Esta exposición busca un diálogo con el espectador recordándole su infancia como origen de su personalidad, sus esculturas habitan el mundo como una pregunta, y mientras el espectador la rodea para verla desde todos los ángulos, la pregunta se vuelve más presurosa, y al mismo tiempo no podemos descifrarla, son una zarza que arde y a la que no nos atrevemos a hablarle, ¿qué quieren esas esculturas?, porque de ningún modo han venido en son de paz: son animales viejos como los niños que lo saben todo y tienen que aprender a ignorar como los adultos, niños transfigurados en su animal totémico que los cuida, los vigila y también los condena a una perpetua animalidad, los niños de Antonio López son puro instinto, una fuerza que milagrosamente se mantiene en equilibro pero que amenaza con devastarlos, es la infancia que vuelve y tiene uñas y dientes y es un riesgo que debemos correr. La infancia, bien lo saben las piezas de Antonio López, es un peligro del que nadie sale indemne.