La Panera Num. 25

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[ Tecnología | por Edison Otero ]

Christopher Hitchens

Ni el cielo ni el infierno de tiempo en tiempo, escritores diversos proclaman la desaparición de los intelectuales públicos. Parece un ejercicio nostálgico. Además, buscan por el lado equivocado. Intelectuales tipo Jean Paul Sartre, claro, no van más. Pero Christopher Hitchens (13 de abril de 1949-15 de diciembre de 2011), británico de nacimiento y estadounidense por decisión voluntaria, representó precisa y perfectamente ese rol inquieto, perceptivo, atento y despiadado para denunciar la desnudez de los reyes y reyezuelos de todas layas, y a todos los que ofician de sus ojos y oídos. Con una ventaja: habló desde sí mismo, guiado por el sabio y seguro instinto de bregar a favor de la verdad y de la justicia, con su solo olfato solidario que le permitía identificar el dolor y el sufrimiento de los que todos somos, en una u otra medida, víctimas y victimarios. Lo hizo sin ropajes ideológicos a la moda, sin hablar en nombre de una doctrina, sin impostar el tono de la fe. Por eso no puede sorprendernos que la agudísima y brillante pieza polémica que redactó para su intrépida antología «Dios no existe. Lecturas esenciales para el no creyente», se inicie recordando «La Peste», de Albert Camus. Ninguna el de desempeñar un papel –que él mismo caliotra alusión podría resultar más coincidente. ficó de pequeño, en un rapto de humildad– en Nadie se ha parecido tanto a Camus como Hit- la lucha contra las religiones organizadas, a favor chens. Un fuego interior abrazador idéntico los de la razón y de la ciencia. Lo dijo con todas consumía a ambos. Tenían la misma pasión por la sus letras en un mensaje dirigido a sus “queridos vida, sólo que no la vivieron en un rapto estético compañeros no-creyentes”, desde su condición o místico, sino en el sentido más pagano, liber- postrada a causa de un cáncer al esófago y hatario y sensible, enamorados de la emancipación biendo perdido ya la voz, en mayo de 2011. El moral. Y a todo ello, Hitaño anterior, en la última chens agregaba una expágina de sus memorias británico de nacimiento y quisita erudición literaria, –«Hitch-22»– confesaba sazonada con esa ironía lo honrado que se senestadounidense por decisión, que en boca de cualquier tía de que se le asociara ESTE “INTELECTUAL PÚBLICO” otro sólo podría sonar a a científicos y filósofos torpeza. como Richard Dawkins, habló desde sí mismo, guiado ¿Quién otro más que Daniel Dennett y Sam por el sabio y seguro instinto Hitchens podía acusar a Harris, con todos los Henry Kissinger de genocuales mantuvo converde bregar a favor de la cida? ¿Quién más sino él saciones que constan en verdad y de la justicia. podía restarse a las letavideos disponibles en la nías por Teresa de Calcured. ta, aquella santa para la cual el aborto era peor Constituye una expresión lapidaria –valga la reque el genocidio? ¿Quién sino Hitchens podía dundancia– de las ventajas irónicas que la muersolidarizar de hecho con el poeta Salman Rus- te se permite el que Hitchens perdiera la voz hdie cuando todo el Islam había puesto precio durante su tratamiento. Era un polemista temible a su cabeza? ¿con Azar Nafisi, la iraní de «Leer y no por diversión Richard Dawkins aconsejaba Lolita en Teherán», y sentirse hermano cercano no acudir a un debate con él. Sin embargo, las de Susan Sontag o pariente espiritual de George fotos y los videos, de cualquier época de su vida, Orwell, Arthur Koestler, Bertrand Russell, o del revelan a un adolescente travieso necesitado de polaco Adam Michnik? cariño y a un sujeto noble, capaz de comprender Consideró que el mayor honor de su vida era a su madre que los abandona en pos de un amor

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e manera recurrente,

contrariado y de citar a su padre para asegurar que, al menos y a sus 60 años, sabía lo que tenía que hacer en la vida. La fama e influencia que llegó a tener no lo metamorfosearon en absoluto. No pudo haber vivido en otra época que no fuese esta, la que se inicia en los 60 con la liberación sexual y las explosiones sociales. Como buen caballero andante, acudió a todas las zonas del planeta en las que le pareció que algo de dignidad humana podía rescatarse. Por cierto, ni el más agudo de los espíritus puede seguirle el curso preciso a todas las contingencias, y eso explica algunos de sus eventuales yerros de diagnóstico. ¿Acaso íbamos a pedirle infalibilidad, esa cualidad que se atribuye tan engañosamente a las autoridades de las instituciones de las que se sintió más profundamente distante? La advertencia que preside sus memorias lo retrata tal cual. Con ustedes Christopher Hitchens: “Sólo puedo reivindicar mis propios derechos de autor, y a veces los de aquellos que han muerto o han escrito sobre estos mismos acontecimientos, o tienen una decente esperanza de anonimato, o son unos gilipollas tan atroces y reconocidos que han perdido el derecho a quejarse. No tengo suficientes palabras para aquellos que he amado, o que han sido tan indulgentes y amables como para amarme, y recuerdo con agradecimiento cómo me han dejado sin habla”.

Edison Otero Bello Licenciado en Filosofía y profesor titular por la Universidad de Chile. Se ha especializado en las áreas de la epistemología, el desarrollo del pensamiento crítico y la teoría de la comunicación. Actualmente es investigador y editor del Centro de Estudios Universitarios (CEU) de la Universidad Uniacc.

“A los médicos es a quienes mejor les va: sus éxitos andan por ahí, y a sus fracasos los entierran”, Jacques Tati (1907-1982), director y actor francés.

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