Al otro día, a eso de las 5 de la mañana, el sol despuntó entre los cerros calentando cada uno de los lugares con sus rayos. Aquí conocí a un corredor del MDS, José Antonio Ruiz, un español residente en Chile desde hace años y corredor auspiciado por SPOT, marca encargada del registro GPS de cada corredor en la maratón. José Antonio resultó ser un hombre sencillo pero con grandes sueños y con la convicción de que éstos se cumplirán. Día a día iba encontrándome con nuevos corredores que hablaban sobre sus diversas razones para cumplir un desafío como este, donde debían conquistar no solo la carrera ni tampoco el desierto, sino que sus propias ansiedades, amarguras y cansancio para no rendirse. Es más, casi la totalidad de los corredores del MDS suelen prepararse silenciosa-
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mente ya que su primera competencia es contra ellos mismos. Para ningún corredor, incluso ni para el ganador de la maratón, correr bajo estas condiciones era correr dentro de su área de confort, pero aun así lo hicieron sin pero que valga. Los días seguían su ruta entre ruinas arqueológicas y pequeños cerros que parecían pirámides. Nos íbamos acercando cada vez más al mar peruano, mar que nos esperaba con la meta, con un poco de brisa fresca y con descanso. Con 80k para recorrer, este día resultó ser el más largo de todos. Y ya en sus últimos 5k, los corredores se topaban frente a frente con el mar. Para llegar a él, debían bajar una cuesta de dunas de unos 900m de extensión
y con 70º de inclinación. Pero antes de continuar, muchos se detenían a mirar incrédulos el paisaje. Otros simplemente se detenían a mirar al horizonte en silencio, mientras que otros gritaban en su idioma frases como “El mundo es nuestro”. Ya solo iban quedando dos días de carrera. La meta estaba cerca. La ruta del último día era también la más corta, buscando que cada corredor pudiera dar, literalmente, su último aliento. Habían pasado seis días sumergidos entre la arena y el desierto, durmiendo en carpas, comiendo y bebiendo lo justo. Finalmente ver esas caras llenas de dolor, llanto, satisfacción, alegría, y por sobre todo, caras de sueño cumplido, resultó ser lo más impresionante del Marathon Des Sables.