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EL PROCESO DEL APRENDIZAJE A) LA TENSION INTELECTUAL Y LOS ESTIMULOS

Quien se entrega a la vida intelectual siente muy pronto que una voluntad de rigor empieza a manifestarse desde los primeros y más elementales pasos de su aprendizaje y que se incrementa cada día más, redoblando sus exigencias. Porque, aparte de que se aprende a soportar la crítica de los demás y se termina por preferirla a la aprobación, concluye uno por convertirse en el más implacable crítico de su propio trabajo. Es esa exigencia de rigor la que nos obliga a realizar duras y tediosas tareas con la sola finalidad de asegurar el cumplimiento de nuestro objetivo principal. Junto a este afán de rigor, existe también una insatisfacción intima personal que nos obliga a superarnos permanentemente y nos impide adoptar un conformismo estéril, sobre todo cuando nos comparamos en rendimiento con algunas personalidades de nuestra especialidad. Es tan agudo este sentimiento que no es posible justificarnos fácilmente por más que señalemos la magnitud de los obstáculos que hemos enfrentado y sobreestimemos la importancia de nuestras conquistas. Si bien es útil el estímulo de la insatisfacción, no debemos dejar, sin embargo, que se apodere de nosotros, porque es innegable que en muchos casos se convierte en un sentimiento morboso que nos deprime y conduce al abandono. Es fácil darse cuenta de que muy dificilmente se podrá mantener una constante y serena atención a nuestra tarea si a estas tensiones de la voluntad de rigor y del amor propio insatisfecho no se las contrapesa adecuadamente con un generoso sentimiento de solidaridad ql-ie busque estímulos en el contorno de nuestras relaciones humanas. Si es verdad que utoda obra grande, en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea» (l),porque, en última instancia, todo saber es para la vida, nada menos extrafío que la necesidad de estimular el aprendizaje con motivaciones vitales muy concretas. No basta, hemos dicho, la avidez de nuestro ego. Quizá sea más vigorosa que la ambición económica, pero, a su vez, es quizá menos coherente. Las circunstancias que rodean al intelectual doblegan fácilmente cualquiera de estos dos impulsos motrices. La esterilidad económica de largos períodos de estudio o la escasa retribución en algunas profesiones, tanto como el anonimato de muchas nobles tareas o las injustas posterga(1)

K A M ~Y N CAJAL, ob. cit., p. 27


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