Caravana

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no! - ¡Pará, nena, pará! ¡Yo no fui! - ¿Y quién fue, tarado? ¿Quién más iba a mandarse una así? - Dejame que te explique, Ilsa, pará un poco.- Me frena finalmente Saúl. Se ha bancado como un rey una variedad inusitada de golpes en sus brazos y en su torso, y ahora me sostiene las manos sin esfuerzo. Para él mis puñetazos deben ser zumbidos de mosca.- No hice la movida solo, la hice con un par de pibes de las peleas y Tate nos ayudó a localizar las cenizas del gobernador.- Me cuenta seria y cautelosamente, haciéndome sentir afuera del mundo por un ratito, como una boluda que no se entera de las cosas a menos que se las cuenten mil años después. Tate no me había dicho nada, Saúl tampoco. Una mierda todo, una mierda todos.- Tate no sabe lo de tu abuela y yo me enteré después, porque con los pibes nos dividimos en el cementerio. El primo de uno de ellos es sereno y nos hizo el aguante, pero para que nos rindiera el tiempo tuvimos que separarnos. No sé cuál de ellos se afanó las cenizas de tu abuela, pero yo las tengo. - Las vas a devolver, culiado. - No puedo, Ilsa. ¿Cómo querés que las devuelva? Ya nos colamos algunas y a las otras las metimos a todas en una sola bolsa. Los pibes querían vender las urnas pero yo me rescaté la de tu abuela. - ¡Ah, pero si son bien chotos!- Grito yo antes de entrar al café. Algunos de los clientes me miran extrañados y decido bajar la voz después de pedir la media mañana del viejo.- ¿Por qué no te rescataste la urna de mi abuela antes de mezclar las cenizas con las otras, pelotudito? - Porque ya estábamos en el medio del viaje cuando lo hicimos, pero igual no fui yo el que metió todo a la bolsa. Me avivé tarde, Ilsa, perdón. Igual se puede arreglar…

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