LA REALIDAD DEL DESAMOR

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LA REALIDAD DEL DESAMOR

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ivimos en una sociedad que celebra el enamoramiento y festeja el amor, y aunque asistimos frecuentemente a rupturas de relaciones amorosas, omitimos el desamor. Estamos en un contexto que no facilita la elaboración del duelo, más bien lo contrario, invita a reponer al amado como si de un objeto se tratara. El desamor es un sentimiento y un estado emocional que no emerge solo sin más. Para manifestarse, el amor ha de haberle precedido y depende de él hasta el punto de que podría formar parte del mismo como una sombra que lo acompaña y que se hace invisible por el destello del sentimiento amoroso. La contaminación del amor por tantas influencias, ha troquelado una idea colectiva en la que se ha otorgado a este sentimiento una

Susana Méndez Gago Psicóloga clínica Experta en Educación para la Salud

categoría de imperecedero y una etiqueta de “para siempre”, lo que ha oscurecido aún más la posibilidad de percibir el desamor. Algo que no tiene fecha de caducidad no tiene porqué estropearse. Y si encima, se le ha asociado a una idea de posesión y de pertenencia, es normal negarse a perder algo que uno ha conseguido y en el que el “para siempre” se ha hecho una verdad incuestionable. Entonces, el desamor también se niega porque evidencia que no se puede poseer. Esta niebla de contaminación nos distrae de cualquier señal, hasta el punto de meternos en juegos de autoengaño, donde el “para siempre” nos hace confundir los indicios que evidencian la presencia del desamor, con los normales altibajos del amor. El temor a perderlo nos lleva a aferrarnos a lo que aún pueda quedar, aunque tan solo sean las ruinas de lo que un día fue. La falta de educación y de claridad para observarlo, nos hace dejar pasar esas señales, las arrinconamos como si de un mal sueño se tratara para así poder volver a la rutina de la vida que hemos construido, en la que los hábitos de lo conocido y la comodidad de lo previsible, son ahora lo que hace infranqueable cualquier cuestionamiento. Al desamor se llega por muchos caminos, aquellos que el propio amor ha ido marcando, como en una tierra arada en la que el sentimiento es el que ha ido haciendo los surcos. No obstante, hay algo común a cualquier desamor; es la toma de conciencia inesperada y la lucidez de un instante en el que el sujeto se siente profundamente desprendido del anidamiento en el corazón del otro. Una imagen fugaz pero nítida, que supone un punto de inflexión que separa un antes y después de la propia vida. Es como cuando en una

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La serena aceptación de la muerte nos aportaría una gran sabiduría para la vida sala de cine se encienden las luces al finalizar una película que nos ha tenido seducidos y emocionados. La iluminación nos devuelve a una realidad que nos impide regresar al goce de la historia que estábamos disfrutando. El otro, hasta ahora cercano a nosotros, nos resulta extraño y ajeno, como si ese vínculo íntimo, que nos ha hecho conmover por el “ser” del otro, desapareciera un día y esa complicidad en la coexistencia dejara de sernos cálida. Es un enfriamiento profundo de un sentimiento que aún, en lo más superficial, no se ha apagado. El rescoldo del fuego que un día fue, nos mantiene haciéndonos sentir que todavía sigue… La corriente de lo cotidiano nos lleva a continuar, aunque algo en nosotros haya cambiado profundamente. Ya no somos los mismos aunque nos esforcemos por ser como éramos y, a veces, es tal la negación al despertar en el desamor que lo reprimimos dentro de nosotros hasta llegar a enfermar y, de esta forma, quedar anclados a un lugar del que nos da miedo salir. Otras veces, esta toma de conciencia no se niega tan intensamente, acompaña silente, a modo de malestar difuso al que se le encuentran un sin fin de explicaciones banales que no terminan de rasgar la relación…, y en muchas ocasiones después de

esa latencia, un pequeño o inesperado incidente, desborda todo lo acallado y las personas se alzan claras ante la evidencia del desamor. Es muy difícil aceptar el desamor cuando llega…, no nos han educado para reconocerlo. De hecho, es el sentimiento más negado de todos los que se mencionan en este texto. Es el gran omitido, y por ello, el que deja más confusos y perdidos a los sujetos. No poderlo detectar, distinguir y ponerle nombre nos introduce por caminos de sufrimiento innecesario, nos adentra en exigencias imposibles y nos alimenta en la impostura y en la hipocresía. Esa omisión colectiva del desamor pone de manifiesto un problema aún mucho mayor y es el de la aceptación de que “todo tiene un principio y un final”, como los días que empiezan y terminan y la floración en la primavera y el declive en el otoño. La vida nace, muere y vuelve a resurgir en una espiral interminable, en la que el temido fin no es sino la antesala a una nueva vida. Nuestra negación del desamor no deja de ser una negación de la muerte, como si amando para siempre uno no pereciera nunca. Si desde nuestra primera infancia nos educaran para la muerte, seguramente construiríamos nuestra vida de otra

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Descubrir la muerte del amor es tomar conciencia de la finitud de la existencia manera. Al formarnos en la consciencia que vamos a morir, las relaciones con las cosas y con las personas serían diferentes. Comprenderíamos desde niños que el poseer carece de sentido y que el “para siempre” es una invención de los temerosos. Estaríamos más en sintonía con la naturaleza y su ritmo. Si de jóvenes aceptáramos que somos mortales, viviríamos aquello que se fuera presentando como una oportunidad y no como un inconveniente. La palabra futuro perdería su protagonismo y centraríamos el presente como la única posesión segura. Entenderíamos que el tiempo tampoco es infinito y dejaríamos de malgastarlo. Viviríamos el instante más conscientes, daríamos menos importancia a cuestiones banales y evidenciaríamos que se necesitan muy pocas cosas para vivir. La serena aceptación de la muerte nos aportaría una gran sabiduría para la vida. Descubrir la muerte del amor es tomar conciencia de la finitud de la existencia, al menos de una parte de nosotros. Nos desborda tomar contacto con ese hecho existencial y nos hace vulnerables porque sacude la omnipotencia con la que caminamos por la vida. En esta época de caprichoso endiosamiento en el que retamos a la naturaleza y retrasamos el envejecimiento, nos deshacemos de la fealdad y buscamos mil fórmulas para controlar la naturaleza…, aceptar que un sentimiento tan íntimo como el desamor puede llegar a cuestionar la veracidad del camino que nos hemos trazado y poner en duda la capacidad real del control de nuestras vidas. El desamor es una evidencia de que somos dioses con pies de barro y que la naturaleza y el fluir de la vida nos modifica aún sin que nosotros lo deseemos. Si aceptáramos el desamor no solamente cuando llega, sino antes de que el enamoramiento inunde nuestro corazón, podríamos llegar al amor de una manera más saludable como personas y como sociedad, y se podrían prevenir algunos males que hoy nos aquejan. Extracto de su libro La bondad de los malos sentimientos (2012) Ediciones B

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SER ADOLESCENTE HOY: desafio y oportunidad

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a adolescencia es una etapa única e irrepetible en la vida. Es el momento de las grandes convulsiones interiores y de los grandes cambios en el cual los cimientos de la existencia que conforman la propia identidad se tambalean de manera abrupta. Todo el universo predictible y estable de la infancia se desvanece como un castillo de naipes. Es la infancia un mundo en el que los padres y los adultos son los grandes dioses y los titanes que conceden la base de seguridad emocional del niño. Un mundo en el que todo permanece de manera inalterada y en esa necesidad psicológica de estabilidad en la que el orden del niño debe ser una y otra vez el mismo, pues su repetición y su volver a ser cada día igual, obedece a leyes de la regularidad. Como la noria de la vida que gira y gira incesante sobre sí misma, conformando la confianza que el niño necesita para hacer un desarrollo adecuado.

La infancia constituye una fase privilegiada para experimentar, explorar y descubrir los nuevos territorios que conforman el mundo físico, con el consecuente sentimiento de dominio sobre éste, inherente a la capacidad de manipulación del mismo. El niño experimenta el placer por el juego, la inmensa curiosidad que nunca parece agotarse, el amor y pasión por los animales, el deseo de participar en esta aventura lúdica con sus pares, etc. También es el tiempo de la identificación con los roles, modelos e iconos de vitalidad, aventura, acción e heroicidad en los niños, y

Serafín Carballo Doctor en Psicología. Especialista en Clínica. Supervisor docente en terapia de familia y pareja por la FEAP. Jefe de la Sección de Infancia y Familia del Servicio de Protección al Menor y Atención a la Familia. IMAS. Consell de Mallorca.

de cuidado y afecto en las niñas. Siguiendo así la división social de roles de género que nuestra sociedad ha establecido para unos y para otros, como un entrenamiento o ensayo previo a lo que les espera en el gran teatro de la vida en el que se convierte el mundo adulto. Ese período de la infancia, gobernado por las leyes de la permanencia y de estabilidad, es, al final del mismo, atravesado bruscamente por la irrupción del tsunami de la adolescencia provocando un giro radical en la trayectoria vital.

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