Más al espíritu que a la letra

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Más al espíritu que a la letra



“Una idea sintética, más que analítica; una idea también que atiende más al espíritu que a la letra o a las letras”.


© Fundación de Cultura Islámica, 2018 MÁS AL ESPÍRITU QUE A LA LETRA Edita: Fundación de Cultura Islámica (www.funci.org) Textos y Fotografías: FUNCI Diseño: FUNCI Imprime: Brizzolis, arte en gráficas www.brizzolis.com Depósito legal: M - 33O56 - 2017


Breve nota biográfica de Julio Caro Baroja

Julio Caro Baroja (Madrid, 13 de noviembre de 1914 – Vera de Bidasoa, 18 de agosto de 1995) fue historiador, etnólogo y antropólogo, miembro de la Real Academia de la Historia, de la Real Academia Española de la Lengua y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sobrino del escritor Pío Baroja y del pintor y escritor Ricardo Baroja. Como etnólogo, cursó estudios de etnología junto con los reputados etnólogos vascos José Miguel Barandiarán y Telesforo Aranzadi. Caro Baroja fue nombrado, en 1944, director del Museo del Pueblo Español, cargo en el que continuará hasta 1954. En 1951 estudió Antropología y Etnología en los Estados Unidos y trabajó en la Smithsonian Institution de Washington. Al año siguiente, trabajó en el Institute of Social Anthropology de Oxford, y más tarde, ya de regreso en España, realizó sus importantes estudios sobre los pueblos del Sáhara. En 1961 Caro obtiene el nombramiento de Director de Estudios, a título extranjero, de L´Ecole Pratique des Hautes Études, de París, en su sección de Historia Social y Económica. Tiene en su haber 48 libros publicados y cientos de artículos y colecciones de ensayos. Entre sus principales temas de estudio constan el pueblo y la cultura vascos, las tradiciones y fiestas populares, la ingeniería popular, los moriscos, los pueblos del Sáhara, los judíos, el pueblo gitano, la Inquisición y la brujería. Entre muchos otros premios, recibió el Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales en 1983.



Julio Caro Baroja y Cherif Abderrahman Jah conversan durante la presentación del Instituto Occidental de Cultura Islámica, hoy Fundación de Cultura Islámica, en Madrid, en el año 1986.



Í N D ICE 11

¿POR QUÉ?

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AFINIDADES COLECTIVAS

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AVERIGUACIONES...

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ESTUDIOS HISTÓRICOS Y LINGÜÍSTICOS

Nuestra amistad El origen de nuestro encuentro Semblanza de Sheriff Abderrahman Análisis de la Sabiduría

Presentación del IOCI ante los medios de comunicación Acerca del IOCI Prólogo de las actas de las Jornadas “Aragón vive su Historia”

Lista de nombres árabes de ciudades Sobre la valoración histórico-cultural de lo moro y lo morisco en España “Riegos y agnaciones“



¿POR QUÉ?


C uando allá por el año 1982 conocimos a Julio Caro Baroja -para nosotros siempre será Don Julio-, la mayoría de nosotros éramos muy jóvenes. Jóvenes y entusiastas, y también reivindicativos y algo intrépidos… Eran los tiempos que corrían en España. Habíamos descubierto cada uno por distintas razones y caminos nuestra herencia islámica, al-Ándalus, y estábamos fascinados por su riqueza, belleza y transcendencia. Nos indignaba el escaso reconocimiento de aquella etapa crucial de nuestra Historia. Decididos a hacer algo para recuperar nuestra memoria andalusí, buscamos apoyo recorriendo los exiguos círculos culturales de Madrid en aquel entonces. El destino puso en nuestro camino, en un intervalo de tiempo muy corto, a dos grandes hombres, Cherif Abderrahman Jah y Julio Caro Baroja. Con ellos, participamos en un proceso de análisis y enseñanza único. En reuniones formales muchas veces, y lúdicas y familiares, otras tantas, y a través de debates e intercambios intelectuales apasionantes, analizamos las aportaciones de lo que entonces se llamaba la España musulmana, pero también las carencias y lagunas académicas en torno a su estudio y su conocimiento. Y así, en un ambiente de complicidad y admiración recíproca entre nuestros dos mentores surgió lo que en un principio nombramos el Instituto Occidental de Cultura Islámica (IOCI), convertido años más tarde en Fundación de Cultura Islámica (FUNCI).


Ya como Presidentes, cada uno aportó su propia sapiencia al nuevo proyecto en común. Don Julio con su saber enciclopédico, su libertad académica y su particular ironía, demostraba con ejemplos cómo aquella herencia islámica estaba presente en infinidad de detalles de nuestra vida cotidiana y nuestra cultura popular. ¡La cultura con mayúsculas como él acostumbraba a decir! Consciente de que Cherif Abderrahman encarnaba ese tipo de conocimiento profundo de la vida y las personas, Caro le escuchaba, en actitud atenta y expectante, sabiéndose ante un Sabio en el sentido clásico de la palabra, que atendía más al espíritu que a la letra, según sus propias palabras. Aquellos intercambios fecundos multiplicaban nuestro entusiasmo, dándonos alas para sobrevolar todas las dificultades a las que tuvimos que enfrentarnos en los primeros años. Y hoy, a pesar del tiempo transcurrido (Don Julio nos dejó en 1995), nos emociona ver cómo todavía Cherif Abderrahman mantiene vivo y constante en nosotros su recuerdo. Cómo siempre ha valorado la valentía que Julio Caro tuvo al vincularse a nuestra empresa, siendo capaz de romper ciertos esquemas académicos, al sacar los estudios de al-Ándalus de los estrechos márgenes del arabismo de la época, para ponerlos al servicio del gran público. Por eso, hoy nos decidimos a publicar y compartir esta pequeña colección de textos1 de Julio Caro, algunos inéditos, en torno a nuestro proyecto en común.

Fundación de Cultura Islámica Madrid, año 2017.

1 Los escritos de Julio Caro Baroja publicados en este libro son textuales, y se han transcrito todos a partir de manuscritos de su autoría.



Afinidades colectivas

Nuestra amistad El origen de nuestro encuentro Prólogo de las actas “al-Ándalus, ocho siglos de Historia“ Semblanza de Sheriff Abderrahman Análisis de la Sabiduría



















Nuestra Amistad Julio Caro Baroja

Madrid, 9 de febrero de 1990

R

esulta comprobado que en la vejez es muy difícil renovar las amistades y yo he podido ser testigo de la verdad que contiene la idea. Sin embargo he de poner ciertas limitaciones a ella: porque cuando andaba ya en la setentena he tenido una experiencia afortunada en otro sentido. Es decir que me han surgido amistades nuevas y de un carácter particular, porque, hasta cierto punto, son colectivas: o de un “colectivo” como se dice ahora. Empiezo a no recordar bien las circunstancias en que conocí al cherif Abderrahman Jah a su mujer y a sus amigos. Acaso esto sea debido a que la amistad creada fué luego tan grande e intensa que hizo borrar los detalles y preliminares. Hoy, en 1990, puedo afirmar que es uno de los principales soportes de mi vida, ya larga y en la que las debilidades orgánicas empiezan a hacer mella y a hacerla cansada en consecuencia. La personalidad del cherif es muy grande. Da una imagen como de equilibrio y de sabiduría antigua, de tipo moral, que nada tiene que ver con los saberes técnicos. Esto hace que en su alrededor, se hayan agrupado un número de mujeres y de hombres que ejercen profesiones distintas, que arrancan de ámbitos diferentes y que llegan a tener un ideal común. Es en sí admirable cómo se ha podido producir esta atracción. También lo es el resultado. Hay unos hechos, más formales, que le dan fisionomía clara. Pero también otros, más difíciles de ver y más profundos a mi juicio. El estudio de los caracteres que tiene y ha tenido el Islam occidental y de las huellas que ha dejado en España (o en la totalidad de la península ibérica) es un propósito de los agrupados: su objetivo intelectual. Ha dado ya resultados brillantes. Pero creo que es más fuerte en sí el hecho de que haya producido amistades hondas, una especie de sistema de “afinidades colectivas”, en el que me encuentro incluido, por lo que he de sentir un agradecimiento sin límites. Nuestra amistad es grande, desinteresada, carente de todo egoísmo. Ejemplar por eso. He de decir también, por último, que me enorgullece y enaltece. Gracias mil, queridos amigos por este apoyo decisivo en las horas flacas de la vejez.



El origen de nuestro encuentro

PRÓLOGO DE LAS ACTAS “AL-ÁNDALUS, OCHO SIGLOS DE HISTORIA“

Julio Caro Baroja

D

e modo bastante difícil de explicar resulta que, desde hace algún tiempo, estoy en relación con las personas que se agrupan en torno al sheriff Abderrahman, en Madrid.

Son jóvenes y entusiastas. Esto es lo que tienen en común. Nada más: porque hay mujeres y hombres, hay abogados, médicos, arquitectos, ingenieros informáticos, profesores, etc. etc. Cada cual proviene de mundos o ámbitos distintos. Sin embargo, ahora, les unen lazos de fraternidad, intereses comunes, trabajos en colaboración. El “sheriff ” ha tenido el poder de unirlos, de formar una asociación peculiarísima que, a mi juicio, rebasa en resultados los propósitos iniciales. Estos se centraban en el estudio del Islam occidental y su relación con España. Tema, en apariencia, erudito, propio para que lo desarrollen arabistas, hombres de Ciencia, especialistas. Los que forman el grupo no son, sin embargo, tales especialistas, en una rama particular del arabismo o de lo que también se llama ahora islamología. Son personas que han tenido una intuición: la de que para que los pueblos se entiendan mejor a sí mismos y entiendan a los otros, han de conocer bien su pasado y el pasado de los demás, enturbiado a veces por rencillas y hostilidades recientes, que no han conducido a cosa buena. El sheriff Abderrahman representa esta tendencia a conocerse más y mejor, fuera de especialidades, de escuelas y tendencias. Posee una idea profunda de lo que es el conocer y el saber que, sin duda, le viene de muy atrás dentro de la Filosofía y Teología islámicas. Una idea sintética, más que analítica; una idea también que atiende más al espíritu que a la letra o a las letras.


Cuando por los años de 1952 estuve unos meses en el Sáhara, tuve ocasión de encontrar a algunos letrados, también a algún jeque anciano de grupo nómada, que poseían idea parecida, ya que no igual, de lo que es el saber. Desde entonces he pensado una y otra vez en ella, aunque mi vida ha transcurrido cultivando no el saber en sí sino pequeños saberes, pequeñas parcelas del conocimiento, averiguando cosas que posiblemente y según palabras muy conocidas de Cervantes (que no reproduzco de modo textual) no se perdería nada en dejar de averiguar. Hoy me encuentro unido a este grupo, pese también a la diferencia de edad y ello me da una ilusión juvenil, en los años en que es proverbial (también real) que se pierden la mayoría de las ilusiones y se abandonan los proyectos.


Semblanza de Sherif Abderrahman Julio Caro Baroja

S

heriff Abderrahman está enamorado de la Sabiduría. No hay en el hombre un amor más puro y desinteresado. Tampoco más difícil de alcanzar. Porque en general y hoy más que nunca, se confunde la Sabiduría con el conocimiento particular de muchas cosas: artes, ciencias y sobre todo técnicas. También es común reducirla a la categoría de una asignatura. Todo esto puede ser bueno en sí, según como se utilice. Pero no es la Sabiduría. Arrancando de tradiciones muy viejas en el Islam, Sheriff Abderrahman busca la Sabiduría de otra manera y esta manera es la que da resultado. Porque él ha encontrado la Sabiduría en términos humanos, que es lo principal. Hay saberes grandes que se han deshumanizado y han dado lugar a las monstruosidades y peligros técnicos que caracterizan nuestra época. Las ciencias físico-matemáticas (consideradas por muchos las reinas del conocimiento) han sido prostituidas por poderes tiránicos. ¿Cómo combatir esta y otras lacras que nos amenazan? Buscando otra vía de conocimiento y saber, guiados por el Amor. Sheriff Abderrahman nos da un ejemplo a seguir en esta búsqueda.



Análisis de la Sabiduría Julio Caro Baroja

A

poco que se haya leído de Historia de la Filosofía y de la Ciencia es fácil darse cuenta de que ha habido muchos caminos para buscar la sabiduría. También cabe afirmar que, a veces, se ha considerado que eran errados los unos y seguros los otros. La controversia sobre esto es muy antigua y memorable. Cuando Sócrates propuso buscar el verdadero saber en el conocimiento de uno mismo y partiendo de la proposición de que él no sabía más que no sabía nada, pretendió abrir una vía nueva, frente a los filósofos llamados naturalistas y más todavía frente a los sofistas. Aquellos habían fundado, sin embargo, las Ciencias físico-naturales y aún matemáticas, y éstos la Dialéctica, la Retórica y varios métodos de argumentar y de usar el lenguaje con mayor propiedad y exactitud. Sin embargo, durante mucho, Sócrates fue considerado el filósofo por excelencia o, por lo menos, el triunfador frente a saberes problemáticos o simplemente engañosos. Las palabras sofista y sofisma se cargaron de un sentido peyorativo, aunque modernamente se han dado movimientos de comprensión hacia los sofistas clásicos, con Protágoras en cabeza que fue uno de los hombres más geniales de su tiempo. De todas maneras en el mundo actual seguimos teniendo la impresión de que hay una Sabiduría (con mayúscula) muy difícil de alcanzar, muchas sabidurías falsas o equívocas y unos saberes concretos, que se alcanzan mediante el estudio de las Ciencias y que, por desgracia, llevan a la especialización; es decir, a una limitación forzada, dada la cantidad de esfuerzo que hay que hacer para dominarlos. Las Ciencias se han multiplicado, los conocimientos factuales son infinitos. ¿Qué queda entonces para la vieja Sabiduría de tipo socrático, la del hombre que reconoce que no sabe nada o por lo menos poco? Es difícil responder: pero la experiencia indica que muchos hombres de hoy, nacidos en medios culturales muy distintos entre sí, buscan saber algo, que no está expresado en los saberes científicos especiales. Algo que queda fuera de ellos y aun a veces, si no en contra, sí apartado


de ellos: porque con frecuencia también estos saberes particulares dan orgullo, confianza excesiva y pérdida de la sensibilidad para muchos asuntos graves en la vida de los hombres en conjunto. En efecto, dejando aparte las deformaciones que producen un exceso de especialidad o la especialidad prematura, observamos en nuestros días cómo las ciencias físico-matemáticas se han puesto al servicio de la guerra y de la destrucción, utilizando conocimientos maravillosos en teoría, para fines repugnantes a la conciencia humana. Se han dado también casos de hombres de Ciencia que han experimentado con seres humanos, como si fueran productos de los que se usan en los laboratorios, y se ha abusado de la experimentación con pobres animales indefensos, con una insensibilidad absoluta. Hay, pues, sabios que no tienen Sabiduría en un sentido superior; ni más ni menos. Pero dirijamos nuestra vista a otros ámbitos. Hay en ellos personas, de distinto carácter también, que procuran buscar y hacerse con esta Sabiduría humana superior. Puede decirse que, en primer lugar, en cada Religión de las mayores que hay entre los seres humanos, se han dado, desde antiguo, sistemas organizados para alcanzarla. Los tienen el Budismo, el Cristianismo y el Islam, por orden de aparición histórica. Hay sectas derivadas de alguna de estas religiones, que pretenden asumir el papel rector en este aspecto, como, por ejemplo, la de los teósofos. La palabra “sofía”, sabiduría, aparece en otros intentos, como el que ofrece la “Antropología”. Pero atendiendo más al espíritu que a la letra, sabemos también que hay otros intentos menos pretenciosos y palabreros de alcanzar un saber únicamente deseable en última instancia, que es el saber moral en esencia, aunque sin ningún elemento de rigidez dogmática, de sectarismo, de absolutismo. Para mí en estos años, ya en la vejez, ha sido una experiencia confortante, en un mundo dominado por falsas sabidurías (o sabidurías mal aplicadas), de orgullo, violencia, agresividad, conocer al cherif Abderrahman y a su grupo, que, arrancando de lo más noble y universal que tiene el Islam, quieren llegar a esa Sabiduría que no puede ser exclusiva de unos hombres o mujeres de determinado grupo, sino de todos los que quieren buscarla, viniendo de aquí o de allá, con un bagaje cultural u otro y con el fin de encontrar paz y libertad para todos. Y quien dice libertad dice también conocimiento sin trabas, cortapisas y adscripciones. Esta en términos pequeños, individuales casi, es también mi vía.



Julio Caro Baroja y Cherif Abderrahman Jah, con varios miembros de la FUNCI en los alrededores de Madrid, en 1990.


Julio Caro, acompaĂąado de Margarita Serrano, colaboradora de la FUNCI.


De izquierda a derecha, Yolanda Guardione, José Manuel Muñoz, Julio Caro y Cherif Jah, en el jardín de la casa de los Baroja, en 1990.


Cherif Abderrahman Jah y Julio Caro Baroja ante la fachada principal de Itzea, el caserĂłn seĂąorial de los Baroja.


Parte del equipo de la FUNCI (entonces, IOCI), junto a sus Presidentes, Cherif Abderrahman Jah y Julio Caro Baroja, en un encinar de las afueras de Madrid.


Charla animada y jovial en un bar de Vera de Bidasoa, al norte de Navarra.


Almuerzo familiar en un restaurante de la localidad natal de Julio Caro Baroja, Vera de Bidasoa.


Almuerzo distendido en Vera de Bidasoa, 1991.


Julio Caro Baroja muestra un libro raro a Cherif Abderrahman Jah, en la biblioteca de Itzea, casa familiar de los Baroja, en Vera de Bidasoa.


Julio Caro y Cherif Abderrahman en la biblioteca de los Baroja en Itzea.


Conversando en el salรณn de Itzea.


Excursiรณn por Navarra, con parte de la familia FUNCI, 1992.



Averiguaciones

Presentación del IOCI ante los medios de comunicación Acerca del IOCI Prólogo de las actas de las Jornadas “Aragón vive su Historia”



E

n estos escritos, extraídos de distintas presentaciones y actas del IOCI (Instituto Occidental de Cultura islámica, hoy convertido en Fundación de Cultura Islámica), Julio Caro Baroja no solamente reflexiona sobre los propósitos y la finalidad de la naciente institución -que él presidió junto con Cherif Abderrahman Jah-, sino también sobre el rol y las carencias del arabismo de la época. En ellos, Caro Baroja se expresa en favor de la descentralización del concepto de Al-Andalus, como un fenómeno exclusivamente andaluz, y de un conocimiento más profundo de lo que él siempre llamó “el Islam español”. Y ello, desde el punto de vista de la tecnología popular, la toponimia, el folklore, la culinaria y, en suma, tantos otros aspectos alejados del ámbito del arabismo clásico de la época.



Presentación del IOCI ante los medios de comunicación Julio Caro Baroja

Madrid, 10 de diciembre de 1986

Es para mí una honra…

A

unque personalmente hace ya años que realicé algunas investigaciones sobre el mundo islámico español y el mundo islámico africano, me sorprendió, en primer lugar, la libertad, la falta de amaneramiento mental que informa al proyecto que tenemos adelante. Cuando me encontré con el hecho de conocer algo la cultura del norte de África, al volver a España me interesó lo que ocurría del otro lado… Hice investigaciones sobre los moriscos en su última fase en el Reino de Granada. Fue el único libro de mi aportación al conocimiento en relación a la cultura islámica española. Luego tuve la fortuna de realizar unas investigaciones en el África occidental, en el Sahara, en la época del dominio español en la zona de Río de Oro. Allí tuve un contacto directo con los nómadas, con una cultura que me sirvió de contras [sic] y que me parecía muy lejana, por un lado, y por otro muy cercana. Después, por distintas razones, el mundo islámico no ha sido el que ha sido más objeto de muchas averiguaciones mías; pero he conservado siempre una atención, a veces dolorida, con relación al Islam en España. Cuando mi querido amigo Cherif y sus colaboradores organizan este Instituto Occidental, y hay que presentarlo a ustedes, como los que toman siempre el pulso a la opinión, he de insistir, por mi parte, en dos puntos: Este Instituto se llama Occidental, es decir, que va a inscribirse, preponderantemente, en lo que es el Islam occidental. Puede haber sido España. De hecho, entró en el Islam en un momento fundamental para la cultura islámica, y le ha dado unas aportaciones geniales, así como África, tan cerca de nosotros, y a veces tan lejos.


El Islam occidental, en la vertiente española, tiene todavía problemas que aclarar y precisar. En nuestro país, el arabismo ha sido una ciencia de Universidades, compuesta de esto que en términos pedagógicos está muy bien, pero en términos vitales ya no está tan bien, que son las asignaturas. Los arabistas han hecho una carrera un poco hermética, un poco alejada de la vida del país, aunque evidentemente ha habido arabistas españoles geniales, desde la época de Gayangos, Codera, Rivera, Asín, hasta los actuales. Esta ciencia ha quedado un poco hermética, un poco circunscrita también a la letra más que al espíritu. Son el árabe, la gramática, los problemas de la lengua los que fundamentalmente han interesado. Y a nosotros, a todos los que estamos en esta empresa, nos interesa también la vida y lo que queda de una vida anterior en nuestro ser [...]. Por eso vemos que hay grandes vacíos y lagunas que se pretenden estudiar, y para mí la vinculación del Islam y la variación que puede tener, dentro de nuestra Península, la interpretación de lo islámico, de lo arábico, son, creo, en última instancia, los temas que me unen a la empresa que preside Cherif, y en la que están metidos una serie de mujeres y de hombres de una gran valía, y que tienen una condición especial, y es que no son arabistas de profesión; son aficionados, islamófilos, o como les quieran ustedes llamar. Esta concepción del Instituto es interdisciplinaria, y lo que yo creo que sacaremos en limpio es darles a los estudios islámicos en España, esta cualidad de universalidad y de interdisciplina que hasta ahora ha quedado demasiado vinculada, en el arabismo español, a unos problemas filológicos, literarios, lingüísticos. Por muy respetables y muy geniales que sean las aportaciones de los arabistas españoles al campo de la islamología, para el español medio, en general, son todavía, no insuficientes sino lejanas de divulgar, en todo caso, las buenas empresas que se realizan y que se proyectan. [...]




Acerca del IOCI Julio Caro Baroja Madrid, 1987

D

esde la fecha no muy lejana de su fundación, el Instituto Occidental de Cultura Islámica ha ido desarrollando sus propósitos iniciales y ha sumado a ellos otros más, de modo que se puede considerar satisfactorio. Los hechos cantan. Constituido en España por personas de diferentes profesiones, interesadas por el Islam Occidental a lo largo de su Historia, no pretendió en principio que se le considerara un cuerpo más de arabistas, en el sentido estricto de la palabra, porque, en primer lugar, los agrupados sabían sobradamente que en el país hay desde antiguo una gloriosa escuela de arabistas, que ha dado pruebas múltiples de su saber. El propósito era divulgar conocimientos, excitar el interés general y promover estudios particulares en campos que no son, por fuerza, los que interesan más a los arabistas especializados en el idioma: la Etnografía, el Folklore, la Tecnología, la Historia de las Artes e Industrias, incluyendo incluso la Gastronomía [...]


Los dos presidentes del Instituto Occidental de Cultura Islรกmica, IOCI (hoy, FUNCI), durante su presentaciรณn ante los medios de comunicaciรณn, Madrid, 1986.


D. Julio en actitud meditativa, durante el acto de presentaciรณn del IOCI.


Ceremonia de presentaciรณn oficial del Instituto Occidental de Cultura Islรกmica, Madrid, 1986.


Julio Caro y Yolanda Guardione, en la presentaciรณn del IOCI en Madrid.


Escuchando una intervención durante las I Jornadas de Cultura Islámica, “Al-Ándalus, ocho siglos de Historia”, Toledo, 1987.


Los presidentes del IOCI durante las I Jornadas de Cultura Islรกmica organizadas en Toledo.


En una pausa durante las jornadas toledanas “Al-Ă ndalus, ocho siglos de historiaâ€?.


Almuerzo en el Parador Nacional de Toledo, con ocasiรณn de las I Jornadas de Cultura Islรกmica.



PRÓLOGO DE LAS ACTAS DE LAS JORNADAS

“Aragón vive su Historia” Julio Caro Baroja 1990

L

a Historia del Islam Occidental y, concretamente, la de la Península Ibérica, ha sido objeto, ya desde hace mucho, de investigaciones de alta calidad.

El ensayo de don José Antonio Conde fue prematura y severamente criticado. Luego con don Pascual de Gayangos (1809-1897), el arabismo en España se hizo mucho más sólido, y desde el punto de vista histórico fue fundamental la publicación de su traducción al inglés, con mucho comentario, de la obra del Almakari sobre las dinastías musulmanas en España. Puede decirse, sin embargo, que el texto del arabista holandés A. Reinhart Pieter Dozy (1820-1883), «Histoire des musulmans d’Espagne jusqu’à la conquête de l’Andalousie des Almoravides (711-1110)», publicado en 1861, eclipsó todo lo anterior, con justicia, aunque hay que advertir que Dozy fue hipercrítico en algún caso, y que, en otros, se dejó llevar por ciertos prejuicios, acaso de origen calvinista, acerca de la Historia de España en general. Después viene la gran línea de arabistas españoles, con don Francisco Codera (1836-1917) en cabeza, que llega a la actualidad. Pero la visión de la Historia del Islam español que sustituye, en parte, a la de Dozy, la dio E. Lévi-Provençal, que, como aquél, dejó sin tratar los últimos siglos, de una complejidad grande y de menor brillo, a la par. De todas maneras, tanto desde el punto de vista literario, como del político, el artístico y arqueológico o científico, el Islam español, hoy, está muy bien conocido, aunque, como es natural, se echan de menos algunos estudios sobre temas concretos.


Hay algo, sin embargo, que echamos de menos algunos a quienes nos interesa el mundo islámico, desde un punto de vista que podría definirse como etnográfico e, incluso, folklórico, que es el estudio pormenorizado de las distintas regiones peninsulares que ocuparon los musulmanes, sus caracteres y diferencias. Por lo general, el gran público asocia éstos con el Sur de España, con Andalucía. El prestigio de la Córdoba califal, de Sevilla y de Granada, justifican esta apreciación. También la existencia en estas ciudades famosas, de monumentos insignes, como la Mezquita de Córdoba o la Alhambra. Un carácter más enigmático tiene, desde este punto de vista, Toledo, con toda su carga histórica. Pero hay otras ciudades y regiones en las que el Islam ejerció gran influencia, que son mucho menos conocidas, y en las que aún pueden estudiarse elementos curiosísimos. Cuando el Instituto Occidental de Cultura Islámica organizó unas Jornadas y la Exposición que las ilustraba, en Toledo, lo hizo con plena conciencia. Ocurrió lo mismo al escoger a Teruel como sede de las segundas Jornadas. Aragón, y sobre todo, la zona del Bajo Aragón, tuvieron una «personalidad» marcada en la época islámica. La huella ha quedado hasta nuestros días. No parece pura casualidad, que dos de los arabistas mayores que ha dado España, hayan sido aragoneses. Tampoco es fortuito que en Aragón hayan aparecido tantos manuscritos curiosos árabes y aljamiados, y hayan quedado hasta nuestros días tantas reliquias de la artesanía de los oficios, de las técnicas agrícolas propias de los musulmanes. Con ellas, el correspondiente vocabulario [...]




Estudios históricos y lingüísticos

Lista de nombres árabes de ciudades Sobre la valoración histórico-cultural de lo moro y lo morisco en España Riegos y agnaciones



F

inalmente, hemos recopilado tres interesantes investigaciones, o “averiguaciones”, como Julio Caro Baroja gustaba de llamarlas, poco conocidas, una de ellas inédita y publicada de su puño y letra.

La primera, “Lista de nombres árabes de ciudades”, es un trabajo inédito y sumamente interesante, en el que Julio Caro vierte sus conocimientos de la lengua árabe. En este caso, hemos preferido publicar el manuscrito. Las siguientes, “Sobre la valoración histórico-cultural de lo moro y lo morisco en España”, así como “Riegos y agnaciones”, fueron publicadas respectivamente en las actas de las Jornadas de Cultura Islámica de Toledo y de Teruel.



LISTA DE NOMBRES ÁRABES DE CIUDADES

















SOBRE LA VALORACIÓN HISTÓRICO-CULTURAL DE LO MORO Y LO MORISCO EN ESPAÑA



Julio Caro Baroja Madrid, 1989

C

I

uando se trata de las relaciones de los españoles y España con el Islam, se suele hacer referencia a un concepto con claro significado religioso y a otro con contenido muy directo, de carácter lingüístico. Se habla, así, de España musulmana o de España árabe. Sin embargo, en términos populares, ha sido mucho más inteligible hacer referencia a otro u otros conceptos, con un significado antropológico físico en primer lugar, que se expresa por una palabra de muy rancio abolengo, la cual, a su vez, por medio de componentes y derivados, se utiliza para designar tierras o áreas geográficas y elementos culturales, designaciones étnicas muy concretas y valoraciones de significado distinto, según los tiempos. Creo que no estará de más el decir aquí algo sobre ello. La palabra castellana moro, viene, sin duda, del latín “maurus”. La forma plural “mauri” está documentada ya en Salustio y Tito Livio. Escritores griegos, como Luciano, dan μαϋροι. Parece que es en este lenguaje en el que hay que buscar una explicación de su primer significado: αμαυρóζ es, en efecto, “oscuro”. Hay textos latinos que lo apoyan. La caracterización física, fundamental, mediante el criterio que da la oscuridad de la piel se halla en Juvenal y en un poeta de origen hispánico: Lucano. Los “mauri” constituían en tiempo de Iugurta un pueblo caracterizado también por su energía física: eran sanos, ágiles, resistentes y longevos. Salustio dirá que sólo les “disuelve la vejez”. “Senectus dissolvit”. Como ámbito geográfico su tierra tiene nombres que se parecen (por el sufijo –tanus, -etanus) a los hispánicos. Es Mauritania. En España hay “turdetani”, “bastitani”, “cossetani”, etc. Por contigüidad también es “Maurus” el mar Océano. Juvenal se refiere, en efecto, al “Maurus oceanus” y Horacio a la “Maura unda”.


De algunos de los conceptos latinos depende, el que a determinadas personas se les diera el apodo de “moro”. En latín es nombre en “Maurus” (como el santo) o cognomen en “Terentianus Maurus”. Hay asimismo derivados como “Mauricus”. La palabra da lugar a muchos usos. “Maurice” se documenta en Varrón y en Aulo Gelio. “Mauricatiun”= a la manera de los moros, en Prisciano: comparable a “amoriscado”. En castellano antiguo, “moro”, con su uso abundantísimo, nos lleva a otros campos de experiencia histórica y especulación. Una primera variación semántica es la que hace de “moro”, sinónimo de gentil. Gonzalo de Berceo emplea ya la palabra con este sentido varias veces. Hay que observar que en el habla popular, todavía en nuestros días, “moro” se ha usado para aludir al niño no bautizado. ¿Y la palabra “morisco”? Las formas μαυρíσκον, μαυρισκíοζ se documentan en griego tardío, según Du Cange. “Maurisci” se halla en un elogio del Patriarca Juan de Ribera, cuya acción fue tan decisiva para que se expulsara a los moriscos españoles. Pero de “cosas” moriscas nos hablan muchos textos castellanos medievales. Gonzalo de Berceo, en primer lugar, hace alusión a la “gent moriscada”. El Arcipreste de Hita aludirá en una ocasión a la “guitarra morisca”, en otra al “rabé morisco” y en el “Poema de Alfonso XI” había otra referencia, en fin, a la “exabeba morisca”. Retengamos el valor cultural (y musical) de tales usos. La designación étnica en suma, es vieja y en una época no tiene carácter peyorativo, como lo tiene después. Así, se observa en uno de los más antiguos romances fronterizos, que ya transcribió en parte Argote de Molina, que dice: “Moriscos, los mi moriscos los que ganais mi soldada derribésme a Baeza, esa villa torreada…” Esto se refiere a hechos ocurridos en 1407, con Abu Addilah Mohammed VII como rey de Granada. Hay casos también en que se hace referencia al diminutivo cariñoso “moriscos”, como en el romance de la pérdida de Antequera. Parece claro que la palabra “morisco” se forma como “berberisco”, que ya está en Pero Niño y que luego usan Cervantes, Mariana, Tirso, etc., y otra menos usual, grecisco, con la que se alude al llamado “fuego griego”.


Es curioso observar, por otra parte, que el castellano medieval sigue teniendo en cuenta la idea de que “moro” como “maurus”, hace referencia fundamental al color. De donde viene “moreno”. Así el Arcipreste de Hita se referirá a “pan de centeno, tiznado, moreno”. Vamos viendo, pues, la fuerza expresiva que tienen estos conceptos en la lengua castellana desde épocas muy antiguas hasta hoy y en ámbitos culturales diversos. Pero aún hay más. Cuando estudiamos no en términos estrictamente lingüísticos, sino más bien históricos, la relación con el pueblo y la civilización que nos ocupa, que es la del Islam occidental propiamente dicho, nos damos cuenta del que mejor que ninguna otra se ajusta al sistema de los “ciclos”, que vislumbró con genialidad Giovanni Battista Vico, aunque lo expusiera de modo difícil. También podemos decir que se acomoda a aquel sentido trágico de la Historia que ya se halla formulado en Herodoto. Ciclos de triunfo, ciclos de derrota. Ciclos de dominio y ciclos de humillación, en consecuencia.

II Como consecuencia también de esto, resulta que nos quedan en el idioma español mismo, dos imágenes opuestas en absoluto del moro antiguo y del moro moderno o más moderno, al que de modo común se conoce como “morisco”. Pero en la misma imagen antigua puede afirmarse que hay reflejo de dos clases de experiencias y observaciones. El moro es un ser excepcionalmente dotado según dos grupos de caracterizaciones. En primer lugar, es gran guerrero y galán afamado. Esta es visión juvenil, que, como se verá, parece corresponder a ciertas fechas. En segundo lugar, es un sabio: hombre de consejo, astrólogo (estrellero), gran constructor o alarife y esta puede ser una visión senil. Pienso, además, que es más general y antigua. La valoración del “moro” como arquitecto maravilloso se halla en textos ilustres: “Ni del dorado techo se admira fabricado del sabio moro en jaspes sustentado”


escribió Fray Luis de León. Antes, en el romance de Abenámar, se habla de los Alijares famosos y en relación con la construcción de maravillas está la leyenda del arquitecto muerto por el rey, que llega a Voltaire, por un lado (en el “Essai sur les moeurs”). Por otro tiene la fama un eco que podemos denominar rústico. Resulta, en efecto, que en el Folklore de casi todos los pueblos de España, casi todos los monumentos antiguos y extraordinarios son obra de los moros o del “tiempo de los moros”, como se dice comúnmente. Así en tierra vasca hasta los dólmenes y los cromlechs los han hecho los moros, “mairuak”, que se asocian con los gentiles y en general con pobladores antiguos de la tierra. Del moro estrellero, averiguador del porvenir, hablan las crónicas cristianas medievales de Alfonso XI y Pedro I; también Hernando de Baeza. Está incluido en la serie el célebre Ibn Aljatib. Hay que advertir, por otra parte, que el sabio moro antiguo, además de lo dicho es historiador excelente. Ya algún libro de caballerías se atribuye a un sabio de estos, estereotipado, y es conocido que Cervantes ideó a Cide Hamete Ben Engeli, remedando los textos caballerescos. Puede pensarse que ya en el siglo XIV está constituida la imagen del “sabio moro” en los términos descritos. A veces se hace énfasis en su edad. En el “Poema de Alfonso onceno” aparece el astrólogo “sabidor” como anciano y puede recordarse, también, que el moro que da la noticia de la toma de Antequera por los cristianos, tiene ciento veinte años (1410). Puede afirmarse también que la valoración poética del moro galán y guerrero, en forma propiamente romántica, se da ya clara en el mismo siglo XIV y que se desarrolla vigorosa, en los llamados “romances fronterizos”, con elementos que se dan en las crónicas de los reyes de España y otros textos en prosa. Es esta una actividad literaria que se crea al calor de la lucha con los reyes de Granada, y que empieza en el momento en que se han llevado los últimos esfuerzos de recuperación de la península por los monarcas africanos, moros propiamente dichos. Considero que el primer texto que hay examinar es el ya varias veces citado “Poema de Alfonso onceno”, que narra lo ocurrido en el reinado de aquél, a partir de 1312. Allí, en primer término, se da la imagen magnificada del poder del “soldán de Belduque”, el rey Albofaçen, señor de la “tierra del Poniente”. “Braço de la moslemía frontero de los cristianos” Allí se hace exaltación de la caballería y de los grandes caballeros musulmanes y se cantan el Amor y la galantería, en forma muy paralela a la de la romántica caballeresca europea.


Los romances fronterizos son una creación más popular, que se desenvuelve entre la gente joven, soldados en gran parte, de tierras de Jaén, y Murcia sobre todo, y que constituyen una colección de pequeñas epopeyas, espontáneas, con metro fácil de manejar y con un ideal caballeresco más que cristiano. Porque se cantan la fuerza viril, la juventud, el amor como recompensa, aunque también aparezca el amor obligado de la cautiva: cristiana o mora, según las tornas. A veces el deseo amoroso está unido a deseo de humillación y vergüenza: “Ya ese viejo Pero Diaz prendédmelo por la barba y aquesa linda Leonor, será la mi enamorada” dice un romance de éstos, por boca de un héroe del tiempo. Se crean así prototipos juveniles como los de Reduán y Abenámar, hijo de una cautiva cristiana precisamente. Entre los jóvenes guerreros se dan amistades, por encima de diferencias religiosas y doctrinales. Fajardo se juega Lorca con su amigo el rey moro que, por su parte, se juega Almería. Los cristianos sienten admiración evidente por Granada y las poblaciones y alcazabas moriscas: “-¿Qué castillos son aquellos? Altos son y relucían.” Los tópicos orientales se traducen. Así el de la ciudad como novia. Hay un tránsito sensible de éste al “romancero morisco” propiamente dicho; este segundo resulta, según grandes autoridades, más irreal; se relaciona con la poesía culta y con un género novelesco: la novela también morisca. Los tipos heroicos se repiten, pero se hacen más amanerados. Hay una caterva de Zaides, Tarfes, Azarques y Gazules. Por un lado, en la estilización convencional, se llega al “roman grenadin” francés. En España a la burla y al hastío, en fin.


III Fuera del ámbito literario, a una situación social dramática. En última instancia, también el romancero la refleja. Leamos: “Están Fátima y Xarifa vendiendo higos y pasas y cuenta Lagarto Hernández que dançan en el Alhambra. Estando los Aliatares texiendo seras de palma y Almadén sembrando coles y levántanles que rabian. Viene Arbolán todo el día de cavar cien aranzadas por un puñado de harina y una tarja horadada. …………………………………………….. Y el Zegrí que con dos asnos de echar agua no se cansa, y el otro disciplinante píntale rompiendo lanças. Hace Muça sus buñuelos, dice el otro: - Aparta, aparta Que entra el valeroso Muça Caballero de unas cañas.” Los caballeros y las damas se convierten ahora en vendedores de higos y pasas, tejedores de palma, hortelanos, cavadores asalariados, arrieros y recueros. En otros textos saldrán arroperos, turroneros y mieleros moriscos. El sabio alarife se convierte en modesto albañil, carpintero o blanqueador. En el “Romancero general” está el Romance copiado en parte. En el “Manojuelo de romances” las sátiras en éste sentido, siguen. Todo supone una tragedia histórica en el sentido antiguo. También el cierre de un ciclo. Quedan en los reinos cristianos como población densa, vencida, los descendientes de los antiguos moros vencedores.


Los moriscos, muchos en Aragón, más aún en Valencia y Murcia. Todavía más (hasta la rebelión) en el último de los reinos conquistados: el de Granada, repartidos por la ciudad, la vega, la sierra y la costa. Un grupo étnico, en suma, con restos o más que restos de su lengua árabe, con trajes diferentes, que no ha dejado su religión, pese al bautismo forzado: un grupo que no se asimila en muchos casos. Carece de clase dirigente y clase superior reconocida más que entre ellos. Sus guías son hombres religiosos por lo común, mas sin caracteres sacerdotales públicos. La posibilidad de desarrollar su Cultura de modo superior es inexistente. Los moriscos constituyen un pueblo proletarizado, sin derechos políticos, sometido a la servidumbre en gran parte. Pero eran trabajadores y con vitalidad mayor que muchos “cristianos viejos” e hidalgos, aplastados por prejuicios acerca de la indignidad del trabajo, del pequeño comercio, las artes y oficios mecánicos, la horticultura. Esta vitalidad hacía que fueran temidos. En las costas a causa también de su posible concomitancia con corsarios y piratas berberiscos, y en otras muchas partes como cuerpo móvil, transmisor de noticias y consignas, porque entre ellos había muchos arrieros, que llegaban a Francia, país en mejor relación con Turquía y Marruecos que España. Este esquema no quiere decir que todos los moriscos fueran absolutamente iguales. Hay entre ellos y en proporción variable, según las regiones, familias asimiladas, que incluso en Granada, dan un contingente sensible de clérigos y monjas, dejando aparte las pocas que se incorporaron a la nobleza. Hay otras en posiciones intermedias, asimilables y asimiladas de varias formas, en Murcia y otras tierras. Los inasimilables o irreconciliables fueron los que dieron argumentos para la expulsión memorable. La autoridad y fuerza del clero, el peso de cierta burocracia y el mismo de la plebe dieron un resultado que luego ha sido muy criticado, como es sabido, y a la expulsión se la consideró como factor decisivo en la decadencia política y económica de España en el siglo XVII. Hoy existe una tendencia a ajustar la visión de la misma, a examinar nuevos datos o información. De ella se saca la impresión de que hubo zonas en que no fue tan sistemática como en otras. Ya se sabía de antiguo que en Granada misma quedaron familias moriscas, porque en 1728 todavía se dió un proceso por mahometismo contra un grupo familiar desgraciado y enigmático. En Murcia, en el Valle del Ricote, también consta que quedaron muchos, emparentados ya con cristianos.


En todo caso aquellos trabajos, ya enumerados, en que los moriscos eran expertos, han seguido realizándose con las técnicas que ellos tenían y con el vocabulario de origen árabe, en amplias áreas. La carpintería de lo blanco y la tracería tuvieron cultivadores hábiles hasta el siglo XVIII. Muchos alfares han continuado hasta nuestros días. Sólo la técnica moderna ha barrido las norias, las azudas, las aceñas. Los viejos juicios, admirativos o denigratorios nos dan que pensar. Probablemente se pudo hacer otra cosa que la que se hizo en tiempo de Felipe III. La diferencia entre “moros y cristianos” existía, pero aún entre los moriscos que se fueron debía haberlos muy “españolizados”. Llaman, por ejemplo, la atención en Tetuán familias que se llaman Al-Balensianu; el apellido Bermiyu (Bermejo) se repite. Hay patronímicos como Ponzi (Ponce), Paez, Belasqut… Acaso la clave nos la dé Cervantes cuando cuenta cómo el morisco vecino de Don Quijote al tiempo [sic] de la expulsión, se fue a Alemania, “país donde se vive con libertad de conciencia”. La había en Alemania. También en Francia, a donde pasaron moriscos de Aragón y Castilla. En España no la hubo. Pero es seguro que todavía es el país donde quedan más descendientes de ellos… El que en Tetuán escribió amargado aquello de: “Cuervo maldito español, pestífero cancerbero que estas con tus tres cabezas a la puerta del infierno” Escribía en español y se llamaba Juan Alfonso.



Ceremonia de presentaciรณn de las actas de las I Jornadas de Cultura Islรกmica, en Madrid, 1989.


D. Julio, antes de tomar la palabra durante el acto de presentaciรณn de las actas.


El diario árabe Al-Ahram se hace eco de las I Jornadas de Cultura Islámica “Al-Ándalus, ocho siglos de historia”, celebradas en Toledo.


Difusión en los medios de comunicación de la presentación de las actas de las Jornadas “Al-Ándalus, ocho siglos de historia”, en Madrid.


En la fotografĂ­a de esta nota de prensa, Cherif Abderrahman Jah y el periodista IĂąaki Gabilondo, juntos durante el acto de presentaciĂłn de las actas de las jornadas culturales de Toledo.


Noticia sobre la presentación de las actas de las Jornadas “Al-Ándalus, ocho siglos de historia”, en 1989.



RIEGOS Y AGNACIONES



Julio Caro Baroja

Madrid, noviembre 1990

E

l sistema de linajes arábigo, que ha dado tantos nombres a pueblos andaluces y valencianos, ha tenido una curiosa aplicación en otras esferas de la vida cotidiana. En la Península ibérica y fuera de ella. En distintas épocas también.

Acaso una de las utilizaciones más curiosas se encuentre en la agricultura: concretamente en la agricultura de regadío. Porque, aunque sea cierto que ésta ya existía entre los habitantes de España en la Edad Antigua, antes de la invasión del año 711, parece también claro que en la época árabe, y sobre todo a partir del siglo IX, experimentó un aumento y florecimiento considerables y que poco antes de que los cristianos reconquistaran el centro y Levante, se multiplicaron los asentamientos agrícolas. Cuando los cristianos hicieron sus repartimientos, respetaron los términos que tenían los pueblos conquistados en tiempo de moros, como lo hace Jaime el Conquistador con relación a Burriana -según documento fechado en el 1 de enero del 12351 - y donde existía una acequia que es punto de referencia importante en el

P. Ramón de María, C.D., “El «Repartiment» de Burriana y Villareal” (Valencia. 1935) pp. XIX y 41 (texto latino: concedimus quod villa de Burriana habeat suos terminos, sicut habere solebat tempore sarracenorum et tenebat). 1


“repartiment”2. Pero lo que era propiedad de moros antes, pasó a ser de cristianos; así los rafales: “Raphal Huaradajub”, ”Raphal Arayz”, “Raphal Abinsalmo”, “Raphal Algebeli”…3; así las casas y alquerías que, a veces, cambiaron de nombre y otras, no. La arquería de Alberg, por ejemplo, pasa a llamarse de Carabona4. Los gentilicios abundan entre los nombres de las alquerías de esta población: Benahamet5, Benaquite6 etc., etc. Algunos siguen siendo conocidos tiempo después de la conquista. Así el de Beniham7, despoblado a los noventa y tres años de ocurrida aquella. Otros, en fin, han durado hasta hoy. El señor cristiano viene a llamarse, así, “heredero del lugar de Benimamet”, como Jaime de Entença en 1310 o 13118. Nombres de este tipo se refieren a pequeños linajes o agnaciones de labradores, que han cultivado huertos y vergeles, utilizando distintos sistemas para regar. Ahora bien, cuando se han hallado, como ocurre en Levante, asentados cerca de ríos grandes o regulares, la memoria de tales agnaciones ha quedado unida a los sistemas de riegos que las mismas organizaron y utilizaron durante siglos. Esto se nota en Murcia y en Elche sobre todo. De modo menos claro, en Valencia. Estudiemos, pues, primero los datos ilicitanos. En 1914 publicó Don Pedro Ibarra y Ruiz un “Estudio acerca de la institución del riego de Elche y origen de sus aguas”9, en el que incluía la copia de un manuscrito fechado en 1589 y debido a Don Baltasar Ortiz de Mendoza, que se titula “Claridad de la acequia de la villa de Elche” y que está dividido en ochenta capítulos10. En él se indica que en aquella fecha existían veinticinco acequias11, o brazales. Entonces, y desde hacía mucho, claro es, los hilos de agua se hallaban ajustados al hecho de la Reconquista. Pero aún quedaba algún vestigio de la situación anterior, en que los musulmanes dominaban. No solo en lo que se refiere a nombres de lugar, Op. cit., p. 41 “… exta çequia de Burriana…” y muchos documentos más. Op. cit., pg. 23-24. 4 Op. cit. p. 8: “alchaream illam, sitam in termino de Borreana, que vocatur nunc Carabona, et que quondam ab antiquis vocabatur Alberg.” Tenía esta las casa y lugares (“domins et locis”) de Alcaramit, Altaula, Binanufell, Binalchayteni, Alcosayba, Benixoula y Coria. 5 Op. cit., pp. XVII, 12 – 13. 2 3

6

Op. cit., pp. 11, 172 – 173.

Op. cit., pp. 193 – 195 (1320). 8 Op. cit., p. 174. 9 Memoria premiada por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1912. 10 Op. cit., pp. 102, 145. 11 Op. cit., p. 108 (cap.III). 7


sino también al vocabulario específico referente al riego. La palabra “dula” alude en este texto, como en otros, a una porción de agua de una acequia que da riego a un trozo de huerta12; y es palabra árabe, según es bien sabido . En el libro Mayor antiguo de Elche se nombraban seis dulas, de las cuales una, por lo menos, correspondía a un nombre gentilicio: la dula de Beniay13. Pero en 1314, en cuatro que se establecen, había otra con el mismo tipo de nombre: la de Beniboch14. Y más adelante, al expresarse cuales eran las dulas de la acequia de Candalix (que es la novena), se citan las de Benimonder y la de Benisarco15 y aun otras antiguas fueron las de Beniaura o Benijama, Beniambros, Benichuchell, Benicreixent, consideradas como “dulas pecheras”16. Ahora bien, estos nombres han subsistido hasta nuestros días, y el mismo Ibarra cita las “dulas” como vigentes17 con nombre casi igual: Benimonder, Benisarco, Benichoma, Beniambros, Benichuchell (en el Libro Mayor), Beniboch (en el Libro Chico). Adviértase que algunos de estos gentilicios pueden ser mozárabes o cristianos arabizados (Ambros, Creixent). En la huerta de Murcia ha quedado recuerdo de algo semejante. Allí, el sistema de riego es algo distinto al de Elche. En efecto, en Elche hay una acequia mayor de la que salen las otras, como de un árbol las ramas, harto irregularmente18. Las acequias de Murcia presentan, en su plano, un dibujo mucho más regular. El Segura divide la huerta en dos heredamientos y éstos, a su vez, en otros particulares que toman nombres de las acequias que los riegan. Al Norte del río hay una acequia mayor, al Sur, otra. Las que salen de éstas tienen, con frecuencia, nombres gentilicios, como las de Beniscornia, Bendamé, Benetucer, al Norte, entre otros, Benialé: Beniaján, al Sur. Arrancando de éstas hay otras acequias, y la subdivisión llega hasta un quinto término. Del agua principal, salen, como del tronco de un árbol genealógico, a la derecha y a la izquierda, ramales de aguas secundarias, y luego hijuelas, brazales y regaderas.

Op. cit., p. 110 (cap.VIII). Op. cit., p. 112 (cap.XI). 14 Op. cit., p. 112 (cap.XII). 15 Op. cit., p. 116 (cap.XVIII). 16 Op. cit., pp. 125 – 126 (cap.XXXVIII). 17 Op. cit., tabla entre las pp. 200 – 201. 18 Op. cit., plano del riego del término de Elche. 12 13


En un tiempo, pues, al linaje daba la clave de divisiones y subdivisiones, aunque hoy nadie sospeche que el “rincón de Bernisconia”, como dicen muchos huertanos, sea el patrimonio antiguo de unos Beni Scornia, anteriores a la conquista (31 de mayo de 1243)19. En Valencia encontramos: 1º) Benifaraig entre los beneficiarios de los desiertos de arriba de la acequia de Moncada20. 2º) Benimamet, Beniferri y Benicalaf en la acequia de Tormos21. 3º) Benimaclet en la de Rascaña22. 4º) Benetuser y Benacher, en la de Cuart23. 5º) Benetuser también en la de Favara24. Para los nombres, Pedro Díaz Cassou, “Ordenanzas y costumbres de la huerta de Murcia” (Madrid. 1889) pp. 17, 18, 54-55. El mapa de la huerta con sus riegos lo levantó Don Joaquin Alvarez de Toledo. Está reproducido por Don Federico Botella, “Inundaciones y sequias”, en Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, X (1881) lámina II entre las pp. 12 – 13. 20 F.X. Borrull y Vilanova, “Discurso sobre la distribución de las aguas del Turia y deber de conservarse el tribunal de las acequias de Valencia.” (Valencia, 1828), p. 69. 21 Borrull, op. cit., p. 73. 22 Borrull, op. cit., p. 77. 23 Borrull, op. cit., pp. 79 – 80. 24 Borrull, op. cit., p. 82. 19


De suerte que, en el famoso Tribunal de las Aguas, uno de los siete síndicos era de Benacher como acequia25. Se establecen estos sistemas a base de presas y azudas. El azud ( ) es, en casos, la misma presa. Pero en otros se llama así a la rueda elevadora de agua, del tipo que hallamos en casi todos los grandes ríos españoles, en torno a la cual se hicieron grandes cultivos de regadío, y que se halla desde la China a este Occidente europeo, pasando por el Oriente medio26. Complemento o resultado del “azud” es la acequia ( ), palabra de la que es aumentativa la de acequión. Pero lo curioso ahora es observar cómo en el Egipto actual el sistema de linajes todavía se ajusta a un sistema de riegos, aunque en este caso se trate de pozos y no de corrientes27. El fuero de Valencia nos establece el fundamento jurídico de la continuidad observable en muchos aspectos: “…que prenats aquelles aigües segóns que antiguament es e fo stablit e acostumat en temps de sarrahins…” Dice el “fur XXXV”28, concerniente a aguas. En suma la línea del linaje, de la sangre, se relaciona con la línea o líneas del riego del agua. Los dos elementos vitales se complementan y ajustan entre sí. Luego uno, el que da origen al sistema, desaparece, y el originado queda, bajo otro signo.

Borrull, op. cit., p. 92, nota. Julio Caro Baroja, “Norias, azudas, aceñas” en Revista de dialectología y tradiciones populares, X (1954) pp. 29 – 160. 27 A.M. Abou-Zeid, “Migrant labour and social structure in Kharga Oasis”, en Mediterranean countrymen, edited by Julian Pitt-Rivers” (París. 1963) p. 43. 28 R. Gayano Lluch, “Els furs de Valencia. Compilació histórica de les lleis organiques d’este Reine” (Valencia. 1930) p. 206. 25 26


En 1991, el Instituto Occidental de Cultura Islámica se convertía en Fundación Occidental de Cultura Islámica.


La prensa se hace eco de la constituciรณn de la Fundaciรณn Occidental de Cultura Islรกmica en 1991, dejando atrรกs el IOCI.


El fallecimiento de D. Julio en 1995, supuso una gran pérdida, no solamente para sus familiares y amigos, sino para el ámbito intelectual y académico, como se pone de manifiesto en este artículo.


Placa conmemorativa en la fachada de la casa familiar de Madrid, donde Julio Caro Baroja residiรณ de 1968 a 1994.





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