divina comedia

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que parece llorar el día muerto;

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cuando yo comencé a dejar de oír, y a mirar hacia un alma que se alzaba pidiendo con la mano que la oyeran.

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Juntó y alzó las palmas, dirigiendo los ojos hacia oriente, de igual modo que si dijese a Dios: «Sólo en ti pienso.»

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Con tanta devoción Te lucis ante le salió de la boca en dulces notas, que le hizo a mi mente enajenarse; y las otras después dulces y pías seguir tras ella, completando el himno, puestos los ojos en la extrema esfera. A la verdad aguza bien los ojos, lector, que el velo ahora es tan sutil, que es fácil traspasarlo ciertamente.

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Yo aquel gentil ejército veía callado luego contemplar el suelo, como esperando pálido y humilde;

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y vi salir de lo alto y descender dos ángeles con dos ardientes gladios truncos y de la punta desprovistos.

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Verdes como las hojas más tempranas sus ropas eran, y las verdes plumas por detrás las batfan y aventaban.

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Uno se puso encima de nosotros, y bajó el otro por el lado opuesto, tal que en medio las gentes se quedaron.

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Bien distinguía su cabeza rubia; mas su rostro la vista me turbaba, cual facultad que a demasiado aspira.

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«Vinieron del regazo de María -dijo Sordello- a vigilar el valle, por la serpiente que vendrá muy pronto.»

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Y yo, que no sabía por qué sitio, me volví alrededor y me estreché a las fieles espaldas, todo helado.

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