Caravana

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de los cadáveres que los arrastran a sus tumbas y hay una especialmente profunda reservada para mí, pero nadie tiene que empujarme ahí porque caigo solita, como buena estúpida protagonista de ese episodio fúnebre. Me despierto de un salto antes de caer de lleno a la fosa. Espero no haber gritado en el mundo de los vivos durmientes. He sudado, un poco por el calor y otro poco por la agitación. Necesito agua, agua y una vida más entretenida para caer todas las noches como una piedra a la cama y no tener esos sueños de porquería. El cansancio mental que me supone el trabajo y el estudio no es suficiente, sobre todo si como “hobby” ando robándome difuntos. Camino pesadamente hasta la cocina para buscar unos benditos tragos de agua helada y me siento en la mesada a bajarme la botella mientras escarbo en mis pensamientos para ver si encuentro por algún rincón una mejor actividad que me planche y que no involucre nada ilegal. Lamentablemente la buena guita siempre es la más turbia. “La ley sólo le sirve al capital”, diría Tate después de darle una profunda calada al cigarrillo, en algún atardecer púber. Las tareas que pueden entretenerme están muy lejos de mi alcance, las que están cerca son la pura explotación y el puro embole, y las que son entretenidas y pagan bien me podrían llevar a la cárcel si –paradójicamentelas hago mal. ¿Cuánta gente conoceré que en realidad vive de su laburo clandestino y no del que le conozco? Me duele la garganta después de tantos tragos fríos y ya me cayó la fiaca necesaria como para dormir como un tronco (en el universo paralelo en que los troncos duermen).


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