Actualidad Latinoamericana

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Para evitar malentendidos conviene indicar: i) tales consecuencias no responden, en exclusiva, a la pura presencia del dinero. Es todo el sistema, especialmente en su modalidad capitalista, el que empuja en la dirección de marras; ii) no se debe pensar en una estricta racionalidad de las conductas. Sí en un componente racional mucho mayor al que pudo estar presente en los tiempos antiguos; iii) la racionalidad que hemos indicado, muy poco tiene que ver con la que se postula en los modelos económicos de corte walrasiano. A éste, sobremanera en las versiones más actuales del modelo, se le asignan capacidades de cálculo y de optimización que exceden ampliamente la efectivamente poseída por los agentes mercantiles reales. II.- El dinero como instrumento de poder. a) El poder mercantil: un poder hipócrita. Recordemos que por poder, en su sentido más general, se entiende la capacidad de un grupo o persona para determinar la conducta de los otros, inclusive contrariando la voluntad de esos otros. Luego, por poder de mercado o poder mercantil, entendemos el poder que opera por la vía de mecanismos mercantiles. Señaladamente, por la vía del control y uso del dinero. Es decir, por la forma económica que en las economías de mercado funciona como encarnación del trabajo social general. En este sentido, podemos sostener que el poder mercantil se ejerce por medio del dinero. Al decir de Marx, “en el mercado no hay más que poseedores de mercancías, y el poder que estas personas pueden ejercer unas sobre otras es, pura y simplemente, el poder de sus respectivas mercancías.”8 Más precisamente, ese poder es el que determina el dinero que dispone el agente mercantil respectivo. Para mejor entender el punto, recordemos algo del abecé de las economías de mercado.

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El poseedor de mercancías es libre para optar por tal cual intercambio mercantil particular o concreto. Pero no es libre para rechazar todo intercambio. Como con cargo a lo que produce no puede reproducir su consumo personal ni sus medios de producción, necesita de la producción de los otros, a la cual sólo puede acceder por la vía del intercambio. Esta es una primera restricción o coacción que ejerce el sistema. En segundo lugar tenemos que si bien es él quien decide qué producir, no es menos cierto que está obligado a elegir bienes que sean demandados por otros. De lo contrario no vende y si no vende su reproducción se paraliza. Con lo cual, puede llegar a desaparecer como entidad social y hasta física. En corto, son los otros (y los otros solo en tanto posean poder de compra; i.e. dinero) los que le ordenan qué bienes debe producir. Claro está, esta “orden” asume una forma bastante peculiar: i) es una orden abstracta: no dice produzca el bien “X” o el bien “Y”, sino produzca bienes por los cuales exista una demanda solvente; ii) la voz de mando no es emitida por una persona de carne y hueso, ni tampoco es dirigida a tal o cual productor concreto. No existe, en este caso, una relación social directa o personal en que tal o cual persona ordena a tal o cual que produzca tal o cual valor de uso. El comandante, por ejemplo, le ordena directamente a su tropa que despliegue tal o cual movimiento. El esclavista, hacía algo similar con su mano de obra esclava. En el caso que nos preocupa, por el contrario, lo que funciona es lo que Smith denominara “mano invisible”. Las órdenes, más allá de sus peculiaridades y envolturas, existen. En consecuencia, hay voluntades que se subordinan y opera el poder capaz de provocar esos efectos. ¿Cómo y dónde se ejerce tal poder? ¿Quiénes lo ejercen? ¿Contra quiénes? El poder del dinero se ejerce en el mercado9 y por medio de las cosas-mercancías. Son éstas, o más precisamente el dinero, las que hablan y


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