Domingo Goás Chao - Una aventura Europea

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Domingo Goás Chao

AVENTURA !

UNA

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UNA AVENTURA EUROPEA ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !

1980

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AGRADECIMIENTOS

A todos aquéllos que me han ayudado a sacar adelante esta historia, leyendo borradores, corrigiendo estilo y puntuación, y en especial, a Asunción, Isabel, Raquel, Pía, Antonio, Julio G., Julio R., Daniel, Alberto, Manuel, Pepe P., José Luis por perder tanto tiempo en tan ingrata dedicación.

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A todos ellos, Gracias mil. ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !

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DEDICATORIA

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A mi familia y amigos que son familia todos sin excepci贸n.

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PRÓLOGO

Dar a luz a una novela con tres cuartos de siglo a las espaldas no resulta mérito alguno del que poder presumir por lo que este engendro es más fruto de la inconsciencia que de la reflexión. Me acojo al axioma latino de que “errare humanum est” y a su cobijo, solo me resta pedir disculpas por la osadía. Es el tercer escalón humano tras tener un hijo y plantar un árbol, aunque el escalón sea complicado cual escalera de caracol.

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La obra está basada en hechos reales. El cronista, presente en muchos de los lugares donde ocurrieron los hechos, conoció personalmente a los personajes y, sobre ellos, noveló cuanto le vino a la mente. Es muy posible que alguno de los lectores identifique a los personajes o, al menos, a alguno de éllos. Por lo que pide disculpas por si alguien se pudiese sentir molesto o disgustado.

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La vida, en muchas ocasiones tiene arcanos muy bien guardados pero que, por circunstancias diversas, acaban saliendo a la luz y, como dice el mismo cronista, puede ser que se haya pasado muchos pueblos narrando determinadas confidencias de alguno de los personajes. Pero ocurre como con las meigas que, haberlas, húbolas.

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Finalmente puedo asegurar que solo sentimientos nobles se tratan de reflejar en esta historia pues me consta que se ha escrito “por el amor a una mujer”.

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Como dice el aforismo suizo, “amor medicabilis nullis herbis” El Autor

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VIAJE A LA ILUSION

ANZÈRE era, a finales de los setenta y principios de los ochenta, una estación de invierno de incipiente aprovechamiento turístico. La !10

pequeña plaza del pueblo albergaba unas bellas edificaciones, bajas en general y, ya al inicio de aquellos inmensos bosques de arizónicas, pinos y robles, en lugares muy puntuales se habían erigido, aislados, unos pocos bloques de apartamentos de no más de tres plantas, con vistas, los pisos altos, a su entero entorno y, según su ubicación, desde algunos, la impresionante visión de la retahila de montañas nevadas que constituyen parte de la cadena alpina, cuya contemplación semejaba una sucesión de copas enormes de merengue o chantilly, batidos a punto de nieve, formando un circundo que cerraba un espectacular paisaje indescriptible, tanto por su belleza como por su grandiosidad.

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También podía asemejarse a una cadena de templos budistas con sus cúpulas y sus torres, albas, brillantes por la refracción solar y exigentes de dedicación y atención, y todo ello desde la terraza de uno cualquiera de aquellos confortables y bellos apartamentos.

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En Anzère y, concretamente en dichos apartamentos, había concitado su dueño, a iniciativa mía, a un buen amigo, abogado, para unas reuniones que se iban a prolongar por tiempo de una semana y en las que se trataría, de modo exhaustivo y en toda su profundidad, el planteamiento de la defensa que había de llevarse a cabo a favor del anfitrión, temporalmente, titular de los apartamentos, llamado Jonás pero al que familiarmente conocíamos con el apelativo cariñoso de Totó, ante la Comisión Europea de Derechos Humanos en Estrasburgo y contra la Confederación Helvética.

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Lo más destacado de Anzère, de su “hábitat”, eran las casas de madera típicas de “week-end”, muy distintas de las clásicas americanas y canadienses, tanto por su tamaño, como por su estructura, como por su distribución y finalidad. Mientras la casa americana del norte y del Canadá, constituye la vivienda o residencia habitacional de sus moradores, la casa de madera suiza es una figura geométrica casi piramidal, con una planta baja donde se sitúa la cocina, el salón y, no en todos los casos, un conciso aseo con lavabo y retrete, y un pequeño ático, donde se halla el único dormitorio, también muy reducido de superficie. No debe extrañar lo de la ausencia de aseo interior, porque, en el exterior, posiblemente para !11

ahorrar fosas sépticas, se construía uno común para determinados vecinos.

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Unas ventanas de reducida superficie, casi unos tragaluces, sin estores ni cortinas y cuyo cierre se efectuaba mediante unas contraventanas, de manera casi hermética, que se abrían y cerraban en forma de corredera por fuera del lucernario, servían para la iluminación y ventilación del ámbito.

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Era habitual que los suelos estuviesen acolchados con varias alfombras gruesas superpuestas, y la manera de calentar aquellas casi chozas de menos de cuarenta metros cuadrados de superficie, era mediante una estufa de leña que apilaban los vecinos en un pequeño cobertizo, también de madera, adosado a la edificación principal y cuyo fuego se aprovechaba para calentar el agua sanitaria en sus distintos usos.

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Yo disponía de una de esas construcciones en la Alta Saboya, en Francia, cerca de Ginebra, pero he de reconocer que, en general, los accesos a estas viviendas de fin de semana, o, a lo sumo, de breves vacaciones o “pic-nics”, eran difíciles topográficamente y deficientemente transitables.

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Estas condiciones no eran ajenas a las casitas instaladas en Anzére, si bien, su uso se reducía en la práctica solo a la estación invernal y los vehículos que por allí circulaban iban provistos de ruedas de clavos, lo cual les facilitaba acceder con relativa facilidad a ellas.

Al no formar núcleo urbano, lo que pudiéramos llamar caminos de acceso eran como pistas forestales sin formar un trazado ortogonal, ni siquiera en forma de espina de pez, sino consecuencia o fruto de una ordenada anarquía. No se podía decir que, por su ubicación, proyecto u ordenación, aquellas pequeñas casas supusiesen el menor caos urbanístico. Por el contrario, resultaban unas obras de gran afinidad con el paisaje y de total respeto al medio ambiente.

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Se trataba, por tanto, de un lugar más bien refugio de alpinistas o esquiadores que propiamente residencial. Y así, gozaban de escasas !12

comodidades y mínima confortabilidad. Pero constituían un envidiable entorno urbanístico con hechuras propias del medio rural.

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El ascenso a Anzère era difícil, complejo y con riesgo, debido al sinuoso trazado de la calzada que accedía desde los valles verdes, llenos de viñedos, que inundaban el Cantón del Valais.

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Como prácticamente en todas las carreteras alpinas suizas, el firme era bueno y el límite entre asfalto y verdor estaba perfectamente diferenciado, pero el trazado no era en absoluto especulativo, en el sentido de que carecía de precipicios o grandes desniveles, y aunque algún tramo podía adquirir pendientes superiores al 10%, todo el viaje discurría ladera arriba por el cuerpo de las montañas, huyendo de rutas escarpadas o inseguras, es decir, de precipicios o despeñaderos.

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Conducía Gastón y, aprovechando el viaje para otros fines que luego nos contó, le acompañaban su compañera Fina, su pariente Modesto y yo mismo, quien, como común amigo de Gastón y Totó, hacía, además de introductor y presentador de cliente y letrado, de colaborador en la exposición de los hechos que iban a ser objeto de estudio y consideración.

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Llegamos felizmente en el flamante SEAT 124 SPORT 1800 que usaba habitualmente Gastón en sus desplazamientos europeos y el único problema que se planteó estribaba en que, debido a la altitud de Anzère, 1500 metros, el conductor andaba con dificultades respiratorias que, gracias a ir entretenido conduciendo, se evitó que el potencial problema fuese más grave por los posibles aditamentos psicológicos que pudiesen haber complicado obsesivamente la estancia.

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Tal distracción hizo el milagro de que, por una parte, dadas las cotas y porcentajes de pendientes, la subida se fuese efectuando de modo lento con lo que la adaptación fisiológica a la altitud se iba realizando poco a poco, de modo nada traumático y, por otro lado, el permitir ir visualizando las edificaciones tan curiosas jalonadas a lo largo del trayecto, constituyó objeto de comentario y !13

conversación prolija y amena para un profesional del Derecho que trabajaba con gran éxito y variedad los temas urbanísticos. Ellos eran su fuerte, incluso hasta la diletancia y la justificación entendible, oyendo su razonamiento:

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- “Cuando te dedicas a cuestiones de orden personal o familiar, es inevitable involucrarte en ellas, es obligado introducirte, penetrar en el problema, es imposible no vivir, convivir, sufrir y gozar con el sujeto afectado. Y no hay ánimo que resista tal abducción. En cambio, los objetos, el suelo, el sólido capaz, no te involucran. Me temo, añadía, que este asunto que vamos a administrar y dirigir nos va a traer más de un trauma moral. Ojalá me equivoque”.

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Tras manifestar su curiosidad, no exenta de admiración, por lo que iba conociendo, a la vez que le quedaba difuminada su posible dificultad respiratoria iba alimentando su mente con conocimientos novedosos que lo reconfortaban, y yo me iba sintiendo muy gratificado por poder satisfacer sus anhelos de saber.

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La llegada fue, pues, como el suave aterrizaje de una aeronave a cuyo piloto lo ovacionan los pasajeros. Paramos justo delante de nuestros alojamientos en el aparcamiento correspondiente a uno de ellos, quedando el otro para que aparcase Totó cuando arribase, lo que era de suponer que tendría lugar muy de mañana.

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En el ambiente flotaba la duda: ¿qué nos depararía a cada uno de nosotros aquella aventura?

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PRIMER DÍA

Los dos apartamentos en los que nos íbamos a alojar en los días siguientes, si bien estaban situados en dos bloques diferentes se ubicaban inmediatos porque se trataba de edificios gemelos y con la misma accesibilidad lo que obligaba, en caso de pretender acceder !14

de uno al otro, a bajar al portal y, o bien subir las escaleras, o bien alcanzar la planta alta en ascensor.

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Yo me acomodé en el apartamento del Bloque A, donde se alojaba Totó, mientras que la pareja y Modesto se instalaron en el Bloque B, desde donde también se divisaba la cadena alpina a que ya he aludido, de una belleza impagable.

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A Fina, como suiza que era de origen, no se le hizo desconocido el paisaje puesto que, decía, de niña, por unos problemas pulmonares la llevaban a pasar el verano a los Alpes centrales, a fin de que le sirviese de reconstituyente, alimentándose a base de leche fresca, mantequilla y carne y también, esta última, cruda y procedente de aquellas vacas suizas a las que Modesto identificaba como la variedad conocida como “rubia alpina”.

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Tanto Gastón como Modesto no cesaban de manifestar su admiración por el paisaje, así como su curiosidad por conocer el nombre de los incontables picos que se contemplaban, también con absoluta precisión y nitidez, desde la sala-comedor del apartamento de Totó.

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Nosotros habíamos llegado a Anzère alrededor de las 6 de la tarde y ya no pudimos ver a Totó, porque a las 5 p. m. debía bajar para dormir en la cárcel de Sión, donde disponía de régimen abierto.

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Pero como todavía había día, es decir, luz, al menos una hora, Modesto y yo, desde el apartamento de Totó, decidimos bajar a dar un paseo por el pueblo y aledaños, mientras Fina se quedó allí acompañando a Gastón, que acusaba su particular angustia y prefirió no hacer ejercicio con el fin de aclimatarse para el día siguiente, circunstancia perfectamente normal, dada su preocupación por la altitud.

A eso de las 7 de la tarde pasadas, Modesto y yo llegamos al apartamento de Totó, donde todavía estaba Fina sentada en el sofá hojeando una Bunte quizás atrasada, y Gastón tumbado a lo largo del mueble y con la cabeza reposando en el regazo de ella. Quizá por pura comodidad o para evitar más cansancio o fatiga habían !15

preferido no desplazarse todavía al otro apartamento, donde debían alojarse.

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Los invité a sentarse a la mesa y, siguiendo un rito para mí habitual, fui al aparador, tomé un mantel y unas servilletas y empecé a preparar la cena. Inmediatamente se levantó Fina para brindarme su colaboración, que resultó de lo más eficaz, pues su dominio de manteles, platos, cubiertos, vasos y copas era innegable, y probaba rotundamente su disponibilidad y conocimiento del arte ornamental, lo que se consolidó después con el gastronómico cocinando en el horno y en el microondas los platos que había dejado preparados Totó para nuestra cena, antes de bajar a dormir a la cárcel.

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Cenamos más opípara que frugalmente, pero dentro de la discreción propia de una cena y como, por fortuna no había televisión, sino sólo un gran aparato de música, con la melódica compañía de varias canciones “country”, francesas e italianas principalmente, tuvimos una larga sobremesa que aproveché para poner a Gastón al tanto de determinados pormenores del asunto que nos iba a ocupar los días sucesivos, habida cuenta de que él ya conocía las bases principales y el intríngulis de la cuestión. Y, cómo no, también los ilustré de los hábitos de Totó para que no los pillase de sorpresa, pues no dejaba de tratarse de un sujeto muy peculiar.

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Yo había conocido a Totó un poco por casualidad y otra pizca por colaboraciones profesionales.

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Totó era persona jocunda, vitalista y enormemente optimista que decía haber nacido en Niza, la bellísima capital de la Costa Azul, inmortalizada por Françoise Sagan en su inolvidable novela “Bonjour Tristesse”, cuya traslación al cine fue protagonizada por David Niven, la recientemente fallecida Deborah Kerr y la inolvidable belleza llamada Jean Seberg que, hastiada de nada, tanto el la vida real como en la virtual, acabó suicidándose en plena juventud. La única peculiaridad que de su nacimiento se derivaba, del de Totó, naturalmente, era que sus padres eran italianos y el padre, Cónsul de la Italia prefascista en Francia.

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Disfrutaba, por tanto, de doble nacionalidad: la italiana por “ius sanguinis” y la francesa por “ius soli”.

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No obstante, la guerra mundial de 1939 a 1945 la soportó livianamente en Suiza; primero, en colegios y universidad, donde cursó estudios de Derecho, concluido el Bachillerato o “Maturité” y después, también allí, ya en calidad de residente, inició sus negocios inmobiliarios que irradió hacia Francia e Italia primero, para arribar a España a la Costa del Sol a finales de la década de los sesenta y, a lo largo de la de los setenta, como consecuencia de avatares difusos y oscuros como he podido, más tarde, llegar a conocer.

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Se había casado muy joven con Ruth y habían tenido dos hijos.

Sus múltiples affaires, viajes y traslados, según él mismo refería, lo convirtieron en un ser nómada y aventurero hasta el punto de que, cuando comenzó a tener los problemas que lo llevaron a la prisión, tanto la mujer como los hijos lo abandonaron.

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En su soledad, mantuvo siempre el apoyo de su fiel secretaria Esther, que, creía Totó, no nos iba a acompañar estos días, pues eran de trabajo, y ella estaba para consolarlo en sus penurias y para cuidarlo, ya que su salud no era todo lo buena que deseaba a causa de que, de tiempo en tiempo, tenía desvanecimientos, como procesos semejantes al Síndrome de Stock-Adams, que requerían una pastillita sublingual de una medicina, cuyo nombre no recuerdo, de uso habitual en Europa, especialmente en Francia y desconocida, o por mejor decir, no fabricada y, por tanto, no utilizada mas que en casos muy excepcionales, en España, donde no se encontraba por lo que en caso de necesidad, había que encargarla a Francia.

Estos días, estaba yo para sustituir, si fuese preciso, -entiéndaseme la metáfora- a Esther.

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Respecto al sistema de vida a observar durante nuestra estancia en Anzére, estaba prevista la siguiente agenda: Totó salía de la prisión a las siete de la madrugada. A las ocho, iba al supermercado y a la tienda de “delicatessen” y compraba el material que estimaba conveniente para desayunos, comidas y cenas de los visitantes y de él mismo a mediodía. En torno a las nueve de la mañana llegaba a su !17

apartamento, donde yo también me alojaba, y le preparaba el desayuno, por cierto, el de él austero, como monacal, pues solo bebía café negro de Colombia, y a lo largo de la mañana en su cafetera italiana de “paquete” se preparaba tres o cuatro “negrillos”, al estilo carioca, negro, hirviente y pequeño.

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En el apartamento de los invitados, por su parte, había provisiones para varios días y allí desayunaban sus tres ocupantes.

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A las 9.30 estaba previsto que comenzásemos a trabajar, Totó, Gastón y yo, hasta las 12.30, hora en la que el anfitrión ordenaba nuestro desalojo. En media hora de actividad culinaria, es decir, a la 1 de la tarde, nos recibiría para comer.

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En el ínterin, además de las labores propias de la cocina, el anfitrión preparaba tanto la mesa principal como la auxiliar, a fin de tener todo a punto, incluso botella de vino abierta, para cuando arribásemos.

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Así pues, siguiendo inveteradas costumbres del cliente, según sus propias afir maciones, cuando llegásemos a comer nos encontraríamos con dos mesas preparadas: la propia de comedor y la mesilla auxiliar bajita de 1,50 por 0,70, sobre la que habría bandejas de canapés, una botella de vino blanco, generalmente “Chablis” y, siempre, una botella de “Dom Perignon” o del “Marqués de Pomery”, indefectiblemente “brut”, para la elección libre del usuario.

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Tras el aperitivo, copioso, pasábamos a la mesa tradicional en la que estaría abierta, desde una hora antes, una botella de vino tinto, francés o italiano, según el “casting” gastronómico que hubiese elegido el anfitrión y, sin permitir ayuda o intendencia de clase alguna, se levantaba, iba a la cocina anexa, diminuta, pero suficiente, para servir un menú variado, de dos platos y postre y en el cual las sorpresas estaban al orden del día. Mención especial merecía el día que preparaba “entrecots”. Mientras estábamos los comensales degustando unos “fetuccini”, “tortellini” o raviolis, por ejemplo, se levantaba, se revestía de un mandil blanco, impoluto, y en una sartén con una mínima porción de mantequilla, a alta temperatura, !18

cocinaba a su estilo, -siempre “sagnant”-, media docena de porciones de carne que acercaba, a la vez, a la mesa a fin de que todos pudiésemos degustarlas simultáneamente.

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La comida concluía, de nuevo, en la mesa auxiliar, con café, champagne, grapas u otros “digestivos” a que son tan aficionados los helvéticos.

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A las 14,30 horas estaba previsto que comenzásemos la sesión de tarde, que duraría, de modo ininterrumpido, hasta las 17 horas, momento en el que, con la obligada rutina diaria, volvía a bajar el anfitrión a su celda nocturna.

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Cuando procesaron a Totó, yo, aunque profesor y jurista, no estaba habilitado para ejercer como abogado, por lo que sólo podía ayudar testificando y asesorando al Letrado suizo que lo defendía, acerca de la legislación española aplicable, hasta que llegó, en pleno desarrollo del juicio, y en plan de codefensor, un hombre encantador, letrado del colegio de Sevilla, que lo había asesorado personalmente, en su incursión inmobiliaria en España. El bueno de Pepe Barril, que así se llamaba el inefable personaje, no tenía ni la más remota idea del idioma vehicular ginebrino, que era el francés, por lo que decidí, de común acuerdo con el abogado suizo, Mre. Dignan y el propio Totó, que Barril solo actuase como testigo con traductor.

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Como se pudo ver yo, que conocí tanto a Totó en su plenitud, como a su fiel secretaria Esther, hube de convertirme en el “curator” del amigo cuando, acosado por la Justicia implacable del cantón de Ginebra, necesitaba ayuda jurídica y moral, principalmente que eran las únicas que podía proporcionarle, dentro de las limitadas posibilidades de que disponía, pues la sentimental y la doméstica incumbían a la propia Esther.

Cuando la condena devino firme, al ser ratificada por el Tribunal Federal, Totó se encontró con que los abogados autóctonos no lo apoyaron en su pretensión de acudir a Estrasburgo ante la Comisión Europea de Derechos Humanos y me creí con la responsabilidad de ayudarlo. !19

Aunque no puedo asegurarlo, intuyo que han sido dos las razones por las que Totó no llegó a poder contratar a letrados helvéticos para defenderlo en Estrasburgo: una que, oficialmente, no disponía de fondos para poder pagarles. Lo cierto era que no podía ni debía hacer alardes de dinero porque se lo incautarían. Tenía que ocultar todo lo que había podido salvar. No podemos olvidar que la defensa de que dispuso fue nombrada de oficio. La otra razón, entendí siempre que fue debida a que desconfiaba, dudaba, de la eficacia de la defensa que le habían proporcionado. É l s e s i n t i ó s i e m p r e indefenso ante los Tribunales, porque veía conductas inexplicables e inconcebibles que fueron quienes lo condujeron a la prisión.

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No se puede olvidar la desesperanza en que se sumió, antes de producirse la vista oral, situación anímica que lo arrastró a intentar suicidarse abriéndose las venas de las muñecas en el mingitorio de la cárcel.

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Que no disponía de dinero o, al menos, no hacía gala de tenerlo, era algo real. La justicia suiza se había incautado de todos sus activos oficiales. Si aún le era permitido utilizar los dos apartamentos ahora ocupados, lo era de modo transitorio hasta que, cumplida la pena de cárcel, fuese extrañado de la Confederación, es decir, expulsado del país por un período, inicialmente, de quince años.

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Y que no se fiaba de la defensa de oficio, probablemente sin razón, era porque no le cupo nunca en la cabeza el modo en que se produjo la detención de su abogado español, el amigo Barril, ni el abandono consiguiente, aunque consecuente con aquella detención, de varios de los testigos propuestos, posiblemente impresionados por lo que acababan de observar y temiendo la posible aplicación a ellos de idéntica o similar decisión.

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Sin la menor resignación, con el mayor empuje, con rabia infinita, me conminó un buen día:

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- “Samuel, búscame y encuéntrame un defensor que me ampare en Estrasburgo. Ojo que no tengo un franco. Quiero gente seria, ética, desinteresada y, sobre todo, profesional. Y ¡cómo no! que !20

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conozca el sistema judicial suizo y, al menos, que se desenvuelva bien en francés”

Exigía desesperadamente algo a lo que ni siquiera tenía derecho, ni fáciles posibilidades de conseguir pero pese a ello, le respondí:

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- “Totó. Estate tranquilo”.

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En aquel momento me sentí un poco como Fernández Miranda cuando le dijo al Rey de España, tras presentarle la solución que facilitase el cambio de la transición:

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- “Señor, estoy en disposición de proporcionarle lo que me pidió.

Sin salir de la ley, con una nueva ley”.

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Conocí a Gastón de una manera totalmente casual y, por tanto, accidental.

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Yo tenía un buen amigo en Madrid que era médico. El bonachón Dr. Matraz, cuya esposa, muchos años más joven que él, era vegetariana y, pese a ello, pesaba más de ciento veinte kilos.

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El Dr. Matraz tenía unos terrenos y una casa solariega en San Pedro del Pinatar, en plena costa norte de la Manga del Mar Menor y, aunque no sé bien la razón, imagino que se conocieron porque Gastón era un profesional que desplegaba una gran actividad en toda la Costa Mediterránea en su calidad de urbanista en una época en que aquellos especialistas escaseaban y, además, tenía propiedades en la zona.

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Me imagino que el Dr. Matraz debió acudir a su bufete y que Gastón se desplazaría con él a conocer el tema sobre el terreno, entablando de esa manera una relación amistosa además de profesional y, entre que la mujer de Gastón era suiza y el Dr. Matraz tenía intereses económicos en Ginebra y allí un amigo de toda confianza, Samuel, el sanabrés, “moi même”, en el primer viaje que efectuó Gastón a Ginebra, conectó conmigo y de ahí nació entre nosotros una firme amistad, extensiva a ambas familias. Yo he ido conociendo a Gastón y así, cuando llegó el momento en que Totó !21

me pidió ayuda existencial, le pude contestar que tenía lo que él necesitaba.

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En uno de mis viajes a Madrid, le planteé “el problema Totó” a Gastón quién, antes de decidir nada al respecto, dijo que quería ver papeles. De inmediato, le hice llegar papeles, dossieres y cartas de Totó. Y, según me manifestó después, aunque lleno de miedo, podía acceder a hacerse cargo del asunto pero no sin antes conocer al cliente, hablar con él, exponerle dudas, teorías, opiniones y conocer las suyas, sus ideas, sus convencimientos, sus esperanzas, anhelos y ambiciones. Había que hablar de todo menos de dinero.

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Totó era, oficialmente, insolvente y, por eso, el asunto “honorarios” no iba a ser objeto de mención. Entonces Gastón, con la conformidad de Totó, planificó el viaje: unos días en contacto permanente con el cliente; de allí a Estrasburgo y, a la vista de lo que en la sede de la Comisión Europea se concluyese, a Madrid a preparar la demanda.

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Tampoco me ocultó Gastón el orgullo y la satisfacción que le producía la confianza en él depositada y el honor que se le confería al ofrecerle la oportunidad de ser el primer abogado español que iba a actuar ante la Comisión Europea, a pesar de que España aún no había suscrito el Tratado de Roma. El dinero lo suplía con el honor que recibía, y la satisfacción de poder ayudar a un hombre en situación difícil tampoco era cuestión baladí. Gastón comentaba, con frecuencia, que procuraba seguir aquel consejo que no recordaba a quién lo había oído:

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- “No intentes convertirte en un hombre de éxito; procura serlo de valores”. Y añadía, que “en eso andaba”.

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SEGUNDO DÍA ! !22

A las 8 y media de la mañana del día siguiente a nuestra llegada, con puntualidad prusiana arribó Totó a su apartamento de Anzère provisto de una suerte de bolsas, que más parecía un ama de casa un sábado saliendo del economato que un convicto en prisión.

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Naturalmente yo ya estaba levantado y había desayunado cuando él llegó.

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Descargar las bolsas y echárseme encima en aparatoso abrazo fue todo uno. Un par de besos, uno en cada mejilla y, cual volcán en erupción, barbotó:

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- “Samuel, ¡te quiero! No sabes cuánto te agradezco lo que estás haciendo por mí, en mi situación, en que lo único que puedo ofrecer es alojamiento y comida a estos amigos con los que espero congeniar. ¿Te ha dicho algo, dado alguna impresión, el abogado?”

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- “No, Totó. Lo único que me ha dicho es que está impresionado con esta vista que ayer percibió y que, aparte de las puestas de sol en verano, en la Ría de Arosa en Galicia, en España, no había experimentado emoción semejante a la vivida ante este panorama que la que años atrás había gozado contemplando desde el avión la Bahía de Guanabara en Brasil. El Corcobado, el Pan de Azúcar, las Playas…. Esta visión en montaña; aquélla en mar.

Otro mundo. Por lo demás, no quiso hablar de nuestro tema hasta estar contigo”

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- “¿Lo llamamos? ¿Le avisamos de que estoy aquí?” !

- “Creo que no debemos hacerlo porque ayer estaba fatigado, pues tiene dificultades respiratorias a causa de la altura, y a lo mejor pasó una mala noche”.

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- “Vamos, que ni escalador, ni alpinista, ni siquiera esquiador. Con tal de que me defienda bien, vale, lo que te parezca mejor”.

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- “Estoy seguro de que en cuanto desayune se viene”, concluí yo. !

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A las 9 subieron Fina, Modesto y Gastón para saludar al anfitrión, y este, antes de dirigirse a ninguno de los forasteros, al ver a Fina le suelta de sopetón:

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- “Querida y distinguida señora. Permítame una interrogante, ¿nos hemos visto alguna vez antes de ahora? Porque si no fuese que la veo por primera vez, pensaría que la conozco; que la he visto antes de ahora en algún sitio. Me es Vd. tremendamente familiar.

Es un placer conocer a una mujer tan hermosa”.

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La respuesta de Fina fue fulminante: !

- “Muy gentil, pero tengo la absoluta certeza de que yo a Vd. no lo he visto nunca”.

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Resultó muy patente que Fina había eludido manifestar haber sentido el menor placer en conocerlo. No le había gustado para nada el saludo. Luego lo tacharía de frívolo y hasta de chabacano.

Como con tan inesperado preámbulo Totó había omitido saludar a Gastón y a Modesto, se apresuró a acercarse al primero de los dos y, con gran ceremonial, se dirigió a él en estos términos: - “Doctor, no tengo palabras para agradecerle que haya aceptado defenderme ante la última instancia que me queda en vía jurisdiccional. Es un honor y, también, el poder conocerlo. ¡Ah!, enhorabuena por la compañera que la vida le ha otorgado y disculpe mi sorpresa al verla. Como una aparición. Igualmente, señor Modesto, tengo mucho gusto en conocerlo y le deseo una grata estancia entre nosotros”.

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Mientras Modesto apenas balbució en respuesta al saludo de Totó un lacónico: “Mucho gusto”, Gastón optó por darle un tono jocoso al tema y así fue dejándole caer, en frases sueltas:

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- “Me alegra saludarle, amigo cliente. No le diré don Totó porque me recuerda el nombre al título de una obra literaria de un buen amigo escritor gallego el Cura Carballo, cuando narraba las aventuras de Don Otto por la Chaira, que es mi tierra. Yo le llamaré, si no le importa, Jonás y creo que, para empezar, no !24

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parece que esta escena pueda tener como referencia la última de la película Casablanca, cuando el protagonista le dice al corrupto Comisario francés, “creo que este puede ser el comienzo de una buena amistad”. Espero que no me la habrá estado enamorando antes de llegar ella a España porque, disculpe, es bastante más joven que Vd. Pero, ante todo y pese a su ligón preámbulo -como decimos en el argot de mi tierra-, reitero que me place conocerle pero, sobre todo, observar que, afortunadamente tiene Vd. las pilas bien cargadas y esto le ayuda a no estar obsesionado con su problema”.

- “Disculpe, Doctor, pero es que me resulta una mujer tan familiar… las gafas… no sé… perdonen… pensaré en ello.

Además y disculpe de nuevo, amigo Gastón, pero yo ante una mujer hermosa me olvido del mundo, y la suya es una joya de muchos quilates. Mis felicitaciones por ello”. ¡Ah! y llámeme por el apelativo que mejor prefiera. Me parecerá perfecto”.

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- “Muy amable, amigo, y muy agradecido. Ella, aunque abrumada y silente, se lo agradece también. Estoy seguro de que no pretende ser la protagonista de esta opera prima, ni interferir para nada en esta función. Me acompaña porque acostumbramos a viajar juntos y tenemos nuestros problemas que resolver. Pero su estancia es absolutamente intrascendente en nuestro quehacer. Así que, para evitar tentaciones y dado que tiempo habrá, hay que trabajar y, a mediodía, indagaremos acerca de esa aparición o reaparición.

Vamos a dejar, a la que noto confusa Fina, que se recupere del soponcio; ¡Que es muy tímida! Como una gacela ante un león.

Vamos, pues, si le parece bien, Jonás, a recomendarle, para que se nos mantenga en forma, que vaya con Modesto, su eterno compañero de viaje y querido amigo nuestro, al que nos hemos tomado la libertad de traer con nosotros, a disfrutar de estos hermosos bosques que, en mi tierra, conocemos como carballeiras”.

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- “Faltaría mas, profesor. Usted ordena”, -farfulló, un tanto descompuesto, Totó.

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Fina y Gastón se besaron y ella, con Modesto, tras discreta despedida, salieron a dar su paseo matutino con la admonición, por parte del anfitrión, de que:

! !

A las 13 horas, por favor, todos aquí a comer”.

Ausentes los turistas, los tres “tenores” iniciamos nuestra tarea, que para eso habíamos venido. Y así, comenzó la sesión:

!

- “Gastón, -dijo Totó-, ¿qué tal ha dormido? Porque me dijo Samuel que le había afectado la presión atmosférica”.

!

- “Pues apenas he podido dormir, porque tumbado tenía sensación de mayor angustia. Y ese nerviosismo que produce el insomnio, convierte el pretendido descanso en un círculo vicioso. Como no se duerme, al estar desvelado la mente sigue en plena actividad y le inyecta al subconsciente un montón de datos que, una vez reciclados, vuelven al consciente y así, en vela, parece que no pasan las horas. Pura teoría cuasi freudiana. Pero la verdad es que, para no desvelar a Fina, me fui al salón a recostarme en el diván.

Pero no pasa nada. Si esta noche no va mejor la cosa, un Valium y a dormir. No lo tomo nunca, pero no viajo sin él. Pura hipocondria. Muchas gracias por preocuparse por mi salud. Y aunque usted es mayor que yo, si le parece, vamos a tutearnos.

Creo que estaremos más cómodos y Samuel lo agradecerá”.

!

- “O.K”.

!

- “Pues, amigo Jonás, tienes la palabra. Cuéntame tu peripecia andaluza y las consecuencias que te condujeron a la situación actual”.

!

Estaba necesitando desahogarse y no perdió un minuto en iniciar su disertación:

!

- “El descubrimiento que había hecho Alfonso de Hohenlohe de la Costa del Sol había impactado profundamente en Europa y, una vez liquidadas mis promociones en la Costa Azul y en la Riviera, con relativamente buenos resultados, ya que en aquellas zonas el !26

!

suelo era demasiado caro, el riesgo de la crisis del petróleo del 73 no aconsejaba meterse en berenjenales, dado que en España y, dentro de ella, en la Costa del Sol estaba prácticamente virgen el suelo, ciertamente rústico y tenía un precio muy asequible, la permisión oficial era manifiestamente satisfactoria, me embarqué en una operación inmobiliaria que proyecté en cinco fases sucesivas, una a una”.

- “Para ello, constituí una sociedad mercantil de responsabilidad limitada, asesorado por el amigo Barril, abogado sevillano, hombre bueno, un tipo pícnico que solo cometió dos errores: el primero, no saber o no atreverse a pararme a tiempo, y el segundo, venir a tratar de defenderme en el juicio criminal que me plantearon aquí”.

!

- “Por medio de dicha sociedad, compré un terreno de costa entre Torremolinos y Benalmádena, y encargué un proyecto a un arquitecto de la zona con la idea de que me diseñase un edificio del que luego iríamos haciendo reproducciones, hasta cinco, que, originariamente, cabían en el terreno adquirido”.

!

-

!

!

Nadie osó interrumpir a un lanzado hablador.

“La primera licencia de obra municipal, continuó, fue rápidamente concedida y, con cuarenta y dos apartamentos en inicio, fui a Suiza y mi propuesta fue la siguiente a los presuntos compradores:

- “El apartamento que le vendo cuesta equis miles de pesetas sobre plano, con lo cual usted, comprador hoy, ahorra un equis por ciento del precio final. Si me adelanta ahora el dinero del pago total, le doy un interés anual hasta la entrega del apartamento tres puntos por encima del interés bancario suizo”.

!

- “Naturalmente, no sólo me ahorraba el interés brutal de las hipotecas en España sino que, al recibir todo el dinero de la obra, beneficio incluido, le sacaba al dinero un rendimiento de entre dos y tres puntos por encima del interés que me comprometía a pagar”. !27

!

- “Como el tema fiscal en España era muy benigno, fui sacando, casi sin pagar impuestos, mis beneficios a Francia, pero no a Suiza ya que, como residente, pero ciudadano extranjero, padecía una severa vigilancia fiscal. En cambio, en Francia, no sufría tanto seguimiento. En cada nación que había promovido obras, había conservado alguna vivienda o apartamento como inversión estable, pero los beneficios españoles los invertí, como decía, en Francia pues ofrecía mucha más estabilidad que, por ejemplo, Italia y, nada digamos, España, donde la inflación era galopante.

No obstante, aquí en Suiza, compré estos apartamentos y mi oficina de Ginebra pero, por circunstancias que no son del caso, invertí en pisos y apartamentos en Ferney-Voltaire y en Annemasse, es decir, en territorio francés, periférico al suizo.

!

- “Bien, Jonás, pero eso es secundario, le interrumpió Gastón.

Procura centrarte en el asunto que nos ocupa aquí y ahora”.

!

- “La operación funcionó bien, continuó, y así fui desarrollando sucesivamente los módulos segundo y tercero pero, ya al iniciar el cuarto, las hipotecas habían disminuido notoriamente en los intereses y los depósitos me los remuneraban cada vez menos, de suerte que, como las exigencias de los clientes eran permanentes, los intereses de la banca suiza eran muy bajos y no aceptaban incrementos de precios en los apartamentos, llegué a la conclusión de que no podía recibir dinero y tardar más de dos años en entregar los inmuebles, ya que si no, corría riesgo de asumir pérdidas. Tengo que decirte que la banca suiza más importante me declaró la guerra porque, en realidad, unos ciento cincuenta clientes habían optado por retirar fondos de los bancos para aportármelos en función de la mejora de intereses que les ofrecía”.

!

- “Los bancos y los militares son los dos mayores poderes en Suiza y, aunque los segundos mandan en la sombra, los primeros controlan a cualquier presunto o potencial competidor que les pueda causar el menor perjuicio. Son inmisericordes. No en vano Calvino fue el gran reformador de la ciudad y cantón de Ginebra.

El dinero”. !28

!

- “Jonás, por favor, deja ahora a Calvino a un lado. Tiempo habrá de hablar de tan torvo galán”, volvió a conminarle Gastón.

!

- “Bien, entonces llegó lo que nunca debía haber ocurrido si hubiese tenido a mi lado un carácter fuerte, un consejero solvente que no se plegase a mis decisiones. Yo comprendo que soy un hombre enérgico, autoritario, pronto en tomar decisiones, arriesgado, egocéntrico e, incluso, a veces, irracional. Pero si se me hace ver un error, lo entiendo”.

!

- “Como en la vida los problemas tienden a juntarse, a producirse en cadena, mis ausencias prolongadas crearon en mi mujer, que vivía en la opulencia, unos terribles celos relacionados con mi secretaria, Esther. Mentiría si dijese que mi mujer tenía razones poderosas para sentirse desatendida física y anímicamente, pero yo no encajaba en su habitual medio: fiestas, bailes, cenas. Yo, trabajo, responsabilidades, clientes, resultados. Te podía contar, y es posible que el mismo Samuel, aunque él lo niega, haya estado algunas veces en cualquier sarao que se montaba en mi casa. No me quedaba a dormir con mi mujer y me iba a un hotel porque al día siguiente, a las siete de la mañana, tenía que iniciar mi jornada laboral diaria. Pero bueno, ese es otro tema del que quizá no merezca la pena hablar ahora”

!

- “Cierto Jonás, esos temas familiares, terribles, serán, con seguridad, materia de otras charlas”, le reafirmó Gastón.

!

- “Tras perder dinero en la cuarta promoción, lo que me obligó a vender propiedades personales para cumplir objetivos, inicié la publicidad del quinto módulo y ya corto de diferencial, por no decir casi sin diferencial, entre el interés comprometido y el recibido, el Ayuntamiento me empezó –ignoro las razones-, a poner problemas para concederme la licencia. Lo que no había constituido dificultad alguna en las cuatro primeras edificaciones, se convirtió en un calvario que me había debido aconsejar no seguir adelante con la quinta promoción. No me supe parar.

Intenté devolver el dinero a los compradores, resolver los contratos, pero fue inútil. La gente había hecho una inversión !29

!

barata, mientras disfrutaba de una renta que la banca no podía ofrecer. La coyuntura económica española era perfectamente conocida por la banca suiza y huelga pensar que más de un inversor fue advertido de que me iba a ser muy difícil cumplir los compromisos adquiridos. ¡A saber si hubo presiones externas para hundirme! Seguí vendiendo algunos bienes propios para generar recursos pero, en el ínterin, no pude atender algún pago de intereses pactados y, con el retraso de la licencia, las obras apenas habían iniciado la fase de excavación”.

- “Fue visto y no visto. Mi visita a Ginebra, tras los primeros impagos, sirvió para que, en un plazo de pocos meses, me detuviesen, me precintasen la oficina y me procesasen por “escroquerie”, que bien sabes lo que significa: “estafa”.

!

Cuando concluyó Totó su disertación, que Gastón y yo seguimos con gran atención, intervino, de nuevo, el primero y comenzó a preguntarle:

!

- “¿Qué ocurrió con el solar y el edificio iniciado? ¿Quién se hizo cargo de aquello? Porque, indudablemente, tanto el suelo como la obra tenían un valor. Y lo mismo el proyecto”.

!

- “Pues, verdaderamente, no lo sé. Es cierto que el edificio estaba en fase de cimentación sin licencia, claro. Pero yo tenía que estar en Ginebra para tratar de apaciguar los ánimos de los inversores.

Y, como no pagué las primeras certificaciones a la constructora, esta paró las obras y, como es natural, retuvo la posesión de las mismas”.

!

- “¿No intentaste, a través de Barril, alguna negociación con la constructora?”, insistió Gastón.

!

- “Ni lo pensé, ni lo intenté porque se me echó encima la Justicia, la Banca, los acreedores….En pocas semanas, como te decía, me intervinieron todo y me llevaron a la cárcel de Champ-Dollon. No voy a negar que quizá hubiese podido haber conseguido dinero para parar el efecto español. Acaso un préstamo personal o una póliza de crédito. En aquellas fechas estaban muy de moda las que !30

!

allí llamabais “letras de peloteo”. Pero no tuve las condiciones mínimas para reflexionar y tomar decisiones fundadas. Lo que sí descarté de raíz fue utilizar dinero del que yo podía disponer en el extranjero porque, pensé, si me descubren, me lo incautan todo. Y así, por lo menos, aunque haya perdido mi patrimonio en Suiza e, igualmente, en España e Italia, pude mantener algunas de mis pertenencias en Francia. Aunque esto, como te imaginas, repito, no se puede ni mencionar”.

- “Esperemos que tengas a buen recaudo tus propiedades francesas.

Pero no creo que no debas retomar la situación española. Yo, en tu caso, enviaría allí a Samuel que no está identificado, ni relacionado contigo y así puede actuar con mayor libertad a ver si salva algo o, incluso, consigue acabar la obra”.

!

- “En cuanto a lo primero, entre Esther y alguna pequeña sociedad, de la que ella es fiduciaria, nos vamos arreglando. Y, en cuanto al segundo asunto, es una idea a considerar. Pero, de momento, si no te parece mal, prefiero obviar esos puntos”.

!

- “Por supuesto. No pretendo incidir en ambos temas porque no son de mi incumbencia. Pero temía por cualquier frivolidad por tu parte porque, siento decírtelo, has cometido unas cuantas”.

- “De acuerdo, pero déjame que, al menos, acierte por una vez. Y ahora, por favor, stop. Seguiremos a la tarde. Así que, id, Samuel y tú, a hacer piernas por el bosque ya que yo voy a cocinar. Ojo, Gastón, a propósito, y disculpa, pero yo estoy seguro de que o he visto alguna vez a tu mujer o a alguna otra persona, si no igual, sí muy parecida. Se trata de bellezas inolvidables”.

!

- “Hombre, Jonás, si yo no conociese su iter vital, podrías encontrarte con un Otelo blanco, pero estate seguro de que a sus cuarenta y pocos años lleva fuera de Suiza más de veinte y no te veo ni negociando, ni menos aún traficando con menores.

Golfante, pase, pero pederasta…”

!

- “No, no, por favor. Vale, vale, concluyó Totó, ya hablaremos”. !

!31

Y con tal disco, Gastón y yo nos fuimos a hacer piernas. Si hubiésemos encontrado a Fina y a Modesto, con ellos, aunque debían estar agotados por el tiempo que llevaban andando, y, si no, solos. Me sugería Gastón si nos íbamos a tomar un Cynar y le dije que no, que Totó nos tendría preparado un aperitivo. No encontramos paseando a la pareja de andarines porque, supimos después, habían subido al apartamento a descansar.

!

Las charlas con Gastón, generalmente, habían sido muy agradables. Siempre tenía alguna historia que contar; algún chiste con que adobarla o alguna metáfora que descifrar. Pero esa mañana, bajo el radiante sol que alumbraba los penachos helados del horizonte, con su gorra visera y sus gafas de sol graduadas, me dejó casi atónito al espetarme la siguiente pregunta:

!

- “Samuel, ¿cómo va tu relación con Edwig?” !

- “Bien, normal. Ella trabaja como siempre “de seis de la mañana a seis de la tarde” y los chicos, ya sabes, estudiando en el extranjero”.

!

- “Pero a tu casa no se puede llamar a partir de las seis”. !

- “Por eso, porque ella llega de trabajar se ducha cena algo y se acuesta”.

!

- “Ahí te quiero, escopeta. ¿Y tú qué?” !

- “Ostras, tío, ¿es que hueles a distancia?” !

- “Soy buen catador, pero de vino. De otras “odoraciones”, solo cuando me dejan y pinta la ocasión”.

!

- “Tengo que presentarte a una amiga”, -bromeé. !

- “Nunca con Fina delante. No lo aceptaría; es intransigente con la infidelidad”.

!

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- “Yo con Edwig no tengo problemas. Nuestra vida no tiene objeciones, ni disputas, ni controversias”.

!

- “Quizá ése es el problema. Si no os veis, si no os encontráis, nada.

Y nada entre una mujer y un hombre es la peor de las soledades.

Procura reintegrarte, que tu mujer es una gran mujer, y no vas a encontrar sustituta homologable. No te olvides que, si bien nadie es imprescindible, todos somos insustituibles. Ni dos besos, ni dos caricias, ni dos achuchones, son iguales. Ni parecidos”.

!

- “De acuerdo. Pero yo tuve necesidad imperiosa de conocer a otras mujeres. Me casé virgen y con una señora que me acogió recién salido de mi crisis espiritual. Por eso mi perenne agradecimiento.

Pero, con el tiempo, te decatas que no es nada fácil convivir con una persona, a la que no ves ni oyes, porque no tienes ocasión de hablar con ella. Desde que nació nuestra segunda hija, optó por el aislamiento. Su particular manera de entender la soledad”.

!

- “Si tú no tenías entonces ninguna amiga o relación extramatrimonial, ¿qué cuota de culpa o, menos intenso, diste tú a l g ú n m o t i vo p a r a e s a c o n d u c t a d e e l l a ? ¿ Q u i z á inconscientemente?”

!

- “Bueno, realmente yo cometí un error con aquella paisana mía, a la que tú conociste al final del idilio”.

!

- “No sé si fue un error o no, pero una mujer no se separa de su marido por sentirse enamorada de otro hombre si este no le da algún motivo para ello”, -me atizó Gastón.

!

- “Ella y su marido eran muy amigos míos y, por eso y, por qué no decirlo, por ahorrarme el hotel, iba a dormir a su casa, siempre que viajaba a Madrid. Al cabo de un tiempo desde mi último viaje allí, ella me comunicó que se había separado. Yo seguí yendo a su casa donde vivía con su hija de unos diez o doce años y claro, fue entonces cuando se creó el problema. Que se había enamorado de mí. Que me quería. Que, claro, quería vivir conmigo. Entonces no había divorcio. Ella se encaprichó conmigo. Es verdad que eso no lo preví. Creí que se trataba de un problema de sexo pasajero. !33

!

Pero en unas vacaciones que fui con Edwig a mi pueblo, en un hotelito que allí había, me la encontré. Como que me venía siguiendo. Menos mal que ellas dos se conocían y la mía –creí entonces-, no llegó a maliciarse del encuentro. Pero ante aquella situación tuve que tomar dos decisiones: la primera, irme del hotel con mi mujer de inmediato y la segunda, dejar de ver a Lara-que así se llamaba mi amiga-, de modo definitivo”.

- “Pero ni aun así aprendiste, -me apremió Gastón. Tú te olvidas que, en un viaje que yo había hecho a Suiza y me quedé un par de días en Ginebra, me viniste a buscar al hotel y me llevaste a pasear, sin decirme nada del caso, por el Grand Passage, por la avenida du Rhone y aledaños, hasta que, al cabo de un par de horas, aproximadamente, de ir y venir y desoyendo mi petición de entrar en una cafetería a sentarnos y tomar cualquier cosa, por la acera de enfrente de la calle por la que paseábamos en ese momento localizaste a una señora con la que, indudablemente, te habías citado previamente y entonces me dices: “espera un momento, por favor, que voy a saludar a una amiga”.

!

- “Tienes una memoria puñetera”, -le interrumpí. !

- “Nos paramos, -continuó él; ella cruzó la calle, os encontrasteis y os besasteis, cierto que muy púdicamente. Me la presentaste como “une amîe” y de allí, los tres, fuimos a un bar extraño donde vosotros pedisteis un “pichet” de vino blanco. Yo un Cynar. Y, al cabo de unos minutos, los que pude tardar en beber los 0,4 centilitros del brebaje, como me sentía ridículo, como un Tancredo cualquiera, os advertí de que me marchaba.

Verdaderamente vuestra charla era de lo más insulso que podía darse. Entonces me pediste que me quedase unos minutos, porque íbamos a cenar en la “Vieille Ville”.

!

- “Me acuerdo. Aquella chica era la ex mujer de un campeón olímpico de esquí y estaba pasando un momento difícil. Solo pretendí ayudarla”.

- “Dándole cariño y acostándote con ella”.

!

- “Bueno, alguna vez nada más”. !34

!

- “Aquella noche por ejemplo. Recuerdo que os pusisteis ciegos con una “Fondue” de queso, me acompañasteis al hotel y…”

! !

“Sí, bueno, pero, como dice Modesto, simples abrazos”.

- “Realmente ése puede ser un modo de ayudar a una mujer en dificultades. Y, después, ¿dónde descubriste a tu conejita actual?”

!

- “Un día de estos te lo contaré”. !

Estábamos llegando a casa y Gastón también prefirió dejar el tema en función de lo que había dicho antes, de que a Fina no le habría gustado conocer mis aventuras lúdico-eróticas.

!

Y tras una pausa, muy buscada, a la puerta del apartamento, me preguntó Gastón:

!

- “¿Oye, de dónde rayos se sacó Jonás que conoce a Fina? Parecida, casi gemela, es una hermana mayor que ella. Pero mucho más joven que él. Y ambas hermanas se parecen a su madre. Pero esta, en cambio, lo supera, en, al menos, otros diez años. En fin, vamos a comer y a ver si no la sonroja y la deja en paz”.

!

El retorno al hogar fue espectacular. En la mesa del comedor, tumbada en un modernísimo servidor, yacía abierta una botella de un Brunello di Montalcino que, a nuestra llegada y tras haberla visionado alabado y admirado, procedió a escanciarla el anfitrión en una botella de cristal que, no recuerdo si de Bohemia o de Rosenthal, era una joya de cristalería.

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Dicha mesa, preparada para cinco comensales, no carecía de detalle. Platillos para el pan con su “couteau” mínimo para degustar la mantequilla, ciertamente suiza, que, en esferas albas, lucía con gotitas como de rocío derivadas del hielo que servía de lecho al recipiente. Platos hondos, llanos, tenedores de pescado y carne y pala y cuchillo con iguales destinos; copa de agua, de vino y de champagne.

!

!35

Y conferimos que la copa era sólo de vino tinto porque, en la mesilla baja que se hallaba situada al pie del tresillo, estaban, precisamente, unas hermosas copas, -verde mar bravío-, para degustar o bien un Chablis, o bien un Dom Perignon. Pero no sólo había copas verdes para vino sino, además, siempre en la mesilla baja, unas fuentes de canapés variados de foie, de salmón ahumado, de chatka o cangrejo ruso, de ensaladilla, de atún, en fin, un despliegue de aperitivos que casi suponían un menú completo.

!

Dimos buena cuenta de las entradas, aunque a Gastón el vino no le hacía mucha gracia, tanto por ser blanco, como por ser dulce y el champagne lo había abandonado, años atrás, a causa del carbónico.

!

Concluido el aperitivo, pasamos a la mesa del comedor, donde iniciamos el condumio, ahora con salmón marinado al eneldo y, mientras que lo degustábamos, Totó, el anfitrión, se ausentó unos minutos a la cocina para ofrecernos unos sabrosos y tiernos entrecots a la plancha, si bien es verdad que pasados por una brizna de mantequilla, sangrantes, es decir, vuelta y vuelta, y acompañados de unas excelentes “frites” que había traído de la tienda de “delicatessen” donde se surtía. Unos pasteles, bolas de chocolate suizo y un café preparado en sofisticada cafetera pusieron broche de oro a una brillante comida. Las copas estaban proscritas aquel día porque había que trabajar.

!

A las dos y media de la tarde, Fina y Modesto, cada uno a su aire, se fueron a dormir la siesta, y Totó, Gastón y yo, nos pusimos manos a la obra no sin admirar la rapidez y facilidad con que el anfitrión se había puesto a recoger la mesa y fregar los platos, aceptando tan sólo la colaboración de Fina para secar la “colada” de la vajilla.

Habíamos conseguido eludir cualquier alusión a los parecidos de Fina, al menos hasta el día siguiente, con gran satisfacción tanto de ella como de Gastón.

!

Pero la radiografía anticipada que yo les había hecho de las mesas resultó una fotocopia fiel, cual calcamonía.

!

!36

La sesión de tarde no tuvo desperdicio. Se desató durante tres horas el bueno de Totó, “con el fin de poner a Gastón en antecedentes”, narrando mil episodios de su vida social.

!

Entre tantas historias, que más parecían fabulaciones o folletines que sucesos reales, destacaban las descripciones de las permanentes fiestas que aseguraba haber dado en honor de los banqueros, con el fin de mantenerlos afectos y dúctiles para que continuasen con la mano abierta, en materia crediticia, a su favor.

!

La complicidad que pretendía tener conmigo era totalmente falsa, porque ni yo le había proporcionado en ocasión alguna contacto bancario de ningún tipo, ni, menos aún, en una época en que ni le conocía, ni, sobre todo, contaba la verdad respecto a los problemas que le habían obligado a irse de Suiza a España, ni el por qué de sus enemistades y el abandono de su familia o que fuese él, el anfitrión de todas las fiestas que contaba. Pero todo eso yo lo supe después de estas convivencias. Lo que era verdad rigurosa es que yo nunca había asistido ni a saraos, ni a orgías, ni a fiesta alguna en su casa.

!

Parecía como si, encontrándose en la situación en que se encontraba, de humillación, de rabia, por su prisión, si bien atenuada, pero sin poder rehuír de la traílla de delincuentes entre quienes convivía en su celda y a alguno de los cuales ilustró para que, estando desdentado, le pusieran dientes postizos a fin de que, cuando tuviese lugar su comparecencia ante el Juez, fuese tratado con mayor consideración que la que le prometía el lombrosiano aspecto que ofrecía, necesitaba, precisaba, rememorar sus días de vino y rosas, más producto de su fantasía que de la realidad vivida, quizá para mitigar su maltrecho estado anímico pues, tras haber llegado tan alto, se le podía haber aplicado el título de aquella película “Más dura será la caída”. Y explicaba su ayuda a un preso desdentado, del modo siguiente:

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- “Si no vas con la dentadura presentable, te pueden cargar con tres años más, por lo menos, de los que te fuesen a imponer, de prisión”. Y podía ser verdad.

!

!37

Un gentleman como él, quién se lo iba a decir, convertido en consejero espiritual de asesinos, ladrones y, como decía Carlos III, “de otras gentes de mal vivir”. De todas formas, en sus narraciones se denotaba que a alguna de dichas cenas o fiestas ya no había asistido con su esposa, sino que había ido acompañado por Esther o, incluso, con alguna otra mujer, porque, en un momento dado, indicó que había lanzado una orden-súplica:

!

- “Señores, cada uno baila con la suya”. !

La expresión era pobretona, pero denotaba como si, encima de que lo explotaban, todo lo humana y económicamente posible, pretendían aprovecharse de quien sabían que no era su mujer la que lo acompañaba pues la legítima, cierto era que no se hubiese prestado a ese juego.

!

¡Qué diferencia de aquellas otras reuniones, mítines, cenas, incluso alguna pequeña orgía, a las que había ido alguna vez, al principio de sus andanzas, con su propia mujer!

!

Hablaba y no paraba. !

Gastón tomaba notas; oía, a veces asentía; otras, ponía cara de circunstancias; en ocasiones, como si no prestase atención aunque podía intuírse que lo estaba dejando desahogarse, soltar todo el lastre negativo que le corroía las entrañas. No hizo ademán alguno, en ningún momento, de interrumpirlo. Que vomitase, pensaría, todo el fondo de reserva que le quedase como poso. Tiempo quedaba para hablar de lo mollar.

!

Al fin era el primer día real de encuentro y trabajo, y aquel hombre había tenido que almacenar mucha basura, bilis, desprecios, humillaciones, abandonos, lujos, comodidades y, sobre todo, los dramas personales causados por él mismo, su familia y amigos.

!

Yo aún no le había dicho a Totó que había acompañado a Esther a Francia porque las autoridades suizas la presionaron y amenazaron hasta extremos tan insufribles que habíamos optado por lo que entendimos sería lo mejor para ellos dos. Naturalmente, la llevé a !38

Ferney-Voltaire, donde tenía un apartamento-bungalow una “petite amie” mía con la que yo iba a pasar algún “weekend”, aprovechando que mi mujer estaba de guardia en su hospital, mientras Esther habilitaba el de Totó.

!

Fue mi canto del cisne en infidelidades a Edwig. !

Él creía que Esther no había subido a Anzère por no encontrarse con la comitiva de invitados, aparte de que tendría que dormir en la habitación que Totó no usaba desde que yacía en la colchoneta de la trena y a ella no le apetecía favorecer comentarios relativos a su relación con él ante personas que no conocía.

!

Y a base de agua de Evian primero y después de Vittel cuando la primera se acabó, fueron empezando a oírse las “campanadas” de salida para la cárcel.

!

Entonces, aletargados como estábamos Gastón y yo tras las tres horas del soliloquio con que nos obsequió Totó, con la historia lúdico-económica de su vida, observamos cómo, en silencio, recogía sus papeles que, ciertamente, no había usado porque su monólogo no fue dirigido ni acompañado por ningún guión, y, de súbito, dio un puñetazo en la mesa, se puso de pie, enrojeció, empalideció, empezó a sudar por la frente, por toda la cabeza y la cara y ante la duda, ante el temor de que le fuese a dar uno de sus arrechuchos, como espantados, cuando Gastón y yo íbamos a preguntarle si le pasaba algo, sin darnos tiempo, nos espetó:

!

- “Ya la tengo, ¡oh, la, la!; ya la tengo localizada”. !

Y se fue rápidamente tras darnos un abrazo a Gastón y a mí, agradecernos la estancia y compañía y - “Mañana os lo contaré pero, claro, a vosotros dos solo”.

!

Gastón y yo quedamos perplejos y comentamos, preocupados, cómo le iría bajando aquellas curvas pronunciadas con importantes porcentajes de desnivel hasta su celda dormitorio.

Nos quedamos sentados haciendo cábalas respecto a lo que se había referido o querido referir pues, desgraciadamente, el tema !39

estaba cerrado y lo único que había que hacer era conformar la demanda ante la Comisión Europea de Estrasburgo y, dado que se había explayado a modo en sus frivolidades, aunque fuese faltando a la verdad, había que centrarse en los puntos clave del juicio donde, aparentemente, se habían vulnerado sus derechos, para lanzar por esos caminos la totalidad de la artillería.

!

De sus tropelías, tiempo habría de comentar. Poco a poco me fui convenciendo de que Totó, o no había sido trigo limpio o había sido extorsionado por alguien. Empezó, para mí, a ser una incógnita.

!

Pasadas las cinco de la tarde, concluida su siesta, Fina y Modesto tomaban su café con leche con pastas en su apartamento, cuando Gastón y yo llegamos a visitarlos.

!

Gastón estaba fatigado no sólo por la altura, sino por el cansancio de oír durante seis horas, tres por la mañana y otras tres por la tarde, a Totó hablar de mil anécdotas y chismorreos, pero sin decir nada importante ni trascendente a efectos de nuestro trabajo.

!

No obstante, el propio Gastón disculpaba a Totó, Jonás para él, en el sentido de que con eso de la novedad, del primer día, etc., era hasta explicable tanta fábula y tanta parafernalia que a nada conducía pero a él le desahogaba.

!

- “Este tipo es un anecdotario, -comentó Gastón-. Tiene más cuento que Calleja, como decimos en España, pero creo que hay que darle cancha. Está terriblemente estresado y, aunque incurra en muchas contradicciones y mienta más que habla, es bueno que se desprenda de todo ese lastre adjetivo que lo invade y nos ayude, aunque sea inconscientemente, a sacar algo en limpio. Al final, concluirá con lo adjetivo y así podremos llegar a lo sustantivo”.

!

Tras unos minutos de charla, Fina me preparó un café con leche; Gastón se retiró a tumbarse un rato y, tras unos chistes desternillantes de Modesto, me preguntó Fina:

!

- “Oye, Samuel ¿cómo fue que viniste a Suiza a establecerte?” !

!40

La verdad es que la pregunta me dejó desconcertado, pero intuí que, o daba una clara explicación, o de nada me serviría una larga cambiada, porque parecía que estaba muy intrigada tras haber conocido y charlado largo tiempo, en diversas ocasiones, con mi mujer, y a saber de qué habían hablado. Por ello, me decidí a coger el toro por los cuernos y le conté:

!

- “Querida Fina, quiero entender tu pregunta porque imagino que crees no ser habitual que un bohemio como yo esté casado con una mujer suiza, tenga unos hijos estudiando en Norteamérica y esté asesorando y acompañando “gratis et amore” a un hombre en dificultades. Mira las situaciones, más que buscadas, a veces, vienen rodadas”.

!

Y así, empecé a narrarle: !

- “Al concluir la escuela, ingresé en un Colegio-Noviciado de los Agustinos, donde hice el Bachillerato, estudié Filosofía y Teología y a los veintipocos años, me encontré con que, en menos de dos meses, me iban a ordenar cura”.

!

- “Probablemente por mi carácter poco reflexivo no fui tomando conciencia de que la meta, el destino de mi carrera, iba a ser el sacerdocio. Y, en efecto, poco más de un mes antes de la ordenación, les digo a mis profesores y compañeros que me voy, que yo no estoy preparado para ser cura, que verdes las han segado y que no, que no puedo, ni debo seguir”.

!

- “Desde luego, Samuel, es difícil imaginarte a ti siendo cura”, medió Fina-.

- “¿No sería, -terció Modesto-, porque te tiraba más el sexo que la mística y las devociones carnales más que las oraciones y rezos obligatorios?”

!

-

“Verdaderamente, -continué-, no había nada de sexo en mi decisión, en la época en que la tomé. Fue simplemente porque no me sentía ni capaz, ni válido, para desempeñar tal profesión, ni las responsabilidades que conllevaba. Lo malo del caso fue que, al encontrarme de sopetón con el mundanal ruido, me sentí un !41

!

revolucionario, un iluminado, un ácrata, enfin, un antirégimen de toda la vida. Estaba en plena efervescencia ETA y yo había oído decir en mi seminario que la iglesia y el clero vascos, señaladamente, los Jesuitas de Loyola, habían sido, si no escuela de formación o impulso de los etarras, sí amparadores, acogedores y beneficiadores de ellos”.

- “Pero, ¿tú te creíste eso?, -preguntó Fina-, porque yo conozco a más de un Jesuita que es manifiestamente anti-ETA”

!

- “Mira Fina, en el País Vasco pesaba enormemente la represión del régimen franquista y los sabinianos o aranistas, es decir, los peneuvistas, mantenían sus principios secesionistas a ultranza.

Entonces, la ETA se interpretó no sólo como un movimiento de liberación nacional, sino como una respuesta democrática contra la dictadura franquista. Y así se llegaron a justificar y a explicar sus asesinatos. A mi no se me ocurrió cosa mejor que alinearme en la primera algarada que me vino a mano con aquellos “ghetos” residuales de mayo del sesenta y ocho y me uní a los que propugnaban la libertad para los etarras, en fin, me situé abiertamente en lo que se dio en llamar años más tarde, la Kaleborroka. Me detuvieron y, al tercer día de estar en los calabozos de la Policía, me dicen que me vaya a la calle pero ¡ojo! ¿eh? con otro de los detenidos que, curiosamente, era hijo de un preboste de la extrema derecha -no recuerdo su nombre- y al interceder por el hijo y éste exigir que sacasen también a su amigo -que era yo- me encontré en la calle sin un rasguño, ni procedimiento abierto, ni cosa por el estilo”.

!

- “Lo tuyo es de película” -medió Modesto.

- “Ahora bien, cuando llegué a mi casa a “reponerme” del susto, los amiguetes de la Guardia Civil del pueblo me aconsejaron prudentemente que, pese a que me habían soltado rápidamente tras la detención por influencia de gentes adscritas al Régimen, que de mi nombre y antecedentes quedaba ficha y que, en cualquier momento en que ocurriese cualquier desmán, podrían venir a por mí y podía pasar cualquier cosa. Mis antecedentes religiosos tampoco eran precisamente un aval de garantía, sino que podían ser un elemento en contra. La solución consistía en !42

que, si me era posible, me fuese al extranjero una temporada larga.

Lejos de la tentación, obviado el peligro”.

!

- “Y, entonces, ¿te viniste?”, -me volvió a !

preguntar Fina.

- “No, aún no. Pese a las advertencias que me hicieron, me fui a Madrid a hacer un curso de especialización en Derecho Canónico y, aparte del aprendizaje y rodaje didácticos, trabé varias válidas amistades que me proporcionaron ayudas en forma de becas y subvenciones para trabajar en la Casa de España en Ginebra y algunas asistencias en la sede, también ginebrina, de las Naciones Unidas. Allí ya y, unido a mis afanes cervantinos, obtuve con relativa facilidad ciertos conocimientos y amistades y la posibilidad de entrar en “ghetos” judíos y de contactar con relevantes personalidades en materia de derechos humanos y libertades públicas, como Denis de Rougemont, por ejemplo. También allí conocí a mi mujer, Edwig, me casé y tenemos dos hijos que se llaman Judith y Moisés, para que veáis que no desmiento mis orígenes judíos y si no los tengo, que estoy seguro de que sí, al menos creo que los tenía Cervantes, que era paisano mío”.

!

En estas, apareció Gastón como muy recuperado y tras saludarnos, le dijo a Fina:

!

- “Esta noche no te daré la tabarra como ayer. Si acaso…”

!

Hubo risas generalizadas y, a instancias de Gastón que apenas si había pisado el pueblo, salimos a andar un rato antes de cenar, cuya hora, al no estar Totó, acordamos españolizarla hasta las nueve o nueve y media de la noche.

!

Durante el paseo, fuimos conversando de mil cosas, pero tengo que destacar algunas intervenciones de Modesto que iban dirigidas a mi situación en Suiza, especialmente se interesó por cómo había podido yo afincarme allí: si como emigrante, como turista o si como consorte de una ciudadana suiza. Es decir, si yo era ciudadano suizo a la vez que español, pues seguía manteniendo mi nacionalidad de origen.

!

!43

- “Yo no era ciudadano suizo, le respondí. Carecía de nacionalidad suiza. Solamente conseguí un permiso de residencia indefinida tras haber entrado como turista y logrado un permiso de trabajo con el que obtuve una residencia temporal que hube de ir renovando hasta que me casé, en cuyo momento solicité y me concedieron la residencia definitiva. La nacionalidad no me la han concedido aún pese a que mis hijos la tienen heredada, digamos, de su madre”.

!

- “Es lo mismo que me pasa a mí, -terció Fina-. Mis hijos tienen pasaporte suizo por ser hijos míos, aunque a su padre no se la concedieron. Como nunca se la concederán a Gastón. No obstante, en España, tanto yo como los chicos tenemos la nacionalidad española. Y tal como están ahora las cosas aquí, las mujeres de mis hijos cuando se casen, aunque no sean suizas, adquirirán la nacionalidad suiza al igual que los hijos que tengan, si los tienen”.

!

- “Esta solución, -añadí yo-, se ha aplicado a muchos gallegos –y de otras regiones españolas-, que han venido a trabajar aquí. Es cierto que la mayoría viene ya dotada de un contrato de trabajo cuyo plazo de duración le permiten prorrogar si sigue contratado y respeta las leyes, y pueden llegar a concederle la residencia indefinida, pero es muy difícil que otorguen la nacionalidad. Todo esto no quiere decir que no disfrutes de la Seguridad Social, y lo que es más importante, que estás adquiriendo derecho a pensión en Suiza desde que empiezas a trabajar. El lado negativo de la mayoría de los emigrantes que aquí llegan y trabajan como bestias (¡si se trabajase en España como aquí, otro gallo nos cantaría en productividad, pero la vagancia hispana es proverbial!), es que, además de no gastar ni un “rappan”, mandan todo lo que ganan a España, con lo cual no ahorran un duro. Las consecuencias para ellos son fatales: de un lado, todo lo que mandan a España a través de bancos y cajas de ahorro españoles les producen una gran liquidez a las entidades, y a los titulares escasísimos intereses; de otro, cuando retorna a España el trabajador, con lo que consiguió ahorrar se compra la casucha donde vivía en la aldea de origen y monta un bar o, como allí se dice, una tasca, con lo que al poco tiempo no le queda una peseta y tiene que trabajar más que cuando se vino aquí”. !44

!

- “Pero, -intervino Fina-, yo creo que lo peor es que, por no dejar el dinero aquí, no se benefician nada de las devaluaciones que afectan a la peseta. Yo sé, por la herencia de mi padre, que, de cambiar un franco a catorce o dieciséis pesetas, estamos ya entre ochenta y noventa pesetas al cambio oficial y anuncian las previsiones que a corto plazo, el franco suizo se cotizará a más de cien pesetas. De ahí que a nosotros no nos interesa llevar ni un franco de aquí a España. Lástima que no tengamos pesetas para traer aquí. Porque tenemos amigos que nos cuentan que ya sus padres habían traído dinero aquí hace muchos años y hoy están forrados. Me da mucha pena que los cónsules y demás diplomáticos españoles empleados aquí no se preocupen para nada de los emigrantes españoles, de asesorarles debidamente.

Pasan totalmente de ellos. Yo recuerdo, en algún viaje que hicimos Gastón y yo, que nos encontramos con grupos de emigrantes gallegos trabajando en el hinterland de Berna, que bajaban los sábados por la tarde a tomar una cerveza y, charlando con ellos, les decíamos esto del ahorro aquí, pero la gente desconfiaba por falta de asesoramiento y porque-yo no debía decirlo, pero oigo a Gastón que lo repite con frecuencia-, la ignorancia y la falta de preparación básica son el lastre con el que se vive en España”.

!

Y con estas consideraciones, ciertamente sabias, de Fina fuimos arribando al “hogar”.

Vueltos al apartamento, la cena transcurrió distendida mientras dábamos buena cuenta de unos sándwiches de cangrejo, bien hechos, y de unos arenques deliciosos acompañados de un gustoso Barolo.

!

Como consecuencia de la distensión en que vivíamos, Modesto se puso a contar historias, que había vivido él con personas conocidas de su pueblo y que daban idea de cuál era el pensamiento rural en la España profunda, aparte sus chistes habituales, de los que tenía un economato surtidísimo.

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En un momento en que comentábamos que quizá Totó no había sabido satisfacer vanidades o veleidades de aquellos personajes y !45

personajillos que acabaron hundiéndolo, pese a organizarles fiestas, saraos y orgías, o sea, pese a intentar tenerlos contentos y satisfechos, es decir, corrompiéndolos, nos narró Modesto la siguiente historia:

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- “Había un señor en mi parroquia que tenía tres hijos, dos chicos y una chica y estos chicos habían hecho sólo estudios primarios, unos por indotados y otros por indolentes.

!

Un día, el padre de las criaturas tomaba en la taberna del pueblo un vino con dos amigos y vecinos.

!

Uno de los amigos era dicharachero, charlatán, mientras el otro era callado, muy mesurado y discreto.

!

En un momento de la conversación, el hablador le espeta al anfitrión:

!

Oye, ¿qué es de tus hijos que ninguno está en casa?

Pues mira, al mayor, gracias a un amigo que tengo en la Diputación Provincial, lo pude colocar de conserje y ahora, ya desde dentro, lo hacen fijo, tiene preferencia para oposiciones y ya irá poco a poco haciendo carrera. La segunda, gracias a otro amigo en el Instituto Nacional de Previsión, pude introducirla como auxiliar administrativa, pero con expectativas de quedarse fija en el organismo. Y al tercero, gracias a un tercer amigo, lo tengo como vendedor de coches con un gran porvenir por delante.

!

Oye, menudo éxito que has conseguido, -respondió el interrogador-. ¿Cómo pudiste hacerlo?

!

Entonces el otro amigo, el tercero, el que había estado callado todo el rato, antes de que respondiese el inquirido, sentenció:

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- “Cebando”.

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Fue su única intervención en la conversación, pero indicativa del sistema de apoyo utilizado y que constituía un modo habitual de fomentar la corrupción en España: “Cebando”.

!

Cuando la charla derivó por otros derroteros, Modesto, tras la anécdota precedente narró otro y otro cuento, a cual más jocoso, hasta que, a las once, nos pareció prudente ir a entregarnos en brazos de Morfeo, no sin antes quedar ya en que Gastón subiría solo al apartamento de Totó por la mañana, y tanto Fina como Modesto harían cada uno su vida por libre hasta la hora de comer.

! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !

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TERCER DÍA

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A la mañana siguiente, con puntualidad suiza, Gastón se personó en el apartamento donde Totó y yo lo esperábamos, con el desayuno refaccionado y, a fuer de extraño, coincidimos el anfitrión y yo en que Gastón tenía un aspecto cansado mayor que el del día anterior.

Pero una púdica intuición nos obligó, tras un cruce de miradas, a no manifestarnos, pues era razonable que, hubiese debido cumplir determinadas obligaciones desatendidas por el viaje y la altura. Fue una auténtica tontería porque lo razonable era pensar que el !48

cansancio se nota más los días siguientes a aquel en que ocurre el hecho causante. Pero una broma nunca venía mal.

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Pese a la cómplice sospecha de Totó y mía, Gastón abrió su agenda, tomó su bolígrafo y, tras unos cabalísticos apuntes y anotaciones que no llegué a descifrar, inició, como un torrente, una serie muy hilvanada de preguntas a Totó que más parecía un hábil interrogatorio policial que un cuestionario esclarecedor de hechos.

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Verdaderamente, la técnica jurídica tejida por Gastón no fuimos capaces de aclararla diáfanamente pero, con resolución absoluta, a tono con lo oído, Gastón concluyó indicándonos que, nada más vuelto a España, iría a visitar personalmente a Barril a su despacho.

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De esa manera, esperaba que el autor material de las operaciones jurídicas que concluyeron, al parecer por su irregularidad, en delictivas, le explicaría cumplidamente el montaje y desarrollo de los hechos y relataría, según su óptica profesional, el cómo y el porqué ocurrieron las situaciones que concluyeron en la calificación dada por el Jurado y el Tribunal Cantonal de Ginebra.

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Yo me extendí en unas notas que había redactado en forma como novelesca a lo largo de 115 folios, tratando de esclarecer las conductas del Fiscal, del Juez, de la Policía, del Alcalde del pueblo donde se había producido el desaguisado, del desarrollo del juicio, del interés en llevar a la vía civil un hecho que había sido calificado de naturaleza criminal y cuya imputación no se atribuyó al cliente como representante de la Sociedad, sino a título personal, incriminándolo como estafador profesional.

Gastón estuvo conmigo, como había estado el día anterior con Totó, unas veces atento y otras tomando notas:

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- “No es preciso que leas tu ¿alegato?, ¿novela? Déjamelo, para que lo pueda ver con calma. Pero hay una serie de datos que no encajan en mis antecedentes. Ahora te oigo decir que Jonás vendía acciones de una sociedad a cambio de apartamentos. Eso hizo también Meliá en España. Pero Meliá adjudicaba a cada comprador de una acción, un apartamento con el derecho a ocuparlo determinadas fechas del año, pero dejándolo en gestión !49

al propio grupo Meliá, el cual lo alquilaba y, tras cobrar su trabajo, le daba al titular la rentabilidad convenida o, mejor dicho, la que excedía de la obtenida por los alquileres, menos los gastos y la comisión de la gestión. Sin embargo, la filosofía que me acabas de contar no acabo de entenderla, así que déjame esos papeles tuyos para analizarlos, porque será la forma de llegar a saber algo de la “técnica empleada”.

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- “Vale, vale. Ten todo el panfleto” le repliqué. !

- “La realidad, continuó Gastón, en este caso es clara. A Jonás lo han condenado por estafa. Entonces, no cabe hablar de que vendió acciones societarias representativas de apartamentos. Él vendía pisos –y ahí están los contratos-, en documento privado, costumbre, por otra parte, frecuentísima en España-, recibiendo sobre plano, o sea, sin empezar siquiera la construcción, la totalidad del precio de venta. Cuando entregase el piso concluido, el comprador no tenía que pagar más que los derechos reales, es decir, el impuesto sobre la venta, la copia simple de la escritura notarial- salvo que se hubiese pactado el pago de la matriz también a cargo del comprador- hecho posible- y los gastos del Registro de la Propiedad. Y tú, como vendedor, la matriz del documento notarial –salvo pacto en contrario-, y la Plusvalía Municipal si la hubiese. Cuando tú has recibido el pago total del piso por anticipado y no pagas los intereses pactados, incurres en mora con tus acreedores y contraes una deuda de carácter civil con cada uno de ellos. Pero tú lo que hiciste fue quedarte con el precio de los pisos y, además de adeudar los intereses del dinero, no entregaste los objetos vendidos. Al no entregarlos, sino dejarlos o solo iniciada la obra o a medio hacer, has estafado a los compradores y por eso te han condenado. Por ese camino no hay nada que reclamar. Nos queda sólo determinar si tuviste un juicio justo, o sea, imparcial, con igualdad de armas que el Ministerio Público, y si se observaron o no las normas procesales de aplicación. Por tanto, el sambenito de estafador no te lo va a quitar la Comisión Europea”.

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- “Pero si tu juicio que derivó en condena fue irregular, es decir, ilegal, Estrasburgo ordenará indemnizarte por lo injustamente !50

!

actuado, o sea, por el aspecto formal del proceso, no por el resultado por el que se te condenó. Y eso aunque se vulnerase tu derecho de defensa. En resumen, esta es la cuestión. Y no hay ningún extremo o punto más que discutir. Solo fijar las conductas impropias”.

Yo me di cuenta de que me había metido en camisa de once varas, probablemente en mi interés por ayudar a mi amigo Totó, y comprendo que no ayuda más el que quiere que el que sabe.

!

El resto de la mañana continuamos divagando sobre si la idea había sido la de crear una sociedad fiduciaria, que está perfectamente asumida por la legislación suiza, pero que no tiene virtualidad en la española en la que, si bien los socios no tienen por qué figurar en el Registro Mercantil, sí tienen que constar en el Libro de Socios, por lo que su ocultación es imposible.

!

Cuando Totó lanzó su anatema: “Vade retro” por ser la hora de comer, apostilló Gastón:

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- “Insisto: de todas formas, todas esas teorías de poco valen en este momento. Hay que ir y centrarse sólo en las posibles violaciones, si las hubo, de la Convención Europea de Derechos Humanos.

Vámonos a caminar y hasta ahora”.

!

El paseo matutino fue para mí casi un suplicio. Gastón me hacía preguntas y preguntas acerca de mis intervenciones en el proceso de Jonás, para mi seguía siendo Totó. Por ejemplo, a título de qué me habían permitido intervenir tantas veces como había manifestado en mi escrito -los 115 folios-, si como testigo, como experto, cómo, no siendo letrado, con el título de “jurista” era suficiente. ¿Dónde había actuado? ¿Cuándo? ¿Ante quién? La verdad es que tuve que acabar reconociendo que se trataba más bien de un aspecto novelado del tema, que de una realidad histórica. En fin, que no era verídico aquello.

!

Gastón me aconsejó que no hiciera demasiados alardes ante Jonás porque, si bien no había que desmoralizarlo más de lo que estaba, ni se le debían dar ni crear falsas esperanzas porque, en la Comisión !51

Europea podía ocurrir cualquier cosa. No debíamos olvidar que el Secretario General era suizo y su influencia, de un modo u otro, iba a hacerse notar.

!

Y, de repente, me pregunta Gastón: !

- “Entonces, por lo que acabas de decir, todo eso que escribiste, ¿lo hiciste como una novela con ánimo de publicarla, o simplemente como un recopilatorio de datos a veces reales y a veces imaginarios?”

!

- “Honradamente fui escribiendo esa especie de novela basándome en conversaciones que tuvimos Totó y yo antes de que lo ingresasen en prisión y, después, fui tratando de narrar todo lo que ocurrió a lo largo del proceso”.

!

- “Es que tú haces imputaciones graves al Fiscal y al Juez. ¿Pudieron probarse o sólo resultaron meros puntos de vista?”.

!

- “Tanto el Fiscal como el Juez, desde el primer momento mostraron una animosidad descarada contra Totó. Yo me atrevería a acusarlos de parcialidad”.

!

- “Eso tiene un nombre, uno definido en el Código Penal: eso es prevaricación. Y ninguno dijisteis nada”.

!

- “Pues nadie dijo nada porque todo se hizo de un modo estrafalario, extra o antiprocesal”.

- “Samuel, no puedo entender que si se aprecia el menor signo de parcialidad, el menor indicio de prevaricación, no se denuncie inmediatamente. Como tampoco puedo explicarme que se haya vulnerado flagrantemente un Tratado Internacional –el de Extradición Hispano-Suizo en el caso de Barril-, y no se haya hecho ni dicho nada en el acto. No lo puedo entender. Como, en fin, no cabe en cabeza humana que venga una “trouppe” de testigos de cargo desde España que, debidamente interrogados, podían aportar datos favorables a la defensa y, sin más ni más, desaparecen, es decir, se ausentan de la vista y efectúan unas !52

manifestaciones por escrito, ante Notario, contando cada uno lo que le apetece, venga o no a cuento”.

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- “Ya…” le interrumpí. !

- “Yo nunca he sido un buen procesalista a pesar de haber tenido como profesor al eminente Catedrático Don Jaime Guasp, un verdadero sabio, gran creador de la doctrina procesal, el cual no era un eminente abogado a diferencia del otro catedrático de la misma asignatura, el profesor Prieto Castro, más clásico que innovador, pero eminente profesional del Derecho en la práctica forense. Por mucho que insistamos en que el Derecho Procesal es un derecho adjetivo, la vulneración de determinadas normas procesales, y más en un proceso penal, que menoscaben, además, derechos fundamentales del acusado, tienen, inexcusablemente, que producir si no la nulidad sí, por lo menos, la anulabilidad del proceso, y exigir o una revisión del mismo o la apertura de otro, que parece la vía más recomendable. Perdona la parrafada, pero soy incapaz de entender lo ininteligible”.

!

- “Pues no queda otro remedio que entender lo ocurrido. La defensa fue de oficio, como sabes, y, aunque tú no defiendas asuntos de oficio, es cierto, desgraciadamente, que la dedicación no es la misma”.

!

- “Mira Samuel. Cuando me colegié como abogado, tuve que defender asuntos de oficio por obligación. Es verdad que siempre que pude evitarlos lo hice. Pero cuando tuve que actuar, lo pasé mucho peor que cuando actuaba en asuntos de mi especialidad.

Tuve que defender una tentativa de aborto; a un cartero pederasta y, sin poder afirmar que hubiese hecho una buena defensa, de lo que sí puedo responder es que no hubo la menor violencia o agresión procesal. Y de aquellas experiencias surgió mi rotunda negativa a defender asuntos de orden personal o familiar, porque acabas involucrándote necesariamente en ellos. Te impregnas de vivencias ajenas y acabas siendo otro más de los enrollados en el lío”.

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- “Eso lo entiendo perfectamente, pero el turno de oficio tiene una consideración muy poco categorizada y, probablemente, el ejercicio de la función puede dar lugar a insidias o temores, tanto en el propio cuerpo de profesionales como respecto a la consideración de los propios Tribunales”.

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- “Yo a eso lo llamo corrupción. Mira, me viene a la mente un caso de un acusado que acude a un juicio oral y no quiere abogado de oficio, ni conoce letrado libre. El procurador le indicó que en alguna sala del tribunal habría seguramente algún abogado que estaría dispuesto a defenderlo por poco dinero. El imputado encarga al procurador que busque al sujeto y, en el escaso tiempo que transcurrió desde el encargo hasta que se produjo la vista, no más de diez minutos, una somera explicación de los hechos, la petición de unos billetes y el abogado que, sin conocer al cliente, ni haber visto los autos, recibido el emolumento pedido, entra en estrados y pronuncia el alegato de la defensa. Así fue; así sucedió.

Y eso, querido Samuel, adjetívalo como quieras. Pero esa conducta tiene un nombre propio: corrupción. Aparte indignidades, falta de….cuantas cosas quieras. No olvides que, no por un asunto como este, un alcalde español pronunció aquella frase tan gráfica: “la justicia es un cachondeo”. Me resisto a creer que en Suiza ocurra algo parecido”.

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- “No es éste el caso. El miedo al vacío, al boicot, no sé, la mentalidad en este país, calvinista cien por cien, con su rígida moral pero con una sociedad en “ghetos” si no fuese un país libre, que lo es, podríamos hablar de “gulags”. Y la gente no juega a quedarse en fuera de juego; necesita tener un apoyo social. Nadie juega a proscrito. Y, como en tantos otros sitios y, por múltiples razones, el fin justifica los medios”.

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- “Pues si en el corazón de Europa están las cosas así poco podemos esperar, como decía la malograda cantante Cecilia, en esta España mía, en esta España nuestra”.

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- “Y yo que creo que en España todavía hay más profundidad en los valores humanos que en la Europa eterna”, le añadí.

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- “Querido Samuel, en cuanto a valores humanos soy un escéptico integral. Tengo mis modestos criterios al respecto y……oye”

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- La expresión última surgió porque, abstraídos, íbamos divagando Gastón y yo, y, de repente, una voz de un Pub nos reclama: ¡Samuel! Era Modesto, que estaba con Fina tomando un vino, mientras ella succionaba, por una cañita, una Tónica Schweppes.

- Entramos en el recinto que, si bien era reducido de dimensiones, estaba magníficamente decorado, con una iluminación estratégicamente situada y aquellos asientillos de cuero como fofos porque, en cuanto te sentabas en ellos, parecía como si encogieran y te acababas sentando en el suelo. Los llamaban, creo, pufs. Menos mal que la mesilla, que más parecía una peana por lo escasita que resultaba, acogía, no sin alguna apretura, los cuatro vasos en que nos sirvieron, además de lo apuntado, dos “Cynar nature”, como correspondía a la nación anfitriona.

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- “Samuel, ¿vendiste muchos ejemplares de tu libro acerca de Cervantes en Sanabria?”, -me preguntó Fina.

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- “Pues no, porque hice una edición limitada para un grupo de amigos, y para que me sirviese para intervenir en un programa sobre Cervantes que se va a dar en TVE y al que me han invitado como contertulio”.

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- “Ya nos avisarás para admirarte en la tele”. !

- “Bueno, yo espero que sea dentro de un par de meses”.

- “Oye, Samuel, y, ¿ese otro libro donde te metes contra el dólar de una manera despiadada? Se lo presté a nuestro amigo Villamanta y si te ve, te lo estampana en la cara. ¿Cómo se llama el libro?”

!

- “A decir verdad no lo recuerdo, porque lo redacté un poco como respuesta-repulsa al proceso de Totó, pero reconozco que ni debí escribirlo, ni va a tener muchos adeptos en los países capitalistas.

Además, ya me han dicho que está muy mal escrito”.

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- “¿Es verdad que vas a organizar un Congreso Internacional de Judíos en Zamora?” !55

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- “Sí, lo tengo muy avanzado. Y, por si acaso se me pasase, estáis invitados los tres a venir al mismo”.

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- “Yo no voy, -dijo Modesto-, porque, al parecer, son gente muy lista y, a lo mejor, me contagio. Me contaron que una vez estaba muriendo un judío y le dijo a sus dos hijos:

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- “Cuando haya muerto, metedme en el féretro un millón de dólares por si necesito efectuar algún pago en el otro mundo”. – “Vale padre, así lo haremos. Muere tranquilo”. Fallece el fulano y, entonces, los hijos, tras rápido conciliábulo, acuerdan meterle en el féretro, en vez de un millón de dólares, un cheque en blanco por si necesitase más del millón”.

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- “A donde vamos es a comer, -le apostillé-, que ya es hora”. !

El ritual se cumplió al pie de la letra. No era tan baja la mesa del comedor de Totó como las del Pub “l’Aguilon” donde habíamos tomado el aperitivo (sin tapas como agudamente había apuntado Modesto y no como en su bar galaico, donde las tapas eran las vedettes del apero), pero era lo suficiente como para que Fina advirtiese que, gracias a que llevaba pantalones, porque si no, si fuese con minifalda, propiciaría una exhibición de bragas a go go.

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La única nota destacada fue que Gastón le suplicó a Jonás que le dejase acompañar los canapés con el Château Margaux que yacía en su servidor sobre la mesa grande, en lugar de con el Sancerre blanco que había abierto para tan fausto suceso. A regañadientes, Totó aceptó, pero tan a regañadientes que no pudo evitar soltarle a Gastón: “No sabes ni beber, ni comer”. A la sonrisa de este como respuesta inicial, surgieron Fina y Modesto, apuntándose también al tintorro, que, según manifestaron, estaba superior. El berrinche de Totó casi llegó al paroxismo y en aquellos ojillos vivaces, ágiles y un tanto ratoniles, pareció verse algo como un “esta es la mía”.

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No tardó mucho en llegar la respuesta de Gastón: !

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- “Yo no sabré comer ni beber, como dices, pero, en tu vida has comido manjares, ni bebido vinos de la calidad de los que nosotros hemos degustado. Tú no tienes la menor idea de lo que es comer bien en España. Así que te conviene hablar sólo de lo poquito que conoces, y hacer lo que has aprendido, porque las chulerías se pagan. ¿Entendido?”.

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Totó no articuló palabra. Se levantó y se fue a la cocina inmerso en un silencio sepulcral. Estaba cantado que aquello no iba a quedar así.

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Concluida la anécdota, pasamos a la mesa-mesa y, allí con la puntual ausencia del cocinero, a su retorno nos plantificó un sabroso “risotto” con “gamberoni” y un “goulash”, no sé si húngaro o suizo, que picaba como si llevase una tonelada de mostaza y tabasco.

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En pleno fragor de sudores hubo que acudir al vino y abrir otra botella que, por el gran disgusto de no haberla podido oxigenar, hubo de ser escanciada y gracias a ello pudimos diluir el picante.

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Mientras Totó procedía a escanciar el vino, de sopetón suelta la siguiente soflama:

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- “¡Querida Fina! Ya creo que sé de donde vienes, porque ayer me acordé de que conocí a una señora que parece gemela tuya, aunque es un pelín más alta y la identifiqué. Es una señora muy bella, modelo o, al menos, lo ha sido, y creo que está casada en Zúrich. Me acordé… esas gafas; esa nariz, los labios… sois casi calcadas. Y me acordé porque hace ya unos diez años asistí a alguna cena y a alguna fiesta en la que estaba ella… ciertamente no acompañada de su marido. Fiestas que se turnaban los anfitriones raramente en sus propias casas porque, precisamente como no todos o casi ninguno iba acompañado de su consorte, se hacían en lujosos hoteles de la ciudad o aislados en el campo, y allí pernoctaban sin necesidad de salir, ni conducir, ni estropear el encanto nocturno”.

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- “De eso a hablar de orgías o bacanales, no hay más que un paso”, -apuntó Fina-. !57

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- “Bueno, -añadió Totó-, yo no quiero ni insinuar, ni malmeter, ni menos calumniar a nadie. Perdona, no obstante, que te cuente esto pero yo estoy seguro de que aquella espléndida mujer tenía que ser tu hermana. Claro es que no me acuerdo del nombre, pero sí hay un dato que te puede ilustrar si era o no era ella. En alguna conversación que mantuvimos me comentó que vivía en Engelberg y, además, que yo le resultaba una cara conocida porque años atrás, cuando ella tenía doce o trece años, iba con su madre y otra hermana más joven a Ascona, al Ticino, de vacaciones. Y allí se iban a bailar a alguno de los Pubs que tanto abundan enfrente del Lago, carretera en medio. Casualmente, yo era bastante asiduo a aquellos pagos y hasta es posible que coincidiese alguna vez bailando con tu madre, porque había una hermosísima señora suiza a la que se conocía en aquellas salas como “la bella bionda” y la que yo creo que es tu hermana me aseguró que a tu madre la conocían por dicho apelativo italiano. Yo era más joven que ella, pero era tan hermosa que era un placer disfrutar como su pareja de baile. Así que si el parecido físico delata, tú eres la hermana más joven que iba de vacaciones con ellas dos: tu madre y tu hermana mayor”.

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Durante unos segundos, el silencio se cortaba en la mesa. !

Pero Fina reaccionó con cierta flema y guasa. !

- “Lo de mi madre es cierto, y a mí me dio tanta vergüenza verla bailar que no volví a salir de noche nunca más desde la primera vez que presencié la escena. No sé si será por aquello, pero no he bailado en mi vida más que una vez con Gastón, y eso porque los chicos se pusieron pesados y me obligaron. Pero lo de mi hermana…, no voy a negar que me sorprende. No tengo mucha comunicación con ella, ni con mi madre. Más con otra hermana más joven. Es cierto que me habló de desavenencias, de que se hablaba de separación, pero mi madre no se lo permitió. De todas formas, tengo que felicitarte por ser tan buen fisonomista, y darte las gracias por encontrarnos tan agraciadas a las Vogel”.

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- “Ves, no me acordaba del apellido, pero me alegro de haber acertado y, cómo no, de conocerte para desearte la mayor felicidad en tu vida personal y de pareja”.

!

- “Gracias”. !

- “Y hoy, -continuó Totó-, en cuanto friegue tengo que bajar para hacer unas gestiones antes de entrar, como decís vosotros, en el trullo”.

!

- “Yo friego, -aseguró Fina-, así que, si es por eso, baja ya”. !

- “No, yo friego y tú, si quieres, me ayudas a limpiar como ayer”. !

- “Pues encantada”. !

Y así, durante aquellos minutos que Fina y Totó dedicaron a las labores del hogar, Gastón y yo apuramos un güisqui, mientras Modesto nos obsequió con la anécdota que había vivido en una tasca de su pueblo donde, tras pasar casi veinticuatro horas jugando a las cartas, a eso de las cuatro de la madrugada sonaron unos golpes en la puerta y, al abrir la dueña de la taberna, apareció la mujer de uno de los jugadores y solamente pronunció la frase:

!

- “Son las cuatro de la madrugada y llevas aquí desde las diez de la mañana de ayer; ¡ya está bien!”.

Lleno de razón, se levanta el aludido y sentencia: “Toda mujer que pretenda mandar más que su marido, Santo Cristo del Garrote, Palo del Verbo Divino”.

!

La señora oyó, dio media vuelta y se fue sin decir nada. !

Las carcajadas hicieron impacto, porque de inmediato, surgió Fina:

!

- “Modesto, cuidado con tus chistes. Como tú dices, sin pasarte.

Eso, a mi hermana, te aseguro que no se atrevía a decírselo su marido ni a mi me lo diría nunca Gastón”.

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Como la ausencia del anfitrión fue inesperada nos pilló a todos desprevenidos, y los primeros minutos los dedicamos a comentar una serie de banalidades, de futilidades, como, por ejemplo, las excelentes elecciones que hacía Totó de los menús con que nos obsequiaba a diario, el punto que le daba a la carne cuando la preparaba a la sartén o la calidad de los vinos elegidos cada día. No faltó la jocosa alusión al plante que le hicimos los hispanos al vino blanco. Realmente no le agradó porque él, Totó, era un forofo del vino blanco, hecho por otra parte explicable en un hombre amante del champagne y de los vinos ligeros, así como también de los dulces. No sabía lo que era vino, aunque presumía de ello. Era, en el argot hispano, un señorito pijo.

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Pero, pasados los primeros escarceos, la conversación derivó inevitablemente hacia la alusión que había efectuado Totó respecto a la familia de Fina. La verdad es que fue ella misma quien me preguntó a mí de modo directo:

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- “Oye, Samuel, ¿sabías tú algo de lo que comentó Totó de mi hermana?”

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- “Pues ciertamente, nada, Fina. Aparte de que él no te conocía, hasta ahora nunca me mencionó haber tenido conquista alguna con una “bionda”, ni con su hija. Es un tipo bastante hermético en esos temas. Debe de tener mucho que ocultar. Y, con absoluta seguridad, lo que te contó surgió por que al verte le recordaste a alguna persona que se te parecía y empezó a darle vueltas al molino hasta que ¡ahora caigo!, el otro día al marcharse a la cárcel dijo algo así como que ya lo tenía pero, no obstante, al día siguiente no comentó nada. Luego dijo también que nos tenía que comentar algo a Gastón y a mí pero…, ya ves, lo contó a todos.

Seguro que dio como valor entendido que, por un lado, Modesto es de absoluta confianza y, por otro, que sólo aludió a que tu madre había bailado con él y, en cambio, que a tu hermana sólo la conocía de alguna cena, pero no aludió siquiera a haber tenido la menor relación con ella. Que seguro que no la tuvo porque, en caso contrario, no mencionaría el tema”.

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- “No lo quise decir antes, pero yo no puedo negar, -apuntó Fina-, que algo de eso circulaba en los mentideros de Zúrich. Pero aunque a mí me lo había comentado otra hermana más joven, dándome casi como seguro que ese matrimonio estaba deshecho, de un lado, lo tomé como una justificación de las cuitas que sobre esta, la más joven, circulaban respecto a su tendencia a los casados. Esta era soltera y, según decían, se dedicaba a los casados porque no le creaban compromisos. Y, de otro lado, porque el marido de la mayor era un bebedor empedernido, y como alguna noche ella le había cerrado la puerta de la habitación en algún hotel, dejándolo dormir en el pasillo por llegar borracho, quise entender que era más justificada esta última causa que otras para que el matrimonio se desmoronase. Pero era imposible romper esa pareja salvo que lo pidiese él, circunstancia imprevisible porque estaba perdidamente enamorado de ella, pues mi madre a ella no se lo hubiese permitido. Que aparenten lo que no es… puede ser. Pero que él sepa que ella lleva una doble vida y, claro está, que de ser cierto, al cambiar de compañía, se trata de un problema de dinero, se me hace muy crudo creer que él trague con eso. Por otro lado, no sé con qué asiduidad ocurrirían esas citas. Concertarlas sí le será fácil, porque ella me imagino que, como no trabaja fuera de casa y él sí, tiene el campo libre para concertar citas y reuniones telefónicas cuándo, dónde y con quién quiera”.

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- “No creo que Totó esté al tanto de la vida social de tu hermana, ni, menos aún, de sus posibles problemas matrimoniales. Él solo citó alguna vez, serían dos o tres, las que la vio. Lo que pasa es que con ella le debe haber pasado como contigo. La vio, le impresionó como le impresionaste tú, fijó su imagen en su retina y al verte le acudió el recuerdo a la mente, pero tardó unas horas en relacionar el sujeto recordado con el sujeto presente. No veo otros conocimientos que pueda tener Totó acerca de tu hermana. Lo quesí es anecdótico es la coincidencia de haber conocido a tu madre, de modo totalmente incidental, años después a tu hermana de igual forma y ahora a ti, de modo igualmente casual. De no haberte conocido no habría habido lugar a esta historia, y no creo que haya que darle más importancia ni trascendencia y, al fin y al cabo, a lo que parece y tú conoces, tu madre goza de buena salud !61

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y el matrimonio de tu hermana sigue su curso con los altibajos que puedan haber existido, pues tampoco hay constancia de que las cosas no sigan ahora como hace diez años, más o menos. ¡Que, una vez más, el mundo es un pañuelo!”.

- “A mí, ciertamente, respondió Fina, no me hace feliz que gente de mi familia dé lugar a estas historias porque es verdad que mi madre iba de vacaciones con mi hermana y conmigo; lo que ocurre es que una vez, como ya te dije ayer, que la vi bailando con unos individuos, ciertamente que sólo bailando, pasé tal vergüenza que, cuando salían de noche ellas dos, yo me quedaba en casa. Y, probablemente, de modo inconsciente, le tomé tal aversión al baile que no he vuelto a bailar nunca… Bueno, os comenté que, solo una vez bailé con Gastón, -nunca lo había hecho con mi marido-, no recuerdo si fue en el Don Pepe de Marbella o en el Casino de la Manga del Mar Menor, donde una vez abrí una máquina tragaperras. ¡Diez mil pesetas!. Por lo demás, Gastón y yo no tenemos problemas mayores, nos entendemos, nos respetamos, tenemos una comunicación fluida y, sintiéndonos libres, nos profesamos una total confianza, lealtad y creo que fidelidad. No me veo engañándolo y menos por dinero. Y eso que me muevo con absoluta libertad y, normalmente, hay más cosas de qué hablar que de si fui allí o allá o hice esto o aquello. No surgen necesidades cuando las normales están cubiertas”.

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- “Gracias, cariño, pero ¿por qué no salimos a respirar aire de montaña poco contaminada y estiramos las piernas?” - intervino Gastón.

- “Voy al apartamento y salgo”, -musitó élla.

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- “Yo también, no te vayas a perder. En cinco minutos abajo” añadió él.

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El paseo aquella tarde fue distendido y tranquilo. Fina y Gastón muy enganchados, pero sin dar señal de que pretendieran aislarse ni de Modesto ni de mí, iban, ella oyendo y él tarareando algunas canciones, unas en gallego, a las que Modesto acompañaba, y otras como boleros o corridos mexicanos y alguna habanera, lo cual parecía complacer a Fina y daba la sensación de que era una !62

conducta habitual entre ellos. En un receso, ella explicó que cuando viajaban los dos solos, tras oír un rato la radio, la apagaba y le daba a Gastón un suave pellizco en una pierna, como sintonizando otra emisora, y entonces él debía ponerse a cantar hasta que se le secase la boca o, simplemente, se cansase.

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- “Me encanta leer algunos escritos suyos no profesionales, por ejemplo determinadas cartas y oírlo cantar, sobre todo, boleros y habaneras. No olvides que, cuando volvió de Brasil, ganó una copa en un concurso de canto, y actuó ocasionalmente como cantante de la orquesta del barco. ¡No veas como presumía! Las cartas que me enviaba, en cambio, parecían novelas, dada la extensión que tenían. Pero eran intraducibles. Las tuve que quemar todas casi sin leerlas”.

- “Pero, le interrogué yo, ¿qué cartas lees de él ahora? No me vas a decir que desde que estáis juntos te escribe cartas de amor”.

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- “No, tonto. Cuando hace nueve o diez años se fue a Brasil -y en gran parte fue culpa mía-, porque pensamos en la conveniencia de comprar un piso para cuando pudiésemos vivir juntos, le salió un muy interesante contrato allí y, aunque él no estaba muy decidido a ir, lo animé porque con sólo cuatro meses de estancia ganaba lo suficiente para adquirir el inmueble que pensábamos comprar y que se iba a construir justo al lado del despacho que entonces tenía en la zona de Chamartín”.

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- “Vamos a ver. ¿Te refieres entonces a las cartas que te enviaba desde allí, que me acabas de decir que eran, creo, ilegibles?”

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- “Pues no precisamente. Como te decía, aquellas cartas eran extensísimas, larguísimas y no entendía casi nada de lo que escribía, pues con una letra tan pequeña y los renglones tan pegados, apenas si sacaba algo en limpio. Generalmente me conformaba con entender el final. Y que conste que Gastón no era, ni es, Bécquer ni Rilke”.

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- “Insisto, no me hagas creer que se sigue carteando contigo”. !

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- “Ya te he dicho que no. Me refiero a cartas que escribe, por ejemplo, a un hermano que le reclama veinticinco millones de pesetas por daños y perjuicios después de haberlo mantenido un montón de años y por lo que ahora, por fin, desde que nos trasladamos a vivir fuera de Madrid, ya no andamos con guardaespaldas. O cartas que envía a algún alcalde que le consulta lo que él llama una chorrada que debe ser, más o menos, como una barbaridad o una burrada. O en fin, Samuel, por qué no decirlo, alguna carta que te ha remitido en alguna ocasión a ti, alusiva a algunos libros tuyos, a opiniones tuyas sobre temas religiosos, que no me negarás son para partirse de risa. Aunque a tí no te hagan gracia. Tú eres un poeta, un romántico, pero andas un poco escaso de sentido del humor”.

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Y en estas minucias entre Fina y yo, tras el largo paseo, subimos al apartamento-restaurante y allí nos compusimos una cena frugal a base de unos sándwiches mixtos con unos vasos de leche que Modesto señalaba como destinados “a cargar la pluma”.

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Después, temprano, nos retiramos a nuestro cubículo donde, me indicó Gastón, que, mientras Fina hacía sus abluciones en la “toilette”, él aprovecharía para profundizar en el proceso, con el fin de seguir aclarando ideas al día siguiente, bromas aparte.

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CUARTO DÍA

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A las nueve y diez del día siguiente, tras haber desayunado, apareció Gastón en nuestro apartamento, como el día anterior, muy impetuoso, porque, en vez de dejar hablar a Totó, como había hecho los primeros días, inició una descripción de su visión sobre el caso que demostraba dos cosas: una, que se había leído prácticamente las 115 hojas de mi escrito y otra, que, independientemente de que nos gustase o no, había existido una estafa punible. Así de claro, preciso y conciso.

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A continuación, y de un modo muy correcto, me aconsejó que no novelase hechos tan serios, y reiteró lo que ya me había dicho de no deprimir ni jalear a Jonás.

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Así las cosas, Gastón continuó explicando que lo único que había que analizar y profundizar eran aquellos puntos concretos en los que el Tribunal pudiese haber infringido el Tratado de Roma.

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Y de todos los temas analizados, tan sólo dos merecieron la atención de Gastón: los fraudes procesales y el encarcelamiento de Barril en pleno proceso.

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En cuanto al primero de los extremos era labor suya, decía Gastón, investigar los tomos del proceso que Jonás aseguraba conservar íntegros en copia aunque no era del todo cierto, como se pudo comprobar después y que los deseaba cotejar en Estrasburgo para saber si los Tribunales habían enviado la totalidad del proceso o hurtado algún extremo conflictivo.

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De todos modos, Gastón no había ido para dar explicaciones a Anzère; había ido para oír datos, pero no para redactar memorandos. Entonces, Totó y yo fuimos explicándole a Gastón la historia del bueno de Barril y el error que supuso traerlo, aunque ahora nos pudiese ser útil como pieza de convicción, a efectos de señalarlo como objeto de infracción del Tratado de Roma.

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Le explicamos que Barril se ofreció, aunque, en realidad lo hizo a petición mía, a venir a codefender a Totó como abogado experto en legislación española. Al llegar, estaba sentado en estrados, como pulpo en garaje, al lado del defensor, porque no sabía ni entendía una sola palabra de francés. Luego su aportación era inútil. No comprendía ni lo que le consultaba el propio defensor. En vista del fracaso, decidimos presentarlo como testigo porque así, al menos, su deposición se efectuaría con traductor y su testimonio podía tener cierta utilidad aclaratoria respecto de algunos de los extremos legales controvertidos.

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Pero hete aquí que, en plena declaración, a instancia del fiscal, el Juez ordena el ingreso en prisión del amigo Barril como cooperador necesario de la estafa. De estrados, con toga, al asiento de testigo sin toga y, de allí, sin solución de continuidad, a la prisión.

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Gastón movió la cabeza, pero fue inevitable que le surgiese un rictus de risa, porque no dejaba de tener su “aquel” que un ciudadano que se presta a ayudar al cliente, sin siquiera sospecharlo, se encuentre en una celda con un camastro, en lugar de la confortabilidad del hotel.

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Gastón no conocía a Barril porque, en caso contrario, en lugar de una sonrisa, mucho me temo que hubiese soltado una carcajada. En el fondo, no dejó de hacernos gracia a todos la anécdota.

Afortunadamente, se consiguió sustraerlo de la cárcel y extrañarlo a su Sevilla del alma, en base a un Convenio de Extradición existente entre España y la Confederación Helvética de 1889.

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Gastón reiteró, como ya había anunciado días atrás, que, a su vuelta a Madrid, de inmediato, bajaría a visitar personalmente a Barril para que le explicase sus impresiones, y para proponerle que fuese a Estrasburgo a deponer, naturalmente con todo tipo de garantías, porque no había duda de que el proceso iniciado en Ginebra contra él, se mantenía abierto por lo que ir a Suiza era sumamente peligroso, al caber la posibilidad de que lo volviesen a meter en prisión en cuanto apareciese por allí.

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- “¿Quién va a pagar todos esos viajes?” -preguntó Jonás. !

- “Esa pregunta, en este momento, es impertinente, -respondió Gastón-. Y no entiendo por qué la haces si no tienes dinero para pagarlos”.

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- “Vale, gracias. Ahora, por favor, idos a dar una vuelta por ahí que hace un dia espléndido y hoy tengo una comida sorpresa y debo prepararla con la exquisitez que se merece”.

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El secreto había sido sepulcral. Pero, ciertamente, nos dejó a todos alelados. No nos explicó cómo lo consiguió pero, por lo que comentó, ninguno de los concurrentes había probado nada igual. Se trataba de un pez cuyo nombre científico es el de “Cheilinus Undulatus” o pez Napoleón y la verdad es que constituía un verdadero bocado de cardenal. Al parecer, como diría Góngora, el escamado habitante del cóncavo celurio era un pez, grande de !66

tamaño, pero carísimo y apreciadísimo en Oriente. Por eso no resultaba fácil conseguirlo en Suiza, donde debió haber llegado a algún restaurante japonés y allí le vendieron a Totó una porción suficiente para que comiésemos holgadamente cinco personas, y quedase todavía remanente para cenar los invitados.

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Pasamos la comida hablando de exquisiteces y nos anunció para el día anterior a nuestra marcha, es decir, dos días después, otra sorpresa de despedida.

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Quedó muy claro que, a pesar de que España era, probablemente, el país donde mejor se comía del mundo y ello, con toda seguridad, porque determinados productos (mariscos y jamón, por ejemplo) son los mejores del orbe, no obstante, hay productos foráneos que son una maravilla como, por ejemplo, el pez Napoleón y vayamos a ver “qué” otra “delicatessen” nos preparaba para dos días después.

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No faltó la oportunidad de recordarle a Jonás la majadería que había supuesto decir aquello de que Gastón no sabía comer ni beber.

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Aquella tarde la dedicamos a analizar la estrategia a seguir antes de iniciar la batalla legal en la Comisión Europea. Tras dimes y diretes, se concluyó con que, de acuerdo con lo ya inicialmente previsto, lo primero que había de hacerse era ir a Estrasburgo a la propia Comisión, para cerciorarse de que estaba completo el expediente judicial, es decir, el sumario y las actas del plenario así como las sentencias de instancia, de apelación y del Tribunal Federal.

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Además, había que pretender husmear si el Secretario General de la Comisión, que era suizo, tenía alguna predisposición y, en su caso, de qué signo, respecto al “affaire” que nos concernía.

Desde allí a Madrid para concretar extremos y, de inmediato, a Sevilla, a efectuar Gastón la prevista entrevista personal con Barril, por si de ella se sacaba algo en limpio y, sobre todo, si conseguía convencerlo para que acudiese a testificar a Estrasburgo.

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Con esas previsiones, en el plazo de quince días aproximadamente, nos enviaría Gastón el texto de la demanda para !67

su corrección y comentarios y, en una semana, a continuación de nuestro visto bueno, procedería a la presentación oficial de dicho escrito ante la sede de la Comisión.

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Para toda esta operación, Totó, a la mañana siguiente, subiría tarde a Anzère porque debía ir a otorgar el poder que facultase a Gastón a actuar en su nombre y representación ante la Comisión Europea y demás organismos a que pudiese haber lugar o fuese necesario o conveniente.

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El resto de la tarde se diluyó en comentarios más accesorios que sustanciales sobre lo que Totó opinaba de las autoridades y banqueros suizos y a la taurina hora de las cinco, cogió sus bártulos y bajó a su celda a pernoctar.

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Nosotros, por nuestra parte, aprovechamos la magnifica “soirée” que se presentaba y nos fuimos a dar un paseo por los alrededores de Anzère.

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Una vez más surgió el tema del reconocimiento de Fina por Totó.

La cuestión dio mucho juego, pues Fina sintió quizás como una imperiosa necesidad de desahogarse y, aunque parece que Gastón conocía los pormenores de la historia, contó y no paró cuanto le vino en gana de la desatención que su familia le había prodigado cuando ella había estado agobiada de problemas y dificultades en su matrimonio, durante el cual, aparte de las vejaciones y acoso, tanto psíquico como sexual, a que había estado sometida, no había encontrado el más mínimo apoyo, ayuda o consuelo en nadie de su familia.

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Hasta que, en un momento determinado, Gastón irrumpió en la perorata interrumpiéndola con un:

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- “Bueno, ya has descargado bilis, ya estás liberada de un peso que al parecer tenías guardado, vamos a disfrutar del momento, pues lo pasado ha quedado enterrado y no hay que remover cenizas”.

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Efectivamente, entre que Modesto empezó a darnos lecciones de flora, familias de árboles, etc., y Gastón empezó a provocarme con !68

temas religiosos, aprovechando lo que Fina había comentado sobre las cartas que me enviaba hablando de ellos, fuimos llegando a casa a terminar con el Napoleón que había sobrado de mediodía.

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La sobremesa fue breve, porque Fina se acurrucó con Gastón y dio la impresión de que buscaba imperiosamente intimidad. Restañar las heridas abiertas durante la tarde.

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En cuanto insinuamos a la pareja que debían retirarse, Fina sonrió con satisfacción y Modesto me indicó que, como era temprano, si me parecía, se quedaba un rato a charlar y a “echar un pitillo”. Me pareció de perlas y entonces la pareja le dijo a Modesto que le dejaban la llave del apartamento bajo el felpudo, con lo cual podía entrar cuando le pareciese oportuno.

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Bajaron para ir a su apartamento, y Modesto y yo comenzamos a divagar sobre nuestras vidas, la personalidad de Totó, la solidez de la pareja Fina-Gastón y todo ello adobado, de vez en cuando, por un cuento o un chiste del repertorio inagotable que tenía el bueno de Modesto, sonrisa o carcajada siempre dispuesta y un buen humor a prueba de fuego, complementado con una permanente apuesta por estar dispuesto a cualquier sugerencia que se le hiciese de hacer, omitir, realizar, parar, etc. Era un verdadero comodín.

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Ciertamente no faltaron ocurrentes sugerencias sobre la personalidad de Totó y de entre diversas hipótesis que manejamos Modesto y yo, conseguimos sacar unas consecuencias muy precisas.

Aunque tiempo después me enteré, como ya he dicho, de puntos desconocidos, lo que resultaba muy aparente era que Totó había sido un aventurero; que había ganado mucho dinero, pero a costa de arriesgar su propia familia, sus bienes y su futuro en una absurda ambición que muy bien pudiera haber enfocado de otro modo, fundamentalmente, sin ir a buscar a sus clientes entre gentes íntimamente ligadas a la Banca. Estas relaciones concluimos que habían sido la causa de su perdición. Lo que nos faltó entonces, fue conocer realmente el porqué Totó se había ido a trabajar a España. ¿Voluntaria u obligadamente? Aparecían una serie de incógnitas que me acechaban y, así aproveché para preguntarle a Modesto si le !69

había oído alguna opinión a Gastón respecto a Totó o al caso. Y su respuesta fue contundente:

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- “No ha dicho una palabra del tema. Da la sensación de que está muy metido en el asunto, pero tiene una grave preocupación que es la nulidad del matrimonio de Fina, que se está dilucidando en Chur y, además de a Estrasburgo, vamos a ir ahora a Chur, porque creo que ella va a declarar ante el Tribunal Canónico y Gastón la está adoctrinando respecto a la declaración y, a la vez, transmitiéndole serenidad y seguridad, porque el problema de ella fue superar la situación vital que le causó el trauma de la vida en común con su marido”.

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- “¿Cuánto tiempo llevan juntos Fina y Gastón?”, -le pregunté-. !

- “Creo que alrededor de quince años”. !

- “Hombre, ya es tiempo de que estén consolidados”. !

- “Sí, yo viajo con ellos a menudo, vamos, con relativa frecuencia y ciertamente nunca he presenciado ninguna discusión. Bueno, hay cosas en las que tienen puntos de vista distintos, pero los cambios de impresiones los desenvuelven, los exponen de manera muy correcta y civilizada. A mí lo que más coña me produce es que ella a veces no entiende alguna cosa que le dice él y entonces, ante el mal entendido, si él se burla o ríe, ella se cabrea. Pero no creo que tengan la más mínima dificultad para seguir entendiéndose.

Además, los hijos de ella a él lo quieren y respetan, y él se lleva muy bien con ellos. Incluso creo que le han pedido que los adopte, y ella está completamente conforme”.

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- “Mi problema, -le comenté yo, en la línea de intimidad que habíamos iniciado-, es que no puedo ni discutir con mi mujer, porque no la veo. Por la vida que lleva no dormimos juntos ya que se levanta a las seis de la mañana, desayuna y se va a trabajar, come en el trabajo, y vuelve a casa sobre las seis de la tarde. Yo, a esa hora, ando fuera haciendo mis cosas y cuando llego a casa, ya está dormida. Eso me ha obligado a echarme una amiga y la verdad es que me ha venido bien, porque, gracias a ello, he podido !70

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facilitar a Esther, la secretaria amiga de Totó, un refugio provisional fuera de Suiza, pero casi en la frontera, hasta que se decida el destino de él”.

- “O sea que tú tienes tus devociones fuera de casa. Supongo que intrascendentes en cuanto a resultados porque, no te vaya a ocurrir como le sucedió a un amigo mío del que me estoy acordando, allá en mi tierra, el cual era cura, y que, al parecer, había dejado en estado a una feligresa que era algo discapacitada.

Y un día que me encuentro con él, después de lamentarse de su mala suerte, empezó a decir tonterías tales como que se iba a suicidar, etc. Tras recriminarle sus manifestaciones, le solté:

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“Bueno, pero lo gozado no te lo quita nadie.”

- “¡Oye, -me contestó manifiestamente contrariado-, fue un simple abrazo!”

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- “Modesto, aunque no me creas, la verdad es que yo poco más hago que un simple abrazo, pero sin resultados indeseados, porque eso sería mi ruina tanto con mi mujer como con mis hijos.

Tras otros “affaires” que os conté el otro día, tengo ahora una aventurilla con una gatita muy joven y muy mona que, como ella dice, tiene dos padres: el legal y el biológico. Es decir que la madre, estando casada con su marido, tuvo una relación extramatrimonial y nació esta niña. El matrimonio se separó y la madre se fue a vivir con el padre biológico, con lo cual, como dice la chica ahora, tiene dos padres, con lo que, tanto el oficial como el biológico, se superan haciéndole regalos, consiguiendo así ella vivir mejor de lo que nunca hubiera podido ni esperar ni soñar”.

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- “Mira que es difícil encontrar una familia normal”, -sentenció Modesto-.

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Quedaban dos días para la marcha, y Totó quería trabajar al día siguiente y dejar el anterior a la partida para convertirlo un poco en una fiesta, de suerte que pudiésemos charlar entre todos y profundizar en el conocimiento mutuo, dado que el feeling que había nacido entre los miembros del grupo era excelente. !71

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Así las cosas, Modesto y yo decidimos levantar la sesión y él bajó a coger su llave e instalarse en su apartamento. No pude por menos de avisarle que entrase con cuidado, sigilosamente, no fuese a ocurrir que interrumpiese bruscamente un idilio. Se rió y se fue.

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QUINTO DÍA

La mañana de aquel jueves fue todo menos aburrida. Desde primera hora analizamos pormenorizadamente las actas del proceso y, aunque no hubo gran consideración con el acusado, no acabamos de ver unas claras rendijas por donde atacar al Estado helvético. Las sentencias eran firmes, estaban en plena ejecución y, en la Comisión Europea, a lo más a que aspiraba Gastón era a obtener la libertad total de Totó, es decir, que no tuviese siquiera que ir a pernoctar a la cárcel.

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Gastón nos contó las irregularidades que había observado a lo largo del iter procesal, nos manifestó, reiterando e insistiendo en lo que ya me había manifestado con anterioridad, que no podía entender las conductas del Fiscal, y, especialmente, la del Presidente !72

del Tribunal Cantonal respecto al Jurado, a los testigos y, en fin, a Barril. Personalmente, Gastón entendía que había base para haber planteado una querella por prevaricación, pero comprendió, por lo que ya habíamos comentado de los defensores de oficio, que los letrados locales no se atreviesen y, a decir verdad, nosotros, o sea, Totó y yo ni lo pensamos, es decir, no se nos pasó por la imaginación pero, desde luego, de habérsenos ocurrido no lo hubiésemos ni planteado a los abogados.

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- “Fijaos, les dije, que ni yo mismo en lo que te di escrito para leer, que tú, Gastón, tomaste, en todo caso, como novelesco o irreal, ni siquiera menciono el país, la nación en que sucedieron los hechos”.

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- “Y todavía, viviendo así, ¿criticabas en España al General Franco?”, -preguntó, con sorna, Gastón-.

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- “Yo comprendo, -le respondí-, que este país es especial. Pero la razón por la que yo creo que se ensañaron con Totó, fue porque se trataba de un extranjero. Yo he sentido en mis carnes cuando llegué aquí cómo los suizos me recordaban con habitualidad que yo no era suizo”.

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- “Mirad, -intervino Totó-, a mí aquí se me trató bien mientras los negocios iban bien, pero en cuanto tuve los primeros fallos que originaron las primeras reclamaciones, los presuntos amigos desaparecieron absolutamente y los banqueros no solo me dieron la espalda, sino que fueron los primeros que se dirigieron al Fiscal para imputarme”.

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- “Queridos amigos, -terció Gastón-, llevo varios años viniendo a Suiza y, de un lado, los aduaneros de la frontera son tipos de la peor calaña. Acuérdate, Samuel, de los chorizos, cómo, gracias a que yo lo declaro todo, que si no, voy al “cagarrón”, tuvimos que llevarlos a la estación del ferrocarril de Annemasse, donde tú los recogiste y los entraste en Suiza. Son unos impresentables y unos indeseables. ¿Por qué? Pues porque están poseídos de un chulesco sentido de superioridad y ven en todo español un paria que va a tratar de vivir a costa de ellos. Pero yo he convivido, como le !73

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contaba Fina a Samuel días atrás, alguna que otra vez con españoles, casi todos gallegos, en la zona de Stansstaadt, en la Suiza Central. Fue cuando los fusilamientos de Madrid del 75.

Vereis: había venido a Ginebra por un tema de negocios, y cuando acabé mi reunión y pensaba retornar a España, me encuentro en el parabrisas del coche un pasquín convocándome a una manifestación ante el Consulado Español a las once de la mañana.

Serían las diez ó diez y media cuando encuentro el panfleto, y mi primera ocurrencia es llamar a España. “¡No vengas que en Francia han quemado ya varios coches españoles!” Entonces, cogí el coche y al socio que me acompañaba (todavía Fina y yo no convivíamos), y nos introdujimos en la Suiza eterna. Ya os dije dónde. Una tarde de sábado, anclados allí hasta que “escampase” en España, estuvimos el colega y yo tomando unas cervezas en un bar del pueblo ribereño del Lago de nombre impronunciable en alemán, (Los Cuatro Cantones) y empezaron a llegar paisanos a los que decatamos fácilmente”.

- “La misma historia más o menos que contó Fina el otro día”,interrumpí yo.

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- “Efectivamente, -continuó Gastón-, cuando había unos treinta y me percaté de que la mayoría eran gallegos y, algunos, portugueses, me dirigí a ellos en nuestra lengua vernácula y les invité a unas cervezas. Charlamos largo y tendido, pero ni una queja, ni una loa, ni un suizo. Otra historia peculiar y peor aún; cuando Fina estuvo ahogada por sus problemas matrimoniales vine, unas veces solo y otras con un hermano que era jesuita, a visitar a su familia. La familia de Fina se saludaba dándose la mano: “Salü”. Un apretón de manos, madres con hijos, hermanos, etc., hasta que llegó esta, alterando el protocolo, dando besos a destajo y los reconvirtió a unas formas más humanas. Pero ayuda, apoyo, amparo…, nada de nada. Aquí Calvino creó un sistema de vida y, al cabo de casi quinientos años, dinero, dinero y dinero. Si queda algo de tiempo sin poder ganar dinero, un polvo rápido y desganado también muy calvinista, muy puritano. El problema tiene una manifestación muy concreta: son unos racistas. Odian a los alemanes, y para diferenciarse de ellos, los de la Suiza Central crearon un dialecto que no todos los teutones por no decir que !74

casi ninguno lo entienden; desprecian a los franceses (Ginebra no es Suiza) y a los italianos: (el Ticino es más italiano que suizo). Y ante ese desprecio a los latinos, ¿qué esperabas tú, Jonás, de estas gentes? Te han tratado como acostumbran”.

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- “Oye, Gastón, pero Calvino es muy respetado”, respondió Totó. !

- “Mira Jonás. Yo he leído mucho sobre Calvino y para mí la conclusión es que se trataba de un tirano, un dictador y un a s e s i n o. E n E s p a ñ a l o s p r o t e s t a n t e s l o d e f i e n d e n vehementemente. No sé si esa es la causa pero, si no tienes “pedigree”, te explotan, y cuando te exprimen, te tiran al hoyo. ¿Tú crees que van a aceptar a un gabacho que les viene a restar beneficios y, si acaso, a enamorarles sus “bellas biondas”. Mira, Fina es suiza hasta la médula, pero desde que falleció su padre, cuando se le ocurre venir a visitar a su madre, el disco es siempre: “Sácame el billete de ida y vuelta pera para menos de una semana, que no aguanto.” Porque la madre no le da tregua. Porque esta pasa del dinero, es cariñosa, no discute por interés y es rebelde porque ella eligió, con errores, pero eligió su pareja contra el criterio de su madre y pese a que, como os decía, no la ayudaron en nada, ahora se encuentra fuerte, segura, sólida y tranquila, y así viene unos días y se vuelve, porque se aburre con su gente. Y, como colofón, no quiero dejar pasar la ocasión, en esta ecografía rápida a los suizos, de echar un cuarto a espadas a favor del Vicario de la Diócesis de Chur, donde estamos tramitando la nulidad del matrimonio de Fina. Es un tipo ejemplar en lo humano, en lo eclesial y en lo económico. De él debían aprender los de la Rota Española. ¡Jonás!, te han jorobado por no ser suizo”.

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- “Bien, pero ¿qué crees que va a ocurrir?” -inquirió Totó. !

- “Sinceramente no lo sé, -respondió Gastón- pero mi esquema está centrado en que tú eres un tipo molesto para los suizos. Les estás casi amotinando a los presos. Les haces gastar dinero en adecentar a los delincuentes. Eres un ciudadano extranjero -olvídate ahora de tu residencia-peleón, luchador por tus derechos, pero conflictivo para el “Establishment” interno. Consiguientemente, !75

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quiero creer que, en cuanto presentemos la demanda, te van a soltar, es decir, cancelar la pena de prisión, pero te van a poner en la frontera; es parte de la condena. Como no soy adivino, ni augur, ni orate, repito lo que creo haberte dicho el día que llegué: procura que Samuel, Esther o quien pueda ser, vayan vaciando estos apartamentos tan hermosos en que nos alojamos, porque me temo, y ojalá me equivoque, que en cuanto pises suelo francés, porque tu extrañamiento al figurar en el proceso como ciudadano francés será presumiblemente, en la frontera gala, no te permitirán volver a entrar ya no solo en estos apartamentos, sino tampoco en suelo suizo. Siento ser tan claro, pero yo no miento y, a fuer de ser sincero, debo manifestarte mis temores. Aún hay unos bocados que degustar y tus bienes propios y los de las sociedades están confiscados”.

- “Totalmente de acuerdo, Gastón. Esto nos conduce a que, a lo mejor, es conveniente que yo disponga de algún tiempo para poder sacar cosas de valor que, como ves, tengo aquí, así como documentación que, ve tú a saber, puede ser útil,…, nunca se sabe”.

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- “Aprovecha que pasado mañana nos vamos y llevamos a Samuel a Ginebra y, al menos documentos y algún que otro cuadro caben perfectamente en el coche. Luego, ya sabes, de Ginebra a Chur y de allí a Estrasburgo. Yo te escribiré detallando lo necesario y tú me irás instruyendo de la celeridad o ralentización que hay que darle al asunto. ¡Ah! y no olvides que tengo que ir a visitar a Barril antes de presentar la “requête”, o sea, la demanda”.

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- “O.K. Como mañana no vamos a tener reunión, porque creo que todo está hablado, ya decido qué se va y qué se queda, de momento. No dejo de pensar en que el día que salga de Suiza he entregado la llave de todas mis pertenencias en territorio suizo porque, a mi edad, quince años fuera, supone un adiós definitivo”.

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- “Chi lo sa. El futuro no lo conoce nadie y deja a ver si algún día estos paletos dejan de mirarse el ombligo y se dan cuenta de que están ubicados en Europa, que son europeos y cambian de mentalidad. Vive como recomendaban los romanos: “Carpe !76

diem”, pero no cierres horizontes, como decía León XIII a los Cardenales que lo increpaban: “Santidad, queremos un Padre Santo, no un Padre Eterno”, a lo que él respondió: “Pero, ¿cómo pueden Vds. pretender enmendarle la plana al Señor?”

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- “Gracias Gastón. Dejadme preparar el “lunch”. !

- “Con sumo placer”. !

Con lo cual, Gastón y yo salimos ya directos hacia el bar donde Fina tomaba su Schweppes y Modesto su vino, para hacer media horilla de antesala.

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La hora de la comida fue notablemente distendida, porque empezamos a comentar la exquisita calidad del “foie” y ello sirvió para que Totó nos entretuviese desde el punto en que se hallase: ya sentado en la mesa pequeña, ya en la grande, ya de pie trayendo y llevando cosas, cocinando…, era un volcán en erupción hablando y diciendo y contando de sus miles de comidas en los distintos restaurantes del mundo, de las maravillosas preparaciones que había degustado de montones de cocineros, “chefs” de la “High Society” y, nada digamos, cuando empezó a presumir de acompañantes femeninas.

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No hizo alarde de haber saboreado tales bocados en compañía de su mujer pero, mira por donde, reiterando afirmaciones y comentarios ya expresados volvió a apuntar a aquellas cenas que calificó, cierto que sólo algunas, de cenas romanas. No habló de orgías ni de grandes escándalos, pero deslizó la idea de que había habido cenas en determinados hoteles helvéticos, donde los comensales pernoctaban, tras dejar correr durante horas y horas chorros de alcohol. Ciertamente todo bajo la más discreta participación y silencio. Y, sibilinamente, volvió a dejar caer la asistencia, a alguna de dichas sesiones nocturnas, de la hermana de Fina.

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¿Lo sabía por presencia directa?, ¿por referencias? No acabó de explayarse hasta que, de repente, Fina le espetó:

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- “¿No habrás tenido tú algo que ver con ella?”

La respuesta fue tajante:

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- “En ningún momento. En ninguna ocasión. Ella iba siempre acompañada. Y…bueno…, suponiendo que fuese tu hermana, porque yo la única forma de entender que era ella es porque te veo a ti igual, y eso me hace llegar a la conclusión de que lo era.

Pero, a lo mejor no lo era y, lo que yo no quiero es que se me tenga -que me tengáis- como un embaucador, porque ni lo pretendo, ni lo deseo, ni lo busco”.

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- “Está claro, Totó. Y ¿mi madre?” !

- “Bueno, te insisto en que yo sé que quién dijo que era tu madre en realidad era la madre de la que decimos que puede ser tu hermana.

Eso lo sé por esta tu presunta hermana, quién me confirmó que la persona que yo decía que era su madre, que creía que era su madre, lo era efectivamente. Ahora bien: Puede ser que ni una ni otra hayan sido ni tu madre ni tu hermana. Pero en mi fuero interno estoy convencido de que tu hermana era la persona que yo conocí en algún “diner party” y que, siendo eso así, la señora “bionda” era tu madre. De todos modos, perdóname si te he ofendido, molestado o disgustado. Ni te lo mereces, ni yo me permitiría intentarlo”.

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La cosa quedó pacificada y Fina pareció darse por satisfecha, mirando hacia abajo y, según gesto habitual en ella, con el dedo apuntando debajo del ojo izquierdo. Tenía tal costumbre, cuando se abstraía del medio, cosa que hacía con facilidad.

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Como la sobremesa se prolongó inhabitualmente, Modesto no pudo evitar echar una siestecilla con su parsimonia habitual.

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Cambiando el tercio y retomando el tema gastronómico, Totó nos anunció una sonada sorpresa para el mediodía siguiente. Por tratarse de la víspera de marcha, había que convertir el día en una fecha desestresada, sin presiones aunque, claro está, para quienes viajábamos al día siguiente, había el problema de hacer las maletas. Y ¡oh novedad!, no sólo Fina no le hacía la maleta a Gastón, sino que !78

Gastón tenía que hacer las dos. Solamente determinados artículos de tocador y, concretas prendas íntimas, ya al salir, decía Fina, “las tiro dentro de la maleta”.

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Lo de la sorpresa nos sonó a farol, porque imaginábamos que traería una botella de vino de cava antiguo y de buena marca, pero Totó estuvo hermético.

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Del problema que nos había llevado allí no había nada más que hablar. Estaba todo comentado, repetido, machacado.

Lamentablemente, hablar hablamos mucho, pero decir nuevo, se dijo muy poco. Y ello era explicable. La Comisión Europea no era un Tribunal de Apelación. Era una instancia encaminada a demostrar que el Tribunal Helvético había vulnerado el principio de igualdad de armas, y negado medios de defensa al condenado.

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A todo esto, Fina se había levantado hacía ya un buen rato y ella sola se puso a fregar y secar los utensilios de la mesa. Es curioso que, mientras a diario y a mediodía, élla ayudaba a Totó en tales tareas domésticas y, a la noche, yo era el colaborador con los bártulos de la cena, ese día nadie se acordó de ella cuando decidida a pasar de largo de la tertulia, se fajó con la vajilla y, una vez que terminó, con un “au revoir”, puso tierra por medio, no sin que Modesto, pese a estar ya gratificado con las cabezadas que había dado, aprovechase para ir a hacer una horilla de teja plana.

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Los tres tenores seguimos enfrascados en nuestras divagaciones, cuando, en un momento determinado que había disminuido la intensidad del diálogo, acomete Gastón a Totó con la siguiente admonición: - “Oye Jonás, yo estoy impresionado de la fabulosa vidorra con que te has premiado y con la que nos estás obsequiando estos días. No me interesan las juergas, eso que tú llamas “diner party” o francachelas, como decimos en mi tierra. Pero no te olvides que sabrás mucho de las ostras de Arcachon, pero no conoces las de Arcade; habrás comido algún bogavante o, incluso, alguna langosta (homard) del Caribe, con sus enchiladas y a lo peor, hasta regada con whisky, como he visto tomarla en Venezuela; nos obsequiaste con ese Napoleón que es ciertamente impresionante, !79

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pero mira, entre los “rougets” que se comen en Francia y que aquí no los he visto, a los del Mar de Alborán, hay una diferencia abismal. Del “sea bass” que ofrecen en Europa, a la robaliza, robalo o lubina de la “Costa de la Muerte”, en Finisterre y, concretamente en un lugar llamado “A Tira do Cordel”, como la noche y el día. Del atún de Huelva, ese manjar por el que los japoneses matan, del estilo hispano al shashimi oriental, años luz; un mero, un besugo, un gallo- pedro o sanmartiño, un pinto, en fin, un rodaballo (turbot) salvaje del Atlántico bien asado, son manjares exquisitos todos ellos. Inigualables. Y qué te voy a contar de los percebes del Roncudo o de Cedeira, de los centollos, las nécoras, las almejas, las navajas, las zamburiñas, las vieiras (la coquille St. Jacques)… amigo Jonás, en esas pecaminosas “partys”, (carne fresca o no tanto, seguro que mucha) y hasta posiblemente alguna buena (ahora que no me oye Fina, pues me tildaría de machista), o a lo mejor alguna muy sobada. Pero jamón de Jabugo, cecina de León y pescados y frutos de mar como en donde mandaba hasta hace muy poco un oprobioso dictador, no los mejora ninguna democracia”.

- “Gastón, -intervino Totó-, deja esas minucias y dime qué tal habéis estado y cómo habéis pasado estos días”.

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Tras el inciso, Gastón, siguiendo como estaba en plan sarcástico, enseguida le dijo que llevaba una impresión inenarrable de Anzère; que le había entusiasmado la villa, el entorno (en realidad, apenas había pisado en un par de ocasiones los alrededores), las edificaciones y que el sexo en la altura, seguramente por la escasez de oxígeno, era mucho más excitante que al nivel del mar.

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Las risas se prolongaron un rato, pero luego Gastón le indicó que había venido a trabajar y que el hecho obligaba a lo que era y excluía lo impertinente, así que no debía preocuparle la estancia, que había resultado muy grata y por cuyas obsequiosidades y atenciones estaba muy agradecido.

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Totó se sintió satisfecho de lo oído, se levantó, le dio un abrazo y dos besos muy fraternales, y se comenzó a preparar para el !80

descenso, no sin antes recordar un montón de veces con voz cantarina: “¡Tomorrow surprise!” (Mañana, sorpresa).

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Al salir Totó, llegó Fina. Casi se cruzaron, pero no llegaron a verse. Ella manifestó que no le atraía la idea de dormir y venía a tomar una coca-cola antes de salir. Pero al no estar Totó, prefirió quedarse.

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A Gastón, más que salir le apetecía una copa y se preparó un trago muy ligero de The Balvenie y quedó tan satisfecho que se ligó otro, pero ahora en un vasito muy corto.

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- “Si me paso -me dijo-, esta noche sólo estaré capacitado para opositar a que Fina haga conmigo lo que la hermana en los hoteles con el marido: dejarme dormir en el pasillo. Yo me tendría que ir a la “chambre” de Modesto. Allí no hay peligro para nadie, porque roncaríamos a quien más, pero como a mí el alcohol me inhibe, sin cumplir y roncando, mal final de gira”.

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- “Espero, -dijo ella-, que no llegue nunca una primera vez que te emborraches”.

A lo que Gastón respondió-: “No hermosa. No tengas miedo”. Y añadió-: “No os puedo ocultar que tengo una serie de interrogantes sobre este hombre: Jonás. Porque llevando esa vida de playboy en esa sociedad pija –como diríamos en España-, de súbito abandona ese medio y se va a trabajar a Torremolinos, allí conocido por Torremilanos – y sobran aclaraciones-, donde no aparece el menor rastro de vida alegre. ¿Se volvió de repente eremita? ¿No aparecen más en su vida Renata y Anne Marie? ¿De dónde sale ese odio que predica le han aplicado los bancos, los entes judiciales y el medio en general? Cierto que es extranjero pero, ¿cómo es posible que habiendo congeniado tan bien como cuenta, haya caído luego tan mal? Encuentro muchos agujeros negros que me gustaría descifrar”.

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Fina le preguntó-: “¿Por morbo o por necesidad?”.

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- “Si quieres, por morbo. Pero esos interrogantes pueden condicionar los efectos que se sufrieron después”, le contestó Gastón.

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- “Yo le prometí investigar antecedentes e informarle”, -añadí. !

Pero Fina no estaba conforme: !

- “No revolváis en la basura, que acaba apestando y no vais a sacar nada en limpio. Yo no quisiera tener más novedades familiares”.

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- “Olvídate, -le advirtió Gastón-. Me interesan razones, no personas. Categorías, no accidentes. Conclusiones, no hipótesis”.

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- “Eso no te lo crees ni tú. Si te cuentan que tuvo líos, luego querrás saber con quién y por qué y más morbo”.

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- “Por favor, no desbarres. Si el juez se portó mal con él o el Fiscal hizo lo que hizo, todo eso tiene necesariamente que tener una causa. Y eso no va a resultar que siempre fue porque había una… mujer por medio. ¿Por qué?”

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- “Vale, vale. Disfruta con tu morbosidad”.

- “Lo haré. Prepárate para compartirla”.

- “En eso no cuentes conmigo. Para ti solito”.

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- “Yo prometí investigar y limitarme, para que no hubiese suspicacias, en descifrar aquellos porqués, por si pudieran ser esclarecedores de algo”, -reiteré yo.

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Modesto se reía y, de pronto, dice:

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- “¡Mira que si había por medio algún maricón!” !

Y, para terminar de fastidiar, Gastón se dirigió a mí para decirme: !

- “Oye Samuel, ¿tú sabes que estás algo taradito? Aparte otros datos, quizá menos elocuentes, el haberme traído aquí a liberar a este sucesor de tu Quijote de Ginebra, ¿cómo rayos se te ocurrió !82

escribir ese desnudo engendro titulado algo así como “Costumbres de los Pueblos de España? No voy a hacerte el panegírico, ni siquiera la glosa de tu libro pero, hermano, que me vengas predicando el federalismo es algo que se merece, como poco, un serio comentario y aprovecharé bien una carta, o bien una nueva reunión o encuentro para discutirlo. ¿No vas a venir a Madrid a montar un seminario de Derechos Humanos con Me. de Rougmont? Tiempo habrá”.

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- “Deja en paz mi libro. Al fin y al cabo es un simple apunte”. !

- “No me lo jures. Usaste menos libros que el Edelvives o el Dalmau Carles y te pones a pontificar sobre la conveniencia de un Estado Federal en España. Te hierve la vena etarra todavía y a los vascos los colocas en un pedestal que ni siquiera tiene pies para sostenerse”.

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Tuvo que intervenir Fina para cortar la situación que parecía tender a tensarse:

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- “Sanseacabó, como decís los españoles”. !

Nos levantamos y nos dirigimos cada uno a nuestro respectivo aposento a ponernos cómodos y a efectuar las abluciones pertinentes y, a eso de las 6 p.m., estábamos los cuatro en la mesa del comedor del apartamento de Totó, jugando al chinchón. Yo, la verdad sea dicha, era más malo que el hambre. Gastón se dedicaba a jugar y cantar y, en cambio, Fina y Modesto no paraban de hacer tríos y escaleras y nosotros dos a pagar.

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Como yo nunca llevo dinero encima, le pedí a Gastón que me abriera una cuenta y aquello era un chorro de monedas (el tanto era a 10 céntimos de franco suizo, un riñón). Al poco tiempo le debía a Gastón cerca de 15 francos y, entonces, me pregunta:

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- “Oye, judío; ¿estás circuncidado?” !

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Las carcajadas de Fina y de Modesto debieron oírse en la cárcel de Sión. Yo, ante lo inesperado de la pregunta, contesté que sí.

Entonces Gastón, que ya estaba en plan borde, me dice:

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- “Te salva que está aquí Fina y no quiero que conozca la mercancía de la competencia, pero si no, me la enseñabas como te llamas Samuel”.

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Pasó la broma y, al cabo, le dice a Modesto: - “Pregúntale a este chulo de ninfas núbiles, cuántas virtudes se ha cepillado en los tres últimos años”.

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Modesto empezó con su habitual ja ja, ji ji y, sin tiempo a respuesta, sale Fina diciéndole a Gastón:

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- “Y tú, ¿por qué no nos cuentas a donde ibas algún domingo por la tarde cuando yo me quedaba con los chicos y sus amigos y te inventabas visitas al despacho y de aquello…, ni flores?”

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Gastón de inmediato, como subido por un resorte, fue a besar, a acariciar, a melindrear a Fina:

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- “Pero corazón, si yo te he sido siempre más leal y fiel que El Cid a Doña Ximena, pero acuérdate de que tu prima Odette tenía una amiga en su casa y me pidió que la atendiese, y si alguna vez salí fue para ayudarla económicamente y nada más. No me gusta ese concepto que tienes de mí como abejorrillo libador. Tú sabes bien dónde me gusta libar y en qué panal dejar la miel, y espero que no tendrás queja del suministro. Pero tú, flaca entre las flacas, sabes que, como dice el Evangelio, la carne es flaca y lo flaco a veces se debilita. Por eso me cuido yo tanto de que mi flaquita tenga bien rellenitos sus cachifonditos”.

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- “Basta, pesado, que tienes más cuento que los Hermanos Grimm”.

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- “Pero gracias a ese cuento, tu mami te respeta mucho más que antes, y ahora, cuando te levanto la falda para gastar la broma de !84

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un azote en el culo, se ríe, y no como al principio, que cuando te tocaba una pierna, parecía que a ella le daba corriente”.

- “Sabéis, -preguntó Fina-, cambiando de ritmo. Hace unos meses fui con mi madre a un mercadillo en un pueblo del cantón de Zug y, aunque estaban en rebajas, le dije que iba a pedir más rebajas.

No os podéis hacer idea de su reacción. Se quedó, “acojonao”; reclamé más rebajas y me las hicieron y, al final, al ver el éxito que tuve, que no se lo creá, acabó “acojonao”. Fue una de mis grandes victorias sobre ella, sobre su intransigencia. También me dio mucha vergüenza cuando me diste tantos millones de liras para guardar y te dijo que no debías darme dinero, que yo no sabía usarlo, que era una negación para el dinero y que era tuyo. Aquel día te aprecié más que el día anterior, porque le echaste una bronca terrible: que yo era tuya; que tú eras mío; que tu dinero era mío y que podía hacer con él lo que quisiera. No me olvidaré de aquella noche. Parecía una canción de Manolo Escobar”.

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Mientras unos seguían formando tríos y escaleras, Gastón cantando, yo perdiendo hasta la camisa y poco faltó para que el cantor acabase pagando la cena además de la deuda, aunque menos mal que estaba pagada la primera por el anfitrión pero no la segunda porque Fina y Modesto no estaban dispuestos a haber jugado y ganado en balde. Tenían que cobrar y hubo pagano. Concluida la partida, preparamos nuestro “dinner” y nos pasamos toda la cena y posterior sobremesa cavilando y apostando sobre cúal sería la gran sorpresa que nos tendría preparada Totó para el día siguiente. ¡Mira que si era un bluff!

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Hubo momentos, como aquel, en que se palpaba un ambiente grato, con mucho humor, con una gran relajación mental. Nadie parecía tener problemas; parecía que los cuatro habíamos conseguido llegar al éxtasis. ¡Qué paz!

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No obstante, cada uno tenía su “busilis”, algunas procesiones iban por dentro y por ejemplo, era inevitable desconocer u olvidar que Fina, en unos días, se iba a someter a una declaración ante el Tribunal Eclesiástico donde, nunca mejor dicho, te desnudan el alma. Gastón iba preocupado por el embolado que le había caído !85

encima con el asunto Totó y del que no veía otra salida airosa que no fuese por la puerta de atrás. Yo, debatiéndome entre la obligación y la devoción (el vicio del solomillo fresco, me decía Modesto). Y éste, pensando en que un día cualquiera de aquellos, más adelante, llamaría a sus hermanos, por teléfono, claro, a ver si seguían bien…, como era debido.

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En este ambiente, Gastón decidió embridarse un Whisky con permiso de Fina, prometiendo que ni iba a ser limitativo ni roncador. Unas gotas con un cubito de hielo y la fiesta siguió hasta que, ya a las once pasadas, Fina ordenó el retorno al nido y se fueron ella y Gastón, quedándonos todavía un rato más Modesto y yo; él con vino y yo, con mis tés y cafés, infusionado para la noche.

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Con un “¡cada uno a su tajo!”, Modesto despidió a la pareja no sin asegurarse que debajo del felpudo quedaría la llave del apartamento.

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Modesto y yo no cejamos de darle a nuestras húmedas sobre banalidades, hasta que él tomó carrera y empezó a contar chistes y cuentos a cada cual más duro y más “verderol”. Como se dice vulgarmente, no eran reproducibles. Pero tampoco se puede negar que tenían su chispa y dada, además, la facilidad que tiene el interfecto para reírse, aquello se convirtió en la bacanal de la chirigota, del chiste, de la carcajada, del enredo…, de la jarana.

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Del negro del “O.K”, al filete de ternera como sustitutivo del himen, pasando por mil “jaimitadas”, la gimnasia abdominal estuvo asegurada, con el noble deporte de la carcajada.

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SEXTO DÍA

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Yo creo que nos levantamos todos, a la mañana siguiente, como si fuese el día de Reyes esperando, como niños, la venida de aquellos, ante la misteriosa sorpresa que nos guardaba Totó como despedida.

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Es cierto que no habíamos madrugado porque Gastón, a las nueve y media, aún no había aterrizado desde su guarida. Cuando llegó, todavía no había llegado Totó. Esta ausencia resultaba más significativa porque un individuo que era puntual como un clavo, con los manjares puestos, algún problema había debido de tener para no haber accedido a su casa, ya pasadas las diez de la mañana.

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Nosotros habíamos desayunado y Gastón bajó al anexo por si querían subir Fina y Modesto, pero éstos decidieron darse un baño de aquel sol que resplandecía en la nieve como una bendición.

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Entretanto, Gastón y yo, haciendo tiempo, nos dedicamos, una vez más, a charlar sobre el futuro de Jonás, al que Gastón veía ligado de inmediato a Esther. Y lo veía unido a ella porque, decía, intuía, como ya le había adelantado la víspera, que la reacción inmediata de las autoridades helvéticas, una vez interpuesta la demanda ante la Comisión Europea, iba a ser extrañar a Jonás a suelo francés, con una mano delante de otra y, al tiempo, le incautarían todos los bienes de que disponía en Suiza, incluidos los apartamentos en que nos alojábamos. Bueno, los ocuparían, porque incautados ya estaban.

De ahí su interés en que fuésemos sacando lo movible porque Jonás, previsiblemente, no volvería a pisar suelo helvético, ni de visita, jamás. A sus años, quince de extrañamiento que preveía la sentencia, lamentablemente, dado su síndrome de Stock-Adams, lo único aconsejable de inmediato para él, era insertar un marcapasos.

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Gastón tenía muy presente el problema que había sufrido su madre, probablemente por una deficiente aplicación de la medicación, ya que, le había destruido la dentadura, pues las citadas pastillas sublinguales actuaban como guadañas y segaban las piezas a la altura de la encía, por lo que había luego que arrancar las raíces y, si había que inyectarla gota a gota, se corría el riesgo de una fibrilación ventricular letal. Era, pues, imprescindible implantar un marcapasos que ordenase y regulase la conducción eléctrica del miocardio.

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El posible retorno a Suiza si no había reducción de sentencia, lo iba a encontrar frisando los ochenta años, y no era aventurado pensar que tal retorno no se iba a producir jamás.

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En un momento en que mientras toda Europa estaba llevando dinero a espuertas a Suiza como paraíso fiscal, -especialmente italianos, franceses y españoles y nada digamos de árabes, autarcas y sátrapas de todo el orbe-, pues con las constantes devaluaciones que sufrían sus respectivas monedas, veían medrar, de modo importante, su liquidez al cambio, lo que les permitía aceptar intereses reducidos, !89

ya que el bajo interés se compensaba con las devaluaciones; un ciudadano residente en Suiza, identificado como francés por los Tribunales y como italiano por la Prensa, se encontraba abocado a ser expulsado, en ejecución de sentencia penal, de suelo helvético a Francia o a Italia, a su elección, sin un franco suizo en el bolsillo para vivir en el país que eligiese, debería poder arreglarse con el escaso dinero que hubiese podido esconder, bien antes de la entrada en prisión, bien a través de su fiel y leal secretaria-compañera, Esther.

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Triste destino el de un empresario de raíz latina, aventurero, arriesgado, heterodoxo, confiado en exceso pero vividor, “bon vivant”, inaccesible al desaliento, haciendo proyectos en prisión y con una sola meta inmediata: que Estrasburgo denunciase y condenase la injusticia cometida por la Justicia Suiza contra él.

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No podía olvidar el título de la “Tribune de Genève” de aquel jueves de febrero de 1976: “Nouveau coup de théâtre dans l’affaire…” (Nuevo golpe de teatro en el asunto). Para concluir el artículo diciendo que el periodista interrogaba al Juez y éste respondía: “Dire que je croyais l’instruction de ce scandale terminée!

Un coup de théâtre, une arrestation et tout recomence” (Decir que yo creo que la instrucción de este escándalo ha terminado. Un golpe de teatro, un arresto y todo vuelve a empezar).

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Así entendía Totó que se había fraguado, montado y concluido el “affaire”. Cuando la propia prensa decía que el caso había sido fértil en golpes de teatro. “Que sus lectores recordarían el robo de los locales de la calle de…, que se saldó por medio de un butrón en el sótano y la desaparición oficialmente de cuatrocientos francos, pero, en realidad, de apreciados documentos. El patrón Jonás…, y su administrador único un ginebrino…, están presos en San Antonio bajo inculpación, entre otras acusaciones, particularmente de estafa”.

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La mayor parte de los acreedores son italianos; las edificaciones se hallan en el sur de España pero “es el prestigio de nuestra ciudad (Ginebra), que se siente afectada porque aquí está domiciliada la sociedad y la protección solicitada se apoya en la seriedad helvética”. !90

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Todas estas noticias, no precisamente de prensa amarilla, habían demostrado que no todo lo legalmente ordenado era trigo limpio. El promotor de la demanda que decía representar a ciento cuarenta afectados y que había obtenido el soporte de cerca de otros doscientos, todos los cuales solicitaban tres millones y medio de francos, había enviado unas quinientas invitaciones para una reunión en un hotel ginebrino a la que asistieron menos de un centenar, pese a lo cual aseguraron, que no justificaron representar al ochenta y cinco por ciento de los inversionistas.

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Ahora llegaba el momento de sacar a los focos, con luz y taquígrafos, los golpes de teatro que el caso Totó había producido.

Porque los golpes de teatro fueron urdidos por los acreedores, reales o simulados, en connivencia con determinadas autoridades judiciales del cantón ginebrino. La propia prensa lo había desvelado, poniendo en boca de un Juez las expresiones que he transcrito anteriormente, entre las que no faltaba “un golpe de teatro”.

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Alrededor del mediodía, arribó Totó. Venía alegre, contento, como satisfecho. Nos abrazó a Gastón y a mí. Y se emocionó.

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- “Hoy inicio mi éxodo de Suiza y, ante mi incierto destino, temo que no vuelvo a veros más aquí. ¡Gracias y deseadme suerte! Pero ahora, idos porque yo voy a meterme en la cocina a preparar la gran sorpresa de nuestra comida de hoy”.

Bajamos Gastón y yo a dar un paseo y, cuando íbamos saliendo de la urbanización, la inconfundible voz de Fina, con un: “Hola, chicos”, nos advirtió de que estaba en la terraza, presumiblemente tumbada en una hamaca, tomando el sol. El bikini con que se cubría obviaba cualquier duda. Luego nos diría que todos los días que había salido el sol con cierta fuerza, había aprovechado para “morenarse”, según propia expresión.

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Como único comentario, Gastón manifestó no haberse dado cuenta de la posible “morenez” de Fina. “Al cabo, de noche todos los gatos son pardos”, decía, y como élla, la cara, al sol, no la exponía, pues se cubría la cabeza con una pamela, no se le notaba el posible moreno corporal por lo que no había caído en la cuenta de !91

ese grado de sensualidad añadida que podría aportar la prodigiosa “morenez” en la piel ahora, además de sabor, de color de miel, en su intimidad. Tiempo habrá, se consolaba humorísticamente. Y más con el paso de los años, pues, como decía Cela: “A mí, lo que me salva y conforta es que soy académico de la lengua”.

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Cubierto el tramo erótico de la conversación, volvió Gastón a atacarme con sus batallitas.

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- “Y tú, ¿qué? Llevas aquí una semana en blanco. ¿No te resientes? ¡Pobre conejita cuando llegues a Ferney-Voltaire!”.

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Menos mal que mi serenidad y temple me permitían llevar por el terreno de lo lúdico aquellos envites y embates que Gastón me lanzaba, ya fuese en el campo de lo amoroso, ya en el de mis publicaciones. Aparentaba ser, ciertamente, duro conmigo, pero la realidad era, y así me lo ha ido demostrando tiempo después, que me apreciaba profundamente, que me respetaba seriamente; que me quería, me apoyaba, me ayudaba y me comprendía … al menos, comprendía mis debilidades. Sorteando pues las andanadas y cargas de profundidad que el puñetero me lanzaba, fuimos rellenando aquella hora que precisaba Totó para sacar el conejo de la chistera en la mesa. ¿Qué sorpresa nos tendrá reservada?

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Retornamos al apartamento y, como no habían llegado todavía ni Fina ni Modesto, Gastón manifestó que bajaba a buscarlos, suponiendo que Modesto se habría quedado dormido, hecho bastante habitual y, de paso, a ver si le daba tiempo a contemplar alguno de los saludables efectos con que el sol hubiera podido impregnar el cuerpo de Fina. “A lo mejor, alegó, aún no están cubiertos y son visibles”.

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Ayudé a Totó a poner las mesas: principal y auxiliar y, pese a que le inquirí respecto a la sorpresa, no hubo forma de arrancarle nada hasta que estuviésemos todos reunidos. Después de preparado el apero, los ausentes llegaron de inmediato. Aún no había yo terminado de completar las asistencias precisas para iniciar el abordaje a los “delicatessen”. Modesto reconoció que, efectivamente, tras pasear en solitario un par de horas, se había !92

morfeizado “en su camarote”. Gastón, en tono jocoso, venía renegando porque había llegado tarde a la visión beatífica y no había habido manera de que Fina accediese a tan morbosas pretensiones.

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- “Cuando llegó a buscarme, ya estaba preparada para venir y la cosa no estaba para desmontar el tinglado, ni era hora de hacer escenas. Así que se fue a lavar las manos y ¡aquí nos tenéis! Lo que de verdad os digo es que tengo hambre, -sentenció Fina-, porque tomar el sol desgasta mucho. Luego la ducha…, un vinito…”.

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Y empezamos el supuesto banquetazo sorpresa. Los canapés eran muchos más que los días precedentes: en cantidad y en variedad. La calidad como siempre, excelente.

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Foie, salmón, atún, cangrejo ruso, unas brandadas de bacalao con una espuma de vaya usted a saber qué, caviar iraní, creo que Beluga, carne de los Grisones, jamón blanco… y quizás se me quede algo en la olla. Totó, se dedicó al blanco, un vino del Rhin, y en esta ocasión, eligió uno que se llamaba “Liebfrauenmilch” (Leche de la mujer amada). Nosotros, menos místicos, degustamos un ChateauMargaux del 70, tinto, claro, que nos consoló y con el que decidimos pasar a la mesa mayor.

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Pero, ¿y la sorpresa? !

Nos ubicamos en la “table” y, antes de empezar a comer, Totó nos exhortó a que acabásemos los canapés, mediasnoches y bocaditos que había traído porque, de comida propiamente dicha, pasteles aparte, iba a haber plato único.

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Y entonces empezó a contarnos una historia de que, en Japón y concretamente, en Kobe, la ciudad donde se concentra mayormente el mercado de las perlas cultivadas, un grupo de granjeros comenzó, tiempo atrás, a otorgar un cuidado especial a unas terneras producto de cruces de razas que ellos habían ideado, de suerte que, tanto la alimentación como el aseo y demás cuidados exógenos diferían, por su mejor calidad, del resto del bovino de las reses homólogas. Entre otras peculiaridades, la cerveza jugaba un especial papel en el tratamiento de estos animales hasta el extremo de que la bebida del !93

lúpulo y de la malta lo mismo se empleaba como alimento para el bóvido como para vehículo de masaje externo del mismo.

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Según nos contaba, la comida que se ofrecía al ejemplar de turno estaba exenta de piensos compuestos, engordantes, antibióticos, en fin, solamente estaba integrada de alimentos naturales, algunos de ensayos realizados para generar productos transgénicos; en definitiva, que se trataba de una goyería cuyas únicas consecuencias eran, en primer lugar, el precio, ya que se trataba de una carne que costaba hasta cinco veces más que la carne de vacuno corriente, pero de gran calidad y, en segundo término, la dificultad de obtenerla porque, al parecer, los japoneses eran muy reacios a exportarla y sólo contadísimas partidas salían, de vez en vez, a Estados Unidos o a Suiza.

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Se sentía orgulloso y satisfecho de poder ofrecernos algo que ciertamente ninguno de nosotros habíamos probado, él decía que tampoco; y que probablemente no volveríamos a degustar si no era en Japón o en los Estados Unidos, pero a saber a qué precio.

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De entre las opciones respecto al tratamiento culinario del trozo de carne de Kobe que iba a cocinar, nos dijo que era aconsejable hacerlo en filetes pequeños y escasamente gruesos y, además, no tomarla “saignant” porque era una carne muy grasienta y requería un cierto tratamiento al fuego para derretir parte de esa grasa tan abundante que tenía.

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Al enseñarnos el trozo de carne, un kilo de solomillo en una pieza, observamos, efectivamente, que en el centro del cilindro se denotaban unas estrías transversales y longitudinales entrecruzadas, de color blanquecino, que daban un tinte rojo desvaído a la carne, tirando más a naranja intenso que al propio color carne. Semejaban a la espina del pez.

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Naturalmente, quien con más interés analizó el producto que iba a ser consumido de inmediato fue Modesto, hombre de campo en su juventud, criador de terneros y de vacas, tanto de carne como de leche. De momento, se limitó a hacer gestos y guiños que más demostraban escepticismo que curiosidad. Aquella carne roja gallega !94

sin un gramo de grasa poco de común tenía con una carne que más se parecía al jamón entreverado, quizás al “bacon”, que a la que nos era habitual en Europa.

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La prudencia exigía silencio y, sin decir nadie nada, era claro que se decidió por esperar, expectantes, a que el dictado del paladar al contacto con el producto se manifestase con conocimiento de causa.

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Así que, todos a la mesa con las bandejas de aperitivos que aún sobraban para ir deglutiéndolos, mientras que Totó se encerró en el cubículo culinario para iniciar la disección, cocción y obtención del punto para ir llevando los filetes ya cocinados a la mesa, bien calientes cual exigía la hermenéutica “ad hoc” de la mencionada carne. Lo que estaba clarísimo era que no todos los comensales íbamos a comer a la vez. Según iban saliendo filetes de la sartén o parrilla se iban sirviendo a los comensales. Estaba, pues, escrito que iba a ser Fina la primera en degustar el hallazgo.

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Que miró aquello con rictus de incredulidad era notorio y patente.

Que probó e hizo la primera degustación de una esquinita menuda del ya de por sí escueto filete fue verídico. Pero su respuesta fue:

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- “Me gusta, sabe bien, pero a Gastón no le va a gustar, porque esta carne es demasiado grasienta”.

Fina siguió comiendo su segundo filete y no hizo ninguna objeción a repetir de la siguiente hornada que llegaba a la mesa.

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Gastón probó y con gesto de disgusto manifestó: !

- “Saber sabe bien, pero esto creo que, a sabiendas, no lo volveré a probar porque tiene demasiada grasa, y para grasa, el foie y el tocino de cerdo. Para carne, magro argentino, brasileño, -“gaúcho”-, Avila, Galicia, incluso Suiza y, no sé, pero supongo que Norteamérica. Es un honor y te estaré infinitamente agradecido, Jonás, por haberte molestado en hacernos partícipes de este bocado, pero lamento que te hayas gastado la hijuela en tratar de agradarnos. Nuestras costumbres, es claro, no son las orientales. Recordaré siempre este detalle”.

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Totó agradeció el cumplido y lamentó que el experimento no fuese todo lo exquisito que se esperaba, pero se congratuló de habernos descubierto algo que no conocíamos. ¡Ya podéis presumir de haber probado carne de Kobe!

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Como a mí para comer me vale todo, porque mi sentido del gusto se dirige al género femenino pero no al buqué, debo concluir que la vianda la comí a gusto y quedé satisfecho. Y no tendré ningún inconveniente, si me invitan, a reincidir.

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Modesto fue mucho menos espontáneo. Como ya dejé dicho, comía, movía la cabeza en ambas direcciones, derecha e izquierda, y no decía nada. Pero comía, comió y hasta repitió y tripitió. Sus significativos silencios nos dejaron en la duda acerca de sus conclusiones respecto a las viandas. Solamente, con su sorna habitual, expresó:

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- “Ya sabéis que yo soy muy sufrido. Estoy seguro de que no la voy a volver a comer, y hay cosas mejores y peores”.

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A ver si Gastón, cuando escriba, nos dice algo porque, bien a él, bien a Fina, les hará cualquier sabroso comentario.

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Ahora bien, pese a su silencio respecto al buey, inmediatamente que oyó la expresión “buqué”, Modesto nos contó la anécdotachiste del champán del “Marqués de Pommery” y de su finca limítrofe.

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No hubo duda alguna, en cambio, en ensalzar la calidad de los pasteles con los que se cerró la que nadie dudó en considerar una opípara comida.

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De inmediato, Totó y Fina, a quienes no dudé en añadirme con el fin de dejar a Modesto y Gastón solos, a ver si el primero “cantaba”, nos enfrascamos en fregar, limpiar, es decir, secar y colocar la vajilla en su sitio.

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La impresión que daban los asentados en la mesa era que estaban centrados, Modesto en su cigarro puro y Gastón en una copichuela !96

de un “ancien” Armagnac que Totó conservaba de épocas florecientes. Cuando concluimos las tareas domésticas retornamos a la mesa y allí empezó Totó a hacernos un repertorio de sus males, de sus penas, de sus fracasos, de sus amores y desamores y de su inmediato exilio.

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En efecto: en el corto lapso de tiempo que restó entre el término de las labores domésticas y la hora de la marcha para su destino penal, hizo un pormenorizado análisis de cual había sido su relación con su novia primero, luego su mujer, con sus hijos, con su secretaria. Él sostuvo que su familia había gozado de una libertad e independencia poco usuales en la sociedad de la época. Y dichas maneras de vida no habían supuesto ni abandono o desamor de él con su mujer y sus hijos, ni infidelidad o restricciones de carácter económico. Sus quejas se dirigían a la conducta de su mujer y sus hijos para con él. ¡Poca memoria le quedaba de las libertades paterno-maternas que él había vivido durante su infancia!

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Él entendía que, si no hubiese caído en desgracia económica, ni su mujer ni sus hijos le habrían abandonado. Incluso llegó a pensar que pudieran haber influido sus familiares en su quiebra, apoyando a los acreedores en su extraña urgencia de irle encima, de hundirlo, cuando aún era posible llegar a un preacuerdo con los inversores.

Pero, en modo alguno, fue causa desencadenante del abandono familiar una potencial infidelidad de él con Esther porque, ciertamente, la relación entre ambos, aseguraba Totó, se fraguó en la adversidad cuando ella abdicó de sueldos, prebendas y cualquier sinecura al iniciar él su cuesta abajo y, aunque indudablemente podía haber existido antes de la quiebra un afecto mutuo, éste se mantuvo larvado y, naturalmente, afloró cuando la necesidad hizo virtud del apoyo, la ayuda, en fin, la convivencia en el infortunio.

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- “Si apenas pudimos hablar de amor o de afecto, nos contaba, y nuestros contactos íntimos, además de escasos y raros, eran tan limitados que fueron casi inexistentes. La miseria que me abrumó, como un alud de nieve, inundó mi vida, mi persona, mis actos, como un tsunami. Y de todo eso, tampoco se libró Esther. ¡Queridos huéspedes y amigos! Como probablemente mañana, cuando suba de mi apartamento de soltero provisional, ya os !97

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habréis puesto en camino de vuelta para proseguir la iniciada peregrinación suizo-francesa, quiero agradeceros vuestra atención, vuestra compañía y vuestra generosidad. Espero y no lo dudo que nos tendréis informados, a Samuel y a mí, de cuanta novedad, circunstancia o accidente surja en esta larga marcha, hasta saber si obtenemos o no el respaldo europeo a nuestra pretensión y, al menos, a ver si conseguimos una mínima rehabilitación personal tras tantas vejaciones, humillaciones, desprecios y sinsabores que me han hecho pasar estos últimos años. Fina, que tengas suerte y obtengas tu pretendida nulidad. Modesto, sigue con tu buen humor y tu alegría. Gastón, gracias por todo y en tí confío.

Samuel, un fuerte abrazo y hasta pronto. Mantenme al tanto de cuanta noticia surja, aunque tengas que poner un puente permanente. “Ciao”, que me esperan mis carceleros”.

Huelga decir que bajamos todos hasta la puerta del apartamento donde tenía el coche aparcado y un abrazo intenso lo encerró en su vehículo y partió, profundamente emocionado, a cumplir con su ruta diaria.

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Una vez abajo Gastón procedió a encender su vehículo, en previsión de que, al día siguiente, hubiese algún problema de batería que nos retrasase o complicase la partida. Afortunadamente, el coche encendió a la primera y se mantuvo a revoluciones normales lo suficiente como para que se expulsasen los humos negros y abundantes que solían emanar del primer encendido y, con mayor razón, cuando llevaba casi una semana parado y apagado.

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No habían pasado cinco minutos cuando un individuo de cierta edad, al pasar, se paró y nos conminó a apagar el motor con un seco y tajante “motor abstellen”. Uno de los millones de ecologistas que abundan en Suiza que no permiten ni un motor encendido en un semáforo, ni hacer una autopista, por ejemplo, entre Zug y Zurich porque altera el paisaje, cuando todas las autopistas helvéticas tienen que suponer un gran impacto ambiental, dada la orografía del país.

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Entre los cantones de Zug y de Zurich, cuyas capitales distan unos treinta y cinco kilómetros, un viaje en coche dura más de una hora en cualquier momento y día de la semana. Como mínimo claro, !98

porque en horas punta y en fines de semana puedes tardar dos o más horas en hacer el trayecto. Y nada digamos si vas a Kloten al aeropuerto. Solución: búscate la vida por carreteras secundarias que, aunque estrechas, están muy bien asfaltadas y, aunque sobreabundan en curvas y pequeños puertos, se tarda menos circulando por ellas que por la vía principal. Y eso que estamos en el último cuarto del siglo XX.

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Tras la apremiante conminación, apagamos el motor y dimos un paseo de despedida por el pueblo. Nuestro ánimo había quedado muy desmoralizado tras haber oido contar a Totó sus desventuras personales, familiares, sociales y económicas, cuyo final intuíamos todos con un rápido desenlace: la expulsión de su país de adopción y, con el abandono de sus propiedades, su acerbo patrimonial, que iba a pasar a poder del Estado Suizo; poder llegar a refundar un nuevo hogar modesto y limitado, pero con la compañía de una mujer entregada, generosa y abnegada y sobreviviendo gracias a los reducidos, pero importantes, fondos salvados de la “escroquerie” en Francia y al patrimonio de Esther, todo lo cual les permitiría incluso la posibilidad de iniciar algún negocio nuevo bien en la Costa Azul, bien en la Esmeralda. Era obvio que la cacareada carencia de dinero de Totó constituía una disculpa necesaria para poder justificar la asistencia letrada que había disfrutado de oficio y así poder salvar todo lo salvable.

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El futuro no obviaba el trauma del presente, cuyo dolor no se podía paliar con la esperanza. Todo tenía su tiempo y sus afanes y los últimos años, desde 1975 a 1980, habían sido años de tribulación y de soledad. Las heridas anímicas habían sido brutales, y las huellas que habían dejado en el alma y en el cuerpo de Totó eran irreparables. Afortunadamente, había superado la depresión carcelaria que le había llevado a seccionarse las venas radiales y cubitales, y de cuyo percance, por suerte, había podido ser recuperado. Pero los fallos en la conducción eléctrica del miocardio eran una amenaza constante y permanente para su vida, porque un acceso del síndrome en plena conducción supondría irreversiblemente o que embistiese a otro vehículo, o a un árbol, o que se pudiese despeñar por un precipicio. Era imprescindible !99

colocar un marcapasos y eso, en la prisión de Sion, era materialmente imposible.

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Gastón no acababa de creerse la historia tan trágica que había narrado Jonás, tanto por sus contradicciones, como por lo que se adivinaba una treta para conmover a los visitantes, especialmente al nuevo abogado.

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Esta idea le martilleaba la mente y pensó en urdir una trama para desenmascararlo. Se trataba de un victimismo tan poco verídico como muy teatral.

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Por tal circunstancia, Gastón, más que en el resultado positivo o negativo de la demanda ante la Comisión Europea, insistía en forzar al Gobierno Suizo a que lo liberase de la cárcel de modo definitivo para que, expulsado del país durante quince años, estuviese en condiciones de poder cuidar su salud, recomponer ordenadamente su vida cotidiana y obtener la compañía, cuidado y amor, afecto o dedicación precisos, rehaciendo así su vida familiar, sentimental y económica. Entonces sería el momento de llamarlo a capítulo.

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De cara a nosotros, el razonamiento de Gastón era pragmático: !

- “¿De qué le sirve a Jonás que la Comisión primero y el Tribunal después, digan que el gobierno suizo incumplió el Tratado de Roma, vulnerando sus derechos fundamentales, en el proceso en que fue condenado por estafa? La estafa está probada y los defectos procesales, “la desigualdad de armas” que realmente existió, no le van a proporcionar a Totó otra reparación o satisfacción que la expulsión de suelo suizo, porque ni se va a anular la condena de expulsión por quince años, una vez cumplida la de prisión, ni le van a dejar de confiscar sus bienes sitos en territorio helvético, porque la sentencia es firme y lo único que le toleran es el uso de estos apartamentos de Anzère, porque oficinas, pisos, cuadros, tapices, muebles y enseres sitos en Ginebra, que no habían sido afanados, llevaban ya confiscados desde 1976.”

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- “Totó, añadía Gastón, no necesita, ni le convienen, victorias morales o pírricas. Necesita irse de aquí y no puede hacerlo mientras no le echen. Corolario: intentar que lo echen cuanto antes. Y, estando así las cosas, que a nosotros nos cueste el menor dinero posible, porque a éste no se le saca ni un franco y a la Comisión me temo que menos. Samuel: a efectos de currículo –“vanitas vanitatis”-, me satisface encargarme del tema, pero ya te anticipé que va a ser un mal negocio y de escasa trascendencia, especialmente para mí. ¡Por algo no quiso llevarse el asunto ningún letrado autóctono! “Calvino is Calvino; money is money y time is gold”. Y el resto son pamplinas y para Quijotes, nosotros.”

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Los asistentes oíamos, asentíamos en general, pero nos parecía injusta la solución, porque yo, sobre todo, conocedor del asunto desde el origen y de las tropelías y atropellos que se habían llevado a cabo, como en el tiro al blanco, con el único fin de cazar la pieza y así acallar a los enardecidos acreedores, estaba dolido y me sentía como necesitado de una, aunque mínima, expresa revancha.

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Embebidos en tales consideraciones, volvimos al refugio, ya con los mofletes y las puntas de las respectivas narices coloradillas a causa de la fría brisa que el crepúsculo ofrecía como advertencia respecto a la potencial helada que el cielo estrellado anunciaba como cierre de día y previsión de nuevo soleamiento a la mañana siguiente.

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El calor de la calefacción, el ambiente, más cordial que nunca, si cupiese, invitaba a las confidencias. Invitaba más a hablar que a cenar. Por primera vez no nos planteábamos el sacar del frigorífico la cena. Habíamos consumido casi una semana, ciertamente, con problemas serios, vivencias profundas y dramas personales. Pero ello no empecía a que hubiésemos conseguido haber vivido unos días de descanso, de reposo, de relax.

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Habíamos logrado huir del avatar diario, del ruido, del humo, de la contaminación anímica y ambiental, y eso era muy de agradecer.

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Al respecto coincidimos todos. Aquellos días habían sido un bálsamo en un mundo de heridas, pese a estar con un herido grave; un sedante en una sociedad loca, disparada y disparatada desde !101

mayo del 68; una especie de ejercicio espiritual en el que el reposo mental, el acercamiento entre amigos, la coincidencia de opiniones sobre temas trascendentes, nos había reconfortado, vitaminizado para la vuelta a la lidia cotidiana, al duro castigo de volver a enfrentarse con la vileza, la crueldad, el egoísmo, en fin, a cuanto pudiese aparecer en el devenir diario.

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No obstante, había criterios dispares. Modesto iba encantado porque había vivido paradisíacamente aquellos días. Había llegado a conseguir la ausencia de carencias. Humanamente se encontraba perfecto, genial, con su buen humor, sus cuentos, sus chistes, sus gracias. Parecía como uno de los tres apóstoles elegidos en el Monte Tabor el día de la Transfiguración. ¡Quedémonos aquí!, le pedía el cuerpo decir.

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Gastón adoptó una postura silente. Fue parco en manifestaciones.

Para él había sido su gran satisfacción, por supuesto, ayudar a Jonás a recuperar esperanza, no obstante lo dicho anteriormente, pero, de modo muy especial, conseguir que Fina hubiese podido hacer su particular catarsis, dado que en los días siguientes al de la marcha, debía deponer ante el Tribunal Canónico de Chur sobre el proceso de su nulidad matrimonial.

Gastón, estando ella presente, manifestó que había conseguido que aquella mujer viviese unos días alegre, confiada y contenta.

Había llegado a superar sus temores, miedos y sustos. Él se sentía, como decía, humanamente realizado. Pero guardándose, decía, dar algunas collejas. Nada más se supo.

Ella no pudo reprimir unas lágrimas que manifestó ser de alegría y emoción. Le agradeció a Gastón haberla llevado a Anzère cuando, en realidad, no era su sitio, por tratarse del objeto del viaje que se trataba. Hubiera podido quedarse en la casa de su madre. Pero no había color.

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- “Esta semana, yo también, como dice Gastón, fui casi feliz y, aun cuando desde que estoy con él mi vida tiene sentido, estamos tan acuciados de maldad que estos días son algo parecido, me imagino, a lo que los Zen llaman el Nirvana”.

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Estaba radiante y con ganas de hablar. Continuó: !102

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- “Cuando oía a Totó,- a mi me gusta más llamarle así por la fuerza de la costumbre,- contar sus problemas, sus penas y dificultades, no pude evitar, y eso que me tengo prohibido mirar atrás, rememorar situaciones en que me encontré desde el mismo día en que me casé. Veréis: doy por sentado que lo ideal es la vida en pareja y a mí, si las cosas me van como hasta ahora desde hace trece años creo que cada año que pase voy a estar mejor, porque Gastón y yo, con nuestros problemillas accidentales, llevamos adelante nuestras vidas conforme a lo que acordamos en su día. Y, claro está, estando él perfectamente al tanto de mi situación porque Gastón conoció mi vida anterior por lo menos como yo misma. Ahora bien: si yo tuviese que seguir viviendo como viví entre aquellos años 1961 y 1967, no os puedo asegurar si me habría vuelto loca, si me hubiese suicidado... no sé. De lo que estoy segura es que no hubiese podido aguantar más tiempo. Yo no era la mujer de un individuo; era un saco donde descargaba su semen con el único fin de tener me embarazada permanentemente; una vez embarazada no me tocaba hasta el día cuarenta y uno después de dar a luz, en que volvía a descargar para lograr el objetivo de nuevo. Aborto en enero; parto en enero siguiente; parto en febrero siguiente y parto en marzo siguiente.

Cuando ya le coges asco a un hombre y me imagino que, a la recíproca, será lo mismo, no puedes aceptar trato carnal. Yo aguantaba cuanto podía pero ya llegó la situación a una cuasi violación, porque yo concebí mientras dormía y ya os dije con qué diferencia de tiempo, aunque os parezca increíble. Pero eso, con ser un horrible problema, aún era explicable en un garañón que invocaba la doctrina de la Iglesia Católica para justificar sus hábitos”.

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- “Es increíble que esto ocurriese en estos tiempos”, -le interrumpí. !

- “Y también se me hacía insoportable que cuando me iba a la cama a la vez que él, nada más apagar la luz ponía una mano en mi vientre y empezaba con la eterna palinodia “pobre criatura, cuando nazca no va a conocer a su papá, porque el papá está muy malito y se va a morir antes de que nazca. ¡Qué va a ser de élla; se irá de aquí y se olvidará de que su papá era de aquí; no sabrá que !103

su papá la quería mucho. Pobrecita…! Y raca y raca esta noche, mañana, pasado, al día siguiente y al otro y al otro más. No me quedó más remedio que quedarme leyendo e irme a la cama cuando ya calculaba que estaba dormido. Como ocupo poco espacio me echaba a un ladito de la cama sin hacer ruido y así evitaba el responso diario. Samuel, ¡yo sí que fui muro de lamentaciones! No os podéis imaginar el daño que eso hace en una persona; te recuerda a las torturas que te cuentan que realizan en los países comunistas cuando tienen a los detenidos toda la noche y el día con la luz encendida y discos con un ruido insoportable. Te vuelves loco o revientas. Pues yo sentía que, si no ponía freno o remedio al rollito, o me volvía loca o estallaba. Hoy Gastón se ríe por que doy charlas en alemán durmiendo. Pero no debe ser grave, porque me soporta y no me despierta. También él ronca cuando toma alcohol de noche y hay que aguantarse aunque a veces tenga que despertarlo. Quería llegar a deciros que, desde mi punto de vista, Totó puede llegar a sentirse mejor, si, como decís, le echan de aquí y rehace su vida con…”

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- “¡Esther!” !

- “Eso es, Esther. Tenemos derecho y obligación de procurar vivir y convivir”.

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Oímos todos con respeto y atención a Fina. Y Modesto intervino para ratificar su filosofía de vida.

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- “Mira, decía, yo me he podido casar con algunas chicas que conocí y traté. Pero, caray, no me sentía preparado. He visto muchos problemas en muchas parejas amigas y, sin darte cuenta, sigues, ¡Bah! …. Comprendo que el problema puede surgir cuando uno se haga viejo, si llega allá, porque la soledad puede hacerse muy dura, pero de momento nos vamos desenvolviendo bien, yo no me siento con capacidad para tener hijos ahora, y hay que seguir aguantando y ser sufrido”.

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Naturalmente la hermenéutica de Modesto tan simple denotaba, junto con sus chistes e historias, que su perspectiva afectiva era, si la ocasión lo propiciaba, hacer el amor con una mujer y, ¡hasta otro día! !104

Comentó, muy de pasada, que en su juventud había tenido algún molesto problemilla que afortunadamente la edad y, sobre todo, las circunstancias habían solucionado. Pero ni dio más detalles, ni nadie trató de profundizar en el tema, aunque yo quise entender que aquella circunstancia condicionó en su juventud toda su vida afectiva y que no otra cosa suponía su fijación con los chistes e historias sobre sexo.

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A su edad era feliz, una persona que no tenía ni se creaba necesidades; que se conformaba con la propuesta que en cada momento se le hacía y siempre con el lado amable y complaciente a lo que Fina, cada vez que hablaba de él, era para encomiar y elogiar su deferencia y respeto hacia ella, aunque la ocasión le permitiese gastar una broma a una camarera, por ejemplo, en un restaurante.

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Gastón, discretamente, me dijo que estaban dispuestos a oírme en confesión:

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- “Bien: yo, salvo en el molesto problema que decía que le había acompañado, me sentía muy cercano a Modesto. Soy un hombre austero, no me creo necesidad alguna y me siento realmente satisfecho con mis trabajillos, mis amigos y mis modestas publicaciones. Lo de que Cervantes era sanabrés no es una elucubración mía. Es una cuestión opinable pero fundada. Tiene muchos visos de realidad y, más aún, cuando parece, totalmente demostrado, que la partida de nacimiento que se presumía cierta en Alcalá de Henares, es falsa. Que era judío es razonablemente cierto, pues estaba circuncidado y por ello no consumó su matrimonio con la sobrina del cura de Esquivias. Que estuvo en Lepanto parece seguro: “la más grande ocasión que vieron los siglos”. Y que estuvo preso de los piratas de Argel, también, pues fue redimido. Comprendo que el opúsculo que escribí, criticando al dólar, no fue mi mayor acierto. Pero los pueblos de España, concisamente, creo que están bien apuntados. Ya os hablé de que tengo un buen amigo que es un intelectual y brillantísimo europeísta, que se llama Denis de Rougemont y pretendo llevarlo a España a un seminario sobre derechos humanos en el que quiero que participéis, el Profesor Ruiz Jiménez y tú, Gastón. A mi mujer, Fina y tú, Gastón, la conocéis. Es una gran mujer y !105

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mejor persona, y me llevo con ella divinamente. Demasiado fácil.

Pasamos muchos días sin vernos. No me refiero a estos días, sino a la vida cotidiana. Ella lleva una vida muy diferente a la mía; tiene sus exigencias y yo se las respeto absolutamente. A veces hace excepciones y ya habéis visto con qué gusto ha venido a cenar con vosotros cuando habéis pasado por allí, por Ginebra. Y lo volverá a hacer si hay lugar. Pero yo me encuentro más que solo, solitario, y ello me ha empujado a tener ligeros devaneos pero que, en modo alguno, van a alterar mi relación familiar con mi mujer y mis hijos. La enorme libertad de movimiento de que dispongo me facilita faltar días de casa sin que se me eche de menos, y eso constituye mi coartada para vacilar en el lado afectivo. Pero lo fijo es inamovible”.

- “Samuel, ¿tú le aceptarías ese sistema de vida con todas sus consecuencias a tu mujer?”, -me preguntó Fina.

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- “Creo que sí, -le respondí-, aunque no me lo planteé nunca”. !

- “Si es cierto que se lo aceptas y te daría igual que hiciese lo que tú, creo que entre vosotros no hay algo profundo y que podéis prescindir uno del otro en cualquier momento. La disculpa, pues, no es tu mujer, son tus hijos”.

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- “Probablemente tengas razón pero te aseguro que no me lo he planteado”.

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Era casi medianoche. Había que madrugar a la mañana siguiente para iniciar el retorno y, quien más quien menos, pensó en retirarse, no sin que antes Gastón soltara que menos mal que no había peste negra, pero que nosotros parecíamos dispuestos a emular a Bocaccio en su Decamerón.

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Los del apartamento de invitados tomaron su ascensor para bajar y luego subir a su destino y yo me quedé recostado en el sofá del comedor, y allí me dormí hasta que a las tres o así de la madrugada me fui a la cama.

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Me sentí aliviado y convencido de que mis amigos eran buena gente. Mañana me llevarían a mi casa a Ginebra y ellos seguirían viaje largo para dormir en Chur o Coire, según la lengua empleada al uso.

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Entonces me sentí poseído de una apremiante necesidad: quería hacer una especie de diario de lo ocurrido estos días en Anzère pero, sobre todo, dado que a mí me habían exprimido psicológicamente, tenía que producir un análisis personalizado de cada uno de los cuatro personajes allí reunidos. Para ello era preciso indagar sobre sus vidas y a ello decidí dedicarme una vez que concluyese la semanal reunión.

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SÉPTIMO DÍA

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Inevitablemente no madrugamos, como estaba previsto la noche anterior -todos lo justificamos porque se estaba muy a gusto en aquellos reductos- y, para hacerlo todos juntos, como despedida, cuando subieron a desayunar los tres huéspedes del apartamento gemelo ya estábamos Totó y yo tomando nuestro primer “espresso”.

Fue general la alegría de reencontrarse antes de la partida, porque se relajó mucho la despedida que el día anterior había sido más emotiva, envarada, casi diría que melodramática.

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Desayunamos todos con normalidad entre expresiones banales referidas al tiempo, a la carretera y a lo que tardaríamos en llegar a Ginebra donde me dejarían a mí y, creía yo, que seguirían viaje a pernoctar al camino donde les quedase más a mano en dirección a la capital del cantón de los Grisones.

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Concluido el “petit déjeuner”, la gente se fue a sus aposentos a efectuar las últimas abluciones y a cerrar las maletas. En menos de media hora estábamos todos preparados para marchar y allí se sucedieron besos y abrazos a destajo con Totó, quien no dejó de piropear a Fina y a manifestarle la satisfacción y alegría que la casualidad de la visita la habían transportado al recuerdo de su madre y de su hermana.

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Gastón conduciendo, Fina de copiloto y Modesto y yo en los asientos traseros arrancamos dejando a Totó irremediablemente solo durante una temporada, si bien le insistí que, en cuanto tuviese la menor noticia de Gastón, vendría a transmitírsela y a pasar unos días en su compañía. También le advertí de que, aunque subiese -de inmediato- a pasar algunos días, no creía conveniente que se dejase ver con demasiada frecuencia con Esther para no levantar suspicacias porque, como le había explicado, las autoridades locales le estaban poniendo muy duras las condiciones de vida en Suiza.

Ella era francesa, no suiza y desconfiaban, con alto grado de certidumbre, de que estuviese trasladando activos en general a Francia, a fin de ir consolidando los medios necesarios para mantener el nivel de vida que habían venido observando y desarrollando los años precedentes.

No hay duda de que conocer la razón de la ausencia de Esther afectó terriblemente a Totó. Ya habíamos comentado que él creía que la ausencia se debía a nuestra presencia pero, afortunadamente, entendió, de modo pragmático, que era muy positivo que ella estuviese preparando el “habitat” para los dos en terreno familiar, conocido y seguro. Allí concluirían los horribles años vividos en suelo helvético.

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Le llevé un paquete que él me había entregado y que transportamos sin problemas en el coche.

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El descenso al valle fue fácil por la ausencia de tráfico y porque al bajar la oxigenación y el aumento de la presión atmosférica beneficiaban, de modo ostensible, a Gastón. Fina lo entendió así y, como ya me había explicado, hacía como que le pellizcaba en el muslo de misma forma que encendía la radio y él, al sentir el gesto, comenzó a cantar unas animadas rancheras y, después, unos !109

románticos boleros, para concluir con unas dulces canciones gallegas, muy bien acompañado por Modesto.

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Tras el canto decidimos parar a comer en Martigny y, después de una breve y frugal reposición de fuerzas, seguimos viaje a Ginebra, durante cuyo trayecto me enteré de que podríamos cenar y dar un poco de más alegría al estómago ya sin tener que circular hasta el día siguiente, pues habían decidido pernoctar allí. Luego supe que ya lo traían planeado y por qué.

Como si se hubiesen puesto de acuerdo, después de comer Fina y Gastón empezaron a presionarme para que telefonease a mi mujer avisándole para que contase con que íbamos a cenar todos juntos en el “Möwenpick”, porque sabíamos que allí, a cualquier hora que llegásemos, podíamos hacerlo con tranquilidad. Como ya había supuesto y supe después, los tres compañeros de viaje se iban a albergar en el Hotel “Des Bergues”, donde ya habían reservado habitaciones antes de salir de España.

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Ante las presiones de la pareja, a las que se unió Modesto, tuve que desarrollar una tarea de investigación y búsqueda de mi mujer a través de algunas compañeras de ella, quienes me aseguraron su asistencia a la cena a hora a fijar ya desde la propia ciudad.

El viaje, plácido se hizo corto. En realidad lo era. Y nos encontramos en el restaurante, previa llamada a Edwig, quien apareció ataviada con sus mejores galas, como diría un eco de sociedad. Verdaderamente, el encuentro a mi mujer y a mí nos salió de cine. Ni ensayado podía ser mejor. Ya se encargó Gastón de llamar la atención por aquello de que a Modesto le iba a dar envidia y que las efusiones, para dos horas después, sin testigos ni “voyeurs”.

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Una cena muy grata, en la que estuvo vivo y presente el recuerdo a Totó y en la que no faltaron muchas promesas de vernos pronto de nuevo; ni los mejores deseos a Fina en su deposición canónica; ni augurios a Modesto para que completase su acervo de cuentos e historias, y un especial ruego a Gastón: información puntual y exhaustiva de los viajes a Estrasburgo y a Sevilla y, una vez redactado, que me enviase el borrador del escrito a presentar ante la Comisión Europea, ya que, aun contando con la absoluta confianza !110

de Totó, era irremediable que al hacerlo, dada su vehemencia e improvisación, evitase no meter pluma en algún capítulo con el ansia ferviente de convencer a la Comisión de los abusos a que había sido sometido por el Tribunal.

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Sellado el pacto, nos fuimos mi mujer y yo por nuestro lado, y ellos tres se dirigieron andando a su hotel en medio de una niebla impenetrable. Ahora, a esperar noticias y ojalá que sean gratas.

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CORRESPONDENCIA

No había transcurrido un mes desde la marcha de nuestros amigos cuando recibí la primera carta de Gastón. Aquello en vez de carta era una hoja de ruta. Habían estado en Chur, en Estrasburgo y en Sevilla. Y ya estaba redactando el borrador del que había de salir el escrito a presentar ante la Comisión. El problema es que la sinceridad que se apreciaba en la carta de Gastón no constituía el mejor lenitivo para tranquilizar o elevar la moral de Totó.

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Había que ver la carta y desmenuzar el contenido para explicárselo a Totó, el cual, avispado como pocos, pretendería leerla y releerla y a saber qué conclusiones podría sacar, porque me planteé si sería o no conveniente mostrársela.

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La carta decía textualmente: !

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“Mí querido Samuel, Judío de Sanabria: Shalom. Ardo en deseos de acudir al Congreso que andas tramando en Zamora y del que me habló nuestro común amigo Mac Cormack que, como es obligado en un buen judío (no sé si, además, fenicio o escocés), ya se reservó el asiento delantero de mi coche para ir y volver.

Hasta ahora aún no me pidió que lo invitase a hotel aunque me temo que cuenta con las restauraciones, pero todo se andará. Salud para Me. de Rougemont. Y como Jonás a lo peor leerá esta carta, aunque tú te propongas lo contrario, voy a ser como el agua cristalina que cae por las torrenteras de esas hermosas montañas alpinas en época de deshielo. Dile que Job lo pasó peor y no estaría de más que le recitases la poesía de Hartzenbush, “Paciencia”. Si no la conoces, la próxima vez te la imprimiré.

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Nosotros, afortunadamente, bien. Como casi siempre. Tratando de hacernos la vida fácil y agradable. Espero y deseo que vosotros, como mínimo, a la par.

Tras la cena de despedida en Möwenpick estuvisteis en nuestro permanente recuerdo, tratando de emularos -eso al menos intentamos- hasta que, cansaditos, decidimos aprovechar la carísima cama del Hotel Des Berges. Se dio todo por bien empleado. Nuestros recuerdos más amables a tu costilla. Y vamos a desgranar las cuentas del rosario en que convertimos nuestro viaje por tierras helvéticas, francesas e hispanas.

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Personalmente, y mal que pese a tu sentido hostil a todo lo que huela a cristiano, debo decir que el Vicario de la Diócesis católica de Chur es un señor de una personalidad y de una categoría, tanto intelectual como humana, de la que puedo afirmar que siento una sanísima envidia.

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Fina, quien gracias a la estancia en Anzère, había rebajado drásticamente sus cuotas tanto de adrenalina, como de temor, de duda, respecto al interrogatorio a que necesariamente se iba a someter, bien que voluntariamente, salió de la empresa sedada, laxa, con una tranquilidad y sosiego raros en una mujer nerviosa e inquieta como ella. Finalizada la prueba, ha ganado muchos enteros en su búsqueda de la paz anímica que necesitaba. Y debo destacar que el aspecto económico del Tribunal Suizo, comparado con el de la Rota madrileña, no admitió parangón posible, porque están a años luz las tarifas de los dos países, con notoria onerosidad para la hispana.

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Más contentos que unas Pascuas, nos fuimos a Estrasburgo y allí no faltaron problemas y dificultades. Fina se vino conmigo al edificio de la Comisión Europea, pues era absurdo pasar por allí y no visitar tanto los inmuebles, como !113

sus instalaciones. Si hay que volver, ella podrá o no hacerlo. Y fue muy útil y conveniente su presencia, por lo que luego te contaré.

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Sabíamos todos que el Secretario General de la Comisión, es suizo. Una, dos y tres veces pretendí verlo para reclamarle los papeles que solicitamos y que el Gobierno Suizo se negó reiteradamente a darnos. No nos recibió. La tercera vez, apareció una funcionaria portuguesa, cien por cien simpática y que optó por hacernos alegre la estancia, justificando, eso sí, la ausencia de su señorito con frecuentes viajes y múltiples reuniones. Al final no pudimos saber si es que estaba ausente o reunido. Yo opté por creer que no nos quiso recibir.

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Expuse a la simpática lusa mi preocupación por la ausencia de datos, por la indefensión en que nos situaba el Tribunal Cantonal al ocultar extremos de la vista oral que entendíamos definitivos y concluyentes para redactar nuestro alegato y, en fin, que lamentaba mucho haber hecho un viaje ex profeso para ver al señor Secretario y tener que volver con las manos vacías.

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Nos mostró algún legajo del expediente, pero sensiblemente incompleto. Tan sólo datos acusatorios. Ante mi desencanto, me aseguró que recabarían del Tribunal “a quo” la documentación demandada y que en cuanto la recibiesen, nos la harían llegar. Me recomendó tranquilidad y –en un momento dado-, me dijo que el Secretario, sabedor de mi visita, antes de irse le había encargado que me obsequiase con determinadas publicaciones, tanto de la Comisión como del Tribunal.

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Se disculpó unos instantes y, ciertamente en breves momentos, bajó, nos preguntó donde teníamos el coche y nos dijo que allí llegaría un porteador con unos libros. ¡Me valga Dios! Llegó un tipo con una carretilla y unas cajas con libros y empezó a cargar el maletero con éllas. Luego le dio otra idea, quitó las cajas y dejó los libros, porque así cabían más pero, a la vista de la plétora de material, Fina advirtió al paisano: “No más libros, por favor, que no nos caben las maletas.”

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Con el imprevisto sobrepeso nos fuimos al hotel a avisar que al día siguiente nos íbamos; pero primero, a comer; una siesta luego, y a la noche, al Cabaret l’Aguilon. ¡Casualidad! l’Aguilon en Anzère y l’Aguilon en Estrasburgo.

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La conclusión a que he podido llegar -de ti para mí, claro-, tras lo musitado por la menina que se conocía el asunto, es que van a considerar “irrecevable” la !114

demanda; que no le van a dar paso al Tribunal. Por un lado, son muy gordas las acusaciones de vulneraciones procesales pero, por otro, son palmarios los delitos de estafa y parece racional la declaración de quiebra: de los datos oficiales se desprende que el pasivo era netamente superior al activo. Ya no sé si Jonás ha sido suficientemente avispado para guardarse en su faltriquera particular o en la de Esther las mayores distracciones posibles, sin que diesen demasiado cante, cuando recibía las entregas iniciales de los clientes; si lo ha hecho, bien hecho estaría, porque es lo que le va a quedar.

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También intuyo que, en cuanto la demanda llegue al Tribunal Cantonal, van a proceder al extrañamiento de Jonás para ocupar de inmediato las escasas propiedades que le quedan. Vaciad los apartamentos, porque, a lo peor en tres meses están confiscados. Bueno, confiscados ya están. Quiero decir, ocupados por desalojo.

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Mi impresión es que el caso está enfangado y que todo ello viene por estar afectada la llámala honorabilidad, orgullo o credibilidad bancarias, lo cuál es más grave que cualquier condena judicial.

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Como ves, son impresiones e intuiciones. La conducta del Secretario de la Comisión y determinadas expresiones de la funcionaria lusa vierten una tinta poco clara sobre el tema. Es la tinta del calamar.

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No te voy a contar el espectáculo del cabaret para no darte ideas, ni tentarte. !

Pero sí aprovecho para contarte mi visita a nuestro amigo Pepón Barril en su residencia sevillana. ¡Qué tonel, Dios!

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Fue tremendamente receptivo en cuanto le llamé para ir a visitarle. Fijamos fecha y allí me personé en su despacho. Se interesó infinito, tanto por la salud como por la situación penal de Jonás, y lo mismo por ti -excepto en lo penal, claro-. Ofreció sus conocimientos, ayudas y apoyos de todo tipo. Ahora bien: cuando le propuse desplazarse a Estrasburgo en calidad de testigo y provisto de habeas corpus, o sea, del correspondiente salvoconducto, me contestó:

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- “Querido Gastón: yo hago por Totó cuanto quiera y necesite. Ahora, yo, salir de España, ni de broma. No voy ni siquiera a Ayamonte, no sea que la Interpol portuguesa me vaya a pillar aun a este lado de la frontera”. !115

Es decir, que tiene tanta buena voluntad como gracia y salero, y mucho más miedo.

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Pocos días después vino a verme al despacho; de nuevo lo invité a comer y me alegró el día contándome su miedo a no poder pasar las Navidades con sus niños el día en que lo “enchiqueraron” ahí.

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Ahora: sustancia, cero. Argumentos aprovechables: ni uno. Incluso respecto a su detención, el mismo Barril, con su miedo a que lo vuelvan a detener, ya que su caso sigue abierto, viene a dar un poco la imagen de que él se siente un tanto cómplice de Jonás en los contratos de compraventa – aportación – sociedad -, es decir, unas figuras de contratos innominados que ciertamente tienden a ser objeto de desconfianza.

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Espero me remita nuestra amiga lusa, en breve, el cuestionario para formular la “requête”, (demanda) y, en breves días, recibirás ya formalizado el referido escrito de demanda para que, entre Jonás y tú lo estudiéis, corrijáis y redactéis a vuestro gusto.

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Sigue investigando sin olvidarte de Sancho.

Nuestro recuerdo entrañable a Edwig, a Jonás y un fuerte abrazo para ti Gastón y Fina

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-o-o-o-o-o-

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Al cabo de quince días aproximadamente, recibí la nueva carta siguiente:

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Mi querido Samuel Judío de Sanabria: Conforme con lo convenido, te adjunto texto-borrador-proyecto del escrito de demanda a presentar antes de fin de mes en la Comisión Europea. Espero tus noticias. Un fuerte abrazo para Edwig, Jonás y también para ti.

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Gastón

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P.S. Por favor, no os pongáis a hacer una obra literaria. Al grano y concisión. No vamos a cansar, encima, a la Comisión narrando historias que vayan a hacer malo aquello de que el remedio es peor que la enfermedad.

! ! !

-o-o-o-oGenève, 25.06.80

Entrañable Gastón: Ayer he subido a Anzère a visitar a Totó y a llevarle, de paso, el escrito que preparaste para presentar en la CEDEX. Lo hemos leído en voz alta, una, dos, tres veces. Hemos comentado todos los pasajes del texto.

Tengo que decirte que Totó se ha emocionado con varios párrafos de la lectura.

Ha quedado impresionado de cómo has entendido, captado el asunto, y de la claridad y precisión con que redactaste el escrito. Ha recuperado, si se puede llegar a decir eso, la fe en que alguien le entiende, le comprende y así espera un resultado favorable.

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Yo no he querido comentarle –tras de mostrársela- las impresiones vertidas en tu carta anterior para no desanimarlo, dado el grado de entusiasmo que adquirió con la lectura de tu escrito. El tiempo nos dirá lo que vaya a ocurrir. Ya sabes el dicho francés: “qui sera, sera”.

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Cuentas, por tanto, con la absoluta confianza de Totó para presentar, cuando lo desees, el escrito en su destino. No te lo remito porque no hay ni modificaciones, ni siquiera rectificaciones o apostillas. Sí hay alguna errata que verás, tú la corregirás.

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Hasta pronto, con un fuerte abrazo. !

Samuel !

-o-o-o-o-o!

Varios días después

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Samuel Judío de Cervantes:

Sólo un par de líneas para contarte que he remitido, recomendado, como ahí decís, el escrito a CEDEX. No quisiera ser cenizo, ni agorero, ni menos, !117

profeta. Pero si vais aligerando la “impedimenta” de Jonás, no demoréis porque yo me temo que el Cantón va a liberarlo y, sin solución de continuidad, a extrañarlo. Veremos si le dan tiempo antes de responder a nuestro escrito, porque cabe que ni ese tiempo siquiera le concedan. Desgraciadamente, Jonás es un apestado para los helvéticos y allí, si ni siquiera se respetan los Tratados Internacionales, menos van a tener piedad, consideración o compasión con un apestado.

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Cuídate y vigila que el horno esté ardiendo. !

Gastón !

-o-o-o-o-o!

Tres semanas más tarde. ! !

Querido Gastón: En tu tierra dirían que eres “bruxo”. Ayer, un coche de la Policía Judicial fue a recoger a Totó a la prisión; lo condujeron a Anzère; le permitieron recoger sus objetos personales, apenas una pequeña maleta-neceser, en presencia de los gendarmes y, sin solución de continuidad, tras demandarle si deseaba salir a Italia o a Francia y haber elegido Francia, lo dejaron, con su maleta y su gabardina, en el puesto aduanero francés de Annemasse.

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Naturalmente, al abandonar el apartamento se hicieron cargo de la llave de los dos y precintaron las entradas de ambos. Es obvio que se habían vaciado de lo interesante con anterioridad. Estaban desnudos.

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Desde el puesto aduanero francés de Annemasse, la gendarmería le permitió hacer una llamada telefónica que a la postre fueron dos, porque la primera la hizo al apartamento de Ferney-Voltaire, donde suponía que estaría Esther si bien, ante el silencio por falta de respuesta, ya que ella, ignorante de la situación, había ido a pasar unos días a Niza, le obligó a pedir a los gendarmes poder efectuar la segunda y esta vez fue a mí a quien hubo de dirigirse.

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Me desplacé y lo encontré hundido. A más a más, yo no lo podía llevar a mi casa, porque no podía entrar en Suiza al haber sido expulsado y haberle confiscado el pasaporte helvético. Afortunadamente le permitieron conservar sus pasaportes, francés e italiano, que siempre tenía actualizados y en vigor, pero en !118

ambos constaba la interdicción de penetrar en suelo suizo por un periodo de quince años.

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En los pocos días que hacía que no lo había visto, observé que su aspecto se había demacrado, estaba tembloroso, ciertamente debilitado, lógicamente porque eran las dos de la tarde y no le habían permitido ni siquiera desayunar y, por ello, su debilidad era extrema. Debía de tener un terrible bajón de azúcar como para perder la conciencia. Nos acercamos a la gare de Annemasse, donde tú depositabas los chorizos que traíais a Suiza y no te permitían pasarlos los aduaneros, por lo que yo iba a recogerlos a la mañana siguiente y allí, inapetente y emocionado, apenas fue capaz de tomar un café y un croissant.

Tomamos rumbo a Ferney- Voltaire, porque yo llevaba la llave del apartamento y, una vez llegados, pareció algo más recuperado. Un techo propio y, sobre todo, un “hoy no duermo ya en la cárcel”.

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Se dio una ducha y yo opté por quedarme con él aquella tarde y aquella noche, con la pretensión de que se encontrase arropado mientras retornaba Esther, a la que conseguimos localizar y volaba ya al día siguiente. Llamé a casa y se lo dije a mi mujer y ella lo entendió perfectamente. Pasamos la tarde amena, charlando sobre todo acerca de mis creencias, de mis ideas y, si bien en algún momento hizo alusión a lo que le había gustado la “requête” que habías redactado. Este asunto, Cervantes y el tema judío constituyeron el “leit motiv” de nuestra “soirée”.

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A eso de las seis y media, ya con la moral más elevada, nos fuimos a un “bistro” a cenar y, de postre, tomamos unas “crêpes suzette”, aunque no en Carrouge que era donde nos gustaría, porque, me dijo, llevaba muchos años sin probarlas.

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De vuelta al “hogar”, aunque ya sabes que yo no consumo licores, eché una lágrima de Calvados en una copa para acompañarle en el brindis que quiso hacer ya en su casa: “He perdido todo; mi patrimonio, mi honor, mi estima personal, mi salud, pero hoy puedo decir que soy de nuevo un hombre libre en un país libre. ¡Viva la Libertad!”. A continuación, y tras el obligado “santé”, mojé los labios mientras él trasegaba un buen sorbo de aquel aromático brebaje que aparentaba ser realmente bueno.

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Y la velada se dedicó a vosotros. Hablamos de ti, de Fina, por supuesto y ¡como no!, del entrañable Modesto. Me resultaba increíble cómo en la semana que tuvimos de convivencia, pudo Totó formar un juicio tan profundo de cada uno de vosotros. Cierto o errado tenía un criterio muy arraigado de cómo creía que erais. Inaudito. Tendré ocasión de ir desgranándote las teorías que el bueno de Totó se montó sobre sus invitados. Os tomó un gran afecto y agradecimiento, y espera y desea volver a encontrarse con vosotros. Nuestra charla se cortó porque empezamos a adormilarnos en el sofá y, a eso de las tres de la madrugada, nos fuimos cada uno a su agujero y, sin hacer cama ni cosa parecida, dormimos hasta bien entrada la mañana tapados con un edredón.

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La sorpresa fue que Esther había tomado el primer avión desde Niza y a las ocho y media estaba en casa, donde entró sin que nos enterásemos. El encuentro entre ella y Totó fue inenarrable. Ya te lo puedes imaginar. Y yo, una vez duchado y tomado un café, retorné a mi casa. Dos personas, ya mayores, comenzaban una nueva vida. Ojalá dure el mayor tiempo posible.

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Un fuerte abrazo Samuel -o-o-o-o-o-

Otros quince días más tarde: Querido amigo Samuel: Tanto en tiempo como en resultados, las previsiones se han cumplido: “La requête a été declaré irrecevable”. Para evitar duplicidades innecesarias, te remito el texto íntegro de la Resolución para tu conocimiento y consiguiente transmisión a Totó.

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Fina y yo tenemos que viajar en las próximas semanas a Lucerna. Como dicen los importantes, por “asuntos propios”. Esperamos veros al pasar por Ginebra y, en función de la situación, analizaremos contigo la conveniencia o no de visitar a Jonás y a Esther si están ahí en Ferney-Voltaire. Para nosotros no es, en absoluto, prioritario visitarlos porque creo que hemos cumplido religiosa y humanamente, no incido en la parte jurídica, con creces con él. Como es habitual, nos alojaremos en Des Bergues y, en cuanto lleguemos, te avisaré para vernos y charlar distendidamente de nuestras cosas.

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Con afectos de Fina y para Edwig, recibe un fuerte abrazo.

Gastón. !120

Pensé en contestarle a Gastón esta última carta pero preferí no hacerlo porque era necesario que hablásemos ya que, de una parte, había conocido muchas cosas acerca de Totó que quería comentarle y, de otra, porque, como me había empeñado en llevar a la imprenta las vivencias pasadas, necesitaba profundizar en el conocimiento tanto de Fina como de Modesto y del propio Gastón, lo cual me obligaba a mantener varias horas de charla con éllos.

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Los problemas vitales de Fina así como la curiosidad que me insuflaba la figura de Modesto, me tenían subyugado. Por ello, decidí esperar a que volviesen y, como seguro que tendremos muchas horas para charlar, habré de ver hasta donde puedo ahondar en el interior de mis amigos.

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FIN

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RETORNO A LA REALIDAD !

Año 1980 !

PRIMER DÍA

Alrededor de un mes después de su última misiva anunciando un viaje a Lucerna, recibí una llamada de Gastón. Fina y él, habían recién llegado de Madrid y alojados, como me habían avisado, en el Hotel Des Berges. Como era tarde, acordamos entrevistarnos a las diez de la mañana del día siguiente en el propio hotel y allí acudí.

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Estaban en el comedor desayunando y aproveché para tomar un café con ellos y mientras, me comentó Gastón la peligrosidad de la nueva autopista de Lyon a Ginebra. Después de la carretera que bordeaba los montes del Jura cerca de la cual se encontraba la !122

estatua dedicada a los mártires de la resistencia de la guerra de 1914/ 1918, había llegado a la conclusión de que el camino más fácil y corto, a pesar del tunel de la Aguja, era el de Valence, La Tour du Pen, Annecy, Aix les Bains, Crusseilles y Annemasse.

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Tras las divagaciones propias del tema, bajamos a uno de los escasos y exiguos salones de que dispone un hotel de tal categoría como es el referido Des Berges. Me contaba Gastón que tenía unos amigos que se alojaban habitualmente en el Hotel Presidente Wilson y eran sumamente ricos. Y que les gastaba siempre la misma cantinela: “En el Presidente Wilson se alojan los presidentes de las naciones africanas, mientras que en el Des Berges se alojaban los Presidentes de los Estados europeos”.

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Y entramos en materia: comencé diciéndole a Gastón que, dada la rapidez con que habían venido, no había dicho nada a Totó.

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Fina se excusó con la disculpa de ir de compras y así montamos un mano a mano Gastón y yo, analizando la desestimación de la reclamación, para ver cómo luego se le planteaba el tema a Jonás quien, con su fiel Esther, se encontraba en Ferney-Voltaire, en el mismo límite de Ginebra, pero en Francia.

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- “¿Qué te parece la Resolución?”, -comencé a preguntarle a Gastón.

- “Mira Samuel, la Resolución es inamovible. Ahora bien: dicho esto, yo me atrevería a hacer algunas precisiones: es la primera que el condenado no es suizo; aunque no típico, es un emigrante, y Suiza aún es xenófoba. Segundo: el testigo base es español, luego, entre que España no ha suscrito aún el Tratado de Roma; que España es todavía un país no bien considerado en Europa, y que la seriedad no es una característica o cualidad de nuestro país, no le han dado chance. Tercero: el Secretario General de la Comisión es suizo. No es Juez, pero su paraguas cobija a su nación. Cuarto: aquí se cometió un delito de lesa banca y con la banca helvética no se puede jugar. Quinto: pretendo hacer un estudio profundo de la Resolución que, en principio, te adelanto que es infumable, cuando haya analizado otras que se vayan pronunciando !123

posteriormente. Por tanto, te agradeceré que, de momento, no me pidas detalles”.

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- “¿Crees en la imparcialidad de la Comisión?” !

- “No es que crea o deje de creer en la parcialidad o imparcialidad de la Comisión, pero el hecho de que cada gobierno nombre y pague a sus propios jueces; que, los problemas que acucian a la Comisión son, fundamentalmente, los concernientes al Reino Unido y que derivan de las relaciones de esta nación con los paises de la Commonweallth, el resto de los problemas son absolutamente secundarios para llevarlos al Tribunal, y así la colaboración de la Comisión consiste en tamizar los asuntos de verdadera enjundia y denegar los que no interesa pasar. Hay que importar mano de obra barata”.

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- “¿No es grave la vulneración de un Tratado internacional?”. !

- “Ciertamente es muy grave pero, en cuanto se alegó, el Tribunal liberó al testigo y lo indemnizó. No hubo contumacia, fue un error, un accidente sin trascendencia jurídica”.

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- “¿Qué porcentaje de “requêtes” pasan de la Comisión al Tribunal?”

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- “Un porcentaje bajo. Ya te comenté la misión tamizadora de la Comisión y así, de las demandas ante ella presentadas, según la jurisprudencia que yo manejo, hasta la fecha no llega al 15% el número de las que pasan al Tribunal. Por otra parte, yo no puedo omitir una circunstancia que para mí y, sin duda, para la resolución del asunto, cobró una especial relevancia. Y ella es, ni más ni menos, el letrado defensor que te habla. Tu amigo Gastón. Yo me hice cargo del caso porque me aseguraste que en el “Barreau” de Ginebra ningún profesional había querido hacerse cargo de él.

Ese dato, para la Comisión, entiendo que ha sido muy significativo: que no defienda al reo un letrado de los que asumieron su defensa durante el proceso. ¿Es que, por tratarse de una defensa de oficio, nadie quiso arriesgarse luego a enfrentarse con las autoridades del cantón? Eso ha sido, estoy seguro, muy !124

determinante. Además, el nombre internacional del letrado actuante no es tampoco el del profesor García de Enterria o el de un Catedrático –quienquiera que sea-, de Derecho Internacional.

Yo no soy nadie en el mundo internacional y aunque en España, casi nadie conoce al juez español en la Comisión, es el Catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Granada a quien, posiblemente, en el resto de España, no conoce nadie más que el funcionario de Asuntos Exteriores que lo nombró para el cargo actual porque será su amigo”.

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- “Yo no me creo esa razón”, -le interrumpí. !

- “Vale pero escucha: Fíjate y perdona que me alargue: vamos a esperar una próxima Resolución que va a dictar la Comisión sobre un asunto de un marinero español que, hace ya algunos años, en una reyerta o riña tumultuaria, no sé bien, mató, de un golpe a otro marinero creo que hispanoamericano. La cuestión es que, con motivo de una estadía del marinero homicida en puerto italiano, fue detenido y condenado a unos cuantos años de cárcel.

Lo defiende el Profesor Ruiz- Jiménez, ex Catedrático de Derecho Natural y Filosofía del Derecho, ex Ministro de Educación y ex embajador de España ante la Santa Sede. Pues bien: este preclaro jurista –segundo letrado español que actúa ante la Comisión-, me ha comentado que, al ir a visitar a su cliente en Roma, lo recibieron en el Quirinal, en el Palacio Chiggi, en Villa Madonna, en fin, que lo atendieron el Jefe del Estado, el Jefe del Gobierno y el Ministro de Asuntos Exteriores, entre otros. ¿Quién nos recibió a nosotros? Nadie, porque el tema les preocupaba un bledo, y yo soy nadie tanto en este ambiguo país como en Estrasburgo”.

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- “Oye; esto que me acabas de decir lo encuentro muy interesante y por ello, voy a urgir el montaje de lo que ya habíamos hablado en Anzère: el seminario sobre Derechos Humanos en Madrid. A ver si consigo convencer, para que vaya, a Me. de Rougemont a inaugurarlo y que seáis ponentes el propio profesor Ruiz Jiménez, tú y una tercera personalidad que veamos versada en el tema. Voy a contactar con el Ministro a ver si nos financia o subvenciona el Seminario, contando con que no vais a cobrar nada ninguno de !125

los ponentes, y que sólo se pagarían viajes y estancias de los que vayamos de fuera”.

- “Me parece buena idea, porque en España estamos ante una cuestión muy poco conocida y que interesa muchísimo sobre todo al mundo mediático porque, al no estar suscrito el Tratado de Roma todavía, anda el personal un tanto despistado. No olvides al obispo “rojo” de Madrid, que es un gran defensor del tema y anda en una onda muy próxima al profesor. Pero lo que te he contado, para mí, es indignante”.

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- “Bien. Asunto para trabajar. Y, ¿qué tal os ha ido en el viaje anterior por Chur? ¿Han tratado bien a Fina o la han sometido a una nueva tortura mental?”.

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- “Mira Samuel; yo no soy ni un eclesiólogo, ni un eclesiófilo, ni, menos aún, un teólogo. Pero hay cosas, hechos y situaciones tan dispares entre las iglesias de los distintos pueblos, que no me cabe en la cabeza que puedan decir que todas siguen las mismas directrices de Roma. Cuando trajimos aquí el problema de una mujer que desde el día de su boda, mejor dicho, desde su noche de bodas, sufrió sevicias, torturas morales, críticas a conductas conocidas, toleradas y hasta fomentadas y habituales en el tiempo de noviazgo, burlas, choteos con sus dificultades lingüísticas, enfin, conductas que el sentido común tiene que calificar como actuaciones demenciales propias de un sujeto paranoico, sin voluntad ni capacidad para obligarse, a quien primero fuimos a visitar fue al Obispo de Friburgo el cual manifestó comprender la imposibilidad de la convivencia pero también su incompetencia de jurisdicción por lo que nos remitió al obispado de Chur.

Efectivamente fuimos a Chur y allí nos encontramos con un Vicario que resultó ser otro paladín de la comprensión, del afecto, de la tolerancia, del “savoir faire” y del bien hacer, que es diferente. Después de los trámites de la admisión de la demanda de nulidad llegó la citación a que te referías en tu pregunta y, tras dejarte a ti en tu casa, nos dirigimos a las oficinas episcopales y allí nos esperaba el citado vicario, el procurador por ella nombrado por recomendación del propio vicario y un ciudadano, no clérigo, que era el notario nombrado por la Curia para tomarle declaración”. !126

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- “Es increíble la parafernalia y la burocracia de la Iglesia”,-le apostillé.

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- “A pesar de que la preparé todo cuanto pude, manifestándole la tranquilidad de que debía hacer gala, porque eran “buenos amigos”; “jugábamos en campo propio”, “iban a entenderse en su propio idioma”; “no había testigos”, “la iban a dejar expresarse con toda libertad”…-¿Vas a entrar tú? me preguntó. No creo que me lo permitiesen pero, en todo caso, no. Debes sentirte totalmente libre, sin coacciones, ni falsos pudores. Aun así iba con un cierto nerviosismo, hecho normal, por otra parte. Al llegar, como te decía, saludamos al vicario, que nos presentó al Procurador para que supiésemos de su existencia y al notario, que era quien iba a proceder al interrogatorio. De inmediato, delante de ella, me preguntó el propio vicario si yo quería estar presente.

Ella lo oyó, me miró y le contesté que no porque quería que ella se expresase con total libertad y sin rubor alguno sobre sus lamentables vicisitudes. Ella manifestó su total conformidad y se fueron los cuatro; yo me quedé en el patio del Palacio y, en un instante, aparecieron de nuevo los dos clérigos, que penetraron en el edificio supongo que para tomar un refrigerio. Al cabo de quince minutos más o menos, fumándome yo un cigarrillo en el agradable patio que te indiqué, apareció de nuevo el vicario y se ofreció a acompañarme a visitar el Palacio Episcopal, las Oficinas, Capilla, Biblioteca; un hermoso conjunto en cuya dedicación echamos, al menos, una hora”.

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- “No conozco Chur, nunca se me ocurrió ir al cantón de los Grisones, -le dije-, pero me atrae la idea de ir a conocer esa zona”.

- “En una de las visitas a los diversos compartimentos del Palacio, topamos con el obispo: un señor no muy mayor, de aspecto frágil pero muy acogedor que, eso sí, solamente hablaba en alemán y, naturalmente, en suizo. Por las trazas, el vicario le explicó, muy sucintamente, el objeto de mi presencia y no pareció disgustarle.

Un “aufwiedersehen” y un “danke schön” pusieron fin al fugaz encuentro. Había transcurrido una hora y media de interrogatorio y, como era previsible mayor duración, el vicario me invitó a tomar un café, un té, en fin, un piscolabis. Se lo agradecí pero, de !127

tiempo atrás, entre el desayuno y la comida, es decir, el almuerzo, no hago uso gástrico. Yo le tanteé la posibilidad de comer juntos, pero declinó “por razones de tiempo”, si bien me recomendó un buen restaurante. Me pidió disculpas por tener que atender una cita pero me instaló en una especie de sala capitular donde me permitió fumar y me dijo que había arte suficiente que contemplar para entretenerme antes de que volviese. Se fue y, efectivamente, retornó antes de que Fina saliese de su “examen”.

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- “¿Cuántas diócesis católicas hay hoy en Suiza?”, -le pregunté. !

- “Creo que dos, Friburgo y Chur. Pero me está dando la sensación, de que te estoy contando algo que resultó muy familiar y acogedor como si hubiese sido frío, académico, calculado. No, fue inmensamente cordial y cálido. A las doce y media, tres horas después de haber “entrado en capilla”, salieron Fina y el notario y a su encuentro fuimos el vicario y yo. No era momento ni lugar para la menor efusión, pero encontré a Fina como si hubiese topado con algo que buscaba tiempo atrás, algo que le faltaba y que había encontrado. El cura se dirigió a ella. “¿Cómo se encuentra señora? ¿Está tranquila? ¿Está contenta y satisfecha?”

“Estoy muy bien. Muchas gracias a todos ustedes”.

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- “Verdaderamente, por lo que dices, son unos caballeros o, al menos, lo aparentan”.

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- “Sí lo son. Verás: dada la hora, tardísima para ellos, nos propusieron que, puesto que iban a comer y tenían que preparar los documentos, podíamos encontrarnos allí a las cuatro y media para no hacernos esperar y así, al llegar, poder recoger el acta de la comparecencia, sellada por el burgomaestre que era quien, al parecer, daba fe de la personalidad del notario. Nos dirigimos ella y yo al Restaurante recomendado por el vicario, quien ya nos había reservado mesa y, cuando íbamos a empezar a comer, ella rompió a llorar. Medio en broma le dije que no era el momento más indicado, pues daba la sensación de que yo era el causante de la tormenta. Nos cogimos de la mano, nos besamos cara a la afición, pero ella me insistió en que necesitaba liberarse de aquel peso como que la ahogaba. Que había quedado encantada del trato !128

recibido, pero, sobre todo, que había descargado su alma y que había agradecido que yo no estuviese presente, porque hubiera pasado mucha vergüenza por intimidades de su matrimonio que había debido explicar. Cuando desahogó su turbión de sensaciones, recuperó una expresión que escasas veces había asomado ni en la intimidad. Era otra mujer”.

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- “De todas formas, lo debió pasar francamente mal”, le sugerí. !

- “Inevitable, pero necesarísimo por los efectos producidos.

Subimos a las cuatro y media a recoger los papeles para llevarlos a Madrid, donde había que hacerle a él, al marido, el correspondiente interrogatorio y, de paso, para abonar los derechos por todas las actuaciones eclesiásticas y los honorarios de notario, procurador y visados municipales. ¡Querido Samuel!

Aparte una provisión previa al Procurador de trescientos francos, hube de entregar doscientos ochenta francos más por todos los conceptos. Cuando nos llamaron en España para comparecer ante el Tribunal se empezó a hablar de tres millones de pesetas, es decir, unos treinta mil francos como honorarios y gastos, a resultas de liquidación final. Comprenderás que no seguimos adelante con la nulidad, porque el marido se iba a oponer; se iba a negar a efectuar pruebas psiquiátricas, pues ya se había negado a hacerlas con anterioridad y no era cosa de pasar años y años de pelea inútil. Él se había ido de casa abandonando radicalmente a su familia, y ella y yo entendimos que teníamos una unión, como los primeros cristianos, “a iuras” y así pensamos seguir siempre que nos sea posible”.

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- “Caray, Gastón, qué historia tan interesante. He de preguntarte algo sobre este tema más adelante pero no me resisto, mientras no vuelve Fina, a hacerte unos comentarios sobre Modesto”.

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- “Cuéntame, Samuel”. !

- “Yo he conocido y tratado a Modesto solo los pasados días en Anzère. Es una personalidad original, pero admirable. Hombre servicial, verdadero amigo, simpático, grato, siempre dispuesto a seguir cualquier iniciativa. Hombre sin necesidades, porque ni se !129

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las crea ni se las plantea. Siempre que tiene ocasión cuenta sus chistes, se ríe con fruición con ellos pero hay algo que me llama poderosamente la atención: sus chistes son todos cargados de tono; llamativamente sexuales y sexistas. ¿Tiene esto algún significado? ¿Crees que es casualidad o responde a alguna situación personal o social esta tendencia? Porque, familiarmente, no da sensación de que haya sufrido ningún shock que lo haya traumatizado en ese sentido. No sé, pero tengo curiosidad malsana y me gustaría conocer tu opinión porque no sólo lo conoces desde años atrás, sino que, como observo que Fina lo califica como “su compañero de viaje”, entiendo que se profesan un mutuo aprecio y él la respeta y cuida con verdadera elegancia y atención”.

- “Veo que llega Fina así que tendremos ocasión de comentar el tema”, -me interrumpió.

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- “En otro momento”, -asentí. !

- “Bien, dijo Gastón: esta noche supongo que, en cuanto cene, Fina querrá retirarse, así que tendremos ocasión de hablar, salvo que tus compromisos “místicos” te lo impidan”.

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Fui a cambiarme y a recoger a mi mujer para acercarme a cenar con Fina y Gastón al restaurante del Hotel la Cicogne. Mi mujer me preguntó quién pagaba la cena y, aunque yo le manifesté mi convencimiento de que nos invitaban Fina y Gastón, me exigió que llevase el billete de quinientos francos suizos por si acaso había que pagar.

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Dócilmente me llevé el billete por si acaso, pero con el convencimiento de retornar con él pues ya no recordaba cuándo me había dado el billete mi mujer.

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Ella se puso lo más elegante que sabía y podía, y yo, como siempre, me puse mi suéter negro de cuello de cisne, que era el atuendo que usaba en las grandes solemnidades bajo la chaqueta sport de Cheviot que constituía mi joya del armario.

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Nos encontramos con una Fina tocada de camisa de seda y un foulard o, quizá, más bien, un echarpe que la cubría prácticamente entera y dando una sensación de que se sentía arropada y abrigada en la ya fresca noche ginebrina. Habían venido andando desde su hotel, cruzando por el puente inmediato a la estatua del egregio ginebrino, J.J. Rousseau. Y Gastón, como siempre, con su terno, “made Luis Castro” de su pueblo, y una corbata de la más clásica y cara escuela florentina. Tan atractiva que no pudo por menos de relatarnos la anécdota: en un viaje por Italia, una Semana Santa que estaban en Montegrotto Terme, se fueron a pasar un día a Florencia y, de paseo por la urbe, cerca del palacio Médici, entraron en una tienda de corbatas con ánimo, como era una de sus manías habituales, de comprar algunas para uso personal, para los chicos y para los amigos.

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Total, que, al entrar, divisó en un casillero unos modelos de corbata sustancialmente distintos a los usuales y, ni corto, ni perezoso, mientras Fina se dedicaba, como ella decía, “a curiosear”, Gastón cogió cuatro de aquellos modelos que completó con otros ocho ya más normales y, con la docena de prendas, se fue a la caja a pagar.

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Cuando oyó decir a la cajera, catalana por más señas, que había que ver qué buen gusto había tenido en la elección, pues se trataba de unas corbatas cuyas dobleces soportaban hasta cuarenta y dos planchados y vio cómo la registradora usaba cifras de seis dígitos, a punto estuvo de sufrir un síncope. Cada corbata de aquellas costaba 550.000 liras. Comentó:

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- “No las devolví porque me dio vergüenza y no quería que Fina se enterase, porque me podía armar un lío”.

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Con toda lógica. Porque, decía, “cogí el paquetito y, tras un breve coloquio con la simpática catalana, le dije a Fina: cuando quieras”.

Ella no compró nada y nos fuimos tan ricamente.

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Fina ya sabía la historia y, naturalmente, corroboró lo que Gastón había manifestado:

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- “Si sé lo que ocurre, no hay corbatas, porque sólo cuatro habían costado dos millones doscientas mil liras, que equivalían a unas doscientas mil pesetas. Y ahora, añadía, ya puede usar babero, mandil o lo que sea con tal de no manchar la corbata, porque fácilmente la desgraciarían en la tintorería con la historia de los cuarenta y dos planchados a cada doblez”.

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También manifestó su disgusto porque, decía, cada viaje que hace a Galicia, y los hace muy a menudo, me trae una blusa de seda del estilo de la que llevo puesta. Son preciosas, pero debo de tener casi una docena (ya ves, la manía de la docena), y son muy caras. Pero no hay manera de que cambie de criterio.

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Superado el tema del atuendo, fuimos al estudio de la carta. Digo estudio porque las cartas de los restaurantes elegantes son complejas en proporción directa al precio de los platos.

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Al final, como se trataba de cenar, decidimos todos acceder a un solo plato y a no tomar vino, porque el más aficionado a él, Gastón, manifestó que sólo tomaba alcohol al mediodía. Nos decidimos por los pescados del Lago, excepto Gastón que, asiduo al mar Menor, optó por unos “rouggets”, es decir, unos salmonetes que justificó no tuviesen la barriga verde, porque no era fácil encontrarlos de roca fuera de la zona del mar de Alborán. Pero tal y como los ofrecían, sin espinas, tenían un aspecto muy agradable y recibieron los mejores adjetivos.

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Ahora, como en todos los restaurantes de cierta prosapia y elegancia en Suiza, desde que sirven los aperitivos hasta que vienen a tomar la comanda y, nada digamos, desde tal momento hasta que traen las viandas, fácilmente pasan dos horas o más. Con tales entretiempos, la charla fue amena y variopinta y, aunque comenzó banal, concluyó con una terrible carga de acusaciones de infidelidades contra mí de las que, gracias a que fui bien protegido por un avezado defensor, pude salir airoso. Y que concluyó con unas consideraciones relativas a Modesto en la línea de la charla que habíamos mantenido Gastón y yo en Des Bergues hasta que había llegado Fina.

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El tema de la tardanza en atender a los clientes en hoteles de lujo había adquirido su grado máximo en el Chateau Güstch de Lucerna.

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Relataba Fina que, cuando empezaron a ir allí ella y Gastón, las cosas transcurrieron con relativa normalidad, si bien, como Gastón es como es, a los dos músicos que amenizaban la cena los invitó a tomar lo que quisiesen y ellos optaron por vino blanco. A la segunda o tercera vez que llegamos, nada mas vernos entrar comenzaron a interpretar el “Spanish Eyes”, como si yo fuese española de origen. Lo soy, claro, también en cuanto a que tengo pasaporte y me encuentro bien allí. A mi madre no le hacía muy feliz aquella familiaridad, pero yo creo que se debía a que a ella no se lo habían hecho nunca. Verdad es que ni lo había buscado ni merecido.

Cuando acudíamos allí al Güstch ocho, diez o doce personas, aparte la musiquita obligada, llegábamos sobre las siete de la tarde y a lo mejor no nos servían hasta las once de la noche. Es demasiado y ya nos hemos planteado no volver allí.

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Nos contó Gastón que, en un viaje que había hecho con dos sobrinas suyas a Lucerna, procedente de Zurich y en el que se sentía ligeramente indispuesto como consecuencia de una fuerte gastroenteritis que le había surgido la noche anterior, en cuanto llegó al Güstch se retiró a descansar. Había quedado a cenar con sus sobrinas a las nueve de la tarde en el restaurante del hotel y allí tomó un pescadito hervido con arroz blanco y un poco de vino tinto por aquello de los taninos. Las sobrinas ni tomaban vino ni otra cosa que no fuese “Mousse” de chocolate. A temprana hora, es decir, concluida su cena, Gastón se retiró a su habitación y las chicas, que habían estado permanentemente agasajadas y requebradas por el maître y algún camarero, decidieron quedarse en el restaurante.

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A la mañana siguiente cuando, de madrugada, Gastón se levantó a miccionar y abrió la ventana para ver cómo apuntaba el día, si bien con ánimo de retornar al catre, entre la intensa niebla con que alboreaba, divisó a una pareja haciendo footing por el bosque que circunda el hotel. Pero como no se había puesto las gafas no se percató de que los matutinos corredores eran una de sus sobrinas y el Maître, “il bello Marco”.

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Fue a la hora del desayuno cuando, al bajar a cumplir tan grato trámite, se encontró, con un sol radiante a su otra sobrina, con unas ojeras de moribunda y bostezos de somnolienta. Le contó el desenlace nocturno precedente: se habían quedado las dos hermanas hasta que se cerró el restaurante; mientras, el Maître las obsequió con una botella de vino tinto y unos canapés y después vinieron tanto el anfitrión como un camarero, otro “latín lover”, a charlar y bailar con ellas. Hasta las tres de la madrugada. A las siete ocurría el footing que había visto Gastón desde su ventana.

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Yo creo que al oído de lo narrado se le encendió “el mechero” a mi mujer y comenzó mi “vía crucis” particular de esa noche.

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Ciertamente no puedo decir que estuviese agresiva y aún tuvo su cuota festiva o anecdótica cuando contó que había conocido a un teólogo español que luego se había convertido casi en un rabino judío, para concluir siendo un agnóstico. Pero el drama surgió cuando empezó a aludir a mis infidelidades matrimoniales. Sin acritud, sin rencor, pero no pudo omitir los problemas que habíamos tenido en mi pueblo, así como los que surgieron con mis ausencias con ocasión de un viaje que hice, acompañado, en coche, desde Ginebra hasta Israel o cuando anduve tonteando con la ex de un campeón olímpico de esquí. No puedo negar que reconoció mi lealtad hacia ella y hacia los hijos, en el sentido de que, como el hijo pródigo, siempre retorné a la casa familiar.

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Ella reconocía que su trabajo agobiante había producido una cierta dejación de sus obligaciones familiares, una vez que los hijos habían superado la niñez y se podían manejar a su aire, porque ellos mismos incluso se hacían su comida. Y alegaba que, como yo carecía de ingresos habituales, es decir, regulares, tenía obligación de trabajar más para asegurar la economía familiar.

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No era desvelar ningún secreto que mi natural bohemio y dado a la poesía, un poco a la fantasía, me tornó un tanto lírico y lo mismo que le llevó a ella hasta aceptar casarse conmigo, fue una de las causas de que pudiese cautivar a otras mujeres que conocí accidentalmente, porque lo cierto es que lo que se dice ir a buscar un !134

ligue por ligar o por llevar una doble vida, eso nunca lo puse en práctica.

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Aunque mis aventuras extramatrimoniales eran ya conocidas y manido el tema, hube de tornar a tocar el violón con pasadas historias. Claro está que hube de seguir el orden cronológico obligado. Y así, relaté:

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- “Una chica de mi pueblo, a la que yo no veía hacía muchos años, casada, con una hija y viviendo en Madrid, me la encontré, inopinadamente, en el propio pueblo. Allí me contó sus problemas con su marido, sus dificultades de pareja y, como consecuencia de ellas, con su propia hija. Alguna vez fui invitado a su casa capitalina a comer e incluso, alguna vez, me quedé a dormir allí. Bueno, pues se separó de su marido alegando que se había enamorado de mí y se empeñaba en que yo tenía que divorciarme para casarme con ella. La realidad es que se trataba de una histérica que se montó una falsa idea de mis intenciones, que no eran otras que ayudarla en su problema pero que, desgraciadamente, interpretó como un enamoramiento o una especial afección cuando, realmente, yo no llegué a ser consciente de que aquella relación pudiese llegar a tener la trascendencia que tuvo. Con ocasión de la defensa de Totó, hube de visitar, con cierta asiduidad, una notaría en Ginebra donde se tramitaban los documentos atinentes al affaire de aquel. En esa notaría trabé contacto con una oficial que era quien preparaba los documentos y, a decir verdad, la señora disponía de un físico espectacular, a sus cuarenta años, además de una enorme simpatía personal. Como lo cierto es que yo me desenvuelvo con muy poco dinero en el bolsillo, un día que coincidimos saliendo de la notaría juntos, la invité a tomar un mosto en un bar del Grand Passage y, charlando, se fue fraguando un buena amistad que, a causa de una escasa economía, no daba más que para un café o un vino”.

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Hube de tomar aire y de beber un sorbo de agua antes de continuar pues no puedo negar haber sentido un cierto nerviosismo.

Repuesto, proseguí:

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- “Esta mujer, que había sido una gran deportista, había estado casada con un campeón mundial de esquí alpino y, por circunstancias que ignoro, cuando yo la conocí, se había separado de su marido y no tenían hijos. Habían vivido dedicados por y para el deporte. Ciertamente, el hecho de que disponía de una muy confortable vivienda en un lujoso barrio de la ciudad facilitó que nuestras reuniones iniciales, en bares y cafeterías hallasen un refugio más grato y acogedor en su casa, donde pasábamos frecuentes veladas si bien yo todas las noches, es verdad que algunas de madrugada, iba a dormir a mi casa, muy próxima a la de ella, a mi domicilio conyugal. Esta situación, que quizá pudo dilatarse un par de años, se vio alterada con motivo de que, en la propia notaría, conocí a una joven cliente, abogada, que andaba legitimando documentos para hacer unos cursos en la universidad ginebrina y deseaba conocer y, a ser posible, trabajar en el Instituto de Europa, donde yo tenía sólidas amistades. Mi acompañante a la sazón, la oficial de la notaría, me la presentó y me pidió apoyo para ella en el aludido centro. La chica era una jovencita, como ya había comentado, de unos veintiuno ó veintidós años, un tanto, un pelín tartamuda, lo que le daba un encanto añadido a su gangosilla voz. Era una mujer alta, más bien delgada, pero perfectamente proporcionada, no hermosa, pero sí dotada de una enorme simpatía aunque, sobre todo, lo que la hacía más tentadora, era aquel balbuciente tartajeo del que ella misma se reía. Aquella damita, que presumía de tener dos papás: el biológico y el legal, disfrutaba del favor de ambos. Si bien sus padres aún no se habían separado oficialmente, el destino diplomático del marido no fue acompañado de la esposa quien, en su soledad, encontró compañía con un potentado que la fecundó y así nació la pequeña Bethina que, como ella decía, se beneficiaba, económica y socialmente, de su dupla paterna”.

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Las carcajadas de los tres oyentes interrumpieron mi disertación y hube de esperar a que parasen de reír.

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- “Pues bien: aquí la llevo, aquí la traigo, decidió alquilar un estudio en Ferney-Voltaire ya que, al ser francesa, prefería residir en su país pues sólo le costaba quince minutos llegar a sus ocupaciones en Ginebra. Y, aunque sabía que yo tenía una cierta relación con la !136

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oficial de la notaría, inició una labor de asedio que me llevó a abandonar a mi buena amiga anterior y trasladar mis visitas desde Cologny a Ferney-Voltaire. Aquí, entonces, fue cuando la cuestión llegó a adquirir tintes de gravedad. Yo estaba a la sazón haciendo un trabajo relativo al pueblo judío y sus persecuciones inquisitoriales, y a mi potencial hija, por razón de edad (su tercer padre), se le ocurrió la inefable idea de que viajásemos a Israel.

Naturalmente, por cuenta suya. Ella se hacía cargo del coste de todo el viaje. Cuando yo le expuse a mi mujer la idea, recordarás Edwig, te la planteé como un viaje de estudios; un viaje formativo con otras personas. Tú, a la sazón, creo que lo aceptaste de un modo muy indiferente, puesto que nuestra relación era también, exactamente, muy indiferente. Como ya dije antes, tú estabas centrada al cien por cien en tu trabajo profesional y por ello te traía sin cuidado que yo hiciese lo que quisiese. Vivíamos como separados, como dos seres independientes, y yo era el que tenía que aguantar por mi dependencia económica de ti. Ahora aquí, Fina, ella presente, puede ratificar que todo esto que yo digo es verdad”.

Pero la verdad era que Edwig sonreía pero no abría la boca. Ni una palabra, ni un gesto ni de aprobación ni de desaprobación.

Entonces, decidí ya concluir y continué:

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- “En resumen, que me fui con la jovencita a Israel. A Jerusalén como destino final. Desde Ginebra. Y en coche. Como suena.

Tenía ella un coche grande pero medio destartalado, un viejo Oldsmobile porque el de uso ordinario era un “mini” muy bien “tuneado”, pero inútil para la aventura. Yo comprendo que ya no tenía la edad idónea para realizar un viaje de tal entidad, pero mi natural irresponsabilidad me obvió pensar demasiado en el tema y nos pusimos en camino. La ruta, como os imagináis, era dura y dilatada y, si me apuráis, peligrosa. Pero, insisto, la inmadurez mutua nos lanzó a la aventura. No os voy a aburrir ni a abrumar con la descripción de la ruta seguida, pero sí os diré que, generalmente, dormíamos en tienda de campaña, en campings, en sacos en las playas, es decir, que no pisamos hotel hasta llegar a destino: Israel. Sí tengo que decir que el coche aguantó malamente el trayecto hasta que, en Turquía, decidimos abandonarlo sin !137

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placas y para evitar riesgos de cruzar Siria o el Líbano, nos embarcamos en un carguero en Adana (Turquía), con destino a Haifa. Transcurridos ocho días en Israel, retornamos en un vuelo de Tel-Aviv a Ginebra. Y ahí fue cuando yo razoné y concluí que la edad difusa había periclitado; abandoné los escarceos banales que había vivido algunos años y volví al redil, donde fui generosamente bien acogido y, desde entonces, nuestra vida, la de mi mujer y la mía, discurre por cauces tranquilos, como una balsa de aceite”.

Edwig, mi mujer, por fin, asintió a todo lo que yo decía y no puedo ocultar que, tanto Fina como Gastón mostraban un aspecto de estupefacción poco común. No podían creer en que aquella confesión pública fuese acogida con la naturalidad con que lo fue por Edwig. Y yo comprendo que se requiere una pasta muy especial, después de haber sacado a relucir el tema en los términos en que lo hizo y que ya mencioné, para aceptar las historias narradas con la naturalidad de quien las conoce y para quien han dejado de carecer de importancia.

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Los contertulios sonrieron, pero no hicieron la menor mención al tema probablemente a fin de evitar cualquier indiscreción que enturbiase el buen clima existente.

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Por ello, tras unas banalidades y fruslerías comentando lo increíble de la hora que era para aquellos pagos, programamos la visita que al día siguiente íbamos a efectuar Gastón y yo, a Totó, con el fin de explicarle las conclusiones de la Resolución que había emitido la Comisión Europea días atrás inadmitiendo la demanda presentada contra la Confederación.

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SEGUNDO DÍA

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MAÑANA: VISITA A TOTÓ

A la reunión con Totó íbamos sólo Gastón y yo. Edwig tenía que ir a trabajar y Fina casi como que agradeció quedarse sola (no había venido su compañero de viaje) paseando por Ginebra y recordando su estancia allí, cuando había ido a trabajar veinticinco años atrás en el edificio porticado de la rue de Chantepoulet.

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Quedamos con ella en que, a la una, dejaríamos aviso en el hotel acerca de si íbamos o no a comer juntos. En caso positivo, ella reservaría en Roberto y, en caso negativo, ella comería donde le apeteciese, aunque ya había advertido a Gastón, en ocasiones semejantes, que comería en la habitación del hotel, porque no le agradaba comer sola en un restaurante. A Gastón le ocurría lo mismo. No podía comer solo en un sitio público. Siempre que se hallaba en tal situación lo hacía en la habitación del hotel. A mí me !140

daría lo mismo. Compraría un bocadillo o un “hot-dog” y, paseando, lo engulliría.

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A las nueve de la mañana del día siguiente recogí a Gastón en el hotel, no sin antes subir a desayunar con la pareja y esperar con ella mientras él fue a la habitación a completar su aseo personal, en lo que invirtió no más de quince minutos.

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Cuando bajó, con su terno azul marino de Gorina y su corbata de Hermès, me hizo gracia, porque yo no uso corbata desde tiempo inmemorial. Llevaba un discreto chaleco de lana, pues el lago escupía humedad a raudales y observé cómo Fina, solícita, le recompuso los botones del chaleco que llevaba mal aparejados como, según comentaron, ocurría a diario. No me llamó, en cambio, la atención el beso cariñoso con que lo despidió en razón a lo que me había comentado mientras él subió a la habitación a completar su aseo.

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Cuando quedamos ella y yo en el restaurante, me dijo Fina: !

- “Ayer, Samuel, oyéndote contar tus andanzas o escarceos, como tú los llamaste a las aventuras que viviste, y la serenidad, aplomo y comprensión con que tu mujer oyó, aceptó y disculpó, no pudimos por menos de comentar Gastón y yo nuestro sentido de la fidelidad, la lealtad, la sinceridad de nuestra relación y nos sentimos tan a gusto que, a pesar de nuestras edades, mantuvimos un contacto tan ardiente como en nuestros primeros tiempos de relación. Disculpa a Gastón si lo encuentras hoy mas cansado de lo habitual. Tiene que estarlo y ya sabes bien cuánto me preocupa su salud. Nosotros nos moriremos juntos, ¿sabes? Y gracias a vosotros, por vuestro efecto afrodisíaco”.

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Naturalmente, Gastón ignoró la confidencia y, a decir verdad, no manifestó ningún síntoma de cansancio en la entrevista con Totó.

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Llegamos a Ferney-Voltaire en torno a las diez de la mañana, tal y como habíamos previsto. El apartamento donde se alojaban Totó y Esther era muy cercano al que yo había usufructuado tiempo atrás !141

con la hija de los dos papás, por lo que estaba en terreno conquistado; en zona conocida.

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El encuentro entre Totó y Gastón fue muy emotivo, pero patético.

Abrazos; Totó en puro llanto; hubo de intervenir Esther para reconfortarlo lo cual demoró el saludo de presentación de Gastón pues ambos personajes no se conocían. Pasados esos momentos de tristeza y, como no, de tensión, pasamos a una salita muy acogedora y allí, en su sofá se ubicó el anfitrión, en el de enfrente su compañera y en el tresillo, al lado de Totó, Gastón, y al de Esther yo.

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- “Gastón, hay que ver qué cambio de medio en tan escaso tramo de tiempo”.

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- “Sí Jonás, pero, en realidad, de estar durmiendo en Sion y pasar el día solo en Anzère, estás ahora en tu casita, cómodo, confortable y, sobre todo, con una envidiable compañía lo que para ti es salud, vida, alegría y optimismo”.

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- “¿Cómo me encuentras Gastón?”

- “A decir verdad, me ha desconcertado tu emoción inicial que comprendo por la alegría que debes sentir de tener a Esther a tu lado. Eso debías entenderlo como una lotería”.

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- “Es verdad. Pero tú no sabes lo qué significa perderlo todo, ser expulsado del país donde has desarrollado tu actividad principal, donde has vivido tu vida, ser, en fin, un proscrito, un estigmatizado, un paria…”.

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- “Jonás. Vamos a ser serios. Debes pensar en que has estado en un peligro muy próximo de desaparecer. Una mafia te consideró un mafioso rival y esto, en ocasiones, se paga caro, con la vida incluso. Tú has cambiado un ciclo de tu vida lleno de éxitos reales aunque ahora resulten aparentes y, como se dice vulgarmente, no te has privado de nada”.

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- “He dado trabajo a mucha gente; he pagado muy bien a mis colaboradores y le dado a mi familia todo cuanto ha querido. Y mi familia se ha quedado con la mayor parte de mi dinero y a ella !142

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nadie le ha pedido nada, y en pago me han abandonado cuando las cosas se me torcieron”.

- “Querido Jonás: yo no he venido aquí en plan moralista ni, menos aún, a censurar tus actos o a exaltar tus virtudes porque, al fin yo de tu vida, fuera de lo poco que me has contado y, bien está así, sólo conozco una pequeña parte, precisamente la última y, casi seguro, la más desagradable, o la más triste, o la más patética. Pero es lo que hay y es irreversible. Tú eres mayorcito y seguro que has vivido más intensamente que yo, por lo que debes extraer de tu experiencia las consecuencias necesarias y oportunas para aprovechar, con esta impagable compañera, los próximos años.

Me permito recordarte el aforismo latino que tan bien interpretaron los romanos: “carpe diem”. No mires nunca hacia atrás. Recuerda el caso de la mujer de Lot”.

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- “Te entiendo Gastón. Pero creo que se han cebado en mí injustamente y eso me repele de tal manera que no puedo asumir, ni serena ni preocupadamente, tanta injusticia. La justicia humana, con carácter general, es absolutamente injusta. Y yo me rebelo contra esta situación”.

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- “Estás en tu derecho, pero eso no cambia las cosas. Habría que ver si tu justicia particular quedaba incluida en lo que acabas de decir. Pero yo no vengo, ya te lo dije, a moralizar. La realidad es que tú, como mucha otra gente, os introdujisteis en un mundo negocial especulativo. Sin piedad ni justicia. Vuestra meta era sólo ganar dinero, mucho dinero. Como decimos en España, forraros.

Pero como su mismo nombre indica, los negocios especulativos son aquéllos en los que la balanza se inclina fácilmente a un lado o a otro y comenzaste con un ciclo económico en alza y te pilló ese ciclo a la baja y no resististe. Por eso perdiste. El concepto de justicia trasciende lo especulativo por lo que entiendo que no debes especular con él”.

- “No gané tanto dinero como creéis. Pagaba intereses a los inversores, los créditos para las obras y cuando terminaba una torre, comenzaba con otra hasta que me falló la licencia y se vino todo abajo. Y creo que no me dieron la licencia porque no “unté”, como vosotros decís, a quien correspondiese o procediese”. !143

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- “No te lo voy a discutir. En un mundo corrupto, el especulador, o está a la altura de las circunstancias o está perdido. Luego la corrupción también se presume en el especulador. Mira, había en mi pueblo un señor mayor que tenía un bar y, en el propio bar, una expendeduría de tabacos autorizada. Como había gran escasez de labores del Monopolio Tabacalera Española S.A., el bueno del dueño del bar, retiraba las pocas cajetillas de las labores que escaseaban y, en un pequeño mostrador que improvisó situándolo muy cerca de la puerta de entrada del bar (la barra estaba al fondo a unos veinte metros de distancia de la entrada), vendía aquellas escasas existencias al precio de sobreprima autorizada para los vendedores ambulantes. Lógicamente, el dueño del bar, con expendeduría autorizada, carecía de tal autorización. Un buen día llegó por allí de paso, ¡oh fatalidad!, un inspector de tabacos; fue al bar, al estanco, pidió determinada labor y la respuesta fue que no había. No quedaba. Se había agotado. “Pero, a lo mejor, en el mostradorcillo sito cabe la puerta de entrada podía quedar algún paquetito”. Va al lugar indicado, pide su paquete y se lo dan, pero al precio recargado con la sobreprima que sería, aproximadamente, sobre un diez por ciento. El Inspector se niega al pago del recargo y, al darse a conocer y amenazar con denunciar al explotador, éste, de modo enteco y convencido le responde que “para ser puta y no cobrar, vale más ser honrada”. Aplícate el cuento”.

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- “Pues es verdad. Tenía razón tu paisano. Pero lo peor de ser puta es que te puteen y no te paguen con lo que la humillación la hace a una más puta y menos honrada cada vez”.

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- “Totó, no mires, por favor, te lo repito, para atrás. Te insisto en que es lo que hay. Ahora no tienes deudas y vuestras necesidades personales, afortunadamente, las tenéis cubiertas. Peor hubiese sido que un día en tus jornadas de vino y rosas alguien te hubiese señalado con las tres expresiones con que aquella mano celestial conminó al Rey Baltasar: “MENE, TEQUEL, PERES”, es decir, que tus días estaban contados, que habías sido pesado en la balanza y no dabas el peso y que tu patrimonio sería dividido. A !144

nuestro querido apologeta bíblico Samuel, que tiene de todo menos de profeta, pedimos que te lo pueda aclarar”.

- “Vale, pues. Cuéntame entonces qué dicen esos imparciales jueces de la Comisión Europea en su Resolución”.

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- “Yo no te la he querido enviar y así se lo hice saber a Samuel, para no irritar más tu ánimo irascible, justificadamente desde luego, pero yo prefiero restañar heridas que hurgar en ellas. Por eso, no te voy a hacer comentario oral alguno, porque no tendríamos horas para hacerlo. Yo te acompañaré todo lo actuado literalmente y, al final, añadiré mis modestas opiniones y comentarios, que serán suficientemente exhaustivos para que una vez leídos y meditados por ti, puedan dar pie a mayores puntualizaciones que desee hacerme Samuel”.

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- “O.K. ¿Os quedáis a comer?”, -inquirió Totó. !

- “No Jonás, -respondió Gastón. Si no te importa nos vamos a comer con Fina, que nos espera en el hotel, salvo que Samuel prefiera quedarse a comer con vosotros”.

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!

Yo no tuve duda alguna.

- “Sinceramente, -le dije-, me quedaría con gusto, pero creo que debo irme con Gastón, para que vosotros dos podáis comer tranquilos y después descanséis, porque la jornada ha sido muy intensa y de grandes emociones”.

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- “Pues te lo agradezco Samuel, porque necesito descansar y reflexionar. Gastón es un tipo duro”.

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Entonces Gastón le pidió a Esther si le permitía telefonear a Fina al hotel.

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- “Faltaría menos, -respondió Esther. Pero no olvides que estás en Francia y para llamar a Suiza has de marcar el 0041”.

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- “Muchas gracias por la observación, porque cierto que me iba al número directo…Fina, sí, vamos ahí. Reserva en Roberto, por favor, para los tres….Para media hora, porque ya salimos a recogerte. Un beso...” Pareja: un millón de gracias. Ánimo, adelante y, además que a mal tiempo buena cara, disfrutad de vuestra nueva vida. No olvidéis: “¡carpe diem!”. Esther: un placer haberte conocido; suerte, pero sobre todo salud y ganas de vivir”.

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- “¿Volverás?”, -preguntó Totó a Gastón. !

- “Hombre, no soy profeta pero, como dijo Mc. Arthur en Extremo Oriente: Volveré. Y no soy Mc. Arthur”.

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Nos vinieron a despedir a la puerta y allí besos, abrazos y alguna lágrima pero una promesa:

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- “Volveremos”. !

Ya en el coche, fuimos comentando el estado de ánimo de Totó.

Gastón lo encontró muy disminuido en las escasas semanas que habían transcurrido desde la estancia en Anzère. Razonaba Gastón que, aunque estuviese en la cárcel en Suiza, estaba en su casa, en sus propiedades, en su feudo, en lo que él había conseguido con su esfuerzo y su dinero. Era su obra. Suyo. Posesivo. Pero, al salir de allí, había perdido todo. Y ahora, sin previsión de poder retornar al país vecino, se encontraba sí cómodo y acompañado con la mejor compañera a que podía aspirar, pero en una morada que no era toda suya, que no la había adquirido él solo, también era de ella.

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Entendía que era disculpable tal conducta aunque no justificable porque suponía un hacer de menos a una mujer que había renunciado a su vida para dedicarse a él con menguadas esperanzas de recibir ningún pingüe beneficio, porque ahora las finanzas de Totó eran bastante limitadas y gracias si podía realizar algún inmueble de los escasos que le restaban en Francia.

En estas consideraciones llegamos al Des Bergues, recogimos a Fina quien, sin pérdida de tiempo se acomodó detrás, y allá nos encaminamos, a la rue Pierre Fatio, a degustar los productos de uno !146

de los fogones más preclaros y conocidos de Ginebra. Aunque italiano de origen, Roberto se había adaptado a la cocina suiza a la vez que había sabido dar el “touch” transalpino al conservador gusto helvético.

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MEDIODÍA-COMIDA

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Nos situaron en una mesa entre la barra y la salida de la cocina, con lo que los aromas culinarios los percibíamos y gustábamos con verdadera fruición.

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Hicimos nuestra comanda a base de pescaditos del lago sin olvidarnos de la obligada pasta para Fina y todo ello regado ¡cómo no!, con un Brunello de Montalcino. Toscana pura.

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Como era previsible, Fina rompió el fuego preguntando por Totó.

Le explicamos nuestra opinión, más extrema y rigurosa la de Gastón que la mía, pues por algo llevaba más tiempo sin verlo, pero ciertamente, ya fuese porque estaba más bajo de moral o porque se sentía acabado, su talante y su aspecto físico no eran mejores que semanas atrás en el refugio de Anzère.

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Gastón, según su inveterada costumbre, se ausentó al lavabo, circunstancia que aprovechó Fina para preguntarme si lo había notado cansado o decaído. Y, ciertamente, le aseguré que no, que había estado muy vehemente con Totó, que lo había inundado de !148

comentarios y prometido más datos, y que no parecía en absoluto que hubiese tenido que hacer de tripas corazón porque había estado natural y bien.

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Ella reiteró una vez más su preocupación por la salud de Gastón.

Esa lesión de corazón lo tiene obsesionado, me explicaba. Lo atormentaron y asustaron tanto de niño; esas prohibiciones, creo que exageradas, de coger pesos, hacer esfuerzos, subir escaleras o cuestas le han impactado tanto que hasta yo me cohíbo a veces si lo veo cansado o preocupado…..no vayamos a tener un susto. Alguna vez me ha llegado a decir que no le importaría morirse haciendo el amor conmigo pero yo le respondí inmediatamente que a mí sí que me importaría.

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Volvía Gastón de sus abluciones y derivamos la charla hacia Totó y su nueva vida pero, al llegar a los postres, unas “creppes” al mejor estilo de Carrouge, el barrio ginebrino de las “creperies”, a donde no había podido llevar a Totó, Gastón derivó la charla al objeto base de la cena de la víspera. Mis pretendidas conquistas.

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Casi era un problema cultural. !

- “Yo siempre fui una persona servicial, cooperante, procurando ayudar a quien siempre tuve a mano; que parece que soy dulce con las mujeres, un poco poeta, muy romántico, hasta si quieres con un leve, eso sí, muy leve toque feminista…”

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- “Y un soñador, -terció Gastón-. Basta con leer tus publicaciones”, añadió.

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Lo que más le intrigaba a Gastón era precisamente cómo lograba yo que me publicasen los libros que yo escribía.

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- “Pues a base de amigos y de ayudas: yo llego con unas galeradas a alguien con poder: Gobernador Civil, Ministro de Educación, Preboste de la Comunidad Judía, particulares…,en fin, cualquiera que me pueda proporcionar una imprenta que publique mis escritos y que corra con los gastos de la publicación. Yo no pido nada para mí; incluso, si sacan algo de la venta de los libros, que la !149

imprenta se quede con el importe para resarcirse de los gastos de la publicación. Trato de caer bien a la gente, por lo que aquí en Ginebra tengo muchos amigos: en el Instituto de España, en las Naciones Unidas…y algunos me ofrecen dar alguna clase, me piden un artículo, me solicitan dar una conferencia. Y me pagan por ello. Lo que quieren. Yo no pido nada. Y en algún evento de ésos pues conoces a alguna mujer a la que le caes bien, ella se siente sola o está pasando un momento malo en el orden sentimental y, cuando te das cuenta, le has dado un poco de calor, de poesía, de cariño, y es posible que hasta acabes acostándote con élla. Pero yo esto no lo busco porque, ni quiero complicaciones ni me quiero crear necesidades. La vida, las circunstancias son las que a veces te crean los problemas.

Recuerda a Ortega: “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a élla, no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote- Meditación Preliminar-). Yo vivo en la calle. Pero mis pilares son mi mujer y mis hijos. Que no siento entusiasmo ni con ni por mi mujer. Pero la respeto, la quiero, la ayudo. Trato de comprenderla siempre. Por eso no reñimos, no discutimos. Cuando uno no quiere, dos no riñen. ¿Recordáis el dicho? Y ahora, volcado en redescubrir a Cervantes y, dada mi ascendencia judía, metido de lleno en los asuntos que atañen a Israel -¿por qué creéis que me jugué que me echase de casa mi mujer por hacer el viaje a Jerusalén?- Es un tema que me apasiona y a él estoy dedicado de cuerpo y alma. Los judíos y Cervantes, que también era judío son mis delirios terrenales”.

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Me debí de haber enrollado a fondo, porque Fina y Gastón oían, parecía que con interés, pero, aunque callados, en un momento noté en los ojos de Gastón un rictus de cansancio. Recordé la conversación con Fina.

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- “¿Levantamos la tienda?”, -ofrecí. !

- “Sí, vamos por favor un rato al hotel a echar una siestecilla, apuntó Gastón-. Bueno no sé si tu Fina prefieres ir a algún otro sitio”.

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- “No, no, -respondió élla-, voy encantada a descansar un rato y después damos un paseo, que hace muy buen día y a las ocho vamos a cenar al Mövenpick. Samuel, te esperamos, porque me encanta oír tus bellas batallas”.

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- “O.K., -les dije-. Os dejo en el hotel y a las ocho nos vemos en Mövenpick o ¿preferís que os recoja en el hotel?”

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- “No, por favor, salimos a pasear y ya paramos allí. Si está a un paso del hotel”.

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Y allá nos fuimos. Los dejé en la puerta del des Berges y Fina en un gesto muy habitual en ella cuando iba con Gastón, lo tomó del brazo, se apretó contra él, apoyó su cabeza en su hombro y ¡Bye, bye!, hasta las ocho, se encaminaron hall adelante, camino del ascensor.

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Era obvio que ambos necesitaban un descanso reparador. De los cuarenta para arriba…

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NOCHE-CENA

Sobre las siete y media de la tarde, recibí una llamada de Gastón rogándome si podía ir a recogerlos al hotel, porque habían cambiado de planes. A las ocho estaba yo recogiendo a Fina y a Gastón en el Des Bergues. Gastón con un semblante radiante, es decir, plenamente recuperado de su fatiga, nos anunció que había reservado una mesa en el viejo Aubergue du Lion d´Or, en el elegante Barrio de Cologny, donde pensaba degustar unos “pétales de thon rouge au poivre et sel de maldón” (pétalos de atún rojo a la pìmienta y sal de maldón).

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Naturalmente, Fina ya estaba al tanto de las aficiones del “gourmet”, pero le extrañaba que pidiese algo que sonaba como excesivo, dada la habitual frugalidad que empleaba a la hora de cenar. Es verdad que era temprano en relación a la hora utilizada en Madrid pero, de todos modos, a Fina le llamó la atención.

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Tras una sonrisa patriarcal con que siguió el comentario femenino cuando ella concluyó, él le dijo:

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- “No temas amor. En este restaurante, como en otros varios que hay en Ginebra, es imposible indigestarse tomando un solo plato.

Verás cómo son verdaderos pétalos y no llegan a formar ni una flor. Esta “Nouvelle Cuisine” consiste en que la cantidad de comida se reduce en proporción inversa a como se incrementan las salsas, la ornamentación y los precios. Son lugares selectos donde pagas mucho más por comer mucho menos; eso sí, muy bonito y muy bien aderezado. Así que vosotros dos, -dijo dirigiéndose a Fina y a mí-, pedid dos platos u os quedareis con hambre”.

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- “O sea, -continuó Fina-, que este sitio es como Arzak ahora.

Recuerdo la primera vez que fuimos a comer allí, nos puso una comida suculenta, aunque yo recuerdo el detalle de que a mí me habían traído algo buenísimo, pese a que yo había pedido otra cosa. No recuerdo qué. Pero como lo que me sirvieron era delicioso y abundante no había echado en falta lo encargado. La segunda vez ya fue todo sofisticado: raciones escasas y gran aparato efectista y artístico en la preparación de los platos.

Algunos incluso parecían pinturas naïf. Ciertamente, una extraordinaria cocina, pero otro estilo”.

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Yo no pude por menos de manifestarles mi absoluta ignorancia en temas ya no solo gastronómicos, sino también culinarios.

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- “A mí me vale para comer una ensalada y un café”, -balbucí.

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- “Mira Samuel, -interpeló Fina-, cuando tienes en casa dos lanceros a los que Gastón califica de “llevadores”, que se comen a medio día más de dos docenas de filetes de lomo de cerdo y dos o tres kilos de patatas fritas, no te queda mas remedio que tener cierto arte culinario –aparte amplia despensa-, aunque es desesperante la desilusión que te produce ver que todo aquello que tanto tiempo te exigió de dedicación y trabajo ha desaparecido en menos de un cuarto de hora. Gastón cuenta que cuando llegó a Madrid, a iniciarse en su Facultad, llegó a pasar hambre física y así como tiene un hermano que es la austeridad personificada (claro que tiene nueve hijos), tiene otro que es un comilón (es cura), sobre todo de cantidad. Parece que para ti la calidad es un lujo pero !153

este, en cambio, ha preferido la calidad – y no lo digo sólo por mí-, (perdona la broma), sin despreciar la cantidad,-de comida, claro-, pero prefiere la exquisitez como si fuese rico. Buena mesa y buen vino. Cierto es que se cuida comiendo. No abusa de grasas animales ni toma otros aceites que no sean de oliva o, en cocina, de girasol. Poca carne y mucho pescado y legumbres. No toma verduras porque le producen molestas regurgitaciones y, como tiene ese problema con el corazón que está muy dilatado, en cuanto se le disparan los gases le dan unas taquicardias que no gano para sustos. Menos mal que ya tengo experiencia porque, al principio, quien se moría de miedo con sus taquicardias cuando le daban era yo”.

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La cena, efectivamente, estuvo espectacular. Platos reducidos pero muy bien condimentados, si bien con cierta tendencia a abusar de la sal y de la mantequilla. Pero la verdad es que fue un suceso la calidad de la cena. El precio me imagino que también sería espectacular pero, por elemental discreción, no pregunté cuando Gastón liquidó la cuenta.

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Cuando estábamos en plena cena, Fina lamentó: !

- “¡Cuánto me hubiese gustado haber podido invitar a cenar aquí a Totó y a Esther! Así, al menos, hubiésemos podido corresponder siquiera en una mínima parte a las magníficas atenciones que él tuvo con nosotros aquellos preciosos días a 1.500 metros de altitud. ¡Qué aire! ¡Qué paisajes! ¡Qué momentos tan agradables vivimos en aquel retiro! Siento de verdad que no pueda Totó arriesgarse a entrar en Suiza, aunque esté viviendo a cuatro kilómetros de la frontera. Y también echo de menos a Modesto, mi compañero de viaje, que tanto me acompañó y tan agradable me hizo el tiempo mientras vosotros dos pasabais horas y horas trabajando en ese triste asunto que, por lo que me ha contado Gastón, después de la carga literaria que nos brindaron en Estrasburgo no han aceptado la reclamación que hicisteis contra el Gobierno suizo”.

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Cuando Fina terminó yo le dije que me gustaría que Gastón me hiciese un resumen de lo acontecido ahora que ya se había !154

terminado el asunto para poder analizarlo y, a lo mejor, si mi Cervantes y mis judíos me lo permitiesen, poder novelar el problema, habida cuenta de que a mí me había tocado vivir todo el vía crucis de Totó desde antes de su detención; su intento de suicidio, la separación y posterior divorcio de su mujer, el abandono de sus hijos, la fidelidad de Esther, la detención y posterior liberación de Barril…, “en fin, concluí, que hay material sobrado para una novela; para una variopinta novela, contando además con vosotros”.

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- “Bueno, Samuel, -apuntó Gastón-, procuraré complacerte, pero sucintamente para no robarte protagonismo en tu novela”.

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- “No obstante, -añadí-, agradeciéndote la oferta, me gustaría, continuando con lo manifestado por Fina, que me contaseis cosas de Modesto, al que veo que apreciáis tremendamente y al que, claro es, la propia Fina echa de menos. He tenido pocas oportunidades de charlar con él –alguna velada en Anzère y más jocosa que profunda-, pero sí pude apreciar que, aunque es un hombre que se ve mayor que vosotros, mantiene un espíritu juvenil, un carácter agradabilísimo, tremendamente servicial, gracioso, si bien, lo que más me llama la atención de él es que sabe cantidad enorme de chistes, aunque tiende a contarlos muy subidos de tono. No conozco a nadie con tal acervo de intendencia jocunda. Lejos de mí cualquier tentación moralista o pacata –sabéis que no puedo presumir de ninguna de ambas cualidades-, pero, o es una falsa apreciación mía o, tras tantear el ambiente con historias verdaderamente graciosas y llenas de sentido erótico, de golpe se vuelca en algunas que son como de no muy buen gusto. Y si fuese porque hubiese agotado el repertorio tendría una cierta explicación, pero, como cada día saca un catálogo nuevo, quiere decir que yo al menos le noto una cierta querencia al chiste escatológico. Me gustaría saber un poco vuestra opinión al respecto”.

Naturalmente, comenzó Fina a dar su opinión sobre su “compañero de viaje” en unos términos muy contundentes:

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- “Mira Samuel, como la mayoría de esos chistes no los entiendo –y a mí no me cuenta ninguno-, sólo sé que él se está partiendo de !155

risa mientras los dice y antes de que termine de contarlos, casi siempre, os estáis todos riendo a carcajada pura –decís en España, “a mandíbula batiente” pues yo, como una tonta, me río también sin saber seguro de qué va porque pienso que, si todos se ríen es porque la cosa tiene gracia. Así que a mí el tema chistes como si no existiese, no sé de que van. Sí tengo que decir que cuando me acompaña a pasear, de compras o comemos juntos, porque Gastón se va con sus contertulios, clientes o quienes sean y a mí no me preocupa con quien vaya –con mujeres estoy segura de que no va, pero vamos, totalmente segura-, se porta, se comporta conmigo con el mayor respeto, educación, delicadeza, consideración…..bueno, falta la primera vez que yo notase la más mínima desconsideración. Sin poner en duda que lo hace porque le sale de dentro, tampoco dudo en absoluto de que en su conducta para conmigo influye tremendamente que quiere mucho a Gastón y lo respeta. Creo que no viaja con nadie tan asiduamente como con nosotros y él es persona agradecida.”

- “Estoy convencido de que vuestro aprecio es mutuo”, le interrumpí.

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- “Efectivamente y, dicho esto, tengo que añadir que en algún restaurante en que había alguna camarera de su tierra no perdía ocasión de usar una broma, un quiebro, un piropo. Pero lo hace de tal manera que yo en modo alguno me podría sentir molesta o humillada (ya no como Fina, sino como mujer); estoy con él y el mal gusto me trascendería; tiene un arte especial para dirigirse a otra mujer delante de mí sin que, en modo alguno, se plantee una situación de, digamos, dejarme a mí en, una posición violenta.

Fíjate, pienso que es posible que en una circunstancia así sería más peligroso Gastón que él. Y lo digo sin rebozo delante de Gastón, con el que no he tenido nunca el menor problema en ese campo.

Pero conociendo ambos caracteres, sería más arriesgado verme con Gastón que con Modesto de compañero de viaje. Por eso yo le tengo un gran cariño, porque me hace la vida agradable cuando me acompaña a cualquier sitio; a veces se pasa ensalzando a Gastón de modo diría que excesivo, a veces me ríe mis raras bromas; está siempre dispuesto a hacer lo que yo quiera, le diga o proponga; tengo que inventarme a veces hacerle algún regalito, porque no siente necesidades ni manifiesta interés por cosas !156

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materiales. El único problema es que me hace fumar más de lo que debo”.

- “Ahí sí que creo que debes frenarte porque no te puede hacer bien”, le aconsejé.

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- “Pero mira, dentro de ese plano erótico que comentabas, para que veas cómo, de broma, le seguimos la corriente, te diré que le hemos comprado un regalo que le vamos a llevar y que seguro que va a ser una fiesta cuando vayamos a Galicia a dárselo: un calzoncillo blanco con una canana de preservativos de distintos colores y sabores para un fin de semana, señalando el momento horario en que ha de ser utilizado cada uno. Está concebido para un superdotado, porque el “week-end” es tan intensivo que hay que estar muy en forma para agotar la canana en los tiempos señalados. Te contaremos la fiesta que seguro va a formar cuando se lo entreguemos o se lo hagamos llegar. En una ocasión, estando solos él y yo en una tienda, le regalé una cabeza de payaso que, cuando le tirabas de la lengua, soltaba unas enormes risotadas y un chorro de agua de un pequeño depósito que llevaba en la parte posterior. Creo que lo colgó en una pared del bar que tiene en Galicia y fue genial cuando un curioso lo hizo funcionar y se llevó la correspondiente ducha. Contaba que había sido una excelente atracción. Es Samuel un hombre sencillo, dado al trato fácil y confiado; a su vez, él da confianza y seguridad; es leal, incapaz de hacerte un feo y nada digamos una faena. De lo que tú dices, Samuel, yo insisto en que no me entero mucho porque yo los chistes españoles, como en otro idioma que no sea el mío, los llevo muy mal, tan mal que le he pedido a Gastón infinidad de veces que a mí no me cuente ningún chiste pues, a causa de eso, aunque parezca increíble, hemos tenido problemas. Creo que debemos ser la única pareja que hemos tenido problemas por la interpretación de un chiste. Incluso alguna vez mis hijos tuvieron que intervenir para deshacer las equivocaciones que, al parecer, yo había malinterpretado. Lo siento pero es así, y de ahí han venido algunos de nuestros “graves” problemas de convivencia. Échame una mano, Gastón, por favor, di algo que yo ya he hablado bastante. Da tu opinión sobre Modesto en la línea que lo pide Samuel”. !157

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- “Es complicado el tema”, -comenzó Gastón al iniciar su opinión sobre Modesto.

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Yo debo decir que hube de insistir en que, quizás por falta de costumbre, me pudiesen explicar, si es que podían hacerlo, esa constante que vengo observando en él de usar cuentos, chistes e historias todas de tono subido y de cifrar como “leit motiv” de casi todas sus conversaciones temas de sexo. Si las sabían y creían que las había, ¿cuáles eran las causas? Porque, “ciertamente, les dije, no es ni un sátiro ni un conquistador de vía estrecha. La propia Fina lo avala.

Y como no me es familiar un tipo de persona así, me gustaría una explicación, una causa, un motivo, en fin, una justificación si es que la hay. Y, por otra parte y de modo paralelo, ¿influirían esas posibles causas en su pertinaz soltería o esta sería causada por su natural abandono y dejadez o habría alguna razón de orden físico?

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- “Querido Samuel, -retomó Gastón el tema-, Fina te acaba de aclarar lo respetuoso, educado, atento, servicial, cooperante, en fin, que se muestra con ella, sin, al parecer y así consta, la más mínima turbia intención. Creo que tú estás, no solo exagerando la nota sino que, quizá por falta de costumbre, ves problemas donde solo hay naturalidad. Pero, enfin, te diré: Su vida: os cuento lo que yo sé y hasta donde yo sé sin que nada de lo que voy a contar me induzca a sacar alguna conclusión en el sentido que tú, Samuel, interpretas o pretendes interpretar al personaje. Es un hombre de campo. Nace y se cría en un medio rural gallego. Matizo este extremo porque no es lo mismo el medio rural en Galicia, Asturias y parte de León y Zamora, es decir, provincias o comarcas aledañas a Galicia, que nacer y vivir en el medio rural en el resto del país”.

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- “Conozco el problema”, le interrumpí. !

- “En la Galicia de la década de los veinte, -él nace el 25-, más o menos cuando Jonás, en plena dictadura del general Primo de Rivera, no había prácticamente infraestructura alguna que mereciese tal nombre. Incluso la carretera que unía La Coruña con San Sebastián era una vía de escasos cinco metros de ancho, sin !158

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asfaltar, de piedra, con unas cunetas profundas para que circulase al agua sin invadir la calzada porque, en ocasiones, en el invierno, manaba o, por mejor decir, brotaba un manantial en el medio de la calzada. De esa especial carretera partían algunos caminos de carro a las distintas parroquias que integraban el Ayuntamiento por los que en invierno –nueve o diez meses-, había que transitar mayormente a caballo o mediante carro de bueyes o vacas, pues a pie eran absolutamente intransitables por el lodo que contenían, de suerte que ni con zuecos de madera se podía andar, porque los zuecos se enterraban en el propio barro. Igualmente, durante bastantes meses, tampoco podían transitar los carros tirados por vacas –no olvides que en Galicia no se utilizan los bueyes- por idénticas razones: se enterraban las ruedas en el fango y no había modo de moverlas. Perdona, pero no relaciones el tema con la anécdota que te voy a contar sobre los carros de bueyes y de vacas. Hay un dicho según el cual “los cojones del cura de Villalpando los arrastran seis bueyes y van sudando”. Este que no es de Modesto viene a cuento en el sentido de que en Galicia no funcionaba el asunto ni con seis bueyes”.

Las carcajadas que proferimos tanto Fina como yo, interrumpieron su disertación.

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Pero siguió de inmediato: !

- “Esos caminos que yo recuerdo perfectamente y que ahora, bajo la denominación de “pistas”, se van asfaltando permiten acceder hasta en coche a determinados barrios periféricos de las referidas parroquias. Pero, a la sazón, no había ni luz eléctrica, ni agua corriente, ¡qué sería un cuarto de baño! La crianza de las gentes de aquellos años, como la higiene personal, adquiría extremos de supervivencia mínima. Y en ese medio se crió nuestro Modesto.

No le faltó a su familia nunca alimento variado, porque las tierras de labor daban suficiente mies, verduras y demás productos de sustento doméstico y, en los aledaños de la vivienda, abundaban aves de consumo con lo que los huevos, los pollos y después, el alimento clásico de la Galicia eterna, el cerdo, ése del que abomináis los semitas, era producto normalmente múltiple.

Aparte, como decía, de gallinas y conejos, en la parte inferior de la !159

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vivienda, entrando normalmente por la misma puerta de la casa y separados sólo por un tabique de madera de la cocina doméstica, moraban el vacuno y, en un aparte, el ya citado porcino. Junto a la manutención, estaba asegurada la calefacción animal y el abono de las tierras que también salía de casa. En esta estancia generalmente denominada “cuadra” que como te decía tenía su acceso por la puerta de entrada única al edificio que normalmente se componía de dos plantas, -la baja en la que se ubicaba la cuadra y, normalmente, a la derecha de ella, estaba instalada la cocina dotada de una plancha de hierro a unos cincuenta centímetros del suelo, elevada por tanto, y de cuatro metros cuadrados de superficie”.

- “Ese sistema de cocina también existía en casa de mis abuelos”, apuntó Fina y yo avalé igual situación en mi Sanabria natal.

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- “Pues bien, abierta todo alrededor para poder sentarse en torno al fuego que en ella se encendía de modo permanente tanto para cocinar (para personas y animales), como para calentar la casa.

Estaba coronada por una chimenea que se iba estrechando a medida que ascendía, a efecto de que, por una parte, sirviese de evacuatorio de humos y gases y, de otra, por su parte más ancha, a fin de poder disponer de instrumentos de enganche en los que colgar el pote donde se hacía la comida que habitualmente consistía, a diario, en el caldo gallego y en el cocido de cerdo”.

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- “Caray, Gastón, menuda lección de costumbrismo. Pero, ¿qué tiene esto que ver con las tendencias de Modesto?”

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- “Pues mucho porque verás: una casa donde convivían seis hermanos, dos chicas y cuatro varones, con un solo excusado, es decir, un espacio de un poco más de un metro cuadrado con una tabla como asiento dotada de un agujero más o menos redondo de unos veinte centímetros de diámetro y, en cada habitación, una jarra para agua y un lavabo con un espejo, eran la composición del sistema de aseo que imperaba en la práctica totalidad de las aldeas o parroquias del término municipal”.

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- “Pues Gastón, terció Fina, me parece que en mi pueblo también la cosa funcionaba más o menos así”.

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- “Bien, prosiguió Gastón, pero debemos tener muy presente que era una casa pudiente porque disponía de estancias suficientes, terrenos aledaños, como ya os había dicho, prados con hierba abundante para el vacuno, patatas para consumo humano y porcino, y maíz para las aves de corral. La escuela pública estaba pegada a la casa de Modesto, incluso creo que el edificio era propiedad de la familia y lo habían cedido para uso escolar y creo que la maestra de turno, alguna de ellas al menos, llegó a alojarse en la propia casa de Modesto. Era muy joven cuando falleció su madre, y sus dos hermanas y el hermano más joven se dedicaron a estudiar, mientras los otros dos varones se inclinaron por el mundo de los negocios, al que dedicaron su vida siempre en la capital. Modesto se quedó con su padre, sus muchachas (al respecto, otro día te contaré la anécdota de “eres la puñeta Mari Pepa”), su madrina -hermana de su padre-, soltera, que luego lo nombró su único heredero. Y, como en su casa tenían una especie de estanco, sus obligaciones consistían en ir a la Expendeduría a buscar las labores de la Tabacalera. Él te dirá siempre que sólo tuvo tres años de su vida con una cierta ocupación, porque el resto de ella lo cierto es que no ha dado palo al agua”.

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- “Sigo sin entender, -le interrumpí de nuevo-, en qué influyó todo eso para labrar las, llamémoslas, manías que utiliza”.

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- “Samuel, tú, fogoso conquistador de defraudadas almas femeninas, encantador de núbiles canéforas, poeta que rima al oído de espíritus necesitados de consuelos más de superficie que de profundidad; pero que, precisamente bajo esa pátina de romanticismo te llevas al catre a toda hembra que se te pone a tiro, sin ningún ánimo de continuidad o permanencia; tú, cuya única perseverancia consiste en llevar al huerto a las ingenuas y a las desesperadas a las que, además, les sacas lustre económico, ¿no puedes entender que hay también poetas, románticos, seductores – con mucha menos cultura y preparación que tú-, a los que el medio, el campo, el monte, la escasez de civilización en que han tenido que vivir les han perturbado notablemente las posibilidades !161

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de acceso a una mujer?. Que esa falta de posibilidades, junto con un desarrollo brutal de testosteronas, lleva a una conclusión dramática: a él le ocurre justo lo contrario que a ti. Tú tienes todo el tiempo del mundo para prepararte, trabajas dominando el medio y, sobre todo, controlando a la partner y así, hasta a lo peor ignoras lo que supone tener la mínima dificultad física en una relación entre las que no es la menos importante una habitual descarga anticipada”

- “Gastón, -interfirió Fina-, ninguno estamos siempre a la misma altura. Haz memoria cuando volviste de Brasil. Teníamos todo el tiempo del mundo, aparentemente estábamos relajados, tranquilos y, en una ocasión – es cierto que nos reímos a modo-, no hubo nada que hacer”.

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- “Un momento, retornó Gastón. Quizás me expliqué mal. Una cosa es que esporádicamente no dé uno la talla por las causas que sean pues hay ganas, hay deseo, hay afecto pero, como dijo el pastor de las suecas, te han robado el muelle y otra muy distinta es que estés con una señora; primero, distinta cada vez; segundo, trabajando a toda prisa porque, generalmente, la vida rural no ofrece esa facilidad de acostarte con una mujer y tener todo el día o toda la noche sin prisas para –“nudo cum nuda in letto”(desnudo con desnuda en la cama), operar, como bien les plazca, a los dos. La fogosidad y fugacidad con que un hombre en un baile de fiesta de aldea puede llegar a tener ocasión de hacer el amor con una mujer, contra un árbol si el suelo está empapado, circunstancia nada inhabitual en la zona, si la pareja se hace de rogar, no es de extrañar que el grado de excitación del varón produce, como consecuencia inmediata, una descarga copiosa antes de llegar a tocar “in vitro” la piel de la mujer. Y tú, Samuel, esto no lo puedes ni imaginar. Podrás no sentir apetencia por hastío, por cansancio o por cualquier otra causa de salud o de circunstancia. Pero no me puedo creer que, por muy ilusionado que estés por una mujer, por mucho deseo que puedas sentir por ella, como el encuentro se produce en general en situación de normalidad completarás la faena marcando tiempos y actuaciones pero no te vas a ir antes de dejar satisfecha a la compañera. Y creo que, a lo peor, a Modesto le pudo ocurrir, alguna vez, al menos, !162

justamente lo contrario: que se hubiese ido antes de poder satisfacer a la compañera de turno. Y esa puñetera situación, pienso yo, procede del sistema de vida, de las circunstancias que rodearon su adolescencia, su juventud e, incluso, su madurez.

Estoy seguro de que tú mismo, después de dejar tus estudios para cura, te fuiste antes de tiempo alguna vez, y esa angustia te vedó completar la faena a posteriori. No nos lo cuentes. Pero, insisto, la habitualidad de relación con una mujer, la estabilidad, la permanencia, la compañía constante que permite a los dos elegir momento, postura, dedicar tiempo espacioso a prologar el acto, lleva a una consumación gratificante para ambos contendientes.

Pero elimíname todas esas comodidades y facilidades; sitúate en plena tierra en noches frías, con personas temerosas de que las vea, qué sé yo, un vecino, que de repente te vaya encima un perro en pleno apogeo…”

- “Entonces, ¿tú crees…?”, -le interrogué.

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- “Yo, ni creo, ni sé nada en concreto pero, en línea con lo que te vengo diciendo, me viene a la memoria un viejo conocido que, aunque casado, era el clásico individuo que, cual perro de presa, andaba de fiesta en fiesta a la caza de cualquier moza lozana y maciza que asomase por allí y era capaz de tragar kilómetros y leguas hasta conseguir su objetivo. Pues bien: alguna vez que contaba alguna de sus aventuras se le preguntó qué era lo que tanto le atraía para dedicarse al asunto con la fruición con que lo hacía. Fue rotundo: “hay que regarse de brandy para evitar el mal olor a estiércol que arrastran algunas”. ¿Tú lo entiendes? Pues así era y bien parecía ser”.

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- “Lo que era ese tío, -apuntó Fina-, no sé si una bestia o un auténtico cerdo”.

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- “Bueno, este individuo en cierta ocasión, en un cabaret, se encaprichó con que una mora que allí actuaba y de la que había sentido antojo, tenía que hacerle una felación…”

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- “¿Qué es eso?”, -preguntó Fina. !

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- “Déjalo, por favor. Esto me lo contó un colega que le acompañaba. Al fin pretendido, el capullo de turno decidió cerrar el antro y quedarse allí toda la noche invitando a “tutti quanti” se encontraba. Disponía de un millón de pesetas al fin proyectado. El amigo que me lo contaba, me decía: “íbamos cuatro; dos se marcharon a eso de las dos de la madrugada; yo me propuse aguantar para no dejar solo al caprichoso pero a eso de las cinco de la madrugada, estando él tan fresco y despierto, viéndome yo incapaz hasta para levantarme con la borrachera que tenía, acerté a llamar a un camarero para que me pidiese un taxi; me tuvo que llevar hasta él e introducirme en el mismo y cuando amanecí en el hotel al mediodía siguiente no pude ni supe explicarme cómo o quién me desnudó y me metió en la cama. Amnesia total”.

- “¡Qué burradas!”, -me permití decir.

- “Bueno, pues aquella gente, con las dosis de alcohol que le habían metido en el cuerpo, ¿qué impulsos sexuales podían tener? Cero patatero. Modesto nunca se colocó en situación parecida. Nunca pudo achacar problema alguno al alcohol. Yo ignoro si tuvo o dejó de tener alguna otra situación o, si habiéndola tenido, la solucionó. Sólo creo en lo que antes os he dicho: que en aquellas calendas y circunstancias pudo ocurrir que cuestiones que hoy forman parte del acervo cultural, eran un poco como coto vedado.

Y solo digo que algo pudo influir en que no se decidiese a casarse aunque conozco aventuras amorosas que tuvo, aparentemente, normales: las derivadas o dimanantes de una relación estable, serena y tranquila aun sin previsión de futuro”.

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- “Y tú, ¿cómo sabes eso, te lo comentó él o tú te enteraste por otras personas?, -preguntó Fina-Porque a mí, por supuesto, nunca me dijo nada pero tampoco tuve la menor idea de que eso le hubiese podido ocurrir en ninguna situación que se le presentase durante ningún viaje”.

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- “Vamos a ver, -continuó Gastón-, eso es algo que ni se comenta de forma abierta, ni creo que tú hayas podido comprobar si tuvo ocasión o no de tener relaciones sexuales durante algún viaje. En algún momento de una conversación, posiblemente al paso de una mujer de la que puedes decir que está muy buena, que está !164

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cachonda, que si tiene un polvo inmenso, es posible que haya comentado de pasada algo así como…el problema es “venirse antes de hacer el amor”.

- “Los tíos sois la leche, -interrumpió Fina-. Sólo pensáis, cuando veis a una mujer, en eso, ¿Sólo valemos para eso?

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- Sólo algunas valen sólo para eso”, -terció Gastón. !

- “Y por una sospecha que creo que es lo que tienes, ¿qué puedes deducir tú?”

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- “Bueno, es posible que en alguna otra ocasión aludiese a que había ido con alguien alguna vez a su casa y cuando estaba todo preparado para el sacrificio se descargó la pluma. Sea como fuere, para mí este problema suyo, como ya he dicho, viene de atrás y no sé si con los años, con la edad, se le habrá corregido. Pero eso no obsta a que estos meses atrás nuestra amiga Rocío fuese a Galicia con su novio y, mientras dicho novio dormía en el hotel, pues no estaba bien visto que los novios durmiesen juntos, ella oficialmente se quedaba en casa de la amiga que los invitaba. Pues bien: ella se fue a dormir con Modesto todas las noches que estuvo allí. Él cincuentón y ella veinteañera. ¿Funcionó bien la estilográfica o hubo descargas extemporáneas? Aludió a la anécdota pero no se metió en detalles y yo no pregunto. La incógnita sigue abierta. Pero ese es su problema, no mío”.

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- “¿No es lógico pensar que, con los años, se corrigen pequeños problemas de sexo en caso de existir?” -preguntó Fina.

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Era obvio que Fina, sin saber exactamente de qué iba el tema o, al menos eso parecía, era totalmente proclive a defender, mejor dicho, a justificar, a Modesto del posible problema a que Samuel aludía.

Modesto era inocente.

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Yo, por supuesto, no tomaba parte en el debate porque sólo había presentado una situación y, por ello trataba de indagar, más en plan curioso que teleológico, si había alguna razón para el !165

comportamiento que yo reputaba extraño en un hombre ya de cierta edad.

Gastón adujo que él no era médico y que, por tanto, no podía dar respuesta a la pregunta formulada por Fina. Sin embargo, opinó que:

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- “Aunque no tengo ni idea del porqué de esas situaciones orgánicas, me temo que, si no se tratan médicamente estas cuestiones, se pasa del desorden total, cuando la testosterona se halla en pleno apogeo, a la inhibición total en época de perigeo.

Mi razonamiento se basa en la dificultad de ordenar el curso de los acontecimientos, insisto, sin ayuda médica, cuando la vida sexual de un individuo se produce a salto de mata, es decir, sin una frecuencia habitual y con constante variación en la pareja. En el supuesto de que la edad pudiese paliar la precocidad eyaculativa, si te acuestas todas las noches con la misma persona, si habitualizas la pareja, es mucho más fácil conseguir un resultado promisorio que si tu vida sexual se reduce a un encuentro esporádico, sin periodicidad regular, porque cada encuentro con una determinada pareja produce su correspondiente descarga emocional, afectiva y, consiguientemente una excitación que volverá a repetir, si al cabo de, vaya Vd. a saber, quince días, un mes, dos o tres o, más aún, con otra diferente descarga emocional afectiva y productora de la correspondiente excitación. Se le está dando a la mente en cada ocasión un shock puntual que, al no haber sido sometido a tratamiento clínico, no ayuda a reparar el desaguisado. Ahora podemos hablar de una minoración o desaparición del problema. Pero no porque el problema se haya resuelto sino porque el organismo, con los años, ha resuelto el problema. No es fácil ya, a cierta edad, encontrar ocasión y si falta la ocasión es casi imposible que se produzca el evento. Que no todo el mundo ni la mayoría de los hombres tienen una dedicación tan intensa a las cuestiones de Doña Carnal como tú.

Y sabes por qué estás tan en forma, Samuel, pues simplemente porque has cumplido a rajatabla el aforismo según el cual “la función hace al órgano”. A otros quizá nos pueden hacer alguna que otra reprobación puntual. Pero es absolutamente cierto que la función hace al órgano”.

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- “Oye Gastón, -le inquirí-, ¿tú crees que eso puede ser debido a una alteración mental?”

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- “Pues chico, no lo sé. Es como si me preguntas si la homosexualidad es una tara mental. La primera no lo sé, pero creo que, debe ser algún síndrome patológico no tiene duda, pero como asunto tratable y curable me inclino más a creer que es una enfermedad que una tara. En cambio, la segunda, aparte chaperos y travestis, sí creo que es una alteración mental que produce una desviación de las normas de la naturaleza pero que, sin embargo, es tratable clínicamente. Hay un profesor en España, cuyo nombre no recuerdo, que sostiene parecida tesis con gran aversión del gremio. Y te puedo asegurar que en algún cursillo de preparación de curas, hablo de sacerdotes católicos, en materia de homosexualidad, el principio básico es que se trata de personas enfermas. Yo no tengo ni criterio científico válido ni conocimientos profundos, apenas superficiales, del tema. Pero sostengo, a lo mejor de modo erróneo, que todos los antecedentes vividos pueden haber ido creando, insensiblemente, un cierto amargor que se va derivando a un cierto resentimiento, sensación de temor e, inevitablemente una búsqueda de autodefensa que, entre otras actitudes, puede que se manifieste en esa tendencia a “lo verde”, hecho que, por otra parte, está en España muy de moda con el destape. Es, más que resentimiento, una sensación de sentirse reprimido, como en un déficit de virilidad que yo creo absolutamente intrascendente porque tengo la certeza de que él, haya pasado lo que fuese, tiene edad pero no minoración alguna de su virilidad por cuestiones teratológicas. De todos modos, procuraré saber cual fue la causa de su pertinaz soltería que tanto te inquieta y ya te diré algo cuando lo sepa y si llego a saberlo”.

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- “Chicos, yo me voy a la cama –dijo Fina-, y no me haría feliz irme sola, porque es tarde; mañana hay que madrugar y por la mañana al Mister no hay quien lo levante. Así que, Samuel, hasta dentro de unos días que nos veamos ya de retorno a nuestro nido madrileño”.

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Nos despedimos tan amistosamente como era habitual y quedamos en el mismo sitio el viernes siguiente a las seis de la tarde. !167

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Me hizo mucha gracia Gastón cuando en un aparte me decía que,-“como la madre de Fina nos ubica en el desván en una habitación que cae sobre la de ella, no podemos hacer ruido para no despertarla. Abstinencia impuesta en atención a la matriarca. Si yo te contara….terminaba el colega…”.

Concluido el tema, voy a adelantar en lo posible datos para mis trabajos sobre el pueblo hebreo pero, especialmente, quiero realizar en Zamora un congreso mundial sobre los judíos, al que espero que concurran Fina y Gastón y, por otro lado, en Madrid un simposio sobre Derechos Humanos que necesito me lo subvencione el Ministerio de Educación, para lo cual iré a visitar a mi amigo el ministro Mayor Zaragoza. Procuraré, como he repetido veinte veces, que concurra a este último simposio el Profesor de Rougemont, que hoy es una de las figuras señeras en la materia.

Intentaré que los ponentes sean los dos primeros letrados españoles que actuaron en Estrasburgo, uno para explicar el Tratado de Roma y el otro para comentar los Derechos Humanos en la legislación española, aunque todavía no haya suscrito España el Tratado de Roma.

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También iré a visitar a Totó a ver cómo evolucionan tanto su salud como sus otras actividades, y debo procurar que, antes de retornar a España de vuelta de Lucerna, Gastón pueda volver a visitarlo.

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El problema de Totó es muy serio. Padece el síndrome de StockAdams pero se niega a colocarse un marcapasos. Va desarrollando su vida con el uso de esas pastillas de las que ya hemos hablado.

Sería muy importante que Gastón, al que Totó profesa una gran admiración, intentase convencerle de la precisión de instalar un marcapasos. Para ello, espero que no le cause una gran dificultad quedarse un día aquí y que a Fina no le importune, y así, que podamos conseguir lo pretendido.

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Mi visita a Totó, al día siguiente de la marcha de Fina y Gastón a su casa de Suiza me produjo una impresión muy mala. Su estado físico no parecía haber empeorado notablemente, pero su estado !168

anímico, al decir de Esther, era notoriamente depresivo. Huelga decir que ella lo cuida, lo entretiene, no sólo con esmero sino con un cariño que no es muy habitual aun en parejas consolidadas. Procura satisfacerle sus caprichos, aunque los tales son muy limitados y concretos. Que si un plato determinado, que si un vino concreto, una visita a un museo, un paseo por la campiña. Pero, a veces, a cambio de tanto cariño recibe unas respuestas muy desoladoras. Ella no hace las cosas claro está, por interés, porque lo que puede recibir de él, cuando fallezca, serán recuerdos lo más imperecederos que se quiera, pero sólo recuerdos. Él no siempre reconoce tales desvelos y atenciones y su conducta con ella es manifiestamente mejorable.

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Entonces, en cuanto dispongo de ocasión propicia, trato de hacerle comprender que, como dice el refrán, “amor con amor se paga”, por lo que entiendo que se debe insistir en que su conducta con Esther tiene que mejorar ya que, si ella se hartase de él y de sus inconveniencias y acabase por abandonarlo, el final de este hombre sería trágico.

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Según manifiesta ella, cuando los visita alguien da la sensación de que actúa con mucha naturalidad, como que se encuentra en buena forma. Pero en su vida ordinaria la depresión de Totó le hace a ella la convivencia muy cuesta arriba. El mayor drama se produce cuando, aleatoriamente, pierde la conciencia. Entonces ella le introduce bajo la lengua la famosa pastillita y él se recupera. Es indiscutible la necesidad del implante del marcapasos. Su negativa, ¿puede entenderse como un ansia de morir? Es un caso para analizar.

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Juega a favor de esta hipótesis el intento de suicidio que efectuó en la prisión a los pocos días de su detención y que dio lugar a la suspensión y prórroga de la vista en primera instancia. Poco antes de su detención, cuando los problemas financieros comenzaron a apretarle al perder disponibilidades pecuniarias a causa de los sucesivos embargos que se iban sucediendo, según él contaba, tanto su mujer como sus hijos lo abandonaron y ella se divorció de él.

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Sobre esto hay cosas que decir. No se puede negar que él no había sido un perfecto marido y padre, sobre todo, marido. Sus !169

infidelidades, primero coyunturales y esporádicas y ya en los últimos tiempos su unión mas o menos oficial con Esther, fueron eslabones de una cadena de enganches propiciatorios de su desunión matrimonial.

Pero si bien, como es lógico, unos medios que corresponderían racionalmente a la esposa se iban derivando hacia la fiel compañera de la debacle. A los hijos, en cambio, los apoyó económicamente en todo momento hasta que ellos mismos libremente, al ver el giro que adoptó su madre de separarse definitivamente del padre, se inclinaron por la opción de desvincularse de él y de acercar posiciones en torno a su madre.

Inevitablemente, aunque se sintiese arropado física y afectivamente, es indudable que el abandono sucesivo pero muy cercano en el tiempo de su mujer y, sobre todo, de sus hijos fueron un golpe que, cual “uppercut” en pleno rostro, lo llevó a adoptar tan definitiva decisión cual fue cortarse las venas cuando, además, se vio privado de libertad. Inmediatamente se dio cuenta de que nada valía o iba a valer prueba, argumento o testimonio alguno en su defensa.

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Las fuerzas económicas acusadoras disponían de formidables recursos tanto económicos como políticos, como también, por qué no decirlo, jurídicos, para retirar de la circulación a un extranjero que había tenido la osadía de retar a la poderosa maquinaria bancaria helvética, quitándoles impositores al señuelo de un buen rendimiento, cuando la seguridad de las instituciones primaba sobre los réditos. El arcano, el “sancta sanctorum” del capital, había sido mancillado por un extranjero. Un enemigo. Y al enemigo, ni agua.

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Intuyó que iba a ser duramente condenado; que iba a ser desposeído de todas sus pertenencias, sus bienes, inmuebles, mobiliario, depósitos, etc., sin posibilidad de transmitírselos, cedérselos o legárselos a su leal compañera y su destino final, si sobrevivía a la prisión, un vil extrañamiento. Podía decirse que, desde el momento en que ingresó en la cárcel de Champ Dollon, leyó el desarrollo de su proceso y previó el contenido y alcance de su sentencia.

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Pero no contaba con que a su proceso se le iban a añadir infamias, zancadillas, cortapisas, limitaciones en su defensa, coacciones a los testigos y hasta prendimiento de uno de ellos durante su deposición ante el Tribunal Sentenciador, la Cour d´Assisses.

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El abogado defensor, nombrado de oficio, ante la privación de medios del acusado, realizó una meritoria labor que hay que agradecerle por su dedicación y entrega al caso. Pero, claro es que resulta fácil hablar a toro pasado, hubo un error.

Cuando tanto abogado como acusado tomaron conciencia de que el único modo de resolver favorablemente la acusación consistía en demostrar que la conducta observada por el reo se ajustaba a la legislación española, bajo cuya bandera se habían realizado las conductas imputadas, fue ya en la fase del juicio y no en la de la instrucción, que era cuando había que haber aportado las bases y fundamentos de la acusación.

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En tal momento se acordó llamar a España al letrado que había preparado toda la hermenéutica procesal de las operaciones inmobiliarias fallidas, y por las que había devenido la quiebra. La imputación de estafa se basaba en la suscripción de una serie de contratos privados que fueron otorgados por Entidad mercantil no inscrita en el Registro correspondiente. Y, como decía, en lugar de llamar al abogado español, autor de los documentos, en fase de instrucción se le llamó en fase de plenario. Primer gran error.

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Pero el segundo gran error fue el de traer al referido letrado en calidad de defensor del acusado, junto con el de oficio, que era quien dirigía la defensa. Y fue un tremendo error, porque el abogado español carecía del más mínimo conocimiento del idioma utilizado en estrados, que era el francés, lo cual le impedía tanto preguntar como responder. Su colaboración resultó completamente inútil.

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Por ello, el defensor de oficio le rogó al colega foráneo que se ofreciese como testigo de descargo, hecho al que accedió el requerido, puesto que así disponía de traductor tanto para ser preguntado como para responder.

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Pero no se contó con un tercer más que error, riesgo, que luego tuvo lugar: el traductor desvirtuó -no sé si maliciosamente o no-, las respuestas del testigo inicialmente a preguntas del Ministerio Fiscal.

El caso es que antes de que el testigo pudiese ser interrogado por acusado y defensa, como ya es sabido, a instancia del Ministerio Público, fue enviado a prisión con la aquiescencia del Presidente del Tribunal y del Jurado, en flagrante violación del Convenio de Extradición entre el Reino de España y la Confederación Helvética de 1898. Pero se había cumplido el objetivo: eliminar ilegalmente al único posible desmontador de la tan bien montada “escroquerie par metier”. Y, de paso, intimidar al resto de los testigos, tanto de cargo, que habían ido a rectificar declaraciones previas contra el reo, como de descargo, que, ante el temor de una igual suerte que el primero, abandonaron precipitadamente el suelo de la Confederación.

Resultó por tanto obvio que, por lo que fuere y por quien fuese, hubo una trama, un complot para quitarse de en medio a un advenedizo, a un extranjero que pretendió competir con la banca suiza en el mercado inmobiliario. Y tal osadía, tal reto, no podían tener cabida en un país donde la banca y el ejército ejercen el poder real, aunque se disimule con prolijos referendums y otros tipos de consultas populares que siempre terminan en dos constantes que, necesariamente, dentro de algún tiempo tienen que cambiar: el mantenerse como paraíso fiscal y, por tanto, fuera de la Unión Europea y, de otro lado, las restricciones migratorias que mantienen alejadas las familias de inmigrantes, al no tolerar la entrada en el país de mujeres e hijos de extranjeros, salvo raras excepciones. El complejo de nación que funciona perfectamente tiene que ir disolviéndose como una aspirina en agua o como una roca a causa de la erosión.

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Pero el drama de Totó, una vez expulsado de suelo suizo, está integrado por una serie de factores que le niegan conceptos como ilusión o esperanza. Se encuentra mayor, más de lo que realmente es; su salud es precaria; sus fondos limitados, aunque cuenta con el apoyo modesto, pero sustancial, que le proporciona Esther. Pero él sabe que, con lo que dispone, jamás podrá convertirse de nuevo en un empresario de cierta solvencia. Y actuar como un gestor de medio pelo, con antecedentes de estafador, no le augura posibilidad alguna de poder alcanzar cotas competitivas en el mundo en que !172

venía disfrutando de halagos, contemplaciones y relaciones al más alto nivel en el entorno socio-económico-financiero-empresarial en que se formó.

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Era impensable, dadas su edad y salud, poder, ya no abusar, sino ni siquiera hacer uso, aunque fuese moderado, de relaciones íntimas con su compañera, ni traspasar determinados límites bastante austeros en sus actuaciones y actividades gastronómicas. Meses antes, durante nuestra estancia en Anzère, aunque el hombre, de natural optimista, trataba de aparentar un estado de forma que resultaba ficticio, galanteando, ciertamente de forma discreta, correcta y siempre respetuosa con Fina, haciendo repaso exhaustivo de sus aventuras amorosas pretéritas, sin aludir ni una sola vez a Esther, aunque sí a su esposa, haciendo gala de sus alardes culinarios y enológicos, aunque lo cierto es que ya entonces comía y bebía muy mesuradamente al ver fallidos sus propósitos, desposeído de sus propiedades y empujado de modo humillante a otro país, aunque fuese el de su nacimiento, pese a encontrarse cuidado, mimado y atendido por unos amorosos brazos que le ofrecían calor, cariño y dulce compañía, no fue capaz ni de evitar primero, ni de superar después, la depresión en que quedó sumido.

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Otra vez volvía a recibir mucho más de lo que daba y no había forma de inyectarle, de inocularle el grado de ánimo necesario para superar ese estado anímico que hacía temer o una recidiva de su intento de suicidio, o una degradación vivencial que acelerase de modo vertiginoso su natural desenlace. Por ello, Esther pedía ayuda, apoyo para darle ánimo y sacarlo del bache, y me confió su esperanza de que Gastón lo aupase a la realidad.

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TERCER DÍA

Tal y como habían previsto, retornaron Fina y Gastón de su estancia en la Suiza Central y, tal como habíamos quedado, nos hablamos y citamos para cenar el mismo día de su llegada. No les di respiro.

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- “¿Cuándo os vais a España?”, -fue mi primera pregunta obligada. !

- “Mañana, -respondió Fina de modo rotundo-. Llevamos muchos días fuera, y aunque los chicos saben arreglase bien, nos echan de menos y hacen falta dos días de viaje en coche para ir con cierta comodidad”.

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Entonces, yendo directamente al grano, les planteé: !

- “Pues lo siento pero no podéis iros mañana”. !

- “¿Por?”, -preguntó Gastón. !

- “Porque Totó está muy mal y Esther pide vuestra ayuda para ver si sale del pozo, porque si no, se va a morir enseguida o, pese a la constante vigilancia de ella, corre riesgo de suicidarse”.

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Fina no estaba conforme con la historia: !174

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- “Mira Samuel, tú sabes que Gastón, sin cobrar un duro ni un franco, aceptó ir a Estrasburgo. Nos ha costado mucho dinero. Ha ido a Sevilla. Nos ha costado dinero. Vinimos a verle. Nos sigue costando dinero y, como sigamos así, vamos a parecer sus protectores cuando nuestras obligaciones y devociones están creo que cumplidas holgadamente. Ya te lo decía Gastón en su última carta. (¿Ves cómo me gusta leer lo que escribe?). Y si le ocurre cualquier problema a Totó, se achacará a un fracaso de Gastón en este asunto, y no faltará quien acabe acusándolo o de su suicidio o de haber anticipado su muerte. Que lo vea un psiquiatra y a ver si poniéndolo a tratamiento obtiene buenos resultados. Mi opinión, concluyó, es contraria a tal visita”.

Gastón ofrecía un aspecto preocupado, pero no dirigía la vista hacia nadie. Estaba, como se decía vulgarmente, cabizbajo y meditabundo. No, como lo decía cuando estaba de coña, “cabizbundo y meditabajo”. No podría asegurar si prestaba atención al curso de nuestra charla, porque ni un rictus, ni menos un gesto, delataba el menor atisbo de interés por el tema. Pero se veía ensimismado y preocupado.

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Yo seguí insistiendo a Fina ya no sólo en la necesidad de que fuese Gastón a visitar a Totó sino también ella, porque habían tenido un feeling muy especial durante la estancia en Anzère. Pero, en un momento, pareció molestarse al decirme que si bien no quería entender que yo pretendiese llevarla como cebo para levantarle la moral, porque hubiese tenido que ver antaño algún affaire con su madre o con su hermana y que ahora le tocase a ella levantarle el espíritu, alegrarle la vida, a lo que no estaba dispuesta era a que hubiese la menor perspectiva de algo que sonase a sensaciones de ningún tipo. Y, apelando a su apoyo, me espetó:

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- “Pregúntale a Gastón si estaría dispuesto a acceder a cualquier broma”.

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No tuve tiempo a contestar porque Gastón, de súbito, pareció despertar de sus meditaciones y dijo:

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- “Cariño, tú sabes que eres libre y decides si vas o vienes y a dónde, sola o conmigo. La diferencia es que si tú actúas sola, tú te entiendes con las consecuencias de tus decisiones aisladamente y, si estoy contigo, todo cuanto te afecte a tí me está afectando a la vez a mí y, de inmediato, quiero, debo y tengo que tomar cartas en el asunto. Porque, aunque no eres mía, eres como mi otro yo. No seguí vuestra charla, pero si el planteamiento del deseo de Samuel, que parece es el mismo de Esther, yo, personalmente y prescindiendo de otro tipo de razones que se puedan argumentar y que probablemente ya habéis expuesto, creo que no debemos ir.

Y no debemos ir porque, por mucha familiaridad que hayamos entrelazado en Anzère -aparte de ser sólo con Jonás y a que hoy son dos personas-, la relación era estrictamente profesional, y esa relación periclitó en el punto y hora en que Estrasburgo desestimó nuestra reclamación. Ahora se trata de trasladar aquella relación profesional, ya obsoleta y pretérita, por otra relación de tipo personal y, ahí está lo más grave, en un momento en que está en juego la vida del antiguo cliente que, ciertamente con mayor o menor justicia, ha sido condenado como autor de un delito de estafa. Y yo no opino como parece que lo hacía una ilustre penitenciarista gallega, doña Concepción Arenal, cuando decía: “condena el delito y compadece al delincuente”. No estoy de acuerdo, porque así cualquier ser atávico, inhumano o criminal, debería ser siempre objeto de compasión en detrimento de la justicia. Por ello, desde ese ángulo, yo entiendo inconveniente la visita a Jonás”.

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Fina, de inmediato, se acogió a la apologética de Gastón e insistió en la necesidad de partir a la mañana siguiente rumbo a Madrid.

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Volví a insistir a fuer de parecer -y serlo-, un pesado. Y así apelé al sentimiento humanitario, a la petición de Esther y a la esperanza que tal petición contenía, a la buena armonía que mis interlocutores aparentaban siempre, circunstancia que yo no les podía ofrecer a pesar de ser ellos pareja suelta y yo matrimoniada. Les hablé de piedad, caridad y generosidad. No sé qué pude llegar a decir que, de nuevo, ex abrupto, Gastón me volvió a interrumpir:

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- “Basta Samuel, a mí me resulta muy desagradable que nadie me tenga que recordar preceptos religiosos y, menos aún, personas que no son un paradigma en el ejercicio de esos preceptos en su vida diaria y ordinaria. Eso me parece mal. Nosotros estamos como estamos por una serie de circunstancias que no nos impiden actuar en la vida como si no estuviésemos como estamos. Por tanto, nosotros vamos a apelar simple y llanamente al principio de solidaridad: no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.

Que no es precisamente el modo con que practicáis la solidaridad los progres, sinvergüenzas de izquierdas. Y como nosotros, Fina y yo, sabemos de eso cantidades industriales y como arrieritos somos y en el camino nos encontraremos, yo le propongo, en este momento a Fina que, siguiendo nuestros principios, sin compromisos diferentes o nuevos con los afectados, mañana, antes de salir, es decir, aprovechando el viaje, parásemos en la casa de estas buenas gentes un ratito, pues nuestro destino, ya reservado, es el Novotel de Montpellier y procuraremos insuflarles unas dosis de esperanza, ilusión y afecto, tratando de que el enfermo, pues en realidad lo es, se ponga en tratamiento y salve el hundimiento físico y anímico que lo asfixia”.

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- “Mira Gastón, -aclaró Fina-; yo estaba totalmente de acuerdo contigo, y ya se lo había dicho a Samuel, en no ir, pero al oírte decir lo que le has dicho, me he acordado de lo que yo sentía cuando murió mi padre, y si tú no hubieses estado allí, donde y cuando hubo que estar, en aquellos momentos, días, meses, pues a lo mejor con la vida que tenía en mi casa no sé lo que me podría haber ocurrido. Tengo la seguridad de que no va a ser una reunión frívola ni casquivana por lo que, sin concesiones a la galería, le recetarás algún específico para su alma. “Amor medicabilis nullis herbis”. ¿Recuerdas? Voy a ir pues encantada y tú Samuel, no vuelvas a tentar a Gastón porque este es más débil y flojo que un yogurt. Una vez y nada más”.

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Como ellos seguían viaje y yo había cumplido mi objetivo, quedé con que a eso de las diez y media de la mañana, dado que ahora Totó no madrugaba (pocas semanas antes salía de la prisión a las siete, y a las nueve ya estábamos trabajando), pasaría por el Hotel a recogerlos yo, en mi coche, y desde allí, cada quien en su vehículo, !177

nos acercaríamos al fronterizo Ferney-Voltaire a visitar a Totó y a Esther, en la que podía ser la última entrevista entre las dos parejas dado el precario estado de él y la conclusión de una relación profesional por parte de Gastón a quien, junto con Fina, auguraba yo una continuidad fructífera en nuestras particulares relaciones.

! ! ! ! ! ! ! !

CUARTO DÍA

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ULTIMA VISITA A TOTO

El momento convenido había llegado, y una minicaravana de dos coches, el primero conducido por mí y en el que yo iba solo, y el segundo conducido por Gastón y acompañado de Fina, partimos de la puerta del Hotel Des Bergues, en dirección al apartamento de Esther y Totó, en Ferney-Voltaire, para hacer un ejercicio de recuperación del “extrañado” ciudadano Jonás-Totó, a fin de intentar devolver al mundo de la actividad humana a un ser que estaba cayendo en la tenebrosa levedad del vegetal.

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Yo les había avisado previamente, como era obligado, de la visita.

Había hablado con Esther, pues Totó estaba acostado, y ella se mostró muy complacida, ignorando cuál sería la reacción de él, pero asegurando que corría de su cuenta la aceptación por parte de nuestro personaje de tan fausto encuentro.

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El recibimiento fue todo lo cordial que el bajísimo estado de ánimo de nuestro hombre lo permitió. Ella “très gentile”, con su “charme”, aún lejos de una cincuentena muy promisoria, y él con un notable envejecimiento que no evitaba que su “savoir faire” hiciese el correspondiente acto de presencia. Especialmente delicados los dos anfitriones con Fina, especialmente él al que la presencia de élla !178

le hacía remontarse “in mente” a mejores épocas de su vida. Pero todo ello con un gran respeto, no sólo a la visitante, sino también a su actual compañera.

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Se imponía entrar en materia porque los visitantes debían partir, y aunque no apremiaba el tiempo, era preferible no alargarse más allá de lo necesario.

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Gastón fue directo al grano: !

- “Jonás, cuando nos despedimos la vez anterior, te recordé el dicho del General Mc Arthur: Volveremos. Y aquí estamos. Sé por Samuel que tu salud anda ligeramente quebrantada quizá en parte por culpa mía, al no haber sabido ni podido sacar provecho de nuestro peregrinaje a Estrasburgo”.

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- “No, no Gastón. Mi salud viene deteriorada de tiempo atrás y mi afán por abandonar la cárcel me hacía sentirme hiperactivo, en parte para no dar sensación de pusilanimidad ni de debilidad ante mis carceleros. Pero tú has hecho todo lo que has podido y prometido y no te puedo pedir más”.

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- “De todas formas Jonás, por una de esas raras coincidencias que el azar produce, tengo que decirte algo que tuve que manifestarle in extremis a mi madre, hoy felizmente viva y haciendo vida normal, hace quince años, cuando víctima de un síndrome que presumo análogo o idéntico al tuyo, abandonada toda esperanza de eficacia medicamentosa y, sin previsión de vivencia por medios clínicos, le espeté algo parecido a esto: “Mamaíña,(es una muy amorosa expresión en gallego), si quieres que vuelva a verte viva – tenía que irme a Madrid-, tienes que ir inmediatamente a que te pongan un marcapasos. Si no, me obligarás a volver mañana a enterrarte”. No había drama, ni tragedia, ni teatro. Cuando falla el medicamento puede producirse el óbito en cualquier momento.

Afortunadamente, ella accedió probablemente a regañadientes, a mi demanda. Pero accedió a pasar por tan leve y banal intervención y ahí está, con sus ochenta años a la espalda, preparando unas “delicatessen” culinarias semejantes a aquéllas con las que tú nos has obsequiado en la montaña. Ergo, Jonás, ¡a !179

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colocarte un marcapasos y así enseguida recuperarás la fortaleza que echas en falta!”

- “Me ha conmovido tu relato y no dudo de la veracidad de lo que me dices, pero abandonado de mis hijos, con una economía precaria, sintiéndome como un gigoló que ni siquiera puede agradecer con hechos tanta beneficencia, con un futuro más incierto que un hutu rodeado de tutsis, ¿para qué diablos voy yo a tirar un dinero en algo que para lo único que va a servir es para prolongar mi agonía y dilatar mis sufrimientos?”

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- “Jonás, estoy sintiendo vergüenza ajena oyéndote hablar. Con el debido respeto y consideración- que tú no tienes-a esta señora que se ha cruzado en tu vida, tus palabras son una ofensa, un insulto hacia ella y, subsidiariamente a tus amigos, a quienes te apreciamos y disfrutamos de tu presencia. Esta compañera tuya aunque abnegada, generosa y entregada a ti por puro altruismo, haga lo que hace, tiene pleno derecho y tú total obligación de alegrarle, corresponderle con hechos y palabras a toda su dedicación, haciéndole fácil la vida y procurándole dar brillo a las pupilas de esos hermosos ojos y ayudándole a mantener- que aún le queda mucho tiempo-, esa serena y equilibrada belleza y encanto que la naturaleza le ha dado. No me malinterpretes, pero no des pie a que tu conducta pueda resultar de un insufrible egoísmo que llegue a justificar esos problemas familiares que tanto recuerdas, tanto te entristecen y de los que tanto presumes. ¿No los habrás buscado por la mano? ¿Pretendes amargarle la vida a esta mujer hasta un punto en que la obligues a abandonarte también? No olvides que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Las joyas y que cuanto más válidas son, más lo necesitan, requieren un mimo, un cuidado, un esmero en el trato para evitar que no se manchen, se rayen, se quiebren…Aunque sigas siendo egoísta, cuídala a ella todo lo que puedas, porque así te estás cuidando también a ti mismo”.

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- “Comprendo todo lo que dices. Probablemente tienes toda la razón. Es posible que no haya sido un buen marido ni un buen padre, pero nunca a nadie que haya andado conmigo le ha faltado nada, ni siquiera caprichos…ni incluso vicios”. !180

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- “Ni a ti tampoco. Por lo poco que yo sé de ti y, conste que me importa un bledo tu vida pasada la has vivido como Dios en Francia. Pero has olvidado aquella frase de que “no sólo de pan vive el hombre”. Cuando conociste a la madre y a la hermana de Fina, no estaban contigo allí ni tu mujer ni tus hijos. ¿Qué hacían? ¿Dónde estaban? Pues a lo mejor, mientras tú te acostabas con una mujer distinta de la tuya ella lo hacía con un hombre que no eras tú, o no, y… ¿tus hijos, qué? Una raya, un chute. A ti eso te importó siempre nada. Y si inconscientemente alimentaste por omisión las asistencias de tu cónyuge o los devaneos de tus hijos, ¿qué podías esperar una vez que te ahorcaron la blanca doble?”. A propósito, mientras que tú, tu mujer y tus hijos jugabais al rol descrito, ¿qué hacía Esther? Pues me imagino que pagar las habitaciones de los hoteles adonde ibais tú por un lado y, a lo mejor, tu mujer por otro…Bueno, ella probablemente, si iba, lo haría invitada. Y en tu factura no se mencionaba el número de personas, sino sólo el de la habitación y, además, atendería las demandas desmandadas pecuniarias de los retoños para pagar los porros, colocaciones y ve tú a saber. Pasado el tiempo no se te ha ocurrido pensar nunca que a lo mejor, entonces esta mujer ya te quería, le atraías, empezaba a amarte…, pero como era la única persona decente que existía en tu entorno, actuaba discreta, silenciosa, callada, y…. ¿te preguntaste alguna vez si sufría contemplando vuestra forma de vida disipada, derrochona, dilapidadora de valores morales y materiales?”.

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En ese momento, irrumpió tonante, Fina, con un tajante: - “Gastón, basta. Te has pasado y yo quiero pedirles a Totó y a Esther disculpas por todo lo que has dicho, aunque creo que nadie dudamos de que lo dices con el mejor de los propósitos y la más afectuosa de las intenciones”.

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Pero, implacable, Gastón la interrumpió y continuó:

- “Un momento, por favor, que no he concluido todavía. Aún no es hora de darse gracias. Pues, querido Jonás, esa persona que vivió tu ruina familiar, económica y moral es la que, sin decirlo, exige respeto, consideración, cariño, amor. Fíjate qué inmensa deuda !181

tienes con ella. Así que, sin dilación o pérdida de tiempo, comienza a retribuirla, y la primera obligación es que te implanten un marcapasos. Ahora, Fina, di cuanto quieras porque yo no voy a decir nada más. He dicho cuanto creo que tenía que decir, sin tener que arrepentirme de nada, ni pedir disculpas. Vine a lo que vine y punto”.

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Un silencio sepulcral invadió el salón del apartamento, al que sólo interrumpía el polvo en suspensión que se adivinaba a través de los rayos de sol que entraban por el gran ventanal que daba al parque de la urbanización.

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Jonás dejó caer unas lágrimas que no pasaron inadvertidas a los presentes, ni siquiera a Gastón, como luego se demostraría.

Ciertamente, nadie esperaba aquel ataque furibundo de Gastón a Jonás. Por eso, más tarde, cuando salimos de la estancia, Gastón explicó:

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- Necesitamos hacer con él como con los toros; el toro cuando sale a la plaza necesita que lo piquen, porque así se enfurece más”.

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Yo personalmente sigo convencido de que el toreo es una salvajada, pero el símil de Gastón puede valer porque, ciertamente, tras las puyas que le lanzó, superadas las lágrimas banales que le caían por las mejillas, y que apartó discretamente con un dedo, comenzó a adquirir color en sus demacradas mejillas y, dando gracias a Fina por su intervención, le dijo:

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viene con - “No te preocupes porque esto que he oído edulcorante, pero me he tenido que tragar muchas y peores con hiel y vinagre. Yo he tenido mis Gólgotas particulares y entonces los combatí. Hoy ya no. Por cierto, Gastón, ¿tú crees que los problemas de los matrimonios se arreglan en la cama?”.

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- “Joder Jonás, me has descolocado, porque no sé a qué viene la pregunta”.

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- “Simplemente porque como abundas en citas clásicas y ésa es una de ellas, quisiera conocer tu opinión acerca de si dichas citas son verdades inconcusas o falacias inaceptables”.

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- “Bueno, pues mira. De cita clásica, nada. Es una de tantas perogrulladas que circulan por los circuitos sociales más vulgares.

Y nosotros lo hemos oído pero, a bote pronto te diré que como en eso creo que no se puede pontificar, porque “cada loco con su tema”, y “cada maestrillo tiene su librillo”, nosotros dos hemos tenido muchos problemas, pero afortunadamente no entre nosotros. Procuramos no caer en la tentación de fabricarlos y si surgen, emanan o brotan, procuramos eludirlos. Y con terceros, tratamos de resolverlos del modo más eficaz aunque, a veces, no sea el más económico. Pero como sí tenemos con relativa frecuencia, hoy por ejemplo y gracias a ti, discrepancias o divergencias de criterio, procuramos limarlas sentados tranquilamente en una mesa de un restaurante con una buena cocina y unos buenos caldos de uva fermentados. Es cierto que a veces se alarga la comida algo más de lo habitual, pero con unos bomboncitos y unas lagrimitas de “Williamine” o de “Eau de Vie de Poire Williams”, o de “grappa”, procuramos llegar a destino con la diatriba resuelta. Vaya por delante que en el 99% de las veces ella lleva la razón. ¡Ah! Es verdad que me olvidaba del meollo de la pregunta. Nosotros habitualmente en la cama damos rienda suelta a nuestros sueños, incluidos los reparadores. Y alguna vez, menos de las deseadas, recordamos que nos debemos unas visitas personales que solemos hacer sin tapujos ni trampas, a fondo, como en los mejores tiempos. Pero Jonás, indiscutiblemente, los problemas de la pareja no se resuelven en la cama. Se agravan”.

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- “Gastón eres duro e implacable pero un cachondo mental, como decís los españoles. No sé si hablas en serio o ironizas. Me temo que lo que me has dicho antes va en serio, pero yo no me veo tan basura como me has presentado, ni tan culpable como dices”.

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- “Porque tú has sido siempre- desde que pudiste pagártelo-, un hedonista, un epicúreo, como aquellos griegos clásicos. Sólo te faltó, creo yo, ser bisexual. Pero para ti, sobre tu mujer, sobre tus !183

hijos, sobre Esther, sobre los amigos, hubo sólo dos dioses: tu dinero y tu ombligo. Aquí está el ombligo del mundo. Soy Dios, tengo dinero, luego tengo poder; el mundo es mío, compro a quien quiero por el precio que quiero; tengo a la gente a mis pies.

Pero tus pies, Jonás, como los pies de todo mortal, son de barro, y así como a todo cerdo le llega su San Martín, a todo ser humano, en cuanto le siegan la hierba bajo los pies, lo dejan sin ellos porque le quedan hundidos en el barro. Tú eres pionero de esta Europa de la posguerra en la que, tras la miseria, pobreza, desolación y destrucción que la asoló, se han prostituido las esencias y valores que la conformaron –recuerda a Carlomagno- ,y se ha convertido en presa:

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“a) primero de aquella estulticia que decía “de la imaginación al poder” sostenida por cuatro mangantes dispuestos a vivir sin trabajar toda su vida a cuenta de los que trabajamos”,

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“b) segundo, del llamado estado del bienestar, en su doble traducción”:

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“-la roja y ahí incluyo a socialistas, comunistas, ácratas, vagos y maleantes, así como, en mi país, a los sindicalistas y sus miles de liberados que corren indisimuladamente a la toma del poder para vivir como la “nueva clase”, ya mejor que Dios en Francia, a costa de la miseria-, cuando no del hambre-, como método de exterminio del pueblo y” “-la dorada, a base de un capitalismo salvaje, que consiste en la otra versión del “homo, homini, lupus”, figuradamente, “el hombre, lobo para el hombre” y que provoca la explotación del hombre por el hombre”.

c) tercero, el “buenismo” con las dramáticas secuelas de: compadecer al delincuente, lo que acaba por abolir el delito; dejar que los niños y niñas hagan lo que quieran, lo cual ha destruido la familia y la enseñanza y, como ya he hablado demasiado, concluyo pidiendo más Shumanns, más Adenaueres, más De Gasperis, más Spaaks…”. !184

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- “Parece que te has vuelto un predicador de esos de película del Oeste, anunciando calamidades y terrores sin cuento, y no entiendo por qué me metes a mí en ese paquete de gentes con las que no me siento en absoluto identificado. He sido un trabajador que ha procurado vivir bien y ganar dinero, quizá no siempre legítimamente, pero he sido linchado y no se me ha juzgado justamente”.

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- “No discuto lo último, pero que tú has sido un especulador eso creo que no tiene vuelta. Y no has prestado la atención debida a tu familia, precisamente porque tu idolatría era un becerro de oro.

Pero ni yo soy quien para juzgarte ni menos para reprocharte o, menos aún, volver a condenarte. Lo que yo y los demás aquí presentes queremos es que reacciones, que te sientas útil a ti mismo, a tu compañera y a la sociedad. ¿Cómo? No lo sé. Pero sí sé que como no vas a serlo es de la manera que te estás comportando, como un cobarde ante la adversidad, un doliente ante la enfermedad y un hundido ante la aflicción. Queremos ver de nuevo al Jonás luchador, peleón, guerrero y atento y dedicado a la mujer que te acompaña. Es tu nuevo mundo, tu nueva vida, porque la anterior tuya no es sólo la de los años que pasaste en el penal; tu otra vida fue la de los días de vino y rosas, y esa hace ya muchos años que concluyó. Y no terminó bien. Pero es una página de la historia, de tu historia, que hoy constituye un caso cerrado”.

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- “No sé cómo serán los métodos de la KGB o de la CIA o del FBI, pero tu sistema de elevar la moral a una persona decaída entra más dentro del tercer grado que del cuidado de la salud de un enfermo. Debo de estar más fuerte de lo que yo mismo me noto para aguantar estoicamente todo lo que me has dicho. Me has puesto a caer de un burro y, de paso, me has dedicado una a modo de epístola moral a Jonás en lugar de a Fabio. La verdad es que me has tocado la fibra sentimental y acepto mi obligación de enderezar mis pasos, con el fin de caminar hacia una nueva forma de vida. Lo que tengo que pensar un poco más es en lo de la implantación del reloj ese, porque a mí los quirófanos me impresionan demasiado. !185

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Fue entonces Fina quien se dirigió a Totó en términos muy maternales:

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- “Mira Totó, cuando Gastón adoptó ese casi insoportable tono doctoral reconozco que no lo ha hecho con ánimo de hacerte sentir mal, sino con el fin de espolearte, de pincharte. A mí me lo hace a veces y yo me cabreo, pero por desgracia, el puñetero casi siempre tiene razón. Ahora bien, yo en lo que quiero insistir es en lo equivocado de tu prevención al quirófano. Mira, esa prevención absurda porque está la vida en juego a poco le cuesta los dieciséis años de supervivencia de la que aún disfruta la madre de Gastón.

Fue precisamente él quien la convenció de que lo hiciese y en veinticuatro horas era una persona tan activa y dinámica como antes de la imposibilidad a que había llegado. Tengo que decir, en honor a la verdad, que este hombre tiene un poder de convicción tanto oral como escrito que reconozco me tiene embobada. Por eso yo tengo que atacarle cuando consigo traerlo a mi terreno.

Pero hazle caso, porque lo que te dice lo hace únicamente para hacerte bien. ¿Qué opinas tú, Samuel, consejero aúlico del aconsejado?”.

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A mí me pilló de sorpresa tanto la intervención de Fina como el hecho de que me introdujese en un tema que estaba previsto inicialmente como un diálogo entre Totó y Gastón. Pero lo que yo no podía hacer en el momento de la interpelación era rehuir y callar, y me incliné por apoyar la moción que defendía la pareja FinaGastón. Así pues, mantuve la tesis de la imprescindible necesidad de la implantación del marcapasos. Pero no pude por menos de hacer una superficial pero clara crítica a algunas expresiones proferidas por Gastón por creer que hubieran podido herir la sensibilidad de Totó. Sin embargo, el propio Totó me atajó rápidamente.

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- “Samuel, ahora no necesito defensor ni amigos que me vengan con lenitivos o paños calientes. Casi todo lo que he oído, si bien me resulta duro que me lo digan, debo reconocer que no sólo es cierto, sino escaso para las burradas que yo he hecho en mi vida.

Pero si es cierto que “errare humanum est”, no voy a dejar pasar la ocasión de rectificar el tiempo que me quede. Como veis Esther !186

ha preferido dejarnos solos, pero tened la certeza de que consultaré la propuesta quirúrgica con ella y, de común acuerdo, procederemos”.

Esther, que había estado haciendo sus tareas domésticas en determinados momentos no había participado en la conversación porque, a lo mejor, ni se hubiese enterado mucho de lo que se había hablado, aunque creo que no estuvo del todo ausente durante el exordio que le había dedicado Gastón a Totó. Pero cuando oyó a Totó manifestar que la propuesta quirúrgica iba a ser acordada con ella se sentó en una silla del cuarto de estar, si bien un pelín alejada de nuestros sofás, y comenzó a soltar una sustanciosa perorata en la que, tras recordar cuando Totó la había contratado como secretaria, con veinte años de edad, en plenitud de su belleza y con un novio con el que iba tejiendo las redes de su futuro, inicialmente ni siquiera se había fijado, el apuesto y bizarro “latin lover”, en ella, en el aspecto físico, a causa de su inagotable agenda, en la que la hiperactividad empresarial no le impedía dedicar gran número de noches a agotar citas que ella siempre terminaba por concertar.

Entendía que cualquier mujer que tuviese la cuarta parte de los encuentros amorosos con su partner de los que tenía el interfecto, presumiría de ser una mujer satisfecha.

- “Y yo, tonta de mí, cuantas más corderas traía al aprisco, más me sentía atraída hacia él. ¿Qué les dará que yo no imagino? Y así me fui encandilando como de un mago, aunque no me hacía el menor caso. A todo esto, las relaciones con su mujer eran menos que esporádicas. Como para sentirse abandonada. ¿Por el trabajo? ¿Por los viajes? ¡Cuántos viajes he anunciado que suponían un weekend en el Ticino, en Villa d´Este en el Lago de Como, en el Hotel de las Islas Borromeas en el Lago Maggiore o, incluso aquí, en Ginebra en La Reserve! La separación de la mujer, instada por ella, era un secreto a voces que disponía de dinero, sí, pero no disponía de marido, y los hijos carecían de padre. No puedo ocultar, porque mentiría, que aquella vida turbulenta, borrosa, como de flash constante, aunque me llevasen todos los diablos por estarle concertando citas (naturalmente eran caras, pero con reserva de suites en todos los hoteles, generalmente para dos personas y dos noches) un día sí y otro también, no puedo negar que, primero la curiosidad, luego el morbo, me llevaron, a ir !187

alejándome de mi novio, porque la curiosidad que me producía el sujeto superaba ya mis límites morales. Mi novio, lógicamente, no podía entender nada. ¿Hay otro hombre? No. Y era verdad….El hombre no paraba mientes eso sí, en su “hermosa secretaria”, que era como me presentaba a sus amigos, acompañantes y clientes. Y como ocurre en las novelas y en la vida, tú vas, poco a poco, llamando la atención de tu jefe: un escote profundo, una minifalda, un talle ceñido, unos pechos alzados… La mujer y los hijos ya en las antípodas. Las amantes que iban decreciendo…. Un día llega a media tarde a la oficina, viene demudado, algún drama, ¿de qué tipo?:¿familiar?, ¿negocial?, ¿amoroso? No lo sé, no me dice nada”.

Hizo como un receso, moviendo la cabeza a ambos lados y continuó: - “Lo único cierto es que, demacrado y tembloroso, se encierra en su despacho sin dirigirme la palabra, y así pasan fácilmente cerca de dos horas. Ni una llamada telefónica de entrada ni de salida y ya, vencido el temor a un tóspiro que pudiera dirigirme, tras llamar a su puerta entro en su despacho y allí lo encuentro llorando amargamente, con desconsuelo de Dolorosa y sin otra Verónica que esta incauta que comienza a consolarlo, mostrándole un cariño guardado, enjaulado, una comprensión que, como ha confesado el mismo infinidad de veces en la vida, no había encontrado hasta aquel día en nadie. Nos fuimos a cenar a Roberto y, aparentemente recuperado, después de cenar, cuando yo estaba dispuesta a acceder a irme con él a su casa si me lo hubiese pedido, no me lo pidió, me llevó a mi casa y nos despedimos naturalmente, sin ningún síntoma o signo de deseo.

Pero ese día nuestra relación dio un giro copernicano porque, desde entonces, comenzamos a comer y cenar juntos casi todos los días aunque pasaron algunos para que ocurriese lo que normalmente ocurre entre un hombre solitario y una mujer que llevaba años sin conocer varón. Y ¡queridos amigos!, esa noche teóricamente completa y feliz por lo esperada, deseada, ansiada, trabajada, elaborada, cuando estábamos en plena preparación de nuestro himeneo, de repente, ojos en blanco, boca torcida, pérdida de conocimiento, sin pulso …. ¡Mon Dieu!, pensé, que se me había muerto. Me acordé de aquella princesa francesa que iba a !188

contraer nupcias en España y a punto de naufragar, contaba aquello de la “Poupée vierge”: Urgencias, ambulancia, abrigo sobre un escasísimo bagaje íntimo; él como lo trajo su madre al mundo. Y al hospital. Es cierto que él había recuperado el conocimiento antes de llegar la ambulancia, pero el reconocimiento era obligatorio y las pruebas preceptivas, diagnóstico como sabéis, síndrome de Stock-Adams por un defecto de transmisión eléctrica, consecuencia, probablemente, de un infarto de miocardio no detectado. Reposo y la pastilla sublingual en caso de pérdida de conocimiento. Consecuencia: cuidado, atenciones, entrega, cariño y un stop en las bragas. La “poupée vierge”. Pero oficialmente, soy la amante de Totó, quien lo separó de su mujer y de sus hijos, quien arruinó su familia, su hacienda y sus propiedades. Solo faltó que me acusasen de haberlo encarcelado, y no olvidéis que han tratado de imputarme a mí también como cómplice o cooperadora necesaria de la estafa por la que lo condenaron. Pocas semanas después de nuestro abortado encuentro confidencial, llegó la detención, la incautación de la documentación existente en la oficina, y el cierre de la misma. El despido del personal, varias familias a la calle, que no sé, como me pasó a mí, si tuvieron alguna indemnización. Afortunadamente, entre su detención y la orden de registro de la oficina pasaron dos o tres días en los que, día y noche, vacié las cuentas de los bancos y retiré dinero en metálico que había allí, así como papeles delatores de algún dinero existente en lugar seguro. Gracias a ello, por muy inmoral que parezca, hemos vivido y ahora sobrevivimos.

A él vamos a intentar obtenerle pensión, porque a mí me faltan muchos años para que me la concedan, dada mi edad actual. No puedo buscar trabajo que me sobraría encontrar porque Totó no puede ni debe estar solo al menos, mientras no se implante el marcapasos. Y ahora mi lucha consiste en convencerlo para que adopte la decisión. Por ello, agradezco infinito vuestro interés, apoyo y ánimos para intentar ganar la partida”.

Fue el aviso de despedida y así nos levantamos los tres foráneos; nos despedimos más efusivamente de lo habitual, como si estuviésemos de acuerdo en que estábamos contemplando un final de trayecto de alguien. Parecía que todos encerrábamos un presentimiento. Cuando, ya en la calle quedamos los tres que !189

partíamos para nuestro respectivo destino, Fina, con su castellano siempre en fase de evolución, se soltó de repente con un: - “¡Chicos, esta tía me ha dejado acojonao!”.

Pese a la sintaxis manifiestamente mejorable de la expresión, nadie se rió, y la autora se aferró con avidez al brazo de Gastón; me dio un par de familiares besos y con un “Au revoir”, nos encaminamos cada uno a nuestro respectivo vehículo, para dirigirnos a nuestra meta con la sensación de que, realmente, nuestra visita en lugar de ser el comienzo de una buena amistad era el final de una, inicialmente, promisoria relación.

Como ya les había anunciado a Fina y a Gastón, constituyó para mí una necesidad vital desentrañar las complejas personalidades de los cuatro personajes que componían esta historia y así me puse a escribir una semblanza, eminentemente subjetiva de cada uno de ellos.

Tuve especial interés en rebuscar, en la vida de Totó, los entresijos de su desordenada existencia, de hurgar en el fondo de sus baúles, las verdaderas razones de su desastrosa caída.

Tenía que profundizar en la unión entre Fina y Gastón aparentemente indestructible, berroqueña. ¿Cómo habían podido llegar a esa conjunción siendo dos personajes tan dispares?

Y, sin convencerme las razones dadas por Fina y Gastón acerca del “modus essendi” de Modesto y de mi doble duda respecto al por qué no se casó: si por causa de algún problema sexual que lo incitaba a la obsesión erótica o por una mera consecuencia de una personalidad víctima del más profundo abandono, a ese fin se encaminarán mis esfuerzos para poder desentrañar esa obsesión quijotesca que me abruma.

FIN

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CUATRO JINETES SIN APOCALIPSIS Y….O ASI ERAN O TAL PARECÍAN AÑO 1980

Para mí, las experiencias vividas y las relaciones personales adquiridas aquella semana en Anzère fueron verdaderamente !191

satisfactorias y aleccionadoras. Aparte del desfile de los personajes, sus vivencias y sus “quid pro quo” respectivos, a mí me abrió un inmenso mundo de curiosidades, muchas vanas, y me adentró por el mundo de la introspección y así empecé a buscar y rebuscar, respecto de alguno en arcanos y datos personales que pude arrancar, y en otros, bebiendo de fuentes orales y directas, ya de los propios interesados, ya de personas próximas o allegadas que, generalmente, eran proclives a la admiración de los personajes sujetos a observación o curiosidad.

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En general, a grandes rasgos las personas investigadas, los interlocutores de Anzère, respondieron a la imagen que de ellos yo poseía, pero resultó altamente gratificante conocer, descubrir detalles que, por inéditos o inesperados, matizaron el juicio inicial que de alguno de mis socios, amigos y compañeros, había adquirido “prima facie”.

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Para situarnos, Totó y Modesto se acercaban a la sesentena, mientras Fina y Gastón, dos años de diferencia menos ella que el, escasamente rebasaban la cuarentena y yo frisaba peligrosamente el medio siglo.

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Cuando estas líneas salgan a la luz, quizá alguno de los contertulios ya no se encuentren entre nosotros, aunque yo espero vivir para contarlo. Probablemente quienes más habían sufrido en la vida o, como mínimo seguro, quienes, por sus particulares circunstancias o menos habían asimilado el sufrimiento, o carecían de fuerza mental para asumirlo o, porque los sobrepasó, ya fuese por su carácter más o menos frágil, ya por temor a sucesos peores ya, en fin, por haber perdido la ilusión de vivir. Pero de lo vivido, de lo más destacado, a mi juicio, de todo lo vivido por cada uno de éllos, he pretendido que quedase reflejado, con mayor o menor nitidez y con mayor o menor acierto, en los esquemas que he podido trazar a lo largo de las horas que dediqué a la labor de desentrañar a fondo a nuestros cuatro personajes.

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La pregunta que surge de inmediato es: !

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- “¿Con qué derecho tú te sitúas en el puesto de espectador y, de algún modo, crítico o curioso de conductas ajenas, liberándote de iguales situaciones, respecto a los contertulios? ¿Es que tú estás limpio de pecado? Pues no. Pero yo me conceptúo más bien como un “extra omnes” en un cónclave y, así, sintiéndome indigno de entrar en el circo, valga la expresión, me siento como un mujik al lado de los burgueses, un paria al lado de los brahmanes, un saduceo entre doctores de la ley, un quidam, en fin, sin más interés que el que pueda proporcionar la lectura de estas líneas”. Aparte de que creo haberme dado a conocer suficientemente en mis charlas con los demás personajes.

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Pretendo ser objetivo, es decir, no novelar sobre personas reales pues, como ya he dicho, he tenido la oportunidad de un conocimiento directo de ellas, y lo que he percibido me ha sonado siempre a veraz, sin síntomas de estolidez, ni de hipocresía. Hay una frase en la película “De aquí a la eternidad” que, en boca del soldado Prewitt, dice que “la persona que siente soledad no puede mentir”, a lo que yo podría añadir que la persona que ha sufrido mucho por amor puede acabar sintiendo que el amor se le ha agotado, como hay personas a las que un profundo dolor les ha secado la fuente del llanto, del mismo modo que he oído a mucha gente que ya no le sorprende nada aunque, en realidad, esto no sea siempre cierto. Pero sí creo que puedo retratar a alguien que ha sufrido terribles soledades buscadas, en parte, eso sí, o a quien habiendo entregado su amor absoluta e incondicionalmente sufrió tales frustraciones que se quedó sin capacidad de amar, aunque recuperase sus constantes vivenciales.

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Al lado de ellos, la figura de la lealtad y, ¿por qué no? y también, sin faltar a ella la de la filosofía diaria del “carpe diem” o la del “primum vivere, deinde filosofare”.

TOTÓ (JONÁS)

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Totó era el más claro ejemplo de la sociedad dionisíaca y hedonista que se fue configurando y se concretó en mayo del 68.

Era el típico personaje de Françoise Sagan en su “Bonjour tristesse” o en “Un certain sourire” o en “Les merveilleux nuages”, en fin en “Dans un mois, dans un an”: porque la Sagan siempre retrataba el !193

mismo tipo de protagonista, es decir, los mismos personajes que reflejaban las más bajas pasiones: la indiferencia, el desprecio, la incomprensión en las relaciones humanas, la ambición, el buen vivir, el abusivo disfrutar por encima de todo y a costa de quien fuese y, en fin, el más egoísta vive bien sin mirar a quién, y sin problemas si es a cuenta de ese quién.

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Esta filosofía vital posiblemente le fue inculcada, puede que de modo inconsciente, desde la cuna.

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A mí me recordaba, en muchos aspectos, al viejo profesor Tierno Galván. Sus orígenes, sus circunstancias personales iniciales, son absolutamente confusas y, quizá, inciertas. ¿Influiría en ello el trasfondo político del momento?

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No llegué a saber con exactitud si nuestro protagonista había nacido en Niza o en Milán aunque parece más probable que lo haya hecho en la ciudad del Duomo y de la Scala, pese a presumir él de haberlo hecho en la capital de la Riviera. Tampoco supe con exactitud el año de su nacimiento, aunque debió de estar entre 1922 y 1925. Figuraba en el Registro con el nombre de Jonás, pero se generalizó su nombre como Totó, y así fue conocido toda su vida y en todas partes.

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Sí parece cierto que era hijo de padre diplomático y de madre de alta prosapia lombarda. Ella oriunda de Milán hija, a su vez, de un hacendado fabricante de muebles y educada en los más distinguidos colegios y liceos que le permitieron, años después, acudir a los salones más sofisticados de la alta sociedad del norte italiano, ya consolidada definitivamente la unidad de la península transalpina.

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El padre romano pero recriado, también, en la capital lombarda entra a formar parte del cuerpo diplomático de la República Italiana antes del nacimiento del nuevo movimiento fascista aunque luego se integró plenamente en él.

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De estas dos cunas de alcurnia nace el joven Totó, al que quizá no fue ajeno su nombre a la fantástica leyenda de aquel profeta que fue deglutido por una ballena, como premonición de que iba a ser un !194

“condottieri” que, aunque fuese engullido por la vorágine mundana, tendría siempre arrestos para salir victorioso de cualquier embate y ante cualquier envite.

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La criatura, que nace durante la segunda década del siglo XX, es fruto de la sociedad del “dolce far niente”, es decir, la de los parisinos dulces años veinte, en los que una nación, la francesa, que sale victoriosa de una gran guerra, la habida entre 1914 y 1918 y que concluye en Verdun y deja a Alemania a los pies de los caballos, se adormece en sus sueños de molicie y disfruta del arte nudista de la escultural Josephine Baker, aderezada únicamente con un cinturón de bananas en pleno “Pigalle” y paseando por los “Champs Elisées” en calesa u otra modalidad de coches de caballos. Como en Madrid por el paseo de Recoletos o como en Milán por la Vía del Corso.

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Aquella sociedad en la que nace Totó, asidua a la “Scala” sin omitir alguna visita dominical al “Duomo”, a las 12, para luego acudir a una “trattoria” a almorzar un “ossobucco con risso nero”, no se imagina el golpe de patriotismo que están incubando los “camisas negras” antes de efectuar su marcha sobre Roma y dar el poder a un comediante listo, inteligente, pequeño de estatura, como buen latino, pero incansable semental, que se llamaba Benito Mussolini.

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Il “Duce” fue el fundador del “Fascio”, hoy modismo de amplísima utilización, y aplicable por igual a diestros y siniestros, azules, rojos, arco iris y demás que se coloreen. Quien no sea, en cada lugar y momento, políticamente correcto a gusto del gobernante de turno, indefectiblemente será tachado de fascista.

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A Benito Mussolini cabe la primicia de haber sido el acuñador del tan poco afortunado vocablo.

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Pero un hombre tan querido por el pueblo y con el visto bueno de Víctor Manuel III gobernó Italia con poderes dictatoriales.

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Así fue como el niño Totó, con muy pocos años, se fue a vivir a la “Côte d´Azur” con sus padres, con ocasión de haber sido destinado su progenitor como cónsul del nuevo régimen en Niza. Y allí fue !195

educado inicialmente en el Liceo Francés con lo cual, de jovencito, adquirió el bilingüismo francés-italiano.

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Entretanto, su padre fue llamado, en diversas ocasiones, a formar parte de la Delegación italiana que negoció con la Santa Sede los Pactos de Letrán, que consolidaron la creación y delimitación de los confines del estado Vaticano en 1929.

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Durante la ausencia paterna el joven vivió la febril actividad de las diversas fiestas que se celebraban en el consulado y en las que su madre prodigaba sus atenciones a determinados visitantes. Aquellas escenas novedosas para el joven fueron calando en su ánimo y creándole un modo de ser y de enfocar las cosas, más propio de la liviandad que de la discreción. Pensó que el retorno de su padre, de modo definitivo o la reagrupación familiar en otro lugar, cambiaría aquellas costumbres que las estancias esporádicas del cónsul no modificaban porque sus idas y venidas, durante la época romana, servían para mantener el fuego sagrado del divertimento y de la “dolce vita”. O sea, que tanto mamá como papá eran dados a la vida alegre, fácil y disipada.

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Al retornar el cónsul a su destino, el joven, con trece o catorce años, solicitó acudir a la vecina Confederación Helvética a un colegio con el fin de ampliar de modo eficiente sus conocimientos lingüísticos y preparar su futuro universitario sin connotaciones ni motivaciones políticas y teniendo en cuenta la gran fama y tradición de la Universidad Politécnica de Zurich.

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Pensó, y con acierto, que para sus progenitores iba a constituir su marcha un alivio en lo concerniente a sus respectivos devaneos, pues quedarían un tanto más liberados.

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Aceptada de buen grato la propuesta procedieron, en primer lugar, a proporcionarle la nacionalidad francesa pues, a medida que pasaba el tiempo, Europa se iba enturbiando en el campo político y más valía prevenir que luego lamentar.

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Tenemos al joven Totó instalado en Lausanne en un internado multilingüe y allí comienza a relacionarse con gran parte de la crema !196

de la sociedad europea. Hijos de magnates suizos, por supuesto, alemanes y notorios apellidos franceses, italianos, neerlandeses, austriacos y judíos.

Como el cónsul no era remiso en materia económica ni, por tanto, avaro o estreñido, su facilidad para apuntarse a juergas, excursiones y salidas cuando la dirección del colegio se lo permitía, le facilitó hacer una “Maturité” no solo con aprovechamiento académico, sino también con promisorios resultados sociales, como consecuencia de las relaciones adquiridas.

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Cuando se planteó el problema de inscribirse en la Politécnica de Zurich se dibujó un lapso de tiempo que la coyuntura política podía no permitir y decidió, siempre en territorio suizo, optar por adquirir la residencia permanente, apoyado en las grandes amistades con que contaba y hacer unos Masters en Economía y Dirección y Administración de Empresas que le permitiesen tener una base cognoscitiva en materia negocial, que era donde había cifrado su futuro.

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Llevaba varios años lejos de la férula paterna y no sólo no añoraba nada aquel sistema de vida familiar fácil, caprichosa e irregular, sino que empezó a plantearse, con visos de actuación inmediata, crear él su propia familia.

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Comenzaban a propalarse rumores de que en Alemania unos fanáticos pertenecientes al partido nacional-socialista comenzaban a campar por sus respetos haciendo todo tipo de atrocidades, aunque el poder seguía en manos del Kaiser. Pero Totó intuía que algo gordo se estaba gestando, que Suiza era un país neutral y que allí la vida estaba con unos visos de desarrollo verdaderamente promisorios.

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Conoció a una joven que él comparaba en belleza con su madre, aunque esta era indudablemente latina y la novia era inequívocamente aria. Pero el entramado externo, para él, era muy semejante. La chica era hermana de uno de sus compañeros de internado, ambos oriundos, muy bien dotada económicamente y, aunque él era el único vástago de una pareja italiana compuesta por diplomático de carrera y rica heredera de Milán, por aquello de que !197

el cantón del Ticino es más italiano que suizo -para los suizos-, los italianos, como los alemanes, como, en fin, los franceses, carecen del pedigrí que los helvéticos presumen de tener.

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La joven se prendó del latino alegre, dicharachero y simpático, y si la boda no se celebró de inmediato fue por el temor que comenzaba a sentirse de que los sones de guerra empezaban a oírse en Europa, aunque fuese allende los Pirineos. Pero mientras Francia e Inglaterra prestaban ayuda al régimen constituido, Italia y Alemania lo hacían a los rebeldes.

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La familia de la joven impuso su criterio, y el aspirante entendió la explicación y aprovechó para ampliar y consolidar sus conocimientos de Economía.

Cuando tras de ”haber perdido el honor y tener que ir a la guerra”, el Reino Unido y Francia declararon la guerra a Alemania primero y luego a Italia, el padre de Totó se ausentó un tiempo de Niza a Roma pero la rápida creación del gobierno de Vichy, consecuencia de la fulgurante invasión de Francia por las “Panzerdivision”, permitió al cónsul reintegrarse a su destino, pero ya solo y con escasa salud.

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Pero en el año 1945, con la caída del régimen fascista, el cónsul puso término a su existencia dejando, eso sí, una pingüe fortuna precisamente depositada en Suiza. Así, el ansioso novio pudo celebrar el himeneo a los pocos años de la conclusión de la guerra.

Su madre se encargó de dar buena cuenta de los dineros dejados por el fallecido cónsul.

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Al año de casarse, llegó la primera “vástaga”, una hermosa niña que puede decirse vino con un pan bajo el brazo, pues al papá le surgió una oportunidad de adquirir un suelo en buenas condiciones económicas -la necesidad que conlleva una guerra-, y, con un préstamo concedido por un antiguo amigo, edificó unos cuantos lujosos chalets que vendió fácilmente y obtuvo unos pingües beneficios.

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Sus ansias y ambiciones estaban desatadas: recién casado, una niña, posguerra; el momento era idóneo para lanzarse a la aventura inmobiliaria, y nada mejor para ello que pensar en la francesa Costa Azul.

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Allí comenzó su real aventura personal en el campo inmobiliario y, con su familia, comenzó a levantar su pequeño imperio económico. Pero le faltaba el calor de las relaciones personales con las amistades suizas.

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La sociedad helvética, al menos en la parte francesa quizá para distinguirse de la alemana, donde la independencia personal hacía muy restringidas las relaciones sociales, estaba muy consolidada a nivel modelo anglosajón, es decir, muy encerrada en clubes tremendamente elitistas a los que el acceso era sumamente difícil y, una vez conseguido, se precisaba de un padrinazgo a modo de tutoría para mantenerse en la crema de aquéllos grupúsculos que no eran otra cosa que grupos de presión.

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De esa suerte, puesta en marcha la máquina constructora en localidades como Cagnes sur Mer o Jean les Pins, por ejemplo, Totó decide retornar a su patria de adopción, en la que dispone de residencia permanente con el propósito de huronear en aquellas curiosas semisectas que responden a la anglosajona denominación de club.

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Radicado ya en Suiza, en Ginebra, donde tenía sus cuarteles de invierno, donde, insisto por su importancia y trascendencia, había -y sigue habiendo-, un tipo de sociedad del modelo anglosajón, elitista, cerrado, ensimismado en clubes reducidos en los que, grupos selectos de amigos, conocidos o colegas gremiales en parejas no superiores a unas escasas docenas de miembros que se aglutinan en reuniones en las mansiones propias para celebrar fiestas, “partys”, “soirées”, donde corría el caviar y el champagne, los cotilleos y las preparaciones de negocios y, asimismo, las estrategias para “atacar” a otros “clanes” competitivos o, al menos, destacados en actividades negociales análogas a las de otros grupos o clubes. No se trataba ciertamente de grupos mafiosos o semejantes pero, desde luego, no se jugaba limpio totalmente. El fairplay se dejaba para los actos !199

sociales externos y entre los miembros de cada club, pero a nivel individual, cabía cualquier conducta.

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Totó no desaprovechó las relaciones que surgían de sus contactos con diversos conocidos, y así llegó a tener intimidades negociales con gentes de poder fundamentalmente económico y financiero.

Pero su ego, su ambición, no frenó con lo conseguido. Él pretendía además del poder económico, el poder social o, al menos, integrarse en sus fibras y ¡cómo no!, intentar introducirse en las esferas del poder político.

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Y, como en todas las ambiciones desmedidas y poco calculadas, se asumen grandes riesgos y, consiguientemente tremendos peligros, pues los errores a esos niveles, pueden llegar a ser considerados actos desleales y que, incluso, rayen el concepto de traición.

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Cuando en su círculo de relaciones con banqueros y otros influyentes y poderosos empresarios comenzó a poder ser acogido en selectas reuniones donde se desvelaban estrategias para urdir tramas encaminadas a golpear determinadas fortunas o atalayas interesantes para conquistar, no intuyó que él, precisamente él, joven y todavía iniciándose en el mundo de las finanzas, fuese elegido para quemarse en la torridez de las conflagraciones donde se muñen las alianzas para adquirir paquetes de acciones de sociedades que se blindan ante los presumibles enemigos pretendientes a desestabilizar consejos de administración de sociedades que, en la mente de los competidores, es preciso provisionarse en ellas para ir minando las fuerzas dirigentes y sustituirlas según lo permitan las normas de la libre competencia.

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A tal fin, tras un largo y trabajoso noviciado o período de prueba, durante el cual analizaron minuciosa y meticulosamente al aspirante, los veteranos poderosos del club iniciaron una labor de verdadero marketing con el joven y ambicioso Totó con la exaltación inicial de su ego, así como de unas presuntas cualidades y virtudes que, si se tratase de fines exclusivamente políticos, llegarían a calificarse de maquiavélicas. Él entra en una especie de éxtasis, llega a creerse un mesías, un iluminado, un superman y se sumerge en la nirvánica piscina que le llevará a la más dulce seducción. !200

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La estrategia había ido dando sus frutos, y una vez obtenido el estado zen, comenzó la táctica de su integración en otras esferas de las que los mentores habían de sacar buen provecho, aunque ello conllevase como consecuencia inmediata el hundimiento del emisario, del mensajero.

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En la barriada ginebrina de Cologny se reunían con cierta asiduidad un grupo de militares, políticos y varios presidentes y consejeros de grandes empresas de productos químicos, cooperativas de grandes almacenes y algún magnate de la relojería. Y no muy lejos de allí, aunque sus reuniones eran más asiduas en los hoteles Des Bergues y President Wilson, tenían sus mansiones magnates de las bancas privadas de las que en Suiza hay cantidad y que destacan por su seriedad y solvencia.

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En esos ámbitos era donde los avezados depredadores pretendían introducir a un desconocido pero impaciente e intrigante Totó, absolutamente incapaz de ser reconocido como peligroso o potencialmente agresor para cualquiera de los clubistas de toda índole. Ni política, ni social, ni económicamente, era enemigo a batir ni contrincante que hiciese albergar el menor temor. Pese a ello, se encontraba en plena madurez física y mental.

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Al margen de las reuniones de tono político-social-económico que impregnaban los salones de las mansiones donde se reunían los miembros del club y en las que los varones echaban su cuarto a espadas en comentarios, chismes y críticas a conocidos comunes, donde ya Coco Chanel había invadido los gustos de las señoras, donde Chopard era conocido por la calidad y brillo, no solo de sus brillantes y perlas, sino por el valor real de aquéllos, y donde PatekPhilippe se enrollaba en las muñecas de ellas y ellos, Totó aprendió algo que años después le serviría para no incidir en la amarga experiencia de la calidad de los brillantes comprados en España.

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El brillante en cualquier joyería suiza, engarzado o sin engarzar, viene acompañado de un certificado de pureza, color, densidad y demás circunstancias básicas que presenten su identificación, por ejemplo, River, BB1, etc., emitido por la GIA (Gemological !201

International American) y, además, por otro certificado que, así como en el resto de Europa puede ser de Amsterdam o de Amberes, en Suiza es de Lausanne. Y con estos dos certificados, la garantía de autenticidad, si son coincidentes, es absoluta.

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Pero en España, los brillantes, a la sazón, llevaban solo un certificado del IGE (Instituto Gemológico Español) y el bueno de Totó en una ocasión que había comprado varias piedras sin engarzar porque eran más baratas que en Suiza, cuando fue a depositarlas en el banco en Ginebra para su guarda y custodia, al igual que, posteriormente, le ocurrió a mi buen amigo el Doctor Matraz, se vio en la triste tesitura de que, al valorarlas para hacer el seguro, los certificados que solicitó el Banco a Lausanne -y que luego hubo de corroborar la GIA-, le atribuyeron a las piedras una media de un tercio menos de valor de lo que había evaluado el IGE.

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Con Chopard no había esos problemas. Ni, como años después pudo comprobar, tampoco ocurrieron tales desaguisados en IdarOberstein.

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Para entonces ya había nacido su segundo hijo y su relación con su mujer y sus niños funcionaba al más perfecto modo de la familia tradicional, que era tanto como decir la media europea o la calabresa.

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“Très bien, all right, alles gut”. !

Un viejo fiscal ya retirado y dueño de inmensa fortuna, Elías Moj, fue el mentor, impulsor e iniciador de Totó en el trapisondismo y trapicheo de introducirse en las otras redes poderosas como alguien que prometía ser un tipo válido y aprovechable, sin contaminaciones, ni peligrosas apetencias o competencias.

Naturalmente, Moj no salió de su nido de víboras, pero, por sus infinitas relaciones, se sirvió de algún viejo amigo y quizá deudo para presentarle al prometedor Totó, al que exigió se identificase como Jonás, a fin introducirlo en el club Sussi, sin mencionarle para nada que era un topo, un infiltrado del club Edwigg.

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Como dato anecdótico, cabe señalar que el viejo fiscal resultó ser el padre de quien luego sería juez en el proceso por el que se condenó a Jonás en el caso que dio lugar a este penoso “affaire”.

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No fue preciso esperar mucho tiempo para que lo invitasen a una primera reunión. Y Totó, hombre perspicaz y avezado analista, descubrió de repente que la vida social de su club Edwigg integrado, en su mayoría, por viejos matrimonios sin despertares sexuales, ya consagrados como grandes chamanes de las finanzas, sin otras apetencias que ampliar sus objetivos accionariales a costa de sus rivales, competidores u oponentes, constituía el polo opuesto a los hábitos observados y practicados en el club Sussi en el que el sexo era una necesidad imperiosa, y de que no había límites a las apetencias de los consocios.

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Tal circunstancia lo obligó a que, en vez de llevar a su mujer a las reuniones, como hacía en el club Edwigg, aquí era casi imperativo acudir solo, porque la compañía surgía por doquier, ya fuese la mujer de un contertulio, ya alguna importada de la mejor high society, suiza, francesa, alemana o británica.

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Normalmente se trataba de señoras casadas, cuyos maridos eran ejecutivos a “full time” y que, ya fuese por desatención ya por indiferencia, les permitían a sus cónyuges una libertad enorme de movimientos. Ha de advertirse que la casi totalidad de estas acompañantes puntuales habían sido, o aún representaban, a alguna casa de modas de la que habían hecho pasarela como modelos, o algún perfume o joya.

Huelga decir que, al igual que en el anterior club, Totó no echó para nada en falta ni el caviar ni el champagne. E igualmente, que en alguna de esas “partys” había conocido a la hermana de Fina, a la que había aludido en alguna conversación con ella en Anzère. El reconocimiento a través de una fisonomía.

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Totó se percató rápidamente de que sus mentores del club Edwigg, poco menos que un remedo de los puritanos del Myflower o de los rabinos ultraortodoxos, lo habían metido como a la zorra en el gallinero, lo cual, entre otras cuestiones menos banales, le podía acarrear serios problemas familiares, pues las conductas que se !203

vivian en el nuevo club no se compaginaban, en lo más mínimo, con el orden, seriedad y buenas costumbres que en su punto de origen primaban. Pero la cuestión era meridiana: le había supuesto muchos años de prueba y espera, y ahora que había conseguido que le encargasen un objetivo de él dependían, es decir, de su consecución o fracaso, su porvenir y el de su familia.

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Como consecuencia de las nuevas situaciones y circunstancias tuvo Totó serios problemas para convencer a su mujer de lo bien que iban las cosas cuando asistían a las veladas del club Edwigg, pero de la improcedencia de que fuese a las del Suiss, porque temía y quizá no sin fundamento, verse comprometido a un trueque de pareja, hecho que no entraba en su cabeza y que, de darse la circunstancia, podía, caso de negarse él o ella, frustrar su pretensión de infiltrarse en el laberinto en que Moj y sus satélites y socios le habían introducido y, con ello, echar por tierra las pretensiones de los inductores con lo cual también su futuro estaría en serio peligro.

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Aunque a regañadientes, ella acabó cediendo ante el oscuro panorama que le fue poniendo por delante el ambicioso marido. Era cierto que ellos estaban enamorados, que se querían y que los dos hijos eran una apuesta que, en modo alguno, se podía perder.

Además, él sabía y apreciaba que su mujer, tras alumbrar a sus dos hijos, había ganado atractivo físico, y se sentiría celoso sabiendo que alguien pudiese compartir aquel bello dominio.

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Ciertamente, desde su matrimonio él le había correspondido con total fidelidad y lealtad. Había un total empate en respeto, educación y correspondencia.

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Cosas de la vida, la reuniones del club Edwigg, con el transcurso de los meses, se iban espaciando con el beneplácito de Moj y compañía, y la presencia de Totó y su mujer en ellas se limitaba, por parte de ella, a lucir nuevos aditamentos: joyas, trajes, bolsos, zapatos…, y, por parte de él, a informar precisa y detalladamente de sus conocimientos acerca de los individuos a seguir. El ambiente en este otro club era mucho más complicado, porque se hablaba poco y las confidencias eran escasísimas. Corría el champagne, también aquí el vodka, pero lo que más parecía interesar eran las cenas, los bailes !204

y las mujeres, que aunque “los buenos bocados repetían porque iban de cama en cama”, la reposición era moneda habitual de cambio.

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A Totó le costó mucho claudicar. Es cierto. Todo eran disculpas: su mujer, madre amantísima de sus hijos, era para él la mejor y más apetecible que cualquiera de las “ninfas” que asomaban ya en alguna mansión de algún socio ya en un Relais Château alquilado para el evento. Y ¡cuidado que había donde elegir!, porque resultaba inconcebible el traspaso, siquiera eventual, que algún marido hacía de su espectacular señora a otro mindundi que por allí pululaba, pero con el que tenía pretensiones de alguna utilidad. Aquello había ocasiones en que se convertía en un zoco de sexo, eso sí, aparentemente todo con fines lucrativos para todas las partes y nada digamos de los proveedores de salmón, caviar, foie, vinos, espumosos, cognacs, whiskies, vodkas y hasta grappas, Williams o Williamines, sin olvidar los Martinis rosso y bianco, Camparis, Fernet-Branca, Cassis…, es decir, el genuino y los sucedáneos licores de pasión. ¡La douce France!

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Pero Totó se olvidó del refrán según el cual “si te piden que te tires al tajo, pide que el tajo sea bajo”.

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Él era profundo conocedor de su misión: obtener precisa información de determinados ejecutivos muy agresivos en sus empresas para proporcionársela a sus mentores en la inteligencia de que, conseguido algún dato que pudiera ser utilizado por los receptores sobre los informantes, él o los primeros procederían a poner los oportunos medios para conseguir sus fines, que eran, ni más ni menos, posicionarse en determinadas empresas estratégicas hasta lograr que cambiasen de mano. El precio de la gestión: llevar la gerencia de la empresa lograda con el consiguiente seguro de vida que ello suponía.

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A la vez, o paralelamente, por parte de los comitentes existía el profundo convencimiento de que este hombre pretencioso, ambicioso, fácilmente comprable, era un peligro al frente de cualquiera de los objetos pretendidos, por lo que sólo debía ser utilizado como un peón que si no conseguía logros tangibles era, seguro, material de desecho pero, aun consiguiéndolos, sería también !205

sujeto desechable al que se taparía la boca y sedarían sus ansias con una importante suma y consiguiente extrañamiento del grupo comitente. Y, siempre, la seria advertencia napolitana, siciliana o palermitana: “Omertá”.

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Totó era ajeno a la trama como era obvio. Él iba como un ariete dispuesto a derribar cualquier dificultad que se le presentase; tenía una fe en sí propio de las que mueven montañas, una auténtica “fe de carbonero”. Costase lo que costase arriesgaría todo lo necesario para satisfacer a sus mentores y futuros protectores. No entraba en sus cálculos encontrar más obstáculos, aporías u otros palos en las ruedas de su carro que una paciencia infinita; esperar a una debilidad del rival y obtener una confidencia, un soplo imprudente, en definitiva, un fallo para transmitir a los expectantes receptores. Ahí radicaba el éxito de su misión. Y, en ese afán, no cabían ni el pesimismo ni el desánimo. Sólo el objetivo: una meta lejana, pero segura. ¡Quien habló de miedo y de imposibles!

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Sin embargo, su ilusión no contaba con los problemas aparentemente nimios, pero absolutamente trascendentes que se iban a presentar en el camino. Y esos problemas comenzaron cuando un hombre morigerado como Totó, aunque fuese alegre, vividor, disfrutador en los placeres de la mesa, hubo de tener que rebasar el límite de lo oficialmente establecido. Es sabido que en Suiza en todos los bares, pubs y restaurantes, las copas de licor vienen, de fábrica, con una rayita grabada y, sobre ella, una inscripción que puede ser de 0,2 dl para los licores de 43º de alcohol o similares, y de 0,4 dl para los digestivos y espirituosos que no rebasan los 25º de contenido alcohólico.

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El mundo nuevo de Totó era, en materia alcohólica, más bien de formato americano o sudamericano. El ciudadano usaco no toma whisqui sino Bourbon (el tradicional Jack Daniel’s o el más moderno Four Roses), y lo hace o “strike” o “highball”, es decir, o seco, o con hielo y agua. El bebedor venezolano de puro güisqui se llena un vaso de hielo a rebosar y, una vez lleno de hielo, escancian güisqui hasta la línea de rebose. Pero Totó, tras varias catas, comenzó a tomarle gusto al Manhattan, el coctel yanqui por excelencia.

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Y, como es lógico, estas incursiones en el mundo báquico comenzaron a tener consecuencias escasamente beneficiosas para Totó. Por una parte, sus mentores se iban convirtiendo en sus inquisidores: ése no es el camino, le decían. Así no vas a poder enterarte de nada, porque aunque ellos en su beodez puedan largar algo, tú, en el mismo estado, no vas a enterarte de nada. Tienes que cambiar de táctica. ¿Tú recuerdas cómo cayó en el Reino Unido el Ministro de Defensa, Mr. Profumo? Pues logrando sus enemigos que tuviese relaciones sexuales frecuentes con una prostituta de lujo que alternaba con gentes de la alta sociedad. Ella se llamaba Cristine Keeler y compartía lecho – y no como “menage à trois”-, con Mr. Profumo (Ministro de Defensa del Gobierno Británico) y un tal Ivanoff, que era el agregado militar soviético en Londres dentro de la legación diplomática rusa. Eran tiempos de la guerra fría. Pero, independientemente de que Profumo le contase o no algo a la Keeler, lo cierto es que teóricamente Ivanoff obtuvo secretos militares de los anglosajones.

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Tú tienes que beber menos y procurar que si el Buffi o el Regenz no son propicios a explayarse -¡y mucha precaución en la táctica a emplear!-, habrás de acercarte y rodear con las artes que se te ocurran, sin generar temor o repudio, -porque si no, eres hombre acabado para el grupo-, a las compañeras del dúo. Probablemente se las intercambian entre ellos o incluso con algún colaborador, pero no debes echar en saco roto la posibilidad, siempre con la mayor discreción y elegancia, de hacer amistad con sus respectivas esposas.

Piensa que es posible que si ellas no asisten a las, por lo que dices, más orgías o bacanales que “soirées” o “partys”, probablemente estarán disgustadas o, al menos, mosqueadas y ve tú a saber si hasta dispuestas a venganzas sexuales, y, si ganas su confianza o la de una al menos, es posible que pesques en rio revuelto.

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Totó no daba crédito a lo que estaba oyendo y, con ello, a lo que se le estaba pidiendo. ¡Mon Dieu!, ¡Dónde se había o lo habían metido!

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De momento, procedió a reflexionar, ¿qué pasaría si proponía dar marcha atrás a sus “protectores”? Casi con toda seguridad sería un cadáver civil, porque no podían permitir que pudiese descubrir las !207

urdimbres que le habían colocado en el ojo del huracán. Era el cabeza de turco de una trama en la que, de tomarse represalias contra él, su palabra sería absolutamente increíble por su inanidad ante la fortaleza, el poder, de sus mandantes que podrían convertirse, de la noche a la mañana, en sus destructores. Había que descartar esta propuesta. Era de gran riesgo.

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Y a todo esto, corriendo aprisa por la cuarentena. Ya no era un joven principiante.

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- ¿Qué pensaría de todo esto su mujer? ¿Debía planteárselo o no? Si no lo hiciese, ella podría siempre achacarle que lo traicionaba y se lo había ocultado, lo cual lo hacía imperdonable, y la trascendencia podría ser un sonado divorcio que, para él, era un grave inconveniente pues, a efectos sociales, bien que le fuese infiel pero de modo discreto y sin alterar su estatus oficial de amante esposo y padre de familia. Y si le dijera lo que le habían recomendado los “capos”, la respuesta de ella podría ser peligrosísima por producir un enfrentamiento letal con sus benefactores. El dilema era grave porque, además, no podía olvidar que alguna llegada a su casa en estado de incipiente ebriedad había molestado y disgustado seriamente a su mujer, la cual, como consecuencia de sus nuevas relaciones negociales, comenzó a quejarse de falta de la necesaria y conveniente atención, insinuando que esperaba no se debiese el abandono a una situación de compartimiento si no exclusivamente al alcohol.

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La cosa quedó en esa indefinición que, de momento, no era lo más desfavorable para Totó. El dilema era el futuro. Si no aceptaba, futuro negro. Si no bebía, futuro incierto. Si bebía, futuro cierto.

Fracaso. Y si se dedicaba a jardinero el futuro ignoraba cuál sería pero tenía seguro que su matrimonio, y con él su familia, se iba al traste. Y si su familia se iba al traste, ¿no le repercutiría de cara a su situación social? El laberinto del Minotauro de Creta tenía más fácil solución que el dilema que se le presentaba al inefable Totó.

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Como buen descendiente de Julio Cesar, Totó, después de cavilar y cavilar y consultar con la almohada, debió de exclamar como el patricio romano: “Alea iacta est”, la suerte está echada. !208

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Había que consagrarse como fuese, al precio que fuese, como un prócer dentro de la sociedad helvética. Si salía bien, perfecto, y si salía mal, pues tiempo habría de rectificar o, por qué no, partir de cero. Tiempo habría sí de volver a empezar.

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Y dicho y hecho. La primera providencia que adoptó fue pedir a sus comitentes que tratasen de mantener a su mujer contenta y convencida de que él estaba haciendo lo mejor que debía y podía hacer en pro de su familia, es decir, de ella y de sus hijos. Y así como él tenía absoluta confianza en ella, en el club Edwig no había lugar a celos, porque no había competencia, tal seguridad debía tenerla también ella en él y así, si no tenía o no recibía la atención precisa y debida, que tuviese en cuenta que en su nuevo cometido debería beber menos, pero tendría que viajar con cierta frecuencia. Se trataba de encubrir las ausencias del tálamo como consecuencia de otras atenciones. Todo por la causa.

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Naturalmente, Moj y compañía hicieron formal promesa de acoger, cuidar y mimar a su mujer y sus hijos. Pero él, en cambio, tenía que actuar con más premura. No podía desperdiciar ni un minuto en su labor de hurgar en los secretos de la competencia. Al precio que fuese. La causa era muy exigente, pero merecía la pena.

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Totó acudió a la primera llamada que tuvo de Regenz. Tardó, pero llegó. La cosa iba de cena en un discreto hotel en Nyon. No tuvo más concreción en el recado. Simplemente que lo esperaban a las dieciocho treinta y que, naturalmente, podía ir acompañado. Les gustaría conocer a su mujer. Una vez más la excusó: los niños, la casa y, además, la asistenta salía los viernes. Las disculpas encajaban, por lo que no tuvo presión en que debía llevar a su mujer. Él temía que, si los planes funcionaban, su mujer podía convertirse en moneda de cambio. Sudaba frío de solo pensarlo. ¡A ver si hay suerte y se olvidan! –decía.

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Llegó más cerca de las siete que de las seis y media, hecho no precisamente agradable a aquellas gentes que apreciaban mucho más la rigidez horaria y determinadas formalidades que los problemas de fondo, y nada digamos de cuestiones de orden ético. Pero ¡oh !209

casualidad!, no habían llegado todavía sus dos objetivos: Buffi y Regenz. Naturalmente que llegaron acompañados de sus respectivas esposas, y tal hecho fue la coartada de la tardanza. El resto de los convocados estaba presente en pleno. El quórum era completo. La pregunta que de inmediato se formuló Totó fue el porqué de aquella visita con la compañía otras veces eludida de las respectivas esposas.

La respuesta no se hizo esperar.

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Normalmente, las veladas se celebraban en casas, mansiones, fincas o chalets particulares y, aunque hubiese desmanes, todo el mundo sabía dónde estaba cada quien y que más tarde o más temprano amanecería cada uno en su casa, independientemente del más o menos lamentable estado en que se encontrase por efecto del alcohol o, incluso, entraba en determinadas nóminas por otros excesos. Pero en un hotel, discreto ciertamente, la noche no tenía que terminar abruptamente con la irrupción doméstica al alba. No había urgencias pues el día siguiente era, a los efectos, igualmente no feriado.

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Por una parte, el riesgo de desmandarse, aunque sólo fuese con el alcohol, era inferior, pues Totó estimó que las damas refrenarían los excesos de libación a fin de sacarles a los maridos algún partido nocturno. Ello no empecía a que cupiese la posibilidad de iniciar alguna forma de relación con ellas, o al menos con alguna de las dos.

Pero había que estar expectante.

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Durante la cena, Totó pudo observar cómo las esposas objeto oscuro de deseo tenían aparentemente una gran amistad con dos señoras nuevas en la plaza, pues Totó nunca las había visto en anteriores reuniones. Creía imprescindible saber quiénes eran aquellas damas, y profundizar en la influencia que pudiesen ejercer sobre las cónyuges de los dos ejecutivos, aunque resultaba complicado andar haciendo el indio para conectar con gentes extrañas, hacerse el simpático, caer bien, en una palabra. Totó no era un tipo de aspecto desagradable, pero ni era un bigardo ni un dechado de simpatía que arrollase a las féminas en plan embaucador.

No era, pues, ni un Adonis ni un icono objeto de adoración.

!

!210

Una vez más, la prisa, la angustia, la desazón estuvo en un tris de jugarle una mala pasada. Es cierto que las esposas de los ejecutivos eran dos espectaculares señoras, pero las amigas con las que departían amigablemente no les tenían absolutamente nada que envidiar. Era un elenco de estrellas holliwoodenses.

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Totó empezó a intentar flirtear con una de ellas, y no se le ocurrió mejor idea que tentarla para una cita íntima. Se quejó a la mujer de Regenz y ésta lo transmitió a su marido, el cual le exigió la inmediata petición de disculpas, y la advertencia de no aceptarle más si reincidía. El aviso era como una sentencia condenatoria. Excluirlo del círculo íntimo era dejarlo en las fauces de Moj y compañía, lo cual significaba arrojarlo a las tinieblas más horrendas.

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Pidió disculpas, se humilló, rogó perdones y todo quedó olvidado.

Pero sólo en apariencia. El cordero manso en que se había convertido no pasó desapercibido para la mujer de Buffi, Renata ella, que era así como más descontraída. Tras el desagradable incidente, en pleno apogeo de la fiesta, estaba Totó muy apesadumbrado por la reprimenda y amenaza recibidas, apenas saboreando un Manhattan, cuando se acercó Renata y, tras un respetuoso y muy correcto:

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- “¿Me puedo sentar?”, él se levantó, y con una reverencia a la japonesa y un gesto displicente ofreció asiento a la dama, no sin antes espetarle:

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- “Pero, por favor, no vaya a ser que vuelva a meter la pata y se me juzgue severamente por estar en su compañía”.

Ella trató de ahuyentarle cualquier temor.

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- “Olvídate del incidente. Esa chica es una prostituta, amiga, a su vez, de nuestra amiga común, Hilda, que era con quien estábamos sentadas Waltraud -que es la mujer de Regenz- y yo. Hilda está felizmente casada, pero viene a estas fiestas porque tiene como amante a Jean Paul, y aprovecha estas reuniones para acostarse con él. Su marido cree que viaja por motivos profesionales, porque es modelo, por lo que su ausencia de casa no es cuestión de gabinete. Y la amiga -de la que ahora me doy cuenta que no sé !211

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su nombre- viene porque Jean Paul trajo a un socio que está solo y le proporcionó esa amiga, compañera antigua de pasarela de Hilda, para pasar la noche con él. Fatalmente se te ocurrió tentarla cosa que, por otro lado, no me extraña, porque tiene un cuerpo de impresión, y reaccionó violentamente, pues sabía cuál era su destino esta noche y están en juego para ella cinco mil francos suizos. Si esto sigue mañana la próxima noche le cobrará sólo tres mil, porque no tenía compromiso. Por otra parte, a Regenz no le hagas mucho caso, porque es un chulo que juega de farol, ya que el dueño mayoritario del laboratorio es mi marido, y él presume de ser quien controla la sociedad, aunque solo tiene el 8 %. Mi marido controla un 46 % y sabe que hay unos tiburones que, conocedores de que él no vende, tratan de saber en qué manos está el 46 % restante, pues si lo consiguiesen, no te quepa duda de que Regenz se iría con los compadres y traicionaría a Buffi”.

- “Sinceramente estoy impresionado y descolocado con esta trama que, créeme, me resulta ininteligible”, -balbució Totó.

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- “Pero escucha bien, -siguió élla-, Buffi es fiduciario de ese porcentaje y es casi imposible dar con los titulares, salvo si él los descubre, cosa que no hará ni borracho. Por precaución tampoco lo sabe Regenz, aunque no para de intentarlo. Lo peor de todo es que tanto Regenz como Buffi, en algunas fiestas que celebran en casas de amigos comunes, yo estoy segura de que se acuestan con chicas como Hilda y su amiga porque aunque Hilda es amiga mía tiene un tren de vida que no puede sostener con lo que gana el marido, y Jean Paul es un muchacho que vive bien, pero no puede sostener sus lujos, por lo que estoy segura de que ella, aunque es muy discreta, se acuesta con algún banquero que yo conozco, por dinero, así como con algún artista que cotiza alto y le cobra en cuadros. Me contaba hace un rato que tiene una gran colección de obras de Tingely que espera que coticen caras cuando se muera, porque ya no puede trabajar. Veo que eres un tío majo, así que, si quieres, te llamo un día y nos vamos a cenar y me cuentas tus historias”.

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A Totó no le dio un pasmo, porque respingó y solo supo decir: !212

- “Encantado y a tu entera disposición”.

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Ella se levantó y se fue a otro círculo a seguir charlando. Él se fue a su habitación y no pudo evitar, en sueños, una pródiga eyaculación. ¿Preludio de algo o canto del cisne?

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Totó había olvidado que el día siguiente continuaba la concentración y así, aun cuando bajó a desayunar, era el único comensal en el restaurante del hotel, no podía olvidar la peripecia del día anterior. Agarró un periódico del día y leyó una noticia que le dejó estupefacto: Reunión en Nyon de la cúpula del Laboratorio X para tratar de su venta a un grupo extranjero. No se había repuesto de la impresión -no había posibilidad de hablar con Moj y, además, estaría al tanto de la noticia-, cuando aparecieron por allí la mujer de Buffi, Renata, acompañada de la prostituta con la que había tenido el roce la noche anterior, y que se llamaba Anne-Marie.

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Vinieron a sentarse a la mesa de Totó y Renata, oficiando de hábil diplomática, recondujo la situación a su cauce normal. La anécdota precedente había periclitado. Las dos mujeres tomaron sendos capuchinos y Anne-Marie se disculpó, pues iba a ducharse y se marchaba a comer con un amigo (cliente) en Ginebra. El negocio era próspero.

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Renata y Totó quedaron pues solos y ella le relató lo tranquila que había sido su noche, pues Buffi se había acostado totalmente beodo e incapaz de saber dónde estaba su mano derecha. Él no supo si tomar aquello como una “boutade” o como una insinuación, y prefirió olvidar el tema. Señalando el periódico, le dijo:

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- “¿Has visto esa noticia?” !

Ella miró sin prestar mayor interés y le dijo: !

- “Esa es una andanada que lanza un grupo interesado en la compra del laboratorio, encabezada por un viejo fiscal llamado Moj, que anda desaforado para comprarlo, pero al que siempre se le ha dicho que no. ¿Lo conoces?”

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!213

- “No, no”, -balbució Totó.

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- “Pues es un tipo peligroso, porque tiene mucho poder. Si te lo topas un día escapa, pues es de estos tíos que te roban la cartera.

Eso sí, su lema es la ética y la moral, y cree que con no relacionarse con otras mujeres ya tiene cumplido su cupo de honradez. Pero ¿cómo va a andar con otras mujeres distintas de la momia que es la suya, si debe tener más de ochenta años? Ahora, si conoce alguna tía buena y joven no duda en utilizarla en su provecho. Es un verdadero sinvergüenza”.

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Muchos esfuerzos tuvo que hacer Totó para no meter la pata, pero el sudor frío y la lividez que lo invadían, temía que lo delatasen.

En un momento ella se percató y, aproximándose a él peligrosamente, le susurró:

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- “Pareces destemplado, túmbate y recupérate, que debes de haber dormido poco. Te reitero que te llamaré para ir a cenar. Me gusta estar contigo. Pareces un buen chico. Voy a ver si el borracho éste se despierta. Hasta luego”.

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Y le dio un cariñoso beso en la boca, que lo enardeció.

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Totó, en su perplejidad, no sabía por dónde salir: Si era el propio Moj el autor de la noticia, qué pretendía: ¿ponerlo a los pies de los caballos, descubriendo su posición de quintacolumnista en el club Sussi para que lo defenestraran y, además, ahora, dejándolo por mentiroso ante Renata, o…. ¡no!, ¡Dios!, en vez de cuidar y acoger a su mujer, ¿ponerla como moneda de cambio en otro tálamo más rentable para él? Pero sobre todo había que mantener la serenidad, porque alguna información ya tenía y, si era cierto que Renata iba a llamarlo, alguna más podía tener. Es decir, que el jueves o viernes próximo podría poner a Moj al tanto de sus pesquisas. Eso siempre que no hubiese otra “reunión” al siguiente fin de semana.

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Concluyó la juntanza no sin que, al despedirse, de modo confidencial, Renata le reiterase su ánimo de llamarlo y Totó salió disparado hacia su casa. Su mujer no estaba, los chicos en el Liceo y la doncella no supo explicar el paradero de la señora. !214

!

Se duchó, tomó un par de cafés y, por primera vez en su vida se fijó en el contorno de la asistenta. No se había fijado en el rostro, pues estaba de espaldas, pero las formas dorsales eran espectaculares. Esperó pacientemente a que ofreciese el parámetro frontal y quedó francamente impresionado. Notó que había propasado cierto listón y que estaba en condiciones de atravesar alguna barrera, hechos impensables hacía pocas semanas.

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- “Perdone, ¿se llama Vd.?”

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- “Anne-Marie, señor.” !

- “¿Cómo? ¡Anne-Marie! Pues qué casualidad, he conocido a una persona de su mismo nombre pero, claro, nada que ver con usted.

Se dedica a otros menesteres. Usted, ¿se dedica habitualmente a esto?”

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- “¿Cómo, señor?” !

- “Digo que usted no tiene aspecto de dedicarse a las tareas domésticas. No sé, es usted una mujer muy hermosa y tiene un estilo y una elegancia que la delatan como no habitual en estos menesteres”.

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- “Pues verá, señor. Yo estoy aquí porque he conocido a su señora a través del señor Moj y me ha pedido que la ayude y aquí estoy. Mi marido era hombre de confianza del señor Moj, pero ha fallecido y, aunque no he quedado en mala situación económica, me han ofrecido unas condiciones que el señor conocerá y que al ser tan buenas, no pude negarme a aceptar.

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Además, la señora es una magnífica persona y el propio señor Moj me la ha ensalzado tanto que estoy encantada”.

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- “¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?”

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- “Apenas dos semanas señor, pero vengo en horas que normalmente el señor no está y como ni usted ni la señora comen !215

en casa, y los chicos lo hacen en el Liceo, pues por eso no hemos coincidido. Pero tengo las mejores opiniones de usted y me consta que su señora le quiere con devoción”.

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Totó dudaba si soñaba, si deliraba, si estaba en el país de las maravillas, como la Alicia de Lewis Carroll, o si levitaba.

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Una señora imponente en su casa y nadie le había dicho nada. Ni sabía cuánto ganaba. Ni quién le pagaba. ¿Su mujer? … No. Eso sí que no podía ser. Es verdad que quizá por su estrés la convivencia no era la idónea pero solo llevaba tres noches sin dormir con ella. ¡Dios, en qué mundo estaba viviendo! Me veo como un personaje de novela de Françoise Sagan. ¡ Al fin, había retornado mentalmente a sus orígenes!

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Sin dejar de pensar en el monumento que le habían metido en casa sin él saberlo, se fue al cuarto de baño, se duchó, se vistió y cuando le iba a pedir a la doméstica su café, miró el reloj: Pero qué café, si es hora de comer. Eran las doce y media y procedía salir a comer. ¿Solo?, ¿Con alguien? ¿Con quién? Y, en estos soliloquios, que suena el teléfono. Como estaba él en casa, Anne-Marie no hizo ni ademán de cogerlo. Descolgó el auricular y:

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- “Hola, soy Renata”.

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El pulso perdió su ritmo habitual para sufrir un acelerón que empezó a notar como algo no natural.

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- “¡Si! ¡Qué grata e inesperada llamada!”

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- “Oye, rápidamente, Buffi acaba de salir para Cointrin a tomar un avión a Zurich, de donde no volverá hasta mañana por la tarde, y pensé si te apetece, nos vemos en la Perle du Lac y nos vamos a pasar el día y, si te decides, la noche, en un refugio en Montreux.

Dada la hora que es ya, sí o no”.

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- “Vale. Dame quince minutos para dejar esto arreglado y a la una y poco estoy en la Perle du Lac. Nadie le hace ascos al paraíso y, !216

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como dice un amigo clérigo, si te pasa la tentación por delante, agárrala, no la dejes ir, porque a lo peor no vuelve”.

- “Por favor, Anne-Marie, estoy feliz de que esté usted con nosotros. Espero que nuestra relación sea grata para ambas partes.

Pero me surge un viaje imprevisto y le ruego diga a la señora que he tenido que salir hacia Zurich y que volveré mañana por la tarde”.

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- “Desde luego, señor, así lo haré, pero no olvide que las mujeres tenemos nuestro corazoncito, y que la soledad es mala consejera”.

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- “Muchas gracias, Anne-Marie. Verdaderamente es usted una mujer sabia y encantadora. No olvidaré nunca su consejo, ni lo olvide usted tampoco”.

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- “¿Será esto una premonición?” -barruntó Totó-. “¿Lo diría por Ruth o por élla?”

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Últimamente, Totó, en cuestiones femeninas, había dado, en escasos días, el triple salto mortal.

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A las 13.10, el taxi dejaba a Totó a la puerta misma de la Perle du Lac, y allí estaba aguardándole Renata. No se trataba de Venus saliendo del agua, ni del nacimiento de la primavera de Boticelli, pero deslumbraba. Instintivamente fue inevitable la comparación.

Ruth era una mujer impresionante, pero Renata lucía espectacular. Y Esther no contaba para nada todavía. Pero, ¿y Anne-Maríe?

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Tres besos castos, como corresponde a los hábitos helvéticos, dieron paso a una degustación de salmón ahumado, marinado y cocinado, y seguido de un surtido de tartas especialidad de la casa que hacen de ese restaurante uno de los más preciados de Ginebra.

Un Chablis de inicio y un Oporto para las tartas concluyeron el convite inicial de la pareja, sin testigos. Totó alucinaba una vez más porque, desde que se había casado, no se había visto personalmente en otra situación igual ni parecida. A todo esto, ella no había pronunciado su nombre ni una sola vez.

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Renata estaba radiante, gozaba, rezumaba satisfacción, pero lo hacía con una veteranía, un dominio del medio que era indudable que, para ella, aquella situación no era novedad. No le permitió pagar:

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- “He sido yo la anfitriona, porque si espero a que me llames tú me comen los gusanos, así que yo pago. Este viaje es mío”.

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No había caso. Salieron y tomaron el Aston Martin, que condujo ella, y dejando la ribera del Lago Léman a la derecha, llegaron a Vevey y subieron a Montreux.

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Allí, en medio de un bosque tupido de hayas, una colonia de chalets de madera en parcelas de unos 2000 metros cuadrados cada una, tras bajarse ella a abrir la cancela, metió el coche hasta la puerta.

Un edificio de tres plantas con una baja de unos doscientos metros cuadrados albergando cocina, salón, comedor y alhacenas con los electrodomésticos precisos y una nevera y un congelador atestados de alimentos indicaban a las claras que aquel refugio era más visitado de lo que parecía. ¿Por quién? Probablemente por los dos cónyuges, aunque no necesariamente solo por ellos, ni por ambos a la vez.

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En la planta primera, tres dormitorios con sus vestidores, armarios y tres baños con yacuzzi y los aseos con ducha y secado por aire. En la buhardilla, un dormitorio alucinante con espejo en el techo, sus dos vestidores y dos baños iguales y dotados con idénticos medios que los del piso bajo.

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- “Si tú quieres, -apuntó Renata-, en éste dormiremos o, al menos, nos acostaremos nosotros, y hasta podemos bañarnos juntos”.

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Totó balbucía respuestas porque no alcanzaba a ubicarse. Esta tía es la leche, pensó. Está más corrida que un toro en el ruedo de Nimes.

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Y a eso de la torera hora de las cinco de la tarde decidieron dedicarse a poner cuernos por doquier. Aunque Totó no había leído los sonetos de Valle Inclán, fue un ínclito competidor del Marqués !218

de Bradomín derramando cumplidos copiosos sacrificios en el seno de aquella impresionante compañera que la suerte le había deparado.

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Pero eran más duros los descansos que la actividad. Y así, por ella supo un aluvión de cosas. Por ejemplo, que ella era conocedora de su función en el Club. Que, por tanto, se había dado perfecta cuenta de que le había mentido al negar que conocía a Moj. Ella sabía que él había sido introducido por un amigo común de Moj en el club Sussi. Pero, aunque ella sabía también que él no iba a darle pista alguna – no podía hacerlo sin jugarse el tipo-, ella le había contado cómo estaba la cuestión para que pudiera justificar ante Moj que no había estado perdiendo el tiempo. Que Moj había soltado en prensa el libelo para distraer a la opinión pública y ante el temor de venta al exterior, el Gobierno presionaba a Buffi y Regenz para que le vendiesen a él la parte de la que “mi cornudo marido es fiduciario”.

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Pero eso no se va a dar, porque creo que la reunión que tiene hoy en Zurich es una réplica de la que tenemos tú y yo aquí. Es decir, se está acostando con la mujer de un alto cargo del Gobierno que controla el caso. O sea, que se está blindando en la cama, que es un lugar muy adecuado.

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Por consiguiente, ten cuidado con Moj, porque al no conseguirle lo que te pidió me temo que va a tratar de hundirte. Yo me brindo a darte compañía de vez en cuando, porque aunque tengo unas obligaciones ineludibles, también tengo mis devociones. Y como me complaces, estoy a gusto contigo y, además, lo haces de maravilla, espero que este receso se repita con cierta frecuencia. No olvides que cada vez estaremos más vigilados, y no precisamente por mi marido. Ambos tenemos nuestros acuerdos, pero ten cuidado.

Ahora vamos a recuperarnos al Alpen, y de noche seguiremos nuestra ruta de amor y de dolor.

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En el Alpen degustaron una “fondue chinoise” y dieron buena cuenta de ella, sus salsas y sus aditamentos, para concluir la cena con unos pinchos y sendas “mousses” de chocolate.

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Siempre a iniciativa de ella, fueron a L’Ermitage y allí, entre Manhattans y Wilhelmines, él y Don Perignon, ella, se enlazaban !219

estrechamente como si se tratase de dos enamorados entre humos y luz tenue, haciendo que bailaban los boleros que la orquesta interpretaba. Lo único que le molestaba a Totó era que mil miradas de los asistentes se posaban en donde la espalda de Renata perdía su casto nombre. Aquello era inmarcesible. Por lo demás, estaba claro que ella quería exprimir el limón de Totó, y había que ponerlo en ascuas. Porque ella sabía lo que iba a suceder una vez que él lo intuyese.

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Y fue ella quien decidió que Totó no podía seguir bebiendo, so pena de encontrarse con un fardo en lugar de un amante. Tuvo la suficiente habilidad para graduar la dosis alcohólica, pues el varón respondió a la demanda de ella con generosidad. Tras un mutuo descanso reparador, cuando ella entendió que él estaba lo suficientemente repuesto, le espetó:

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- “¿Sabes que en tu casa trabaja por cinco mil francos al mes una hermosa viuda que se llama Anne-Marie?”

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- “La verdad es que me enteré hoy cuando llegué de Nyon”. !

- “Bien. Ella es muy amiga mía. Odia a tu mujer. Y de ti sólo sabe lo que yo le dije. Si algo te ocurriese ella va a estar contigo. Yo se lo pedí y me fío de ella. Es una mujer muy preparada, y es una pena que se dedique a tareas de hogar, cuando es una eficiente gestora. Cuídala, trátala bien. Es cariñosa y, como está sola, agradece que le den amor. No lo eches nunca en olvido. Ahora quien necesita cariño y amor, soy yo”.

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Tras desayunar en el bohío salieron, una bella mañana de sol, a desperezarse por los senderos umbríos del bosque circundante. Iban bien pertrechados, porque el armario casero era pródigo en material de abrigo, al igual que de piscina.

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Y, durante el paseo, Totó sintió, incrédulo, como le caía la siguiente granizada dentro de una tormenta arrasadora. No daba crédito a lo que ella le iba diciendo:

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- “Tu mujer “s´amusse” con el actual hombre de confianza de Moj. Sigue viviendo en tu casa y se acuesta contigo para no alterar el estatus que Moj imprime a su club. Pero, o mucho me equivoco, o no desea tener contigo relaciones sexuales. Ella tiene su vida asegurada con ese tal Willy, al menos mientras viva Moj. Y este te va a negar el pan y la sal. Mi marido ha aceptado la oferta de unos solares en España en la Costa del Sol, en Torremolinos y está dispuesto a cedértelos para que tú puedas ir pagándolos, según vayas edificando. Abandona esto. Ten una oficina de representación, pon a Anne-Marie al frente, pues con ella Moj no se va a meter, ni le va a hacer daño aunque le presiones alguna vez, y espera a que yo te vaya dando nombres y direcciones de futuros clientes de nuestra lista de accionistas. Estoy segura de que no me vas a traicionar con los nombres entre los que hay muchos socios de Moj. Traición con traición se paga. Y, aunque trates bien a Anne-Marie -ya me entiendes- espero que a mí no me olvides y me puedas dedicar horas inolvidables como ayer y hoy. Confío en ti. No intentes contactar con Moj ni con mi marido. Busca un piso-oficina e instálate cuanto antes. A mí me puedes llamar cuando quieras y espero que lo hagas con frecuencia, y especialmente para inaugurar el piso. Si no respondo a tu llamada de inmediato, no insistas. Hazlo más tarde pero nunca de noche.

Mañana ponte a buscar piso y abandona tu casa con tus cosas cuanto antes, pues puedes encontrarte un día cualquiera con Willy en tu tálamo. Siento no poder dormir contigo esta noche, pero a lo mejor hasta mi marido y yo dormimos juntos. Eso no será óbice para que no te olvide. Gracias por estas estancias. Y prepárate para irte a España. Te va la vida y yo lo deseo también”.

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En todo el tiempo que estuvieron juntos, Renata continuó sin pronunciar una sola vez su nombre.

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Esa noche en su casa, su mujer le permitió acceder a ella, si bien con escaso entusiasmo, y sufrió su primer amago de ataque al corazón.

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Cómo iba a digerir tantas emociones: Ruth, su mujer, al parecer, ya en otros brazos, Renata, Anne-Maríe, Esther…,¿Sería Hilda la hermana de Fina…? !221

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España….Stock-Adams…..Marcapasos.

Este era el Totó que habíamos dejado deprimido en FerneyVoltaire en brazos de Esther y decidido ¿? a dejar que le instalasen un marcapasos.

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A las pocas semanas de la entrevista que habíamos tenido Fina, Gastón y yo, con Totó y Esther, recibí dos telegramas fechados, ambos el mismo día, en Niza cuyos textos respectivos eran los siguientes:

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1. Samuel: Tras la intervención a que van a someter a Totó para implantarle un marcapasos, puede ocurrir, aunque yo no lo deseo, que se vaya a descansar del modo por él anhelado. En tal caso, por fin, yo también podré descansar tras tantos años de sobresaltos, disgustos y problemas. Mi descanso procuraré activarlo para recuperar, en lo posible, el tiempo perdido. ¡Carpe minutem!

2. Samuel: Tras la intervención a que van a someter a Totó para implantarle un marcapasos puede ocurrir que se recupere casi totalmente y que quede útil para casi todo servicio y así lo deseo. En tal caso, adoptaré cuantas providencias sean precisas para que nuestra convivencia se active a fin de recuperar, en lo humanamente posible, el tiempo perdido. ¡Carpe diem!

En ambos casos la firma era tan idéntica como los propósitos expresados, Simplemente, Esther.

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FINA

Decía ella que, cuando niña, en el colegio, era “la más flaca de las flacas”. Yo me atrevo a decir de ella, de mayor, que era “la menos suiza de las suizas”. De todos los hermanos, dos varones y cinco mujeres, fue la única hija de papá. El mayor lo “había sido” de los abuelos paternos, y el resto, todos, de mamá. Lo que ocurría era que papá en aquella familia era un cero a la izquierda, y quien mandaba, dirigía y ordenaba todo lo que ocurría en aquella casa pivotaba alrededor de Mutti (mamá). Daddy (papá) trabajaba duro, fumaba duro, comía duro y, de vez en cuando, echaba su partidita al dominó con el café en juego, y las facturas para cobrar su trabajo las pasaba y cobraba Mutti. Familia que cobra unida jamás será vencida.

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En ese clima de orden sui generis nació y creció una niña, tercera de los hijos, que, quizá por su delgadez inhabitual, fue enviada durante los veranos de sus cinco a siete años al “Alpe”, a una casa de labriegos, a tomar leche entera y gorda, carne roja, pan con salvado y, sobre todo, a respirar aire purísimo de montaña y ¡cómo no! andar y andar sorteando precipicios, como una cabra montesa más.

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Al concluir el colegio, es decir, la “Maturité”, continuó haciendo lo obligado para quien no iba a ir a la universidad, rara avis en aquellos años de preguerra, guerra y posguerra en la Suiza alemana, y tal ocupación consistía en estudiar la carrera de comercio que la habilitaba para trabajar ya como oficinista, ya como ayudante de contabilidad en cualquier oficina, comercio o tienda, dado que en Suiza no se puede abrir ningún establecimiento público comercial sin tener estudios básicos de funcionamiento de oficinas y locales comerciales en el campo administrativo. O sea, en las relaciones con las administraciones, así como con entidades económico-financieras y contables, es decir, con bancos y tenedurías de libros. Hoy todo ello traducido al campo informático. Nunca un tuercebotas puede sin más ni vender un café cara al público. Todos estos estudios los pagaba Mutti, aunque fuese con dinero de Daddy. Pero pagaba ella.

Luego exigía ella. Y la primera exigencia que tuvo Mutti fue que Fina empezase a trabajar en Suiza. Pero, para ampliar la base idiomática, a trabajar en Ginebra, donde el idioma habitual era y es el francés, aunque todo o casi todo el mundo utiliza como idioma vehicular también el inglés.

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Fina obtuvo un contrato, inicialmente temporal, por un año, en Ginebra, y salvo el billete de tren en segunda clase para ir la primera vez allí un domingo por la tarde, todo lo tuvo que pagar ella después, es decir, alojamiento, alimentación, cualquier necesidad y, especialmente, el tren los viernes por la tarde para ir a dormir a casa de sus padres, y el de vuelta del domingo a Ginebra y, ¡faltaría más!, la cena y la cama de viernes y sábado naturalmente a Mutti. Así, a duras penas, con el sueldo que cobraba, podía subvenir a tanto gasto. Y lo explicaba diciendo que lo sacaba de la comida, y de no comprar ni ropa ni calzado, aguantando con lo que tenía.

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Pero la austeridad que Mutti aplicaba con su hija -probablemente con la otra mayor también-, no se la adjudicaba a ella. Cuando las niñas tenían sus doce y trece años, algún verano se iba con ellas a veranear al Ticino (la Suiza italiana) y allí, ya fuese en Locarno ya en Ascona, las llevaba a uno de aquellos salones de baile donde “la bella bionda” - como la llamaban- iba a bailar con aquellos brunos que la traían en palmitas, pues ciertamente era una mujer bella. Así confesaba Fina que había pasado tal vergüenza viendo a su madre !224

pasando de pareja en pareja, que decidió quedarse en su alojamiento, y no volvió a acompañar a su madre ni a su hermana a aquellas maternas exhibiciones, pues ni ella ni su hermana bailaban. Por lo que a ella afectaba, nunca bailó en su vida. ¿Algún síndrome?

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Al cumplir los veinte años, siguiendo el paradigma trazado probablemente para alguna de sus amigas, y al igual que había ocurrido con su hermana mayor, terminado su año de prácticas de oficina, Mutti le entregó un billete de avión con destino al aeropuerto de Gatwick, desde donde iría en tren al punto de destino, y allí la recogerían para ir a trabajar en una familia. El destino oficial era el de nurse. El real de chacha. La mansión elegida era una casa de aldea, para cuyo acceso había que atravesar un bosque sin luz alguna como no fuese la de las estrellas. Y eso en época en que en el Reino Unido proliferaban los Jacks destripadores. Como toda disciplinada suiza fue a aprender inglés y aprendió inglés. Llegó a conocerlo en profundidad y precisión. No en balde es más fácil el idioma anglosajón para los arios que para los latinos.

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Y, de vuelta de la Gran Bretaña, apenas un año después, es decir, en septiembre, billete de avión a Madrid para permanecer un año y aprender el español. Para ello había que buscar trabajo, problema complicado en España, como no fuese de lo mismo que en el Reino Unido: de chacha o, si no, de preceptora de los niños para enseñarles, además de educación y urbanidad, el alemán que, en definitiva, era su lengua materna.

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Ello conllevaba un problema y una ventaja. El problema era que a la vuelta de su estancia en Madrid tenía ya elegido por Mutti su futuro marido. La matriarca había elegido ya los respectivos novios para sus dos hijas mayores. Dos señoritos del pueblo se casarían con dos señoritas del pueblo. Cualidades: tenían mucho dinero. La ventaja que tenía al llegar a Madrid era que su hermana mayor estaba residiendo allí hacía meses, y trabajaba como modelo de Inés Higueras, modista que tenía una tienda en la calle Serrano, muy cerca de la Iglesia de los Jesuitas. Tenía, por tanto, unos meses asegurados de supervivencia. Lo que no tuvo asegurado fue ni un buen consejo ni una advertencia o sí, y a pesar de ello, se empecinó en llevar la contraria a su clan. ¿Fue su conducta secuencia de una !225

postura rebelde e indómita ante la imposición materna o fue la de una inocente paloma?

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El tema se plantea porque ella misma lo relató: !

- “Yo llegué a Madrid un día de septiembre por la tarde, y me esperaba en el aeropuerto mi hermana con un señor rubio, alto, guapo, de buena percha y planta, pero que hablaba muy poco.

Llevamos mi equipaje a la pensión de mi hermana, y a eso de las siete de la tarde, como entre el señor y yo no había comunicación a causa del idioma, mi hermana me dijo que íbamos a buscar a un chico pariente de su acompañante -nunca dijo que fuese su novioque estaba estudiando no sé qué cosa. Llegamos los tres a un palacete, entramos, nos sentamos a esperar, y mientras oíamos a alguien que hablaba como una ametralladora al que el acompañante de mi hermana llamaba “el chaval”, que yo había entendido mal y creí que le llamaba “el cheval” -el caballo-, estuvimos en total silencio, como si no se pudiese abrir la boca, pero sí me di cuenta de que mi hermana y su chico casi nunca se decían nada. No sé si porque no tenían nada que decir o por qué otra cosa, pero nunca les oí una conversación. Cuando llevábamos esperando unos quince minutos, la ametralladora parlante se calló y dijo el hombre: “Ya terminó, ya sale”. Eso me tradujo mi hermana que había dicho su acompañante. Y efectivamente, salió un joven que debía ser el charlatán y que saludó muy efusivamente a mi hermana, dos besos, dando a entender que se conocían hacía tiempo, un abrazo a él y al presentarme a mí nos dimos la mano.

Era claro que éramos tímidos los dos. Él era un joven más o menos de la edad de mi hermana y mía –nos llevaba entre uno y tres años- aunque, como estaba tan delgado y con cara de cansado, parecía mayor. Nada que ver con el acompañante de mi hermana. Mira por dónde, quién me iba a decir a mí que, el mismo día que llegué a Madrid, conocí a los que, aparte de mi padre primero, y luego de mis hijos, habían de ser, para bien y para mal, los dos hombres de mi vida: mi marido, que me arruinó la vida, y mi compañero actual, que me comprende y atiende, con el que vivo a gusto, que vela por mis hijos, y espero que lo hará también con mis nietos, si llego a tenerlos”.

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!226

Esta historia yo diría que, “ad pedem literae”, me la contó en una ocasión que aprovechamos en su casa de las afueras de Madrid, un día en que Gastón estaba ocupado con asuntos de su despacho.

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Lo que vaya yo a narrar a continuación bien me lo relató ella o Gastón, pero creo fidedigno cuanto he oído, y aquí reproduzco.

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Los meses que Fina convivió con su hermana tuvieron siempre presente al acompañante de la primera. Era el “viejo”. Ella, la hermana, había nacido el año 1937 y Fina en el 1938. Él en el año 1920. Cuando ellas nacieron, él, desde 1936, estuvo en los diversos frentes de la guerra civil española, hecho éste, ojo, del que nunca en su vida habló una palabra. Jamás mencionó tal circunstancia, y eso que se alistó voluntario en 1936, y se licenció en 1942.

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Él había conocido a su hermana, porque un paisano suyo era novio de una compañera de trabajo. Una modelo muy hermosa de la que su amigo fue novio hasta que sacó sus oposiciones, momento en que la plantó, porque se “había enamorado de una descendiente de Carlos V”. Desde que se conocieron, el “viejo” empezó a salir, con asiduidad, con su hermana, diríamos que diariamente, a comer y por la tarde a cenar, más bien de pinchos y tapas, y luego se iban a bailar generalmente. Muchas tardes, llamaba al “chaval” para acompañar a la pareja a los pinchos y a las tapas. Su incomunicación era flagrante, pero él presumía de modelo -ciertamente ella era una belleza- y ella comía, cenaba y bailaba gratis. ¿Que se aburría? Era pasajero el problema, porque lo que en el fondo le interesaba a ella, era ahorrar dinero.

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Al llegar a Madrid Fina, el dúo se convirtió en trío, y en vez de presumir de una, lo hacía de dos, y ellas comían y cenaban, y una bailaba y él pagaba. Gastón solo vio a la recién llegada el día que vino y otra noche en una sala de fiestas donde, mientras bailaba la pareja, él sólo hacía mirar para ella, porque era muy hermosa y tenía unas muy destacadas protuberancias. Era delgada, pero muy bien proporcionada y daba impresión de maciza, dura, nada blanda. Una pera en dulce.

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Pero Gastón se retiró de las oposiciones que preparaba a causa de que había dedicado muy poco tiempo a prepararlas desde el fin de su carrera y se fue a pasar una temporada a su Galicia natal. A los pocos días de la marcha de Gastón, la hermana de Fina se volvió a Suiza para quedarse allí definitivamente y Fina se quedó, desconsolada, en brazos del hermoso Apolo, generoso y acogedor, que “se portó con ella como un caballero” y eso hizo que los dos solitarios decidiesen casarse en septiembre de 1961.

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El “viejo” fue a Galicia a invitar a Gastón a la boda, pero su madre no le permitió ir, primero porque no creía que fuese cierto lo de la boda, y segundo porque era estudiante y no podía asumir los gastos del viaje.

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¿Por qué no creía la familia de Gastón que “el viejo” se casaba?

Pues porque llovía sobre mojado. Años atrás, diez o doce, cuando daba clases particulares, a la vez que desempeñaba su ayudantía en una cátedra, circunstancia por la que fue expulsado de aquella, se ennovió con una joven estudiante de Farmacia, y el noviazgo llegó al extremo gravísimo de aceptar que la farmacia que iba a ser de la novia, se pusiese a nombre de él y, en esa coyuntura, se personó una noche en casa de los futuros suegros para cenar y pedir la mano de su hija, advirtiendo de la presencia de los suyos, a la mañana siguiente, para formalizar la ceremonia y hacer entrega de la pulsera de pedida. No obstante, él, por si acaso, se llevó un reloj precioso como regalo de bodas. Desde aquella noche nunca más se supo del novio. Años después, ella fue a visitar a Gastón a ver si conseguía que el fugado renunciase a la farmacia.

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Por si esto fuese poco, dos o tres años antes de la boda, él se prometió con una parienta, miembros ambos de una familia que había sufrido serias rupturas, y que una labor externa había conseguido reunificar. Fijó fecha para la boda: el cuatro de agosto del año siguiente. A los escasos dos meses de la promesa y de la fijación de la fecha para la boda estaba el novio pidiéndole a la novia la devolución de los regalos, señalándole hasta el lugar de entrega.

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Ciertamente ella, Fina, esto no lo sabía, nadie se lo había dicho.

Sin embargo, parece una muestra clara de que mentalmente este !228

hombre adolecía de falta de sanidad. No obstante, “había sido un caballero”. ¿Era normal que un individuo de cuarenta años, solo, con una monada de veintidós años, no hubiese intentado, durante un año, tener la menor conexión con ella? Nunca más de un par de amistosos besos en la mejilla. ¡Ni un intento de tacto!, ¡ni una insinuación de ningún tipo! Esta es la única duda que había que aclarar con Fina. ¿Era tan ingenua que creía que aquel hombre respetaba su integridad por caballerosidad, o es que a ella lo único que le interesaba era llegar virgen al himeneo y con la conducta de él lo tuvo más fácil?

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Fue algo que nunca me atreví a preguntarle, conociendo las vicisitudes sufridas después.

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Pero no hay duda de que su calvario particular comenzó la propia noche de bodas, pues, formalidades aparte, esa noche, tras el himeneo, se derrumbó, cual terremoto de nueve grados de Richter, toda aquella inmensa ilusión, fantasía, utopía, si acaso, entregada, ofrecida a un hombre por propia y exclusiva decisión, y en contra del criterio de su madre y, probablemente, de su hermana. Por tanto, aparte el inmenso desengaño en su caballeroso enamorador, se había ganado la enemiga familiar. Ahora Daddi no contaba. Era Mutti quien no iba a tener piedad.

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- “Tú lo has querido, ahora no te quejes, arréglate como puedas y aguanta lo que has buscado y encontrado”, -sentenció cuando ella le manifestó su situación.

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El alboreo del pañuelo ensangrentado paseándose por el restaurante del hotel donde se había producido el desfloramiento, cual trofeo acreditativo de la victoria del centauro sobre la grácil virgen, en remedo de la más ancestral boda gitana, fue como una pública violación de la intimidad de alguien que, soltera, casada, o viuda, nunca toleró a nadie en el cuarto de baño por ningún concepto. Timorata, púdica, íntima, silenciosa, discreta, de una timidez cuasi pueril, el día siguiente de su boda sirvió de trofeo de guerra de un caballeroso cazador de incautas.

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Ni ella misma sabía cómo reaccionar, qué hacer, cómo comportarse en el futuro. Y así, ese primer palmetazo, ese lanzazo que hirió de muerte su corazón lleno de amor, hubo de ser cauterizado y digerido en el baúl de los recuerdos. Pero, naturalmente, ni olvidado, ni asumido. Mira por donde, se iniciaba una cuenta atrás o, quizá mejor, adelante, de reproches que, desde luego, nunca pensó en tener que recordar.

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A los ocho días de la boda, cuando llegó la presentación a la familia del novio, su frustración fue creciente. De una parte, su marido ridiculizando a sus cuñadas, porque todas eran notablemente gruesas lo que le podía crear la enemiga en ellas y, de otra, porque ni una de dichas cuñadas utilizó en segundo término una pregunta diferente a “¿ya estás embarazada?”. Y eso que alguna tardó años en tener hijos, y otras los tuvieron adoptivos.

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La instalación en la ciudad del destino de él tuvo lugar en una pensión sólo dotada de habitación; desayuno, comida y cena en cafetería y restaurante. Perfecto inicio para una pareja de recién casados. Normalmente, él salía a las siete de la mañana para su trabajo, y ella se levantaba a las once para ir a desayunar a la cafetería de siempre. Durante toda la temporada de noviazgo, ella, como había hecho toda la vida desde los dieciséis años, fumaba. Él no sólo le daba tabaco cuando estaban juntos, sino que se lo compraba para que tuviese mientras vivía en su trabajo.

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Desde el día que comenzó a ir a desayunar a la cafetería y echar su par de cigarros después, costumbre que mantuvo toda su vida, se desayunó además con esta admonición severa:

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- “No puedes fumar en la cafetería cuando estés sola, porque eso solo lo hacen las putas”.

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Es obvio que cada jornada que transcurría, lo único que se repetía era el nocturno débito conyugal, porque, decía él, la Iglesia ordenaba que había que tener hijos. Pero la Iglesia no debía decir que la mujer tiene igual derecho al orgasmo que el marido. O, al menos, a él eso no se lo habían enseñado. O lo había olvidado. O no le interesaba que ocurriese. !230

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Al día siguiente de llegar a la capital el diálogo que nunca había habido entre ellos había periclitado. Se repetía la escena de la relación con su hermana. Menos para el himeneo que era cosa de dos, todos los demás actos sociales del día eran con gente de compañía. Y así, al día siguiente de llegar de viaje de novios, él llamó al “chaval” para que fuese a comer con ellos. Y a la hora citada, el “chaval” acudió al restaurante, donde él aun no estaba, no había llegado. Sí estaba ella. Se volvían a ver al cabo de un año aproximadamente, como ya se ha dicho, cuando se habían visto solo en dos ocasiones. Ella estaba todo lo hermosa que era, pero, curiosamente, él notó cómo ella mostró una confianza notable en el “chaval”. ¿Premonición? Esa confianza, no se sabe por qué, le duró toda su vida.

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De momento sólo dijo que estaban en una pensión, que era muy incómodo, que ella creía que él iba a comprar un piso, que no sabía qué iban a hacer, que él no decía nada y que ella no le preguntaba por si no le gustaba. La impresión que daba aquello era que dos desconocidos habían santificado sus amores para aparearse a diario de modo esquemático, a ver si ella quedaba embarazada cuanto antes y que sobre esas sólidas bases tenían previsto, o no, su vida en común aunque eran enormes las dificultades idiomáticas que tenían entre ellos para entenderse.

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El “chaval” oía, admiraba el icono, callaba, pero no entendía cómo era posible que aquella flor hubiese sido cercenada por aquel depredador jardinero al que, a la postre, daba igual una retama que una ortiga. Ni siquiera había una posible apreciación del género.

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Cuando le preguntó qué hacía él, este dijo que estudiando –su triste sino- y que vivía en una pensión donde daban muy bien de cenar, que era lo que él hacía, pues desayunaba y comía fuera. A ella no le disgustó la idea de comer comida casera, pues estaba harta de restaurantes (baratos, pensó él) y, además había gente con quien hablar.

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Sí, claro, la familia era agradable y había dos huéspedes más: un paralítico de lo más salado y simpático, y un amigo y paisano que había sido alumno suyo.

A la sazón, los antaño profesor y alumno habían saldado sus diferencias, pues cuando “el chaval” los había presentado, tiempo atrás, el saludo que le hizo el ex-alumno al ex-profesor fue:

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Oye, ¿tú eres el que andabas vendiendo los álbumes de insectos y plantas que nosotros hacíamos tras andar por el monte y teníamos que entregar antes de los exámenes?

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- “No, yo no era”. !

El asunto fue que aquellos trabajos aparecían vendiéndose a los alumnos de los cursos posteriores, los cuales, al comprarlos, se ahorraban el ir al monte a darse la paliza para montar aquellos álbumes de fauna y flora autóctona.

Fuese él o no - que no se puede afirmar que lo fuese-, lo cierto es que lo convirtieron en el mayor sospechoso de aquel tráfico ilícito en un campo tan poco inmune al agio como el universitario. Sí fue verdad que lo expulsaron de la cátedra. Pero hay que insistir que ese dato no modifica el criterio dudoso de su autoría como agiotista.

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Disgresiones aparte, la conversación entre los recién encontrados no tuvo la más mínima profundidad y, entre silencios y algún breve comentario, eso sí, totalmente intranscendente, llegó el anfitrión.

Grandes muestras de afecto hacia el “chaval”:

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- “Este es de casa como un hermano”. !

El “chaval” era tres años mayor que ella y era claro que quedaba muy opaco de quién iba a ser el “chaval” como un hermano.

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Nada más sentarse y hecha la comanda, surgió el dato de la cena:

- “¡Ah! ¿Dan bien de cenar y hay TV? Habla con ellos “chaval”, a ver si nos dan la cena y cuánto nos cobran?”.

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El “chaval” habló, se arreglaron y allí estaban como clavos a cenar y a ver la TV. Esa era su vida social, siempre compartida con terceros. Era palmaria la soledad de aquella dupla, aunque ninguno de los dos era consciente de ello. Parecía necesaria la presencia de un vástago que llenase el vacío vital de aquella pareja absolutamente individual.

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La espera fue breve. En noviembre anunciaron embarazo y fue entonces cuando se plantearon irse a vivir a un piso. Otra odisea.

Aquella pareja era el modelo más acabado de la improvisación.

Conocían a un individuo amigo antiguo que era un trilero con terno y corbata. Este ciudadano andaba mal de dinero y consiguió sacarle al “viejo” un préstamo que no devolvió a su vencimiento, porque estaba claro que nunca había sentido la tentación de hacerlo.

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Para vestir el santo les ofreció ir devolviéndoles el préstamo pagándoles una parte de la renta de un piso que alquilaban bajo el que servía de vivienda al amigo y a su familia. Pues bien: picaron y aunque ciertamente precisaban de un piso como artículo de primera necesidad, se fueron a vivir a las afueras de Madrid, a un barrio, a la sazón, sin urbanizar y peligroso de noche.

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Naturalmente, el embaucador les pagó o tres meses pero ella, cuando veía al cuentas: “nos debe tres mil pesetas”. increíble. Pero fue aprendiendo a base tramposos e irresponsables.

lo convenido durante dos “chaval”, le enseñaba las Era de una ingenuidad de tropezar con trileros,

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El día de Año Viejo fueron a cenar a la pensión del “chaval” un capón villalbés y, al parecer, aquel día o el anterior se habían ido a vivir a su piso de alquiler. Fue una cena normal; se marcharon a eso de las doce y media de la noche y a las seis o seis y media de la mañana, el marido llamó por teléfono al “chaval” y lloroso le dijo: “Ven, chaval, que Fina ha tenido un aborto”.

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- “Pero, ¿has llamado al médico?” !

- “No”. !

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- “¿A qué esperas?”

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- “¡Ven, por favor!” !

Y allá se fue el “chaval” al nuevo piso, cuya ubicación ignoraba, en un taxi confiando en que el taxista acertaría con el lugar de destino.

Y así ocurrió. Al llegar a la puerta, y tras llamar al timbre, apareció el individuo llorando, gimiendo y plañiendo desconsolado: - “Ha tenido un aborto. Se ha perdido el niño”.

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- “Y ella, ¿cómo está?” !

- “No habla. Se ha tapado la cara con la sábana y no quiere hablar”. !

- “Pero estate con ella. ¿No ves que se siente absolutamente sola?” !

- “Ve tú a verla”. !

- “Qué voy a ir yo. Estáte en tu sitio que es donde tienes que estar.

Yo voy a llamar al Dr. Fuejo a ver qué dice”.

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Pero el drama era aquel piso. Parecía el resultado de la batalla de Stalingrado. Entrar en un enorme hall totalmente inundado de cartones, producto de desembalajes, sin recoger, mal extendidos por el suelo, dando acceso a un salón donde no había un solo mueble, y a una pequeña habitación que, como dormitorio, era raquítica, estaba tan descuidada como el salón. El office o hall se continuaba con un pasillo quebrado que accedía de inicio a otra habitación, absolutamente vacía y que, siguiendo la línea quebrada, tenía a la derecha, un cuarto de baño amplio, espaciado, pero sólo dotado de un par de toallas, jabón y útiles dentífricos; a la izquierda, un pasillo paralelo desde el que se accedía, de frente, a la cocina y hacia atrás, a la derecha, a la clásica fresquera y, al fondo, a otra habitación que, como dormitorio, era tan reducida como la primera. Al final, la primera era la habitación de los niños, y el segundo se convirtió en el comedor de diario. Y al fondo, la gran habitación que era el tálamo nupcial.

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Una cama de matrimonio de dos metros de largo y uno cincuenta de ancho, cubierta con una sábana y una manta sin colcha, cobijaba, supuestamente, a una mujer con su cara totalmente tapada, no se supo nunca si por pudor, por vergüenza, por sentido del ridículo, por un dolor que no parecía ser compartido, por la frustración de una maternidad deseada, al menos, como mal menor para tener una compensación a su fracaso matrimonial, o por un poco de todo a la vez.

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Un monísimo armario casi vacío, una cómoda cerrada cual arcano, y dos mesillas de noche sobre una de las cuales se decataba un vaso de agua, probablemente del grifo, completaban el lúgubre paisaje de una habitación a estrenar. El vacío doméstico era un presagio del personal.

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El “chaval” llamó al médico y, por recomendación de este, a la Maternidad y a poco más de media hora llegó la ambulancia. La llevaron y al marido con ella, la intervinieron y, a los dos días, a casa, a seguir esperando un nuevo contacto y su consiguiente florecimiento.

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Ella recuperó totalmente su tono físico si bien hasta que pasase la cuarentena, como si de un parto se tratase, no había trato ni roce carnal alguno. Era el día cuarenta y uno cuando comenzaba el asalto a una fortaleza ya indefensa y, al parecer, porque lo ordenaba la Santa Madre Iglesia -así se lo recordaba diariamente el “oficiante”-, cada día tenía su afán hasta que ella pregonase su primera falta. Allí se paraba la siembra para no correr riesgos con la cosecha. Las acometidas no fueron prolijas, calendario en mano, pero ella prefería recibirlas durmiendo o al menos en profundo sopor, porque al no poder participar, mejor era -decía y creía- enterarse lo menos posible.

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La primera interesada en notar la primera falta era ella porque sabía que, desde esa fecha, durante diez meses y diez días, las necesidades ajenas o no existían o se suplían en otros ámbitos.

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Comunicación normal ninguna prácticamente. No había nada de qué hablar. No había confidencias. No había intimidades. Si acaso !235

alguna referencia al vecino del segundo y sus impuntualidades en el pago de las rentas. Llegó a deberles “desde el mes de febrero, hasta la fecha, novecientas ochenta y siete pesetas cada mes, por cinco meses, tantos miles de pesetas”.

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Y con cierta habitualidad llamaban al “chaval” –siempre él- para que fuese a comer allí. Y el “chaval”, tras oír sus cuitas, repetía siempre lo mismo: “olvidaos de ese dinero, que no os va a pagar un duro”. Lo duro era oír aquello: “Dura veritas, sed veritas”.

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Pero lo de la renta y lo de la deuda del vecino eran una cortina de humo para desviar la atención del problema de fondo: él a ella sólo la quería para que le diese hijos en la seguridad de que, estando embarazada, estaría permanentemente centrada en la maternidad, y no tendría veleidades de salir o hacer vida social, a fin de que no interviniese para nada en su vida. Era obvio que él era un hombre terriblemente celoso y lo trataba de disimular hipócritamente apareciendo o fingiendo ser un marido y padre protector y amantísimo.

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La realidad era totalmente diferente: aquel sujeto tan paternal y amantísimo, en las interminables noches de los nueve meses que duraba el embarazo, se pasaba largo rato susurrándole a ella al oído gracias como, “Pobre criatura, que va a nacer sin conocer a su papá, porque está muy malito y se va a morir sin verlo”. Este disco y otros muchos de semejante catadura, que ya nos había relatado ella en Anzère, constituían la música de fondo con que el papá del hijo “póstumo” alegraba las veladas nocturnas de la hembra fecundada.

Y así un día y otro día y uno más y otro más. ¿Cómo lo solucionó?

Buscando disculpas para no irse a la cama con él, quedándose a ver la TV y yendo a acostarse cuando él ya estaba dormido.

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Y así transcurrió su primer embarazo que había fructificado con el nacimiento de una niña. Parecía que la niña era de su madre exclusivamente, porque él no le hacía demasiado caso.

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Él pasaba prácticamente todo el día fuera de casa por lo que, solo acudía a comer. Por supuesto, claro, a dormir, haciendo de plañidera y figurando como víctima propiciatoria de un ser castigado por el !236

trabajo, la responsabilidad y la falta de salud, cuando la realidad mostraba un individuo vago, irresponsable -su frase favorita era “dame pan y llámame perro” y dotado de una envidiable salud. Pese a que era un individuo insensible y nada perspicaz, iba cayendo en la cuenta de que la grácil y hermosa paloma se le escapaba al ir perdiendo paulatinamente la admiración que le había llevado a él, así como la dulzura con que le había entregado todo su amor. Eso lo notaba porque ella, cada día que pasaba, estaba más concentrada en sí misma y en su hija. Se iba convirtiendo en un arcano cerrado a cal y canto con sus dudas y reflexiones. En fin, que su desencanto era proverbial y muy manifiesto.

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Cumplida la abstinencia de la cuarentena siguiente al parto de la primogénita, comenzó la tarea de simiente en busca del segundo génito. Y a fe de Dios que la espera no fue dilatada, porque en mayo siguiente al nacimiento de la hija mayor, ya estaba embarazada del segundo. Podría decirse que este segundo embarazo fue el canto del cisne de la pareja como tal. Y, entonces, ¿cómo explicó el tercer embarazo?:

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- “Una noche, estando dormida, soñé que una locomotora me arrollaba y pensé, que a lo mejor, tenía algún derecho todavía sobre mí”.

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Entonces, se acabó el débito.

La pareja había vivido, prácticamente siempre, con alguna compañía en su casa. Primero, pidieron al “chaval” que fuese a vivir allí a la habitación que tenían libre, y así les pagaba como si viviese en una pensión. Recibían una ayuda económica a cambio de cama y comida. Pero cuando se quedó embarazada del segundo hijo, el “chaval” hubo de marcharse, porque ella no podía atender debidamente todas las obligaciones domésticas exigibles. Vinieron a visitarlos, primero, los padres de ella con un hermano y un amigo.

Luego, una hermana también de ella vino a su casa a pasar las vacaciones; después, otra hermana soltera también acudió a su casa.

Y, en fin, ya en plena ruina matrimonial acudió una prima igualmente de ella que pasó allí un año.

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Con gran frecuencia se oía la misma voz: “No me toques”.

Y, justo al marcharse su prima de vuelta a Suiza, fue cuando ella planteó como indispensable la separación de lecho. Es verdad que llevaban durmiendo juntos sin contacto carnal más de dos años, pero como él merodeaba a la vecina de tálamo esta, a su decir, le tomó tal asco y tal odio que no pudo soportar más el acoso sexual que sufría. No podía ni verlo. Se había agotado aquel rico y abundante caudal amoroso y su espacioso ámbito había sido ocupado por un ingente acumulo de odio, asco, aversión, camino de la indiferencia.

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Fue cuando llamaron, cada uno por su cuenta, al “chaval” y a éste correspondió la triste y dramática labor de convencerlo a él de que fuese a descansar a la habitación que había alquilado tiempo atrás al propio “chaval”. Costó infinito convencerlo y, más por visión pragmática -él era un cobarde-, o sea, miedo, que por convencimiento, accedió a dormir solo. Cabía esa solución o sino, la de la separación judicial que el “chaval” trató de obviar al ser tan pequeños los niños: entre cuatro y dos años.

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Para ella, sin ser solución, fue un bálsamo, porque podía dormir sin temor a acoso de ningún tipo. Pero empezó a ocurrir otra forma de victimismo.

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Ella comía con sus hijos temprano en el comedor pequeño de la casa. Él venía de trabajar -es un decir- sobre las tres y media de la tarde y, a esa hora, en el cuarto de estar, le ponía la comida en la mesa de dicho salón. Pero ¡cuántas veces le dejó vomitonas en pleno hall o en el pasillo o en el cuarto de estar o, incluso, en su habitación puesto que, unas veces a mediodía y otras de noche, venía “colocado”! Y, ¡cuántas veces él se tumbaba en el suelo simulando desmayos para que ella lo levantase y llevase a la cama! Hasta que un día se lo contó al “chaval”, y este le dijo:

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- “No te das cuenta de que no es verdad que esté desmayado, porque si así fuese, tú no podrías con él. Porque ella lo levantaba y él, apoyándose en sus piernas, iba hacia su cama”. Victimismo con humillación. !238

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Pero ocurrió un evento que iba a producir un giro copernicano en la vida de todos los afectados.

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De modo inesperado, la prima que había vivido en su casa, en momentos ya muy difíciles de la pareja, decidió casarse con un médico amigo tanto del “viejo” como del “chaval”.

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Entonces, el “chaval”, abandonados los estudios y convertido en un profesional independiente, iba a ir a la boda acompañando al novio y, la víspera del viaje, estos dos cenaron con el ya naufragado matrimonio de Fina y “el viejo”. A las dos de la madrugada del día treinta de julio de 1967 ella no sabía aún, por boca de él, que a las ocho y media de la mañana del día siguiente, es decir, seis horas más tarde, viajaban de vacaciones a Suiza a casa de los padres de ella.

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No obstante, sí lo sabía gracias a que el “chaval” la había avisado con anticipación de la existencia de billetes de avión para el viaje. Y el “chaval” lo sabía porque la familia de ella lo había invitado a pasar unos días en su casa, en Suiza, después de la boda de la prima.

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Al concluir el ágape, y ante el silencio acerca del viaje, el “chaval” manifestó tajantemente:

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- “Mañana, es decir hoy, a las siete de la mañana, mi secretario os recogerá en mi coche y os llevará a Barajas al aeropuerto”.

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Nadie dijo ni una palabra. A las siete y media de la mañana, el secretario del “chaval” los recogió y los dejó en el aeropuerto, asegurándose que cruzaban la puerta de embarque.

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Tras la boda civil de los nuevos contrayentes a la que concurrió como testigo el “chaval”, fueron los tres a comer y desde allí a saludar a la familia de Fina y, de paso, a concretar pormenores de los tres o cuatro días que se alojaría allí como invitado que estaba.

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Al llegar al frente de la casa donde estaba toda la familia de Fina esperándoles, nada más poner pie en el suelo el “chaval”, se le acercó “el viejo” y le espetó: !239

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- “Tú no entras en esta casa porque eres el único culpable de los problemas que tengo con mi mujer”.

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La respuesta fue inmediata:

- “Desde este momento tu relación conmigo se ha terminado. Voy a buscar cualquier motivo de daños, malos tratos, sevicias o lo que sea para acabar contigo. Desde hoy tu mujer y tus hijos van a ser tus jueces y te pagarán con la misma moneda con que tú los has tratado”.

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Y, de inmediato, pidió a los novios que lo llevasen de allí. No en balde iban los tres juntos en el coche del novio.

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Pero no pudo ser. La familia de Fina, desautorizando totalmente al energúmeno, trató por todos los medios de que entrásemos a merendar y, pese a la obstinada resistencia del “chaval” quien, de súbito, se había convertido en Gastón, hubo de ceder y de tener un meeting con los novios, los padres de Fina y esta.

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De dicha reunión muy forzada y desagradable surgió el aparte entre Fina y Gastón.

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- “Si ahora no quieres volver a verlo a él, ¿a quién puedo acudir yo buscando ayuda?”

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- “Cualquier tontería que haga, me avisas y entro en escena. Pero es un cobarde y no se va a atrever a meterse contigo ni con los niños”, -le respondió Gastón.

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- “Mi prima me ha dicho que no invita a su boda al “viejo”, pero yo tengo que hablar contigo, porque ahora me voy a encontrar más sola que nunca”.

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-

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“Tú llámame cuando quieras, pero de él no quiero saber absolutamente nada”.

- “¿Nos podemos ver mañana?” !240

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- “Naturalmente, siempre que quieras. Claro que sí”. !

- “¿Dónde?” !

- “Pues en la casa de tu tía Muetti. Allí estaré, normalmente, mañana supongo que casi todo el día”.

Se fueron los tres visitantes y al día siguiente, a las tres de la tarde, estaba Fina en la casa de su tía y allí se enteró de que Gastón desde el día de la boda que era el siguiente, se iba a quedar a vivir allí los cuatro o cinco días que, inicialmente, había sido invitado en la casa de los padres de Fina.

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Estando allí Fina, llamó el “viejo” por teléfono a la novia pidiendo perdón por lo del día anterior y solicitando permiso para ir a la boda. Se lo concedió a condición de que no abriese la boca ni para bien ni para mal. Parece que aceptó el trato y, efectivamente, se portó bien tanto durante la ceremonia como después en el posterior convite.

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Fina fue todas las tardes a visitar a Gastón al lugar habitual. Allí le contó todas sus penalidades; que para ella el matrimonio se había roto desde el inicio y que si ahora estaba más serena era porque, gracias a su ayuda, había conseguido dormir sola y con la habitación cerrada por dentro. Se sentía segura. Pero había agotado su capacidad de amar. Ella veía de todo punto imposible poder volver a querer a nadie como había querido a su marido. Su ilusión cuando se casó era tanta que, al derrumbarse el pedestal donde había colocado a su marido se había hecho añicos y no había modo de reconstruirlo.

Por eso yo -decía ella-, siento hacia ti un profundo agradecimiento, afecto, quizás cariño; tengo en ti puesta toda mi confianza porque me has ayudado cuando te lo he pedido y no me has mentido nunca, ni me has pedido nunca nada a cambio. Pero no amor ni ilusión porque tú, además, tendrás tus planes y yo tengo tres niños a los que no puedo, ni quiero, abandonar.

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En líneas generales, ésta fue, más o menos, la declaración de principios de una persona a la que le habían matado un inmenso !241

amor que había entregado, lamentable y desgraciadamente, a cambio de nada.

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Tras aquellos días -cuatro o cinco-, porque el de la boda no contó al estar todo el día en ceremonia, comida y cena, quedó fraguado un compromiso bastante volátil y etéreo: Gastón se ponía a disposición de Fina para todo cuanto lo necesitase. Su comunicación iba a ser diaria, bien vía telefónica o personal y, en todo caso, él tendría como obligación el cuidado y atención de los hijos de ella. La relación tendría el campo de actuación que ella quisiese y, si fuese bien, cuando el más joven de los hijos (2 años) tuviese la edad oportuna, se plantearía la separación civil y la nulidad canónica, a fin de que si esos años de prueba resultasen positivos, se llegase a la convivencia plena.

Dicho acuerdo se selló en la estación de Lucerna con un beso y un abrazo al partir Gastón para Milán iniciando ya su retorno para España.

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La puesta en marcha del acuerdo no ofreció grandes problemas.

Ella era quien dirigía la educación de sus hijos, si bien con grandes dificultades, en el domicilio conyugal, donde se produjo una especie de “ghetto” con élla y los hijos, por un lado y el marido por otro.

Mientras los cuatro hacían su vida en el comedor pequeño, es decir, desayunaban, comían, cenaban, realizaban sus deberes, veían la televisión y hablaban sus cosas, el marido, que salía a las siete de la mañana, venía a comer a eso de las tres y media, y una vez efectuada la refección en el salón, volvía a salir hasta las diez de la noche momento en que le servían la cena y él veía su televisión y luego se iba a acostar a su habitación.

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La monotonía de la vida profesional de Gastón contrastaba con la movilidad y dedicación de élla. Por la mañana, tras ducharse, les servía el desayuno a los niños, los llevaba al colegio, muy próximo a su domicilio, volvía a casa a prepararles la comida del mediodía y, una vez preparada, salvo imprevisibles contingencias, llamaba a Gastón y ambos se encontraban y se reunían alrededor de un par de horas sembrando futuro. A la una y media, recogía a los niños en el Colegio, les daba la comida, dejaba preparada la de su aún marido, volvía a llevar a los chicos al colegio y retornaba a su casa (ya él se !242

había ido) para realizar las labores domésticas de lavado, planchado, limpieza, etc. Recogía a los niños a la salida del colegio por la tarde, les daba la merienda, y mientras ellos estudiaban o jugaban con los vecinos, ella concluía sus labores y preparaba las dos cenas: la del grupo nutrido y la del solitario.

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Así transcurrieron varios años con algún interludio (viaje a Brasil y a Venezuela de Gastón), sin que los mismos fuesen óbice alguno para que, según lo previsto, el año 1975 pudiesen empezar a veranear todos juntos y en 1977 inaugurar domicilio también todos juntos. Nuevos colegios, nuevas amistades. Pero el coste de esta nueva situación, por respeto y consideración a los hijos y su vida social, supuso la anulación total, en el nuevo domicilio, de la intimidad de pareja. Afortunadamente, el objetivo se había conseguido y, como siempre en estos casos, había que superar la convivencia que era el objetivo prioritario.

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La verdad es que no fue difícil. Ella se sentía segura, libre y dueña de sí misma. Podía moverse libremente, hecho insólito, pues en todos sus años de “cautiverio”, unos quince, desde 1961 a 1975, no podía viajar a ningún sitio más que un mes en el verano y con niños y “viejo”. Ahora era fácil que decidiese cada dos o tres meses ir a visitar a su familia.

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- “Gastón, sácame un billete a Zurich”.

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- “¿De qué día a qué día?” !

- “Desde “tal día”, pero menos de una semana que me aburro”. !

Luego la pareja viajaba con bastante frecuencia tanto dentro como fuera de España. En principio, en coche, tren o avión. Pero después en coche o en tren, porque Gastón dejó de volar tras la experiencia sudamericana. Así pues, fuera de los viajes que hacía sola, siempre viajaban juntos en coche o en tren. Sustituyeron la intimidad domiciliaria por la ambulante.

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El cambio de domicilio podría haber supuesto otras alteraciones en la vida de ambos, pero por fortuna no hubo lugar. Es cierto que !243

al colegio, generalmente a diario los llevaba y traía Gastón, pero ella no quiso contar con ninguna persona hasta que, mostrando síntomas de fatiga, contrató a una mujer para que hiciese la limpieza por la mañana.

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La casa se convirtió en acogida de amigos, y ella estaba encantada de su nueva vida social tan distinta de la anterior, durante la cual, salvo el primer año en que salían a cenar alguna vez con amigos, estuvo permanentemente encerrada en casa, salvo si Gastón le pedía que acompañase a alguna amiga suiza que lo venía a visitar.

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Cuando se normalizó la convivencia la vida le resultó fácil y llevadera. Pero, aunque alegre y activa de naturaleza, adoptó un disco nada promisorio que la práctica iba desmintiendo al paso del tiempo y yo pude comprobarlo durante la estancia en Anzere:

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- “Gastón, no hago juegos de palabras pero yo me siento muy gastada. Cada día me noto más frágil, más cansada y más acabada”.

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Dicho así daba la sensación, por un lado, de que no se había ido produciendo una liberación satisfactoria de una situación, en determinados momentos, límite. Por otro lado, en cambio, si bien había conseguido recuperar una cierta autoestima, no podía borrar los estigmas de tanta humillación, desprecio, vulgar tomadura de pelo, constante victimismo engañoso. Aunque de los casi quince años que tardaron en poder convivir de manera estable, los primeros cinco preñados de vilezas, sevicias, burlas, mentiras, engaños y desprecios, fueron demasiados para que ni la infinita paciencia mostrada, ni el infinito amor ofrecido, ni la mejor voluntad puesta para esperar tiempos mejores sirviese para frenar la disparada adrenalina que consumió sus fuerzas, sus defensas, su capacidad de soportar más. Y esa contaminación le agotó la capacidad de amar, de sufrir y de esperar algo mejor.

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Entonces, la nueva situación creada fue para ella como un bálsamo o un desinfectante de sus heridas. Pero como las heridas existían su vida se recrió en un ámbito de duda, de desconfianza, de temor, de recelo a que el pacto con Gastón se convirtiese de nuevo !244

en letra muerta, en capricho de un tiempo, quizá en que el quisiera poseerla y luego abandonarla.

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- “¡Cuántas veces me he preguntado si lo quería o si podría llegar a quererlo! Pero pese a que estábamos juntos todos los días de la semana, solos los laborables y con niños los festivos, a que él era atento, solícito, cariñoso conmigo y también con los niños, no conseguí traspasar la barrera que me permitiese decir “te quiero”.

Cuando le salió a Gastón la oportunidad de ir a Brasil muy bien remunerado a fin de reunir dinero para comprar un piso donde poder reunirnos a vivir en familia, me entró una congoja mortal: ¿Se quedará allá? ¿Vendrá con alguna mujer? Es cierto que me escribía largas cartas dando a entender que me quería, que estaba pensando en mí, que iba a venir cargado de regalos… Pero oyendo lo que se oía acerca de las “garotas” brasileñas, no podía dejar de pensar en un final de ruptura. Me dediqué a beber whisky.

No en plan borracha o alcohólica pero me iba aficionando. En nuestro primer encuentro a su vuelta se lo confesé. Solo me dijo:

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- “Ni una gota más. Vino a la comida y punto final”. -Y así fue. !

Descansó para tomar aire y continuó contándome !

- que sus vidas transcurrían con normalidad, hasta que dos años después de volver de Brasil, un accidente de automóvil trajo como consecuencia, entre otras, el fallecimiento de mi padre. Nos veíamos poco, mi padre y yo porque no me dejaba mi marido ir a verle, pero seguía siendo mi tabla de salvación. Tuve que sufrir, además del inmenso dolor que me produjo su fallecimiento, el bochorno de tener que asistir a su entierro acompañada del “viejo”. Los niños habían quedado con unos vecinos. Desde ya, el único asidero que me quedaba, la única persona en quien podía confiar era en Gastón. Desde que supe del accidente sufrido por Daddy, tras el que duró dos semanas y, menos los tres días de ausencia para el entierro, bastante tiempo después aún tenía que estar, era mi necesidad vital e imperiosa, junto a Gastón. Mi necesidad era tan perentoria que un día que iba a estar con él en su casa, un accidente de autobús me produjo una pequeña fractura en dos costillas de las flotantes. Y con esa rotura fui a Suiza y !245

volví del entierro y nada fue óbice para que pudiese seguir viendo a Gastón, estando con él, momentos en que ni me dolían las costillas. Sí, en cambio, cuando hacía mi vida normal. Era mi seguro de vida, era mi apoyo moral, era la única persona en quien podía confiar, pensé que si me fallaba él también solo me quedaba desaparecer. Afortunadamente, no me falló. Era mi amante, pero no mi amado. Era mi confidente, mi pareja, mi apoyo, mi paño de lágrimas, pero nunca pude sentir por él el amor que había sentido por mi marido”.

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No puedo dejar de repetirlo, aunque resulte reiterativo y tedioso.

- “Es mi desahogo”, insistía ella. Cuando me casé entregué amor, ilusiones, poco o mucho, todo lo que tenía hasta agotarlo. Recibí humillaciones, menosprecios, no fui considerada como persona, hube de soportar caprichos, manías, manipulaciones y, sobre todo, mentiras, falsedades, insultos y vituperios. Ahora me siento querida, respetada, atendida, agasajada, muy persona, pero sobre todo libre -yo nunca había sido o al menos no me había sentido nunca libre, ya fuese por causa de mi madre primero, luego de mi marido y, al final, de los dos-, no tengo ninguna barrera más que las que yo me imponga y eso, a veces, me da inseguridad. Y mi único miedo ahora, a lo único que yo temo, es a la salud de Gastón. No puedo hacerme a la idea de que se me pueda morir y dejarme sola. Dudo de poderlo resistir. Por eso le obligué a aceptar, en nuestro pacto, que moriríamos juntos. Como Romeo y Julieta, o como los Amantes de Teruel. ¿Cariño, afecto, amistad, benevolencia? Es injusto lo sé pero él me quiere a mí más que yo a él. Por eso procuro darle todo lo que puedo dar de mí cuando estoy con él, al menos tratando de corresponderle a lo mucho que me da él a mí”.

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El cronista cree que ha conocido bien a Fina. Había oído a Totó contar que, por sólo la fisonomía, había creído identificar a su madre y a su hermana en fiestas, bailes o saraos. Su madre era dura y fría con ella porque era rebelde, porque se negó a aceptar la propuesta de matrimonio que le hacía con un chico de una rica familia amiga; porque se casó con un “africaner” –Europa acababa en los Pirineoso, como había dicho Dumas: “Africa empieza en los Pirineos”, y, lo !246

que era peor, era una chica generosa, desprendida, nada apegada al dinero, hecho que para su madre suponía conceptuarla como una manirrota, una pródiga, poco menos que una débil mental.

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El matrimonio de las dos hijas funcionó mal. Peor, claro, el de la segunda. Pero cuando la mayor habló de divorcio Mutti dijo que no, que a aguantar han llamado. De la pequeña no quiso ni enterarse de nada.

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Ni aun cuando el mentiroso del marido le recriminaba a Fina por usar minifalda, pues su madre le obligó a probárselas todas para cerciorarse de si era o no verdad.

La mayor, efectivamente, pasados los días de vino y rosas, las francachelas con amigos que acababan en una borrachera colectiva, la cual cuando era en hoteles propició que el “protestante” (de religión), tuviera que dormir en el pasillo del hotel por no dejarle entrar ella en la habitación en que se alojaban, tomó sus decisiones.

Se fue cansando de aquella vida y dado que, aunque él tenía un buen sueldo, ella estaba en plenitud física accedió a la solicitud de alguna amiga mundana y la acompañó a alguna de aquellas fiestas del club Edwigg, donde las noches eran fructíferas, la discreción absoluta y la inalterabilidad familiar quedaba oficialmente intacta.

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Fina, en cinco años, era una flor ajada. Afortunadamente, el apoyo de Gastón le devolvió frescura, encanto, atractivo y ganas de vivir.

La asiduidad de acudir a fiestas campestres y gastronómicas, eventos sociales de parientes de Gastón: bodas, bautizos, comuniones, fueron espitas de deleite que le dieron vida y alegría. Pero el lastre de aquellos fatídicos cinco años fue una carga tan profunda que fue imposible soslayarla. Por ello, sus sentimientos hacia Gastón tenían más de agradecimiento “por los favores recibidos” que de amor profundo y desinteresado. Eso había periclitado.

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Ella tenía valores profundos y arraigados como la lealtad, la fidelidad y la verdad. Por eso le supuso una puñalada trapera cuando su marido comenzó a propalar que el último vástago era hijo de Gastón.

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Gastón y Fina comenzaron a ser pareja a partir de septiembre de 1967. Antes, cuantas confidencias se hicieran, cuantos secretos se dijesen, cuantos consejos se ofrecieron, pero ni un roce, ni el más leve contacto. Por ello, desde entonces, 1967, hubieron de entrar en juego, de nuevo, los conceptos de lealtad, fidelidad, confianza mutua y todo ello dentro de un clima de libertad y de verdad.

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Como ella desconocía la posibilidad del engaño -no el de la infidelidad, sino la mentira- el haberlo sufrido tanto tiempo y tantas veces le hizo sentirse recelosa, inicialmente, de Gastón: viaje a Brasil; a Venezuela; veranos en que ella tuvo que ir con su marido y sus hijos a lugares poco gratos, mientras Gastón recorría Europa con su familia y amigas. Pero los encuentros –reencuentros- invitaban a disipar dudas; había un gran feeling y se palpaba que aquellas ausencias constituían el preámbulo de grandes, magnificas presencias. Así se asentaron aquellos principios que hacían llevadera, grata y, sobre todo, tranquila y fecunda, su convivencia.

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Ella pudo seguir viviendo a su gusto pero, de modo general, con plena aquiescencia de ambos en sus decisiones y haciendo gala, en momentos difíciles económicamente de la pareja, de prestar su apoyo financiero para lo cual se dirigía a su madre solicitando que, de su propio dinero, efectuase una limitada, claro está, remesa.

También consiguió que, desde que convivieron juntos, Mutti, su madre quedase más tranquila.

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Se entendía que respiraba en una atmósfera sana aunque, siempre había un pero, y cuando ya llevaban cerca de quince años juntos, a ella empezó a preocuparle seriamente la salud de Gastón. Gastón había tenido una enfermedad de tipo reumático con catorce años y le había dejado una secuela en el corazón que, afortunadamente, estaba compensada, pero en los últimos tiempos, ella notaba que había días en que el corazón tardaba tiempo en recuperarse -más de lo habitual se entiende- y por eso le parecía conveniente frenar ritmos. Así, el día que subimos a Anzère, viendo que él notaba fatiga por la presión debida a la altitud del pueblo, me comentaba la necesidad de dejarlo descansar hasta que se habituase a la altura.

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Tenía, por tanto, gran cuidado en que no se fatigase, ni cargase pesos, ni subiese escaleras, ni cuestas muy pendientes. No se sentía enfermera pero, quizá por instinto de conservación -nos morimos juntos, había pronosticado ella- estaba muy pendiente de que hiciese vida normal.

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No quiero dejar de reseñar dos cosas que ella admiraba de él sobremanera: cómo escribía y cómo cantaba. Lo primero porque había leído alguna cosa por él escrita y le había entusiasmado. Lo segundo, más lúdico y probablemente con un ánimo egoísta, es decir, para que no se durmiese conduciendo, de repente apagaba la radio y en el muslo derecho, como si le diese un pellizco, hacía como si encendiese otra radio. Él ya sabía que eso significaba que tenía que empezar a cantar y solo tras un gran rato, le dejaba parar, a la vez que aparcaban para beber algún refresco. Al seguir, dependía ya de la proximidad o lejanía del destino para determinar si había radio o interpretación.

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Lo que parecían pequeños detalles infantiles constituían un simple recurso para facilitar la convivencia y eludir o, incluso, eliminar fricciones o motivos de disgusto. Ella era quien impulsaba la visita en París al Crazy Horse y, de otro lado, la que ordenó el cese de afluencia de libros en la visita a la Comisión Europea de los Derechos Humanos cuando la funcionaria portuguesa que los había atendido, ante la contumaz negativa a recibirlos del Secretario General, decidió agasajarlos con múltiple jurisprudencia, tanto de la Comisión como del Tribunal.

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Ella era la que había denominado “mi compañero de viaje” a Modesto, porque era quien la acompañaba mientras Gastón hacía algunas gestiones o visitas. Y, como muestra de su sentido del humor, baste como dato anecdótico, ya narrado por ella, la compra para regalar al propio Modesto, aparte otras chucherías, de un calzoncillo canana que marcaba todo un record para un superdotado. El sentido del humor lo desarrollaba en plenitud. Y así ocurrió en otros órdenes de la vida.

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Tenía un concepto muy profundo del orden, pero era difícilmente explicable cómo se podía compadecer tal orden con la fobia que le !249

daba hacer maletas y, como consecuencia de esa fobia, las maletas se las hacía su hijo más joven, lo cual implicó en alguna ocasión que la maleta quedase en casa y, al llegar al lugar de destino, el primer sitio a visitar era la tienda de ropa para adquirir todo lo necesario para la estancia. Naturalmente, su conocimiento del taco era profundo y su aplicación, generalmente, muy atinada y oportuna excepto en la adecuación del genero gramatical.

Otra faceta muy destacada de Fina era su virtuosismo culinario.

Persona de escasa capacidad gastronómica era, sin embargo, una magnífica cocinera. Supo compaginar perfectamente sabores naturales, con lo cual la elección de especias y aditamentos era ya tarea del comensal, con la variedad de menús y, especialmente, la minimalización de grasas y azúcares. Proverbial su uso del ajo y de la zanahoria aunque, para no usar sabores fuertes, te obsequiaba con las píldoras de Circulin y con el zumo de zanahoria.

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Esta faceta a ella le suponía una manera más de sentirse cumpliendo su pacto con Gastón.

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- Ya que no puedo quererlo como creo que debiera, quiero poner todo mi empeño en hacerle la vida lo más fácil posible. Él ha dedicado su vida a mí y a mis hijos, procura hacérnosla fácil, llevadera y satisfactoria; a mí me trata como a una reina y a los chicos les da cuanto le piden y eso es porque supongo que nos quiere, y yo, como con él me siento segura, libre, confiada, trato de entregarle todo lo que puedo darle: afecto, fidelidad, lealtad, apoyo en sus momentos difíciles y, las labores domésticas, con cariño y dedicación. ¡Qué lástima que no pueda darle lo que despilfarré! Me ayudó mucho oir en una ocasión a Gastón que, con motivo del fallecimiento de la hermana más joven de su madre, en Cuba, a causa de los sufrimientos que había pasado con la llegada de Fidel Castro al poder, su propia madre le había dicho que el óbito le había producido tal aflicción que se le habían secado las lagrimas, es decir, que nunca más volvió a llorar. Me ayudó mucho, decía, oír esto, porque quizá sirvió para que él comprendiese que a mí, con todo lo que había sufrido, se me había acabado la capacidad de amar”.

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Yo he podido ver en ella una mujer grácil que de joven debió de ser muy bella, frágil, es decir, débil de ánimo, y que, por haber soportado el inmenso sufrimiento que padeció, especialmente durante cinco años, sin apoyo alguno de su familia, disponiendo tan sólo de compañías esporádicas de sus hermanas y de su prima que para lo que sirvieron, finalmente, fue para conseguir una “sanatio in radice”, un lenitivo pues había salvado su intimidad y su autoestima.

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Nunca pasó por su mente conectar con otro hombre. Solamente el temor a sentirse aislada con ocasión de la ruptura de su marido con Gastón, le aconsejó aproximarse a éste y al ser aceptada por él, por necesidad de supervivencia, se le entregó en cuerpo y alma.

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Y, a la vista estaba, la comunicación que entre ellos había en contraposición con la incomunicación en que había vivido durante su matrimonio; la comunión de opiniones y deseos entre ambos, a diferencia de la desunión absoluta que sentía con su marido; la libertad que pudo utilizar en todo momento en contrapartida a la imposibilidad de hacer un movimiento por la coerción marital; la confianza que le ofrecía su nueva pareja, al revés de lo que le había ocurrido en su matrimonio, donde la mentira y la desconfianza eran el menú diario; en fin la lealtad y discreción con que llevaron su relación, que nunca fue objeto del menor comentario ni conocimiento por parte de nadie más que de ellos dos durante unos diez años, hasta que consiguieron la convivencia familiar.

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Tanto ella como él sabían que el sigilo de su relación era sacramental. Todo apuntó a una convivencia tranquila y relajada.

Pero el mal estaba hecho y aquel mal, aquel daño, la habían minado física y anímicamente. ¿Cómo se arreglarían en lo de morir juntos? ¿Sería posible? ¿Conseguirían así ambos su primer acto de amor?

“Chi lo sa”.

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GASTÓN

Antes de circunscribirme al objeto de este índice onomástico, tengo que decir que Gastón era mi amigo. Un gran amigo. Un buen amigo. Un fiel, leal y generoso amigo. No obstante, debo tratar de ser ecuánime y, por tanto, procuraré dominar mis sentimientos para hacer lo más veraz posible este comentario dentro del marco a que nos estamos refiriendo.

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Y la primera cuestión que tengo que abordar es la de que me entran profundas dudas acerca de si debo o no narrar confidencias que me hizo, ya que no sé si entran, o no, en el mundo del secreto.

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Ya expliqué prolijamente como conocí a Gastón, hace unos años, por pura casualidad, a través de un amigo que tenía en España y que respondía al nombre de Dr. Matraz, el cual se convirtió en cliente del abogado.

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El caso fue que floreció una gran amistad y confianza entre cliente y profesional y como el profesional había hecho sus pinitos en el mercado del brillante, le contó el Dr. Matraz el riesgo de comprarlos en España por la escasa fiabilidad de los certificados expedidos por el Instituto Gemológico Español, de suerte que al llevarlos a la caja fuerte del banco en Ginebra, (naturalmente eran brillantes de inversión), le pedían un certificado de la GIA (Gemological Institut of America) y otro, normalmente, de la !253

Universidad de Lausanne. Así adverado el objeto de los certificados el valor real venía a ser menor del pagado. Y de estas correrías ginebrinas resultó que el médico le contó a Gastón que tenía un gran amigo jurista en Ginebra y que respondía al apelativo de Samuel.

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De aquellas charlas llegó el primer contacto que, naturalmente, tuvo lugar en Ginebra. Fue con motivo de un viaje que habían hecho Fina y Gastón con destino a Lucerna, pero con parada en la ciudad de Calvino y Rousseau y, concretamente, en el Hotel Des Bergues. Allí me encontré con ellos y, desde el principio, como si de un flechazo se tratase, entroncamos con un “feeling” notable.

Charlamos de la mar y de los peces, pero pude percatarme de que se trataba de una pareja sólida, con un alto grado de entendimiento entre ellos pero, además y sobre todo, vi en Gastón un profesional muy racional, poco dado a aventuras intelectuales ficticias, muy amarrado al suelo que pisaba, y muy sólido en sus argumentos.

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Tal corazonada me dio una idea: encargarle la defensa de mi amigo-cliente, Jonás-Totó, ante la Comisión Europea de Derechos Humanos.

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Era verdad que su formación jurídica había derivado de un profundo conocimiento de los derechos privados civil, penal y mercantil a una dedicación profesional en materias de derecho administrativo y, especialmente, en la disciplina urbanística. Pero lo encontré profundo en sus raciocinios y, aunque no le dije nada, me propuse madurar la idea.

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Tras aquella primera visita mantuvimos una buena relación telefónica y epistolar y al siguiente viaje, que hizo toda la familia, tuvo lugar una curiosísima anécdota. Al parecer, a Fina se le ocurrió traer una importante suerte de chorizos para su familia suiza.

Gastón le advirtió del riesgo que aquello suponía al pasar la aduana.

Pero todo consejo fue inútil. Al llegar a la aduana de Annemasse, el aduanero de turno los paró y preguntó qué llevaban para declarar.

Gastón, solícito, indicó: «Chorizos ». « ¿Saussisson? » “Pas de saussisson; chorizos”. “Ouvrir le cofre”. Al ver los chorizos el guardia de turno ordenó: “Retournez à la France”. Volved a Francia. !254

Allá se fueron y se dirigieron a la estación del ferrocarril de Annemasse, alquilaron una taquilla de consigna por veinticuatro horas y allí dejaron depositados los chorizos. Al llegar a Ginebra me llamaron, me dieron la llave y a la mañana siguiente les entregué los chorizos en el hotel. Gastón estaba levemente cabreado y aseguró no repetir la hazaña. Fina, aunque era la mujer menos suiza de todas las suizas que yo había conocido, era, no obstante, suiza.

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Como ya he anticipado, yo había tenido relación con un viejo amigo que se llamaba Totó, del que he escrito una semblanza líneas atrás, el cual, tras un juicio poco neutral, fue condenado a doce años de prisión y, concluida esta, a quince de extrañamiento fuera de territorio suizo. A aquel hombre no le encontré ningún abogado ginebrino que aceptase llevar su caso a la Comisión Europea de Derechos Humanos y, tras darle muchas vueltas a la noria, me decanté por indicarle al amigo-cliente la idea de encargarle el asunto al ya buen amigo y magnífico profesional Gastón.

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Fui a Madrid a tratar de convencerle pero, inicialmente, no fue recibida con gran alborozo mi oferta. La razón era válida y plural: en primer lugar, alegaba que él era un administrativista y no un penalista; en segundo término, no concebía cómo no aceptaba ningún letrado local asumir la defensa en Estrasburgo, y en último término, que probablemente necesitaría mucho tiempo para preparar la demanda y prescribiría el plazo para alegaciones.

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Respecto al primer punto le comenté que se barajaba el nombre del profesor García de Enterría como Juez del Tribunal de Derechos Humanos propuesto por España, y era un maestro en Derecho Administrativo. En segundo lugar, las peculiaridades del juicio no aconsejaban a los juristas autóctonos demandar a su propio Gobierno Federal. Y, en fin, si se decidiese a venir unos días al apartamento de Totó en Anzère vería cómo resultaba fácil hacerse con el tema.

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Me manifestó que tenía que consultarlo con Fina, pues no en balde, ella era suiza y no quería que su actuación pudiese tener trascendencia o consecuencias para su familia allí radicante.

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Anduve por la capital del Reino de España unos días y volví a Ginebra con la aceptación de la misión encomendada. Fijamos fechas para ir a Anzère y allí se urdió toda la trama a seguir, aunque al final, la tarea resultase fallida y la única consecuencia positiva fue que se consiguió que lo excarcelasen siete años antes de lo previsto y, ¡eso sí! extraditándolo de suelo helvético por un periodo inmodificable de quince años. Tres lustros que, dada la frágil salud del extrañado, suponían, dada también su edad, un muy pesado lastre para pensar en un retorno tan lejano.

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Yo, personalmente, le agradecí a Gastón el rasgo de generosidad que tuvo aceptando un asunto que no era precisamente brillante, que no se prestaba excesivamente al lucimiento personal, porque la politización en que se había trufado todo el proceso, las irregularidades observadas con la inaudita detención de un testigo especializado, cuando un tratado bilateral de extradición lo vetaba, no inclinaban a pensar en una resolución favorable. Y eso sin conocer todavía la conducta del Secretario General de la Comisión, quien no solo no colaboró en el descubrimiento de la verdad, sino que puso todo tipo de trabas y obstáculos para descubrirla.

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Hube también de agradecerle, y también lo hizo Totó, la generosidad con que se portó sabiendo que del cliente no iba a percibir ni un solo franco.

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Vino a Anzère, fue a Estrasburgo, viajó a Sevilla a visitar a Barril y todos esos gastos los asumió personal y directamente. Fue ridícula la compensación que recibió de la Comisión Europea. Pero, aparte de esos detalles, cuando monté en España un seminario sobre Derechos Humanos, con la colaboración del profesor Ruiz Jiménez, del obispo auxiliar de Madrid, Monseñor Iniesta, y la suya propia, a pesar de la subvención que obtuve del entonces Ministro de Educación, también Gastón hubo de sufragar gastos de comidas y otras despensas. Pero, como consecuencia de todos aquellos contactos, para mí fue muy enriquecedor conocerlo a fondo y, así como el vivió, como testigo presencial, alguna de mis locuras de segunda juventud, yo pude profundizar en el conocimiento de ese hombre que de gallego no tenía más que el origen, pero ninguno de !256

los atavismos con que se acostumbra a calificar a los vecinos de tan hermosa región española.

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Era un hombre abierto, claro, nada anfibológico ni retraído, directo y contundente, más vehemente que malhumorado, dotado de unos prontos seguidos inmediatamente de valles sin recuerdos que supusiesen rencores, recelos o ánimos de vindicta. Sufría él más por el malestar ajeno que por el propio. Si emitía alguna queja de algo o de alguien, estaba presto a encontrar la disculpa a la conducta criticada.

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Como todas las personas, tuvo su punto débil y su decisión inesperada. Su punto débil fue su salud. Tuvo la desgracia de sufrir a los catorce años, en plena época colegial, una grave enfermedad que, por ignorancia médica, le dejó una secuela de por vida que se identificó como insuficiencia aórtica. Afortunadamente, no le dio demasiada guerra la lesión, pero la impericia de algún facultativo y la escasa habilidad expresiva de algún otro tocaron el fondo anímico del joven, que vio hundidas su adolescencia y su juventud.

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Es fácil decir que a los catorce años te dejan arruinadas la adolescencia y la juventud. Su obligación, entonces, como adolescente, era estudiar para terminar el Bachillerato que le habilitaba bien para ir a la Universidad bien para encontrar un modesto, pero seguro, trabajo. Que debía disfrutar durante las vacaciones era obvio, pero la época, años 1949 y 1950, no era pródiga en situaciones excesivamente lúdicas, por lo que la mayor posibilidad de diversiones a los catorce o quince años, fuera de uno o dos días de bailes infantiles en las fiestas patronales, consistía en la realización de prácticas deportivas o pseudodeportivas, pero con un gran componente de riesgo físico. Si a los catorce o quince años te limitan el desarrollo físico, a pasear algún rato diario y a estar todo el resto del día sentado, bien leyendo, bien hablando si había interlocutor o, como hacía mucha gente, aburriéndose, se diluía lo ilusionante.

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Naturalmente, tras un verano al modo, la ilusión y la moral con que empezaba el nuevo curso no era precisamente alta como para que uno comiese los libros o se tuviese el aliciente de sacar grandes !257

notas. Cuando un chaval tenía como meta hacer un curso de Bachillerato, pero su salud -muy buena por cierto- podía quebrarse en cualquier momento y la esperanza de vacaciones se cifraba en dar unos paseítos al día, ir al cine a ver algo de Fumanchu o contemplar a los familiares y amigos jugar al tenis, al fútbol, etc., el aliciente era como muy negativo.

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No se debe olvidar que aquel adolescente había sido agredido anímicamente con frases como: ¡Pobre chico!, ¡Qué pena de muchacho! Ahora di a ese muchacho que está muy bien de salud.

Mándalo a la Universidad con un informe médico que dice, entre otras cosas, tensión arterial: 13/0. Ten que soportar el cachondeo de los alumnos de una cátedra: “Malorum tomarum” y que te digan que si fuese cierto el dato es que estabas muerto. Y ojo a las uñas y a los labios por si se ponían cianóticos. Y a ver si se hinchaban los pies. Lo cual suponía que el joven se pasaba los días mirando las uñas cuando tenía un espejo delante los labios y, al acostarse, de noche, había que andar tocando los pies para ver si hinchaban o no los tobillos.

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Y así, un día y otro día; un mes y otro mes; un curso y otro curso.

De esa manera, se acabó el Bachillerato; se iniciaron los estudios universitarios y, con ellos, relación con nuevas y desconocidas gentes. Se ampliaba el campo de actividad del enfermo, pero se mantenían sus limitaciones. Más bien se diría que, al contrario, el poder cumplir las actuaciones sociales, amigos, amigas, clases, profesores, comedores de estudiantes, se ampliaban los riesgos derivados de las actividades. Cómo y en qué sentido. Pues en las clases, se cambiaba la tranquilidad colegial por la actividad febril de la toma de apuntes, tomar posiciones para poder oír al catedrático, los nervios inherentes a las aglomeraciones, las carreras con la policía, el hambre que se sufría en ocasiones, las primeras emociones en encuentros con chicas, el aislamiento de compañeros que “se iban de putas”, la escasez de medios económicos para cubrir determinadas necesidades, todas estas circunstancias tardaron mucho tiempo en poder, si no hacer olvidar, sí ir minorando aquellas obsesiones vitales. ¡Cuántos años pasaron hasta que se fue olvidando de mirarse el color de las uñas y de los labios, los rosetones en las mejillas y las posibles hinchazones en los tobillos! !258

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Pues pasaron los suficientes como para que transcurriesen los dos últimos cursos de Bachillerato, los cinco años de Facultad y los otros cuatro largos de preparación de una oposición. Total, que, Gastón, a los veintisiete o veintiocho años, era, si no un muerto viviente, sí un ser frustrado y carente de ilusiones.

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Ciertamente tuvo sus contactos femeninos y, para atenderlos, no dudó en pasarse muchas noches jugando al póquer con gente conocida. Acudir acompañado con aquella estudiante de Ciencias Naturales a Pasapoga, el sábado por la tarde, costaba doscientas pesetas. Y ese dinero sólo podía salir de una timba de póquer en casa de la entretenida de un marqués extremeño.

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Aquellas fugaces relaciones con empleadas del hogar, telefonistas, enfermeras y universitarias sirvieron, fundamentalmente, para integrarlo en una vida activa que lo fuese aliviando de aquellas obsesiones por otra parte inculcadas con las prohibiciones y limitaciones físicas que le habían sido impuestas como consecuencia de su enfermedad. No se había producido todavía la catarsis necesaria para ahuyentar temores o, al menos, si en realidad existían riesgos para la salud -aquellas sempiternas taquicardias-, no vivir acogotado por ellos sino asumiéndolos “a todo riesgo y ventura”.

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Tampoco lograron aquellos escarceos más llenos de romanticismo que de sexualidad vencer la indiferencia con que Gastón afrontaba sus estudios. Era un ser movido por hilos como puede serlo un personajillo de circo.

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- “Debes hacer oposiciones porque así tienes un puesto y un sueldo asegurados de por vida”, le aconsejaron.

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Hace ya cincuenta años, se vivía en España la obsesión por el funcionariado.

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Pero Gastón no estaba por la labor. Un miembro de un tribunal de oposiciones, al que no gusta la tesis que defiendes, porque él pertenece a otra escuela, te suspende la oposición. Cuatro o cinco años más perdidos en busca de un falaz ideal. !259

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Quizá aquí surgió el revulsivo. La catarsis. La superación de miedos y la dejación de principios. No había otro remedio que trabajar. Dónde y como fuese. Sin la menor experiencia, pero con conocimientos en una materia desconocida para la mayoría de la población forense. Y la suerte le sonrió. Comenzó a tener trabajo profesional. Montó un modesto despacho. Se granjeó la confianza de eminentes letrados y hasta alguno le mandó a su hijo para que le diese clase. Montó una sociedad de planeamiento y gestión con arquitectos, ingenieros y economistas de valía, y el trabajo no faltó.

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A los tres años escasos de iniciar su carrera profesional, se produjo, de modo totalmente inesperado, el acontecimiento que cambió y condicionó el rumbo de su vida. Fue el inicio de su relación personal con Fina.

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Se conocían desde la llegada de ella a España. Pero sólo se habían visto una o dos veces antes de que ella se casase. Fue su época de opositor. Después de casada se vieron con cierta frecuencia, y ella fue teniéndolo a él como consejero áulico en función de la conducta del marido, cada vez más propia de un tipo paranoico o esquizoide que de un ser normal.

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La confianza y buena relación que Gastón tenía con la familia de Fina hizo que, con ocasión de la asistencia del primero a la boda de una prima de ella, fuese invitado a pasar unos días en la casa de sus padres hasta su retorno a España. Pero en el momento en que Gastón puso pie en tierra, al ir a saludar a quienes iban a ser sus anfitriones se encontró con que el marido de Fina le vetó la estancia en aquella casa.

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La violenta ruptura de una relación, hasta entonces normal y amistosa, acarreó la fractura personal de todo contacto con el marido de Fina, y esta, al verse aislada de aquella suerte, pues quedaba a merced del marido, al no poder conectar sin riesgo con Gastón, en los escasos cuatro o cinco días de que dispusieron, convenció a Gastón de que montasen un dispositivo de relación personal haciéndose cargo de los hijos, con vistas a una futura !260

convivencia en cuanto se pudiese sopesar la voluntad de estos, respecto a su opción entre uno de los dos padres.

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El más joven tenía dos años y hubo de esperarse hasta que se pudiese conseguir que los tres optasen, ante el Juez, seguir o con su madre o con su padre, como consecuencia de la separación.

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La inesperada situación alteró de tal forma la vida de Gastón que Fina, sus hijos y su trabajo convirtieron su vida en un permanente sismo, en un volcán en erupción.

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Desde los primeros momentos, Fina y Gastón se veían casi todos los días en cuanto podían, los sábados iban todos a tomar sus aperitivos antes de comer, y los domingos, también iban todos a merendar a casa de Gastón. Todo iba, dentro de un orden, con normalidad.

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Entonces surgió una situación que, buscada con una determinada finalidad, pudo crear un serio conflicto en la pareja: andaban ambos tras la posibilidad de comprar un piso y le llegó a Gastón una oferta suculenta de ir a Brasil a trabajar en un planeamiento en los tres estados sureños de aquella gran nación: Rio Grande do Sul; Curitiba y Santa Catharina (A Illa). Con sólo unos pocos meses de estancia en Brasil él ganaba lo necesario y suficiente para comprar el piso.

Pero ella, ingenuamente, cometió la imprudencia de hacerle llegar la noticia de que el inmueble no se iba a construir, por lo que él decidió quedarse allí dos meses más haciendo turismo por Paraguay, Uruguay y Argentina, tiempo en el que se gastó sus ganancias y en el que ella temió que se quedase a vivir por aquellos lares.

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Afortunadamente, la sangre no llegó al río y, una vez vuelto él, se reanudó la habitualidad de los encuentros matutinos con más intensidad si cabe que antaño.

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Un par de años más tarde ella recibió una noticia que le causó un profundísimo dolor: el accidente y posterior fallecimiento de su padre. El padre de Fina era el único bastión que la sostenía a ella en aquella casa de su pueblo de Suiza. El resto de su familia, madre y hermanos, si no hostiles hacía ella le eran indiferentes. Aquel !261

doloroso trance fue el eslabón que faltaba en la cadena de unión de Fina con Gastón. Se agarró a él como una lapa.

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Aún faltaban unos años para poder iniciar la normal convivencia pero el óbito del padre de Fina convirtió a Gastón para ella en padre, hermano, amante, confidente, padre de sus hijos - aunque no lo era, biológicamente, de ninguno-, “refugium pecatorum”, “consolator aflictorum”, de suerte que Gastón, en algún momento, se sintió abrumado por una responsabilidad que le había sido adjudicada de súbito. Cierto que nunca la rehuyó y procuró estar siempre a la altura de las circunstancias.

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Pero hubo siempre un punto de incomplexión en cada parte. !

Por parte de ella, la salud de Gastón. !

Por parte de él, la constatación de que ella no lograba amarle, aunque lo intentaba. Y tenía una convicción: si no hubiese acaecido el suceso que había dado lugar a su unión, ésta nunca se hubiese producido pues jamás ella se hubiese fijado en Gastón como pareja.

Lo llevaba in mente como un axioma irrefutable. Y eso tenía la correspondiente consideración.

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Fina conocía desde el primer momento la enfermedad crónica que aquejaba a Gastón. Por muchos caminos. Inicialmente por su marido: “El “chaval” tiene una avería en el corazón”. Cuando ya en su matrimonio supo, en ocasiones, que le habían hecho un electrocardiograma por un dolor que había sentido en la espalda del lado izquierdo; sabía que no podía hacer esfuerzos, coger pesos, subir escaleras y cuestas y, naturalmente, hacer deporte. Pero naturalmente nunca se había planteado las posibles secuelas en otras situaciones, porque nunca se había planteado ningún otro tipo de relación con él que no fuese la de persona de confianza, persona de quien se podía fiar y en quien podía confiar. En fin, su consejero áulico.

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Pero cuando ella se encontró en la sorpresiva y sorprendente conducta de su ex-marido, pues hacía dos años que para ella se había consumado, en el sentido de consumido, su matrimonio, y ya no !262

existía más contacto que ponerle la comida y la cena en la mesa del cuarto de estar, cuando ella intuyó que la postura de Gastón le podía acarrear un absoluto aislamiento, fue cuando reaccionó de modo fulminante, ignorando en aquel momento si lo hacía pidiendo árnica, u ofreciéndose como compañía de un enfermo solitario, o solicitando apoyo para sacar a sus hijos adelante, sin calibrar, en ningún momento, que pudiese entrar en sus cálculos que se convirtiesen en amantes, ni, menos aun, en pareja.

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Ella, en aquellos momentos, no estaba en disposición de matizar.

Para ella, en aquel momento, Gastón era su garantía de supervivencia. El fracaso de su matrimonio la había aislado de las escasas amistades que tenía su marido. Solamente un par de vecinos le servían de desahogo dentro de lo que suponía una amistad sin intimidad ni confianza. Entonces, sin criterios precisos, sin condiciones concretas, ella, en el momento en que tiene como cierto que Gastón no va a dar marcha atrás en su ruptura con su exmarido, para el que “el chaval” era poco menos que su mentor, pero que le servía a ella para tener los contactos -generalmente telefónicos- que le ayudaban a resolver sus problemas puntuales, necesarios o convenientes, se ve en la imperiosa necesidad de dar el salto y, eludido o roto el puente, tender un contacto directo y personal con él.

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Sin pérdida de tiempo, ante la emergencia, ante la angustia, inició sus contactos. Aquella misma tarde, sabiendo que Gastón iba a alojarse en casa de su tía, telefoneó allí, como siempre, desde el teléfono de la estación del ferrocarril, pues desde el de la casa de su madre estaba vedado hablar, si no era con el conocimiento y consentimiento de élla, y así pudo conectar con él y citarse para la tarde siguiente tras dejar a los niños echando la siesta después de darles la comida.

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Pasadas las dos de la tarde, al día siguiente, tuvo lugar la primera entrevista entre Fina y Gastón en presencia de su tía Müetti, y con su silente y benévola ininteligencia del diálogo que mantuvieron ambos contertulios.

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!263

Allí ella, entre algún sollozo y múltiples lamentaciones, planteó sus problemas: desde que su ex -marido convenció a su madre de que le hiciese probar todas las faldas, porque llevaba por la calle “tremendas minifaldas”, hasta que su marido montaba constantes números haciendo de padre amantísimo con sus tres criaturas en el regazo, lamiéndoles la cabeza como las vacas al ternero recién nacido para dar a entender que ella era una madre desnaturalizada que abandonaba a sus hijos.

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Que ella había tenido, en determinados momentos, problemas con la aceptación de sus hijos, dada la forma en que habían sido concebidos, casi con violencia especialmente los dos últimos, es cierto. Que lo comentó, en ocasiones con Gastón, era verdad. Pero al que aceptó desde el primer momento con la mayor afectividad fue al más joven. ¿Por qué? Pues por varias razones. Una que fue, a sabiendas, desde que notó que quedaba embarazada, el último contacto íntimo que iba a tener con su marido. Como fuese, al precio que fuese, costase lo que costase, el parto de aquel hijo era la última aventura sexual de su vida. Otra, que aquel hijo, a diferencia de los otros dos, que habían salido más parecidos a la familia paterna, se asemejaba más a sus orígenes. Lo cual no significaba que no prestase la atención debida a los dos mayores. No había la menor duda. El tiempo fue acercándola cada vez más al hijo más joven y, verdaderamente, alejándola de los mayores. Las razones vinieron obvias. El más joven era el más atento, eficiente y cariñoso con ella, y ello le consolidó como el predilecto.

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A Gastón la cuestión le parecía subjetivamente superficial y objetivamente baladí. Su madre, a la que él quería con el mayor amor, tenía predilección por el hermano anterior a él. Y él siempre lo entendió. Su hermano inmediatamente mayor había sido un excepcional estudiante, un fuera de serie y, cuando falleció su padre, aquél fue el bastión, el punto de apoyo de su madre. Pero, insistió, a él no le afectó ni en cuanto a celos ni en cuanto a minoración o detrimento del cariño materno.

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Gastón entendía que una mujer que había agotado su amor en aras de un fallido futuro necesitaba imperiosamente, recibir cariño, !264

afecto, calor a raudales. Y, de sus hijos, solo quedaba complacida con el que recibía de su benjamín.

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La salud de Gastón le preocupaba hasta el extremo de que en diversos momentos de intimidad le susurraba con plena convicción: “Gastón, tú y yo nos morimos juntos”. Tal era la convicción que tenía de que él se moriría antes que ella. Cuando, como ocurre con habitualidad, se le presentaba a Gastón, de súbito, una taquicardia que lo dejaba en situación angustiada y de cierta flojera a causa de la disnea, y estaban juntos, la reacción de Fina era tan ingenua como para exclamar: “¡No te mueras, Gastón, por favor, no te mueras!”

Afortunadamente, nunca hubo necesidad de acudir a cuidados médicos.

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Pero aquel convencimiento de que él debía fallecer antes que ella lo prueba el hecho de que, tras el fallecimiento de la madre y un hermano de Gastón, éste le propuso una serie de operaciones notariales que concluían en que ella, al producirse su óbito, el de él claro, no tenía que hacer ninguna operación testamentaria. Todos los bienes de Gastón se colocaron a nombre de ella. Su seguridad económica estaba garantizada en caso de que él desapareciese.

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No obstante, en cuanto había lugar, ella mantenía la retórica del “morimos juntos”. ¿Era una declaración de amor? ¿Era una reedición, como ya he dejado escrito, de la leyenda de Romeo y Julieta? No. Era una expresión del pánico que ella sentía, cuando él faltase, a la soledad. Su familia helvética, ella sabía que, empezando por su madre que le era abiertamente hostil, y sus hermanos para quienes lo único importante era el dinero y a ella le resbalaba, pues bastantes problemas le había dado, era un enjambre de avispas con los que no podía contar. Su hija mayor, según ella misma decía, sólo se interesaba por su dinero. Su hijo mayor, vivo retrato físico y anímico de su padre, era de difícil trato para ella. Y su debilidad, su hijo más joven, “buscará una mujer muy lista”. El problema podría ser que congeniase con ella. Por ello, en su fuero interno, solo la nube negra de la soledad constituía su horizonte en ciernes.

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Pese a ese temor la pareja no limitaba sus viajes, sus salidas. No hay que olvidar que, desde que la convivencia se logró, la intimidad !265

de la pareja había sufrido graves limitaciones por el respeto que siempre tuvieron hacia los hijos, y por eso sentían una lógica necesidad de intimidad. Para ello estaban esos viajes, esas salidas.

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Y por otro lado, cada tres o cuatro meses ella le decía a Gastón que le sacase un billete de avión para ir a visitar a su madre. El diálogo era reiterativo:

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- “Gastón, por favor, sácame billete para ir a visitar a mi madre”. !

- “¿Para qué día?” !

- “Para el próximo viernes”. !

- “¿Y la vuelta?” !

- “Menos de una semana, que me aburro”. !

Naturalmente, eso ocurría independientemente de que tuviesen que hacer algún viaje, porque entonces, al ir los dos, se alojaban en la casa de la madre de ella, y allí se asistía a la escena rutinaria de que, a la hora de la cena de la familia, generalmente madre, hija soltera y Fina cuando estaban allí, sobre las seis de la tarde, aparecía un hermano varón más joven que Fina, el cual se sentaba a la mesa y empezaba a comer y a hablar. Comer todo lo que hubiese: desde un tubo de mayonesa Wimss con pan, manzanas, cuanto ocupaba la mesa. Y mientras, bla, bla, bla, sin parar, sin descanso, las tres mujeres apoyadas en sus manos, musitaban un permanente “Ja, Ja, Ja”, (sí, sí, sí), él no cejaba de perorar.

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Entretanto, Gastón, que no cenaba con aquellas gentes, sobre todo por el horario, paseaba como un burro girando con la noria en torno a la mesa donde deglutía el varón y asentían las mujeres.

Gastón no entendía una sola palabra de cuanto decía el prócer glotón, pero, según él, no había nada sincero ni creíble. Cuando llegaban a su habitación él le decía a ella lo que opinaba acerca de las expresiones fraternales, lo cual a ella le procuraba, al principio, un serio disgusto porque, argumentaba, “¿cómo sabes que miente si no sabes lo que dice?” “Pues, simplemente, por cómo dice lo que dice”, !266

le respondía él. Ella no lo llegaba a entender, quizá porque no quería creer que su hermano mintiese, o quizá porque le constaba que Gastón, no sin razones, era hostil a su familia.

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Como el tiempo da y quita razones, no transcurrió mucho espacio de aquél, desde aquella anécdota y así, tras el primer viaje que hizo ella sola a su casa solariega, a su vuelta, le confesó a Gastón:

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- “Tenías razón. Mi hermano está engañando a mi madre, ella se deja engañar, él le saca dinero a ella, ella se lo da y me he enterado de que ha perdido cincuenta mil francos recientemente en una inversión que ha hecho en una sociedad en el extranjero. Él parece que está arruinado ya no es juez y nadie sabe de qué vive, pero sí sabe alguna hermana que los bancos le quieren obligar a abandonar la casa. Es terrible, pero perdona que no te haya reconocido lo que es verdad. Lo peor del caso es que está arruinando a mi madre y no quiero pensar lo que puede ocurrir si mi madre se encuentra sin dinero. Es su vida. A mí ya sabes que no me importa, porque nosotros vivimos con lo nuestro, pero ahora me da mucha pena mi madre, porque está entregada a mi hermano y este parece que ya le ha sacado más dinero.

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Gastón apuntillaba:

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- “Pero, tu madre, ¿no era muy rica? Estáis siempre diciendo que tiene mucho dinero, así que 50.000 francos no son para tirar, pero no es dinero para afectar una economía boyante como la de ella.

Además ya sabes aquello de que sarna con gusto, no pica.

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- “No seas malo. No te burles. Para ella eso es un sufrimiento terrible”.

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- “Pues regálaselos tú para que no te lo agradezca”.

- “Eso es mala leche”.

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- “La misma o menor aún que la que ella aplica contigo”. !

- “Vale, déjalo”. ! !267

- “Nunca más te diré nada. Hasta que tu hermano la haya arruinado. Entonces iremos a felicitar a los dos, a la mamá amorosa y al niño mimado”.

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Aquella historia causó un disgusto, pero Gastón estaba engallado porque de las muchas, de todas, las veces que habían ido a visitar a la familia de ella siempre había pagado él y siempre que venían a España también había tenido que pagar él.

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El hermano de Fina se había dado, incluso, el lujo grosero e impresentable de, en una ocasión, en Madrid en un restaurante, pedir gambas y más gambas, ir a devolver y retornar a comer más gambas. Ella lo sabía y Gastón no estaba dispuesto a ceder en la crítica a una familia que se había comportado fatalmente con ella, abusando de la confianza de él y tratando a los niños como subnormales. Fina sabía que él respetaba a su familia sólo por ella, pero por nadie ni por nada más. No les debía nada a ninguno. Y ella, por supuesto, lo sabía y estaba de acuerdo.

Y él sabía, sobre todo, que ella, era verdad, sentía hacia él cariño, afecto, agradecimiento, atracción y deseo, que le era fiel y leal, que hasta le admiraba en determinadas facetas, que se volcaba en las atenciones domésticas pero que, según ella decía, no podía amar. No sólo a él sino a nadie.

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De ese tema, Gastón hizo un tabú. En ningún momento, pasados los primeros días de relación, le preguntó un “me quieres” ni nunca surgió, ya no como respuesta sino como expresión un, “te quiero”.

Abundaban los agradecimientos, las efusiones, las entregas absolutas, pero no existía el amor. Porque ella no era capaz de poder renovar, recrear, rehacer, retoñar ni readquirir lo que entendió por amor. Y eso fue tan cierto como que no dejó de tener dudas y de desconfiar que lo único que pretendía él era disfrutarla y luego dejarla.

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Así, como ya dejé señalado, cuando él fue a Brasil, ella, pese a las reiteradas y extensas cartas que le dirigía, llegó a temer que no volviese. Sólo pareció quitarle las dudas el fragor de sus contactos cuando murió su padre y tuvo que pasar por el doble dolor de ir a enterrarlo y de hacerlo acompañada de su aún marido oficial. !268

Pareció como que, ya que había sufrido un tan intenso y profundo dolor, no tuvo otro bálsamo que el diario e intenso contacto con Gastón. Intuyó que había sido sólo entonces cuando ella había empezado a creer en él.

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Aún faltaban varios años para que pudiesen llegar a convivir, pero para ella esos últimos años previos a la convivencia común fueron los más fructíferos de toda su relación que, cuando falleció su padre, ya llevaba vigente y activa varios años.

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A él, si bien le reconfortaba la relación pues era fruto de un pacto, de un acuerdo, no se debe olvidar que tenía situaciones en su vida relativamente comprometidas y, por ello, en ocasiones y circunstancias le había sido infiel, pero sin poner en entredicho su relación. Si se tiene en cuenta que ella durante siete u ocho años andaba pasando sus meses de vacaciones con el marido y los hijos en lugares muy diferentes, él tuvo contactos muy intensos con alguna mujer hasta el extremo de que una de ellas, conciudadana de Fina, tras varias ocasiones de pasar tiempo juntos estaba expectante de que él la pidiese en matrimonio.

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Pero, de una parte, su compromiso con ella se lo impedía y, de otra, la fogosidad de la compañera le obligaba a frenar sus ímpetus eróticos. La relación de Gastón con Fina era rigurosamente secreta.

Solo ellos dos lo sabían, aunque muchos lo sospechasen. Pero su discreción mutua estaba salvando una relación que, de haberse descubierto, podía haber causado incalculables daños, sobre todo a ella y a sus hijos. Los niños sabían que Gastón los invitaba a tomar el apero los sábados, y la merienda los domingos, pero ellos ni sabían ni podían imaginarse lo que ocurría entre su madre y Gastón.

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Por otro lado, la novieta tenía prisa. Ella tampoco sabía del affaire Fina/Gastón y no entendía cómo, tras aquellos veranos tórridos, no avanzaba un ápice en su relación, sabiendo que era un hombre serio y formal.

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La realidad se impuso y ella se marchó disgustada y decepcionada a su país, siempre esperando una llamada o un indicio de acercamiento. Ella sabía que una gran amiga suya y también paisana, !269

que había estado en España durante algo más de un año, se prometió con su después marido en el instante de subir al avión de vuelta. Y es humano que esperase una reacción semejante. Pero no sucedió porque ni podía ni debía suceder.

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Afortunadamente, para nada trascendió tal relación en la que existía entre Fina y Gastón, que era berroqueña y aparentemente indestructible pues ella había ignorado u obviado, vaya usted a saber, la relación entre él y la desconsolada en apariencia enamorada, aunque a ella, Fina la había conocido personalmente tiempo atrás.

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No amainaron los problemas en la familia de Fina especialmente en cuanto se refería a la lasitud con que su madre acogía los caprichos, devaneos y despilfarros de su hijo predilecto. Pero, en honor de la verdad, dichos problemas no interfirieron en absoluto en las relaciones personales de Fina con Gastón.

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Cabe preguntarse qué influencia tuvieron los hijos de ella en las relaciones de la pareja. Y la respuesta es muy sencilla y ya la he dejado referida: la convivencia con los hijos de ella restó, hasta casi anularla, la intimidad de la pareja. Por eso, la pareja, tenía que recuperarla viajando, yendo a fiestas sobre todo fuera de Madrid y visitando a amigos que se habían ido a vivir fuera. Pero las relaciones de los chicos eran más fáciles, en general, con Gastón que con Fina. Ella había asumido de modo monoparental, en exclusiva, la educación de sus hijos. Al momento de la convivencia, Gastón hubo de buscarles un nuevo colegio en la nueva residencia que habían adoptado en distinto municipio que el de origen. El colegio era bueno, pero en el, intuyó Gastón, que, al igual que en todos los demás, comenzaba la ruina educativa de la juventud.

Afortunadamente, salvo situaciones puntuales no cayó ninguno de ellos en hábitos peligrosos como tabaco o alcohol ni en vicios peliagudos como la droga. Hubo mucha suerte en las relaciones sociales y en la selección de amistades, que han conservado en el tiempo.

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Ante la pérdida de intimidad de la pareja, y a pesar de la búsqueda de la misma, hube de preguntarle cómo habían reaccionado a título personal y las consecuencias entre ellos de su relación. Él procuró !270

siempre cumplir con su compromiso de un modo serio, recto y leal.

Ella procuró apoyarle, ayudarle y no complicarle los problemas que, con cierta frecuencia, ocurrían. Así, ella aportó en un par de ocasiones unas ayudas económicas de su herencia paterna que coyunturalmente afectaron a la pareja. No obstante, lo único que a ella le preocupaba hasta la angustia era la solicitud de algún préstamo que él había hecho siempre con fines de inversión, pero que ella veía con profundo temor.

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Así, se produjo un momento de opacidad en la relación entre ellos, pues él decidió ocultarle a ella la obtención de determinados préstamos que fueron muy convenientes para efectuar diversas inversiones. Tales silencios no afectaron a la lealtad, fidelidad y confianza de la pareja, pues ella veía que no se trataba de ninguna dedicación extrafamiliar o perjudicial para los intereses comunes. Se trataba de un no querer saber algo de lo que participaba en conversaciones, proyectos y previsiones. Pero hacía como si no quisiese saber nada.

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Cabría preguntarse si con el paso del tiempo pudiese haber crecido el amor de ella hacia él o, al menos, una intensificación del afecto que siempre había sentido hacia el, desde antes de su relación personal.

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He repetido hasta la saciedad que, en realidad, ella, amar, amar, nunca pudo llegar a amarle. Sí pudo y lo afirmó con reiteración, e incluso se podía decir que lo había demostrado, haberle admirado.

Pero como se admira, no como se adora, a un icono. Se preocupaba por su salud, por su alimentación, por su atuendo, por su trabajo.

Sufría cuando lo veía angustiado por problemas económicos o profesionales.

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Hubo algunos momentos en que lo acompañó a reuniones profesionales multitudinarias y presenció discusiones violentas e incendiarias en las que él había tenido actuación estelar. Viendo el tono subido del debate, y que una mayoría estaba en contra de las tesis minoritarias que defendía Gastón, cuando concluyó el debate, al volver a casa, llegó a decirle: “La próxima vez manda uno de tus colaboradores, porque tu aquí no vuelves”. !271

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Así de contundente era cuando veía que peligraba la normalidad de desarrollo de la labor profesional de Gastón dentro o fuera de su medio natural. ¿Eso significaba que lo quería?

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Lo que se deducía de eso era que ella asumía una labor protectora, tanto por instinto de conservación como por gratitud, afecto, lealtad y fidelidad, porque si en momentos de éxtasis nunca pronunció una expresión amorosa, ni respondió a ningún requerimiento dirigido en tal sentido, difícil se hacía admitir la premisa como norma general de desarrollo vital.

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Ella, en ocasiones, llevaba de la mano al planteamiento de una hipótesis: ¿Podría considerarse como un contrasentido en una mujer sana y honesta, como un adulterio mental, entregarse en cuerpo y alma a un hombre sin amarlo? En realidad no en ella. Ella no era Marguerite Gautier. Ella era una mujer casta y honrada. Ella no había tenido relación con ningún hombre desde que engendró a su último hijo.

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Habían pasado algunos años y todo ocurrió del modo más inopinado. Si no se produjese la circunstancia que dio origen al idilio éste no se hubiese producido y ella hubiese continuado enrollada en un cinturón no sólo de castidad, sino, también, de insociabilidad. No tuvo que retorcer en absoluto la conciencia para convencerse de la defunción de su matrimonio, porque hacía muchos años que no es que se hubiese acabado, sino que nunca había existido.

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Al nuevo compañero lo había conocido mucho más tiempo que a su propio marido. Y si el noviazgo primero había estado exento de lujuria y sexualidad lo mismo había ocurrido con el segundo, con la diferencia de que el conocimiento, en cada caso, había sido mucho más intenso. Y con una gran diferencia: en el primer caso, surgió la sorpresa la noche de bodas, cuando se desenmascaró el engañador marido. Ahora no iba a haber sorpresa ninguna, porque el acuerdo no llevaba como premisa básica el campo sexual. Podría surgir, llegado el caso, si había lugar en el momento en que se produjese, cuando se produjese y si se producía. Porque solo se había tratado de un pacto de ayuda, de apoyo, de crear un eficiente baluarte, una !272

trinchera que amparase a un grupo familiar constituido, ya formado y que buscaba una potencialidad que, de súbito, había desaparecido.

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Y, constituida esa agrupación, con una afinidad intelectual y, en cierto modo, afectiva dotada de un atractivo mutuo innegable, y observando todas las normas mínimas exigibles en cuanto a educación, respeto y confianza, se llega a una entrega incondicional, fundada en la lealtad, la fidelidad y la discreción. El idilio basal, no formal, que emanaría de un amor profundo, confesado y mantenido, se conservó sin aquel fundamental principio a base de comprensión, renuncias, haciendo de la convivencia pacífica el pilar básico, la peana necesaria para la supervivencia de la pareja y del clan familiar.

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- ¿Es creíble que no hubiese por parte de ella ni una pizca de amor a lo largo de tantos años de convivencia? Yo, aunque he dicho que, según ella, no, no lo podría ni afirmar ni negar, porque la conducta que observó ella con él, en cuanto yo supe y pude conocer, no difería mucho de la que se podía encontrar en las relaciones de parejas a la sazón calificadas y tenidas por normales.

Incluso públicamente, los gestos más ostensibles entre ellos se asemejaban más a lo que se entendía como parejas enamoradas que a una pareja que “oficialmente” se llevaba muy bien, pero entre la que no había amor. No porque hubiese muerto o desaparecido, sino porque no había nacido.

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Ciertamente, la oferta no fue equilibrada. Fina llegó a la nueva situación tras una dramática experiencia y con unas secuelas no sólo anímicas, sino físicas también, que Gastón asumió, pero no aportó.

Si la postura inicial de él fue, inevitablemente, consecuencia de una inesperada forma de acaecer los eventos, del sí vale, pero ¿cómo?, hay que entender que, independientemente del posible atractivo que ella hubiese ejercido sobre él, que resultó ser innegable pero que ni se había ya no manifestado sino indiciado siquiera, la aceptación de la propuesta o solicitud que ella le efectuó, también súbitamente pues no la tenía preparada, hubo de ser entendida sobre la base de sentimientos de pena, piedad, cariño y, probablemente, un cuanto de resignación. Siendo así el futuro de aquella pretendida futura convivencia no se puede decir que fuese excesivamente promisorio.

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Para cualquier observador y conocedor de la pareja, es incuestionable que tuvo que forjarse la construcción de aquella entente a fuerza de renuncias, transacciones, cesiones, comprensión, confianza, lealtad, sinceridad y, sobre todo, una paulatina sustitución por parte de ella de su proverbial desconfianza a una llamémosle fe y, sobre todo, una plena seguridad en que Gastón no le mentía nunca aunque sabía que, por no disgustarla, le ocultaba algunos asuntos de orden material pese a lo que su acercamiento, apoyo y entrega a él fueron incrementándose día a día hasta convertirse en su alimento no sólo espiritual, sino físico.

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Hubiese pues, o no, amor, lo que no se puede negar es que hubo una plena y total atracción física y mental, anímica y ética, entre ambos durante toda su vivencia.

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Y así, mientras ella procuraba que la salud de él no sufriese quebranto alguno por causa de excesos -entiéndase limitaciones en comidas y alcohol-, él procuraba que ella disfrutase de los goces vitales con la mayor prolijidad posible. De ahí los viajes, fiestas, etc.

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Estaban tan encantados de encontrarse tan bien compenetrados que no daban sensación de la menor asintonía.

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El punto crucial era que ella mantenía viva su eterna letanía: “Gastón, tú y yo nos morimos juntos”.

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Y con esta cantinela, premonición de lo que se presuponía que la ley natural iba a decidir el deceso de él con anterioridad al de ella, que dejaba en el aire la respuesta al órdago del viaje en compañía, surge una ocasión en la que, con motivo de una velada acaecida durante el Congreso Judío de Zamora, muy pocos meses después de la estancia en Anzère, Gastón y yo departíamos distendidamente de diversas banalidades cuando él me aborda con una confidencia.

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- “Ya te he comentado en varias ocasiones Samuel que no soy en absoluto supersticioso, ni ando en teorías esotéricas, no creo en sueños ni en augures, no creo en videntes, ni en tarots, ni en astrología o sortilegios, ni leo nunca los signos del Zodíaco. Pero tuve un sueño, una pesadilla que me ha dejado hecho polvo. Me !274

da cierto reparo contártela, pero así me desahogo, pues no se lo he dicho a nadie y, por razones obvias, no me haría feliz su divulgación. Sabes muy bien que la relación de Fina conmigo y viceversa carece de aristas, esquirlas o zancadillas. Que su salud es buena y no veo en ella síntoma alguno de ponzoña que me haga temer nada y menos a corto plazo. La relación con los jóvenes es normal y, aunque el mayor anda ennoviándose con facilona habitualidad, ella se ve amadrinando las bodas filiales. Insisto: afortunadamente, no barrunto problemas. La pasada Semana Santa fuimos, como hacemos todos los años, a Montegrotto Terme, a Italia, en la provincia de Padova, donde la madre de Fina acude desde hace más de veinte años. Allí se dedican a hacer SPA, aunque yo, por la temperatura del agua, (38º) no utilizo la piscina sino solo el masaje, ya convencional, ya con el sistema oriental que llaman “shiatshu”, que es un simple masaje desestresante.

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- “Bien, pero ¿cuál es la cuestión?”, le interrumpí

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- “Pues bien: allí, como estábamos todos, es decir, los chicos, amigos, etc., Fina acompaña a su madre en la habitación y yo, por eso, duermo solo. Una mañana, no recuerdo si fue el martes o el miércoles - porque son los únicos días en que puedes viajar con alguna flexibilidad durante esa semana-, a la hora del desayuno- en la que normalmente coincidíamos-, me dice Fina en un aparte”:

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- “En cuanto acabemos de comer, nos vamos tú y yo solos. Te necesito. No digas nada”.

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- “Ignorando cualquier razón, lo que sí recordaba era que cuando recogimos a su madre en Suiza, esta no perdió ocasión de malmeterse con su hija y yo, en lo que me enteraba, ya le había hecho frente. Por tanto, tal conducta no era inhabitual. El caso fue que, tras la comida, fuimos al Bar a preparar la manzanilla con anís de la abuela y entonces Fina les manifestó a los concurrentes: “Gastón y yo tenemos que irnos, porque nos ha surgido un compromiso”. Salimos y nos fuimos al coche.

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- “Me tienes intrigado, caray”, le volví a interrumpir. !

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- “Durante el corto trayecto de salida del hotel, -siguió Gastón-, ya comencé a preguntarle: “¿Qué pasa?”, “¿A dónde vamos?” “¿Por qué?” “Por favor, no me preguntes nada”, respondió ella. “¿No puedes entender simplemente que es que necesito estar contigo?

Mi madre me hace la vida imposible. Es insoportable. Parece que me odia. Vamos a pasar la tarde juntos. A Venecia no, porque por Venecia me gusta pasear y hoy necesito estar contigo”. Entonces acordamos ir a Bolonia. No era la primera vez. Al Gran Hotel Elite, en la salida para Módena, con lo cual nos evitábamos entrar en la ciudad. A lo largo del viaje, ella le fue comentando a él que, aunque habían transcurrido más de quince años, de repente había sentido semejantes sensaciones a las que la llevaban al piso de Alcobendas antes de convivir. Pero no sabía por qué le había surgido la necesidad. “Será, quizá, dijo, un síntoma de que está ahí la menopausia”. Era simplemente un síntoma de que lo necesitaba a él; de que su madre, indispensable en su vida, le resultaba en ocasiones insoportable, inaguantable. Y todo porque no la había aceptado como su mentora. No la había obedecido. Era una chica rebelde. El caso fue que el encuentro había resultado perfecto.

Como en los mejores tiempos. Una entrega mutua total, sin restricciones, sin el menor recelo o temor. Parecía realmente que hubiera que resolver una necesidad insoslayable. Y debió de resolverse”.

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Cuando el cuerpo de ella quedó superpuesto al de él sobre su hemitorax izquierdo restó inerte presa de un profundo sueño. El, quizá por lo desusado de la hora, en lugar de mantenerse vigilante como era habitual, mientras ella dormía, se quedó sumido en un intenso sopor sin que la levedad del peso de ella hiciese la menor mella en la bruma de su ensoñación.

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Y fue ahí, en esa anómala dormición de un lapso de una hora escasa, cuando vivió la pesadilla de que me había hablado y que, más o menos, consistió en lo siguiente que me narró:

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- “Amigo Samuel, me sentí como San Juan en la Isla de Patmos pero, en vez de escribirlo, viviendo el Apocalipsis. Yo no sé si se me aparecieron uno, dos, tres o los cuatro jinetes, pero aquellas dantescas visiones conmocionaron y perturbaron totalmente mi !276

ánimo. Vi, como inicio, que aparecía una gravísima enfermedad en un bronquio de Fina, y que en un breve lapso de tiempo, la devoraba. Yo sentí que vivía lo dramático que resultaba tener que demostrar tu entrega a una mujer cuando ves que se le va la vida y, que te quedas solo, así como la intensidad de mi relación con ella cuando veía que la devoraba su mal”.

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Era realmente patético y conmovedor oírle contar a Gastón como había “visto” los últimos momentos de la vida de Fina.

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- “Para mí, comentaba Gastón, se estaba proyectando un filme en el que se sucedían escenas inesperadas e insospechadas, en las que iba contemplando atónito lo que iba acaeciendo. Mi despertar debió de ser tan brusco que ella, sobresaltada, me preguntó:

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- “¿Qué te pasa que el corazón se te sale del pecho?” !

- “Nada, solo una pesadilla. Pero duerme, que aún nos queda media hora.”

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- “Encantada. Estoy en la gloria. Ciao”. !

Cuando nos levantamos y tras de pasar por el cuarto de bañociertamente impresionante-, tomamos el coche para volver, y ella entonces me preguntó:

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- “¿No vas muy cansado para conducir ahora?”

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- “No, no, -le respondí-, mal será que no lleguemos bien a tiempo de cenar”.

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- “Pues yo, en cambio, estoy tan agotada que voy a seguir durmiendo. Pero estoy muy contenta. Llevo vitaminas para unas semanas”.

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- “Ya sabes, le dijo él, que esas vitaminas son, probablemente, estériles”.

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- “Si tú lo crees, vale. A nosotros ahora, si fuese cierto, nos viene muy bien, y lo importante es que funcionan y cumplen nuestros objetivos”.

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Gastón, que prefirió no seguir dándole vueltas a la madeja, fue todo el viaje rumiando el angustioso sueño. Y menos mal que ella dormía y no lo hizo cantar, que maldita gana tenía. Ella aparentaba tan sana, tan lozana, tan querendona, que era inimaginable lo soñado. La solución, por el momento, era seguir disfrutando de ella, de aquella vitalidad que desprendía y tiempo al tiempo. ¿Qué iría a ocurrir en el momento supremo de irse juntos?

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De momento, Gastón pensó que toda su vida, profesión aparte, sólo le exigía la respuesta a una interrogante: ¿Había sido fiel cumplidor de las obligaciones derivadas del acuerdo contraído con Fina en 1967 y desarrollado y aumentado a sus hijos y otras actividades a lo largo de los años de relación?

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Y la respuesta a dicha pregunta la iría dando la propia vida, el futuro para el cual él la veía a ella más preparada y suficiente, lo que lo conducía a la simplicísima conclusión de que desde el inesperado momento en que se produjo la conjunción de dos personas, sin pasiones, deseos o ansias ocultas o patentes inicialmente, sus compromisos constituyeron el epicentro de su vida respecto a ella y a sus hijos, y en los años que llevaban comprometidos todos sus actos y conductas fueron dirigidos y condicionados siempre, como debía decir la canción, “por el amor a una mujer”. Por ella. Y ella lo sabía.

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MODESTO

La vida de Modesto quedó descrita meridianamente durante la charla que, en Ginebra, tuvimos Fina, Gastón y yo. Como conclusión del análisis de una vida tan peculiar, podría afirmar que la infancia y la niñez de Modesto habían sido mucho más semejantes a las de Fina que a las de Gastón, a pesar de la vecindad inmediata de ellos dos y la diferencia de edad entre Modesto y Fina. En cambio, por esas mismas razones, la proximidad de Totó y Modesto era bastante lineal, ya que ambos eran prácticamente coetáneos.

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De los seis vástagos, que habían sido fruto del matrimonio de sus padres, solo Modesto permaneció soltero, lo cual no fue óbice para que se relacionase fabulosamente con todos los demás hermanos, y viviese alojado en la casa familiar hasta que se casó el último de ellos, ya fallecido su progenitor.

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Aquella vida rústica, campestre y natural, facilitó contactos con chicas de la zona y limítrofes, generalmente en las fiestas populares que se celebraban en los veranos, prácticamente cada semana, en alguna de las aldeas de alrededor. Naturalmente, la preparación entonces cuasi escolástica, le permitía acceder a chicas cultivadas cuales las maestras o señoritas de pueblos, villas y ciudades de más entidad.

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Hizo su servicio militar en Galicia y, acabado el campamento, se avecindó en la capital gallega de entonces y allí, si bien se alojaba y disfrutaba de la acogida de una tía suya a efectos, sobre todo, de mesa, manteles y habitación, pudo extender su campo de actividad del medio rural al urbano.

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Adaptado a todo terreno fue preparando su desembarco en la capital de su provincia natal y, como ya he señalado, casados sus !279

restantes hermanos y situados en la ciudad, abandonó la casa paterna primero, su propio “lugar” de origen después, y se trasladó comenzando su actividad con la adquisición, junto con otros hermanos, de un solar que, aportado a un constructor, le facilitó el piso donde se fue a residir. Se hizo cargo, casi simultáneamente, a medias con otro hermano, del traspaso de un bar en un lugar estratégico del casco urbano y allí, trabajando poco, siempre al tener personal asalariado, entretenía sus horas entre partidas y relaciones sociales. En definitiva, trasladó su actividad rural a la urbana ya de modo definitivo.

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En la ciudad pudo asentar tanto su vida social como sentimental. !

La social la desarrollaba habitualmente en el bar, donde pasaba muchas horas, si bien allí concertaba sus comidas y sus cenas en lugares específicamente elegidos con los amigos, ya que sus juntanzas eran mayoritariamente ágapes de peñas o conjuntos de allegados con fines lúdico-gastronómicos. Para él, lo lúdico se reducía al dominó y las cartas. Pero no participaba nunca de las timbas que, en la trastienda de su bar, a altas horas de la madrugada, se desarrollaban casi siempre al Baccarrat. Aquellas juntanzas le proporcionaban muchas y variadas relaciones con personajes variopintos, tanto de la política como, sobre todo, del comercio sin olvidar a los numerosos contactos profesionales que constituían la mayor parte de la clientela de su negocio.

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Pese a ello, el negocio sirvió más para producir contactos sociales que para obtener plusvalías o beneficios, pues sus salidas, viajes, comidas fuera, etc., le obligaban a dejar muy abandonado el bar, y así fue decayendo en manos de empleados, sin control de caja ni de las máquinas tragaperras, y, de las sustanciosas sumas recaudadas, se pasó al reparto con el encargado y concluyó con el cierre por pérdidas insalvables, pues resultaba previsible que, los encargados primero y los camareros después, fuesen quienes realmente hacían caja.

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Si tenemos en cuenta que, con cincuenta años, es decir, menos de cuatro años antes de ir a Anzère, tuvo la fortuna de ser agraciado con el gordo de la Lotería de Navidad, lo que le ayudó a adquirir por !280

mitad y proindiviso con un concuñado, un hermoso chalet en una playa de las afueras de la ciudad herculina, un edificio de veintitantas camas con su piscina, etc., y que dicha edificación sólo se mantuvo dos años, porque tras una natural inundación, en lugar de ponerse a reparar el inmueble, decidieron proceder a su venta, eso sí, por el precio doble del de coste, por lo que llegamos a la conclusión de que, naturalmente, hay que poner en consonancia su conducta con el bar con el paulatino abandono de sus propiedades urbanas y rurales.

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Venimos observando cómo Modesto es hombre de actividades varias, pero lentísimo en la toma de decisiones y, más que lento, indeciso, dubitativo, poco dado al consejo, menos dado a tocar palillos que pudieran mejorar los resultados de sus actividades y, como trasfondo de todo ello, se aprecia en él un aire de abandono, de lenidad, de dejadez, de laxitud….. Esa expresión de cierta reiteración que él utiliza: ¡Bah!, es de un enorme sintomático.

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No obstante, este hombre de natural amable, atento, alegre, simpático, natural, este hombre que no aparenta poseer necesidades, que es permeable y adaptable a cualquier situación, que acepta cualquier sugerencia en cuestiones de grupo, que está siempre dispuesto a plegarse a voluntades ajenas en un alarde de convivencia y de generosidad, plantea el concepto filosófico de qué es lo que realmente le define: la dejadez o la complacencia.

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De nuestras conversaciones acerca del personaje, deduje que Gastón lo distingue con un gran afecto. Puedo afirmar que lo quiere.

Fina lo quiere igualmente, pues no en vano lo considera su compañero de viaje.

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Y aquí es donde surge la duda: el cariño que ambos le profesan y con el que le distinguen, ¿es consecuencia o producto de un dejado, un abúlico, o porque es una persona que positivamente se hace querer? En honor a la verdad, esta interrogante es algo que yo nunca les he planteado a los interesados. Pero, de la reflexión y de la observación, he llegado a diversas conclusiones que trataré de simplificar.

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Modesto es lo que en el lenguaje coloquial se tilda de una buena persona. Es un buen hombre. Pero, a efectos propios, es decir, en cuanto atañe a sus intereses personales, carece de ambiciones. Se satisface y contenta con lo que tiene. La cuestión es que su patrimonio rural pierde valor, porque los inmuebles precisan reparaciones, ya que el deterioro que sufren por el clima, y la desatención, los convierten en absolutamente inservibles para habitarlos y, en breve lapso de tiempo acaban destruidos, literalmente deshechos.

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El arbolado, la arboleda, al no limpiar los campos, propicia los incendios y la consiguiente pérdida de valor, no solo por el daño emergente que se resta al precio de la madera, sino por el lucro cesante que acarrea una espera de entre quince y veinte años para disponer de repoblaciones, valga la redundancia, “maderables”. Los prados, pastizales y monte bajo, si no hay una mano que los mantenga en ortodoxa producción, acaban, como los bosques, convertidos en selvas inaprovechables.

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El bar, si no se le dedican horas vigilando las cajas, el material vendido, las máquinas tragaperras, acaba siendo un negocio ruinoso.

Saber o imaginar que los empleados después de cerrar el negocio se dedican a abrir las máquinas tragaperras, acaba creando un clima de desconfianza en los jugadores y abandonan el lugar. Por añadidura, no se ha efectuado inversión ni mejora en un negocio durante décadas, y eso abonando una ridícula merced.

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Es en ese campo donde, incomprensiblemente, se observa una conducta como si tratase de no contaminarse con esas actividades, como si no le importase un bledo ganar o perder dinero; era la antiambición. Y eso que el bar era un negocio a medias entre Modesto y su hermano mayor, y prueba de ello es que, al parecer, había dado beneficios suficientes para que los sobrinos de Modesto pudiesen haberlos aprovechado.

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En cambio, el hombre que alterna en sociedad está siempre pronto y presto al pago de una invitación; a la compra de un regalo o un detalle. Es cierto que no es un pródigo ni un manirroto, pero, !282

dentro de sus posibilidades, es lo más lejano a la racanería o la tacañez.

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Sobresale netamente en simpatía. La risa sana y el chiste de todo tipo están en constante afloración. Su jocundia tiene múltiples y variadas fuentes: las vivencias personales importantísimas y muy variadas, con una riqueza de anécdotas de personas que conoció de modo directo conviven y se mezclan con los chistes más procaces o las charadas más inocentes. Todos ellos, absolutamente todos, gozan de su agradecida carcajada que, aún por encima, alcanza el grado superlativo de contagiosa.

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Creo estar definiendo de modo bastante exacto la personalidad, si doble, muy característica de Modesto. Otra cosa es lo banal. Si está en su medio habitual y tiene una cita concertada con un tercero, pero se encuentra dialogando con unos amigos, el tercero puede tener que esperar de modo intemporal, porque Modesto, víctima de su mundo, está actuando exactamente igual que sus contertulios; bajo la disculpa de que no hay prisa el reloj sigue su cadenciosa marcha sin que altere la situación existente. Luego viene la disculpa y, entre que es festiva y viene carente de la menor mala fe, nunca da lugar a que se plantee una situación de catarsis. Va a seguir siendo así.

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Si está fuera de su medio habitual, por ejemplo, de viaje, caben muchas opciones: si tras el desayuno resta un lapso de cierta dimensión libre de tiempo, como una o dos horas, lo previsible es que no sea puntual. “¿Por qué?” “Pues porque me he quedado dormido viendo la TV”. Si, en cambio, lo que queda libre es la tarde cuenta con que habrá dormido una siesta, habrá salido a dar un paseo largo, pero será el primero que acuda al punto de encuentro.

No se trata de decir alegremente que es un modo de proceder que rompe los esquemas. No. Cada momento tiene su afán, y esa partitura él la interpreta no sólo de modo libre, sino de modo original en cada momento. Es un virtuoso de la dedicación temporal.

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Carece de vicios. Es cierto que fuma. Pero es un decir que fuma.

Quema tabaco. Y hoy te consume tres paquetes de cigarrillos de los !283

que da tantos o más de los que él quema e, incluso, consume un puro, Habano o Farias y después pasa ocho, diez, quince días o un mes sin probar un solo cigarrillo.

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No es, pues, un hombre vicioso. De joven, al parecer, ha sido buen bebedor. Entonces y ahora, buen comedor. Pero no ha sido bebedor habitual de productos alcohólicos de alquitara salvo las gotas de orujo en el café. Su bebida habitual ha sido siempre el vino; sobre todo, el tinto y con mayor delectación el Rioja o el Ribera, que el Mencía u otro gallego de cualquier zona de que se tratase.

Si un día se encuentra frente a una ruleta arriesga una suma mínima. Y en este juego, o en cualquier otro en el que quepa elección, siempre preferirá el 6 ya como número exclusivo ya como terminación en la Lotería Nacional de España. Pero no es masón.

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Actúa de modo religioso cumpliendo, cuando se encuentra en su medio, con el precepto dominical, siguiendo las enseñanzas familiares de su niñez. Realmente, no es mísero, ni misero. Pero cuando oye a Gastón criticar algún tema de tipo religioso rehuye expresamente cualquier implicación en la conversación.

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Disfruta, de modo ostentoso, de la familia si bien, respecto a ellos, cae en el problemático dilema del abandono o el desinterés. No hay forma de conseguir que haga testamento. No se trata de imponer ningún criterio. Se le respeta y valora su libertad. Pero ¡bah!, ahí queda todo. Todo le da igual. Excepto en temas de religión, en los que no sabe, no contesta.

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Por fin, los problemas serios que ha tenido y sufrido Modesto, y que hoy le preocupan “in actu” y en el recuerdo, han sido las mujeres, y hoy lo es, aunque lo oculta púdicamente, su economía vital.

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Modesto ha sido un verdadero Casanova a lo largo de su vida.

Pero Casanova como conquistador más que como rematador. Una de las dudas más profundas que planteó entre sus círculos más próximos fue la de que cómo era posible que un hombre con tanto atractivo para con las mujeres, tan exitoso probablemente por su simpatía y su buen hacer y bien quedar no hubiese llegado a formar !284

una pareja estable con ninguna de las numerosas mujeres con que se relacionó y con muchas o, al menos, alguna de las cuales, llegó a tener relaciones íntimas.

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Y, a la vista de los resultados prácticos, surge nuevamente la duda: ¿tuvo que ver en el mantenimiento de su contumaz soltería su carácter dubitativo o, aparte determinadas posibles negativas de alguna candidata puntual, había otras causas? De diversas conversaciones distendidas que con él llegué a mantener, claro está que sin profundizar ni pretender que él se sincerase, llegué a la conclusión potencialmente errónea, pero con cierto fundamento, de que no era un hombre tímido o pacato, sino un ser de reacciones normales y de sustanciosa labia con las mujeres, incluso más incisivo de lo habitual, tanto en propuestas como en expresiones que, si bien es cierto que en la mayor parte de los casos constituyen brindis al sol, en más de una ocasión eran susceptibles de producir efectos positivos.

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Podía, por tanto, enamorar a determinadas mujeres, cortejarlas, salir con ellas, bailar, llevarlas a la playa y, en alguna ocasión, incluso, situarse en el trance supremo con plena aquiescencia de ellas.

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Y la primera vez, incluso la segunda, la cosa fue objeto de chanza pero cuando a la tercera y sucesivas veces sucedió el evento, la cuestión empezó a ser preocupante, tanto para él como para la partenaire del momento. Y el evento consistía en que mientras los inicios eran normales, los escarceos subían, entre otras cosas, la adrenalina y, de súbito, en cuanto se iba acentuando la presión iniciática provenía la descarga de testosterona imparable, copiosa y que provocaba el correspondiente desinfle del globo tan trabajosamente hinchado.

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Es verdad que no ocurrió siempre así, pero es indudable que una sucesión bastante numerosa de ocasiones fallidas provocó una insensible pero categórica sensación de inseguridad y limitación en la profundización de las relaciones de pareja. Esto suponía más que un dilema: no se profundizaba en la relación de pareja por temor al fallo o era este miedo a enfrentarse con la realidad cotidiana el que !285

ralentizaba el avance de tal relación. La cuestión no era baladí ni ofrecía idéntico planteamiento.

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En efecto: Si no profundizaba en la relación de la pareja por temor al bloqueo que en realidad, no lo era sino simplemente una eyaculación precoz, fue porque dudaba de su capacidad de reacción.

Realmente estaba dando pábulo a la idea que de él podía tenerse de que era como inmaduro, dejado, timorato bajo una imagen de conquistador. Pero ello no implicaba que eludiese profundizar en la relación de pareja independientemente de su deficiencia psicológica más que orgánica porque, simplemente, lo que él no quería, en modo alguno, era asumir compromisos u obligaciones.

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En una época en que valoraba su libertad sexual como un preciado bien, y en casos en que si bien es cierto que padecía el síndrome manifestado, él sabía que si disponía de tiempo para establecerse íntimamente con una mujer, salvado el primer bache, aunque sus relaciones se concretaban en situaciones muy rápidas, en general, no excesivamente satisfactorias para ellas, podía llegar a completar alguna. No se podía decir, en absoluto, que todas las mujeres con las que pudo consumar su deficiencia estuviesen o hubiesen quedado totalmente encantadas o absolutamente desencantadas.

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Tampoco se puede desconocer que las circunstancias de la época no avalaban prolongados contactos sexuales, pues era habitual que el varón fuese a desahogar su instinto y la hembra se quedase a media ración. Pero, como cada sujeto es un mundo, no se puede achacar su soltería ni a temor a fallos ni a abandono femenino.

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La impresión que venía dando era que su meta era simplemente el contacto carnal, con la esperanza de obtener su resultado aun a costa de fallidos intentos. Así, era frecuente oírle citar, como excepcional, un inolvidable pasaje en el que disfrutó de grandes evocaciones en una ocasión en que pudo encontrarse con una joven dentro de su coche en situación de nuda con nudo. La especial coyuntura de la desnudez dio el juego suficiente para poder superar las posiblemente iniciales soflamas brindadas al sol con reconfortantes copulaciones. Estas escasas situaciones llenaban de !286

satisfacción tanto la libido como el ego del interfecto, pues habían sido, concretamente la citada, precedidas por situaciones insospechadas que engrandecían la autoestima de Modesto. Dicha joven era la que iba a dormir con él mientras su novio lo hacía solo en el hotel.

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Aquella aventura, que duró unos días tuvo su epílogo con la anécdota ya narrada del contacto “a poil” en el coche, aprovechando que el novio había tenido que salir urgentemente de viaje, y no había tenido posibilidad de esperar al día de vuelta previsto.

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Es obvio que la coyuntura no ofrecía visos de continuidad ni de fijeza. Fue una aventura intranscendente, aunque la amistad de ambos amantes perdure en la actualidad, sin que hubiese sido alterada ni por el matrimonio de ella o su doble maternidad, ni siquiera por su separación, de la que tuvo su parte de influencia la gravísima enfermedad del marido de ella. Los antiguos amantes se ven de cuando en cuando, tienen sus cuitas pero, verdaderamente, las ocasiones han quedado relegadas al armario de los recuerdos.

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La epopeya narrada fue, no obstante, un oasis en el desierto. La vida cotidiana se ceñía al bar y, descontando fiestas y verbenas, que eran habituales, ciertamente sobre todo entre el quince de mayo y el quince de septiembre, en las que, si bien es cierto que se bailaba y bromeaba con las chicas, la mayor parte del tiempo se pasaba el horario festivo bebiendo.

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También es de destacar que entre los varones -las chicas entonces, fuera de un vermut era escasamente significativo, como simbólico, que tomasen alcohol-, el consumo de productos destilados era habitual y, además, en cantidades astronómicas.

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De los alardes de juventud en los que no de modo aislado se libaban por un solo consumidor treinta cubas libres de ron con escasas dosis de gin y de Coca-cola, había quien, durante las comidas, en botellas de agua mineral, despachaban orujo y, como más común, después de intensas dosis de vino durante el ágape, al llegar a los postres y cafés, decidieron dedicarse al consumo masivo de cava catalán. Era impresionante comprobar cómo, tras el !287

almuerzo y durante toda la tarde hasta la hora de cenar, cada uno de los asistentes se aliviaba con una media de ocho botellas per cápita.

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Pero después de otra copiosa cena se reanudaba la tarea, y aunque disminuyendo la dosis media per cápita, otras cuatro o cinco botellas de cava, se cerraba la aduana del alcohol hasta cualquier día o hasta el día siguiente. En estas bacanales Modesto, sin dejar de degustar una o dos copas de cava, siempre con moderación, alternaba con los libadores consumiendo, normalmente, vino tinto.

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Comentando una de esas bacanales aludía Modesto a una ocasión en la que, durante las fiestas de su pueblo, había traído Gastón como invitado a un buen amigo capitalino, tipo simpático, alegre y campechano pero con un serio lastre: había sufrido un aneurisma de aorta del que salió vivo gracias a haber viajado a Houston donde lo operaron y, aunque lo devolvieron “recauchutado”, volvió resucitado y apto para hacer vida normal pero, claro está, sin excesos.

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Pues bien: uno de aquellos días de fiesta habían estado invitados no sólo los autóctonos, sino también otros foráneos en casa de un prócer del pueblo, el cual, junto con otros cinco o seis más, formaba el equipo básico consumidor del cava.

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Fina y Gastón hubieron de abandonar la soirée para acercar a otro asistente al avión, pues tenía que retornar a su destino pero, antes de salir, advirtieron una vez más al operado que ni se le ocurriese intentar emular ni imitar a los llevadores, porque preveían lo que podía ocurrir. A las tres horas aproximadamente de la partida, embarcado el invitado camino de su destino, retornaron los transportistas a la mansión de la fiesta y, al llegar, en las escaleras de la entrada que daban acceso al inmueble encontraron al inefable operado sentado, la cabeza entre las manos y como muy deteriorado.

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- “José Luis, ¿qué te pasa, qué has hecho?”

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- “Pues es que me siento muy mal, como hinchado, como que me fuese a estallar el estómago”.

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- “Pero insensato, ¿cuánto bebiste?”

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- “No, poco, unas pocas copas. Pero ya llevo aquí un buen rato y siguen cayendo botellas vacías. Hace poco conté cuarenta y ocho”.

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Una voz desde arriba avisó: !

- “¿Queréis tomar una sopita? !

Modesto seguía ingiriendo, módicamente, su copita de Viña Igay del 70, mientras Fina le susurraba a Gastón:

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- “Vamos a probar esa sopita y nos vamos a dormir”.

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A las tres o cuatro de la madrugada, después que la Guardia Civil cerrase la fiesta, se iban los pernoctadores a tomar las sopas de ajo a una casa dedicada al tema, para desactivar los efluvios del alcohol y, una vez cumplido tan grato trámite, tomaba su coche y recorría los treinta y cinco kilómetros que lo separaban de su domicilio.

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- “Y si me entra el sueño, me meto por un camino con el coche, duermo un rato y sigo viaje”.

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Esta operación del retorno nocturno era ya casi institucional en Modesto. Como indicaba anteriormente, entre mayo y septiembre, es decir, entre los Milagros y la Guadalupe, extensivas al Pilar, San Froilán y las San Lucas, eran campo abonado para aproximarse a las mozas y para degustar los caldos asumibles.

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Durante todos estos años Modesto disfrutó de una envidiable salud. No pasaba de un resfriado, una pequeña gripe o una ligera enterocolitis.

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Nada significativo. Su salud era de hierro. Él confesaba que se encontraba en plenitud de facultades. Fiestas, juergas, comidas, vinos y, aunque menos, escarceos escasos pero intensos. El drama que le había acompañado toda su vida de las explosiones efímeras, y que no arregló ni puso en vías de arreglo no sabemos si por abandono o !289

por timoratez, se iba apagando a media que la necesidad fue menos acuciante.

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Una vez más, Modesto ofrecía su eterna dicotomía: si era un abandonado en su vida o simplemente era un ser de carácter débil, tímido, apocado, timorato que, precisamente por ello, sufría trastornos emocionales o eran estos trastornos emocionales e incluso con alguna trascendencia fisiológica los que le configuraron el carácter que le caracterizaba fuera cual fuese su adjetivación.

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Caracterizado, por todo lo expuesto, como hombre jovial, encantador, cariñoso, nada vanidoso ni soberbio, ni altivo, ni petulante, dejó poso como persona dada a la chanza, al chiste y a la risa fácil, pero franca, aunque especialmente inclinado a los gracejos gruesos, de calado. No tenía cabida para él el chiste ligero blanco.

No. Era el chiste “fácil y grosero”. Era la carcajada fácil. Era una forma de ver la vida. Pero exitosa, porque el sistema ofreció frutos óptimos, logró conquistas y fugaces éxitos. Dio, en fin, muchos años de vida fácil, alegre y despreocupada. Fue, en paralelo, un tanto la fábula de la cigarra. Económicamente, es verdad que no hubo excesos, por lo que la vejez, aunque modesta, aparentaba estar técnicamente asegurada.

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Pero, como en todas las cosas de la vida, cuando, como al pastor del cuento, “le robaron el muelle”, la fiesta se quedó sin instrumento y así fue menos fiesta, es decir, que lo que antes se identificaba como “del dicho al hecho” se quedó entonces en “con el dicho basta”. Y, como cualquier ciudadano que cumple determinada edad, hay que adaptarse al medio. Pero aquí es donde fallan los parámetros. La función hace al órgano, recordaba.

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No se puede dudar de que Modesto ha mantenido toda su vida la disyuntiva entre abandono y dejadez y posible timoratez. Es el antagonismo que ha arrastrado toda su vida y que se morirá sin aclarar.

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Últimamente me consta que Gastón le preguntó qué pensaba hacer con su herencia porque, si no hacía testamento y habida cuenta de que tiene en su haber unos veinte sobrinos, su abintestato !290

hará complicadísima su testamentaría, lo que aconsejaba la redacción y otorgamiento de un testamento en el que, por ejemplo, nombrase herederos universales a sus dos o tres ahijados -institución de gran arraigo en su Galicia natal- a quienes, impuestos aparte, les adjudicaría algún valor patrimonial, hecho imposible si ha de dividirse su caudal relicto entre todos sus herederos legítimos pues, hayan o no de pagar impuestos sucesorios, lo cierto es que lo que van a recibir puede conceptuarse de simbólico.

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La pregunta referida a Modesto surge una vez más: esta decisión tan personal e intransferible como es la de ordenar su sucesión lleva años siendo objeto de comentario ajeno, pero de absoluta ignorancia propia. Este ignorar el problema podría tener que ver con esa creencia muy extendida de que otorgar testamento es la antesala del óbito. No lo creo. Yo estoy seguro de que se debe su inercia a simple desatención del tema.

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Pero lo más importante, lo más trascendental es tener todo el tiempo posible ocupado. Es preciso llenar las horas del día con entretenimientos de todo tipo. En esto, Modesto es proverbialmente positivo. Se levanta tarde. Baja a desayunar al bar donde lee el periódico. Sobre todo la pagina de las esquelas. Es un asiduo a entierros y funerales. No pierde uno de nadie conocido.

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Si es día de mercado en algún lugar próximo allá se encamina para encontrarse con algún conocido, comer con él y volver ya al caer de la tarde a su casa. Casi siempre pasa por la vivienda de su hermana donde, alguna vez, cena. Y luego sube a su casa a ver la TV ya metido en la cama donde se quedará dormido con la caja tonta encendida. Este es el mayor problema de Modesto. No tiene ansias de lectura, ni de oír música, ni de ir al cine, ni al teatro. Ni de escribir unas impresiones sobre algunas cosas. Por ejemplo, los viajes múltiples que hizo en su vida.

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Hace años, todavía tomaba algún dato como recuerdo en algún viaje de alguna ciudad, de alguna instancia, de algún hotel. De muchas anécdotas, como la de la varilla de madera en el acelerador del SEAT 128 en St. Tropez, como los derrumbamientos de aquellas laderas de la carretera de la Costa Dálmata en Yugoslavia sin !291

quitamiedos y bordeando unos precipicios que caían en picado sobre el Mar Tirreno, o yéndose a la Isla de Murano a ver como se fabricaba el cristal. O en Nueva York, subiendo a pie las escaleras que lo conducían a la Estatua de la Libertad o haciendo el Crucero del Rhin desde Basilea a Amsterdam y vuelta, o en el bautizo de un nieto de Fina donde a Gastón no se le ocurrió mejor cosa que usar, como propia, su chaqueta o tantas otras anécdotas siempre salpicadas con sus chistes, sus cuentos, sus vivencias, sus amores, sus decepciones, sus juergas, sus viajes, sus amigas y amigos; sus entierros, hechos que han constituido en su vida, múltiples ocasiones de relaciones humanas. Pero siempre manteniendo su alegría a la convivencia compartida.

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Por todo ello, mi querido amigo Modesto, yo debo rendirte al final de estas líneas, un profundo sentimiento de admiración. Para mí, tu sentido del abandono de las cosas, tu dejadez, no sé si buscada o no -es igual-, supone un concepto altruista de la vida. Sin ambiciones, egoísmos, personalismos, siempre despistado, de modo inconsciente, has manifestado un notable desapego de las cosas o bienes materiales. Ni la soltería te hizo manirroto, ni tacaño, avaro o cutre.

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Con la misma naturalidad con que compró el chalet en la playa con un concuñado lo vendió sin hacer ostentación ni aparatosidad alguna. La sencillez y naturalidad con que siempre se ha desenvuelto en la vida, unido a la libertad con que siempre actuó, lo convirtió en el “non”, el “impar”, en los viajes, pero ello no impidió que fuese nominado por Fina su “compañero de viaje” porque, no haciendo de paje de nadie, usando de su libre albedrío, no desaprovechaba ocasión de “ligar” con cualquier señora que le caía a mano.

Recuerdo, de nuevo, la expresión de Fina:

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- “Es tan correcto que, aunque trate de ligar con una mujer, tiene sumo cuidado de no dejarme en ningún mal lugar”.

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No es fácil encontrar personas tan leales, tan fieles, tan generosas con sus amigos, tan sacrificadas por sus seres queridos, y tan serviciales con todas sus gentes. Y la pregunta surge inevitable: ¿Cómo es posible que en una sociedad hedonista, sin valores, donde !292

el matrimonio es un rito sin fundamento y sin secuelas, pues según se contrae se deshace, exista alguna persona con unas virtudes tales como la fidelidad y la lealtad, su odio a la mentira y a la falsedad, a la hipocresía y a la manipulación?, ¿cómo es posible que acabe rindiendo tributo a la vida solo, aislado y como huyendo de compañera habitual?

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Otro misterio en esta mística vital de Modesto, como el que me sigue embargando por no haber podido desentrañarlo: su soltería y su adición a los chistes gruesos y temas escabrosos, ¿se deben a algún problema sexual, a su intención manifiesta de no asumir compromisos o simplemente a su total lenidad y desidia ante los problemas de la vida que le han llevado siempre por el camino de lo fácil y superficial? Augurios.

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¡Y pensar que en toda su vida no ha dado un palo al agua! ¡Ay que joderse con el sufrido!

! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !

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FIN

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APÉNDICE

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DOCUMENTACIÓN.

Requête nº. XXX/80 Totó+Jonás /Suisse

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COMISIÓN EUROPEA DERECHOS HUMANOS 67.006 ESTRASBURGO (CEDEX)

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GASTÓN LIBERAL AMADOR, Abogado en ejercicio del Ilustre Colegio de Madrid, con despacho abierto en dicha capital, que señalo como domicilio a efectos de notificaciones, ante esa Comisión, con el mayor respeto y consideración, comparezco y, como sea más procedente, D I G O:

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1º.- Que actúo en nombre y representación de D. TOTÓ JONÁS PIERRE TOSCANO, mayor de edad, divorciado, empresario, de nacionalidad franco-italiana, actualmente sujeto a condena por los Tribuales Suizos, en la Penitenciaría Cantonal situada en Sion (Valais - CH) en el nº. 20 de la rue des Chateaux, en virtud de escritura de mandato otorgada a mi favor ante el Cónsul General de España, copia del cual envía directamente el requirente a esa Comisión y cuyo original exhibiré siempre que me sea requerido.

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2º.- Que dentro del término que, al efecto, me ha señalado el Sr. Secretario de la Comisión a que tengo el honor de dirigirme, me cumple proceder a redactar memoria en respuesta a las observaciones del Gobierno Suizo en relación con el interrogatorio deducido por el propio Sr. Secretario de la Comisión Europea de los Derechos del Hombre.

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I.- CONSIDERACIONES GENERALES

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El Gobierno Suizo, a través de su Director de la Office Federal de la Justice, a lo largo de diez folios, dirige al Sr. Secretario de la Comisión unas observaciones atinentes a la demanda de esta razón, en las que, sin dar respuesta puntual al cuestionario de cuatro puntos que le había dirigido la Secretaria de la Comisión, hace suyas las observaciones del Sr. Procurador General de la República y Cantón de Ginebra, a las que completan y que, se dice, hacen parte integrante de la misma; efectúa algunas precisiones en cuanto a los hechos y alega, en fin, previamente a una breve conclusión y escueto resumen, los fundamentos jurídicos que estima convenientes.

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Por su parte, el Sr. Procurador General de la República y Cantón de Ginebra, en su memorial de veinte folios, y antes de analizar cada una de las cuestiones que le había formulado la Comisión, desarrolla, a través de cuatro apartados, el modo en que entiende como se han desarrollado los hechos en todo el proceso, que concluyó con la condena del acusado por los Tribunales Suizos y el arresto del Abogado Español, Sr. Barril, mientras deponía, como testigo, ante la Cour d’Assisses, en dicho procedimiento.

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Esta representación cree que ha de dar respuesta al cuestionario formulado por la Secretaría de la Comisión y, dentro de cada interrogante, contestar a las observaciones precedentes en el orden que el propio cuestionario señala. A ello habremos de añadir una serie de cuestiones que han quedado sin respuesta por los interlocutores de la Secretaría de la Comisión, hasta la fecha.

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No obstante y, como presupuesto inicial del presente “rapport”, esta representación se ve en la imperiosa obligación de efectuar una afirmación categórica y esta es la de que, por parte del Sr. Procurador General de la República y Cantón de Ginebra, existe una obsesiva, pertinaz, inusitada y constante intención de calificar, adjetivar, definir y catalogar, en tonos que hemos de entender negativos y peyorativos, la dignidad del Abogado Sr. Barril, conducta que tenemos que interpretar encaminada a producir en la Comisión un prejuicio desfavorable contra aquel y, consiguientemente, un arma psicológica justificativa de la conducta del sustituto del Sr. !296

Procurador General al ordenar el arresto del testigo – letrado en pleno desarrollo del juicio oral contra el hoy condenado.

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Y dicho esto, vamos a proceder a dar respuesta a las observaciones efectuadas por el Gobierno Suizo, por el Procurador General de la República y Cantón de Ginebra y a las cuestiones requeridas por la Secretaría de la Comisión, procurando distinguir, en apartados separados, los Hechos y los Fundamentos de Derecho, dejando para el final las interrogantes que nos vemos obligados a plantear o formular ante el silencio ominoso de las administraciones demandadas.

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II.- RESPUESTAS AL CUESTIONARIO

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Primera.- De quelle manière exactement s’est effectué l’arrestation de Mr. Barril, témoin a décharge du requérant? Est-ce que le témoin avait déjà terminé sa déposition lors de son arrestation?

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Es decir: ¿De qué manera exactamente se había efectuado el arresto del Sr. Barril, testigo de descargo del requirente? ¿Había concluido el testigo su declaración cuando fue arrestado?

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HECHOS

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Respecto a la manera en que se efectuó el arresto del Sr. Barril, parece admitido, de modo unánime, que tuvo lugar durante la audiencia celebrada ante la Cour d’Assisses el día 15 de diciembre.

Ya había comenzado su declaración el día anterior, pero se suspendió la sesión hasta el día siguiente. Entonces, y se debe insistir en la expresión, DURANTE (y no después) de la deposición, el Ministerio Público ordenó súbitamente, su ingreso en prisión y la policía judicial, manu militari, obviamente, lo llevó arrestado.

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Esto significa: !

1º.- Que se le arresta, por orden del Ministerio Público, en base, presumiblemente, a lo que está declarando en ese momento como respuesta a sus preguntas. Y, como las preguntas que efectúa son concernientes a cuestiones de Derecho Español, el Ministerio !297

Público Suizo, apoyándose en una traducción deficiente e inexacta que no responde a la realidad de lo depuesto por el testigo, se arroga facultades analíticas sobre cuestiones que ignora y que, en cambio , conoce a la perfección el deponente, por constituir su ámbito profesional.

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2º.- Que se le arresta sin orden del Presidente del Tribunal ni intervención del Jurado en la decisión, por lo que no se puede concluir en que haya existido anuencia tácita de la Presidencia, sino incumplimiento de funciones y prejuzgamiento de la conducta del testigo y, por consecuencia, del acusado, por parte del Jurado. No obstante, posteriormente, ante la pregunta de otro testigo sobre quién dirige el debate, decide la prisión de un testigo por falso testimonio y sobre quién decide sobre la existencia de falso testimonio, el Presidente responde que él de acuerdo con el Jurado.

Pero cuando el Sr. sustituto del Procurador General ordena el arresto del Sr. Barril por falso testimonio, no intervienen ni el Sr. Presidente, ni el Jurado. Con lo cual, la contradicción de actuaciones resulta flagrante, contraria a derecho, y perjudicial para el acusado.

!

3º.- Que el objeto del arresto se dice que es falso testimonio. Pero no se indica cuál es el objeto del falso testimonio, porque una cosa distinta es faltar a la verdad en la declaración de los hechos en una causa criminal por un testigo, y otra muy distinta hacer afirmaciones sobre la mecánica, operatividad e interpretación del derecho español. Y si la base fuese la afirmación que efectúa el Sr. Procurador General de la República y Cantón de Ginebra en sus observaciones (Pág. 14, párr. 2º), lamentamos señalar, con el debido respeto, que lo que afirma como derecho español es absolutamente inexacto, como veremos más adelante.

!

4º.- Que el propio Letrado defensor, de nacionalidad suiza, ante la insólita situación presentada, ofrece su dimisión al Sr. Presidente, el cual le manifiesta que, de abandonar el caso, producirá un notorio perjuicio para su cliente. El letrado helvético de oficio, amparado solo en su ética profesional, al ser privado de su principal testigo de descargo, ante la inhibición del Presidente del Tribunal y ante la presencia de un Jurado que, necesariamente, habría de ser hostil, arrostra la continuidad de la defensa. !298

!

5º.- Resulta especialmente significativo el 2º párrafo del parágrafo nº. 3 del rapport del Gobierno Suizo cuando dice que: “les autorités suisses ne se prononceront pas sur les circonstances de l’arrestation de M. Barril á l’issue de sa deposition comme témoin”, por remitirse a cuanto dicen los distintos Tribunales que se manifestaron al efecto (“Las autoridades suizas no se pronunciaron sobre las circunstancias del arresto de M. Barril al término de su deposición como testigo”.)

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Sin perjuicio de que no podemos por menos de calificar como admirable crédito y respeto del ejecutivo suizo hacia sus autoridades judiciales que, oficialmente, dan a entender la independencia de ambos poderes, no podemos por menos de destacar:

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a) Que la expresión “l’issue” contrasta, por su inexactitud con la expresión “lors”, que se emplea en otros pasajes de los textos oficiales y que, no obstante, negamos como válidos, por haberse producido “pendant” el desarrollo de la testificación prestada. b)Que el Gobierno Suizo no se pronuncia sobre los extremos de la pregunta, es decir, no la contesta, aunque para ello utilice el loable subterfugio -pero subterfugio al fin- al que hemos aludido, de tratar de demostrar a la Comisión la total independencia de los poderes ejecutivo y judicial.

6º.- El Sr. Procurador General afirma, en cambio, en base al dossier del juicio, que fue “a la fin de l’interrogatoire” cuando el Sr. sustituto del Procurador General había hecho proceder al arresto del Sr. Barril. Y esto es totalmente inexacto, como se desprende del documento citado, pues allí no consta que el testigo hubiese acabado de ser interrogado, ni por la defensa, ni por el acusado; es decir, que una vez concluido el interrogatorio -por el Ministerio Público- no de manera absoluta, por tanto, el propio Ministerio Público, sin permitir que la defensa ni el acusado completen el interrogatorio del testigo, lo quita de en medio para que no pueda completar su deposición.

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Así, de esta manera y no de otra, es como se produce el arresto de M. Barril y, por tanto, el testigo, al parecer, había terminado su deposición ante el Procurador General, pero “no había terminado su deposición”, pues solamente había comenzado el turno de la defensa y el propio acusado no pudo formular pregunta alguna a dicho testigo.

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FUNDAMENTOS DE DERECHO

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I !

No podemos eludir la cita a la vulneración del Principio General del Derecho “iura novit curia” por parte del Sr. Presidente del Tribunal, que permite al Sr. sustituto del Procurador General arrestar al testigo Sr. Barril, en flagrante olvido del Tratado de Extradición Hispano-Suizo, en vigor desde 31 de Agosto de 1883, especialmente por lo que respecta a su artículo 15, cuyo texto omitimos para no alargar más el contenido de esta memoria.

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Parece indiscutible que si lo hubiese aplicado el Sr. Presidente del Tribunal, como era su obligación, al no poder se arrestado el testigo, este hubiese podido continuar deponiendo a requerimiento de defensa y acusado -bien de modo directo o a través de su defensory no se hubiese producido ni el atentado a la libertad del testigo ni, por descontado, la indefensión del acusado. Es decir, que la no aplicación del Convenio no solo no se puede estimar obviada con la indemnización prestada por el Gobierno Suizo al indebidamente detenido, sino que constituye causa determinante y decisiva del efecto-condena del acusado.

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II

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De la violación de la anterior norma jurídica de Derecho Internacional dimana, de modo automático, la violación del nº. 1 del Art. 5 de la Convención de Salvaguardia de los Derechos del Hombre y de las Libertades Fundamentales de 4 de noviembre de 1950. Y ello, porque se ha privado de la libertad a un individuo, a través de una detención ilegal y, además, sin que hubiese mediado !300

condena de Tribunal Competente. Y, a mayor abundamiento, como advera el Sr. Procurador General, el procedimiento contra dicho testigo detenido ilegalmente, aún sigue abierto; no ha sido cerrado.

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III

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La evidencia de la existencia de vulneración de la Convención por parte del Tribunal Suizo está, pues, ahí. Es indiscutible. Ahora bien: Esta infracción de la convención ¿afectó de algún modo al inculpado, al reo? Entendemos que evidentemente.

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En primer lugar, porque lo que es causa de la causa, es causa de lo causado. La infracción de un precepto de la Convención en relación con una persona cuya actuación ante un Tribunal es determinante de la decisión de ese Tribunal para con otra persona sujeta a juicio por delito, del resultado de cuya deposición depende la decisión final, constituye una infracción cuyo resultado revierte en perjuicio del procesado sometido a la decisión definitiva del Tribunal.

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En segundo término, porque la decisión adoptada contra un testigo determinante de un resultado para un acusado puede producir, para este último, indefensión. Sin perjuicio de que al tratar en la respuesta a la tercera de las cuestiones planteadas por la Secretaría de la Comisión, demostremos la calidad determinante del testimonio del testigo arrestado, aquí basta con que nos limitemos a razonar con toda convicción: Si un Tribunal omite, por negligencia, omisión o cualquier otra causa, la aplicación de un precepto legal, está infringiendo un derecho fundamental de la persona reconocido por la Convención y, con tal conducta, desequilibra, rompe el equilibrio probatorio a que tiene derecho un encausado, está rompiendo la equidad que exige, ab initio, el art. 6º de la Convención. No existe equidad desde el momento en que el acusado se ve privado de la facultad de interrogar o hacer interrogar a un testigo de descargo como le ocurrió a M. Toto Jonás respecto a M. Barril. Tal previsión está explícita en el art. 6.3 d) de la Convención.

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Estas cuestiones no son ni analizadas, ni, por tanto, desvirtuadas, ni menos, contradichas, ni por el Gobierno Suizo, ni por el Sr. !301

Procurador General en sus observaciones. De una parte, porque el Gobierno Suizo solo trata de profundizar en la interpretación del precepto citado, por lo que afecta a la cuestión cuarta del interrogatorio de la Comisión. En su momento, pues, lo analizaremos. De otra, porque el Sr. Procurador ni toca el tema.

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Nuestra postura es, pues, evidente, inatacada e inatacable. Tanto el Gobierno Suizo como el Sr. Procurador lo saben y, por ello, eluden el tema. Nuestra conclusión es absolutamente válida y, resumida, queda así: Una violación de una norma de Derecho Internacional, que debiera ser conocida y aplicada por los Tribunales Suizos, produce una flagrante vulneración de un derecho fundamental de la persona, respecto de la que se omite la aplicación de la norma y, al ser esta persona privada del ejercicio de las facultades que la Convención otorga a quien le requiere para defenderse en Juicio, ejercitando sus más elementales derechos de defensa, le priva automáticamente del derecho a que su causa sea vista equitativa e imparcialmente por un Tribunal, tal y como exige el artículo 6º de la Convención.

! !

IV

A mayor abundamiento y por si aún no estuviese bastante clara la vulneración demostrada, existen otras infracciones del precitado artículo de la Convención de las que solo vamos a citar, para no alargar este alegato, la de que “el Jurado no era imparcial ni independiente al juzgar al acusado.” Y no podía serlo por las causas siguientes:

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Primera.- La deposición del testigo arrestado era de tipo técnicojurídico. Versaba sobre la interpretación de normas jurídicas de Derecho Español. Esos eran los hechos sobre los que el Jurado había de decidir, acerca de la culpabilidad o no culpabilidad del acusado. Y, si ni aun es exigible en el Tribunal el conocimiento de las leyes españolas (ni siquiera conocía la norma internacional que era la Convención de Extradición Hispano-Suiza), ¿cómo va cualquier miembro del Jurado a, no ya decidir, sino, ni a opinar siquiera, sobre tal materia? Está claro que el Jurado solo opina en vista de la conducta del Ministerio Público y de la Presidencia del Tribunal. Por !302

eso no es ni independiente ni imparcial. Actúa solo mediatizado por un imperativo categórico: si el Ministerio Fiscal arresta al testigo por falso testimonio y el Presidente no dice nada en contra, lo que ellos hagan o digan, para el Jurado bien hecho está. Y si ambas autoridades judiciales dicen que el testigo era el cerebro de las estafas del acusado sin que nadie (defensor ni el propio acusado), pudiera contrarrestar tal opinión, pues claro quedaba para el Jurado que el acusado era un estafador y su testigo el inductor y además, todo ello, según las leyes españolas. Con el debido respeto, Sres., esto ni es serio ni parece admisible jurídicamente, pero sí es, desde luego, una falta absoluta de independencia e imparcialidad del Jurado por ignorancia vencible tal y como se plantearon los hechos.

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¿Qué hubiera ocurrido si el Presidente del Tribunal hubiese aplicado la norma internacional hispano-suiza (Tratado de Extradición); impedido el arresto del testigo permitiendo su deposición a requerimiento de la defensa y del acusado, es decir, permitido al Jurado formar una pieza de convicción plena? Hasta que se pueda responder a esa pregunta, está y sigue viva una afirmación: el arresto de M. Barril ha provocado la condena a prisión de M. Totó-Jonás y violado el art. 6º de la Convención. Y todo ello sin olvidar las tercermundistas condiciones en que se le prestó el intérprete al testigo, porque no recogió las afirmaciones, explicaciones y matizaciones que esclarecerían las preguntas efectuadas por el Ministerio Público.

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Segunda.- Pourquoi l’arrestation a-t-élle eu lieu pendant les débats de la Cour d’Assisses? - ¿Porqué el arresto ha tenido lugar durante los debates de la Cour d’Assisses?

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HECHOS !

Es indudable que la única personalidad capacitada para dar una respuesta veraz y convincente al respecto es el Procurador General.

Pero lamentablemente, dicho Sr. Procurador no contesta al cuestionario en sus observaciones de 1 de marzo, dirigidas a esa Comisión. Por descontado, el rapport del Gobierno Suizo ignora la pregunta. !303

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El Sr. Procurador General se limita a señalar que el testigo había sido presentado por el Abogado defensor de oficio del acusado como un honorable Abogado español, constituido para defender los intereses del inculpado y en tal calidad obtuvo del Consejo de Estado de la República y Cantón de Ginebra la autorización de defenderlo.

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A continuación hace constar el Sr. Procurador General una serie de datos que, al parecer, constituyen para él unas conductas que ponen en tela de juicio la honorabilidad con que había sido presentado y, como ya previamente, al abogado-testigo lo califica el Sr. Procurador General (pág. 9 de su “Rapport d’observations”, ya citado) como “ce singulier personnage”, está ofreciendo de nuevo el beneficio de la duda, acerca de cuáles fueron las razones que motivaron su decisión de arrestarlo: si el falso testimonio -que no se probó en ningún momento-, o una especial predisposición contra el profesional español que no era particularmente grato al Sr. Procurador General e hizo cuestión personal de una conducta profesional que le desvencijaba el tinglado que había montado.

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Y entonces, dice el Sr. Procurador que es “à l’audience de la Cour d’Assisses que sa connivence avec Me. Totó-Jonas se révéla pleinement”.

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Parece que esta es la razón que justificaría la conducta del Sr. Procurador General. Pero, ciertamente, ni es creíble ni es convincente.

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En primer lugar porque connivencia y falso testimonio no son términos sinónimos ni equiparables ni, necesariamente, homogéneos. ¿Cómo puede entender el Ministerio Público que el Letrado de confianza de un cliente no sea connivente y confidente suyo? ¿O es que le parecería más propio que, en flagrante vulneración de sus obligaciones profesionales, el Letrado fuese infiel a su cliente en los encargos confiados, especialmente cuando dichos encargos fueron cumplidos, “ratio oficii”, en territorio extranjero al del Tribunal y con arreglo a unas normas tan diametralmente diferentes a las que rigen en territorio suizo? !304

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En segundo término, el Sr. Procurador General trata de confundir dos extremos: la legalidad de la convocatoria del abogado-testigo como tal testigo y la aplicación o no al mismo, del Convenio de Extradición. En efecto: una cosa es que el testigo haya sido convocado o no legalmente, y otra muy distinta, que le debiera ser o no aplicable dicho Convenio de Extradición.

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Respecto a la primera cuestión, el Sr. Procurador General pretende que el deponente no fue convocado legalmente por vía diplomática de modo oficial, dando a entender que tal vía era la única justificativa de su admisión y presencia como testigo al Juicio.

Pero no puede dejar de sorprendernos tal afirmación cuando el propio Sr. Procurador General había dicho, líneas atrás de su propio informe, en la pág. 7, ap. III, parágrafo 9; párrafo 2º que “los testigos habían sido convocados por vía postal, tal y como la Ley lo preveía”. Entonces debemos preguntarnos: ¿Es que la Ley prevé circunstancias o modos diferentes de convocar a los testigos y produce efectos diferentes el distinto modo de efectuarse la convocatoria? Esto no nos lo ha explicado el Sr. Procurador General y, por tanto, la duda ante sus contradicciones no nos la ha disipado y suponemos y esperamos que tampoco lo habrá hecho a la Comisión Europea.

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En relación con la segunda cuestión, que entendemos no tiene nada que ver con la interrogante formulada por la Comisión, parece claro, a la vista del resultado del recurso de Derecho Público promovido por el Letrado-testigo español contra la Cámara de Acusación ante el Tribunal Federal, que dio como fruto el mandato por el que anuló las decisiones impugnadas y admitió su argumentación, que lo que dice el Sr. Procurador General que estimó el Ministerio Público, como varios Jueces del Tribunal Federal, no era acertado, es decir, que no estaban en lo cierto. Esta errónea apreciación de unos hechos y de una norma jurídica por el Ministerio Público significa que no siempre lleva razón y, por tanto, o no llevaba razón cuando ordenó el arresto del Letrado Sr. Barril, o no eran las dichas las razones por las cuales se procedió al arresto del circunstancial testigo.

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Nosotros creemos estar en disposición de no creer que las razones aducidas por el Sr. Procurador General sean las ciertas. Y eso porque no son válidas al no ser razonables y al no dar respuesta a la pregunta formulada.

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En base a lo anterior nuestra postura es esta: Si el testigo no fue arrestado ante el Juzgado de Instancia; si el testigo era conocedor del derecho español; si el testigo no cometió falso testimonio, como el mismo Ministerio Público acepta, al hablar de arresto por “connivencia” con el procesado; si el testigo, al demostrar que, en derecho español, la inscripción registral fundiaria no es constitutiva y que la venta de acciones en documento privado de sociedades no constituía estafa, tiraba por tierra todo el montaje judicial establecido para condenar al procesado, y si la declaración podía derribar toda la trama montada en la Cour d’Assisses, la única manera de evitarlo era “retirar de la circulación” al testigo técnico del procesado y la ocasión venía perfectamente ofrecida al arrestarlo impresionando a un Jurado ayuno en temas jurídicos y menos de derecho extranjero pero con lo cual, ese Jurado al que se le manifiesta que el testigo miente y, por ello, se le arresta, tiene que creer, necesariamente, a su Ministerio Público, ya que no tiene opción a una opinión contraria y tiene que concluir que si su Ministerio Público arresta a un testigo “como cerebro” de una estafa, necesariamente, decimos, tiene que condenar al ejecutor de las directrices de su cerebro. Y avala esta hipótesis el hecho de que, como señala el propio Sr. Procurador General en sus observaciones, (pág. 12) pese a haber decretado el Tribunal Federal la anulación de los acuerdos de la Cámara de Acusación y de haber sido indemnizado el testigo Sr. Barril a la fecha, probablemente para evitar que pueda volver a Suiza a efectuar en dicho país cualquier manifestación favorable al acusado, su procedimiento penal, ahí está, al día de la fecha, abierto, “n’a pas été classée”.

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Dejamos, en fin, como únicamente válida respuesta la precedente a la pregunta de la Comisión que, naturalmente, no podemos pretender comparta el Sr. Procurador General, pero a la que nos da base fundada, por quedar totalmente desvirtuadas como carentes de base, valor, convencimiento y lógica elemental, las por él esgrimidas.

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FUNDAMENTOS DE DERECHO !

I

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Con carácter general, basta con reiterar los expuestos al relatar las respuestas a la cuestión primera, al ser semejantes los supuestos de hecho contemplados y plenamente consecuentes las preguntas formuladas por la Comisión, de suerte que la presente es consecuencia de la precedente.

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Si el testigo M. Barril es arrestado cuando, al parecer, el Ministerio Público concluye su interrogatorio, para no permitir que pueda ser interrogado por defensa y acusado, ni esclarecidas y exhaustivadas sus respuestas que, como veremos después, darían al traste con las acusaciones formuladas contra el imputado, es congruente adoptar tal conducta ante la Cour d’Assisses, porque allí es donde se puede producir el efecto multiplicador más eficaz que conduzca al aseguramiento del objetivo pretendido: la condena del acusado.

! ¿Cuál es el efecto multiplicador? !

a) Destruir el testimonio más cualificado, por técnico, de la defensa.

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b)Intimidar a otros testigos de la defensa para que no comparezcan, sean de cargo o de descargo.

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c) Mentalizar al Jurado de una presunción evidente de culpabilidad.

! !

d)Obtener una sentencia firme que, normalmente, no será revocada.

Todo ello, en efecto, constituye una serie de conductas realmente sucedidas que quedan incursas dentro de las previsiones de infracción analizadas en el Art. 6º de la Convención, impidiendo que !307

la causa fuese vista de modo equitativo y por un Tribunal independiente e imparcial.

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TERCERA.- « Quelle était l’importance de l’audition de M. Barril dans l’affaire du requérant? » « ¿Cuál era la importancia de la audición del testigo en el asunto del demandante?”

A esta pregunta, ciertamente, ni el gobierno Suizo, ni el Sr. Procurador General, dan respuesta. No contestan. Naturalmente, no podemos saber por qué, pero, con saber que no contestan, tenemos que concluir que, o no pueden dar respuesta satisfactoria o, la que podrían dar válidamente supondría admitir que era el testigo fundamental, esencial e imprescindible para aclarar la veracidad, valor y fundamento de las acusaciones.

Lamentamos tener que alargar esta exposición con el fin de aclarar los hechos. Una vez más, el Sr. Procurador General justifica la conducta del Ministerio Público tratando de sentar doctrina jurídica sobre derecho español. Con todo respeto para sus afirmaciones, nos obliga a contradecirlas, lo cual haremos del modo más sucinto al analizar los fundamentos de derecho.

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Queda claro, por tanto, que si el Ministerio Público permite, en lugar de arrestar al testigo Letrado antes de concluir su deposición, que dicho testigo responda a las preguntas del Letrado defensor, que aclare textos legales españoles en mano y con una traducción, mediante intérprete, seria, solvente y exacta, los extremos que no son recogidos en los textos del juicio; que responda a preguntas del procesado y que pueda, en fin, explicar sus tesis, con plena libertad y expresividad, no solo no podría producirse su arresto –aun ahora por causa indeterminada-, sino que no se hubiera podido condenar al acusado. Pero, y aquí esta, a nuestro juicio, la clave de la presente cuestión: era de tal importancia la audición del testigo que la privación de su testimonio colocó en absoluta indefensión al procesado, privándolo de la requerida igualdad de oportunidades en la proposición, práctica y valoración de las pruebas, para montar un juicio justo que arrojase un veredicto también justo.

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Tan injustificada conducta provocó, incluso, la oferta de dimisión del Letrado de Oficio. Por cierto, ¿pudo haber coacción al !308

amenazarlo por intentar dimitir, alegando graves perjuicios al defendido?

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FUNDAMENTOS DE DERECHO !

I

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M. Totó-Jonás es objeto de procesamiento, al parecer, por estafas dimanantes de dos hechos:

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a) No tener los bienes inmuebles inscritos en el Registro de la Propiedad las Sociedades titulares de aquellos.

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b)Efectuar contratos privados de compraventa previos a la inscripción de las sociedades en el Registro Mercantil.

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c) Según entiende esta representación, el Código civil suizo de 10 de diciembre de 1907 impone, para la transmisión de bienes muebles, la tradición de la cosa, presupuesto el título válido, al decir de su artículo 714, que para la transmisión de los mismos es necesaria la transmisión de su posesión y para la transmisión de los bienes inmuebles, la inscripción en el Registro, unida también al negocio causal. En este sistema la inscripción viene, pues, a convertirse en modo para la transmisión de los bienes inmuebles.

Es, pues, un sistema de transmisión causal, basado en el principio de la tradición.

El derecho español, en cambio, se basa en un sistema de transmisión causal fundado en el principio del consentimiento que exige, por tanto, un doble elemento: el fundamento o causa jurídica de la adquisición, llamada predominantemente título (arts. 404, 467, 470, 523, 540, 548, 1052, 1957, del Código Civil, entre otros), y la transferencia de la posesión de la cosa (tradición), de manera espiritualizada, de suerte que, generalmente, es una ficción. S o b r e esta doctrina civilista, el influjo de la Ley Hipotecaria no ha sido decisivo y en ella, la inscripción no tiene valor absoluto, ni ha !309

sustituido a la tradición como modo de transmisión de la propiedad inmueble. Tradición e inscripción tienen órbita de aplicación distinta. Aquella sigue siendo el modo de adquirir el dominio y desenvuelve su eficacia entre las partes. Esta es, simplemente, un modo de acreditar la existencia de la adquisición. (Confer. Castán.

Derecho civil español T. II. Vol. I, 10ª edición, 1971. Pág. 208).

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b). El artículo 7º de la Ley de Sociedades Anónimas de 17 de julio de 1951, vigente en España, dice, literalmente, que : “la validez de los contratos concluidos en nombre de la sociedad antes de su inscripción en el Registro Mercantil quedará subordinada a este requisito y a la aceptación por la Sociedad dentro del plazo de tres meses. En su defecto, los gestores serán responsables solidariamente frente a las personas con las que hubiesen contratado en nombre de la Sociedad”.

!

Esta situación de Vorgesellschaft está, pues, plena y perfectamente reconocida en derecho español y reglamentada de modo expreso. Si era aplicable o no al supuesto previsto ante los Tribunales, es cuestión que, aunque se dio por probada, quedó sin probar que no era cierta. Pero, en modo alguno, presupone conducta alguna irregular y, menos aun, ilícita.

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Pues bien: de lo señalado por el Procurador General en las págs.

13, 14 y 16 de sus observaciones, se desprende que las afirmaciones del testigo, en el sentido que acabamos de exponer, no solo eran falsas, sino que, además, por ser conductas que daban lugar a estafas, eran las responsables de la prisión del acusado y del arresto del testigo, puede deducirse si era importante la declaración de este último para tirar por tierra toda la acusación y todo el proceso existente.

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¿Cuál es el elemento de contradicción del testigo?. Un informe del Cónsul Adjunto de España en Ginebra.

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Pues bien: la falta de equidad en el modo de llevar el juicio, de la vista de la causa, se manifiesta en dos aspectos:

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a) Uno, contradictorio, que es otro informe de la propia Oficina Consular española, anterior al citado favorable a las tesis del acusado, pero que fue desestimado. b)Otro, objetivo, que es el de precisar qué autoridad tiene, en materia jurídica, el Cónsul Adjunto de España en Ginebra.

Si, a lo mejor ni siquiera es Letrado de profesión. ¿ Por qué el Sr. Procurador General no solicitó, a través de su Embajada en España, un dictamen jurídico de Letrado competente?, ó, ¿ por qué el juez suizo que visitó España no recabó un informe jurídico sobre dichos extremos controvertidos?.

Resulta claro que, en el mejor de los casos, el Sr. Procurador General no otorgó las mismas condiciones a los testigos de cargo que a los de descargo, pues, sin fundamento legal objetivo, ordenó el arresto de un testigo que estaba deponiendo verazmente sobre cuestiones técnicas, sin tener delante un contradictor, sino un informe sin posibilidad de discusión o contradicción.

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Contemplemos, por tanto, la hipótesis de que el testigo pudiese deponer y contrarrestar las pruebas montadas en contra del procesado y llegáramos a la cartesiana conclusión de que, al tirar por tierra las acusaciones y denuncias, el Tribunal y el Jurado tuviesen que absolver al acusado.

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Veamos ahora la realidad de los hechos probados: un testigoperito cualificado por su saber en Derecho, sin conocimiento idiomático de expresión, privado de su posibilidad de declarar a requerimiento de la defensa y del acusado, violentamente arrestado por iniciativa del Ministerio Público cuando explica las normas jurídicas de su país y que han dirigido toda su actuación y presentado al Jurado, ayuno de criterio, como ente culpable de falso testimonio, connivente con un estafador, cerebro de sus operaciones…¿ no es un caso manifiesto de desigualdad de oportunidades en perjuicio del acusado?.

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Al recto criterio de la Comisión queda la respuesta al anterior interrogante.

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A la cuarta.- Est-il exact que septante témoins à décharge étrangers dèjá cités, ont quitté Genève à la suite de l´arrestatión ?. Si oui, ¿quelle aurait été l´influence de leur audition sur l’ issue du procés du requerant ?. ¿Es exacto que setenta testigos de descargo extranjeros, ya citados, abandonaron Ginebra a continuación del arresto? Si sí, ¿cuál habría sido la influencia de su audición en el resultado final del proceso del requirente?

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HECHOS

Esta representación no puede asegurar a la Comisión que el número de setenta testigos sea exacto, ni siquiera cuál es el orden de aproximación, teniendo en cuenta que los informes de las partes afectadas no son unívocos.

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Pero también debe constatar esta representación que no cree que el número sea cuestión a debatir, sino, si efectivamente hubo un temor reverencial, disimulado y manifestado o no, a acudir a la Corte a deponer, vista la situación creada por un arresto efectuado a un testigo especializado por abordar temas de su competencia.

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Que hubo éxodo testifical es rigurosamente cierto. Al presente escrito acompañamos fotocopia de las declaraciones formuladas ante Notario en Ginebra por determinados testigos de descargo, los cuales han manifestado cuanto el Notario atestigua y no ofrece duda de que, si las cosas discurriesen por cauces normales, estos testigos depondrían ante el Tribunal. ¿Premonición? ¿Temor? Ciertamente no han acudido ante el Tribunal, pero sí han comparecido ante notario. Por algo sería.

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Pero, además, entendemos que el problema fundamental no está tampoco en la mayor o menor timoratez de los testigos propuestos por la defensa que no han acudido a declarar. El problema está en la ausencia de deposición de los testigos que, propuestos por la defensa, eran, en realidad, testigos de cargo. Al menos, teóricamente.

Aquí sí que nos encontramos con la original coyuntura de que unos denunciantes no son convocados a presencia del acusado, mientras el acusado es convocado, sin asistencia letrada, ante el Abogado de la parte contraria. Esto ocurre en primera instancia y en la Corte de !312

Apelación, pero se desarrollan juicio y pruebas sin la comparecencia de aquellos. ¿Es que puede sostenerse válidamente una denuncia a instancia de parte, sin que esa parte deba comparecer a confesar, testificar o, en fin, deponer a preguntas del acusado o de su defensa?. Resulta increíble. Pero es más increíble todavía que todo un Alcalde de un municipio de una provincia española sea tenido como testigo de hechos que no tiene por qué conocer por razón de su cargo y, tras un testimonio equivocado, incierto o falso, puesto que lo desmintió posteriormente, como consta en la Instrucción, no se tuvo en cuenta por el Tribunal de Apelación.

Esta representación tiene que manifestar que, de las observaciones expuestas por el Gobierno Suizo, este está cumpliendo perfectamente, como ya hemos dicho antes, su papel y su obligación de defender la conducta de los Tribunales de aquel país. Pero las afirmaciones que efectúa en cuanto a los hechos, son, con el alto respeto que las opiniones vertidas se merecen, parciales y tendenciosas, no objetivas, por lo que no podemos admitirlas y las tenemos por replicadas en cuanto antecede. Por lo que respecta a las observaciones del Sr. Procurador General, no prueban, en momento alguno, la afirmación NON con que comienza su exposición, por lo que no nos es útil cuanto se dice por la parte estatal suiza, al no presentar elementos de discusión o comentario.

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FUNDAMENTOS DE DERECHO !

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I

El artículo 55 del Code de Procédure Pénale de la República y Cantón de Ginebra de 29.09.1977, modificado el 03.04.1978, en su número 1 dispone que: “ Lorsqu’un témoin dont l’auditión parait indispensable à la recherche de la vérité, ne comparait pas et ne peut étre atteinte, la cause est renvoyée à une audience ultérieure”.

(Cuando un testigo cuya audiencia parece indispensable para la búsqueda de la verdad no comparece y no puede ser oído, la causa se remitirá a una audiencia posterior). Naturalmente que la interpretación de este artículo se presta a la controversia según cuál sea la parte que la trata de aplicar. Para el Tribunal, ningún testigo parecerá indispensable. Pero para el acusado, para quien tiene que !313

probar su inocencia (ojo a la presunción), cualquier testigo resulta indispensable. Si se toma como base de partida el texto del nº. 2 del art. 6º de la Convención, según el cual: “toda persona acusada de una infracción se presume inocente hasta que su culpabilidad haya sido legalmente establecida”, aquella antinomia o antagonismo de puntos de vista desaparece pues ha de interpretarse siempre – presunción de inocencia- desde una base que es la posición más beneficiosa para el acusado, en lo que abunda el principio “in dubio pro reo”. De todo ello resulta que el concepto de indispensabilidad o no de un testimonio no puede ser fijado por un Tribunal aleatoriamente, sino por el acusado, pues, en caso contrario, se estaría restando pruebas de su inocencia con la consiguiente proscripción del principio jurídico expuesto.

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No se puede aceptar como excusa la duración o dilación de un proceso, pues ello irrogaría la previsión de subvertir la seguridad jurídica en aras de la economía procesal cuando, en realidad, el planteamiento es el opuesto.

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II

Es un procedimiento en el que no solo no se agotan las posibilidades de defensa, sino que se priva físicamente de pruebas al acusado; se tienen por hechas y aceptadas otras en menoscabo de los derechos del reo; se priva a este de la asistencia testimonial en aras a situaciones de distancia y nacionalidad obviables, si existiese interés en practicarlas y resolverlas y, en fin, se niega la réplica o la retractación a declaraciones inicialmente inciertas y faltas de posibilidad de contradicción, y no existe posibilidad humana de explicar tales conductas, si no es afirmando que no se han dado las mismas condiciones en la obtención de convocatoria e interrogatorio de los testigos de cargo y descargo. Y ello es lo que denuncia y sanciona, como nosotros aquí denunciamos, el ap. d) del nº. 3 del art. 6º de la Convención.

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III

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Nuevamente nos es grato reiterar que el Gobierno Suizo – a diferencia del Procurador General que no toca el tema- hace un esfuerzo interpretativo de varios textos jurisprudenciales emanados de la Comisión, en los que trata de justificar la conducta de los Tribunales Suizos. Pero y señalando el gran respeto que tan alta instancia interpretativa nos merece, no podemos por menos de afirmar, de acuerdo con el dicho castellano, que arrima demasiado el ascua a su sardina, por lo que no podemos coincidir en los resultados de la interpretación ofrecida.

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Veamos: la decisión sobre la “recevabilité” de la “Requête” Ac/L dice que el art.6, ap. 3, letra d) de la Convención mira a asegurar la igualdad entre la Defensa y el Ministerio Público en lo que concierne a la citación y a la interrogación de los testigos. Y nosotros suscribimos al cien por cien tal afirmación. Pero, ¿cómo puede suscribirla el Gobierno Suizo, cuando su propio Ministerio Público pone en prisión a un testigo de la defensa, sin que esta haya podido interrogarlo e impidiese que la defensa interrogue a los testigos de la acusación, mientras que el acusado, en primera instancia, es interrogado sin asistencia letrada por el acusador particular?

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La decisión XXX es también suscrita en su totalidad por esta representación. Pero, ¿puede interpretar el Gobierno Suizo que el texto de la Resolución otorga a las autoridades nacionales competentes una patente de corso para fijar discrecionalmente y/o de modo arbitrario la pertinencia de una prueba?. No podemos aceptar que ese sea el espíritu del texto de la Resolución de la Comisión; antes bien, tales facultades vienen condicionadas “ en la medida compatible con la noción de proceso equitativo que domina el conjunto del art. 6º” y que ya hemos comentado.

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Pero donde discrepamos seriamente, con el mayor respeto hacia la opinión contraria, es acerca de la interpretación de la decisión C/ Y, porque mientras el Gobierno Suizo interpreta que el recurrente pretende dar una importancia desmedida al arresto del testigo Sr. Barril, esta representación cree haber demostrado cumplidamente, en su lugar oportuno, que tal arresto no solo no es un incidente determinado dentro del conjunto de un proceso, ni se exagera su !315

significado, sino que tal arresto en el momento procesal en que se produce y con la vulneración de normas jurídicas con que tiene lugar, es la razón básica, fundamental y piedra angular de la condena del acusado.

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Por último, nuestra más absoluta identificación con el texto del Decreto de 27 de febrero, porque, lógicamente, los diversos derechos que enumera el art. 6º no se producen en términos exhaustivos, sino enunciativos, por lo que, por vía analógica, cualquier situación que tienda a romper el principio de que la vista de la causa sea equitativa, debe amparar la decisión defensora de derechos por parte de la Comisión. Sería reiterativo relatar de nuevo los hechos ruptores de tal equidad.

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No hacemos referencia destacada al “arret” A, donde una lamentable indefensión del recurrente dio lugar a acordar la satisfacción de aquel por parte del pais demandado, en base a falta de equidad, pero por motivos y razones diferentes a las que nos ocupan.

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III. CONCLUSIONES

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De todo lo expuesto se desprende:

Primera.- La detención del testigo se efectuó de forma irregular por decisión exclusiva del Ministerio Público, sin intervención ni del Jurado, ni del Tribunal competente durante su deposición, y sin que pudiese hacerlo a requerimiento de la defensa del acusado ni, por tanto, manifestar cuanto convenía a crear una convicción que derivase en un resultado justo del proceso.

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Segunda.- Ante la falta de pruebas que acreditan el por qué se produjo el arresto del testigo ante la Cour d’ Assisses, ha de entenderse que tuvo lugar para evitar la influencia del testigo ante el Jurado a favor del reo, produciendo, en contrapartida, una predisposición de dicho Jurado en contra del acusado, prejuzgando su condena. La ecuación era correcta: si el testigo clave es detenido por complicidad o connivencia con el acusado, este es, necesariamente, culpable. !316

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Tercera.- La importancia de la declaración del testigo-perito era decisiva para el resultado del juicio, al tratarse de un testigo que, por ser perito en derecho podía justificar como conformes a Derecho las conductas incriminadas por el Ministerio Público y el Juez de Instancia como delictivas, bajo la óptica del derecho suizo, cuando no lo eran desde la del derecho español.

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Cuarta.- Es cierto que varios testigos no comparecieron a declarar por temor a correr igual suerte que el arrestado, aunque algunos lo hicieron ante notario. La influencia de varios de estos testigos y, especialmente, de algunos de cargo propuestos por la defensa, resultaría decisiva porque se retractarían de afirmaciones que habían dado lugar al procedimiento.

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Quinta.- Como conclusión de todo lo anterior, queda probada la infracción de los más elementales principios universales del Derecho Penal sin que se respetase ninguno de ellos y, especialmente, en lo que aquí atañe, de los arts. 5.1 y 6.1.2 y 3 d) de la Convención Europea de los Derechos del Hombre.

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Por todo lo expuesto: !

SUPLICO A LA COMISIÓN EUROPEA DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE.: Que tenga por presentado el presente Memorial y documentos que lo acompañan, dentro del término señalado por el Sr. Secretario de la Comisión, en respuesta a las observaciones formuladas por el Gobierno Suizo y por el Procurador General de la República y Cantón de Ginebra en el expediente de su razón que, al encabezamiento se señala y, en consecuencia, tenga a bien acordar:

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a) Tener por válidas y ciertas las manifestaciones en el mismo expuestas.

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b) Admitir las pruebas oportunas en demostración de cuanto se afirma.

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c) Fijar, si a ello hubiese lugar, fecha para comparecer ante la Comisión a defender y testimoniar lo suscrito y a practicar las pruebas a que anteriormente nos hemos referido.

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d) Autorizar a esta representación a utilizar, en cuantas manifestaciones orales sean procedentes, el idioma español con traducción simultánea.

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e) Reconocer el derecho de reparación a favor del recurrente por parte del Gobierno de la Confederación Helvética.

OTROSÍ DIGO: Que respecto al apartado b) precedente, solicitamos aclaración, por quien corresponda, de los siguientes extremos que no han sido respondidos ni por el Gobierno Suizo ni por el Procurador General de la República y Cantón de Ginebra:

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a) ¿Por qué, en ningún momento, nadie indagó, investigó o, al menos, desmintió la declaración de determinados testigos, según la cual se había probado que los bienes del acusado eran superiores a sus deudas, con lo cuál no se hubiera producido la insolvencia del mismo?.

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b)¿Por qué el Juez de Instrucción no tradujo todos los documentos que o confiscó o le fueron entregados, ni convocó a los acreedores a presencia del acusado cuando, en cambio, convocó a este último ante el Abogado de la parte contraria, sin haberle permitido asistencia letrada, es decir, que permitió que un acusado fuese interrogado por los contrarios sin un abogado que lo defendiese, aunque fuese de oficio, como luego sucedió al carecer de medios económicos para poder sufragar su defensa?

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c) ¿Por qué fue realmente arrestado el testigo: por falso testimonio o por connivencia, es decir, por complicidad con el acusado? Y, en este segundo supuesto, ¿por qué no fue acusado también de estafa como su cliente? !318

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d) ¿Por qué no se suspendió la audiencia si, existiendo dos testigos de cargo citados por el acusado, se probó que uno no había comparecido y el otro, que se había retractado de la primera declaración, no fue llamado a efectuar la correspondiente retractación?

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! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !

e) ¿Cómo es posible que ni el Procurador General ni su Sustituto ni el Juez conociesen la existencia del Tratado de Extradición hispano-suizo, de 13 de agosto de 1883?. ¿Dónde ha sido reclamada su ignorancia legal? ¿ Por qué no han sido, de oficio, perseguidos por prevaricación a falta de denuncia de parte?

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En Madrid, para Estrasburgo…………………

Fdo.: Gastón Liberal Amador

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TEXTO DE LA RESOLUCIÓN Decisión de 11.03.19…, sobre la admisión de la demanda.

Artículo 6. Parágrafo 1 de la Convención: Que el Jurado y el Tribunal hayan apreciado bien o mal las pruebas es una cuestión que escapa a la Comisión. La tarea de aquella es la de asegurar que los medios de prueba a favor o en contra del acusado han sido presentados de manera que garanticen un proceso equitativo.

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La conformidad de un proceso penal a las normas del art.6, Pár. 1 debe ser examinada sobre la base del conjunto del proceso. Sin embargo, un incidente puede revestir una importancia tal como para constituir un elemento decisivo para la apreciación general del proceso.

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Arresto de un testigo en el curso de los debates. En este caso, no hay apariencia de violación de un proceso equitativo. Artículo 6, Parágrafo 3, letra d) de la Convención: esta disposición tiene por objeto situar al acusado en pie de igualdad con la acusación y las parte civil en materia de audiencia de testigos.

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No es suficiente, para aplicar la disposición, que un acusado que ha alegado la violación de esta disposición haya demostrado que no ha podido interrogar un cierto testigo de cargo; es preciso, además, que justifique verdaderamente que la audiencia de este testigo era necesaria para la manifestación de la verdad y que su no audición ha acarreado perjuicio a la defensa.

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RESUMEN DE LOS HECHOS

El requirente (el requirente estaba representado ante la Comisión por D…. Abogado de Madrid), ha sido perseguido ante los !321

Tribunales de Ginebra por diversas infracciones cometidas en el curso de operaciones realizadas sobre inmuebles sitos en España.

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La audiencia de la Cour d´Assises fijada inicialmente para el 22 de noviembre fue aplazada como consecuencia de una tentativa de suicidio del requirente y tuvo lugar su apertura, de nuevo, el 13 de diciembre siguiente. Las partes del proceso habian citado varias decenas de testigos de los que, la mayor parte comparecieron. Sin embargo, varios de ellos venidos sobre todo de España e Italia, retornaron a continuación de la suspensión de la audiencia tras de haber sido indemnizados. Entre ellos, tres testigos de descargo confirieron su declaración a un Notario de Ginebra antes de abandonar la ciudad el 13.12.

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La audiencia de los testigos por la Cour d´Assises comienza el 14.12. El 15.12, fue llamado a declarar Me. B., abogado, testigo de descargo, venido de España, el cual debía explicar que los contratos negociados por el requirente eran conformes al Derecho Español.

Durante la audiencia, el representante del Ministerio Público ordenó el arresto inmediato del testigo como coautor de los contratos sobre los cuales se fundaba la acusación. La defensa solicita entonces el aplazamiento de los debates. Habiendo discutido todas las partes sobre este punto, el Jurado se retiró solo y, después de haber deliberado, se declaró presto a continuar los debates. La audiencia continuó con la declaración de otros testigos.

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El 20.12 la Cour d´Assisses condenó al requirente a diez años de reclusión por « escroquerie par metier> (estafa). El requirente se personó en casación quejándose notablemente del arresto del testigo durante la audiencia. Esta personación fue desestimada, así como lo fueron también el recurso de nulidad y el recurso de derecho público que el requirente dedujo ulteriormente ante el Tribunal Federal.

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De otro lado, el Tribunal Federal juzgó que el arresto del testigo B., había violado el art. 15, Pár. 2 del Convenio de Extradición entre Suiza y España.

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DERECHO !322

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1º.- El requirente se plantea, en primer lugar, que su causa no ha estado juzgada de modo equitativo con motivo de que su testigo principal, M. Barril fue arrestado en plena audiencia de la Cour d ´Assisses. Él hace valer que, a partir de ese momento, se encontró en posición de inferioridad y por la conducta de la acusación, dicho arresto había influido en el Jurado. Este, en efecto, poco versado en materia jurídica, no iba a emitir otra opinión que la que se basase en la conducta tanto del Ministerio Público como del Presidente del Tribunal. O, alternativamente, que la actitud de estos últimos, aceptando que el testigo hubiese sido arrestado en la audiencia por connivencia con el requirente, habría hecho admitir al Jurado la culpabilidad del requirente. Él alega la violación del art. 6, Par. 1 de la Convención.

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2º.- La disposición precitada garantiza a toda persona el derecho a que su causa sea conocida por un Tribunal independiente e imparcial que decidirá de modo total sobre toda acusación en materia penal, dirigida contra ella.

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3º.- En cuanto a la eventual influencia que habría ejercido sobre los miembros del Jurado el arresto del testigo principal, la Comisión tiene que señalar que no está llamada a pronunciarse directamente sobre este punto a la vista de la Convención. Y, en efecto, es imposible conocer los motivos que han conducido al Jurado a responder como él ha hecho a las cuestiones relativas a la culpabilidad del requirente. Que el Jurado y la Corte hayan apreciado bien o mal los medios de prueba, es una cuestión que escapa a la competencia de la Comisión, tal como establece la Convención. Su misión consiste en establecer si los medios de prueba producidos a favor o en contra del acusado han estado presentes, de suerte que garantizasen un proceso equitativo, y de asegurar que esto último ha sido conducido de cara a obtener este mismo resultado (V. R. nº XXX/ 57, N/D Rapport Comisión Par. 52).

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4º.- La Comisión, en este punto, se refiere a su jurisprudencia constante en cuyos términos la conformidad de un proceso a las normas fijadas en el Parágrafo 1 del artículo 6 precitado debe ser examinada sobre la base del conjunto del proceso !323

y no solo a partir de un aspecto o incidente particulares del proceso.

Ciertamente un incidente o un aspecto particular pueden haber sido determinantes o haber revestido una importancia tal que constituyesen un elemento decisivo para la apreciación general del conjunto del proceso. Pero es importante señalar a estos efectos que en un caso parecido es sobre la base de la apreciación del proceso en su conjunto cuando conviene decidir si la causa ha sido entendida equitativamente. (ver demanda suscitada e igualmente demanda XXX/ 72).

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5º.- En el presente caso, la Comisión constata que, de los autos del proceso verbal durante los debates de la Cour d´Assisses, resulta que el representante del Ministerio Público ordenó el arresto del testigo por complicidad, el 15.12. En razón de este arresto, la defensa del requirente pide, el mismo día, la suspensión de los debates. Sin embargo el Jurado -que oyó a todas las partes antes de deliberar sobre este punto- consideró que el arresto del testigo demostraba unicamente que había habido complicidad de su parte, pero no se probó que hubiese estafa por parte de los acusados. El Jurado manifestó que no se sentía en modo alguno influido por el incidente y que, por consiguiente, estaba presto a continuar los debates. El demandante y su abogado retiraron su petición de suspender los debates y estos continuaron hasta el 20 de diciembre sin otros incidentes.

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6º.- La cuestión que se plantea es la de saber si el arresto del testigo de descargo ordenado por la acusación en plena Cour d ´Assisses ha podido o no poner en peligro la serenidad de los debates y atentar así al derecho del requirente de beneficiarse de un proceso equitativo en el sentido del artículo 6, parágrafo 1 de la Convención. La Comisión no se pronuncia sobre el extremo de saber si con ocasión de dicho arresto ha podido producirse tal efecto. A tal fin, la Comisión estima indispensable proceder al examen de otras quejas formuladas por el requirente que están igualmente en estrecha relación con el arresto del testigo. La Comisión tomará así en consideración el proceso en su conjunto.

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7º.- El requirente se plantea que el arresto del testigo, -que no ha ejercido influencia alguna sobre el Jurado (la califica de “cutre”), !324

ha violado el principio de igualdad de armas, dando por hecho que el requirente no ha podido interrogar a su testigo, lo que ha inducido a los otros testigos de descargo a abandonar Suiza. Él alega, al respecto, la violación del artículo 6, parágrafo 3. d) de la Convención, que dispone que “todo acusado tiene derecho a interrogar o hacer interrogar a los testigos de cargo y a obtener el llamamiento de los testigos de descargo en las mismas condiciones de los testigos de cargo.

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8º.- Esta disposición es la clave, en materia de audiencia de testigos, para situar o no al inculpado o acusado en pie de igualdad con la acusación y la parte civil.

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9º.- En cuanto a la imposibilidad alegada por el requirente de interrogar al testigo que él había hecho citar, la Comisión revela que ese es un punto contestado por las partes. El pasaje pertinente del proceso verbal de los debates queda redactado así: “al término del interrogatorio del citado testigo, el Sr. Sustituto del Sr. Procurador General ha hecho proceder al arresto del mismo”. En sus observaciones, el Gobierno defensor precisa que el 14.12 el testigo había sido interrogado durante dos horas y que el abogado de la defensa había podido dirigirse al testigo formulándole varias preguntas. De otra parte, al inicio de la audiencia del 15.12, el (testigo) había encarecido ser interrogado por todas las partes. El requirente, en cuanto a aquel sostiene que, encausado y libelado en el proceso verbal de la audiencia, la defensa no tuvo la oportunidad de interrogar su testigo. Pero admite a la vez que él ha podido, en un momento determinado del interrogatorio, interponer una cuestión esporádica o incidental.

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10º.- Antes de examinar esta cuestión más de cerca, la Comisión recuerda su constante jurisprudencia según la cual el artículo 6, parágrafo 3. d) de la Convención, no otorga al acusado un derecho ilimitado a obtener la convocatoria de testigos en juicio. Las autoridades judiciales internas disponen así de un margen de apreciación que les permite, bajo la reserva del respeto a la Convención, asegurar que la audición de un testigo de la defensa es susceptible de contribuir al hallazgo de la verdad. Estas mismas consideraciones se aplican a contrario igualmente a toda persona !325

acusada, quien no dispone, en virtud de la disposición precitada de la Convención, del derecho ilimitado de hacer todo tipo de preguntas a los testigos. El ejercicio de este derecho está subordinado a la apreciación del Tribunal respecto a la pertinencia de cuestiones que podrían contribuir al descubrimiento de la verdad y, consiguientemente, sobre su necesidad.

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11º.- La Comisión ha reiterado que no basta que el inculpado alegue la violación del artículo 6, parágrafo 3.d) de la Convención sino que, además, ha de demostrar que no ha podido un cierto testigo de descargo y que era preciso demostrar que el citado testigo era necesario para el descubrimiento de la verdad y que su no audiencia ha causado un perjuicio real a los derechos de la defensa.

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12º.- En el caso que nos ocupa, como se ha dicho anteriormente el requirente no ha demostrado que estuvo en la imposibilidad de interrogar al testigo-perito. De otro lado, la audiencia del mismo tenía solo como objeto explicar que la actividad del requirente en España era conforme al derecho de ese país. Por otro lado, el abogado del requirente había presentado durante los debates en la Cour d´Assisses (audiencia en una vista criminal), una declaración del Presidente del Colegio de Abogados de X, certificando que los contratos concluidos por la Sociedad del requirente eran conformes al derecho civil español. De otra parte, en su recurso contra la sentencia condenatoria ante la Corte de Casación Cantonal, el mismo Consejero ha expuesto largamente ( la Memoria del recurso contiene 34 páginas), las razones por las que los referidos contratos eran conformes al derecho español. La Corte de Casación del Cantón de Ginebra en cuanto al tema, desestimó el recurso y, aunque no tuvo en cuenta los argumentos, precisa en su respuesta ( igualmente largamente motivada y conteniendo 41 páginas), que las precisiones aportadas sobre el derecho español no influyeron en absoluto en la causa, a efectos de destruir el mecanismo de estafa que calificó las operaciones del requirente. Hay que señalar, en fin, que si el requirente estimaba indispensables las declaraciones del testigo, había podido, durante la instrucción, pedir al juez de instrucción su audiencia ( conforme a los artículos 66, 67, 68 y 177 del Código de Procedimiento Penal del Cantón de Ginebra !326

de 07.12.1940, en vigor al momento de los hechos. El 03.04.1978 entró en vigor en Ginebra un nuevo Código de Procedimiento Penal que lleva la fecha de 29.09.1977). Él ha preferido, sin embargo, que el testigo asistiese a su causa en calidad de Abogado, lo que le fue concedido por el Consejo de Estado de la República y Cantón de Ginebra. Para a continuación incluirlo en la lista de testigos.

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13º.-La Comisión quiere resaltar en este momento que el arresto del testigo en las circunstancias descritas más atrás ha sido ordenado por una de las partes, tiene que sorprender, sobre todo si se tiene en cuenta que ello era contrario al derecho suizo aplicable y el representante del Ministerio Público estaba obligado a conocer el tenor de la disposición existente.

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14º.- El requirente se plantea, en fin, que su proceso no ha sido equitativo a causa de que la Cour d´Assisses habría debido ordenar la suspensión de la audiencia por el hecho de que la mayor parte de los testigos de descargo domiciliados en el extranjero no habían comparecido. De otra parte, hace valer que, un cierto número de testigos llegados a Ginebra se marcharon a continuación del arresto del testigo.

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La Comisión ha tomado nota de que la Cour d´Assisses, vistos los motivos invocados, no ha tenido actuación arbitraria al rehusar enviar la suspensión de la audiencia como solicitaba el requirente.

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De otro lado, por lo que concierne a la salida de un cierto número de testigos de descargo provocada por el arresto del testigo mencionado, la Comisión admite que, en efecto, tres testigos de nacionalidad española abandonaron Ginebra. Sin embargo, ellos se fueron el 13. 12. y depusieron sus declaraciones ese día ante un Notario ginebrino aun cuando el testigo fue arrestado el 15.12. La relación de causalidad invocada por el requirente es, pues, inexistente.

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15º.- Visto lo que precede y, aun suponiendo que el requirente no había podido interrogar al citado testigo, la Comisión, después de haber examinado el proceso en su conjunto, considera !327

que el arresto del testigo no ha atentado a los derechos y libertades garantizadas por la Convención, en particular por el artículo 6, parágrafos 1 y 3 d) precitados.

!

Ello concluye que la demanda está manifiestamente mal fundada en el sentido del art. 2, par.2 de la Convención.

!

inadmisible.

! !

Por tales motivos, la Comisión declara la demanda

FIN

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! ! ! !

UNA AVENTURA EUROPEA INDICE

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Páginas !

I VIAJE A LA ILUSIÓN…………………...………... 11 !

Primer día ……………………………………….…… 15 !

Segundo día …………………………………………... 23 !

Tercer día …………………………………………….. 49 !

Cuarto día ……………………………………………. 65 !

Quinto día …………………………………………… 73 !

Sexto día ……………………………………………... 89 !

Séptimo día …………………………………………... 109 !

II CORRESPONDENCIA …………………………. 113 !

III RETORNO A LA REALIDAD 1980 !

Primer día …………………………………………….. 123 !

Segundo día: !

Mañana: Visita a Totó …………………………..….141 Mediodía : Comida …………………………..……. 149 Noche: Cena ………………………………………... 153

!

Tercer día: …………………………..…………….….. !

175 !329

Cuarto día:

! Última visita a Totó …………………..…………..... !

179

IV CUATRO JINETES SIN APOCALIPSIS Y...

O ASI ERAN O TAL PARECIAN …………….…... 193

!

Totó (Jonás) ………………………………………… 195 !

Fina ………………………………………………... 225 !

Gastón ……………………………………………… 255 !

Modesto ……………………………………………. 281 !

V APENDICE !

Documentación …………………………………….. 297 !

!330