Vivencias

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El 29 de marzo de 1974, se produjo el asesinato político del periodista Mario Monterroso Armas, director del noticiero radial, "Cartones Radiofónicos". Monterroso Armas, fue un excelente colaborador de nuestro Movimiento. El hecho criminal conmovió a la opinión pública, y muy particularmente a la prensa, no solamente por las cualidades tan excepcionales del querido amigo, sino también por su valentía en la defensa de los principios democráticos y en los ideales nacionalistas que sustentaba. En sus comentarios, había expresado virilmente su condena al gobierno de Arana, por su juego maquiavélico al no permitir la participación del coronel Peralta en las elecciones, e impedir la inscripción de los comités que respaldaban su candidatura. En su último programa había exaltado la figura de Peralta, calificándolo como un auténtico patriota, y un hombre que dejó su huella de trabajo y honestidad en el gobierno que formó. El coronel lamentó profundamente lo ocurrido, y condenó con vehemencia el asesinato del periodista. "Uno más dijo- de la ola sangrienta después de los comicios electorales, que viene a enlutar innecesariamente a una familia, y a la sociedad guatemalteca en general". Estuvo en las exequias, y permaneció por algunos minutos al lado del ataúd. Manifestó su pésame a los deudos, pidiendo a Dios por el eterno descanso del alma del apreciado amigo, cobardemente asesinado. Millares de personas visiblemente condolidas acompañaron al entierro, que salió a las tres de la tarde y fue inhumado hasta bien entrada la noche, por la cantidad de oradores que resaltaron sus cualidades, a la vez de exigir a las autoridades el pronto esclarecimiento del execrable crimen. En compañía del doctor Secord, asistí a los funerales, y en nombre del movimiento expresamos nuestras condolencias a su afligida familia. A los nueve días del trágico fallecimiento de Mario, se ofició una misa de réquiem en la iglesia La

Merced a las seis de la tarde, a la que yo asistí en representación del coronel, pero como faltaban unos quince minutos para que comenzara, me bajé del carro y di la vuelta a la manzana para caminar un poco a pie, atravesando por el callejón Delfino, donde me entretuve con varios estudiantes, que estaban en una casa preparando un boletín de la Huelga de Dolores. Regresé y entré a la iglesia. Permanecí en la ceremonia religiosa hasta que finalizó. Fui el primero en salir en compañía de Oscar Mendoza, uno de mis hombres de mayor confianza del comité. Estábamos conversando en el atrio, cuando sorpresivamente pasó encima de mi cabeza, a pocos centímetros, una granada o una bomba, no se bien que era, pero la percibí con el clásico aullido de estos artefactos, que creo que hasta me levantó el pelo, pero lo que sí es cierto es que me paró el pelo. Luego estalló con gran estruendo en la ventana del segundo cuerpo de la policía, provocando serios destrozos en el laboratorio del "hospitalito". La prensa destacó al día siguiente la noticia pero sin mención alguna a mi persona, afortunadamente no habían periodistas. La alarma cundió entre los asistentes a la ceremonia, y entre la gente que pasaba por el lugar, presas de nerviosismo. Con Oscar alcanzamos a ver una camionetilla que se estacionó en la quinta calle, y que se esfumó rápidamente después del disparo, sin poder identificarla por la rapidez en que había ocurrido todo. Nos retiramos y abordamos el carro, sin darle importancia al suceso que lo consideramos fortuito, porque en esos días las bombas estallaban por todos lados y a cada rato. Pero esta, por poquito me vuela la cabeza. Yo tenía secretamente organizado en el comité, un pequeño grupo que me era muy útil para muchas cosas, entre ellas seguir los pasos de todos los negocios que se cocinaban entre bambalinas, algunos no muy cristianos, y en esta oportunidad, ellos por su cuenta y riesgo, se dieron a la tarea de investigar el incidente del atrio de La Merced.

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