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Del albur
Alfonso de la Hoz González / Marino y diletante
Reza un conocido reclamo publicitario que Madrid es el primer puerto de mar de España, en lo que a la calidad del pescado se refiere. No he tenido ocasión de comprobar tan ingenioso aserto, producto de la ingeniosidad de los asesores de la firma Pescaderías Coruñesas, pero debo confesar que durante los dos años en los que estuve destinado en la Dirección de Asuntos Económicos del cuartel general de la Armada tuve conocimiento de la existencia del albur, un delicioso pescado que se consume a orillas del Guadalquivir, merced a las sabias indicaciones de mi buen amigo Alejandro Palma, a la sazón natural de Sevilla.
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Tras un par de visitas a la capital hispalense que resultaron infructuosas, el pasado verano al aterrizar en el aeropuerto de Sevilla, procedente de Las Palmas de Gran Canaria para dirigirme a Cádiz, decidí hacer un alto en el camino y recalar en la localidad de Coria del Río, auténtica meca de los degustadores del albur (liza ramada), un primo lejano del mújol o lisa (Mugil cephalus). Ambas especies pertenecen a la familia de los mugílidos, si bien el albur habita en aguas dulces como las del Guadalquivir, donde pude comprobar como los automóviles toda-
vía cruzan el río a bordo de grandes barcazas. El albur mide unos diez centímetros de longitud, aunque puede alcanzar los cuarenta. Tiene un cuerpo compacto de color entre azulado y grisáceo y una cabeza bastante desarrollada. Se dice que posee un control de la voracidad, por lo que depreda a otras especies cuando ya están muertas Es un pescado blanco con muy bajo contenido graso y un 20% de contenido proteico. Admite múltiples recetas, incluso en tartar debidamente marinado o a la espalda con ajada de por medio.
En Coria del Río, tuve oportunidad de degustarlo frito y en adobo en el popular Kiosko bar “Los Patitos” así como a la brasa sobre una cama de puré con reducción al vinagre, en “Sevruga”, un restaurante algo más sofisticado.
En ambos lugares pude disfrutar de unas maravillosas vistas sobre el rio, admirando la navegación fluvial, pese a que fuera interrumpida de vez en cuando por algunos niñatos haciendo el carajote y derrapando con sus motos acuáticas sobre “los borbollones de agua clara del Guadalquivir”, en expresión poética de Antonio Machado.
Al Tío de la úlcera le habría dado un
Albur

síncope si al Malaspina le hubiera cortado la proa alguno de estos temerarios navegantes quienes, en lugar de aprovechar la múltiple riqueza cultural dejada en la localidad sevillana en 1614 por la embajada del samurái Hasekura Tsunenaga, han restringido sus inquietudes por lo nipón a los modelos motonáuticos de las fi rmas Honda y Yamaha.
Merece la pena dejarse caer por Coria del Río a principios de mayo, con motivo de la Fiesta del albur, donde se reparten más de mil kilos de tan preciado pescado en el paseo Carlos de Mesa.
Como referencia cinematográfi ca, en la multilaureada película “La Isla Mínima” (Alberto Rodríguez, 2014), rodada en La Puebla del Río e Isla Mayor, el policía Juan Robles, interpretado por Javier Gutiérrez, da buena cuenta de una ración de albures manteniendo con Trinidad, la chica de la pensión en la que se aloja, el siguiente diálogo: -Muy bueno el adobo. ¿Qué pescado es? -Albures. -No los había probado antes. Están muy buenos.

