar de “indignación” cuando se trata de una discusión en la que cada uno procura aportar su honesta contribución al esclarecimiento de las ideas para mayor beneficio de los fines comunes, es, por lo menos, adoptar


un lenguaje impropio. Pero será mejor continuar discutiendo cordialmente, como lo hicimos en Biel... Ciertamente Bertoni defenderá su punto de vista en Le Réveil; yo lo haré en Umanità Nova, Colomer en Le Libertaire, otros compañeros, espero, intervendrán en la discusión; y será mejor para todos si cada uno tiene cuidado, en las traducciones impuestas por la diversidad de lenguas, de no alterar el pensamiento del contrario. Y esperemos que nadie se indigne si oye decir cosas que jamás había pensado. En Biel se discutió sobre dos temas: Relaciones entre el sindicalismo y el anarquismo y Acción de los anarquistas al comienzo de una insurrección. Sobre el primer tema volveré a hablar en otra ocasión y sin tapujos, porque los lectores de Umanità Nova ya deben saber lo que pienso al respecto. Explicaré ahora lo que dije sobre el segundo tema. Nosotros queremos hacer la revolución lo más pronto posible aprovechando todas las ocasiones que puedan presentarse. Menos un pequeño grupo de “educacionistas” que creen en la posibilidad de elevar a las masas a las idealidades anarquistas antes de que sean cambiadas las condiciones materiales y morales en las que éstas viven, y que, por consiguiente, relegan la revolución para el tiempo en que todos sean capaces de vivir anárquicamente, los anarquistas están todos de acuerdo en este deseo de derribar lo más pronto posible los regímenes vigentes. Y a menudo son ellos los únicos que muestran una real voluntad de hacerlo. Por lo demás, suceden, han sucedido y sucederán revoluciones independientes de la voluntad y de la acción de los anar92


quistas, puesto que los anarquistas no son más que una pequeñísima minoría de la población y la anarquía no es una cosa que se pueda hacer por la fuerza, por imposición violenta de algunos. Está visto que las revoluciones pasadas y las próximo futuras no han sido y no podrán ser revoluciones anarquistas. En Italia, hace varios años, la revolución estaba a punto de estallar y nosotros hicimos todo lo que pudimos para que estallara, y tratamos de traidores del proletariado a los socialistas y a los confederales que, en ocasión de los motines contra la carestía de los víveres, de las huelgas del Piamonte, de la revuelta de Ancona, de la ocupación de las fábricas, contuvieron el impulso de las masas y salvaron el tambaleante régimen monárquico. ¿Qué hubiéramos hecho si la revolución hubiese estallado? ¿Qué haremos en la revolución que estallará mañana? ¿Qué han hecho, que hubiesen podido y debido hacer nuestros compañeros en las recientes revoluciones de Rusia, Baviera, Hungría y otras partes? No podemos hacer la anarquía, o por lo menos la anarquía extendida a toda la población y a todas las relaciones sociales, porque hasta ahora ninguna población es totalmente anarquista, y no podemos aceptar otro régimen sin renunciar a nuestras aspiraciones y a perder toda la razón de ser como anarquistas. Y entonces, ¿ qué podemos y debemos hacer? Éste era el problema puesto en discusión en Biel, y éste es el tema que mayormente interesa en el momento actual, tan lleno de posibilidades, en que nos podremos encontrar de improviso frente a situaciones tales que nos impongan la necesidad de obrar súbitamente y sin vacilaciones o de desaparecer del campo de la lucha después de haber facilitado la victoria a los otros. 93


No se trataba de describir una revolución como la queremos nosotros, una revolución anarquista como sería posible si todos, o por lo menos la gran mayoría de los habitantes de un determinado territorio fuesen anarquistas. Se trataba buscar lo mejor que se podía hacer a favor de la causa anarquista en una revolución social que pueda producirse en la realidad presente. Los partidos autoritarios tiene un programa determinado y quieren imponerlo por la fuerza; por ello aspiran a apoderarse del Poder, no importa si con medio legales o ilegales, y por tanto, transformar la sociedad a su manera, mediante una nueva legislación. Y de esto depende el hecho de que ellos, revolucionarios en las palabras y a menudo también en las intenciones, dudan luego, cuando las ocasiones se presentan, en hacer la revolución, porque no están seguros de la aquiescencia, aunque sean pasivas, de las mayorías; no tienen fuerza militar suficiente para hacer ejecutar sus órdenes en todo el territorio; carecen de hombres fieles y competentes en todas las infinitas ramas de la actividad social... Y, por consiguiente, optan casi siempre por relegar la acción para más tarde, hasta que la revuelta popular los lleva casi disgustados al gobierno. Después, no obstante, quisieran permanecer gobernando infinitamente, y por eso procuran frenar, desviar, contener la revolución que les ha elevado. Nosotros, al contrario, tenemos, sí, un ideal por el cual combatimos, que quisiéramos ver realizado, pero no creemos que un ideal de justicia, de amor, pueda realizarse por medio de la violencia gubernativa. Nosotros no queremos ir al Poder ni que nadie vaya a él. Si no podemos impedir, por falta de fuerza, que existan y se constituyan gobiernos, nos esforzamos y nos esforzaremos para que estos gobiernos sean o se vuelvan lo más débiles posible, y para esto esta94


mos siempre prontos a obrar cuando se trata de abatir o de debilitar a un gobierno, sin preocuparnos demasiado (digo demasiado y no lo suficiente) de lo que vendrá después. Para nosotros la violencia no sirve ni puede servir nada más que para rechazar la violencia, que cuando es adoptada para captar fines pasivos, fracasa completamente o restablece la opresión y la explotación de unos sobre otros. La constitución y el progresivo mejoramiento de una sociedad de seres libres, no puede ser sino el resultado de la evolución libre, y nuestro cometido de anarquistas es precisamente defender y asegurar la libertad de evolución. Abatir o concurrir a abatir el poder político en todo el conjunto de las fuerzas represivas que los sostienen; impedir o procurar impedir que se constituyan nuevos gobiernos y nuevas fuerzas represivas, y, en todos los casos, no reconocer jamás gobierno alguno y continuar siempre en lucha contra él y reclamar y pretender (pudiéndolo hasta con la fuerza pública) el derecho de organizarnos y de vivir como nos parece y experimentar las formas sociales que nos parecen mejores, siempre, se entiende, que no lesione el mismo derecho de libertad de los otros: he aquí nuestra misión. Fuera de esta lucha contra la implosión gubernativa, que genera y hace posible la explotación capitalista; cuando hubiéramos impulsado y ayudado a las masas del pueblo a apoderarse de la riqueza existente y especialmente de los medios de producción; cuando hubiéramos llegado al punto en el que ninguno pudiera imponer a los otros con la violencia su propia voluntad y ninguno pudiera sustraer con la fuerza a otros el producto de su trabajo, nosotros no podremos obrar sino mediante la propaganda y el ejemplo. 95


¿Destruir las instituciones, los mecanismos, las organizaciones sociales existentes? Ciertamente, si se trata de instituciones represivas; pero éstas, en el fondo, son muy poca cosa en la complejidad de la vida social. Policía, ejército, cárceles, magistraturas, son cosas todas poderosas para el mal ciertamente, que sólo ejecutan una función parasitaria y que deben ser destruidas en el acto. Pero otras instituciones y organizaciones que, bien o mal, consigan asegurar la vida de la humanidad, no pueden ser destruidas con utilidad si no se las sustituye con una cosa mejor. En el intercambio de las materias primas y de los productos, la distribución de las sustancias alimenticias, los ferrocarriles, los correos y todos los servicios públicos ejercidos por el Estado o por particulares, han sido organizados de modo que sirven intereses reales de la población. No podemos desorganizarlos (y tampoco nos lo permitiría la población interesada), sino reorganizándolos de modo mejor. Y esto no se puede hacer en un día, ni en el estado actual de las cosas tenemos la capacidad necesaria para hacerlo. Muy felices seremos, pues, si, hasta tanto llega el momento en el que puedan hacerlo los anarquistas, lo hacen otros, aunque sea con criterios distintos a los nuestros. La vida social no admite interrupciones, y la gente quiere vivir el día de la revolución, al día siguiente y siempre. ¡ Ay de nosotros y ay del porvenir de nuestras ideas si debiéramos asumir la responsabilidad de una destrucción insensata que comprometiese la continuidad de la vida! Discutiendo estas materias fue planteada en Biel la cuestión del dinero, cuestión grave como la que más. 96


Habitualmente en nuestro campo se resuelve simplísimamente la cuestión, diciendo que el dinero debe ser abolido. Y está bien, si se trata de una sociedad anarquista o de una hipotética revolución a hacer de aquí a cien años, siempre en la hipótesis de que las masas hayan podido volverse anarquistas y comunistas antes de que una revolución haya cambiado radicalmente las condiciones en que viven. Pero hoy la cuestión es mucho mas complicada. El dinero es un poderoso medio de explotación y de opresión; pero es también el único medio (fuera de la más tiránica dictadura o del más idílico acuerdo) escogido hasta ahora por la inteligencia humana para regular automáticamente la producción y la distribución. Por ahora, tal vez más que preocuparnos de la abolición del dinero, sería necesario buscar un modo para que el dinero represente verdaderamente el esfuerzo útil hecho por quien lo posee. Pero vengamos a la práctica inmediata, que es la cuestión que verdaderamente se discutió en Biel. Figurémonos que mañana advenga una insurrección victoriosa. Anarquista o no anarquista, es necesario que la población continúe comiendo y satisfaciendo todas las necesidades primordiales. Es preciso que las grandes ciudades sean aprovisionadas más o menos como de costumbre. Si los campesinos, los transportistas, etc., se niegan a dar los géneros que están en sus manos y sus servicios gratuitamente, sin recibir dinero, que ellos están habituados a considerar riqueza real, ¿qué hacer? ¿Obligarlos por la fuerza? 97


Entonces despidámonos de la anarquía, y no sólo de ésta, sino de cualquier otra revuelta para mejorar las condiciones sociales. Aprendamos de Rusia. ¿Entonces? “Pero –responden generalmente los compañeros– los campesinos comprenderán las ventajas del comunismo o por lo menos la permuta directa de las mercancías”. Esta muy bien, pero no, por cierto, en un día. ¡Y la gente no puede quedar sin comer ni siquiera un día!

Yo no he pretendido proponer soluciones.

Pretendo más bien llamar la atención de los compañeros sobre problemas gravísimos, frente a los cuales podemos encontrarnos en la realidad de mañana. Los compañeros aporten sus luces a la cuestión y el amigo y compañero Colomer no se escandalice ni se indigne. Si éstas para él son cuestiones nuevas, no es de anarquistas espantarse tanto de lo nuevo.

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Más sobre la revolución en la práctica

Mi último artículo sobre el particular ha atraído la atención de muchos compañeros y me ha procurado numerosas observaciones y preguntas. Tal vez no fui bastante claro o quizá incomodé los hábitos mentales de algunos que más que atormentarse el cerebro gustan de apoyarse sobre las fórmulas tradicionales y se sienten fastidiados por todo lo que les obliga a pensar. De todos modos procuraré explicarme mejor y me consideraré satisfecho si aquellos a quienes lo que digo les parece algo herético quieren intervenir en la discusión y concurrir a determinar un programa práctico de acción que pueda servirnos de guía en las próximas conmociones sociales. Nuestros propagandistas hasta ahora se han ocupado principalmente de la crítica de la sociedad actual y de la demos-


tración de lo deseable y posible de un nuevo ordenamiento social fundado en el libre acuerdo, en el que todos pudiesen encontrar, en la fraternidad y en la solidaridad y con la más completa libertad, las condiciones para el máximo desarrollo material, moral e intelectual. Ellos procuran ante todo inflamar los ánimos con la concepción de ese estado de perfección social que algunos llaman utopía y nosotros llamamos ideal, y cumplían una obra buena y necesaria porque establecía la meta hacia la que deben tender nuestros esfuerzos; pero eran (éramos) deficientes y casi descuidados en la investigación de las tácticas y los medios que pueden conducirnos a esa meta. Nos ocupamos mucho de la necesidad de destruir radicalmente las malas instituciones sociales, pero no prestamos suficiente atención a lo que era necesario hacer o dejar de hacer de positivo en el acto y en el inmediato futuro de la destrucción para que la vida de los individuos de la sociedad pudiese continuar del mejor modo posible, pensando, o haciendo como si pensásemos, que las cosas se habrían arreglado por sí mismas, por ley natural sin intervención consciente de la voluntad para orientar los esfuerzos. Y a esto se debe probablemente la relativa falta de éxito de nuestra obra. Es tiempo ya de contemplar el problema de la transformación social en toda su vasta complejidad y tratar de profundizar el lado práctico de la cuestión. La revolución podría producirse muy pronto y nosotros debemos colocarnos en condiciones de actuar en su seno con la mayor eficacia posible. Ya que en este transitorio momento la reacción triunfante nos impide hacer mucho para extender la propaganda entre las masas, utilicemos el tiempo para profundizar y aclarar nuestras ideas sobre lo que ha de hacerse, mientras procuramos acelerar con el deseo y con la obra el momento de obrar y actuar.

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Yo ponía como base de mis observaciones dos principios: Primero: La anarquía no se hace por la fuerza. El comunismo anarquista, aplicado en toda su amplitud y con todos sus benéficos efectos, no es posible sino cuando grandes masas del pueblo, que comprendan todos los elementos necesarios para fomentar una civilización superior a la presente, lo comprendan y lo quieran. Se pueden concebir grupos seleccionados, cuyos miembros vivan entre ellos, y agrupaciones semejantes en relaciones de voluntaria y libre comunidad. Será bueno que existan estas agrupaciones y grupos y deberá ser tarea nuestra el constituirlos para la experimentación y para el ejemplo; pero estos grupos no serán todavía la sociedad comunista anárquica, serán más bien grupos de abnegación y sacrificio en favor de la causa, hasta que no hayan logrado conglomerar a toda o a una gran parte de la población. No se tratará, pues, el día de la revolución violenta, de actuar el comunismo anárquico, sino de encaminarse hacia el comunismo anárquico. Segundo: La conversión de las masas a la anarquía y al comunismo –y ni siquiera al más blando comunismo– no es posible mientras duren las actuales condiciones políticas y económicas. Y así como estas condiciones, que mantienen a los trabajadores en la esclavitud para beneficio de los privilegiados, son mantenidas y perpetuadas por medio de la fuerza bruta, es necesario cambiarlas violentamente por obra de la acción revolucionaria de las minorías conscientes. Entonces, si es admitido el principio de que la anarquía no se hace por la fuerza, sin la voluntad consciente de las masas, la revolución no puede ser hecha para actuar directa e inmediatamente la anarquía, sino más bien para crear las condiciones que hagan posible una rápida evolución hacia la anarquía.

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Con frecuencia se repite la frase: “La revolución será anarquista o no sera”. La afirmación puede parecer muy revolucionaria, muy “anárquica”, pero en realidad es una tontería, cuando no es un medio peor que el mismo reformista para paralizar las buenas voluntades e inducir a la gente a permanecer tranquila, soportando en paz el presente esperando el paraíso futuro. Evidentemente, “la revolución anarquista”, o será anarquista o no será. ¿Pero acaso no hubo revoluciones en el mundo cuando aun no se concebía la posibilidad de una sociedad anarquista? Y puesto que no logramos convertir al anarquismo a las masas embrutecidas por las condiciones en las que viven, ¿debemos renunciar a toda revolución y acomodarnos a vivir en régimen monárquico-republicano burgués? La verdad es que la revolución será lo que podrá ser, y nuestra tarea es acelerarla y esforzarnos para que sea lo más radical posible.

Pero entendamos bien.

La revolución no será anarquista si, como verdaderamente ocurre actualmente, las masas no son anarquistas. Pero nosotros somos anarquistas, debemos seguir siéndolo y obrar como tales antes, durante y después de la revolución. Sin los anarquistas, sin la obra de los anarquistas, la revolución podrá malograrse y hacerse estéril. La revolución necesita de nuestro impulso. Si los anarquistas se adhiriesen a una forma cualquiera de gobierno y a una constitución cualquiera llamada de transición, la próxima revolución, en vez de señalar un progreso de libertad y de justicia y de encaminarnos a la liberación 102


total de la humanidad, daría lugar a nuevas formas de opresión y de explotación, quizá peores que las actuales, o, en la mejor de las hipótesis, no produciría nada más que un mejoramiento superficial en gran parte ilusorio y completamente desproporcionado al esfuerzo, a los sacrificios y a los dolores de una revolución como la que se anuncia para un tiempo más o menos próximo. Nuestra tarea después de haber concurrido a abatir el régimen actual, será la de impedir, o procurar impedir, que se constituya un nuevo gobierno, y si no lo conseguimos, luchar al menos para que el nuevo gobierno no sea único, no concrete en sus manos todo el poder social, surja débil y vacilante, y que no logre disponer de suficiente fuerza moral y política, y que sea reconocido y obedecido lo menos posible. En ningún caso debemos los anarquistas participar en él, ni jamás reconocerlo, sino luchar contra él como luchamos contra el gobierno actual. Nosotros debemos actuar y permanecer en medio de las masas, impulsarlas a la acción directa, a la toma de posesión de los instrumentos de produccion y a la organización del trabajo y de la distribución de los productos, a la ocupación de los edificios habitables, a la ejecución de los servicios públicos sin esperar deliberaciones u órdenes de autoridades superiores. Y a esta obra debemos concurrir con todas nuestras fuerzas y procurar desde ahora adquirir la mayor suma de conocimientos que nos sea posible. Pero si debemos ser intransigentes en la oposición contra todos los organismos de opresión y represión, contra todo lo que tiende a obstaculizar con la fuerza la voluntad popular y la libertad de las minorías, debemos guardarnos bien de destruir aquellas cosas y de desorganizar aquellos servicios útiles que no podemos sustituir de mejor modo. 103


Debemos recordar que la violencia, muy necesaria para resistir a la violencia, no sirve para edificar nada bueno; que ella es la enemiga natural de la libertad, la generadora de la tiranía y que por esto debe ser contenida en los límites de la más estrecha necesidad. La revolución sirve, es necesaria, para abatir la violencia de los gobiernos y de los privilegiados; pero la constitución de una sociedad de seres libres no puede ser sino el efecto de la libre evolución. Y los anarquistas deben velar por la libertad de la evolución, continuamente amenazada mientras exista en los hombres sed de dominio y de privilegio. *** Una cuestión de grande, de vital importancia, y que hasta debe privar en el pensamiento de los revolucionarios, es la de la alimentación.

En otro tiempo se había difundido el prejuicio de que los productos industriales y agrícolas eran de tal modo abundantes que se hubiera podido vivir largo tiempo con las reservas acumuladas, relegando para más tarde, para cuando la transformación social estuviera cumplida, la nueva organización de la producción. Y este prejuicio había adquirido cuerpo entre los anarquistas. Era un argumento de propaganda tan alentador, que podíamos decir: “La gente carece de todo, mientras todo abunda y los almacenes se hallan repletos de mercancías, y la gente perece de hambre y el trigo se pudre en los graneros”. Y luego las cosas eran otro tanto simplificadas. Basta un acto de expropiación para asegurar el bienestar de todos; en lo demás había tiempo para pensar. Por desgracia la verdad es precisamente lo contrario. 104


Todo escasea, y basta una mala cosecha o un desastre de alguna importancia para que haya deficiencia absoluta e imposibilidad de proveer a las necesidades de todos, aun en los límites que el capitalismo impone a las masas populares. Es muy cierto que la posibilidad de producir, con los medios previstos hoy por la mecánica, la química, la organización científica del trabajo, etc., se ha hecho casi ilimitada. Pero una cosa es producir y otra es tener productos. Y los propietarios y los capitalistas, un poco por incapacidad o indiferencia y mucho por el sistema que hace que a menudo el provecho disminuya con la abundancia y aumente con la escasez, no explotan suficientemente los medios de producción que detentan e impiden que otros lo hagan. A causa del desorden inherente a la economía individualista, hay desequilibrio; en general está siempre el margen del acaparamiento, de la reserva egoísta del capitalismo; pero en total, la producción general está siempre en el límite de carestía. En consecuencia, debemos pensar que inmediatamente después de la revolución nos encontraremos frente al peligro del hambre. Esta no es una razón para postergar la revolución, puesto que el estado de la producción, con más o menos alternativas, seguirá siendo el mismo mientras dure el sistema capitalista. Pero es una razón para preocuparse del problema y pensar en el modo de evitar en tiempo de revolución todo derroche, de 105


predicar la limitación necesaria de los consumos y de proceder rápidamente a activar la producción, sobre todo la agrícola. Esta es una cuestión de la que ya se ha hecho algún ensayo, pero que será preciso profundizar, estudiando principalmente los medios técnicos para elevar la cantidad de los productos alimenticios a la altura de las necesidades.

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Cuestiones de táctica

La situación política y social actual de Europa y del mundo, incierta, agitada, inestable, abre el pecho a todas las esperanzas y a todos los temores, haciendo sentir más que nunca la urgente necesidad de disponerse a hacer frente a acontecimientos, que se hallan más o menos próximos, pero que, inevitablemente, se producirán. A esta situación de malestar, preñada de ansias transformadoras, de sed de libertad, debemos el ver de nuevo reanimarse la discusión, por otra parte siempre de actualidad, sobre la forma más conveniente de adaptar nuestras aspiraciones ideales a la realidad contingente de los diversos países y pasar de la propaganda teórica a la realización práctica. Y naturalmente, en un movimiento como el nuestro, que no admite ni reconoce la autoridad de ningún texto ni de ningún hombre, que es por esencia refractario a toda imposición, dimane de donde fuere, estando basado sobre el libre examen y


crítica, todas las opiniones enunciadas y tácticas adoptadas han de diferenciarse forzosamente. Así vemos cómo hay quien consagra toda su actividad a la propaganda y perfeccionamiento del ideal, dedicándose febrilmente a esa labor sin fijarse en observar si es comprendido y seguido por los que le rodean y, contando con el estado actual de la mentalidad popular y los recursos materiales existentes, analizar si dicho ideal es o no aplicable. Ellos limitan, más o menos explícitamente y en grados variables de individuo a individuo, el trabajo de los anarquistas, hoy la demolición de las instituciones opresivas y represivas, mañana la vigilancia activa contra la instauración de nuevos gobiernos y privilegios, despreocupándose de todo lo demás, que es a pesar de todo el grave, el ineluctable y apremiante problema de la reorganización social sobre bases libertarias. Con bastante ingenuidad éstos piensan que, cuanto atañe a los problemas de la reconstrucción, se arreglará por sí solo, espontáneamente, sin una preparación previa, y sin un plan de antemano establecido, o en virtud de una supuesta ley natural, gracias a la cual, tan pronto la violencia estatal y el privilegio capitalista eliminados, todos los hombres se volverían automáticamente buenos e inteligentes, y la abundancia, la paz, la armonía reinarían inmediatamente sobre la tierra. Hay otros que, por el contrario, animados en particular por el deseo de ser, o parecer prácticos, preocupados por las dificultades que la situación revolucionaria creará y que debe preverse, conscientes de la imprescindible necesidad de conquistar la adhesión del pueblo, o cuando menos vencer las prevenciones hostiles que hacia nuestras ideas siente la mayor parte de la población, por ignorar la “realidad” de sus verdaderas concepciones, quisieran formular un programa, un plan completo de reorganización social, que responda a todas las dificultades 108


y satisfaga al mismo tiempo a los que, según una expresión tomada del inglés, se ha dado en llamar el “hombre de la calle”, es decir, al hombre cualquiera, al indiferente, al que, sin ideas determinadas ni un criterio firme y propio, juzga cada caso que la vida social le ofrece, influido por las pasiones e inspiraciones del momento. Yo, por mi parte creo que, unos como otros, todos tienen algo de razón y que, sin esa desdichada tendencia a la exageración y al exclusivismo, las dos opiniones podrían compenetrarse y completarse mutuamente, a fin de que nuestro comportamiento se adecuara más a las exigencias y necesidades de la situación, alcanzando así el máximum de eficacia práctica, continuando siendo consecuentes y rigurosamente fieles al programa de libertad y de justicia integral que los anarquistas proclamamos. El no prestar la debida atención a los problemas palpitantes de la reconstrucción o pretender establecer por adelantado planes completos y uniformes significa dos errores, dos excesos que, por vías diferentes, acarrearían nuestra derrota en tanto que anarquistas y el triunfo de los regímenes autoritarios antiguos o nuevos. La verdad se encuentra en el justo medio. Es absurdo creer que, derribados los gobiernos y los capitalistas expropiados, “las cosas se arreglarán por sí solas”, sin que intervenga la acción de los hombres poseedores de una idea preconcebida y clara de lo que al instante debe hacerse y que pongan manos a la obra para llevar a cabo con prontitud sus propósitos. Esto podría quizá suceder –es de desear que así fuera– si tuviéramos tiempo de esperar que los hombres, todo el mundo, encontrara el medio, a fuerza de reiteradas experiencias, de satisfacer lo mejor posible sus propias necesidades y gustos de los demás. Pero la vida social como la de los individuos, no admite 109


interrupciones, exige continuidad. Al día inmediato de la revolución, el mismo día de la insurrección si cabe, hay que proveer de alimentos y cubrir inmediatamente, a ser posible, todas las necesidades urgentes sentidas por la población. Para realizar esto con éxito, débese asegurar la continuación de la producción necesaria (pan, etc.), el funcionamiento de los principales servicios públicos (agua, transporte, electricidad, etc.) y el cambio ininterrumpido entre la ciudad y el campo. Más tarde los grandes obstáculos desaparecerán; organizado el trabajo directamente por los que verdaderamente trabajan, se tornará agradable y atractivo, la abundancia de la producción hará inútil todo cálculo mezquino sobre lo relativo a los productos consumidos, y todos y cada uno podrán realmente “coger del montón” lo que necesiten sin limitaciones; las monstruosas aglomeraciones de las ciudades se disolverán, la población se repartirá racionalmente por sobre todo el terreno habitable, y cada localidad, cada agrupación, conservará y aumentará en beneficio de todas las comodidades suministradas por las grandes empresas industriales y sin dejar de continuar unidos a toda la humanidad por el sentimiento de simpatía y de solidaridad humanas, podrán en general bastarse y no sufrir las oprimentes y dolorosas complicaciones de la vida económica actual. Pero estas bellas cosas y mil otras que podríamos manifestar e imaginar, pertenecen todavía al futuro, mientras que lo que urge es pensar cómo vivir hoy, aportar soluciones a la situación que la historia nos ha legado y que la revolución, es decir, un acto de fuerza, no logrará cambiar radicalmente en un momento por efecto de un toque de varita mágica. Y puesto que, bien o mal, la humanidad tiene que vivir, si no supiéramos o no pudiéramos hacer lo que en tales circunstancias precisa realizar, surgirían otros que lo harían con fines y resultados completamente opuestos a los perseguidos por nosotros. 110


Hay que tener en cuenta a ese factor importantísimo que representa el “hombre de la calle”, que es por otra parte quien compone en todos los países la inmensa mayoría de la población y sin cuyo concurso no puede haber emancipación posible; pero no debemos contar demasiado con su inteligencia y capacidad de iniciativa. El hombre ordinario, el “hombre de la calle” guarda en sí muy buenas cualidades con posibilidades inmensas, dándonos la segura esperanza de que podrá un día formarse la humanidad ideal tan por nosotros anhelada; pero entretanto hemos de señalar y combatir un grave defecto que explica en gran parte el origen y persistencia de las tiranías; a ese ser no le gusta reflexionar, no medita y en sus forcejeos por quebrar las cadenas que le oprimen, en sus esfuerzos por la conquista de la total emancipación, sigue con preferencia al que le ahorra el trabajo de pensar, al que se lo da todo “masticado” y toma en su lugar la responsabilidad que solo él habría de asumir cuando se trata de la defensa de sus propios derechos, de organizar, dirigir y… mandar. Con tal que no se le moleste demasiado en sus costumbres y en su género de vida, ve con agrado que los demás piensen por él y le digan lo que ha de hacer, aunque sutilmente lo reduzcan al deber de trabajar y obedecer. Esta debilidad, esa tendencia poltrona adoptada por la inmensa generalidad de las gentes, de esperar y seguir las órdenes dadas por quien ocupa su cabeza, es la causa del fracaso de muchas revoluciones y continúa siendo el peligro inminente de las próximas conmociones sociales. Si la multitud no reacciona a tiempo y obra prontamente en el sentido que el buen desarrollo de la revolución aconseja, será necesario que los hombres de buena voluntad, capaces de 111


iniciativa y de decisión, intenten en ese caso aportar el material indispensable para compensar en lo posible esa falta. Y es en ese aspecto, es decir, en el modo de dar solución a las necesidades inmediatas, que hemos de distinguirnos claramente de todos los partidos autoritarios. Los defensores de la autoridad entienden que para resolver la cuestión, debe constituirse un gobierno e imponer por la fuerza su programa. No quiero negar que al expresarse así pueda haber en ellos buena fe, ni de que crean sinceramente que obrando de esa forma harán el bien de todos, pero sí diré, y de eso tenemos la íntima convicción, la certeza absoluta todos los anarquistas que, en realidad, obstaculizando la libre acción popular, se conseguirá solamente crear una nueva clase privilegiada, interesada en sostener al nuevo gobierno, y reemplazar, a fin de cuentas, una tiranía por otra. Los anarquistas han de esforzarse indudablemente por hacer lo menos penoso posible el paso del estado de esclavitud al de la libertad, facilitando al pueblo el mayor número de ideas prácticas e inmediatamente aplicables, pero a la vez deben guardarse muy mucho de alentar esa inercia intelectual ya más arriba señalada y la propensión a que sean unos cuantos quienes obren y piensen, limitándose los demás a obedecer. La revolución, para ser verdaderamente emancipadora, habrá de desenvolverse libremente de mil distintas formas, correspondiendo a otras tantas diversas condiciones morales y materiales de los hombres de hoy, por la libre iniciativa de todos y de cada uno. Nuestra misión principal ha de ser la de sugerir, la de llevar al ánimo de todos, la necesidad de poner en práctica cuantos modos de vida mejor armonizan con nuestros ideales, procurando interpretar siempre el sentir general e 112


introducir las reformas que puedan ser asimilables y que, voluntariamente, los demás acepten, pero sobre todo deberemos esforzarnos por suscitar en las masas el espíritu de iniciativa y el hábito a que sean los mismos individuos quienes se resuelvan sus problemas. Habremos de tener especial cuidado en evitar hasta las apariencias de mando, de dominio, que pueden despertar susceptibilidades, y por la palabra y el ejemplo obrar en compañero entre compañeros, teniendo siempre en cuenta –y esta es una de las mejores virtudes del militante– que al forzar demasiado las cosas y pretender que triunfen nuestros planes, corremos el riesgo de cortar las alas a la revolución y de asumir, más o menos inconscientemente, la función gubernamental, que tanto condenamos en los de enfrente. Es indudable que, como gobierno, habríamos de obrar forzosamente como todos los demás. Caeríamos en los mismos defectos. Y me atrevo a decir que quizá seríamos más peligrosos para la libertad que nuestros antecesores, porque fuertemente convencidos de la razón que nos asiste y del bien que hacemos, haríamos uso como verdaderos fanáticos de los medios más extremos, juzgando como contrarrevolucionarios y enemigos del bien general a cuantos no pensaran y obraran de forma idéntica a nosotros. Si a pesar de nuestros esfuerzos, lo que los demás hicieran no estuviera de acuerdo con lo que nosotros pensamos y estimamos, poca importancia tendría al cabo si la libertad de cada uno y de todos fuera respetada. Lo que más importa, y esto es lo fundamental, es que todos obren como lo entiendan por conveniente, ya que la histo113


ria y la experiencia de la vida diaria nos enseĂąa que las Ăşnicas conquistas sĂłlidas y duraderas son las conseguidas por el pueblo gracias a sus propios esfuerzos; no existen otras reformas definitivas que las reclamadas e impuestas por la conciencia popular.

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La política parlamentaria en el movimiento socialista

I El sufragio universal Antes de examinar la influencia que el parlamentarismo ha ejercido en el movimiento socialista, es conveniente estudiar el sufragio universal, ya como principio político, ya como instrumento de emancipación; puesto que ha sido el que, dando al parlamentarismo –la forma política propia del régimen burgués– la consagración de un supuesto consentimiento popular, ha hecho indudablemente que un cierto socialismo especial haya podido tener ocasión de entrar en el terreno parlamentario para así corromperse y aburguesarse. Si entre las instituciones políticas que han regido o rigen a la sociedad humana, hay alguna que pareció inspirarse en el principio de justicia y de igualdad y que excitó y excita aún vivas esperanzas entre los amigos del progreso, esa es ciertamente la del sufragio universal.


El sufragio universal, en opinión de sus defensores, acababa la era de las revoluciones y abría camino a las reformas pacíficas hechas en interés de todos y por todos consentidas. La legislación se colocaba al nivel de la civilización y, siempre modificable, respondería constantemente a las necesidades y a la voluntad generales o al menos de la mayoría de los hombres. La opresión y la explotación de la gran masa de la humanidad, causada por un pequeño número de gobernantes y propietarios, no tendría la menor razón de ser, y si necesariamente la miseria de los más no era una inevitable ley natural, sino un hecho social corregible por la sociedad misma, la miseria desaparecía con todos los dolores y degradaciones que engendra. Y, en efecto, a primera vista parecía que las cosas sucederían así y no de otro modo. En la sociedad actual todo se rige por las leyes. Los que las hacen caso son, en último análisis, los congresistas. Éstos son designados por los electores; luego son los electores, o más exactamente, la mayoría de los electores es la que gobierna y lo dispone todo. Y como los trabajadores son mayor numero, si acudieran a las urnas, serían los árbitros de su propia suerte y de la situación general. Pero contra este razonamiento, tan simple y claro en apariencia, hablan los hechos con su elocuencia incomparable. Suponed un país en el que el sufragio universal existe y funciona regularmente hace mucho tiempo; no aquellos que han visto establecido, abolido y restablecido unas cuantas veces dicho sufragio y, sin embargo, allí la condición moral y material de las masas es la misma siempre.

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Basta conocer un poco la historia y la estadística, o simplemente haber viajado algo, o leer los periódicos de cualquier color político, para apercibirse de que el sufragio universal, aun sin los impedimentos de un rey o de un senado, aun con el complemento del referendum y la iniciativa popular (como ocurre en Suiza), no ha servido jamás en ninguna parte para mejorar la suerte de los trabajadores. En las repúblicas como en las monarquías con sufragio universal, las cámaras se componen de propietarios, abogados y demás privilegiados, tal cual ocurre en los países donde el sufragio esta más o menos restringido a favor de las clases poseedoras o instruidas. Y tanto en unos como en otros países, las leyes que hacen las cámaras no sirven nada más que para sancionar la explotación y defender a los explotadores. En dos palabras, del golpe de Estado napoleónico a la gran crueldad burguesa, de las invasión de los pueblos por hordas militares y de viles ladrones a la miseria sistemática de los trabajadores y al asesinato de los hambrientos desesperados, desde las grandes intrigas y el bandolerismo de los conquistadores hasta la mezquindad prepotente y el nerviosismo bufonesco de ministros cesaristas, no hay atentado a la civilización, al progreso, a la humanidad, no hay infamia, grande o pequeña, que el sufragio universal, manejado hábilmente, no haya absuelto, justificado o glorificado. No hay lágrimas ni lamentos de los miserables que el inconsciente voto de los mismos miserables no haya hecho mil veces más doloroso. ¿De qué depende esta contradicción entre hechos y los resultados que la lógica hacía esperar? ¿Se trata acaso de un fenómeno inexplicable, de una especie de milagro sociológico?

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Analicemos la cuestión, y tal vez un razonamiento más completo y en consecuencia más verdadero, nos demostrará que el sufragio no ha producido más que lo que debía producir. Teóricamente el sufragio universal es el derecho que tiene la mayoría a imponer su voluntad a la minoría. no hay razón alguna para creer que el mayor número está siempre de parte de la verdad, de la justicia y de la utilidad en general. Los hechos demuestran que ordinariamente sucede al contrario. Este supuesto derecho es una injusticia, porque la personalidad, la libertad y el bienestar de un solo hombre son tan respetables, tan sagrados como la personalidad, libertad y bienestar de toda la humanidad. Por otra parte, no hay razón alguna para creer que el mayor número está siempre de parte de la verdad, de la justicia y de la utilidad en general. Los hechos demuestran que ordinariamente sucede al contrario. Si todos los hombres menos uno se conformaran con ser esclavos y soportar, sin necesidad natural, cualquier clase de sufrimiento, aquel hombre solo tendría razón para rebelarse y reclamar su libertad y su bienestar. El voto, el número, no decide nada; no crea ni destruye el derecho. Una sociedad igualitaria debe fundarse en el acuerdo libre y unánime de todos sus componentes. Verdaderamente, en una sociedad socialista, por así decirlo, donde la tiranía y la explotación del hombre por el hombre han desaparecido por completo, y el principio de solidaridad regula todas las relaciones y negocios humanos, puede suceder y sucederá de seguro que se den casos en los que sea necesario, o al menos más expeditivo recurrir al procedimiento de las votaciones. Estos casos 118


serán siempre muy raros y más aun a medida que la ciencia social vaya demostrando evidentemente las soluciones exactas a los diversos problemas de la vida colectiva. Mas, en fin, esto será en los casos en que haya varias soluciones y en los que sea necesario conformarse con un expediente más o menos arbitrario y no se pueda o no convenga divirse en tantas facciones cuantas sean las soluciones preferidas. En este supuesto, lo más probable será que la minoría se adapte a los deseos de la mayoría. Pues bien: probablemente entonces se votará, pero el voto en tal caso no es un principio, no es un derecho o un deber, es un pacto, una convención entre los asociados. De todos modos esto importa poco a la cuestión de que se trata, porque cualesquiera que sean las objeciones que se pueden hacer contra el derecho de la mayoría, en realidad existe el hecho de que el régimen del sufragio universal, falso como todo el sistema parlamentario, no es en modo alguno el gobierno de la mayoría y menos aún de la mayoría de los electores. Es simplemente un artificio mediante el cual el gobierno de una clase o de una pandilla toma el aspecto de gobierno popular. En efecto; todos y cada uno de los electores no designan más que uno o unos cuantos congresistas para un congreso compuesta ordinariamente de unas centenas de ellos. Después, aun cuando vea que su propio candidato obra acertadamente, su voluntad, que ya en la elección no figuraba más que por una fracción infinitesimal, no estará representada nada más que por un solo congresista, el que, así mismo, no se cuenta en el congreso mas que por una mínima fracción. El congreso, pues, tomado en sí mismo, no representa de hecho a la mayoría de los electores. Cada congresista representa a un cierto número de electores, pero el cuerpo electoral en general no tiene representación . 119


Así sucede que, de los hechos que puedan ocurrir, por ejemplo, en una cierta localidad o una determinada corporación, ha de conocer y juzgar una asamblea compuesta de gente extraña a dicha localidad o corporación, ignorante o indiferente a los intereses de los miembros de una u otra, y en cuya asamblea sólo unos cuantos, con más o menos razón, podrán defender un mandato directo de los mismo interesados. Tal o cual comarca será, pues, gobernada por una asamblea en la que aquélla tenga una ínfima minoría; las leyes sobre minas o la navegación estarán confeccionadas por cualquiera menos por mineros o navegantes; y así, en general, cada problema será resuelto por los que lo desconocen por completo, y los intereses particulares serán sojuzgados por todos menos por los mismos interesados. Por otra parte, y aun dejando a un lado la cuestión de la mujer (que tiene tanto derecho y tanto interés por la cosa publica como el hombre) y no teniendo en cuenta que para que los diputados fueran elegidos por la mayoría de los electores se necesitaría que en cada distrito no hubiera más que dos candidatos que se repartiesen los votos, es evidente que representando el congreso sólo una parte de los electores, y no siendo las leyes nunca aprobadas por unanimidad, la mayoría que definitivamente confecciona las leyes y dispone de la suerte de la nación, no representa nada más que a una parte de la misma. Y si todavía examinamos los trámites por lo que pasa un proyecto antes de llegar a ser ley, las concesiones y transacciones a que tienen que reducirse los diputados para poder llegar a un acuerdo, si se calculan las mil consideraciones de partido y de clientela extraña al objeto sobre el cual se ha de legislar y que, sin embargo , tienen una influencia predominante sobre el voto de los diputados, no se tardará en comprender que la ley, una vez hecha, no representa ni los intereses, ni la voluntad, ni la idea de 120


nadie. Y esto haciendo un caso omiso de los obstáculos con que la ley ha de tropezar al ser sometida al voto del senado y a la sanción real o presidencial que, en mayor o menor grado, complican todas las constituciones existentes. Entretanto los congresistas, alejados del pueblo, ajenos a sus necesidades, impotentes, aunque quisieran, para satisfacerlas, acaban por ocuparse solamente “de fortificar y aumentar su poderío, de obtener incesantemente nuevos subsidios y de librarse, en fin, de la dependencia del pueblo, término fatal -como dice Proudhon- de todo poder surgido del mismo pueblo”. Tales son las consecuencias necesarias del parlamentarismo derivadas de la naturaleza misma de su funcionamiento, suponiendo que el voto de los electores fuese libre e ilustrado. ¿Qué resultará, pues, si consideramos las condiciones reales en que se practica el sufragio universal en una sociedad donde la mayoría de la población, atormentada por la miseria y envilecida por la ignorancia y la superstición, depende en sus medios de existencia de una pequeña minoría detentadora de la riqueza y del poder? El elector pobre no es ni puede ser, en general, capaz de votar con consciencia y libre de votar como quiera. Sin instrucción previa y sin medios para instruirse, reducido a creer ciegamente lo que dice un periódico si sabe y tiene tiempo para leer; desconociendo las cosas y los hombres que no están a su inmediato alcance, ¿puede él, el proletario, saber qué cosas se pueden pedir a un parlamento y qué hombres pueden pedirlas? ¿Puede formarse tan sólo una idea clara de lo que es un parlamento? 121


Ciertamente que los campesinos y los obreros, aun entre los menos dispuestos, son más inteligentes que los doctores en economía política cuando se trata de sus propios y directos intereses, de las cosas que ven y tocan de su propio trabajo, de su propia casa, de su propia vida cotidiana. Ciertamente que pueden formarse con facilidad una opinión sobre todas las cuestiones que les afectan cuando éstas se les plantean sencilla y naturalmente. Ellos sabrán decir si quieren o no que el burgués, sin moverse de su asiento, acapare la mejor parte del producto del trabajo de los demás. Ellos sabrán decir si quieren o no ser soldados. Ellos sabrán emplear la riqueza de su propio municipio o de su nación con sólo que dispongan de los datos necesarios sobre los productos disponibles, sobre la potencia de la producción y sobre las necesidades de todos sus conciudadanos. Ellos sabrán cómo han de enseñar a los niños la práctica de una profesión... y todo lo que no sepan y no comprendan, lo aprenderán bien pronto, tan pronto como se hallasen en condiciones de ocuparse por sí mismos de todas las cosas, en vista de una necesidad práctica. Pero si las cuestiones que se les presentan no les interesan o se les presentan envueltas con una multitud de intereses extraños que le imposibilitan reconocer su propios intereses; si las cosas más simples se les oscurecen y embrollan con un tecnicismo que hace de la política una ciencia oculta; si les falta tiempo para informarse a conciencia y reflexionar, y si no se sienten dispuestos a hacerlo porque saben que no son ellos los que han de decidir y que hay quien piensa por ellos, entonces sus votos serán inconscientes como generalmente lo son. Más aún; si el elector pobre obtuviese buen éxito, y conquistase la conciencia de sus deberes, ¿podría ser libre e independiente para votar como quisiera? 122


Su vida y la de sus hijos dependen del beneplácito del burgués, que puede, denegándole el trabajo, reducirlos a todos a morir de hambre. Los burgueses y los agentes del gobierno disponen de mil medios para asegurarse de que el elector no ha votado conforme a sus deseos. Y por otra parte, mil promesas, mil ilusiones, mil favores pueden a cada momento levantar una tempestad en el ánimo del desheredado de la fortuna poniendo en lucha cruel su conciencia de hombre honrado y libre con el efecto del deber que liga a su familia, pues no sabe decidirse a rehusar una vida un poco menos miserable, por un acto de fiereza personal, ni siquiera un momentáneo alivio a los terribles sufrimiento cotidianos. El voto es secreto, se dice: pero ¿qué importa, si el burgués, o el gobierno, o los partidos pueden mandar a sus obligados a que voten bajo la vigilancia de agentes que pueden también en cierto modo asegurarse de la fidelidad del voto o cuando menos así lo hacen creer? ¿Qué importa el secreto cuando el solo hecho de respetarlo constituye para el burgués una prueba de hostilidad y por tanto un título para ser mal visto y despedido del taller o de la oficina? Y mucho peor sucede cuando el burgués hace solidariamente responsables a todos sus dependientes del buen éxito de un candidato, amenazando con la clausura del centro de trabajo u otras represalias , como ocurre con mucha frecuencia sobre todo en los grandes talleres metalúrgicos, donde se puede decir al obrero que tal candidato hará que el gobierno fomente el trabajo. Así los obreros, ¡tan corruptora es la amenaza del hambre!, llegan finalmente a vigilarse entre sí y convertirse en espías por temor a que no salga triunfante el candidato del burgués. La masa proletaria puede sublevarse arriesgando todo ante la esperanza de una inmediata victoria, pero no arriesga 123


el trabajo, esto es, el pan y la paz, cuando se trata de una lucha que no ofrece más que promesas, cien veces mentidas, de tardío y lejano mejoramiento y que deja al combatiente, vencedor o vencido, siempre a disposición del burgués. Así se explica que los gobiernos aclamen el plebiscito la víspera misma del día en que una insurrección ha de derribarlos. No; el elector pobre no es ni consciente, ni libre, ni puede ser de otro modo. Si la miseria no embruteciese a las gentes; si la necesidad económica y la preocupación del día siguiente no hiciese al hombre servil y miedoso; si la masa, en una palabra, tuviese conciencia de sus propios derechos y firme voluntad de hacerlos valer, no habría necesidad de andar escogiendo los hombres más o menos aptos y honrados para encomendarles la propia reivindicación, sino que habría procedido cuantos ante a emanciparse, negándose los obreros a trabajar para los burgueses, los contribuyentes a pagar los impuesto y los jóvenes a prestar servicio militar, y destruir así, de un solo golpe, propiedad individual y Estado político, que son las cadenas que martirizan y oprimen al género humano. Destruida así, por el razonamiento y por los hechos, toda ilusión sobre el sufragio popular como instrumento de emancipación, la clase privilegiada, que antes se mostraba temerosa y reacia, va poco a poco comprendiendo lo útil que es el sufragio como arma preciosa de gobierno. Cuando no se puede reducir al pueblo por la fuerza bruta y la mentira del cura no sirve para hacerle aceptar la miseria 124


como una ley decretada por Dios; cuando no cifra sus esperanzas en el Paraíso y ya no teme a la policía, entonces no queda otro medio para mantenerlo en la servidumbre que hacerle creer que él es el árbitro y que las instituciones sociales con obra suya y se pueden cambiar a su antojo. Y la burguesía da una prueba genial de talento político concediendo al pueblo el sufragio, que si se pudiese ejercitar concienzuda e independientemente no significaría más que el derecho de escoger un amo, pero que en las condiciones de ignorancia y servidumbre económica casi feudal en que se halla el pueblo, es una comedia indigna en la que vulgares charlatanes comercian con la conciencia propia y con lágrimas ajenas.

II Socialismo y parlamentarismo El socialismo desde su nacimiento, con las armas de la crítica positiva que se apoya en los hechos y de éstos deduce las causas y prevé las consecuencias, habrá hecho justicia al sufragio universal y a todas las mentiras parlamentarias. Si no lo hubiese hecho así, no tendría razón de ser como idea y como partido nuevo y se hubiese confundido con la absurda utopía liberal, que espera que la armonía, la paz y el bienestar general resulte de la lucha, libremente entablada (sic) entre gente armada de toda riqueza y de todas la fuerza social y pobres desamparados que carecen hasta de un pedazo de pan. El socialismo, en la acepción más amplia y más auténtica de la palabra, significa la conversión de la sociedad en instrumento de libertad, de bienestar y de desarrollo progresivo e integral para todos sus miembros, para todos los seres humanos. 125


Partiendo de la verdad fundamental de que la evolución de las facultades morales e intelectuales presupone la satisfacción de las necesidades materiales, y de que no puede haber libertad donde no haya igualdad y solidaridad, reconoció y afirmó que la servidumbre en todas sus formas, política, moral y material, deriva de la dependencia económica de los trabajadores para con los detentadores de las materias primas y de los instrumentos de trabajo. Y después de haber recorrido a tientas su camino y de producir una serie de proyectos artificiosos utópicos, halló, por fin, base solidísima en el principio, científicamente demostrado, de la justicia, utilidad y necesidad de la socialización de la riqueza y del poder. Determinado el fin, urgía ocuparse de los medios para conseguirlo. Y apenas el socialismo, fuera ya del período de la especulación abstracta, comenzó a penetrar entre las masas y hacer primeras armas en la lucha práctica de la vida, los socialistas vieron que se hallaban encerrados en un círculo de hierro que sólo podía romperse con la violencia. Imposible ser libre (el socialismo lo había demostrado) sin ser económicamente independiente; y por otra parte ¿cómo se puede llegar a la independencia económica si se es esclavo? El pueblo, privado de todo lo que la naturaleza ha creado para el sostenimiento del hombre y de todo lo que el trabajo humano ha unido a la obra grandiosa de la naturaleza, depende, en todas las manifestaciones de su vida, del beneplácito de los propietarios y se ve reducido a la miseria, al envilecimiento y a la impotencia. Para consolidar y defender semejante estado de cosas están los gobiernos con toda la fuerza del ejército, la policía y la burocracia.

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¿Cuál es el medio legal de emancipación, cuando la ley no tiene otro objeto que defender el estado de cosas que se debe destruir? No es la acción política legal de las masas, que se resume en el ejercicio del derecho electoral, porque este arma, para que tenga un valor cualquiera, hay que suponer en la mayoría del pueblo aquella conciencia e independencia que precisamente se trata de hacer posible y de conquistar. Por otra parte la burguesía, o los gobernados por ella, no concede el voto sino cuando están persuadidos de su ineficacia revolucionaria, o cuando, a la actitud amenazadora del pueblo, lo considere un medio oportuno para adormecerlo y aplacarlo, en cuyo caso sería una locura darse por satisfecho. Una vez concedido, saben manejarlo y dominarlo y si no se muestra dócil, suprimirlo. Al pueblo no le queda otro recurso que la revolución. Tampoco sirven los instrumentos económicos legales – socorros mutuos, cooperativas, ahorros, huelgas– porque la potencia pujante y siempre creciente del capital, apoyada por la fuerza de las bayonetas, y las condiciones materiales y morales a que aquélla ha conducido al proletariado, los ha convertido en medios impotentes, ilusorios y simplemente ridículos. No quedan por tanto nada más que dos caminos. O la renuncia voluntaria de la clase dominante a la posesión exclusiva de la riqueza y a todos los privilegios de que goza, bajo la influencia de los buenos sentimientos que la propaganda socialista podía hacer surgir en ella, o la revolución, la acción violenta de las masas, excitada por la minoría consciente que se va organizando dentro de las filas del socialismo.

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El primero de estos dos caminos, en el cual filósofos tan generosos como ingenuos han creído en una época, es indudablemente una esperanza ilusoria, como demuestra no sólo la historia del pasado sino también la experiencia sangrienta de hechos contemporáneos. Jamás un gobierno o una clase privilegiada ha renunciado a sus dominios, jamás ha hecho una sola concesión sincera, como no fuera obligado por la fuerza. Y la conducta corriente de la burguesía capitalista, las persecuciones incesantes y feroces con que responde a las reivindicaciones del proletariado, las masacres inauditas que ejecuta, los armamentos excesivos con que se prepara, demuestran que, a semejanza de la clase que le ha precedido en el dominio del mundo, no se decidirá a desaparecer de la historia nada más que ahogada en sangre. Queda la revolución; y todos los socialistas que del socialismo no hacen un objeto de distracción contemplativa sino un programa práctico que desean ver en la realidad cuanto antes, se declaran revolucionarios. Los socialistas se dividían en dos grandes facciones que respondían a dos corrientes de ideas. Los unos, los autoritarios , pretendían servirse, para emancipar al pueblo, del mecanismo que ahora lo tiene sometido, y se propusieron la conquista del poder político. Los otros, los anarquistas, consideraban que el Estado no tiene razón de ser sino en cuanto representa y defiende los intereses de una clase o de una pandilla y que desaparece cuando, por universalización del poder y de la iniciativa, se confunde con la totalidad de los ciudadanos, se propusieron la destrucción del poder político. Los unos trataban de apoderarse del gobierno y decretar, dictatorialmente, la propiedad en común del suelo y de los ins128


trumentos de trabajo, organizando desde lo alto la producción y la distribución socialista. Los otros pretendían abatir simultáneamente el poder político y la propiedad individual, reorganizar la producción, el consumo y toda la vida social por medio de la labor directa y voluntaria de todas las fuerzas y de todas las capacidades que existen en la humanidad y que procurarían naturalmente entenderse y concertarse. Pero todos, lo repetimos, querían la revolución, la utilización de la fuerza; y para madurar la revolución, querían y practicaban la propaganda continua de la verdad pura del socialismo y la organización de las fuerzas conscientes del proletariado. Se atraían a ese pequeño numero de burgueses que es capaz de sublevarse por encima de los mezquinos intereses de clase y de despreciar los propios privilegios por el gran ideal de la humanidad libre y feliz; fomentaban entre las masas el espíritu revolucionario y preparaban las falanges que, aprovechando una circunstancia oportuna, deberían tomar la iniciativa en el asalto contra las instituciones. La lucha habría de ser, sin duda alguna, larga y fatigosa, pero el camino estaba trazado y se hubiera llegado directamente a la victoria plena y completa. Mas he aquí que, en contra de la verdadera tendencia del programa y de la propaganda que ellos mismos habían hecho con celo e inteligencia, algunos socialistas se prepararon para meterse en la vía tortuosa y sin salida del parlamentarismo. El socialismo, que al principio era injuriado y menospreciado, aunque se le combatía con encarnizamiento, llegó a ser patente en grado sumo, y los burgueses vieron un peligro serio y una fuerza con la que tenían que contar. Los satisfechos creyeron oportuno agregar a la persecución y al martirio, la corrupción y el engaño; mientras los que bajo el nombre de de129


mócratas aspiraban a apoderarse del gobierno, procuraron mistificar el socialismo a la vez que se servían de él para sus fines particulares. Por otra parte había socialistas que estaban dispuestos a confundirse con aquella burguesía que tan fieramente habían combatido, ya cansados de la lucha y humillados por la persecución, ya porque en ellos el sentimiento socialista y revolucionario no había penetrado nunca más allá de su superficie y se disipaba al enfriarse los primeros entusiasmos juveniles, ya, en fin, porque hubiesen imaginado que la victoria sería fácil y rápida, y se desconcertaran al tropezar con obstáculos imprevistos, esperando entonces, aunque sin rendirse, una ocasión, un pretexto decente para plegar su bandera y pasarse al campo enemigo. En otras circunstancias es evidente que hubieran hecho traición de sus amigos y renegado de la fe en sus ideas, o simplemente hubieran sabido retirarse honestamente de la lucha, como combatientes que perdieron sus fuerzas. Pero se les ofreció un medio fácil de disimular la traición bajo el pretexto de la convicción y de disfrazar el cansancio con el pretexto de un cambio de táctica a que se acogieron inmediatamente. El terreno común sobre el cual se encontraron los burgueses que trataban de corromper a los socialistas, y los socialistas dispuestos a corromperse, fue la urna electoral. El daño no hubiera sido grande. Mas los traidores, los ambiciosos y los desengañados consiguieron llevar a las urnas a muchos elementos buenos que creían sinceramente haber conquistado un nuevo arma de lucha contra la burguesía y de acercarse con aquel medio al día ansiado de la revolución. Naturalmente, para disfrazar la maniobra, la evolución se hizo por grados. 130


Al principio no se rechazó ninguna de las conclusiones del programa socialista. La expropiación por medio de la revolución, se repetía, es el único medio de emanciparse: el sufragio universal, la república y todas sus reformas políticas pasaron ya de moda y no son más que palabras huecas para engañar la ingenuidad popular. Pero, se insinuaba dulcemente, tanto bien no se puede conseguir enseguida: aprovechémonos de todo, empleemos como armas las concesiones que podamos alcanzar del enemigo, ensanchemos nuestros campos de acción, dejemos de reducirnos a nuestra impotencia, seamos prácticos. Y pronto se realizó el proyecto de acudir a las urnas, fin al que atendían y en el que se encerraban todos aquellos pretextos de ampliar la táctica revolucionaria. Mas como no se atrevían entonces a renegar de todo lo dicho sobre la inutilidad de la lucha electoral y sobre la acción corruptora del ambiente parlamentario, se decía que era necesario votar simplemente para contarse, como si fuese necesario acudir a las urnas y hacer que el enemigo nos contase para juzgar del progreso del partido. Aún más, para afectar escrupulosidad, se habló de votar con papeletas en blanco o por los muertos y los inelegibles. Después los muertos se tornaron vivos y los inelegibles se transformaron en personajes que podían y querían ir y permanecer en el parlamento. Pero no se osaba confesarlo: se trataba siempre de candidaturas de protesta; los elegidos no entraban en las cámaras, rechazarían el juramento donde fuera solicitado, o entraban para echar en cara a la burguesía sus infamias y hacerse arrojar de allí como enemigo que no transige. Luego ya era otra cosa. Era preciso ir al parlamento para aprovecharse de la tribuna parlamentaria, para descubrir y denunciar al pueblo los secretos de la política, para ocupar puestos avanzados en el campo enemigo, puestos tomados en la ciudadela burguesa.

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El diputado socialista no debía ser legislador, no debía tener ningún compromiso con los diputados de la burguesía y permanecer en el parlamento como espectro amenazador de la revolución social en medio de todos los que viven del sudor y de la sangre del pueblo. ¡Nada de eso! Ya se estaba en la pendiente y era necesario hilar muy fino. El partido revolucionario debía tornarse reformista al entrar en el parlamento y así sucedió. La emancipación integral, se empezó a decir, es una bella cosa, pero es como el Paraíso: una cosa lejana, muy lejana y que nadie ha visto jamás. El pueblo tiene necesidad de mejoras inmediatas. Más vale poco que nada. La revolución será tanto más fácil cuanto más concesiones se arranquen a la burguesía. Y esto sin contar a los que, pocos por fortuna, han saltado por encima de todas las conveniencias afirmando que la emancipación se podía obtener por medio de la evolución pacífica. Se invocó la ciencia, aquella pobre ciencia que se acomoda a todos los gustos, para sofisticar hasta el infinito el tema evolución y revolución, como si alguien negase la evolución y no fuese más bien el modo de la evolución lo que a los socialistas interesa. La revolución no es en sí misma sino un modo, una forma de evolución; modo rápido y violento que se produce espontáneamente o provocado, cuando las necesidades e ideas, producto de una evolución precedente, no hallan posibilidad de satisfacerse cumplidamente, o cuando los medios acaparados por alguno o algunos hacen que la evolución se desenvuelva en sentido regresivo si no interviene una fuerza nueva, la acción revolucionaria, y la restituye a su verdadera significación y alcance.

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Todos estamos de acuerdo en que para triunfar se necesita preparar el ambiente de la victoria, en que contra la evolución o la reacción burguesa existe otra evolución que conduce a la destrucción de los resultados de aquélla. Pero la cuestión verdadera consiste en saber qué forma de la evolución puede conducirnos más directamente, con menos pérdida de tiempo y de fuerza, al fin que nos proponemos alcanzar. Así, en nuestro caso, para llegar al momento en que el pueblo sienta la necesidad de apoderarse, y se apodere, de todo lo que existe para utilizarlo en beneficio de todos y comience a obrar por sí mismo, no hay más evolución que la que produce la propaganda socialista y el ejercicio de la rebelión contra las instituciones, y no, en modo alguno, la evolución que pueda derivarse del parlamentarismo que educa y en el abandono en manos ajenas de la propia iniciativa, ni la que derivarse puede del sistema de cooperativas que hacen nacer en el trabajador la esperanza de la propiedad y con ella el egoísmo de los propietarios. No insistiremos en la impotencia del sufragio universal y del parlamentarismo para resolver la cuestión social, ni sobre la futilidad de todas las reformas que no se basen en la abolición de la propiedad individual, porque esto debe de ser una cosa harto evidente para todo el que se diga socialista, y nosotros en este opúsculo no hemos de defender los principios socialistas sino suponerlos ya demostrados. Pero, como la razón o el pretexto a que apelan algunos socialistas para cazar electores y hacerse elegir congresistas, es la ventaja que podría resultar para la propaganda, nosotros insistiremos sobre el daño que por el contrario causa a la propaganda. De ordinario los que ensalzan la utilidad de mandar elementos socialistas al parlamento y a otras corporaciones de 133


elección popular, razonan como si para ser elegido bastase quererlo. Nosotros tendremos allí, se dicen, hombres que gozarán del derecho del viajar gratis y otras ventajas económicas que les permitirán dedicarse con mayor eficacia a la propaganda; hombres que podrán observar de cerca los engaños del mundo político y denunciarlos a la población, que podrán sobre todo servirse de la tribuna parlamentaria para defender los principios socialistas y obligar al país a estudiarlos y discutirlos. ¿Por qué renunciar a estos beneficios? En primer lugar planteamos una cuestión: ¿Conservarán los elegidos el programa que como candidatos ofrecen y lo defenderán con la misma energía después que antes? Ciertamente que sería muy bello y honroso para la naturaleza humana el poder afirmar que cualquiera que fuesen las convicciones de uno y el método de lucha establecido, jamás menguarían la sinceridad y el valor para defenderlas. Mas la prueba ya está hecha, y desgraciadamente cuando se piensa en la conducta innoble y vil que han observado en todas partes todos o casi todos los congresistas socialistas, no es posible abrigar tales ilusiones. El ambiente parlamentario es corruptor, y el obrero y el revolucionario dejan de serlo por el sólo hecho de convertirse en congresistas. Por lo demás no hay que maravillarse. Coged un trabajador, arrancadlo de su ambiente, sustraedlo al trabajo, alejadlo de vosotros, de los que vivís en la miseria, enviadlo entre los señores, los burgueses, entre ese mundo hermoso donde se goza y no se trabaja, y lo expondréis a todas las tentaciones. Después os maravillaréis de que se adapte a un ambiente más confortable que aquel en que vivía antes, que trate de asegurarse el inesperado bienestar y que reniegue más o menos pronto de sus hermanos de miseria.

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Cogéis a un revolucionario habituado a andar de cárcel en cárcel, lo convertís en legislador, y luego os extrañáis de que se deje amansar por los alicientes de una libertad y de una seguridad personal jamás gozada. Y por otra parte el sentimiento de impotencia en medio de gentes refractarias a su influencia ¿no lo inducirá, aunque sea perfectamente sincero, a hacer concesiones y transigir, ante la esperanza de poder obtener al menos alguna cosa? Admitamos no obstante que ninguno se corrompa y que los hombres son todos héroes.... aun los que tienen la manía de ser diputados. ¿Cómo conseguir que los socialistas vayan al parlamento? La mayoría de los electores no son socialistas, ni vamos a fabricar un colegio electoral a propósito, que si lo fuese no habría necesidad de nombrar congresistas, sino que podríamos, aun cuando todos los demás colegios fuesen reaccionarios, atacar al régimen burgués de mil modos más eficaces y ser un centro de irradiación socialista. Para formar pues una mayoría hay que transigir y aliarse con estos o con los otros, mistificar nuestro programa, prometer reformas inmediatas, hacer creer una cosa a unos y la contraria a otros, obrar de modo que la burguesía nos tolere y que el gobierno no nos combata demasiado rudamente. Y después ¿qué queda de la propaganda socialista? Por otra parte, como cada uno se estima honrado y casi todos se juzgan capaces, ocurre que el que sabe decir dos palabras se cree tan digno de ser diputado como cualquier otro: a la noble ambición de hacer el bien y de ser el primero en arriesgarse y sacrificarse se sustituye, poco a poco y con el pretexto del bien general, la baja ambición de los honores y los privilegios, y entonces nacen entre los compañeros las rivalidades, los celos y las sospechas. La propaganda de los principios deja paso franco 135


a la propaganda de las personas, el éxito de una candidatura se convierte en el más grande y único interés del partido, y una turba de políticos que ven en el socialismo un medio como otro cualquiera para hacerse lugar, se mezclan con el pueblo y mistifican y deshonran el programa del partido. ¿Y qué decir de la esperanza de obtener por medio de los diputados socialistas las reformas que se puedan para la aliviar los dolores del pueblo y apartar de su camino determinados obstáculos? Los privilegiados no ceden más que a la fuerza o por miedo. Aunque en el régimen actual sea posible un mejoramiento, el único medio de obtenerlo es rebelarse contra las corporaciones constitucionales mostrando la firme decisión de quererlo a cualquier precio. Confiar a los diputados el patrocinio de la voluntad popular, sólo sirve para facilitar al gobierno el medio de eludirla y para extraviar al pueblo con vanas esperanzas. III Socialistas legalistas autoritarios y socialistas anarquistas Entre las dos facciones en que se dividía el partido socialista, la autoritaria debía sentir naturalmente menor repugnancia por la táctica parlamentaria, porque (salvo el intermedio de un período revolucionario durante el cual se transformaría dictatorialmente la constitución económica de la sociedad) la forma política a la que aspiraba era una forma semejante al parlamentarismo. Conserva el pueblo el respeto al principio de autoridad y desarrolla en él el habito de abandonar en ajenas manos la propia iniciativa y las fuerzas propias, entraba tal vez en sus miras porque facilitaría el cumplimiento de sus propósitos el día que conquistase el poder. 136


Pero aceptando de hecho, ya que no en teoría, el parlamentarismo en el medio económico actual y esperando y haciendo esperar el poder legal, las reformas y el mejoramiento del trabajo, dejó de ser aquella facción revolucionaria, dejó de ser en la práctica socialista y se convirtió o va convirtiéndose en democrática, republicana donde la república existe, monárquica donde la monarquía impera, pues todo su programa se reduce al sufragio universal... salvo las aspiraciones teóricas que el sufragio no podrá nunca conseguir.

Es la lógica de la situación la que se impone.

Los demócratas, republicanos o monárquicos, dicen: que el pueblo haga su voluntad... por medio de una asamblea elegida por sufragio universal. Y la asamblea hace la voluntad de los propietarios, de la gente de sotana y de los políticos de profesión, de los que se compondrá en tanto en cuanto duren las actuales condiciones económicas. Los socialistas debieron responder bajo pena de no ser considerados como tales, que el pueblo no podrá hacer su voluntad, ni sabrá lo que debe querer mientras sea económicamente esclavo. Pero habiendo, por necesidades electorales o conveniencias particulares, abandonado primero, combatido después, más o menos abiertamente, la propaganda revolucionaria, ¿qué podía hacerse más que aceptar el terreno que ofrecían los adversarios naturales del socialismo? Así los socialistas autoritarios lo aceptaron, llegando al extremo de olvidar frecuentemente aún las afirmaciones teóricas, únicas que quedaban como platónica diferencia entre ellos y los demócratas burgueses. Para los anarquistas la cosa es muy distinta. Para ellos, que niegan la delegación del poder y proclaman la acción libre y 137


directa de todos, la “nueva táctica” además de hacer abandonar la propaganda socialista y revolucionaria y echar el partido en brazos de la burguesía, tenía el inconveniente grandísimo de dar a la parte consciente del pueblo una educación diametralmente opuesta al fin que los anarquistas perseguían, porque acostumbraba a los individuos a confiar en otros y permanecer inactivos. Por eso, el elemento anarquista, como partido, permaneció incólume, libre de la lepra parlamentaria. Por eso todos los que no comprendieron los argumentos y razones por nosotros expuestos, dejaron de ser anarquistas, se unieron a los socialistas autoritarios y con ellos se precipitaron en el abismo de la política burguesa. A causa de las apostasías, de las transacciones y de las inverosímiles coaliciones que produce la táctica parlamentaria, hubo en el campo socialista un largo período de incertidumbre y de confusión que paralizó la fuerza del movimiento; pero hoy la situación vuelve a ser clara y despejada . La evolución de las ideas y de los hechos, la lógica del método, la influencia determinante que los actos realizados ejercieron sobre el fin perseguido, han hecho que hoy el único socialismo verdadero sea el socialismo anárquico, que es por naturaleza antiparlamentario y revolucionario. El significado atribuido a la palabra socialismo por sus apóstoles y sus mártires nos ha convertido en la palanca potente que ha de derribar el mundo burgués. Si el sentido de la palabra socialismo hubiese seguido la marcha reaccionaria que se empeñan en imprimirle los parlamentaristas, si aquella palabra significase la híbrida mezcolanza de reformas ridículas, de aspiraciones contradictorias, de falsedades impúdicas que forman la base del programa electoral “socialista”, entonces podrían ser en verdad socialistas desde Guillermo II de Alemania hasta el papa León XIII, 138


L´Emancipazione de Roma y todos los congresistas y consejeros “socialistas”; pero no lo hubieran sido los que revelaron al pueblo las mentiras de la economía política y la nulidad de la democracia y que acabaron moralmente con el mazzinismo y el radicalismo y lo hicieron impotente para siempre; no lo hubieran sido ni Bakunin ni Marx; no lo hubieran sido todos los que por el socialismo sacrificaron juventud, paz, amor, libertad; no lo hubieran sido los mismos que a la lucha socialista de los primeros años, hábilmente explotada más tarde, deben su actual posición política, no lo hubiera sido la Internacional, no lo serían los anarquistas.

¡El socialismo! ¡Qué bello era y a lo que se ha reducido!

Fuera de las especulaciones filosóficas, de los sueños de los utopistas y de las revueltas populares, el socialismo se anunció al mundo como la buena nueva de la era moderna. Era una promesa de civilización superior; era la rebelión contra toda opresión y toda injusticia; era la abolición del odio, de la competencia, de la guerra; el triunfo del amor, de la cooperación, de la paz; era el advenimiento del bienestar y de la libertad para todos; la realización en el futuro de aquel edén que la fantasía del pueblo y de los poetas, llena de ideales e ignorante de la historia, había señalado como origen de la humanidad. Representaba la lucha humana por excelencia; y elevándose sobre los sentimientos de raza y de patria, sobre los de religión y sobre las preocupaciones de escuela filosófica, sobre las de clase y las de casta, unía a todos los hombres y a todas las mujeres en un santo ideal de igualdad y de solidaridad. No pedía la sustitución de un partido por otro, de una clase por otra clase; no pedía el advenimiento al poder ni el uso de la riqueza de un nuevo estrato social (cuarto estado), sino la abolición 139


de las clases, la solidaridad de todos los seres humanos en el trabajo y en los goces comunes. Y entonces los socialista fueron apóstoles y mártires; sentían que en sí mismos llevaban un mundo nuevo; tenían la conciencia de su misión sublime, y esta conciencia los hacía bondadosos y les daba valor y energía. Ignorantes o doctos, jóvenes ingenuos o ancianos curtidos en otras luchas; parte escogida del proletariado o hijos de la burguesía en rebelión contra la clase en la que habían nacido, que consideraban sus privilegios de nacimiento como una deuda que les imponía mayores deberes para la causa de los desheredados, todos tenían fe en el bien y en sí mismos, amaban al pueblo, poseían la ciencia y eran combatientes decididos y temerarios, y valerosos afrontaban la burla y la calumnia, las pequeñas y las grandes persecuciones, la cárcel, el exilio, la miseria y el patíbulo; y aun así marchaban siempre adelante. Entregados a una lucha a muerte contra todas las instituciones políticas, económicas, religiosas, jurídicas y universitarias del mundo burgués; tropezando con tantos intereses opuestos y con tantos prejuicios, teniendo que resistir a seducciones y amenazas de todas clases, se separaban, tanto por repugnancia natural contra los explotadores y mistificadores del pueblo, como por táctica de combate; se separaban, repetimos, en absoluto de todo lo que no era pueblo y de los que no luchaban por la emancipación integral del proletariado. Y así formaban un partido valeroso, una escuela fraternal, estamos por decir una clase distinta a los demás. Solos contra todos, escribieron en su bandera el lema del que tiene fe en si mismo y en su propia causa, el lema santo del día del combate: el que no está con nosotros está contra nosotros. Y 140


reunieron a su alrededor a todos los miserables, a todos los oprimidos, a todas las víctimas, a todos los que hacían propia la causa de los desheredados y luchaban por la justicia, por la libertad y por el bienestar general, a la vez que tenían por enemigos a todos los emperadores y papas, ministros, polizontes, explotadores y masacradores del pueblo, usureros y politicastros, curas y republicanos. Entonces no había ni otro socialismo ni otros socialistas. ¿Qué ocurre hoy? Hoy existe un socialismo que sirve para engañar al pueblo con vanas promesas a fin de mantenerlo dócil y convertirlo en escabel de ciertas ambiciones; hoy hay socialistas que se prostituyen en los palacios reales y en los parlamentos, que se alían con los burgueses, que se postran ante los ministros, que aclaman a un emperador, que se venden a un militar, que engañan a sus compañeros, que degradan sus ideales, su programa y su conciencia por arrancar a los ingenuos un voto que sirva para introducirse entre la burguesía. Socialistas sencillos y puros, aquellos en cuyo pecho hierve el santo amor de la humanidad; socialistas que alucinados por falsos amigos apoyan inconscientemente la causa de la burguesía, ¿no se avergüenzan viendo su gloriosa bandera arrojada al fango? ¡Oh, no! Esos mercaderes de votos, esos comediantes no son socialistas; arrojadlos de vuestro lado. Y vosotros volved a la lucha formidable que suprimirá del mundo propiedad individual y gobiernos, miseria y esclavitud.

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En tiempo de elecciones

Luis.– ¡Buen vino es éste, amigo! Carlos.– Psch, no es malo... pero sí es caro. Luis.– ¿Caro? ¡Seguramente! Con tanto impuesto y con tantas contribuciones como se pagan al gobierno y al municipio, el litro viene a costar el doble de lo debido. ¡Y si fuese tan solo el vino! El pan, la carne, la casa todo cuesta un ojo de la cara; y si el trabajo falta no se puede pagar ni aún lo más necesario. En fin, que no hay modo de poder vivir. Sin embargo todo el mal viene de nosotros mismos. Si nosotros quisiéramos, todo se podría remediar. Precisamente, ahora es la ocasión para poner manos a la obra. Carlos.– ¿Sí? Veamos, veamos cómo. Luis.– Es una cosa muy sencilla. ¿Eres elector? Carlos.– Sí lo soy; pero como si no lo fuera, porque no he de votar.


Luis.– He ahí el mal. ¡Y después nos lamentamos! ¿No comprendes que tú mismo eres tu propio asesino y el de tu familia? Tú eres uno de tantos que por su indolencia y su rebajamiento merecen la miseria en que yacen. Y todavía es poco. Tú... Carlos.– Bueno, bueno, no te sobresaltes. A mí me gusta razonar y no quiero más que ser convencido. ¿Pero qué conseguiría si fuese a votar? Luis.– ¡Cómo! ¿Qué necesidad hay de razonar tanto? ¿Quiénes hacen las leyes? ¿No son los diputados y los ministros? Así pues, si eligiéramos buenos diputados y buenos concejales, habría buenos ministros y buenos municipios y, en consecuencia, serían mejores las leyes, se rebajarían las contribuciones, se suprimirían impuestos tan odiosos como el de consumo, sería protegido el trabajo y, por ende, la miseria en que vivimos no sería tan espantosa. Carlos.– ¡Buenos diputados, buenos ministros y buenos concejales! ¡Bonito canto de sirena! Se necesita estar sordo y ciego para no comprender que todos son lo mismo. Como tú, hablan todos los que tienen necesidad de ser elegidos. Todos buenos, todos democráticos; nos pasan la mano por el lomo, llaman a nuestras compañeras para saludarlas, a nuestros niños para besarlos; nos prometen ferrocarriles, puentes, agua potable, trabajo, pan a buen precio, protección del Estado... todo lo que se quiera. Y después, si te he visto no me acuerdo. Una vez elegidos, adiós promesas. Nuestras compañeras y nuestros hijos pueden morirse de hambre; nuestro país puede verse asolado por las fiebres y toda clase de calamidades; el trabajo se paraliza y pan falta para la mayor parte, y el hambre, la miseria, hacen estragos por doquier. ¡Pero qué! El diputado no se ocupa para nada de nuestros desastres. Para estas cosas está la policía. Para otro año se reanudará la burla. 144


Por el momento, pasada la fiesta, engañado el santo. ¿Y sabes? El partido político, el color político, nada importa; todos, todos son iguales. La única diferencia es que los unos se nos presentan cínicamente como son, mientras que los otros nos llevan con su charla adonde quieren, haciéndose pagar banquetes y otras zarandajas. Luis.– Perfectamente; mas, ¿por qué elegir a los burgueses? ¿No sabes que los burgueses viven del trabajo de los demás? ¿Y cómo quieres que piensen en hacer el bien del pueblo? Si el pueblo fuera libre, se habría concluido la cucaña política para esos caballeros del bien vivir. Verdad es que si quisieran trabajar estarían aún mejor, pero esto no lo entienden; no piensan más que en sacar cuanto pueden la sangre del pobre pueblo. Carlos.– ¡Oh! Ahora sí que empiezas a hablar bien. Solamente los burgueses o los que quieren ser diputados para llegar a ser burgueses, se ocupan de los burgueses. Luis.– Pues bien, evitemos esto. Nombremos diputados a los amigos probados, consecuentes, diputados populares, y así estaremos seguros de no ser engañados. Carlos.– ¡Eh, alto! No hay tantos de esos amigos probados. Pero ya que eres curioso nombremos, nombremos esos diputados ¡como si tú y yo pudiéramos nombrar a quien mejor nos pareciera! Luis.– ¿Tú y yo? No se trata únicamente de nosotros dos. Es cierto, ciertísimo, que nosotros dos nada podemos hacer; pero si cualquiera de nosotros se esforzase por convertir a los demás, y éstos procedieran como nosotros, pronto contaríamos con la mayoría de los electores y podríamos elegir el diputado que mejor nos pareciera. Y si lo que nosotros hiciéramos aquí lo hicieran 145


en los demás colegios electorales, llegaríamos a tener de nuestra parte la mayoría del parlamento y entonces... Carlos.– Y entonces vuelta a la cucaña política para los que fueran al parlamento... ¿no es verdad? Luis.– Pero... Carlos.– ¿Pero me tomas como cosa de juego? ¡Qué mal vas! No parece sino que ya cuentas con la mayoría y todo lo arreglas a tu antojo. La mayoría, amigo, la tienen los que mandan, la tienen siempre los ricos. Ahí tienes un pobre diablo, un labrador con su mujer enferma y cinco hijos chiquitillos; anda y persuádele de que debe sufrir los rigores de la miseria, de que debe consentir en verse en medio de la vía pública como un perro vagabundo, no sólo él sino también los suyos, por el placer de dar el voto a quien no sea del gusto del burgués. Anda y convence a todos los que el burgués puede hacer morir de hambre cuando le plazca. Desengáñate: el pobre nunca es libre; y por tanto no sabría por quien votar. Y si supiera y pudiera, aún tendría necesidad de votar a sus señores. Así tendrían éstos lo que desean, y buenas noches. Lo mismo en el campo que en la ciudad, el trabajador es esclavo del que manda o del que más tiene. En nuestros villorrios, en nuestras aldeas, en los más reducidos lugares, el cacique es dueño y señor de todos los electores. Un simple alcalde de barrio tiene más poder en una aldea que un banquero en la ciudad. La sola presencia de un representante de la tiranía, se lleva por delante a todos los electores habidos y por haber. Por desgracia, nuestros compañeros del campo se ven obligados 146


a votar por quien manda el cacique, o el alcalde, o el que les presta a un interés usurario algún dinero. En las poblaciones grandes o pequeñas, el obrero industrial está totalmente supeditado al fabricante, al maestro; y cuando no al médico, o al abogado, al notario, al casero, hasta al tendero de aceite y vinagre. Ve y diles que voten, y contestarán que desgraciadamente han de votar, quieran o no, por quien les manden. ¡Pobre del que se atreve a tener opiniones propias! Luis.– Sin duda la cosa no es fácil. Se necesita trabajar, propagar para hacer comprender al pueblo cuáles son sus derechos y animarle a afrontar la ira de los burgueses. Necesitamos unirnos, organizarnos para impedir a los burgueses que coarten la libertad de los trabajadores, arrojándoles a la calle cuando no siguen sus consejos. Carlos.- ¿Y todo esto para votar por don Fulano o don Mengano? ¡Qué simple eres! Sí, todo lo que dices debemos hacerlo, pero de un modo distinto: debemos hacerlo para que el pueblo comprenda que cuanto hay en el mundo es suyo y se le roba; y que por tanto tiene el derecho, y si se quiere hasta la fuerza, de arrebatarlo, y de arrebatarlo o recuperarlo por sí mismo, sin esperar gracias de nadie. Luis.- Pero, en fin, ¿cómo hacerlo? Alguno ha de dirigir al pueblo, organizar las fuerzas sociales, administrar justicia y garantizar la seguridad pública. Carlos.- No, no. Nada de eso. Luis.- ¿Y cómo entonces? ¡El pueblo es tan ignorante! 147


Carlos.- ¿Ignorante? El pueblo lo es, en verdad, porque si no lo fuera, pronto enviaría a paseo toda la jerigonza gubernamental. Pero yo creo que tus propios intereses te lo harán pronto comprender. Si dejáramos al pueblo obrar por su cuenta, arreglaría sus cosas mejor que todos los ganapanes que, con el pretexto de gobernarlo, lo explotan y tratan como a una bestia. Es curioso lo que te ocurre con esta historieta de la ignorancia popular. Cuando se trata de dejar al pueblo que haga lo mejor que le parezca, dices que no tiene capacidad ninguna; cuando, por el contrario, se trata de hacerle nombrar diputados, entonces se le reconoce ya una cierta capacidad... y si nombra alguno de los nuestros, entonces se le atribuye una sapiencia estupenda... ¿No es cien veces más fácil administrar cada uno por sí mismo lo que le pertenezca, que encontrar uno que sea capaz de hacerlo por otro? No sólo, en este último caso, se necesita conocer cómo había de hacerse todo para juzgar la idea del que se escogiese, sino también saber discernir la sinceridad, el talento y las demás cualidades del que solicitare nuestros votos. ¿Y si el diputado quisiera servir sinceramente nuestros intereses, no debería preguntar por nuestra opinión, indagar nuestros deseos, acatar nuestras decisiones? Y entonces, ¿por qué dar a nadie el derecho de obrar a su antojo y de engañarnos y traicionarnos si bien lo juzga? Luis.– Pero como los hombres no pueden hacerlo todo por sí mismos, como no sirven para todo, de aquí la necesidad de que alguno cuide de la cosa pública y arregle los asuntos de la política. Carlos.– Yo no sé qué es lo que tú entiendes por política. Si entiendes que es el arte de engañar al pueblo y robarle haciéndole gritar lo menos posible, persuádete de que haríamos nosotros mismos otra cosa. Si por política entiendes el interés general, y el modo de 148


hacerlo todo de acuerdo con la mayor ventaja para cada uno, entonces es una cosa de la que debemos ocuparnos y entender todos, como todos, por ejemplo, sabemos acudir a la mesa de un café sin incomodarnos los unos con los otros, divirtiéndonos sin molestia para nadie. ¡Qué diantre! No parece sino que hasta para sonarnos habríamos de necesitar un especialista y darle por añadidura el derecho de arrancarnos la nariz, si no nos sonábamos a su gusto. Por lo demás, se comprende que el zapato debe hacerlo el zapatero y la casa el albañil. Pero nadie sueña en dar al zapatero y al albañil el derecho de gobernarse, administrarse... Pero volvamos al asunto. ¿Qué han hecho a favor del pueblo los que han ido y van al parlamento y al municipio para hacer el bien general? ¿Y, aún los mismos socialistas, se han mostrado mejores que los demás? Nada, lo que te he dicho, todos son iguales. Luis.– ¿También la emprendes con los socialistas? ¿Qué quieres que hagamos, si verdaderamente no podemos hacer nada? Somos pocos, y aunque en algún municipio tengamos mayoría, estamos completamente sitiados por las leyes y la influencia de la burguesía que nos ata de pies y manos. Carlos.– ¿Y por qué vais entonces a votar? ¿Por qué insistís, si no podéis hacer nada? Será porque los elegidos podrán hacer algo para sí mismos, en su provecho propio. Luis.– Dispensa un momento: ¿Eres anarquista? Carlos.– ¿Qué te importa lo que soy? Escucha lo que digo, que si ves que mis argumentos son buenos, apruébalos, si no, combátelos y trata de convencerme. Sí, soy anarquista, ¿y qué?

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Luis.– ¡Oh, nada! Yo tengo mucho gusto en discutir contigo. También yo soy socialista, pero no anarquista, porque me parece que tus ideas son demasiado avanzadas. Mas, comprendo que en muchas cosas tienes razón. Si hubiera sabido que eras anarquista, no te hubiera dicho que por medio de las elecciones y del parlamento puede obtenerse el bien deseado, porque mientras seamos pobres, serán siempre los ricos los que confeccionen las leyes, y las harán siempre en provecho propio. Carlos.– ¡Pero tú eres, entonces, un embaucador! ¡Cómo! ¿Sabes la verdad y predicas la mentira? Cuando no sabías que yo era anarquista, decías que eligiendo buenos diputados y buenos concejales se convertiría la tierra en un verdadero paraíso; ahora que ya sabes lo que soy y que no puede engañárseme en un dos por tres, dices que con el parlamentarismo nada se puede conseguir. ¿Por qué entonces, quebrarme la cabeza con la propaganda de las elecciones? ¿O es que te pagan para engañar a los infelices trabajadores? Sin embargo, yo sé que eres un buen obrero, que eres de los que viven a fuerza de mucho esfuerzo. ¿Por qué, entonces, engañas a tus compañeros haciéndoles que favorezcan los intereses de cualquier renegado, que con la excusa del socialismo lo que busca es darse tono de señor, de gran señor, de gran burgués? Luis.– No, no, amigo mío. No me juzgues tan mal. Si yo procuro que los obreros voten, es en interés de la propaganda solamente. ¿No comprendes cuántas ventajas tiene para nosotros el que haya alguno de los nuestros en el parlamento? Puede hacer la propaganda mejor que cualquier otro, porque viaja como le parece y sin que la policía le estorbe mucho; además, cuando habla en la Cámara, todo el mundo se ocupa de las ideas socialistas y las discute. ¿No es eso propaganda? ¿No vamos ganando siempre algo? 150


Carlos.– ¡Y para propagar te conviertes en agente electoral! ¡Bella propaganda la tuya! Anda, ve y dile a las gentes que todo han de esperarlo del parlamento, que la revolución no conduce a nada, que el obrero no tiene otra cosa que hacer más que depositar un pedazo de papel en la urna y esperar con la boca abierta a que caiga el maná del cielo. ¡Bonita, magnífica, sublime propaganda! Luis.– Tienes razón, pero ¡qué hacer! ¿Cómo decir a los trabajadores que no se puede esperar nada del parlamento, que los diputados para nada sirven, y propagarles luego que deben votar? Dirían que los tomábamos como juguetes. Carlos.– Bien sé que se necesita algo para decidir a la gente a que vote y elija diputados. Y no sólo se necesita hacer algo, sino también prometer mucho que no se ha de poder cumplir; se necesita hacer la corte a los señores, ser benévolo con el gobierno, encender una vela a San Miguel y otra al diablo, y burlarse de todos. Si no, no se es elegido. ¿Y a qué me vienes a hablar de propaganda, si todo lo que hacéis es contrario completamente a ella? Luis.– No digo que no tengas razón; mas, en fin, convén conmigo que es siempre ventaja tener alguno de los nuestros que pueda levantar la voz en la Cámara, y defender las ideas de emancipación del proletariado. Carlos.– ¿Una ventaja? Para ellos y aún para alguno de sus amigos, no digo que no. Mas para la masa general del pueblo, de ningún modo. ¡Si por lo menos no fuese esto ya evidente hasta la saciedad! Allá va un año tras otro en que hemos sido bastante necios para mandar al parlamento diputados socialistas. Los hay en la Cámara francesa, los hay en la italiana, los hay en la 151


alemana, en la española y en la argentina, en número bastante crecido y ¿qué hemos obtenido? Que los unos se hagan monárquicos, los otros se alíen con los republicanos, y nadie se ocupe de los intereses populares. ¡Pobres obreros republicanos! Creen hacer un gran bien y no reparan en que son miserablemente engañados. Volviendo a nuestro primer asunto, esto es, a lo que hemos obtenido con el nombramiento de diputados socialistas, resulta que éstos eran perseguidos y tratados como malhechores cuando decían la verdad, y hoy son muy estimados de los grandes señores, y el ministro y el consejero les tienden la mano. Y si son condenados es por cuestiones puramente burguesas que nada tienen que ver con la causa del obrero y, por tanto, no tienen excusa. Todos son perros de una misma raza, o como suele decirse, los mismos perros con distintos collares, que acaban siempre por ponerse de acuerdo para roer el hueso popular, para acabar con la sangre del pueblo. ¡No tengas cuidado, que semejantes personajes expongan sus pechos en un movimiento revolucionario! Luis.– Eres demasiado severo. Los hombres son hombres y, necesariamente, hay que disculpar sus debilidades. Por lo demás, ¿qué se puede decir si los que hemos nombrado hasta ahora, no han sabido cumplir con su deber, o no han tenido valor suficiente para cumplirlo? ¿Quién dijo que elijamos siempre los mismos? Nombremos, pues, otros mejores. Carlos.– ¡Ya! Y así el partido socialista vendrá a convertirse en una fábrica de embaucadores. ¿Crees tú que no hemos tenido ya bastantes traidores? ¿O es que hay que colocar a los demás en situación de que lo sean? En fin, ¿crees o no crees que el que al molino va, en la harina se le concoce? El que se mezcla con los burgueses, le toma gusto a vivir sin trabajar. Cuanta más gente pase por el poder, tanta más se corromperá. Aunque pasase 152


alguno que tuviera bastante buen temple para no corromperse, sería lo mismo, porque amando la causa popular, no podría oponerse a la propaganda con la esperanza de ser útil más tarde. Yo creo firmemente en la sinceridad del que, diciéndose socialista, corre todos los riesgos, se expone a perder su jornal, a ser perseguido y encarcelado. En cambio, me inspiran poca confianza los que hacen del socialismo un oficio, que nada hacen que pueda comprometerles, que buscan la popularidad huyendo del peligro, esto es, que saben nadar y guardar la ropa, como suele decirse gráficamente. Me parece que son como los curas, que predican para su santo negocio. Luis.– Traspasas el límite de lo racional, amigo mío, porque entre los que has insultado, están los que han trabajado y sufrido por la causa común, están los que tienen un pasado... Carlos.– No vengas ahora a romperme la cabeza con el pasado. El mismo Crispi ha sido en otros tiempos revolucionario, ha expuesto la piel y ha sufrido como tantos otros. ¿Vamos por esto a respetarlo ahora que se ha convertido en un reaccionario, en un tiranuelo de los más repugnantes? Esos individuos de quienes hablas son los mismos que deshonran y mancillan su propio pasado, y en nombre de ese mismo pasado podemos condenarlos porque han renegado de él. En todas partes hay ejemplos de lo que digo: la mayor parte de los prohombres republicanos de la republicana Francia han sido más o menos revolucionarios en otros tiempos, y hoy son unos doctrinarios de la peor estofa. Hay en el partido conservador inglés quien ha llegado en otras épocas hasta a aceptar el programa de la Internacional. En España, no sólo Castelar y Salmerón, sino también Sagasta y Cánovas, entre muchos republicanos y 153


monárquicos, fueron, quien más quien menos, revolucionarios decididos, y hoy todos se avienen con las ideas y procedimientos más retrógrados, explotando al pueblo desde el poder unos, engañándole desde la oposición otros. Luis.– Bueno, hombre, no sé como he de convencerte. Vaya enhoramala el parlamentarismo, pero has de convenir que en cuanto al municipio ya es otra cosa. Aquí es más fácil obtener mayoría y hacer el bien del pueblo. Carlos.– ¡Pero si tú mismo has dicho que los concejales están atados de pies y manos y que al fin y a la postre, tanto en la Cámara como en el municipio, son siempre los ricos los que mandan! Por lo demás, ya hemos visto bastantes ejemplos. En la vecina ciudad lo mismo que en cualquiera, han ido los socialistas al ayuntamiento y, ¿sabes lo que han hecho? Habían prometido suprimir el impuesto de consumos y facilitar los medios para que los niños pudieran ir cómodamente a la escuela desde el pueblo a la ciudad, y nada han hecho. Y después, cuando el pueblo murmura, aquellos señores socialistas hablan en sus mismos periódicos del “eterno descontento”, como pudieran hacerlo los mismos representantes de la autoridad y de la burguesía. Además, cuando van al municipio, no tienen dónde caerse muertos, y luego se procuran buenas colocaciones para sí y sus parientes, de modo que puedan vivir sin trabajar, y luego dicen que quieren hacer el bien del pueblo. Luis.– ¡Pero esas son calumnias! Carlos.– Admitamos que hay algo de calumnioso, ¿y lo que yo he visto con mis propios ojos? Dicen que cuando el río suena agua lleva, y en esta ocasión no puede ser más cierto; lo cual perjudica en gran modo al partido socialista. El socialismo, que 154


debiera ser la esperanza y el consuelo del pueblo, de la clase trabajadora, se hace objeto de sus maldiciones cuando se halla en el poder, en el parlamento o en el municipio. ¿Aún dirás que ésta es propaganda propiamente dicha? Luis.– ¡No seas así! Si no estás satisfecho de los que nos representan, nombremos otros; la culpa la tienen siempre los electores, porque son los burgueses los que nombran a los que quieren. Carlos.– ¡Y dale! ¿Hablo con una piedra o con quién hablo? Sí, señor, sí, la culpa la tienen los electores y los no electores, porque debieran prescindir de los parlamentos y de los municipios, como cosa completamente inútil para el bien del pueblo. Farsa por farsa, debemos quedarnos sin ninguna. El parlamento, las diputaciones y los municipios, son farsas que nos cuestan muy caras y que para nada sirven. Y tú, que no ignoras que aquellos de los nuestros que van al parlamento, a la diputación o al municipio, conviértanse o no en embaucadores, nada pueden hacer por la clase trabajadora, salvo echarle tierra en los ojos para mayor tranquilidad de los señores; tú debes esforzarte para destruir esa estúpida fe en el sufragio. La causa fundamental de la miseria y de todos los males sociales es la propiedad individual (a causa de la cual el hombre no puede producir sino aceptando las condiciones que le imponga el que monopoliza la tierra y los instrumentos de trabajo) y el gobierno, el cual defiende a los explotadores y explota por su propia cuenta. Y los burgueses, antes que dejen que se ponga la mano sobre estas dos instituciones: la propiedad y el gobierno, las defenderán a todo trance. Engañan, mistifican y pervierten todo, y cuando esto no basta, a la prisión, al destierro y hasta al cadalso apelan contra nosotros. ¡Si quieres mejor elección! 155


Nosotros queremos la revolución; una revolución completa que no deje la menor memoria de la infamia actual. Se necesita declararlo todo, tierra e instrumentos de trabajo, propiedad común; se necesita, es preciso que todos tengamos pan, casa y vestidos; es indispensable que los campesinos supriman al burgués y cultiven la tierra por su propia cuenta y la de sus compañeros de trabajo; que el obrero industrial prescinda también del burgués que le explota, y organice la producción en beneficio general; y, además, es muy necesario no volverse a acordar del gobierno, no dar poder a nadie y hacer cada uno todas las cosas por sí mismo. Cada cual se entenderá dentro de un municipio o pueblo con sus compañeros de oficio y con todos los que tengan necesidad de entenderse en los pueblos más cercanos. Los municipios se entenderán unos con otros; las comarcas con las comarcas, las regiones con las regiones también. Los de un mismo oficio en diferentes localidades se entenderán entre sí, y así se llegará al acuerdo general, y se llegará ciertamente porque en ello va el interés de todos. Entonces, no nos veremos como el perro y el gato, no estaremos en guerra permanente, no pereceremos en manos de una concurrencia infame. Las máquinas ya no serán de utilidad exclusiva de los burgueses ni servirán para dejar sin trabajo y sin pan a la mayor parte de los nuestros, de los que producen y están siempre condenados a la esclavitud y a la miseria; pero servirán en cambio, para hacer el trabajo menos pesado, más útil y más ventajoso para todos. No habrá ya tierras incultas, ni sucederá que el que las cultive no produzca más que la décima parte de lo que debe producir, porque se aplicarán todos los medios ya conocidos para aumentar y mejorar la producción de la tierra y de la industria, de tal modo que el hombre podrá satisfacer siempre sus necesidades espléndidamente. Luis.– Todo lo que dices es muy bello y verlo quisiera. Yo también encuentro muy buenas vuestras aspiraciones, pero ¿cómo 156


realizarlas? Ya sé que el único medio es la revolución, y que por muchas vueltas que se le dé, por la revolución se acabará. Mas, como por el momento la revolución no podemos hacerla, hacemos en tanto lo que podemos y no pudiendo hacer otra cosa mejor, agitamos la opinión por medio de las elecciones. Así nos movemos siempre, y siempre se hace propaganda. Carlos.– ¡Cómo! ¿Hablas ahora de propaganda? ¿No sabes qué clase de propaganda has hecho con las elecciones? Vosotros habéis dejado a un lado el programa socialista y os mezcláis con todos esos charlatanes demócratas, que no se ocupan más que de conquistar el poder y hacer luego lo que han hecho todos sus compañeros en democracia: ocuparse ante todo de sí mismos. Vosotros habéis introducido la división y la guerra personal entre los socialistas. Vosotros habéis abandonado la propaganda de los principios por la propaganda a favor de Zutano o de Mengano. Ya no habláis de revolución, y aunque habléis no pensáis, ni por asomo, en hacerla, en provocarla; y esto es natural, porque el camino del parlamento no es el de las barricadas. Habéis corrompido a un cierto número de compañeros que sin la tentación a que los sometisteis hubieran permanecido honrados. Habéis fomentado ciertas ilusiones que hicieron olvidar la revolución, y cuando se desvanecieron, nos hicieron desconfiar de todo y de todos. Habéis desacreditado al socialismo entre las masas que empezaron a considerarse como un partido de gobierno, y han sospechado de vosotros y os han despreciado, como hace siempre el pueblo con todos los que llegan o pretenden llegar al poder. Luis.– Dime, entonces, ¿qué es lo que debemos hacer? ¿Qué hacéis vosotros? ¿Por qué en vez de hacernos la guerra no tratáis de hacernos mejores? 157


Carlos.– Yo no te he dicho que nosotros hayamos hecho y hagamos todo lo que se puede y debe hacer. Aún de esto mismo tenéis vosotros mucha culpa, porque con vuestras mistificaciones y deserciones habéis paralizado por muchos años nuestra acción, y nos habéis obligado a emplear grandes esfuerzos para combatir vuestra tendencia, que si hubiera prevalecido, no hubiera quedado del socialismo más que el nombre. Pero esto creemos que no se repetirá. Por una parte, nosotros hemos aprendido mucho y estamos en situación de aprovechar la experiencia obtenida y corregir los errores del pasado. Por otra, entre vosotros mismos la gente empieza a ver con malos ojos las malditas elecciones. La experiencia es de tantos años y vuestros representantes se han significado tan poco, que hoy todos los que aman sinceramente la causa y tienen espíritu revolucionario, tienen forzosamente que abrir los ojos. Luis.– Y bien, haced la revolución, y estad seguros que nosotros nos encontraremos a vuestro lado, cuando hagáis las barricadas. ¿Nos tomáis acaso por cobardes? Carlos.– Es una cosa muy cómoda, ¿no es verdad? ¡Haced la revolución, y luego, cuando esté hecha, nos veremos! Pero si vosotros sois revolucionarios, ¿por qué no ayudáis a prepararla? Luis.– Escucha: por mi parte, te aseguro que si viera un medio práctico para poder ser útil a la revolución, enviaría al diablo elecciones y candidatos, porque, a decir verdad, comienzo a tener yo también la cabeza llena de política, y confieso también que lo que me has dicho hoy me ha hecho un poco de impresión; no te puedo decir que no tengas razón. Carlos.– ¿No sabes lo que se puede hacer? ¡Pero si yo te digo que la práctica de la lucha electoral hace perder hasta el criterio 158


de la buena propaganda socialista y revolucionaria! Y, sin embargo, basta saber lo que se quiere y quererlo firmemente para encontrar mil cosas útiles para hacer. Ante todo, propaguemos los verdaderos principios socialistas, y en lugar de contar mentiras y dar falsas esperanzas a los electores y a los no electores, incitemos en esas mentes el espíritu de rebelión y el desprecio al parlamentarismo. Hagamos de modo que los trabajadores no voten, y que las elecciones se las hagan ellos, gobierno y capitalistas, en medio de la indiferencia y del desprecio del pueblo; porque cuando se ha destruido la fe en las urnas, nace lógicamente la necesidad de hacer la revolución. Vayamos a los grupos y a las reuniones electorales, pero para desbaratar los planes y las mentiras de los candidatos, y para explicar siempre los principios socialista-anárquicos, es decir, la necesidad de quitar el gobierno y desposeer a los propietarios. Entremos en todos los sindicatos obreros, hagamos otros nuevos, y siempre para hacer la propaganda y hablar de todo aquello que debemos hacer para emanciparnos. Pongámonos en la primera fila en las huelgas, provoquémoslas siempre para ahondar el abismo entre patronos y obreros y empujemos siempre las cosas cuanto más adelante mejor. Hagamos comprender a todos aquellos que mueren de hambre y de frío, que todas las mercancías que llenan los almacenes les pertenecen a ellos, porque ellos fueron los únicos constructores, e incitémosles y ayudémosles para que las tomen. Cuando suceda alguna rebelión espontánea, como varias veces ha acontecido, corramos a mezclarnos y busquemos de hacer consistente el movimiento exponiéndonos a los peligros y luchando juntos con el pueblo. Luego, en la práctica, surgen las ideas, se presentan las ocasiones. Organicemos, por ejemplo, un movimiento para no pagar los alquileres; persuadamos a los trabajadores del campo de que se lleven las cosechas para sus casas, y si podemos, ayudémoslos a llevárselas y a luchar contra dueños y guardias que no quieran permitirlo. Organicemos mo159


vimientos para obligar a los municipios a que hagan aquellas cosas grandes o chicas que el pueblo desee urgentemente, como, por ejemplo, quitar los impuestos que gravan todos los artículos de primera necesidad. Quedémonos siempre en medio de la masa popular y acostumbrémosla a tomarse aquellas libertades que con las buenas formas legales nunca le serían concedidas. En resumen: cada cual haga lo que pueda según el lugar y el ambiente en que se encuentra, tomando como punto de partida los deseos prácticos del pueblo, y excitándole siempre nuevos deseos. Y en medio de toda esta actividad, vayamos eligiendo aquellos elementos que poco a poco van comprendiendo y aceptando con entusiasmo nuestras ideas; juntémonos en pacto mutuo, y preparemos así las fuerzas para una acción decisiva y general. Ved, dentro de poco, por ejemplo, viene el asunto del Primero de Mayo. En todo el mundo los obreros se preparan a efectuar una grandiosa manifestación para ese día, no trabajando. Hay muchos que lo hacen simplemente para obtener la jornada de ocho horas de trabajo, pero hay también aquellos que no se conforman con esto. Y piensan quitarse de encima, de una manera radical, todas esas sanguijuelas que con el nombre de capitalistas o patronos, chupan la sangre a los trabajadores. Y bien, nosotros debemos aceptar este práctico terreno de acción que nos ofrecen las masas mismas. Trabajemos entonces desde ahora e incansablemente, para que el próximo Primero de Mayo nadie trabaje y nadie vuelva a hacerlo sino como trabajador libre, asociado a compañeros libres y en talleres de propiedad de todos. Y cuando venga ese Primero de Mayo, salgamos a la calle con la muchedumbre y hagamos aquello que la disposición del pueblo nos aconseje. No será quizás la revolución, porque los gobiernos están muy prevenidos y el pueblo aún no sabe luchar; 160


pero, ¡quién sabe!... si pudiéramos dar al movimiento una gran extensión, los gobiernos se verían impotentes para reprimirlo. De cualquier modo, el pueblo tendrá ocasión de ver y sentir su fuerza, y una vez que se haya dado cuenta de su fuerza y la haya visto desplegada, no tardará en servirse de ella. Luis.– ¡Muy bien; me gusta! ¡Al diablo las elecciones y pongámonos manos a la obra! Venga esa mano. ¡Viva la anarquía y la revolución social! Carlos.– ¡Viva!

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epílogo: inquietudes colombianas

Pensando en que tan vigente son los textos de Malatesta para la realdiad colombiana nos sentamos un día dos compañerxs a reflexionar sobre ello...

Juan: Bien, ¿cuál es el objetivo de nosotrxs al querer sacar una reedición de los escritos de Malatesta? ¿Es porque le vemos una pertinencia en nuestro hacer y en nuestra cotidianidad en el aquí y en el ahora? ¿Es por continuar con una labor de propaganda y de difusión del ideal anarquista? o ¿Poder aterrizar un poco el pensamiento de Malatesta, entendiendo que algunos de sus escritos tienen más de cien años y mirar si en este momento son válidos en la realidad que vivimos nosotrxs? No nos podemos quedar en el romanticismo y hablar de lo que hicieron diferentes autorxs y escritorxs que hacen parte del ideal anarquista, que se ve más reflejado en la teoría que en la práctica.


Pedro: Pues siempre hemos defendido que nuestras teorías son vigentes, lo que hay que ver es por qué. Juan: Es curioso porque nosotrxs tampoco hemos valorado mucho las pocas o muchas prácticas que hemos tenido desde el momento en que empezamos a defender, a hablar, a tratar de hacer desde el anarquismo o desde el momento en que nos sentimos identificados con estxs autorxs y con sus prácticas. Claro que también podríamos recurrir a hacer memoria de cuales han sido nuestros haceres. Pedro: Le propongo una cosa ¿por qué no le damos un vistazo a los siete puntos del artículo que se llama Nuestro Programa? Que le parece si analizamos esos puntos y miramos qué vigencia tiene y cómo podemos reflexionarlos en nuestra cotidianidad, en lo que hacemos. Por ejemplo, el primero es la abolición de la propiedad privada… a fin de que nadie pueda tener un modo de vivir explotando el trabajo ajeno y teniendo todxs garantizados los medios de producir y vivir. ¿Usted cree en la propiedad privada? Juan: ¿Que si creo en la propiedad privada? Sí, creo. Pedro: ¿Por qué? Juan: Bueno, porque es algo real, es algo que existe, es algo que nos atropella a todo momento. Para mi resulta un poco complejo mirarlo desde uno hacia fuera. ¿Cómo me van a decir que tal espacio es privado o que tal cosa es privada? Ahora, cuando yo lo miro dentro de mí... por ejemplo, pensemos un momento en el local, que es un espacio propio donde conseguimos dinero para las necesidades de la familia. Preguntémonos: bueno ¿esto de quién es? ¿Esto es mío? ¿Es de un colectivo? ¿Es de todxs? 166


¿Es de quién?. Inmediatamente me cuestiono. La herramienta en sí, es mía. Y si es mía ¿por qué? Porque el dinero con que se compró es fruto de mi trabajo y no de un trabajo en colectivo. Son cosas que me generan conflicto. Pero entonces miraba, ¿yo que puedo colectivizar en este momento? La maquinaria está para trabajarla, pero si tenemos en cuenta que ella genera unos gastos y que si la vamos a utilizar entre varias personas, entre todxs debemos suplirlos. También existe un espacio que hay que pagar. Además hay unos servicios públicos. Se me ha ocurrido que si algún día decidimos no seguir trabajando en este oficio, y hay alguien que si quiera hacerlo, pues que se quede trabajando en él. Pero después me cuestiono ¿lo vendería? ¿Se lo cobraría a la persona que se vaya a quedar con él? Son incertidumbres, son cosas que unx piensa a menudo. Pedro: Si, pero también es cierto que vivimos en un mundo capitalista, no vivimos en un mundo anarquista y eso implica que vivimos atravesados por unas realidades frente a lo cotidiano y ahí están las dos cosas que usted está diciendo; ¿estamos dispuestos a colectivizar las cosas y asumir lo que implica colectivizar? Es decir, que una sola persona deje de recibir la ganancia que genera esa máquina. Es que la dinámica de trabajo que se hace con la maquinaria tiene gastos y el proceso de la colectivización de la propiedad no puede estar separado del proceso de la colectivización del trabajo, o sea, si se va a trabajar colectivamente hay que responder por los gastos en colectivo. La pregunta difícil es si unx estaría dispuesto a colectivizar las cosas de su vida en general, es decir, asumir que ya no es propiedad de uno, sino que es propiedad colectiva. En ese sentido si es una reflexión vigente, más cuando, como dice Malatesta, la propiedad privada trae también el salario, y para acabar con él, hay que acabar con la propiedad privada.

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Juan: acabar con el salario también es terminar con el privilegio de que unos ganen más que otros. Pedro: no sólo eso, es también acabar con la explotación. Cuando alguien es dueño, se queda con más plata que el/la trabajadxr, a pesar que hagan más o menos el mismo trabajo, y eso es injusto. Juan: Eso trae consecuencias, porque si se acaba el salario, ¿con qué vamos a adquirir las cosas que necesitamos? Es decir, si no es un sueldo lo que genera el trabajo, entonces ¿el trabajo que generaría? Tendríamos que buscar otro mecanismo, hablar del trueque o algo así, se me ocurre a mí. Pedro: Pero no necesariamente. Malatesta lo dice: todos los hombres deben tener garantizados los medios de producir y de vivir. Espere, espere, un paréntesis antes: la cita de Malatesta está originalmente en masculino, y creo que eso debe señalarse porque su noción de la realidad estaba fuertemente atravesada por una postura masculinista. No creo que Malatesta tuviera en cuenta en su reflexión discusiones que ya en varios ámbitos anarquistas contemporáneos a él se daban a propósito del género, y por eso una crítica que debe recordarse es sus posturas machistas. Ahora, en cuanto a los medios de producir, eso significa entrar en una dinámica donde no haga falta que usted tenga un medio de cambio, como el dinero, por ejemplo, o lo que sea, pero que aun así pueda acceder a las cosas. La cuestión es la libre distribución y el libre consumo. La pregunta que salta inmediatamente es ¿cómo hacer para que algunxs no se aprovechen de eso? Juan: También fue Kropotkin el que dijo “de cada uno según sus capacidades a cada uno según sus necesidades” similar pasa con 168


Kropotkin, a propósito del masculino y habría que preguntarse: ¿Qué tan machista es el pensamiento anarquista de finales de siglo XIX y principios del XX? ¿Qué tan machista sigue siendo ahora? A propósito de la cita se debe mirar cuáles son nuestras capacidades y cuáles son nuestras necesidades, porque también puede haber unx vagx y dice esa es mi capacidad: ser vagx. Pero también necesita vivir y necesita solucionar sus cosas. Pedro: Sin embargo, yo hago una pregunta: ¿si hay suficiente comida, cual es el problema que una persona no trabaje? Yo creo que hay que relativizar eso porque lo usual no es quien que se aprovecha de los demás, lo usual es la gente que hace las cosas con honestidad y normalmente es la minoría la que termina aprovechándose de los demás. Seguro pase que haya vagxs, pero habría que pensar cómo se maneja eso, porque podría terminar en que se construyan nuevas formas de autoritarismo para hacer que ellxs trabajen, y eso traería problemas. Juan: Habría que mirar el sistema económico o esa manera de relacionarnos económicamente. Uno de los grandes problemas que tiene es que quienes lo manejan se aprovechan y lo usan para su beneficio, mientras que los demás simplemente los mantenemos. ¿Habría que pensar una economía que no sólo solvente necesidades básicas, sino también las necesidades creadas, llámese lujos, llámese comodidades, sin ningún tipo de discriminación? Hay diferentes formas de llamarlo. Pedro: Usted ahí toca un punto que creo no lo contempla Malatesta porque es algo que no existía de forma tan generalizada en esa época: el consumismo. El problema no sólo lo generan quienes dominan o quienes acumulan sino también nosotrxs, porque no tenemos claro qué necesitamos y qué no. Tal vez una de las reflexiones que debería tener también un programa anar169


quista sería acabar con los consumos artificiales, aunque eso es complicado, porque ¿cómo decirle a lxs demás, qué necesita y que no?, ¿qué es una necesidad real y cuál es artificial?. El sólo hecho de pensar priorizar implica una valoración en la que usted deja de tener en cuenta la individualidad de otrx. Por ejemplo: unx hincha de un equipo de fútbol que le gusta la camiseta de su equipo, y sé que ni usted ni yo lo entendemos, porque para nosotros es irracional, pero para esa persona es importante. No creo que uno simplemente diga que son alienadxs, a mí no me parece que sean alienadxs, me parece que tienen otros gustos, ahora evidentemente hay una dinámica de consumismo si sale cada quince días a comprar una camiseta nueva. Evidentemente lo fundamental sería que todo el mundo tenga acceso a los medios básicos para producir y vivir, pero hay otras cosas que están más allá de producir y vivir, o sea unx no sólo vive comiendo, durmiendo, vistiendo. La cuestión es que hay que tenerlo en cuenta, porque el ser diferentes no es una cuestión capitalista, de hecho, el capitalismo lo que hace es todo lo contrario, tratar que todxs seamos iguales. Juan: ¿Será que si? Por ejemplo, yo voy a un centro comercial y el estar ahí me genera como un antojo o una necesidad de consumir cosas, cosas que no necesito y sin las cuales puedo seguir viviendo. Y me da rabia a veces por no tener dinero suficiente con que obtenerlas. Creo que eso genera un resentimiento algo feo. Piensa unx, por qué algunxs si pueden ir a esos sitios a comprar todo lo que se les venga en gana y otrxs no podemos porque hay otras cosas prioritarias o porque sencillamente ni para estas hay. Pedro: ahí es donde le digo que son dos cosas distintas, porque una cosa es la sociedad, donde existe el monopolio, donde existe la desigualdad, donde existe la iniquidad, la injusticia y todo 170


eso. Pero también si se propone una sociedad distinta, en la que se diga que lo único que necesita la gente es educación, salud, casa, deporte, comida y nada más, y no se permita cosas como una liga de fútbol o la compra de un tipo particular de ropa sería complicado. Una cosa es lo que existe hoy y otra es cómo hacer para atacar el consumo o el consumismo sin acabar con la libertad de ser diferente. Eso es respetar la autonomía. En fin... Le propongo que miremos otros puntos del programa, tales como la abolición del gobierno, del poder y la imposición de leyes a otrxs, de las monarquías, parlamentos, ejércitos, la policía, la magistratura y de todas aquellas instituciones dotadas de medios coercitivos. Juan: Frente a esto, creo que todos estos aparatos obedecen precisamente a cumplir con una administración de lo que hay para imponer, defender, o mantener el orden establecido, porque finalmente los frutos van a ser para unxs pocxs. Yo no estoy en desacuerdo con la administración, porqué creo que si nosotrxs estamos pensando generar unas alternativas diferentes no podemos dejar la administración económica de lado, o sea es necesaria dentro de una nueva organización. Pero la pregunta es ¿cómo vamos a hacer para que esa administración no sea de unxs en su beneficio particular, sino que realmente todxs nos beneficiemos y podamos administrar? En nuestro contexto, aquí en Colombia; en los últimos cien años no hemos dejado de vivir unas batallas de unxs contra los otrxs y viceversa, una disputa del poder, de poder administrar nuestros recursos naturales en todo el territorio y el fruto del trabajo de mucha gente. ¿Y quiénes se siguen peleando eso? Pues esas familias poderosas que hace años dijeron esto lo vamos a administrar por periodos, y ahora es más evidente que por periodos no se quiere, sino que 171


la quieren solo unxs, y eso es lo que agrava aún más la situación. Yo creo que en lo que habría que entrar a fondo es en si somos conscientes de lo que sigue pasando realmente. A algunxs no les importa, pero ha otrxs si y por eso nos estamos dando estas discusiones. Pedro: A propósito de la administración pública, habría que pensar si estamos dispuestxs a ponernos de acuerdo para arreglar las calles, a estar pendientes de la iluminación pública, de que se hace con los residuos de las casas, pensar cómo en la vida cotidiana gestionamos la cuestión de la salud, la educación, cómo encontramos formas de gestionar la vida de aquellxs que no pueden ganársela, como por ejemplo, gran parte de lxs ancianxs. Estas son de las cosas más benevolentes que legitiman al Estado y hay que pensar que si unx quiere cambiar de dinámica social también hay que estar dispuestx a pensar cómo remplazar al Estado también en estos ámbitos, entre la comunidad se puede arreglar la calle, se puede pensar cómo ayudar a lxs que no pueden ya trabajar, o que la educación pueda ser una responsabilidad también de la comunidad y no solamente una cuestión de que hay que dejar los niños para que el Estado los eduque. Lo que si no tiene vuelta de hoja es que en el momento que a lxs poderosxs se les acabe su poder no va haber necesidad ni de ejército ni de policía, es tan simple como eso, porque el ejército y la policía sólo existen para mantener el poder de ellxs, es otra de las cosas que son absolutamente vigentes. Ahora, lo que sí creo que tal vez Malatesta no desarrolla, es que esto no puede hacerse de un momento para otro y hay que tener en cuenta que en este momento dependemos de muchas cosas del Estado: en la práctica la mayoría de la educación la brinda el Estado, parte de la salud también aunque sea precaria, el Estado se encarga de que los servicios públicos se den así sean 172


precarios, la pregunta es: ¿Qué hacer? cuando esa abolición, en términos realistas, no va a pasar de un momento para otro. Yo creo que hay que estar en las luchas sociales como parte del proceso de transformación, es decir, no dejar privatizar lo que todavía es público así sea controlado por el Estado, pero además propiciar que lo controlado por el Estado sea cada vez más comunitario, que pase del control estatal al control comunitario. Por ejemplo, últimamente he estado pensando que sería muy bueno que la comunidad se organizara en el barrio para gestionar los residuos y no depender únicamente de las empresas que recogen la basura. No es tan complicado, porque si unx en las casa separa los residuos y hay lugares donde se puede reciclar o vender el vidrio, el papel y los residuos orgánicos se pueden compostar o simplemente enterrarlos para que se desintegren, ¿qué necesidad hay de depender de un servicio pago del aseo? Juan: No es que sea una necesidad, a muchos de nosotrxs en la ciudad nos enseñaron o acostumbraron a depender de otrx que nos solucione estas cosas y creería que en este momento no todxs estaríamos dispuestxs a resolverlo por si mismxs. Camilo: Otra cosa podría ser el tiempo, porque no siempre se va a tener el tiempo para enterrar los orgánicos, convertirlos en compost, reciclar; aunque podría haber personas que sí. Pedro: pero vea que eso es lo mismo que cuando las personas contratan a alguien para limpiar la casa, donde la gente argumenta: es que yo no tengo tiempo para limpiar la casa, no tengo tiempo para lavar la ropa, no tengo tiempo para lavar mis platos, la pregunta que debe hacerse es: ¿qué es lo que pasa que no se tiene tiempo para hacer las cosas básicas de la vida de unx? Creo que todxs somos capaces. por ejemplo, de hacer esas cosas como lavar la losa, la ropa, tender la cama, organizar la casa; 173


No son cosas que unx no sólo puede hacer y debería hacer, más que todo porque si unx no le saca tiempo a eso termina inevitablemente explotando a alguien para que se lo haga, porque contratar a alguien para que se lo haga es explotarlx. Camilo: al punto que voy es cómo nuestro tiempo está siendo determinado por las dinámicas del sistema, hay personas que en serio no les queda tiempo para hacerlo y creo que es la mayoría de las personas en general Pedro: Ahí está el punto, ¿porque unx no tiene tiempo? hay una parte muy importante y es porque toca trabajar mucho, así de simple, y toca trabajar mucho porque se gana una miseria, entonces si unx trabaja sólo dos horas no le alcanza para vivir, por eso le toca trabajar un resto y se está muy ocupadx, ese es uno de los puntos de porqué el trabajo asalariado y la acumulación de capital no son gratos, porque a algunxs nos toca trabajar mucho y no podemos tener una vida digna. Por ejemplo, el anarcosindicalismo propone que el horario de trabajo sea de 4-6 horas, si la gran mayoría trabajáramos estas horas al día, no sólo habría pleno empleo, sino que además tendríamos lo suficiente para vivir. Juan: Esto sería una muy buena alternativa, teniendo en cuenta que fuese un trabajo colectivo, ahora no sabría si decir que fuera bien remunerado, bien pago o que todos por trabajar ese tiempo tuviéramos lo necesario para solventar nuestras necesidades. Pedro: Más allá de si es un salario, el cálculo es si todxs trabajaran cuatro horas hay suficiente riqueza social para que todxs coman, tengan casa, tengan vestido, tengan lo básico y queda tiempo para lo que se quiera, si usted quiere seguir trabajando, 174


si quiere dedicarse a dormir, si quiere dedicarse a estudiar o lo que sea. Es una cuestión de porqué nos tienen tan controlado el tiempo, como diría unx compañerx comunista: la dictadura del capital y el Estado, porque en últimas el Estado es quien defiende eso, y ahí cobra algo de vigencia eso de que hace falta abolir no solo al capital sino también al gobierno. Bueno, otro de los puntos que está en el programa de Malatesta tiene que ver con la lucha contra el patriotismo, la abolición de las fronteras y la fraternización de los pueblos, en últimas lo que hace el Estado con las fronteras es mantener como un corral donde puedan sus dueñxs controlar a las personas y que no vengan lxs dueñxs de otro corral a controlarlas, la crítica a esto es absolutamente vigente. Juan: claro, el control es también por negocios como si las personas fuéramos mercancías, y dependiendo de los intereses de los dueños se establecen o no relaciones evidentemente comerciales, entonces: ¿quien administra el corral realmente lo hace para que las personas estén bien, lo administra para que las personas de otro corral estén mejor o simplemente para su beneficio? Por eso la importancia de la abolición de las fronteras y sus dueñxs. Pedro: con esto del comercio entre corrales, uno podría decir que una de las peleas que en su momento alentó a parches anarquistas acá, era contra el TLC, porque los TLCs lo que hacen es acabar con la economía y producir más pobreza beneficiando a otros corrales, pero es curioso porque al mismo tiempo pelear contra el TLC se podría entender como que aquí tenemos que seguir manteniéndonos encerrados. Si uno se pone del lado de los neoliberales promueve que se abran irresponsablemente las fronteras y se joda la economía. Pero claro, quedarse solamente en defender las fronteras económicas es peligroso, y eso me hace 175


pensar que en algunas cosas lxs anarquistas podemos ser muy conservadorxs porque no pensamos cuáles son las consecuencias de lo que defendemos, es decir que la lucha contra el TLC es una lucha absolutamente nacionalista de cerrar fronteras y de proteger a los capitalistas . Es decir, hay que buscar políticas económicas que no dañen a la gente pero sin que esto se preste para patrioterismos donde digamos: No queremos que vengan de otros corrales, sino que se mantenga nuestro corral donde lxs dueñxs son unxs pocxs. Ahí unx se da cuenta que acabar con los corrales no es tan simple y hay que aprender que debe ir de la mano con garantizar que las personas que estén en los corrales puedan comer y demás. Ese cuento del patriotismo es un invento que sólo le sirve a las élites para poder controlar a la gente de un lugar. Porque una cosa es tener identidad con un lugar, que unx se identifique con ese lugar, que unx quiera compartir con lxs que están al rededor, pero otra cosa es creer que eso es lo mejor o es lo único que debería ser, el patriotismo sirve por eso, porque le hace creer a las personas que su corral es el mejor. Pero sí creo que hay un punto débil que lxs anarquistas tenemos y es que una cosa es negar el patriotismo, y otra es reconocer que no todxs lxs humanxs somos iguales y que tenemos culturas distintas, culturas que generan unos lazos distintos. Entonces claro, la pelea contra el patriotismo, no debería ser pelear contra identidades culturales particulares, sin volver esas identidades (las comidas, bailes, canciones, tradiciones etc...) las únicas y mejores. Acabar con los nacionalismos no tiene nada que ver con acabar con la identidad que tiene la gente de los lugares sino con acabar con la dominación, que justifican con la identidad unxs pocxs sobre muchxs en un lugar. Listo, pero pasemos a otro punto del programa: Lucha contra las religiones y todas las mentiras aunque se oculten bajo el 176


manto de la ciencia y la instrucción científica. A mi hay algo que me gusta mucho de eso y es que creo que la ciencia también puede terminar convirtiéndose en una nueva religión: Cuando uno mira quien produce la ciencia, quien dice que es ciencia o no, es decir, que es absolutamente subjetiva y pretende ser la verdad objetiva y pura!. Esto me ha generado debates con otrxs anarquistas que confían mucho en la ciencia, y yo creo que es algo así como en las religiones que son nefastas cuando son un dogma, entonces aquí se debe hacer la reivindicación del libre pensamiento y la libre interpretación de la realidad. ¿Usted alguna vez ha pensado en eso? a veces me cuestiona que una cosa es acabar con las religiones como formas de adormilar a la gente para que no vea la realidad, pero me niego a pensar en obligar a alguien a que deje de tener religiones. El punto es que la gente crea en lo que quiera y que no utilice lo que cree para afectar a lxs otrxs y si usted quiere creer en el dios de la galleta, pues está en todo su derecho de creer en ese dios, pero no se puede volver el dios de la galleta el único que determine qué es lo que tienen que hacer el resto de las personas. Juan: ahí estamos hablando de imposiciones y al hablar de imposiciones creo que se estaría precisamente en contra de la libertad de lxs individuxs. Me parece curioso, estamos rodeadxs de distintas religiones a las que pertenecen personas con necesidades similares y buscan alentarlas según sus creencias; lo que para unxs está bien para otrxs no, cosa que también ha sido una eterna disputa. En el caso de lxs testigxs de Jehová de lo poco que conozco de sus creencias ellxs deciden qué hacer con su cuerpo en algunas situaciones: no permiten que se les haga transfusión de sangre ni que vayan a hacer algo con sus órganos, cosa que en principio es respetable y otra religión puede decir bueno si es para mí beneficio o el de otrx lo hago, son 177


diferencias entre las religiones, ahora ¿cómo lo vemos desde el punto de la conservación de la vida? Pedro: Usted, por ejemplo, ¿cómo hace para obligar a esa persona a que se haga una transfusión de sangre?, imagínese que está muy enferma. ¿por qué obligarla a lo contrario? Le voy a poner un ejemplo distinto pero que es el mismo caso: estos días he estado pensando algo a propósito de la libertad de conciencia, usted ve a alguien que se va a suicidar ¿lo deja suicidar? Juan: Creo que sí, si es alguien distante, que no conozca, con quien no haya generado ningún vínculo afectivo. Pedro: El punto es el siguiente si hay alguien que cree en algo en que unx no cree ¿unx tiene que obligarlx a que crea como unx? Juan: No Pedro: Es un punto como que si yo veo a alguien que va a suicidarse ¿por qué tengo que convencerlx de que no lo haga? si quiere morirse ¿por qué tengo que convencerlx de que viva? Hago la asociación, porque creo que esto tiene que ver mucho con una religión. No creo que el problema sea las creencias de la gente, a mí me parece que cada cual debe creer en lo que quiera, el problema es cuando elx que se va a suicidar termina obligandx a otras personas a que también lo hagan, porqué para éstx el suicidio es la forma como todxs deben morir. Retomando, quedan como dos bloques de temas que están en otros artículos de Malatesta: uno que es el de las elecciones y otro que tiene que ver con aceptar o no al Estado, son dos puntos de los más complicados y centrales de la discusión de la práctica.

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Juan: Hasta donde recuerdo hablaba de minorías y mayorías. Él decía hay unas minorías que son quienes mandan a las mayorías, pero finalmente esa mayoría es la que acepta a esa minoría, ¿cómo entendemos eso? Aquí tenemos esas minorías de las que yo hablaba anteriormente, que siendo minorías tienen una influencia o un poder gracias a la coerción frente a toda la mayoría. ¿Por qué si son tan pocxs contra tantxs? Gran parte se puede explicar a partir del funcionamiento del sistema capitalista existente para beneficio de unxs pocxs. Estxs adquieren armas o crean formas de control para doblegar a la mayoría, compran o tienen medios de comunicación para amoldar el pensamiento diciendo qué está bien o qué está mal, lo bueno y lo malo. Podríamos contemplar como medios de comunicación las escuelas, los colegios, las universidades y diferentes espacios de formación, siendo una forma de educar, formar o domesticar para mantener a esa mayoría alienada o convencida. En el momento que esta mayoría se cuestiona, pide explicaciones y exige soluciones sobre lo que está pasando, esas minorías utilizan todo su poder con la legislatura y su brazo derecho que es la represión con las armas. Aquí ha habido una resistencia por parte de grupos armados o guerrillas que han sido parte o han estado a favor de las mayorías, que en últimas quieren tomar el poder... Pedro: Aunque hay que tener cuidado con el discurso de mayorías porque eso puede llevar a decir que se pueden negar las minorías que están siendo oprimidas, el problema no es esa minoría por ser minoría sino por tener el poder concentrado... a los nazis en Alemania los eligieron democráticamente y la mayoría los quería, o pillemos el caso de Uribe. Pero bueno a propósito de lo otro que usted decía tanto las élites como la guerrilla lo que buscan es utilizar al resto, o sea, tener el control del estado para imponer sus ideas. Asimismo está el resto de la izquierda que busca construir partidos políticos, para tener parte de ese poder, esto es algo clave que siempre dice Malatesta y es: El pueblo no le tiene que seguir jugando 179


a ningún rol de poder, y menos de lxs que son las representaciones públicas producto de la vía electoral. La propuesta es siempre abstenerse, la abstención, no como dicen lxs camilistas que depende del momento, porque antes eran lxs más abstencionistas pero ahora ya no, sino que la abstención es simple, nunca funciona ir a votar porque siempre termina dándose el poder a otrx. El Estado en sí mismo es un problema y no sólo por quienes están ahí ahora, sino cualquiera que esté en el Estado inevitablemente va a terminar generando corrupción, clientelismo, acumulación de riqueza pública y eso no va a cambiar, es su naturaleza. El problema no es la buena fe de los grupos que quieren el Estado. Ni la gente de izquierda en general, sólo aquellxs que buscan todo el tiempo la burocratización, construir aparatos, y promueven la solución de los problemas sólo desde la participación en el Estado. Juan: Claro, pero al hablar de la amplia izquierda, también hay que reconocer que hay gente que está peleando todos los días cuerpo a cuerpo contra quienes representan al poder, y eso lo hacen porque hacen parte de la gente oprimida. Pedro: Y que igualmente en cierto sentido buscan cosas similares a nosotrxs. Yo creo que esto debería poner un siguiente punto en el que Malatesta, no sé si por su momento histórico, no lo ve tanto y es que lxs anarquistas no pueden estar aisladxs de la realidad y tienen que aprender a hacer alianzas. Juan: A ser estratégicxs en su caminar Pedro: Sí, en la vida práctica hay que saber encontrarse y saber muy bien hasta dónde se va. Es como lo que varias veces se ha dicho: no tiene que haber problema por trabajar con alguien de la izquierda en general, en la medida que él/ella y yo tengamos claro 180


que nuestra lucha conjunta termina en el momento en que alguno de ellxs llegue al Estado. Juan: Dado el momento en el que el anarquismo empezase a tener más impacto o más acogida algunxs de lxs que no están de acuerdo con nuestra propuesta, puede que nos lo demuestren agresivamente. Y entonces, ¿cómo estaríamos dispuestos a dar esa confrontación? Sin desconocer que históricamente aquí en Colombia nos han enseñado que a bala callan a todxs. ¿Qué pasaría cuando estuviera en marcha un proceso anarquista, si aquí todo lo acaban a bala? ¿Cómo lo defenderíamos? ¿se tiene que defender de la misma manera? ¿Bala por bala?, ¿esto será lógico? Creo que no se ha tenido ni la capacidad ni la estrategia para generar una conciencia tan grande que cale y nos invite a a pensar: ¿qué tan buena es la utilización de la violencia? Otro cuestionamiento podría ser ¿qué pasaría si los comunistas tuviesen el poder? Esto me pone a pensar que en algún momento tenemos que tener la capacidad por lo sano de resolver hasta dónde yo defiendo el negro y hasta dónde tú defiendes el rojo. Pedro: Ahí es donde está el punto: una de las cosas que debería reivindicar el anarquismo es volver a tenerle sentido a la vida humana, y es que sí es muy difícil que tanto en Colombia, como en otros países la vida humana no vale un peso y no se duda en acabar con ella, es una realidad muy difícil. Porque imagínese ¿qué significa acabar con una vida humana? Hacerlo de un momento para otro, porque alguien lo decidió, se acaban todos sus proyectos, es una fragilidad absoluta. Cuando a unx le echan bala pues evidentemente no hay que dejarse matar, pero la pregunta es: ¿nosotrxs debemos responder con la misma violencia e iniciar un espiral? si me echaron bala a mi ¿respondemos de la misma manera?

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Juan: esa es la complejidad de la cosa, como sujeto político creo que debemos respetar la vida de lxs demás y tener claro que nuestra libertad no puede pasar por encima de la de lxs demás. Pedro: Creo que hay algo muy interesante y es editar este tipo de textos y reflexiones que se han dado antes, nos permite aprender que en el pasado ya se han propuesto cosas, que en algunos momentos se han intentado hacer y eso ha dejado algunas prácticas con sus experiencias, de las cuales debemos ser conscientes. Constantemente en los trabajos que hacemos nos damos cuenta de cuáles son los límites del trabajo en la coalición y en sentarse a buscar estrategias múltiples. Precisamente España, Rusia, Cuba inclusive Venezuela nos han enseñado que la izquierda es muy amplia y dentro de esa amplitud hay cosas que funcionan muy bien y otras que no tanto. En últimas reflexionando sobre lo que ha pasado y sobre lo que se ha escrito es que unx puede prever lo que sucederá en el futuro, y estar preparadx así sea poquito para enfrentar situaciones que se puedan presentar. Yo creo que la cuestión de los libros no es una cuestión de hacerlo por lo rico que puede ser leer, sino que la teoría, la historia, la literatura anarquista deben ser parte de un proceso de formación y transformación preparándonos, y en el momento que lo necesitemos tengamos esa capacidad de haber leído, de haber aprendido y de haber digerido todas esas cosas. Juan: Para complementar un poco más esto que tu acabas de decir, cuando nosotrxs nos referimos a esa teoría, se queda en una teoría tan alejada de la práctica. Ahora hablando del anarquismo como una Utopía, si esa teoría la seguimos manteniendo simplemente como teoría y como ideal pero no puesto constan182


temente en una práctica cotidiana, para mirar si funciona o no en el aquí y el ahora, sería negarnos la posibilidad de saber si es funcional o no. Pedro: Precisamente por eso es tan importante Malatesta, porque fue de lxs pocxs personajes que en la difusión y propaganda del ideal anarquista como práctica, estuvo con los trabajadores, en la organización obrera , haciendo periódicos, huelgas, cuando se tuvo que armar se armó. En fin, lo real es que su escritura es resultado también de un ejercicio de vida en la práctica. Juan: Así es, ahora lo que nos queda es no dejar este libro en simples páginas, sino convertirlo en prácticas de transformación. Pedro: Esa, es la actitud!

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“El anarquismo apoya la libertad para todxs con el único límite de la igual libertad de lxs demás; que no significa que reconozcamos, ni deseemos respetar, la “libertad” para explotar, oprimir, mandar, lo cual es opresión y ciertamente no es libertad.” Malatesta.


Editado en el marco de la primera feria del libro anarquista de Bogotรก. Septiembre 2013




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