Anuario Garrincha 2016

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JULIO

Las lágrimas de la anfitriona

Vincent Far | @Postmoe Portugal se tomó su particular revancha con la Eurocopa doce años después de perderla y lo hizo de la manera más poética: vistiéndose de su verdugo en 2004, en una final sonada, y con su paladín, elemento central del drama de Lisboa, de capa caída. Los lusos, que con un Cristiano Ronaldo desfondado y un plantel de promesas en dilución, no tenían armas para competir desde la ortodoxia del fútbol de último grito, ganaron desde el único enfoque que les quedaba. Ganaron con Cristiano saliendo del campo en camilla. Como para romper un maleficio fundamental. La fortuna, por una vez, les sonrió. Tuvo que ser Fernando Santos, y no podía ser de otro modo. El paso por Grecia no debió ser casualidad, se trataría de seducir a los hados y rizar uno de esos rizos que tiene la historia. Tras llevar a la selección helena por la senda de la competitividad, siempre con un fútbol árido, Santos llegaba curtido y con bagaje a Francia 2016. Con una Seleçao desequilibrada, como siempre. Ese equipo tradicionalmente cojo en la delantera, y que chirría cuando juega para su héroe nacional, tanto que parece que los

demás se paren a mirar de dónde sale ese ruido a engranaje roto cada vez que se la pasan a Ronaldo. Después de unos tímidos partidos de concesión al fútbol que le exigimos a los equipos que no bancamos, Santos debió decirse a sí mismo que no valía la pena realizar el torneo al uso y volver a casa sin más. Aplicó el libreto que le había servido con Grecia y acabó ante Croacia con el hybris de Portugal, esa maldición nacida en torno a la necesidad de darle todo el protagonismo a los prodigios de la generosa cantera lusa. Así que, rompiendo la baraja a partir de las eliminatorias, Santos plantea una Eurocopa parca, en la que su equipo no dudará ─como a él le gusta tanto─ en retroceder hasta lo más profundo de su área para no encajar. La premisa estará siempre en ser un equipo más pesado que compacto, más impenetrable que reactivo. Toma como aliados el desgaste y el menor nivel medio que son habituales en una competición entre países; los explota. Y sobre esa base, pequeñas genialidades de entendido verdadero. El fútbol puede ser de los científicos, pero también de

artesanos más modestos: de mecánicos de ciclomotor. El chaval trae su vespino, el manitas cambia un par de piezas, aprieta aquí y allá; lo ha hecho otras veces. Fernando Santos juega con varias piezas, y chapucea tan bien con ellas que acaba compitiendo. Para todo lo demás, Pepe es la escoba que limpia de virutas el garaje. La primera tuerca es Nani, que lo ha hecho bien en el fútbol turco, pero que ya no es la eterna promesa y no entusiasma a nadie. El

Pepe es la escoba que limpia de virutas el garaje caboverdiano renace como delantero, no solo para marcar goles vitales para su equipo, sino para que se hable bien de él, tantas veces incomprendido. Nani demuestra que entiende de fútbol pese a todo. Las expectativas siempre magnificaron lo que no podía hacer y empequeñecieron los aspectos en los que brillaba. Muchos tuvieron que olvidarse de él para redescubrirlo, aunque la clave estuvo en que su entrenador no necesitara hacerlo. No es evidente reinterpretar a un jugador famoso en lo posicional: 60


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