Vivencias

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VIVENCIAS EPISODIOS Y ANECDOTAS DEL AYER 1920-2001 La Portada: Composición fotográfica. Arriba: el Director con las Madrinas en la bendición de TGHB. Entre ellas las Señorita Rebeca Valdés Corzo, Judith de O. Salazar. Al frente Marta Virginia Sierra Salazar y la Nena Monteros Saravia. Abajo: el autor con sus hermanas, la señorita Aída Alvarado y Jorge Méndez, frente a una residencia en Quetzaltenango.

FEDERICO SALAZAR VALDES

En las otras fotografías insertas, el autor en la cabina de locutores de la emisora; y con su novia Ana María Rodríguez en Quetzaltenango.


VIVENCIAS EPISODIOS Y ANECDOTAS DEL AYER 1920 - 2001

Federico Salazar Valdés, Lico como le dicen sus amistades, nos brinda en esta obra sus apuntes sobre recuerdos y anécdotas de su vida y de la vida nacional. Entremezcla aspectos políticos con asuntos familiares y sentimentales que nos van llevando en una hilación de sucesos a través de la historia nacional reciente, y no tan reciente. El lenguaje ameno que utiliza permite leer cómodamente Vivencias y saborear esas incidencias de la vida diaria que constituyen la riqueza de la existencia. El lector podrá disfrutar de una lectura que no es historia pero tampoco novela, sino simplemente eso, vivencias. El Editor

FEDERICO SALAZAR VALDES


DEDICATORIA

A mis padres: Federico O. Salazar y Judith Valdés Corzo A la memoria de mi esposa: Ana María A mis hijos: Federico Guillermo María Doricia Ana Lucrecia Juan Francisco Miriam Judith A mis hermanas: Marta Carlota Judith A mis nietos A toda mi familia A mis amigos


INDICE Pag. Prólogo.......................................................................... i Preámbulo..................................................................... 1 PRIMERA PARTE La Casita Campestre..................................................... La Casa del Callejón de Corona................................... El suicidio de Paquito.................................................... La administración pública............................................. El Presidente Herrera: ¿Equivocación histórica o error político?................................................................. El cuartelazo del 5 de diciembre................................... SEGUNDA PARTE Los años escolares. El Colegio "La Concepción". Mi tía: La Señorita Rebeca Valdés Corzo.......................... El Corpus....................................................................... Mi Primera Comunión................................................... La feria de agosto.......................................................... La tragedia aérea del Callejón de Dolores................... Finaliza el año escolar. La clausura............................. TERCERA PARTE Tres presidentes caen en 30 días. Ubico asume el poder.............................................................................. La huelga del viernes de dolores de 1931..................... El Colegio de Infantes, a la sombra de la Catedral................................................................................ Los Hermanos Maristas................................................ Inolvidable velada en el Palace: Tito Guízar y Willy Toriello en un mano a mano.......................................... Estuve a punto de ser militar. Mi incursión en la radio. Pregonero de la Lotería...................................... Las transmisiones a control remoto. La Orquesta

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Sinfónica Nacional........................................................ 1940: El baile del 30 de junio en el Casino Militar................................................................................... La Feria de noviembre. Transmisión con Equipo ambulante...................................................................... Las giras presidenciales de Ubico, y las anécdotas de don Julio Caballeros. La simpática broma de un amigo............................................................................. Los conciertos en la concha acústica de la plaza de armas. El profesor Ipish y su secretario, que fue mi profesor en dicción. Una lamentable tragedia, por el eterno triángulo............................................................. El Cerrito del Carmen y las casuarinas de San Sebastián. La Virgen del Carmen: obsequio de Santa Teresa. Desmontada de su Camarín, robada por manos sacrílegas........................................................... La coronación de la Reina Universitaria. Conocí a una bella dama, dulce y hermosa: Colomba Mendieta........................................................................ CUARTA PARTE Diez años después. Quetzaltenango 1941..................... Suntuoso baile en el Club Guatemala: 100 quetzales por un beso. Amanda Ledesma y Juan Canaro............. 150 aspirantes a un puesto de locutor. !Los sarcasmos de la vida!...................................................................... El último cumpleaños de Ubico en la presidencia. Serenata en la víspera. Besa manos el 10..................... Quetzaltenango 1942. A regañadientes acepto puesto de locutor. La suerte estaba echada, y mi destino estaba escrito................................................................. Coronación de la Señorita Navidad. Esplendor y colorido al recibir 1946........................................................ Los dolores de cabeza que me dio "Radio Crónicas"... Amenazas, golpes y torturas. Pasé una noche con Miculax. Proceso por tentativa de rebelión..................

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QUINTA PARTE Que ocurrió después que salí de la cárcel. La poderosa cadena "Constelación". Por fin me casé: cinco años de constantes rupturas.......................................... 201 México 1948. Conferencia mundial de altas frecuencias. Los tres magnates de la radiodifusión.................. 216 Un 31 de diciembre: odisea extraordinaria y azarosa................................................................................ 228 SEXTA PARTE Los sucesos históricos de 1957. Una casa antañona, romántica y sombría, pero que respiraba incuria. Don Pancho Rodríguez y su enigmática personalidad......... Cuando uno cae en los abismos de lo insospechado: El callejón sin salida, que tuvo salida. Momentos de pena y angustia ............................................................. De Radio Atlántida a la Revista Actualidades.............. Con Eunice Lima me unió una amistad cordial y sincera. La sentida muerte de un gran poeta: Víctor Villagrán Amaya............................................................ El sentido deceso del Papa Juan XXIII......................... ¿Qué pasó la noche del 12 de noviembre de 1960 en Quetzaltenango? ¿Falló el atentado contra Ydígoras?............................................................................ SEPTIMA PARTE Ydígoras al exilio, asume Peralta Azurdia: el golpe de estado del 30 de marzo de 1963.................................... Diario El Gráfico nació en el Callejón del Conejo. Me unió amistad con Jorge y Roberto................................. Una noticia que conmocionó al mundo: el asesinato del Presidente Kennedy................................................. Desempolvando documentos. Como se forjó una candidatura. El hombre propone, Dios dispone................. Una elegante cena, con elegantes invitados, y un almuerzo campestre con sabor a campo. El falleci-

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miento de Coco. Con un ramo de flores despedimos al Coronel.......................................................................... 301 Una baja lamentable: Mario Monterroso Armas. Sufrí un atentado, pero no hicieron blanco. Intentaron secuestrarme, pero se les hizo agua la fiesta................ 309 OCTAVA PARTE Variaciones sobre el mismo tema. Confórmase la "Coordinadora Peraltista" El terremoto del 4 de febrero y las canastas de pan........................................... 316 El comité se convierte en Partido, jubilosa celebración. La incomprensión provocó el cisma. Cumbre contra la violencia, rechazan propuesta para diálogo con guerrilla.................................................................. 323 Por fin me arrebataron el partido, cuando ya tenía mi renuncia en el maletín. Mi intención fue retirarme de la política, pero en 1989 me inquietaron...................... 333 NOVENA PARTE Plataflorma No-Venta: otra vez metido en la borrascosa política, pero fue la última vez. El Efraín Ríos Montt que yo conocí, Doña Tere y Zury. Acontecimientos históricos de un decenio................................ 337 Cinco días inolvidables en Montemorelos. Acto académico de altura académica. Impresiones de un viaje............................................................................... 345 Cierro Vivencias dando un vistazo a Vivencias. Epílogo................................................................................ 357

PROLOGO

Presentarles a ustedes el primer libro de mi padre, es un especial privilegio. Y digo el primer libro, porque a estas primeras VIVENCIAS le seguirán seguramente otros episodios del ayer que no le fue posible relatar en este libro, único en su viveza de contenido, único en sus apasionantes relatos, único en el estilo que caracteriza a su autor. VIVENCIAS inicia describiendo ese ambiente familiar tan enraizado en nuestras memorias y tradiciones familiares. Recopila episodios y anécdotas que el autor vivió a través de los años y que hoy los comparte con la familia y los amigos. Nos presenta de una manera muy descriptiva y detallada las casas donde vivió de niño y adolescente. Nos traslada a esos espacios y lugares tan cercanos, tan queridos, donde alguna vez tuvimos la oportunidad de experimentar nuestras propias vivencias. Al mismo tiempo, señala aquellos acontecimientos familiares que desconocíamos, y va narrando puntualmente esos hechos históricos que han marcado la vida política de un país considerado como el de la eterna primavera. VIVENCIAS nos permite intimar con el autor niño, ese personaje que muchas veces los adultos escondemos, relatándonos la sencillez, ingenuidad, sueños y sufrimientos vividos en esa época. Nos acerca al conocimiento de sus actividades escolares y sueños inalcanzables, así como a los acontecimientos relacionados con esas tradiciones religiosas y familiares, que tanta influencia han tenido en su vida. El autor nos encamina a conocer esos trágicos acontecimientos políticos acaecidos en Guatemala en los i


años de 1920, como lo fue el fin de la tiranía y la caída estrepitosa de Manuel Estrada Cabrera, así como la configuración de la administración de los gobiernos liberales y conservadores, surgidos después de la independencia de 1821. Cita como dato curioso que sólo dos gobernantes terminaron el período presidencial cuando éste era de seis años: el General Manuel Lisandro Barillas (1886-1892) y el doctor Juan José Arévalo (19451951). Los otros gobiernos fueron interrumpidos por cuartelazos, golpes de estado, asesinatos o por circunstancias políticas. Por otro lado, a través de sus detallados relatos del ayer, nos describe ampliamente las manifestaciones artísticas y culturales que caracterizaban a la Guatemala de los años 20 y nos menciona cómo era la participación de la mujer en la sociedad, cuando aún no intervenía en la política. VIVENCIAS retrata claramente los dramáticos acontecimientos históricos acontecidos en los años 30, cuando el General Manuel Orellana, exigió la renuncia de Baudilio Palma, en sustitución del general Lázaro Chacón. Luego entra a relatar la toma de posesión del General Jorge Ubico y nos hace rememorar la violenta disolución de una de las primeras famosas “Huelgas de Dolores”, organizadas por los estudiantes universitarios.

cuando durante el gobierno del presidente Juan José Arévalo fue encarcelado, torturado y casi le cuesta la vida, si no es por la oportuna intervención de mi madre, familiares y algunos amigos cercanos. VIVENCIAS nos comparte la vida emocional del autor, entremezclada con su participación como locutor de radio, cuando finalmente se casa con mi madre, después de cinco años de constantes rupturas y el complicado inicio de su vida matrimonial. Además nos expone con increíble precisión, detalles familiares que ya se habían escapado de nuestras memorias, como nuestro parentesco con el ilustre pintor muralista Carlos Mérida y los inesperados y dolorosos acontecimientos que rodearon el nacimiento de María Doricia. Los sucesos políticos de los años 57 y su participación en la campaña electoral del General Miguel Ydígoras Fuentes, toman vida al ser presentados en VIVENCIAS. Al mismo tiempo, nos traslada a Xelajú con la descripción pormenorizada de la casa de mi abuelo Pancho y nos trae a la memoria evocaciones de ese espacio de tiempo vivido en aquella antigua, tétrica y sombría casa, por más de 10 años.

El autor nos remonta a los años 1935-41, desplegando episodios de su vida llenos de emotividad, relacionados con sus sueños de ser militar y su participación como locutor y pregonero de los sorteos de la Lotería Nacional. Nos relata de una manera expresiva y romántica esos primeros amores apasionados de la juventud.

VIVENCIAS nos conduce a presenciar el mundo de la radiodifusión a través de los asombrosos relatos del autor y nos habla de su revista “Actualidades”, la que enfocaba asuntos políticos, sociales, culturales y deportivos de aquellos controvertidos años. Nos solidariza con el dolor ocasionado por la pérdida de amigos cercanos y conocidos.

Entrando a los hechos acaecidos en los años 46 nos refiere la penosa situación en la que se vio envuelto, debido a esos abusos de autoridad que caracterizaron esas épocas,

VIVENCIAS da un giro a sus relatos y vuelve a describirnos los célebres sucesos políticos ocurridos en los años 60, que sacudieron nuevamente la capital de

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Guatemala, especialmente ese 13 de noviembre, recordado por muchos, cuando un grupo de oficiales del Mariscal Zavala, se levantaron en armas, con la intención de deponer al gobierno constituido. El autor destaca oportunamente que desde aquel día, se inicia un conflicto armado, de dolor y destrucción, que duraría más de treinta años. Tres años después, el Coronel Enrique Peralta Azurdia asume el poder como jefe de estado. El autor nos transporta a la capital de Guatemala, dejando atrás su participación en la política y buscando nuevos horizontes. Podemos conocer sus nuevas experiencias laborales y sus impresiones ante hechos acontecidos en aquellos años. VIVENCIAS nos introduce nuevamente a la vida política del autor, cuando decide formar un partido político para apoyar la candidatura presidencial del Coronel Enrique Peralta Azurdia, que finalmente no fue aceptada. Nos describe con precisión asombrosa la reanudación de su actividad política con renovadas esperanzas y certeza en el triunfo final, así como los hechos, intrigas, interferencias y astucias que rodearon esos momentos políticos históricos, durante una de las épocas más dramáticas y sangrientas que vivió Guatemala a finales de los años 70 y principios de los 80. A través de VIVENCIAS rememoramos el año 1973 cuando nos tocó vivir, uno de los momentos familiares más dolorosos, como lo fue la muerte de nuestro inolvidable Coco. Palpamos otros trágicos sucesos como el asesinato de Mario Monterroso Armas acribillado a balazos, el atentado del que el autor de este libro fue objeto, la represión contra las filas de su partido político, el asesinato de su amigo el Lic. Francisco Alvarado Martínez y la desaparición de Alberto Yánez, campesino iv

activista del Quiché, durante el gobierno del General Carlos Arana Osorio. También VIVENCIAS nos hace conmemorar con tristeza, sorpresa y miedo los trágicos momentos vividos a causa del terremoto de 1976, que asoló al país y le robó la vida a unas 22,000 personas. Luego el autor describe visiblemente la otra gran estafa política cometida en Guatemala, donde la voluntad popular fue burlada como había ocurrido cuatro años antes (1974) y como ocurriría ocho años después (1982), con el triunfo fraudulento de Lucas García, quien inició uno de los gobiernos más sanguinarios de la historia de Guatemala, descabezando cruelmente a la intelectualidad guatemalteca y en el que no se escapó ni un solo sector de la represión, las persecuciones, los secuestros, las torturas, las desapariciones y los asesinatos políticos. El autor relata el cuartelazo del 23 de marzo de 1982, cuando asumió un triunvirato que fue pronto desintegrado y que designó a otro militar, Ríos Montt, como presidente. Este absorbente libro nos narra las experiencias del autor como personero de su partido legalizado en el año 1979 y su continua participación en charlas, conferencias, mesas redondas en la búsqueda de solución a los problemas de la violencia imperante en el país, en el mismo año en el que fuera asesinado Manuel Colom Argueta y decenas de compatriotas que buscaban soluciones duraderas a los problemas sociales y políticos que embargaban a la Guatemala de aquel entonces. Las maniobras llevadas a cabo durante el gobierno de Lucas García para arrebatarle la dirección de su partido político, de firme oposición al aparato estatal, son detalladas con claridad asombrosa, así como el inesperado ataque cardiaco a otro de sus v


entrañables amigos y compañero de lucha: Roberto Llarena. Leyendo estas fascinantes VIVENCIAS nos enteramos de episodios políticos ocurridos en 1983, cuando los militares nombraron como jefe de estado, al general Humberto Mejía Víctores, que convocó a una constituyente, que promulgó la Carta Magna de 1985, la cual se estrenó con el triunfo del Lic. Vinicio Cerezo, quien terminó su período de cinco años, siendo sustituido por el Ing. Jorge Serrano, quien a medio período fue derrocado por el pueblo, por flagrantes violaciones a la Constitución de Guatemala. Además, nos transporta finalmente a la vida política del autor cuando a finales de 1988, apoya la candidatura del General Efraín Ríos Montt, para llevarlo a la presidencia, mezclado con algunos acontecimientos de trascendencia familiar. Y para terminar sus perspicaces relatos, este valioso libro nos traslada a la Universidad de Montemorelos, en Nuevo León, México, donde el autor compartió unos días con la familia y amigos, dejando grabados en el corazón y en la mente de quienes lo conocieron, esa energía, sentido del humor y aprecio por los detalles de la vida, que tan sensiblemente se reflejan en sus VIVENCIAS. Ana Lucrecia Salazar Belmopán, Belice, Agosto de 2,001

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EPISODIOS Y ANECDOTAS DEL AYER "VIVENCIAS" 1920 - 2001 Preámbulo No es mi propósito al escribir estos apuntes, relatar "mis memorias" - no, de ninguna manera - ya que esta empresa es del escritor, del novelista, del historiador o bien del literato, y yo no soy historiador, ni novelista, ni escritor, ni mucho menos literato. Lo que pretendo al impulsar este memorial es hacer una recopilación de hechos que he vivido con el correr de los años, o que me han sido referidos y, que a mi juicio, deben ser del conocimiento de mi familia y amigos, para que no se vayan perdiendo en las reminiscencias del pasado. ¡Cómo no hubiera yo querido traducir mis palabras con un relato estético, lleno de viveza y colorido, con la precisión del detalle, con la nitidez de la visión, con una excelente riqueza descriptiva, y con el movimiento y la animación de la escena! Pero al faltar las condiciones del escritor, entonces el lector encontrará en la lectura, un notorio desorden en la composición, inexperiencia en el relato y visible pobreza en el lenguaje. Comprendiendo esto, repito, que al escribir VIVENCIAS no persigo más propósito que dejar impresas en estas páginas, los reflejos de una realidad vivida por muchos años, sin la hermosura de una obra literaria. Si este objetivo lo culmino, me daré por muy bien gratificado. El estímulo recibido de mis sobrinos Letona Salazar, - Beatriz, Gabriel, Alfonso, Luis Pedro y Alberto -, me impulsó a evocar estos recuerdos que despertaron un sueño dormido, acariciado por mí, pero que hoy se 1


convierte en realidad, y esa es la única razón de escribir este ensayo y ninguna otra más. Hecha esta salvedad, entonces bien podría darle vida a este proyecto con VIVENCIAS, que reflejarán interesantes y simpáticos relatos de lejanas épocas.

Federico Salazar Valdés

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Preámbulo a la Segunda Edición EN UN CALUROSO AMBIENTE FAMILIAR, SE PRESENTÓ “VIVENCIAS” Es sábado 27 de octubre del año 2001. Ya dieron las seis de una tibia tarde otoñal, hora fijada para la presentación de VIVENCIAS. Los interiores de la elegante pero sobria residencia de mi hermana Carlota (quien gentilmente ha prestado su casa para tal evento familiar y cultural), resplandecen ante la presencia de familiares y amigos, que han acudido puntualmente a esta cita. Las palabras preliminares corrieron a cargo de mis hijos Ana Lucrecia, -prologuista del libro-, y Federico, editor del mismo-, refiriéndose a las incidencias que rodearon la coordinación, el diseño y la diagramación, y el montaje e impresión de los Episodios y Anécdotas del Ayer. El autor reveló los motivos que lo impulsaron a escribir la obra, y los difíciles caminos que tuvo que recorrer al tocar aspectos candentes de la vida política y de la historia de Guatemala, que indudablemente hicieron fruncir el seño a algunos lectores y la anuencia de otros. ¿Por qué escribí ese libro?, me pregunté más de una vez. Mi respuesta ante esa interrogante fue la siguiente: a raíz de la circulación del libro de mi padre “En el umbral de la abogacía”, le sugerí, -tomando en cuenta sus experiencias vividas, y la fluidez y elegancia de su estilo-, que escribiera una obra relativa a la familia, y de él en lo personal a manera de memorias, incluyendo por supuesto, aspectos históricos de la vida nacional que él hubiese vivido personalmente. Me respondió que ya se sentía abrumado por tantas viscisitudes acaecidas a lo largo de su vida, y que a esas alturas las fuerzas le faltaban para complacer mis deseos, pero que esa tarea la dejaba en mis manos. Yo le respondí que no me sentía capacitado para realizar un trabajo de esa naturaleza, pero él insistió 3


en que sí llenaba los requerimientos, y que tomara sus palabras como una de sus últimas voluntades. Y esa es la única razón de haberme aventurado a emborronar cuartillas, para escribir VIVENCIAS. En el preámbulo confieso las deficiencias narrativas de que adolece mi libro, -y así lo reconozco-, como, por ejemplo, un notorio desorden en la composición, inexperiencia en el relato y visible pobreza en el lenguaje. Y agrego: ¡Cómo no hubiera yo querido traducir mis palabras con un relato estético, lleno de viveza y colorido, con la precisión del detalle, con la nitidez de la visión, con una excelente riqueza descriptiva, y con el movimiento y la animación de la escena!. “Comprendiendo esto, -puntualizo-, el objetivo que perseguí al escribir ese libro, fue dejar impresos los reflejos de una realidad vivida por muchos años, sin la hermosura de una obra literaria”. Eso es todo. Sigamos, pues, adelante en la breve descripción de aquel acto tan trascendente para mí. Traigo a la memoria los nombres de los asistentes, en el que además de mi hermana y de mis dos hijos, ya mencionados, estuvieron presentes mis otros hijos, Miriam Judith y Juan Francisco –quienes colaboraron muy de cerca en la realización del proyecto-, y sus respectivas familias, mis nietos Andrea y Rodrigo, Gladis, la esposa de Juan Francisco y sus hijos Wieger Fidel y Blandy. Nos acompañó también la linda Mayita, mi nieta, hija de Lucrecia y Fabricio, y mis sobrinos, Beatriz (la guera, como le digo yo cariñosamente), y sus hijos Claudia, Luis (el Tío), Adriana y Diego. Gabriel Letona y Gabriel júnior; mi cuñada Violeta Santos de Salazar y sus hijos Jorge y María del Rosario y María de los Angeles, acompañadas de sus esposos. Federico Sierra, su esposa Adela y su hija Paula. También asistieron Marta Virginia Sierra y su esposo doctor Julio Maldonado; mis primos Francisco y José Rafael Gálvez Valdés, con su esposa Amalia; Ana María y Hilda Mansilla, acompañadas de

sus hijas. Nos honraron asimismo con su presencia las señoras, licenciada Perfecta Velasco, Graciela Braun Valle, (tía de mis hijas e hijos), licenciada Dora Amalia Taracena, y la cantante y estudiante universitaria Eyda Lorenzana, que nos deleitó con preciosas canciones en su dulce y sensitiva voz. Tanto mi hija Ana Lucrecia como mi cuñada Violeta, improvisaron hermosas piezas oratorias, rememorando acontecimientos familiares de pasadas épocas, saturadas de alegrías y de tristezas, de triunfos y derrotas, pero que son esas incidencias de la vida diaria que constituyen la riqueza de la existencia. Con palabra emotiva, cargada de sentimiento, mi cuñada hizo recuerdos de su esposo, mi hermano Jorge José, cuando en años pretéritos convivimos en alegres veladas en aquellos ambientes enraizados en nuestras memorias y tradiciones familiares. Esa tarde hubo de todo. No sólo lágrimas sino también risas. Pero si mal no recuerdo, las risas, el color, la fiesta, la música, el ingenio y la alegría, superaron con creces a las tendencias nostálgicas y sentimentales muy proclives en esos convivios tan singulares. Sin alardes de triunfalismo –cosa muy ajena a nuestro carácter y temperamento-, podemos afirmar que si bien aquel acto fue muy sencillo y modesto, constituyó un acontecimiento de familia de memorables recuerdos, que quedaron impresos no sólo en la memoria de los gentiles asistentes, sino también en la cámara fotográfica.

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PRIMERA PARTE Finalmente afronté el traslado, después de tanta indecisión, ocasionándome demasiado esfuerzo hacerme a la idea de dejar la Casita Campestre para trasladarme al apartamento que estoy estrenando. Amplio, elegante y sobrio, precisamente donde estuvo localizada la Biblioteca de Derecho Civil de mi padre, calificada por conocedores de la materia, como una de las bibliotecas privadas, más completa y actualizada de Centro América. Mi padre falleció en el año 1985. Su partida de nacimiento quedó inscrita en el Registro Civil, con los apellidos Ojeda Salazar, dándose una transposición en el orden de los mismos, debido a un error en el momento de su inscripción. Conociendo estos antecedentes, nunca se hizo la modificación que correspondía (quien sabe el porqué), sin embargo, firmó durante toda su vida como Federico O. Salazar, en consecuencia, todos sus hijos fueron inscritos legalmente en el Registro Civil con los apellidos Salazar Valdés. A las nueve y diez de la noche del lunes 2 de septiembre del año mencionado, a la avanzada edad de 97 años, mi padre cerró sus ojos para siempre. Comenzó su fecunda vida pública, universitaria y docente, recién graduado de abogado y notario en la Facultad de Derecho y Notariado de la Universidad Nacional (hoy, Universidad de San Carlos de Guatemala), el 28 de octubre de 1911, cuya tesis intitulada "La legislación obrera en accidentes de trabajo", mereció el codiciado Premio Gálvez, por sus principios renovadores de avanzada social para aquella época. Sus estudios primarios los realizó en el Colegio San Agustín, del Padre Solís, y en el Colegio de Infantes, de la ciudad de Guatemala. Ocupó diferentes judicaturas de la capital, siendo magistrado de las salas de apelaciones y de la Corte Suprema de Justicia. Desempeñó eventualmente la 6

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presidencia de la misma. Durante el gobierno de don Manuel Estrada Cabrera, fue Oficial Mayor del ministerio de Relaciones Exteriores, promotor fiscal, síndico municipal, diputado a la Asamblea Nacional Constituyente y miembro del servicio jurídico del Ministerio de la Guerra. Posteriormente, ya durante el gobierno de don Carlos Herrera, ocupó inicialmente la subsecretaría del Ministerio de Gobernación y Justicia y luego el Despacho de dicho Ministerio. Impartió cátedras en numerosos establecimientos educativos públicos y privados, entre ellos el Instituto Nacional Central de Varones, el Instituto Normal Central de Señoritas - Belén -, y en los colegios Santa Rosa, Europeo, La Concepción, Escuela Comercial Privada e Instituto Belga Guatemalteco. Las cátedras de derecho civil comenzó a impartirlas en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, posterior a su graduación de abogado y notario, ocupando la decanatura en 1950. Su deontológica obra "En el Umbral de la Abogacía" - discursos de un Decano a sus alumnosrecoge más de cien orientadoras alocuciones, que dirigió a los profesionales que recibieron su título durante su paso por la Escuela de Derecho. En 1955 el Presidente de la República Coronel Carlos Castillo Armas, lo designó Presidente de la Comisión de Asesoría Jurídica de la Presidencia de la República, cargo que ejerció hasta 1966. Fue en ese entonces cuando se le encargó la elaboración del proyecto del Código Civil, el que después de una revisión por una comisión específica, (esta comisión se integró con los abogados José Vicente Rodríguez, Carlos Enrique Peralta Méndez y Mario Aguirre Godoy) fue promulgado por el gobierno del coronel Enrique Peralta Azurdia, en 1963. Entre las principales condecoraciones que recibió, podemos citar, la Orden del Quetzal, en el Grado de Gran Cruz, la Medalla Universitaria y la Orden del Buen Juez.

Con ocasión de su fallecimiento, la Universidad de San Carlos de Guatemala, emitió un acuerdo de condolencia, designando a los licenciados Rubén Alberto Contreras Ortiz, Decano de la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, y Rodrigo Segura, Secretario de la Universidad, para hacer entrega del mismo. También, la Corte Suprema de Justicia, en nombre del Organismo Judicial, designó a los licenciados Leocadio De La Roca y Marco Agusto Recinos, magistrados de ese alto organismo, para hacer entrega del acuerdo de condolencia. Al cumplirse un mes de su fallecimiento, se ofició una misa de resurrección en la Iglesia el Divino Redentor, Utatlán 2, a la seis de la tarde.

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La casita Campestre Vuelan los primeros días del mes de enero del año 2000. Me encuentro en la pequeña antesala de mi apartamento con vista a una terraza, donde entre otros árboles y arbustos, unos hermosos naranjales se desprenden del jardín del piso de abajo, cargados de naranjas de Valencia que comienzan a madurar. Es una mañana primaveral, teñida por la proximidad del equinoccio de primavera, y mientras disfruto de un café, leo, de Jacques Cordier a Juana de Arco, su personalidad, su papel histórico. ¡Medito en esa figura tan atractiva, tan digna de compasión y de admiración! Confieso que desde pequeño fui un apasionado lector de la vida de Juana de Arco, y en general de la Historia de Francia. Mis lecturas y autores favoritos, comenzaron con las diminutas "callejas", con los emocionantes cuentos de la literatura infantil, traducidos a todos los idiomas: Caperucita Roja y Blanca Nieves, Pinocho, Pulgarcito y La Cenicienta, sin olvidar a Alicia en el País de las Maravillas o Alí Babá y los cuarenta ladrones. Muy cerca, casi al alcance de la


mano, una pequeña librera atesora obras muy selectas que son de mi predilección. La Caída del Imperio Romano, Don Quijote de la Mancha, El Protocolo de los Sabios de Sión, el Conflicto de Los Siglos, Las Confesiones de San Agustín, el poema épico La Odisea de Homero, Luis XIV y Europa y La Divina Comedia, y sin faltar, Los Tres Mosqueteros, Veinte Años Después, El Conde de Montecristo, José Bálsamo o el Conde de Cagliostro, y las visionarias novelas de Julio Verne, o las detectivescas de Xavier de Montepin. ¿Pero quién no ha tenido en sus manos un libro grueso, controversial, sagrado, de muchas páginas, bien presentado, UN SEÑOR LIBRO? Su título: LA BIBLIA. El Libro de los Libros que ocupa en mi librera un sitio de honor. Continuemos... Hace muy pocos días finalizó el segundo milenio y el siglo XX de la Era Cristiana. Acontecimiento impresionante y trascendental en la historia de la humanidad, que fue celebrado con todo esplendor en el mundo entero. La televisión cubrió el maravilloso espectáculo de fiesta, fantasía y colorido de la media noche, desde las principales capitales del Planeta, en un derroche artístico monumental y haciendo gala de los prodigiosos avances de la ciencia y la tecnología. Lógicamente nos encontramos pues, en los umbrales del tercer milenio y del siglo XXI, y corre un año intransitivo, ya que el tercer milenio y el siglo XXI, comienzan naturalmente el primer día del mes de enero del año 2001. Entonces, volviendo a la Casita Campestre, para mí fue muy nostálgico desocuparla, ya que conserva en sus añejas paredes un silencioso pasado, pletórico de hermosos recuerdos. Fue construida hace aproximadamente medio siglo, cuando mi padre compró allá por el año 1947, un terreno bastante grande en lo que

fuera la finca Miraflores, que había sido propiedad del recordado historiador don Antonio Batres Jáuregui. Esta finca urbana se ubicaba en lo que actualmente es la zona siete de la capital, entre las calzadas de San Juan y Roosevelt y la 23 avenida, no lejos del imponente y suntuoso edificio Tikal Futura, exactamente en el área donde tuvo su asiento la ciudad Maya de Kaminal Juyú, pues en el extremo sur oriente, en un predio de doscientos cincuenta metros cuadrados, al fondo de la propiedad, allí fue construida la recordada casita. Su construcción se hizo de adobe, del adobe de antes, de magnífica calidad, duro y sólido, que más bien parecía de material de roca o piedra, y por eso no sufrió el menor daño con el violento terremoto de 1976, que alcanzó una intensidad de más de siete grados en la escala abierta de Ritcher. La entrada consistía en un corredor descubierto, y en el interior estaban el Oratorio, los dormitorios, baño, comedor y cocina. La pila estaba afuera, cerca del apartamento del servicio. Todas las ventanas tenían barrotes y tela metálica, los cielos o techos de machihembre, los muebles eran antiguos, no habían clósets sino roperos y armarios. La abundante vegetación exterior y su estilo rústico, hacían de ella una agradable residencia de campo. La casita me hacía recordar la letra de aquella vieja canción de principios del siglo XX: "¿Que de donde amiga vengo?...de una casita que tengo mas abajo del trigal, es una casita chiquita, para una mujer bonita que me quiera acompañar". Cuenta Batres Jáuregui en su "Historia de un Siglo", que los días sábados visitaba su finca, acompañado de su mayordomo, quien tenía a su cargo los pormenores del viaje, desde el ensillado de los caballos, hasta el pago de las planillas y el cuidado y revisión de las plantaciones de café. Salían de la capital - su casa se ubicaba en la cuarta avenida sur- a las siete de la mañana, y antes del

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medio día llegaban al casco de la finca, después de una aventurada travesía por extravíos y vericuetos. Cuando lo acompañaba su esposa, u otro miembro de su familia o algunos amigos, el obligado paseo se realizaba en carruaje. Pues la casita campestre, se encontraba en aquel entonces, dentro de una lujuriosa vegetación. Rodeada de macetas de cemento con variedad de hojas y flores, rosales y claveles, dalias y geranios, en una hermosa policromía. Abundaba la hoja de quequeste, las orejas de burro y el bambú, que servían de cercos o colindancias con los terrenos vecinales. Llamaba la atención los altos y gruesos troncos de los izotes con sus hermosos ramos de flores blancas, muy apetecidas en el arte culinario, así como los frondosos pinos y los cipreses, las eugenias y los calistemos, las ornamentales bugambilias y las jacarandas, insustituibles en parques y jardines, resplandecientes con sus racimos de flores azules, en los días de la Cuaresma. Y por fin las hiedras trepadoras, la mano de león, las olorosas flores de las madreselvas, y una gran variedad de árboles frutales, pero yo prefería los duraznales que lucían en la primavera sus florecillas color lila. Nunca me olvido que a una distancia de unos cincuenta metros, había una legendaria y altísima palmera, de tronco erecto y cilíndrico, de unos setenta metros, que según decían, la sembró el propietario de la finca, Don Antonio, a finales del siglo ante pasado. Inicialmente la casita la ocuparon mis padres, posteriormente quedó viviendo en ella la tía Lolita, ya entrada en años, hasta su fallecimiento en l976, meses después del terremoto del 4 de febrero. Curiosamente la casita quedó incólume y su huésped salió ilesa de aquel infortunado acontecimiento, que dejó mas de veinte mil muertos en todo el país. Enseguida la ocupó Luqui mi hija y su pequeña hija Ximenita, a finales de los compulsivos años 70. Luego mi hija Mirian, su esposo Fernando, y sus

hijos Andrea y Rodrigo que ahí nacieron. Y finalmente Ana María mi esposa y yo, hasta su fallecimiento el l8 de mayo de l996. Quedé solo, hasta que me trasladé a donde resido hoy. Mi padre, haciendo honor a su acendrado catolicismo, habilitó un pequeño local para un Oratorio, donde lucieron muy bellas y artísticas imágenes. Tenía forma rectangular, de seis metros de largo por cuatro de ancho, el frente lo ocupaba un retablo blanco de madera, adornado de filigranas doradas, con una hornacina en la parte superior, que ocupaba la imagen del Sagrado Corazón y otra inferior con un antiquísimo Misterio. En las hornacinas laterales incrustadas en la pared, figuraban la Virgen del Rosario y el Señor San José, y en una mesita de madera alta y delgada, Jesús Nazareno con la Cruz a Cuestas. Y finalmente un antiguo Crucifijo que pendía de una de las paredes del frente. En medio de la Capilla había un reclinatorio. Algunas de estas imágenes venían de generación en generación, y otras fueron esculpidas allá por el año de 1928, por los insignes artistas de la imaginería, los recordados escultores Solís, Dubois, Corleto y Acuña. Estas obras de arte constituyen un Patrimonio de la Familia. El oratorio fue un Santuario sublime, de inspiración y retiro, con aroma a incienso, que infundía respeto y temor a Dios y donde se reunía la familia a orar en aquel apacible recinto.

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La casa del Callejón de Corona Nací en la ciudad de Guatemala un 17 de octubre cuando corría el año 1920, y gobernaba el país el Partido Unionista, que llevó a la presidencia de la república, al acaudalado agricultor don Carlos Herrera, después del derrocamiento de la dictadura de los 22 años de don Manuel Estrada Cabrera. Mis padres don Federico O.


Salazar, abogado y notario y doña Judith Valdés Corzo, realizaron su enlace matrimonial, el 2 de mayo de 1914, durante una inolvidable ceremonia religiosa que se verificó en la Iglesia de La Concepción, ubicada en la séptima avenida norte y quinta calle oriente, muy cerca de donde se encuentra el Palacio Nacional, que fue construido muchos años después, e inaugurado en 1943. La ceremonia fue oficiada por el ilustre Monseñor Mateo D. Perrone, y amenizada por una orquesta dirigida por el querido Maestro don Emilio Arturo Paniagua, que interpretó música sacra de los celebres compositores Chopin, Haydn, Shubert y Mozart. El espacioso Templo fue insuficiente para dar cabida a la numerosa concurrencia de familiares y amistades de los contrayentes, principalmente de jueces y magistrados, y colegas de mi padre. Se conservan alusivas fotografías de aquel memorable acontecimiento. Como era costumbre en los hogares de aquel entonces, constituimos una familia numerosa de siete hermanas y hermanos: Marta, Elena, Carlota, Federico, Judith, Jorge y Roberto. Crecimos en un ambiente de calor hogareño, jovial y apacible, aunque con la severidad del carácter de nuestro padre, de quien si bien es cierto jamás recibimos un golpe físico, pero sí su voz firme y admonitoria. Pero hubo siempre una dulce compensación, el cariño inmenso, afable y comprensivo de la mamá. Algunos vecinos decían que éramos una familia acomodada, pero no era verdad. Todos nacimos en la misma casa, ubicada en el Callejón de Corona, marcada con el número cinco, pequeña cuadra de cien metros lineales, situada entre la primera y segunda calle oriente, y la novena y décima avenida norte, muy cerca del parque Isabel la Católica, del ilustre botánico don Mariano Pacheco Herrarte.

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El Licenciado Federico O. Salazar en su Acto de Imposición de la Orden del Quetzal

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Vienen a mi memoria los trágicos acontecimien-tos políticos, acaecidos en Guatemala el año en que vine al mundo, y que me fueron relatados por mi padre muchos años después. La casa del Callejón de Corona, fue un testigo mudo de aquella época convulsionada. Mi padre ya era abogado y notario graduado en 1911 a la edad de 23 años, y formaba parte de los grupos de profesionales, que impulsaron la fundación del Partido Unionista, con motivo -aparentemente- de la celebración del primer centenario de la Independencia, pero la finalidad era otra: el derrocamiento de Estrada Cabrera. La casa grande - como le decíamos - fue una hermosa residencia, que mi padre compró en 1917 a una familia de nacionalidad inglesa, de apellido Borman, poco antes de los terremotos de finales de ese año y principios de 1918. La finca tenía dos mil quinientas varas cuadradas, y la casa que más bien era un chalet, era bonita y confortable, estaba construida de madera de California de color verde, que hacía juego con su diseño, también de estilo californiano. Espaciosos jardines de nutrida vegetación y de árboles frondosos, se extendían hacia el frente y hacia los lados. A pesar de no haber sufrido mayores daños por los terremotos, se dispuso poco tiempo después, sustituirla por una construcción de cemento mixto de dos pisos. En la entrada había un corredor y la sala con vista al jardín del frente, y la Capilla con las lindas imágenes ya descritas anteriormente. También en el primer piso estaba el comedor, que comunicaba con el garage, un 'hall', cocina, "pantry", baños y dormitorios del servicio. Las áreas verdes fueron remodeladas. La biblioteca y el escritorio de mi padre estaban en el segundo piso y el dormitorio de él y el mío. En un corredor yo también tenía "mi escritorio", precisamente en la entrada a mi dormitorio. Recuerdo muy bien que sobre el tapiz de una de las paredes, coloqué una fotografía grande en blanco y negro incrustada en un medallón

dorado, de mi novia de ese entonces, Colomba Mendieta, hija del ilustre unionista nicaragüense, mi recordado maestro y amigo doctor don Salvador Mendieta. A ellos me referiré en su momento. En las afueras de "mi oficina", lucían unos alegres sillones de mimbre, un canapé y otros muebles informales, y en una mesita esquinera tenía un radio receptor RCA Víctor. Ahí me deleitaba los días sábados, en que pasaba una tarde interesante y atractiva, escuchando la temporada de la ópera desde el majestuoso Metropolitan Opera House de Nueva York, que comprendía los meses de abril a septiembre, y que transmitía con toda nitidez, La Voz de los Estados Unidos de América. Me llenaba de grande emoción, escuchar las voces de los mejores cantantes de ópera del mundo, tenores, sopranos, barítonos, interpretando Carmen, Rigoleto, La Traviata, Aída, El Barbero de Sevilla, Otello, Guillermo Tell, Madame Butterflyd... y todos esos poemas dramáticos musicalizados, de profunda belleza y excelsitud. Por supuesto que disponía de un libro voluminoso, ilustrado y a colores, donde seguía religiosamente, como si fuera un Devocionario, el desarrollo de tan inolvidables conciertos. La narración estaba a cargo del gran locutor Yopis de Olivares, que con Alfred Barret, fueron las voces conocidas de los noticieros de la segunda guerra mundial. Pero volvamos a los acontecimientos históricos. Finalizaba el mes de diciembre de 1919, cuando fue suscrito el histórico documento conocido como 'La Carta de los tres dobleces', que dio paso a la fundación del Partido Unionista, que aglutinaba a los sectores de todas las clases sociales, profesionales, intelectuales, estudiantes y obreros. Las valientes y patrióticas conferencias del Ilustre Monseñor José Piñol y Batres en el Templo de San Francisco, que habían despertado al pueblo de la pesadilla que había vivido durante 22 años de tiranía, y meses después, la multitudinaria manifestación del 11 de marzo

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de 1920, fueron los elementos claves que encendieron la mecha del polvorín que se avecinaba. En la casa del Callejón de Corona mi padre se reunía con amigos y correligionarios del Movimiento Unionista, para ver qué acciones debían seguirse, ante la gravedad de los acontecimientos y la actitud hostil y arrogante del presidente de aferrarse a sangre y fuego en el poder, como un desafío a las protestas populares que exigían su renuncia. La ciudad estaba convertida en un verdadero caos, los cañones del ejército que estaban emplazados en La Palma, donde se encontraba la residencia del dictador, bombardeaban sin cesar la capital, causando angustia, pánico y dolor a la ciudadanía. Por eso la historia denomina como 'la semana trágica" a esos infortunados días de la vida nacional. Dos acontecimientos que se sucedieron en un lapso de pocos días, fueron el fin de la tiranía, y la caída estrepitosa de don Manuel Estrada Cabrera. El Decreto de interdicción promulgado por la Asamblea Nacional Legislativa, el 8 de abril, al declarar que Estrada Cabrera, estaba imposibilitado para continuar en el ejercicio de la presidencia de la república, por padecer de perturbaciones mentales. Y la intervención del Cuerpo Diplomático acreditado en el país, que se constituyó como garante, para que se respetara la vida y los bienes materiales del Presidente y su familia, lo cual fue aceptado por la oposición política. El 15 de abril de 1920, Estrada Cabrera se vio obligado a renunciar de su alto cargo, siendo conducido a la Academia Militar en calidad de prisionero. Ahí se iniciaron las diligencias judiciales, y siendo mi padre Juez sexto de primera instancia, a eso de las once de la mañana, se presentó a la Academia Militar, para proceder al indagatorio del Presidente derrocado. Cuando fueron expropiados los bienes de La Iglesia Católica, después del triunfo de la Revolución Liberal de 1871, el Convento de la Iglesia de la

Recolección se destinó para instalar la Academia Militar, que fue la sede de la Escuela Politécnica, fundada en l873. A raíz del atentado de los cadetes el lunes de Pascua 20 de abril de 1908, en el que Estrada Cabrera fue herido levemente en una mano por el cadete Víctor Vega, quedó clausurada la Escuela Politécnica, pero antes, se ordenó el fusilamiento del capitán Emilio R. Maldonado que comandaba a los cadetes cuando ocurrió el atentado en el Palacio del Gobierno, en ocasión en que presentaba sus cartas credenciales, el Ministro Americano. Enseguida se procedió a diezmar a la Compañía de Cadetes. Las descargas de artillería de los pelotones de fusilamiento, se escuchaban sin cesar todas las noches durante la trágica semana del atentado. Años después la Escuela Politécnica fue reabierta con el nombre de Academia Militar, en las instalaciones de la avenida La Reforma, donde permaneció por muchos años, recuperando su nombre original. Pues bien, en un local frío, estrecho y sombrío se encontraba don Manuel aquella mañana, revolviendo un montón de papeles que tenía en desorden, sobre la mesa de centro de un amueblado de sala, con los sillones con forro de raso desteñidos y en mal estado. Su estado físico era deplorable, demacrado y enflaquecido, con los ojos desorbitados y la mirada perdida, un nervioso temblor invadía sus manos y una tensión física y espiritual dominaba su cuerpo. Su voz incoherente era mas bien un balbuceo, al responder las preguntas del Juez, que el Secretario anotaba en su libreta. Enseguida tuvo lugar la siguiente escena: "Señor Licenciado - le dijo mi padre - estoy aquí en mi carácter de Juez de Primera Instancia para practicar una diligencia judicial, y le ruego se sirva contestar las preguntas que le haré". "Estoy a sus órdenes, señor Juez, sírvase hacer las preguntas que desee" - fue la respuesta del indagado -. A continuación se procedió de acuerdo con

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lo usual en estos casos. El contenido de la indagatoria no lo supimos, por eso no lo trasladamos a los lectores, pero es evdente que la diligencia consistió en preguntas y resputas cajoneras. Lo cierto es que el interrogatorio duró alrededor de media hora y mi padre y su secretario se retiraron, dejando atrás a un hombre amargado, abatido, frustrado por el infortunio, que otrora fue el todo poderoso, soberbio, arrogante y cruel que tuvo en sus puños sometido a su voluntad, a todo un pueblo, ansioso de libertad y progreso. En la puerta había una escolta que custodiaba al prisionero, con un oficial y una docena de soldados, descalzos, de mal talante, y con los uniformes raídos, como vestía el Ejército en aquel tiempo.

Corría el año 1917. Estrada Cabrera disfrutaba en aquellos días de su gran señorío, con esplendor y ostentación. El servilismo había llegado a extremos increíbles, proclamándolo "preclaro estadista, amigo de la juventud estudiosa, defensor de los artesanos", y un sinfín de cosas ridículas y mentirosas que no provenían del pueblo, sino de grupos serviles manipulados por el oficialismo, que no descartaban oportunidad de avivar el fuego con el incienso de la adulación. Además, las fiestas de Minerva conocidas como "minervalias" estaban en su pleno apogeo en el mes de noviembre en celebración de su cumpleaños. A pesar pues, de que el destino le sonreía en esos años felices para él y sus camarillas de servidores, un grave acontecimiento que ocurrió cuando corría ese año, turbó de pronto la tranquilidad y felicidad del gobernante. !El suicidio de Paquito!. ¿Quién era Paquito? Francisco Estrada Cabrera, fue el hijo menor de don Manuel, el delfín, el preferido, el consentido, el único que vivía con él en la Casa Presidencial y lo acompañaba cuando salía de paseo. En

efecto, cuando el atentado de La Bomba, años antes, el 29 de abril de 1907, en la séptima avenida sur, el niño que tenía doce años de edad acompañaba a su padre. Y los dos conjuntamente con el cochero y los oficiales de la plana mayor presidencial, fueron lanzados por los aires hasta caer al suelo envueltos en humo, piedras, polvo y los restos del carruaje, por el potente estallido de la carga de dinamita, colocada justamente a media calle donde pasaría el cortejo presidencial, pero por un error de cálculo del cochero no se logró el objetivo que se perseguía: el asesinato del Presidente. Se salvaron por pura suerte de morir destrozados, no así el cochero que en honor a la verdad pasó a mejor vida, ya que estaba involucrado en el complot para asesinar al gobernante. De todas maneras hubiera muerto después de ser cruelmente torturado. Es una noche fresca y tranquila de mediados del año de 1917, cuando varios individuos golpearon con insistencia el tocador de una casa del Callejón de la Recolección. Preguntaban por el juez de parte del señor presidente, quien requería su inmediata presencia en la casa presidencial. Huelga decir que tanto el juez (que no era otro mas que el licenciado O. Salazar) y la mujer joven y atractiva que los atendió, su hermana Lolita, sufrieron un tremendo susto por el apremiante llamado del Presidente en altas horas de la noche. Y de paso que mi padre estaba padeciendo en esos días de aquellas gripes, que lo obligaban a recluirse en sus habitaciones y guardar obligada cama. Insistieron para que los emisarios del gobernante les informaran el motivo de la citación, pero solamente repetían que obedecían a órdenes superiores. Por fin se pusieron en marcha y el trayecto a recorrer que era corto (pues la Casa Presidencial se encontraba en lo que hoy es el parque Centenario) al Juez se le hizo muy largo, invadido de un montón de presentimientos. Una citación de Estrada Cabrera, sobretodo en la forma

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El suicidio de Paquito.


intempestiva en que se le hizo, cuando menos producía escalofríos o un temblor de cuerpo al más valiente de los mortales. Pero su sorpresa fue grande y sus presagios de mal augurio se desvanecieron al llegar a la residencia presidencial, porque de inmediato lo introdujeron a la recámara del hijo del Presidente, que estaba en el segundo piso de la lujosa mansión, donde se encontraba don Manuel con un grupo de médicos. Al notar su presencia, el Presidente se dirigió a los médicos que habían sido llamados de urgencia, posiblemente los doctores, Robles, Sosa, Wunderlich, Santacruz, Ramiro Gálvez, que eran los profesionales de la medicina más prominentes de esa época y les dijo: "Señores, sírvanse abandonar el dormitorio de mi hijo, ya no es necesaria su presencia, desgraciadamente mi querido hijo Paquito ya falleció, el señor Juez procederá a levantar el acta de rigor". Los pormenores de la diligencia no se revelaron, (por aquello del sumario), pero pocos días después salieron a luz los detalles que motivaron el infortunado suceso. El Presidente quedó solo, de pie, al lado de la cama de Paquito, sumido en agobiante y profunda meditación. Vestía traje negro, abrigo también negro, botines de charol negros, sombrero negro y bufanda blanca de seda. ¿Por qué se suicidó Paquito?...¿Cuáles fueron los motivos para privarse de la existencia?...¿Por qué razón se mató el hijo del Presidente?...Estas y otras fueron las interrogantes que se hacía la opinión pública, al conocer la infausta noticia. Resulta que en la noche del trágico deceso, durante la cena en el comedor, el Presidente - muy conocido por su avaricia - reprendió con severidad a su hijo, por los gastos excesivos que estaba haciendo al comprar valiosas joyas para obsequiar a sus amigas. Y es que esa tarde el Almacén La Perla le hizo un cobro por varios miles de pesos gastados en anillos, pulseras, relojes y otras joyas de fina calidad y le advirtió a su hijo, que

era la última vez que cancelaría cuentas suyas de La Perla. Paquito, visiblemente contrariado, se levantó de la mesa y se dirigió a sus habitaciones, pero a escasos minutos se escuchó un disparo de revólver. El Presidente y sus oficiales de la Plana Mayor sumamente alarmados, subieron al dormitorio, hallando su cuerpo tendido en la cama, bañado en sangre pero aún con vida. Se llamó con urgencia a los médicos, pero cuando llegaron el joven ya había expirado. Hubo una lluvia de comentarios y especulaciones alrededor de su muerte, sin embargo, es evidente que su intención no era consumar el suicidio, sino impresionar a su padre por la reprimenda recibida de él. Si asumimos que así fue, entonces el destino le jugó una mala pasada y como decía mucha gente del pueblo, "se le fue la mano". Y esta suposición es muy factible ya que era un joven apuesto, de 19 años, de regular estatura, tez morena y ojos negros, simpático y afable. Y además, era hijo del Presidente. El cadáver tenía un impacto de bala en la sien derecha con orificio de salida. Pocos años después, el 24 de septiembre de 1923, a los 65 años, Estrada Cabrera murió en una cárcel domiciliaria, abandonado, enfermo y resentido. Fue enterrado en el cementerio de Quetzaltenango, su ciudad natal, en un mausoleo que reproduce con fidelidad el Templo de Minerva con su característica línea Jónica, el cual ha permanecido desde aquel entonces en total abandono. Como siempre ha ocurrido cuando cae un gobierno impopular, las turbas irrumpieron en La Palma, en actos de saqueo, pillaje y vandalismo. Pero un señor conocido de mi padre, no mostró ningún interés de apropiarse de objetos valiosos, sino que fue muy resuelto y directamente a revolver los archivos secretos que eran un verdadero arsenal de documentos. En las "listas negras" encontró cientos de nombres de personas honorables de toda condición social, que figuraban como desafectos al régimen, o simplemente que no eran de la confianza del

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Señor Presidente. Le hizo entrega a mi padre de un papel (que hasta la fecha obra en mi poder), donde el nombre de él aparecía en aquellos temibles listados.

Intentaré a continuación hacer un enfoque de la configuración administrativa, que prevaleció en los gobiernos liberales y conservadores, surgidos después de la Independencia. Talvez cometo alguna inexactitud, pero creo que será asunto de poca monta. Hay que recordar que en las diferentes constituciones políticas que han regido la vida nacional desde 1821, ha quedado establecido que Guatemala es un Estado libre, independiente y soberano, organizado para garantizar a sus habitantes, el goce de sus derechos y libertades. Su sistema de gobierno es republicano, democrático y representativo. También figura el principio de que la soberanía radica en el pueblo quien la delega, para su ejercicio, en los organismos Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Un ligero vistazo a las diferentes administraciones públicas que han gobernado a nuestro país, revela lamentablemente, que ningún gobierno ha respetado la Carta Magna, de suerte que los hermosos textos contenidos en ella, se han quedado en letra muerta. Jamás la soberanía ha radicado en el pueblo. Las asambleas o congresos, se han integrado por diputados incondicionales a los gobiernos de turno, o a los partidos oficiales, sin que representen los genuinos intereses de la población. En este sentido, para seleccionar a los denominados "Padres de la Patria" se ha aplicado la conocida política "del dedo índice". En los gobiernos liberales después de 1821, el gabinete ministerial del presidente de la república, estaba formado por ministros de estado. Su número y denominación se mantuvo invariable, hasta el gobierno del

general Jorge Ubico que cambió el nombre por secretarías de estado, manteniendo el mismo número de ministros. Eran ocho ministerios denominados así: relaciones exteriores, ministerio de la guerra, gobernación y justicia, hacienda y crédito público, fomento, instrucción pública, agricultura y sanidad pública. En el gobierno del general Carrera, el ministerio de gobernación y justicia tenía el agregado de "negocios eclesiásticos", porque no había separación entre los poderes de la Iglesia y el Estado, lo que sí ocurrió en la reforma liberal de 1871. En lo que respecta al vicepresidente de la república, ese cargo si existió en algunos gobiernos conservadores, pero según el licenciado Clemente Marroquín Rojas, el general Carrera tuvo vicepresidente, pero éste se dio a la tarea de conspirar contra él para derrocarlo. Carrera lo mandó a fusilar. Desde ese entonces ese cargo quedó suprimido por oneroso, innecesario y burocrático, hasta que fue otra vez instituido, inexplicablemente, en la constitución de 1965. Es decir, que durante más de cien años los gobiernos no se dieron el lujo de contar con un lujoso vicepresidente, que solo sirve para el derroche de los caudales públicos que tanta falta hacen, para afrontar las ingentes necesidades del país. La duración del período presidencial se mantuvo de seis años, tanto en los gobiernos conservadores como en los liberales. Sin embargo, en los regímenes totalitarios se hizo caso omiso de ese precepto constitucional, el cual se ampliaba a un período más, cada vez que se acercaba el final de su mandato. El general Carrera optó por una solución más práctica y menos complicada: la Asamblea Nacional Legislativa por decreto, lo declaró "Presidente vitalicio". En la constitución de 1965 se redujo el período presidencial a cuatro años, pero nuevamente se cambió en 1985 y se fijó en cinco años. Y por fin en la consulta popular de 1994, que introdujo reformas a la Constitución, se dispuso que el período presidencial volviera a cuatro

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La Administración Pública


años, como es actualmente. Como dato curioso cabe citar, que sólo dos gobernantes terminaron el período presidencial cuando éste era de seis años: el General Manuel Lisandro Barillas (1887 - 1892) y el doctor Juan José Arévalo (1945 - 1951). Los demás fueron interrumpidos por cuartelazos, golpes de estado, asesinatos o por circunstancias políticas. Como no existía el cargo de vicepresidente, para sustituir al presidente, la asamblea elegía anualmente en su sesión del primero de marzo, por un período de un año, a tres designados a la presidencia, que no gozaban de preeminencia o salario alguno. Se les llamaba cuando las circunstancias lo exigían. En la organización administrativa anterior a 1945, solo existían estas direcciones generales: dirección general de la policía nacional, de comunicaciones, de caminos, de obras públicas, de sanidad pública y de agricultura. La potestad de legislar le correspondía a la Asamblea Nacional Legislativa, que estaba integrada por el número de diputados de acuerdo con los censos de población. Eran electos por un período de seis años acorde con el período presidencial y, por supuesto, la mayoría de representantes eran reelectos siempre y cuando mantuvieran su lealtad al Presidente. La justicia correspondía impartirla al Poder Judicial, que lo conformaba la Corte Suprema de Justicia, integrada por cinco magistrados incluyendo al Presidente. La Corte de Apelaciones la formaban cinco salas, tres en la capital y dos departamentales: la Sala Cuarta en Jalapa y la Sala Quinta en Quetzaltenango. Seguían los juzgados de primera instancia que en la capital no pasaban de seis y en las cabeceras de uno. Los juzgados de paz eran más numerosos y podía ejercerlo cualquier persona, generalmente obreros o artesanos, sin que fuera requisito alguno tener capacidad para desempeñarlo.

El gobierno de los departamentos de la República, estaba a cargo de los jefes políticos, que también tenían las atribuciones de comandantes de armas e intendentes de hacienda, nombrados por el Jefe del Poder Ejecutivo. Para desempeñar una jefatura política se requería ser militar en activo y tener el grado de general. Los civiles se asimilaban a grados militares. En lo que respecta a los gobiernos municipales, estos estaban ejercidos por corporaciones, integradas por intendentes municipales y por síndicos y concejales. Los intendentes se nombraban por acuerdo gubernativo y duraban también seis años en el ejercicio de sus cargos. La Universidad de San Carlos de Guatemala funcionaba como una institución dependiente del Estado, y se denominaba Universidad Nacional, desde los días de la independencia. Estaba constituida por cinco facultades: Derecho, Medicina, Farmacia, Ingeniería y Odontología. Tanto el Rector universitario como los decanos facultativos, se nombraban por acuerdo presidencial. Por otra parte, cabe mencionar que el presupuesto general de gastos de la Nación ascendía a diez millones de quetzales anualmente y se mantenía invariable en todos los ejercicios fiscales. El Presidente de la República devengaba un sueldo mensual que no subía de siete mil quetzales. Los presidentes de los otros poderes y los ministros, ganaban quinientos quetzales. Los magistrados de la Corte Suprema de Justicia devengaban doscientos cuarenta y cinco quetzales, los de las salas de apelaciones ciento setenta y cinco y los diputados ciento veinticinco. El sueldo de los jueces de primera instancia no pasaba de setenta y cinco quetzales. Un maestro ganaba dieciocho quetzales. Pero a pesar de los salarios tan exiguos, no se conocía la extrema pobreza como ocurre actualmente. La vida era barata: una libra de azúcar o de maíz, por ejemplo, costaba cuatro centavos, la libra de frijol ocho centavos, el pasaje del bus urbano, cinco centavos y por

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25 centavos se viajaba a la Antigua, Villa Nueva o Amatitlán. Los gastos de representación y los viáticos no existían, porque ni el presidente, ni los ministros, ni los diputados, mucho menos funcionarios o empleados de menor jerarquía, viajaban al exterior. La escasa obra material que se realizaba, -a excepción de la administración de Ubico, que le dio relativo impulso -, así como los gastos operativos del gobierno, estaban supeditados al presupuesto general de ingresos y egresos de la nación, siendo su única fuente de entradas el impuesto del tres por millar, los impuestos de ornato y vialidad y alguno otro más. De suerte que tampoco había deuda externa o interna porque no habían empréstitos ni internos ni externos. En lo que respecta a las manifestaciones artísticas o culturales, la formación de profesionales de la música estaba a cargo del Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Las fiestas hogareñas, allá en los años 20, las amenizaban las marimbas o las estudiantinas, que las formaban jóvenes de ambos sexos con instrumentos de viento y de cuerda. No había hogar donde no se engalanara la sala con un piano de cola o vertical, donde las señoritas de la casa recibían clases de piano y también de solfeo y canto. Tampoco faltaban en las casas de la gente rica y aún en los hogares de la clase media, una "pianola" y una victrola o fonógrafo que reproducían en discos de 78 revoluciones, los más sonados éxitos musicales de aquel entonces, entre ellos, Adolorido, Besos y Cerezas, Chata Malora, Mujer sin corazón, Pajarillo Barranqueño, o Negra Consentida, La negra noche o Dónde estás corazón, o bien La Paloma o Cielito Lindo y Bellas Ilusiones. Nuestro hermoso instrumento musical "La Marimba", declarado Símbolo Patrio por el gobierno de Arzú, parece que estuviera dentro de las especies en extinción,

porque al correr de los años en las fiestas familiares se ha ido sustituyendo, primero por los mariachis, imitación de los grupos mexicanos, luego por los conjuntos juveniles, y finalmente por las estridentes máquinas estereofónicas. Esto desde luego resulta mas practico y mas barato que la Marimba. En ese sentido los marimbistas, han tenido bastante culpa. El repertorio de su música permanece estancado, sus ejecuciones se limitan a obras musicales de hace medio siglo, y las nuevas generaciones buscan la música moderna, contemporánea, que les inyecta mas alegría y diversión. En la época a que me refiero, los actos o ceremonias oficiales estaban amenizados por la orquesta sinfónica, que durante el gobierno del general Ubico adoptó el nombre de Orquesta Progresista. En festividades populares las bandas de música de los cuarteles, se encargaban de poner las notas alegres en el kiosco del parque central, o en otros lugares públicos.

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El Presidente Herrera: ¿Equivocación histórica o error político? El 8 de abril de 1920, la Asamblea Nacional Legislativa emitió un Acuerdo histórico, al designar al ciudadano don Carlos Herrera como Presidente Constitucional de la República de Guatemala. Las expresiones eufóricas de júbilo se manifestaron vivamente en la población, que ansiaba con vehemencia un cambio radical en todos los órdenes de la vida nacional, después de 22 años de una tiranía oprobiosa y cruel. Entre las ruidosas manifestaciones y la algarabía popular y los encendidos discursos, algunos grupos quisieron aprovecharse de esos momentos eufóricos, para cometer venganzas personales, incluso de linchamientos, con el fin de hacer justicia por mano propia contra personas que habían servido al


régimen derrocado. Estos lamentables incidentes surgieron principalmente en el Parque Central, enfrente del Colegio de Infantes, pero la intervención de las autoridades, impidieron las escenas violentas que amenazaban con correr sangre, en algunos casos por rencillas personales. Pero después de la amenazante tempestad, volvió la calma, la serenidad, y la fiesta se prolongó por muchas semanas. Al quedar integrado el Consejo de Ministros el nuevo gobierno comenzó a consolidarse, seleccionando a los principales funcionarios, entre personas de reconocida honorabilidad, capacidad y patriotismo. Es digno de mención que para el Ministerio de la Guerra, el Presidente Herrera designó a un ciudadano civil, al agricultor don Emilio Escamilla. Para el Ministerio de Gobernación y Justicia se nombró al jurista don Mariano Zeceña, y para la subsecretaría al licenciado O. Salazar, asumiendo el Despacho poco tiempo después en el mes de septiembre, por ausencia del Titular. El Ministerio de Instrucción Pública fue ocupado por el brillante periodista y licenciado Eduardo Aguirre Velásquez. No quiero referirme a las bondades o desaciertos del gobierno conservador de don Carlos Herrera, eso quedó en manos de nuestros historiadores. Pero si es justo a todas luces y hay que decirlo sin preámbulos, que el gobierno de Herrera fue una apertura democrática para Guatemala y un respiro de libertad para el pueblo. Atrás habían quedado los días de represión y persecución política, de exilio, cárcel y asesinatos. Las voces de protesta patriótica de centenares de valientes ciudadanos, habían sido ahogadas en ríos de sangre. Quedaba en las páginas de la historia, un sistema político de gobierno contrario al progreso del país y al bienestar de sus habitantes. Pero habían pasado muy pocos meses de la toma de posesión de Herrera, cuando los grupos de la oposición a su gobierno, o sea los desplazados del Partido Liberal, salieron de sus madrigueras y le declararon una

despiadada guerra sin cuartel, pues al caer Estrada Cabrera, no se durmieron en las cenizas de la derrota, sino al contrario, se mantuvieron muy despiertos atisbando la oportunidad para recuperar el poder, como así ocurrió finalmente. Los cronistas de la época, coincidieron en que don Carlos Herrera, no era la persona adecuada para enfrentarse a los momentos cruciales en que se jugaba el futuro de la Nación, que demandaba urgentes reformas sociales, políticas, económicas y culturales. Los problemas que en todo sentido agobiaban a Guatemala, exigían en aquel momento un líder de carácter firme y enérgico, con principio de autoridad y don de mando, para salvar a la Nación de la profunda crisis institucional en que se debatía. La controversial figura de Herrera es posible definirla entonces, como un hombre sencillo, dotado de excelentes cualidades personales, honorabilidad, ideales democráticos, vasta ilustración, acendrado patriotismo, de indiscutible sensibilidad social. Pero su carácter era débil, tímido y falto de resoluciones. Este carácter de don Carlos, influyó decisivamente en asuntos de Estado de carácter trascendental, cuando se requerían acciones políticas con prontitud y determinación. Al designarlo la Asamblea Nacional Legislativa como Presidente de la República, en consonancia con el clamor popular, cabe preguntarse entonces ¿No se cometió una equivocación histórica o un tremendo error político? Porque al haberse interrumpido a los once meses su mandato constitucional de seis años, por un salvaje cuartelazo, cortó de tajo el destino de la Nación, cuando el gobierno se encontraba empeñado en la búsqueda de nuevos derroteros de progreso y bienestar para sus habitantes. Las consecuencias fatídicas que se derivaron de ese hecho tan abominable, nos condujeron años después a otra tiranía tan feroz y sangrienta como la de Estrada Cabrera: la de Jorge Ubico. Pero Dios así lo

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dispuso y el destino de los pueblos está escrito con letras de molde en las páginas de la historia. Un impresionante momento de la vida política de aquella época, que recoge aspectos trascendentes que ocurrían en esos días, se registró una noche fría del mes de noviembre del año 1920. Dos personas conversan animadamente de sobremesa, en el espléndido comedor de la Casa Presidencial. Vajilla de plata, vasos y copas de cristalería europea, paredes tapizadas, lujosas cortinas de brocado, lámparas de araña, pisos cubiertos con alfombras persas, y cuadros grandes con reproducciones de geniales pintores, talvez "La Escuela de Atenas", de Rafael, o "Las bodas de Caná", de Veronés, que se encuentran pendiendo de las paredes de la hermosa sala. Luce un amueblado Luis XV y algunas estatuas de famosos escultores. Complementan el recinto un juego de tremoles de vidrios finamente biselados con sus marcos dorados. En el comedor resplandece "La última Cena" del gran Leonardo De Vinci. Una arcada nos separa de la sala y otra del Despacho del Presidente, en cuya puerta de acceso, a mano derecha, hay un Crucifijo de plata sobre una mesita donde arde una veladora. Se percibe elegancia y buen gusto, pero con sobriedad. Oficiales de la Plana Mayor Presidencial, camareros y ujieres, discretamente ocultos. Uno de los interlocutores, el que parece de más jerarquía, frisa en los 58 años, es alto, de atrayente personalidad, finos modales, elegantemente vestido de oscuro, de casimir inglés. El otro, bastante más joven, talvez de 27 años, también de estatura alta, vistoso traje oscuro y de personalidad un poco tímida. El primero de nuestros personajes es el Presidente de la República don Carlos Herrera. El otro es el Ministro de Gobernación y Justicia, licenciado Federico O. Salazar. "Le confieso don Federico, que ya me está cansando ser Presidente de la República. No recuerdo quien dijo, muy acertadamente, talvez Lincoln, que mientras el pueblo disfruta de la democracia,

el Presidente la sufre". Con estas palabras matizadas de pesadumbre, inició la conversación el presidente Herrera, a los pocos meses de haber asumido el poder, a lo que el ministro acotó: "Disculpe don Carlos, pero en ese sentido hay que aclarar que el pueblo está identificado con usted, el pueblo lo quiere, la opinión pública lo respalda. Son nuestros adversarios políticos los que mantienen agitado el ambiente". "Es razonable lo que usted expresa, mi querido Ministro, - respondió don Carlos- y sin vacilaciones añadió resueltamente: "Para los militares no soy el santo de su devoción y no olvide que ellos tienen en sus manos las bayonetas y los cañones, listos para derrumbarme". El ministro arremetió así: "Comparto su opinión señor Presidente; ellos están molestos por el nombramiento de Milo Escamilla como Ministro de la Guerra, que lo interpretan como un desafío para el ejército, y no se hacen a la idea de que un civil los ponga firmes. Además ya lo hemos comentado en el Consejo de Ministros, ese nombramiento tiene por objeto profesionalizar a los militares porque son muy ignorantes, pero eso no lo entienden así, y entonces personalmente comparto su opinión". Con un ligero movimiento de cabeza, el Presidente asintió complacido el señalamiento del ministro y con gesto optimista comentó: "Sabe don Federico, lo que sí me llena de satisfacción, es que los estudiantes y nuestros intelectuales están contentos. Acaban de fundar una asociación que se llama "La generación del 20", y también han instituido la "Huelga de Dolores" que en los días de la Cuaresma estuvo en gran efervescencia. Es cierto que en el 98, a las pocas semanas de asumir el poder Estrada Cabrera, se hizo un intento estudiantil de promover la huelga, pero al año siguiente las autoridades no la permitieron. Y como hemos decretado la libertad de imprenta, publicaron un periódico que se llama "No nos tientes", de contenido humorístico, jocoso, satírico y de punzantes críticas de las que no me escapé. Y a usted tampoco lo olvidaron. Y el

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ingenio de nuestros muchachos universitarios no se queda hasta allí: compusieron una marcha, un canto belicoso que se llama "La Chalana", de alegre música y de letra irónica y picante”. Interrumpe la charla un oficial de la Plana Mayor, que se aproxima a la mesa donde tiene lugar el coloquio y le entrega al Presidente un fajo de papeles. Los examina ligeramente y al marginarlos se dirige al ministro: “son para usted de varios jefes políticos que están pidiendo uniformes y botas para la policía”. “Acúseles recibo y ojalá se les pueda complacer”, expresó el Presidente, al tiempo de entregar al ministro, el petitorio de los funcionarios departamentales. “Y vea Señor Presidente, a propósito de la "generación del 20", - subrayó el Ministro de Gobernación y Justicia, a manera de ahondar en el tema: -“ sus integrantes son nuestros buenos amigos, estudiantes de las diferentes facultades, entre ellos están Miguel Angel Asturias, David Vela, Clemente Marroquín Rojas, Barnoya, que le apodan "la chinche", Epaminondas Quintana, Miguel Angel Balcárcel, Flavio Herrera y otros más que se escapan de mi memoria. Pero también tenemos a un numeroso grupo de profesionales y estudiantes muy valiosos, entre ellos, Bianchi, Guayo Cáceres, Arturo Herbruger, Ernesto Alarcón, Rafael Arévalo, César Brañas, Alejandro Córdova, Federico Hernández de León, y muchos más intelectuales que son honra y gloria y el futuro de Guatemala. La mayoría son mis discípulos en la Escuela de Derecho" - observó el ministro -."Clemente Marroquín Rojas está trabajando en el Ministerio de oficial tercero, es un joven inteligente, periodista combativo y polémico. En esos días de la Cuaresma no lo vi en su oficina, porque estuvo ocupado en los menesteres de la primera huelga de dolores" - concluyó diciendo el Ministro -. En ese momento se acerca un camarero de uniforme blanco y llena dos resplandecientes copas de cognac francés cuatro letras,

que los interlocutores beben pausadamente, mientras el titular encargado de la seguridad pública, reanuda la conversación siguiendo el hilo de la misma, y observa: "no hay que olvidar don Carlos, que en los departamentos tenemos muy buenos amigos y colaboradores. En Chiquimula, en Jalapa, en Zacapa, en Cobán, en Quetzaltenango, por ejemplo, está lo mas granado de la intelectualidad. Músicos como don Jesús Castillo, autor de la ópera Quiché Winak; Wostbelí Aguilar, los hermanos Hurtado; entre los poetas podemos citar a Osmundo Arriola, al escritor Carlos Wild Ospina, el pintor muralista Carlos Mérida, el eminente médico Rodolfo Robles, y una lista interminable que son gloria y orgullo de Guatemala". El Ministro continuó: "Es también muy plausible el respaldo que nos brinda la Sociedad central de artesanos y auxilios mutuos y la Sociedad del seguro de vida del Gremio Obrero". "No hay que dejar de mencionar, asimismo", - remarcó el Presidente, volviendo a los valores nacionales - "a don Germán Alcántara autor del hermoso vals "La Flor del Café", y la mazurka "Mi Bella Guatemala", al maestro Ovalle autor de la música de nuestro hermoso Himno Nacional. Por fin tenemos al maestro Mariano Valverde, que recién compuso el vals "Noche de Luna entre Ruinas", donde refleja los trágicos terremotos de hace tres años". Y saliéndose de la tangente, el presidente Herrera nostálgicamente comentó: "No se imagina querido ministro que contento me sentiría yo, si en estos momentos estuviera disfrutando de las delicias de mi querida finca Pantaleón. A veces tengo el presentimiento que jamás volveré a pisar esa tierra bendita de Dios". Pero sin duda con el intento de desviar los sentimentales pensamientos del gobernante, el licenciado Salazar volvió a la carga política y a manera de "pica en flandes" le expresó al mandatario: " mi respetable don Carlos, creo que hay que darle impulso a su sueño de convertir a nuestra amada Patria, en la Suiza de América",

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y don Carlos, volviendo a la realidad, como quien dice abriendo los ojos ante las graves responsabilidades que pesaban sobre sus hombros, afirmó: "Ya lo creo, ministro, está dentro de mis prioridades, aunque a veces me desanimo, porque yo creo que nunca encontraré a los suizos, ni en el más recóndito lugar de Guatemala. Le reitero con pesar -enfatizó el Presidente- que los liberales no me dejan trabajar, andan propalando por los cuatro vientos, una sarta de calumnias, injurias y toda clase de insidiosas falsedades contra mi persona. Pero en fin ya veremos...!Dios dispondrá que será de nuestro porvenir! Y a propósito de la Semana Santa, -terció el presidente - tengo entendido que usted es cucurucho", a lo que el licenciado Salazar respondió clarificando: "No propiamente distinguido don Carlos, no soy cucurucho, soy cargador en el turno de honor en la salida de la procesión del Señor de Candelaria el Jueves Santo, y créame que siento profunda devoción y una admiración inmensa por esa consagrada Imagen, que es una de las obras escultóricas mas bellas y perfectas de la cultura religiosa del país," -finalizó diciendo el ministro -. Serían las once de la noche, cuando el Ministro del Interior abandonó la Casa Presidencial. Dos agentes de la policía vestidos de particular lo esperaban en la puerta y lo acompañaron a prudente distancia hasta su casa.

La época fría de diciembre había comenzado. Los preparativos para celebrar las festividades de fin de año, ya se hacían sentir en el ambiente, un ambiente de fiesta, alegría y colorido navideño. Las ventas navideñas ya estaban instaladas enfrente del Sagrario, a lo largo de la octava calle oriente y al lado del Palacio Arzobispal sobre la sexta calle y el callejón del conejo. En las afueras de la

Iglesia de San Francisco, también había mucha actividad. El tradicional rezado de la Virgen de Concepción, saldría como todos los años, el 8 de diciembre a las cuatro de la tarde. La bulliciosa "serenata" se realiza en la noche de la víspera. En las calles adyacentes al Templo, o sea la sexta avenida sur y la trece calle oriente, se llenan de casetas donde se venden gran variedad de comidas típicas, principalmente los tamales negros y colorados, los paches quetzaltecos, los chuchitos, los tamalitos de maíz blanco y amarillo, los buñuelos, y toda clase de golosinas y de bebidas calientes como el atole de elote y el "ponche" elaborado de frutas tropicales y un chorrito de "piquete". En horas de la tarde del martes 4 de diciembre comenzó a sentirse en la capital, un ambiente extraño, inquietante, como si presagiara la proximidad de una tragedia de mucha gravedad. Soplaba un viento frío con menuda llovizna, proveniente del norte, mientras densos nubarrones oscuros cubrían la capital al despuntar la noche, que corrían como ráfagas por el cielo, ocultando por instantes a la luna en cuarto creciente. Pero la noche pasó tranquila. La gente se retiró a sus casas temprano, quizás por los desvelos de las noches que venían. Los rezados de la Virgen de Concepción saldrían el 8 y 9 de las iglesias de San Francisco y la Catedral, y la procesión de la Virgen de Guadalupe el día 12. Las alegres posadas despuntarían el 16 de diciembre. No bien había amanecido el miércoles 5 de diciembre, cuando un ensordecedor ruido de cañones y cascos de caballos, en las empedradas calles y avenidas de la silenciosa y pequeña capital, despertó a los vecinos antes de la hora acostumbrada. La gente, con visibles expresiones de pánico y sorpresa, comenzó a salir a las puertas de sus casas, a inquirir noticias de lo que estaba ocurriendo. Lo que en un principio fue un persistente rumor, al cabo de pocas horas ya corría la noticia por los cuatro vientos: los cuarteles de San José, Aceituno y Matamoros se habían

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El cuartelazo del 5 de diciembre.


levantado en armas, obligando al Presidente Herrera, a renunciar de su alto cargo. Pero veamos lo que ocurría en la casa presidencial. Tres militares encabezados por el general José María Orellana, jefe del estado mayor del ejército, habían asumido el poder por la fuerza de las armas, formando un triunvirato militar. La casa presidencial que estaba sitiada por las tropas, había sido invadida por la soldadesca, que se movía nerviosamente en su interior. En el Despacho del Presidente, se hallaba el general Orellana, su estado mayor de cinco oficiales y el hermano del presidente, don Salvador Herrera. Los momentos dramáticos vividos en esos instantes, me fueron relatados por el coronel Efraín Medina, en ese entonces con el grado de teniente del ejército y que integraba el estado mayor del general Orellana. El relato me lo hizo el coronel Medina, muchos años después, en 1973, cuando formaba parte del cuerpo de seguridad del ex jefe de gobierno coronel Enrique Peralta Azurdia, hospedado en la casa de mi padre en la calzada de San Juan, cuando impulsábamos su candidatura presidencial. La versión del coronel Medina, fue confirmada plenamente por mi señor padre, en ese entonces como ya es sabido, ministro de Gobernación y Justicia. Veamos lo que ocurrió. Cuando los protagonistas de la escena, ingresaron en forma abrupta y descomedida al Despacho presidencial, don Carlos Herrera, se encontraba de pie, al frente de su escritorio, aparentemente sereno, en espera de la llegada de los jefes insurgentes, que ya le habían notificado el paso que habían dado. Don Salvador, revólver en mano, apuntándole a la cabeza, le dijo: "lo siento mucho Carlitos, tienes que firmar tu renuncia o te mueres, razones de estado así lo exigen". Casi sin poder articular palabra, don Carlos, con el semblante demudado, y con lágrimas en los ojos le dijo: "así lo haré Salvita y que Dios te perdone por lo que haces". Tomó con la mano derecha una pluma de

oro que tenía en su escritorio, la mojó en el tintero y firmó su renuncia irrevocable. Don Salvador Herrera agregó: "te hago entrega de los pasajes del ferrocarril vía Puerto Barrios, que abordarás esta misma noche a las ocho, y sacando de su cartera unos boletos, le dijo a su hermano, aquí está también tu pasaje para que abordes el vapor, que zarpa pasado mañana hacia el puerto de Marsella. De allí en adelante te radicarás en París, donde será tu nueva residencia". Pero los ministros y subsecretarios y otros altos funcionarios del gobierno depuesto, tampoco estaban en un lecho de rosas, tenían la soga al cuello, porque se había desatado una verdadera cacería de brujas. A las seis y media de la mañana un piquete de soldados, encabezados por el coronel Marcial Prem, golpeaban con insistencia el tocador de la casa marcada con el número cinco del callejón de corona, para capturar al ministro de gobernación y justicia, licenciado Federico O. Salazar. En similares circunstancias se procedía con los demás ministros. "Me siento sumamente apenado, Federico, al cumplir esta ingrata misión, pero los militares, tú lo sabes, tenemos que acatar las órdenes superiores", fueron las palabras del coronel Prem, quien añadió: "para mí es doblemente doloroso, porque se trata de mi amigo y vecino". Inmediatamente se pusieron en marcha rumbo a la penitenciaría central. Mi padre conocía como la palma de la mano, hasta el último rincón de la siniestra cárcel, que había visitado en varias oportunidades como ministro, pero ahora en circunstancias muy diferentes. Llegaba como reo a una bartolina. Advirtió que varios ministros ya se encontraban tras las rejas, pero en el curso de la mañana fueron llegando los demás. Como una cruel ironía del destino, días antes del cuartelazo, había ordenado refaccionar la sección de la cárcel donde se encontraban las bartolinas para presos políticos, pintándolas y dotándolas de sanitarios, para

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sustituir los horribles botes de hojalata donde hacían sus necesidades los internos. Quiere decir que el viejo adagio "de que nadie sabe para quien trabaja", en esta oportunidad sí se cumplió a cabalidad, porque tanto él como a los otros ministros les tocó estrenar bartolinas con inodoros en lugar de botes de hojalata. En la víspera de la nochebuena, el triunvirato militar dispuso ponerlos en libertad, pero durante los días de cautiverio fueron objeto de molestias, por disposiciones arbitrarias del coronel Jorge Ubico, que había sido nombrado ministro de la guerra por el nuevo gobierno y quien diariamente los visitaba con intenciones ofensivas. El más afectado fue en todo momento don Emilio Escamilla, a quien se trataba de humillarlo sin razón alguna. Las esposas los visitaron diariamente, llevándoles obsequios y hermosos ramos de flores. Esto provocó un día la ira de Ubico y las visitas de las esposas, incluyendo a mi señora madre, quedaron prohibidas. El semanario "Entre broma y broma", que dirigía el genial caricaturista "Moncrayón", que comenzó a circular por la libertad de imprenta, publicó una caricatura, donde ponía en labios de don Carlos Herrera, las palabras del gran Emperador francés Francisco I, después de su triste derrota que dijo: "todo se ha perdido, menos el honor". La parodia decía "Todo se ha perdido, menos Pantaleón". Cuando un amigo le preguntó a don Carlos en el exilio, que por qué no había cumplido su promesa de convertir a Guatemala en una Suiza, respondió lacónicamente: "porque no encontré a los suizos". Don Carlos Herrera jamás volvió a Guatemala. Murió en París en el año 1930, a los 74 años de edad.

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SEGUNDA PARTE Los años escolares. El Colegio "La Concepción" Mi Tía: La Señorita Rebeca Valdés Corzo El año escolar se iniciaba en la segunda quincena del mes de mayo, que coincidía con las primeras lluvias de la época lluviosa. Las vacaciones escolares eran en marzo y abril. Con la llegada del invierno, la grama de los parques y de los jardines reverdecía rápidamente, y las jacarandas, los cipreses, los pinos y las gravileas que abundaban en la pequeña ciudad, lucían limpios y lozanos, libres de impurezas. Los rosales, los claveles, las azucenas y los cartuchos, propios del mes de las flores, surgían resplandecientes a la luz del sol, aromatizando con su fragancia la atmósfera con olor a tierra mojada. La abundante diversidad de pájaros y aves, de todas variedades y de plumajes de diferentes colores, recreaban la vista y endulzaban el oído, con sus gorjeos convertidos en cantos melodiosos. La Señorita Rebeca Valdés Corzo, Directora del Colegio "La Concepción" De mañana el zompopo de mayo, rastreaba la tierra húmeda de los patios de las casas y las calles, que atraía la atención curiosa no solo de los niños 41


sino también de los adultos. Por la noche las luciérnagas, que iluminaban con sus relámpagos intermitentes de luz violácea, los árboles y los arbustos de los bosques y los campos, y los montículos que bordeaban la "tacita de plata", como se le llamaba en ese entonces a la provinciana capital. No faltaban los ronrones o pasálidos, que formaban una especie de torbellinos de millares de insectos, atraídos por los focos de la luz eléctrica en las esquinas de las calles y avenidas de la ciudad, pero que pronto se convertirían en gallina ciega, devoradora de las raíces de las plantas y de los arbustos pequeños. En los tallos fuertes y macizos de los árboles, en sus ramas y en sus hojas, aparecían con las primeras lluvias las plagas gusaneras de toda variedad de gusanos de cuerpos invertebrados, blandos y contráctiles, divididos en anillos, algunos de gran utilidad industrial como el gusano de seda, cuya oruga segrega un líquido viscoso, en forma de hilo fino y brillante, de donde se extrae precisamente la tela de seda. En los jardines, triturando las hojas de los árboles y las flores, los medidores, los choconoyes, el niño dormido, y los de gran tamaño y de color verde que hacían del pino su habitat, que con sus púas y su ponzoña, causaban dolorosas quemaduras, pero que al fin y al cabo eran producto de la naturaleza, y que asimismo corrían igual suerte que los pasálidos, al transformarse lentamente por la magia de la metamorfosis en orugas, luego en crisálidas, enseguida en capullos y finalmente en hermosas mariposas con sus bellas alas de filetes de colores, que volaban meses después confundidas con los vientos de noviembre. No existía la contaminación del medio ambiente, porque no funcionaban fábricas que contaminaran, ni camionetas, ni carros viejos, ni furgones, ni motocicletas que provocaran "el smog", ni la agitación de la vida de los tiempos actuales que fuera causa del estrés. La vida discurría en aquellos tiempos, dentro de una atmósfera sana

de profunda tranquilidad y bienestar, y si bien es cierto que no se disponía de las excelentes comodidades y prodigios que nos brinda la ciencia y la tecnología del mundo contemporáneo, pues sencillamente no hacía falta, porque no se conocía. Ese año de 1928, di mis primeros pasos escolares en el Colegio de Señoritas "La Concepción", que a pesar de que ostentaba el nombre de señoritas, habíamos muchos niños en párvulos. Sentí una viva emoción al conocer nuevos amigos, compartir con ellos los estudios y las diversiones propias de nuestra edad, y con quienes mantuve fraternales lazos de afecto, estimación y muy buenas relaciones que se prologaron por muchos años. Mi tía, hermana de mi mamá, la señorita Rebeca Valdés Corzo, fue la fundadora y propietaria del Colegio La Concepción que fungía como directora. El Colegio se ubicaba en la once avenida sur y novena calle oriente, a pocos pasos de lo que fue el Teatro Colón. No recuerdo haber visto una casa tan grande como la que ocupaba. Un macizo portón y una puerta lateral, custodiaban la entrada, y un zaguán ancho y largo desembocaba en el primer patio, que al verlo me dio la impresión por su tamaño, de un polígono o de una cancha de básquet, donde bien hubieran cabido con holgura, cuatro viviendas de lo que es hoy la colonia Primero de Julio. La dirección y la secretaría funcionaban pared de por medio con el vestíbulo, es decir en la mera entrada del edificio, que por su ubicación facilitaban las gestiones de los padres de familia en asuntos concernientes con el establecimiento. En esa misma área rodeando el primer patio, se hallaba el dormitorio de las alumnas internas, las aulas de grados superiores y el comedor. Las aulas de la sección de párvulos y tres grados de la primaria bordeaban el segundo patio. La enfermería, el archivo, la ropería, la lavandería y los servicios de mantenimiento, incluyendo la cocina con sus estufas de leña, complementaban las instalaciones del Colegio, que se extendían hasta un tercer

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patio, que yo lo veía de colosales dimensiones. En medio del patio había una pila donde todos los días a las once y media de la mañana, nos bañábamos con mi primo José Rafael, aunque mas bien que bañarnos, gozábamos sumergiéndonos en el agua limpia y cristalina. No sé el número de alumnas inscritas en el Colegio, pero eran muchas, muchísimas alumnas de honorables familias de la sociedad, que hacían del Colegio uno de los establecimientos educativos de mayor prestigio de la época, por el nivel profesional y pedagógico de maestras y maestros que formaban el personal docente y administrativo, y por las indiscutibles virtudes de la Directora señorita Rebeca Valdés Corzo, inclaudicable en sus principios de autoridad, energía y disciplina que constituían una garantía para la formación educativa, intelectual, cultural y espiritual del alumnado, con la mirada complaciente de los padres de familia. Trataré de recordar los nombres del mayor número de alumnas y alumnos que seguían sus estudios en el colegio, condiscípulas de mis hermanas, y también mías. Vienen a mi memoria las hermanas Anzueto Vielman, Andréu Spillari, Solórzano Padilla, Lily, Olga y José Uclés, Marta, Amalia, José y Alfredo Milla, Marta Julia, Coralia y Amauri Peña, Matilde y Julia Rubio, Roberto y Aracely Palarea, Lotti y Bruno Berg Laparra. Otros condiscípulos fueron José Flamenco y Cotero, Carlos Lizama, Manuel Angel Pérez, Tono y Paco Berríos, Salvador Falla Cofiño, los hermanos Alejandro y Rolando Ureta Laparra, Paco Rubio, y Carlos Talavera. Asimismo recuerdo los nombres de Paquita, Tere, Alicia y Jorge Fernández Hall, Yolanda Pérez, las hermanas Pasarelli, las hermanas Vidaurre, María Antonieta y Cecilia Coronado Lira, Berta y María Wilken. (María, falleció lamentablemente en el trágico incendio de la Embajada de España en Guatemala, el 31 de enero de 1980, cuando trabajaba como Secretaria de esa Misión Diplo-

mática). Finalmente tengo presentes los nombres de Carmen y Rosita Meoño, Alicia Pardo, Concha Gómez Robles, Isabel Rodríguez Midence, Aída Azurdia, Alicia, Ceci y Dora Clayton, Elena y Matilde Abdo, Elizabeth Espinoza Corzo, las hermanas Bocaletti, las hermanas Iriarte Orantes, las Padilla Stecker, Roberto, Julia, Elvira y Marina - quien juega un rol muy interesante en este mismo capítulo-, y muchas más compañeras y compañeros que se escapan a mi memoria. Con especial cariño tengo muy presente a los esposos don Federico y doña María Rosal Padilla, eficientes profesores de los últimos grados del establecimiento. Las propiedades urbanas similares a la casa que ocupaba el colegio "La Concepción", fueron desapareciendo a medida que fue incrementándose la construcción de tipo vertical, con altos edificios de bastantes niveles, que ocupaban menos espacio de terreno y mayor capacidad de albergue, que cobró mayor auge después de la segunda guerra mundial, en el decenio de los años 50. A excepción de la Antigua Guatemala, en casi todas las cabeceras departamentales como Quetzaltenango, también se dio ese fenómeno, al sustituir la construcción antigua, que venía de la Colonia, por la edificación moderna. Esa evolución o tendencia hacia lo contemporáneo, es indiscutible que tuvo plena justificación, porque si bien es cierto que las casonas de antes, solariegas, espaciosas, de largos corredores, de tres o cuatro patios grandes, daban un ambiente de belleza, amplitud y romanticismo, con jardines y macetas, canarios y pájaros cantores en sus jaulas, pero eran residencias incómodas, que serían inadaptables a las necesidades y exigencias de la vida moderna. El baño y la cocina, por ejemplo, quedaban relegados al último rincón, casi siempre en el tercer patio, en lugares lúgubres y sombríos. En el nuevo diseño, todo está incorporado a un conjunto habitacional.

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Aquella mañana del 15 de mayo, mi padre me llevó al colegio minutos antes de las ocho. Tenía yo 7 años. Cambió unas palabras con mi tía y se retiró. Me sentí solo, sentí que entraba a un mundo desconocido para mí, y así era en realidad. Mi tía me presentó a los profesores y profesoras que la acompañaban en la Dirección, y luego me llevó a reunirme con los niños que serían mis condiscípulos a partir de ese momento. Con la presencia en el colegio de mis hermanas mayores, Maty, Elena, - la Nenay Lotty, y de mis primos, Paco, Fel y Meri, me sentí tranquilo, y liberado de la cortedad de mi carácter. Ya no me sentía como pollo comprado. La campana dio varios golpes, y penetramos en el aula donde sería la primera clase de párvulos. Allí nos esperaba mi otra tía, Adriana, mamá de mis primos y hermana de mi mamá. Ella sería mi profesora a partir de ese momento. La plazuela del Teatro Colón, fue por muchos años el escenario de los circos más famosos del mundo, que llegaban de países de habla española, principalmente de España, México, Colombia y la Argentina. Recuerdo con nostalgia a los inolvidables circos Dumbar y Atayde, con una verdadera tropa de payasos, audaces trapecistas, acróbatas y equilibristas, ingeniosos magos, adivinadores y quirománticos, y los graciosos enanos que nunca faltaban en las funciones, que conjuntamente con los payasos, ponían la sal y pimienta del espectáculo. Era impresionante observar la variedad de animales silvestres y domésticos, de razas tan diferentes unas de otras, y de configuraciones tan distintas, pero todos pertenecientes al misterioso y apasionante mundo de la fauna. A las cuatro salíamos del colegio. De tarde en tarde varios compañeros nos reuníamos en el circo a disfrutar de estos espectáculos tan sanos y recreativos, ocupando nuestros mismos lugares en la galería, que costaba cinco centavos la entrada y que nos daba gusto desembolsar tan exigua suma de dinero, a cambio de los momentos emo-

cionantes que nos daban los variados números de cada función. Nos divertíamos viendo a "Pirulí", y a los demás payasos que con sus ocurrencias y graciosos chistes, algunos en malicioso sentido, nos hacían morir de risa. Los intrépidos trapecistas nos ponían a prueba el sistema nervioso, con sus espectaculares y atrevidas acrobacias, jugándose la vida cuando se deslizaban como ráfagas en la elevada carpa del circo, alternándose los trapecios. Hombres fornidos y hermosas mujeres de cuerpos esculturales, expuestos por un mínimo descuido o por la fatalidad, a una caída mortal, formaban el equipo de trapecistas, casi siempre de nacionalidad europea o americana. Los prestidigitadores vestidos de etiqueta y con su ligereza de manos, hacían trucos con las cartas, o sacaban de un cumbo o bolero montones de pañuelos de vistosos colores, o bien palomas blancas que salían volando velozmente ante la sorprendida mirada de los espectadores. Los garbosos caballos de pura sangre, con su pelo erizado, las cebras, los micos y monos, perros amaestrados y los elefantes, que bailaban, corrían o brincaban al compás de la música que ejecutaba la banda del circo. Otro número de la función que nos ponía los pelos de punta, era cuando el domador penetraba en la jaula de los leones, que en número de ocho o diez felinos se le iban encima con intenciones de devorarlo, pero él los dominaba hábilmente con un látigo en la mano, y sus gestos y movimientos enérgicos y autoritarios, que sometían a su voluntad a los feroces animales. No se escapaba sin embargo, de groseros manotazos, y hasta de un ataque violento como había ocurrido en varias ocasiones. Con toda emoción aplaudíamos a los equilibristas, que caminaban, corrían y hasta hacían toda suerte de piruetas, en delgadas cuerdas tendidas a lo largo de la pista. Y por fin dos audaces ciclistas que montando sen-das bicicletas, daban infinidad de vueltas en sentido o-

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puesto en sus respectivos carriles, en una esfera cubierta con barras metálicas. Sería a finales del mes de julio de aquel año, cuando saliendo de una función del circo, una lluvia torrencial nos calló encima, mojándonos de pies a cabeza. Mis pocos meses de colegio tuve que interrumpirlos, abandonando mis estudios primarios por el resto del año escolar. Al llegar a mi casa estaba ardiendo en temperatura, que el doctor Sosa, médico de la familia, que fue llamado de urgencia, diagnosticó como una pulmonía galopante, consecuencia del baño de agua fría que recibí a la salida del circo. Permanecí en cama muchas semanas en que me vi al borde de la muerte, pero los solícitos cuidados de mi mamá que pasaba las noches en vela sentada en una mecedora cerca de mi cama, así como las atenciones y preocupaciones de mi papá, me ayudaron a superar la crisis y salir adelante de mi penosa enfermedad. Por supuesto que enfermarse en aquel tiempo era cosa seria. Es cierto que habían eminentes profesionales de la medicina, pero la ciencia médica se encontraba muy atrasada. Los médicos, principalmente los cirujanos, hacían verdaderos prodigios para salvar la vida de los pacientes. Las medicinas, sobretodo las de vía oral, eran sencillamente repugnantes al gusto. No se me olvida que para las enfermedades digestivas, los médicos recetaban unos sobrecitos que contenían un polvo rojizo que se llamaba "calomel", que si bien curaba los malestares estomacales, destruía la dentadura picando las piezas dentales hasta acabar con ellas. Durante mi tediosa enfermedad recibí muchos regalos y reconfortantes visitas. Mis hermanas llegaban a verme cuando regresaban de clase, lo mismo que mis primos y algunos compañeros del colegio. Casi todas las noches recibía la grata visita de mi directora mi tía Rebe y mi abuelita doña Virginia. Mi hermano Jorge, que tenía cuatro años, permanecía casi todo el día jugando en mi

cuarto. Roberto, el más pequeño de los hermanos era un niño de brazos, pero la "china" lo llevaba a verme. Siempre he creído que fueron las medicinas caseras que me daba mi mamá, a escondidas de mi padre, y por supuesto del doctor Sosa, las que finalmente me levantaron de la cama. Aunque débil, flacucho, enclenque, irascible, demacrado, pero con varios centímetros más de estatura, fueron algunas sorpresas que encontré al bajar al primer piso de la casa, las que me levantaron el ánimo justamente decaído. Vi con admiración un lindo automóvil que compró mi papá, marca Nash, nuevo, modelo 1926, de cuatro puertas, siete asientos, color azul oscuro, con tapicería negra de cuero. No se me olvida que las placas eran de color rojo con números blancos y al carro le correspondía el número 1,206, es decir que estadísticamente, ese era el número de automóviles que habían en todo el país en ese año, porque la placa acababa de sacarse en las oficinas de la policía. Un señor a quien no conocía, de aspecto sencillo, moreno, de baja estatura, servicial y respetuoso, estaba sacudiendo el carro con un plumero bien grande, de muchos colores. Al verme me dijo: "Usted es el nene y me alegra que ya esté recuperado de su salud. Me llamo Martín Tobar. Su papá me encargó el cuidado del carro y seré el chofer. Estoy a sus órdenes". "Me alegro de conocerlo, Martín", le respondí, "Yo también estoy a sus órdenes". Abrí la portezuela delantera y me acomodé en el asiento del piloto. Moví el timón y tuve el intento de echar a andar el motor y manejar el carro, pero yo era un niño pequeño de estatura, no daba la altura al vidrio delantero. Me bajé contrariado y pasé largo rato percibiendo el agradable olor de la tapicería de cuero. Al cierre del capítulo anterior, hablamos del cuartelazo del 5 de diciembre de 1921. Con la anuencia del lector, volvamos a los acontecimientos políticos ocurridos después del derrocamiento de don Carlos Herrera.

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El triunvirato militar integrado por los generales José María Orellana, José María Lima y Miguel Larrave, quedó disuelto el 15 de diciembre de aquel año, cuando la asamblea nacional legislativa nombró al primer designado general Orellana, presidente de la República en sustitución de don Carlos Herrera. De paso vale la pena reseñar, que tanto el gobierno del general Orellana, como el del general Lázaro Chacón, que le sucedió, mantuvieron las libertades públicas que venían desde la administración de Herrera, como la libertad de imprenta y las garantías individuales, que fueron verdaderas conquistas del pueblo con el derrumbe de la tiranía . Quiere decir que durante el decenio de 1921 a 1931, la población disfrutó de libertad y democracia, con sus limitaciones consiguientes desde luego. Un paso trascendental que dio el gobierno de Orellana, fue sin lugar a dudas, la reforma monetaria. En efecto, siendo ministro de hacienda y crédito público el licenciado don Carlos O. Zachrison, en noviembre de 1924, se emitió la Ley Monetaria, que adoptó el patrón oro y creó una nueva unidad, el Quetzal, igual a un dólar de los Estados Unidos de América. Se dispuso que un Quetzal equivaldría a 60 pesos, que había sido aproximadamente el tipo de cambio del dólar en los últimos años. En el ámbito familiar, a principios de 1925, el gobierno de Orellana, encargó a mi padre la elaboración del proyecto de "La ordenanza de la Policía", que fue concluida y aprobada mediante el decreto gubernativo 901, de aquella época, que mereció el reconocimiento de la dirección general de la Policía Urbana. Los sucesos políticos de más trascendencia en este lapso, podemos resumirlos así: El general José María Orellana murió el 26 de septiembre de 1926, a los 54 años, después de asistir a un almuerzo en el hotel Manchén de la Antigua Guatemala. La causa de su muerte motivó controversiales discusiones y polémicas, porque mientras algunas opiniones sostenían

que su muerte había sido por "apoplejía", otros afirmaban que había sido envenenado. Muchos años después volvió a la mesa de discusión las causas de la muerte de Orellana. El sacerdote jesuita Fernando J. García, allá por los años 60 en sus programas televisivos de los días domingos en el Canal 3, insistía en que el general Orellana había sido envenenado en el Hotel Manchén. En cambio, el licenciado Clemente Marroquín Rojas, desde las páginas del Diario La Hora, sostenía lo contrario, es decir que el Presidente no había sido envenenado, como afirmaban los detractores del ex gobernante, sino que su muerte la había ocasionado una grave enfermedad, y lanzó un desafío al padre García para que probara sus afirmaciones. Parece, que descendientes del ex presidente, como el recordado amigo doctor don José Luis Aguilar de León, intercedieron para calmar la tempestad que se había desencadenado por el misterioso fallecimiento, y que estaba a punto de convertirse en tormenta, por lo contradictorio de la discusión. Con esa intervención el caso quedó definitivamente cerrado, y no se volvió a hablar más del asunto. Después de su muerte, asumió el poder el primer designado a la presidencia, general Lázaro Chacón, quien convocó a elecciones presidenciales en las que participó él y el general Jorge Ubico. Recuerdo que pese a mi corta edad, tanto mis amigos y yo, nos declaramos abiertamente chaconistas, y usábamos un distintivo de color azul, para diferenciarnos de los ubiquistas cuyo distintivo era blanco. En aquella época la mujer no intervenía en la política. Estaba excluida de ella. Pero ya gozaba de bastantes libertades sociales, al extremo que ya podía asistir a Misa, a las fiestas, al cine, a la feria de agosto, y a otras diversiones sin la compañía de los papás o de la doméstica de mayor confianza de la casa, sino que lo hacía con amigas y amigos. A los entierros no asistía porque las esquelas iban dirigidas solamente al jefe del hogar, y menos entrar al cementerio porque la costumbre tradicional se lo

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prohibía, aunque esta extraña discriminación no le afectaba. En ese tiempo ya trabajaba en oficinas como mecanógrafa y como dependiente en el comercio. Sin embargo, los estudios universitarios estaban reservados solo para los hombres. La mujer estaba al margen de estudios profesionales y a lo más que podía aspirar era ser maestra, mecanógrafa, perito comercial, secretaria o enfermera. En la época que vivieron mis padres, la mujer estaba sometida a una rigurosa esclavitud hogareña. A las fiestas asistía acompañada de sus papás, y era mal visto que bailara más de dos veces con la misma pareja, y si se excedía entonces caía en lo que se conocía como "abono", que despertaba críticas de mal gusto en la sociedad, a no ser que lo hiciera con su novio oficializado por los papás, después de llenar dispendiosos requisitos familiares y sociales. Sí se le permitía que recibiera al novio en su casa, una o dos veces a la semana, pero con la presencia del papá o de la mamá, o de los dos juntos. Su vida discurría rutinariamente en los quehaceres domésticos y la maternidad. A raíz de la primera guerra mundial, allá por 1918, en los Estados Unidos comenzó a incorporarse al trabajo, y su participación en la política y en la vida social, porque en el primer caso, ante la ausencia del hombre en las fábricas de armamentos de guerra, ya que él se encontraba en las trincheras, entonces se requerían sus servicios. En estas épocas y en todas las anteriores de la humanidad, hubiera sido escandaloso que una mujer trabajara fuera de su casa, o que estudiara una carrera universitaria. En Guatemala este fenómeno se dio después de la segunda guerra mundial, y sus espacios se fueron abriendo con los cambios políticos y sociales de 1944. La nueva legislación fue el inicio de su emancipación, logrando su progresiva conquista de derechos y su proceso de igualdad con el hombre, tanto a nivel social como profesional, político y

cultural. Conquistas que quedaron plasmadas años después, al promulgarse las reformas al Código Civil. En la declaración de principios de ese instrumento jurídico, no se olvidó el papel de sublimes sacrificios de la mujer en los quehaceres domésticos y en la procreación y educación de los hijos, otorgándole las garantías indispensables para su defensa, ante la conducta violenta de muchos hombres. Pero aún así, persiste en muchos casos el mal trato conyugal, valiéndose el hombre de la delicadeza física de la mujer, y olvidándose que las épocas del "machismo" y el sometimiento incondicional de ella a su voluntad, ya quedaron refundidas en el pasado. Por eso, esa conducta anacrónica, debe ser castigada severamente, echando mano de los mecanismos legales de que se dispone, para que el espíritu de la ley se cumpla al pie de la letra, manteniendo el equilibrio y la armonía en el vínculo conyugal. Es comprensible que aún hay obstáculos que vencer, para que la mujer ocupe el sitial que dignamente le corresponde ante la ley y la sociedad, pero de fortuna esos obstáculos se han ido venciendo, y se vencerán definitivamente. Actualmente la mujer ha tenido un desplazamiento considerable. Ha destacado en las bellas artes, en las profesiones liberales, en los deportes, en los medios de comunicación, como columnistas, comentaristas, reporteras, cronistas parlamentarias, corresponsales, y locutoras o conductoras de programas de la radio y la televisión. Su incorporación en la policía y las fuerzas armadas de muchos países, incluyendo el nuestro, ha coadyuvado con eficacia, al mejor desenvolvimiento de esos servicios públicos, por su disciplina y cumplimiento de sus deberes. Finalmente, comparto la opinión de muchos sectores, en el sentido de que no debería de hablarse de un movimiento de liberación femenina, sino de consolidar los derechos y obligaciones de la mujer, equiparándolos realmente con los del hombre.

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Volviendo entonces a las reseñas históricas, el triunfo del General Chacón fue aplastante ante su contrincante el general Ubico, en aquellas elecciones de finales de 1926. En ese evento electoral no hubo fraudes, ni trampas ni chanchullos, las elecciones fueron limpias y se desarrollaron en un ambiente libre, transparente y democrático. A los pocos días el general Lázaro Chacón, asumió la primera magistratura de la Nación, con el visto bueno de la ciudadanía. Antes de finalizar ese año, el nuevo Presidente, a través del ministerio de gobernación y justicia, nombró a mi padre Promotor Fiscal para supervisar los tribunales de la capital. Asimismo, en el mes de noviembre, se le designó miembro de la comisión encargada de formular los Reglamentos, para la ejecución y cumplimiento de la ley de fomento del ministerio respectivo. Estamos en las postrimerías del año de 1928. Don Rafael Castillo, el famoso "Palito Castillo", amigo y compañero de colegio de mi papá, lo ilusionó y lo convenció, para que cambiara el automóvil Nash, por otro automóvil de marca Buick. Yo me entristecí por el cambio, porque me había encariñado con el Nash, pero el nuevo carro me pareció más bonito y de mejor calidad. Don Rafael era concesionario para Guatemala de los vehículos de la compañía norteamericana "General Motors", sobresaliendo el automóvil marca Buick, considerado en ese entonces como el carro de mejor calidad y más acabado de la pujante compañía fabricante de automóviles. Cabalmente en esos días recibió "Palito", tres unidades que por cierto habían sido fabricadas en la subsidiaria de la empresa en el Canadá. Las características del carro adquirido por mi padre, podemos resumirlas así: modelo 1928, color beige, tipo convertible con capota de lona café, cuatro puertas, siete asientos, ocho cilindros en V. No recuerdo cuantos caballos de fuerza tenía, pero supongo que muchos, por-

que la cuesta de "Las Cañas", y la de "Villa Lobos", las subía en segunda como si fuera una planicie. Para comprobar la solidez, eficiencia y estabilidad del Buick, don Rafael, no escatimó ni riesgos ni peligros. Cierto día tomó la ocurrente determinación de subir en uno de estos automóviles, las rústicas y empinadas gradas de la Iglesia de El Calvario. Por supuesto que el ingenioso empresario echó mano a algunas precauciones, como la sustitución de las llantas por otras de nombre "pantaneras", y la increíble hazaña culminó felizmente con todo éxito, arrancando aplausos y vítores de la muchedumbre que presenció tan singular acontecimiento. Después de esa prueba de fuego, expertos de la compañía examinaron el automóvil y determinaron que ningún des-perfecto había sufrido, ni en la subida ni en la bajada de las gradas. Ya en manos de mi familia, además del chofer que era Martín, mi hermana Marta, que frisaba en los 17 años, lo manejó cuidadosamente, con ponderación y destreza. La Iglesia El Calvario se ubicaba al final de la sexta avenida, que al prolongarse en 1945 por disposición del alcalde Mario Méndez Montenegro, con la anuencia del Presidente Arévalo, fue derribada para dar paso a la prolongación de una nueva y necesaria arteria, en la remodelación que se efectuó en ese sector de la capital. Según criterio de muchos guatemaltecos, esa Joya colonial perteneciente al Patrimonio Nacional, debió haberse conservado como una reliquia histórica, y construir a sus alrededores la sexta avenida y la 18 calle, para el desplazamiento de vehículos. Pero lamentablemente no fue así. A cambio del histórico Templo, el gobierno de Ubico en 1933, construyó una parroquia de estilo moderno, a poca distancia, que la Iglesia le dio el nombre de Nuestra Señora de los Remedios, pero que la gente le siguió llamando "El Calvario". Alumnos del Colegio de Infantes con hábitos de monaguillos en color rojo y blanco, asistimos a los actos de la memorable ceremonia

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de inauguración y bendición del nuevo templo, actos que fueron presididos por el Ilustrísimo Arzobispo de Guatemala, Monseñor Luis Duroe y Sure. Los coros de la Catedral Metropolitana, amenizaron con música sacra aquel acontecimiento, que lo recuerdo con viva emoción. Muchas veces subí las centenarias gradas de El Calvario para visitar al Santísimo, pero nunca tuve tiempo aunque sí curiosidad de contarlas, pero el Sacristán me aseguraba que no eran menos de 50 gradas o peldaños de 30 centímetros de altura cada una, en un área de 8 por 50 metros de superficie. En la cúspide de la colina, una amplia plazuela rodeaba el Templo. Abajo, en una impresionante panorámica, se contemplaba la capital y sus alrededores, cubiertos de montañas, lindos paisajes y las imponentes siluetas de los volcanes de Agua, Fuego, Acatenango y Pacaya. Allí fue donde "Palito" Castillo le dio la vuelta al carro para descenderlo de frente. Al pasar pocos años proliferaron nuevos distribuidores de automóviles. Se formaron sociedades comerciales, promocionando la venta de estos novedosos vehículos, a pocos años en que el industrial norteamericano Henry Ford había fundado una de las mayores fábricas de automóviles del mundo, lanzando su primer automóvil, marca Ford. Quedaba atrás el romántico carruaje. Había sido sustituido por un cómodo vehículo para el transporte de personas a largas distancias y aún en malos caminos, en confortables asientos con forros de cuero, o de pana o terciopelo. Así fue como comenzaron a circular por la pequeña capital, los primeros autos de diferentes marcas, estilos, colores y modelos. Recuerdo que el visionario de Don Carlos Matheu tuvo la exclusividad de los carros Packard, que adquirieron para su servicio los presidentes Chacón, Orellana y Ubico, en sus líneas más acabadas y lujosas. Me viene a la memoria el nombre de Juan José Alejos, "el popular canche", querido y recordado amigo mío y de mi

familia, quien fue el más dinámico vendedor de esos automóviles de gran calidad. Posteriormente entró a operar en el país, la compañía "Ford Motor Company", con los magníficos y populares automóviles Ford, y otras prestigiosas marcas, que citamos enseguida. Miguel Angel Mena, vecino nuestro en el callejón de corona, distribuyó el Studebaker, que causó sensación con su estilo moderno, en forma de tanque de guerra, al no más finalizar la segunda guerra mundial en 1945. Siguieron otras marcas de carros como el Chevrolet y el lujoso Cadillac, que al igual que el Buick, pertenecían a la General Motors. Pocos años habían pasado cuando por las calles circulaban otras marcas de automóviles. De Europa vinieron el alemán Mercedes Benz, y el escarabajo Volkswagen, y el fino francés Peugeot. Y de los Estados Unidos, el Dodge, de clase popular, el esplendoroso Lincoln, en sus diferentes líneas, el insuperable Chrysler, el sencillo Fiat, y siguieron en aumento las marcas de nuevos y novedosos vehículos hasta llegar a los modelos japoneses compactos y económicos. La Nochebuena de ese año fue para mi, una de las fechas del calendario más felices de mi niñez. Santa Claus me obsequió una linda bicicleta, de fabricación alemana, marca Opel. No es posible describir toda la emoción que sentí cuando tomé en mis manos los timones de tan preciado vehículo, que me transportaría al colegio en los siguientes años de estudio, tanto al colegio La Concepción, como al colegio de Infantes donde ingresé después. Fue en aquel entonces cuando los fines de semana, gozábamos de las bellezas del campo y de la naturaleza, cuando nos trasladábamos a un pintoresco terreno de muchas manzanas, que mi padre compró en la Villa de Guadalupe frente a la calle real. Colindaba con la finca El Pilar, del licenciado don Darío Molina, con cuya familia los Molina Orantes, mis hermanas hicieron muy buena amistad. Otro de los vecinos fue don José Calderón,

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casado con María Salazar, sobrina de mi papá, y padres de mis queridos parientes los Calderón Salazar, y Don Edmundo González y su esposa doña Sarita Enríquez, que también eran vecinos en el solar de la Villa de Guadalupe. Cabe citar como un dato curioso (y por circunstancias que desconozco) que doña Sarita tuvo impedimento de amamantar a su pequeño hijo de pocos meses llamado Valente, y entonces mi mamá se hizo cargo de él, ya que mi hermano menor Roberto (el Chito), estaba asimismo en el período de la lactancia. En otras palabras, Valente y Roberto por azares del destino, se convirtieron de la noche a la mañana en hermanos de leche. Es muy posible que los "hermanos" nunca se hayan conocido, pero lo cierto es que el destino fue diferente para los dos. Roberto, llevó una vida aventurera, conoció medio mundo, o mejor dicho el mundo entero, viajando como marino en un barco mercante de bandera norteamericana. Vivió bastantes años en la ciudad de Vancouver, Canadá, y de regreso a Guatemala se unió con la señora Ofelia Martínez con quien procreó un hijo, a quien reconoció, Luis Alfredo Salazar, joven inteligente, que al pasar de los años optó por la carrera militar, recibiéndose de piloto aviador en la Fuerza Aérea Guatemalteca (FAG), donde presta diligentemente sus servicios. En Quetzaltenango Roberto conoció a Mayra Avila, contrajo matrimonio con ella, procreando tres hijos, Mayra Libertad, Eric y Guayito, quien falleció a muy corta edad. Roberto, como consecuencia de un accidente de tránsito ocurrido años antes del cual no se recuperó totalmente, sufrió un síncope al atravesar una pared entre la casa de mi papá donde vivía, y la casa de sus sobrinos los Letona, falleciendo el 24 de agosto de 1967, a los 37 años. Es cierto que se dio a la bebida, pero en todo momento se presentó puntualmente a su trabajo y cumplió con responsabilidad sus obligaciones. Cuando ocurrió el accidente automovilístico, no iba él manejando, ya que se transportaba en un vehículo de la secretaría de informa-

ción del gobierno, en donde trabajaba. En ese entonces regresaba del puerto de San José, después de cubrir la información de la inauguración de la flota mercante. Por otra parte cuando cayó de la pared, excepcionalmente no estaba libando licor, por eso comentaban irónicamente sus amigos "que no había muerto en su ley". Su "hermano de leche", en cambio, es el prominente abogado y notario Valente González Enríquez. En la agradable finca de la Villa de Guadalupe se construyó una casa campestre, de amplios corredores y espaciosos dormitorios. En el garage permanecía silencioso el famoso Buick, que "Palito Castillo", le había jugado una aventura en las gradas de El Calvario. Tengo muy presente que no lejos de la casa, había una fuente cristalina y un estanque transparente para el riego, donde gozaba bañándose envuelto en una toalla el "maistro" Marcos, guardián del inmueble, que fue por muchos años el Maestro de obra al servicio de mi papá. Las alumnas del Colegio La Concepción, organizaban alegres días de campo en "la finquita de la Villa", gozando de aquel ambiente poético y paradisíaco, disfrutando el deleite de la naturaleza, que únicamente el campo puede brindarnos.

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El Corpus Cuando corría el mes de mayo de 1929, reanudé mis estudios en párvulos. Tuve que repetir el año, como ya lo dije, porque la tremenda mojada que me di a la salida del circo, me sumió en aquella pulmonía, que me obligó a abandonar mis estudios. Me sentí contento de regresar al colegio aunque fuera a repetir el grado. En el corredor, mi tía habilitó un lugar para el parqueo de las bicicletas. Allí estaba la mía y para mí era la más bonita. La llevé al taller de Willy Ostrich, en la novena avenida


sur, para chequeo. Le ajustó algunas piezas, le revisó los frenos, y le aplicó engrase donde lo requería. Mi primo Paco y su amigo Oscar Ascoli, se hicieron de bicicletas marca Adler, también de fabricación alemana. Los tres salíamos frecuentemente de paseo los días domingos, y nuestro mayor entretenimiento fue siempre la Avenida de la Reforma, que la recorríamos de punta a punta hasta el Acueducto colonial de Los Arcos. No lejos de nosotros pasó una tarde hacia la Villa de Guadalupe, un tren muy pequeño, que me pareció de juguete. Nunca lo había visto. Una máquina echando bocanadas de humo negro por la chimenea, tocando una campana dorada, que jalaba cuatro vagones llenos de gente. Paco y Oscar, me contaron que se llamaba el "Decouville" y que hacía un trayecto desde el parque central hasta la Villa de Guadalupe. Era transporte de pasajeros y el valor del boleto costaba cinco centavos. Iba repleto de gente que reía y platicaba animadamente. No pasé mucho tiempo en párvulos ya que a los pocos días me promocionaron al primer año de primaria. No creo que por mi buena conducta, aplicación y aprovechamiento, que en honor a la verdad no eran virtudes mías, sino más bien por "cuello" con la Directora. Además si perdí el año no fue por mi culpa, sino por el circo. Como mayo es el mes de las flores y de la Virgen, todo el mes se le rendía culto a la hermosa imagen de la Virgen del Rosario, colocada por manos piadosas en un improvisado altar, cubierto de abundantes flores, pero principalmente de cartuchos y de azucenas. El rezo del Rosario se hacía antes de entrar a clases.

La Primera Comunión de las alumnas y alumnos del Colegio, tenía lugar a finales del mes de mayo. Ese

año recibimos por primera vez la Eucaristía, un alegre y prometedor grupo de veinticinco a treinta niñas y niños, llenos de sueños, de fantasías y de ilusiones, cuyas edades oscilaban entre 7 y 14 años. Tres meses antes habían comenzado los cursos de catecismo, para instruirnos en los principios básicos de la religión cristiana, partiendo por la existencia de Dios, quien era Dios y quien era la Santísima Trinidad, el Padre Eterno y El Espíritu Santo, hasta la conducta y el comportamiento que deberíamos observar, en el preciso instante de recibir en la Sagrada Forma el Cuerpo de Cristo. Se hacían circular con anticipación, entre los familiares y amistades de los nuevos cristianos, unas estampitas que tenían en la portada un precioso motivo religioso, alusivo al acto. Al reverso quedaba impreso el recuerdo de la Primera Comunión así como la invitación para asistir al acto. Conservo entre mis recuerdos más queridos, esa estampita que reza al pie de la portada: ¡Gloria Cecilia, quién tuviera corazón tan grande y tan candorosa alma, para cantar como tú, místicas alabanzas al Eterno Amado! En el cuadrito de hermoso colorido, se ve a Santa Cecilia, sentada frente a un armonio y acompañándola dos Angeles de pie. Al reverso se lee: "Federico Guillermo Salazar Valdés, tiene el gusto de invitar a Ud. para la Misa de su Primera Comunión, que se celebrará el jueves 30 del corriente, a las 7 de la mañana, en la Iglesia de Santo Domingo. Guatemala, Mayo de 1929. Talleres Tip. San Antonio"”. La casa del Colegio lucía de gala por la fiesta de la Primera Comunión de los pequeños alumnos. Flecos de papel de china de todos colores cubrían el cielo del patio principal del colegio. Los corredores rebosaban con hojas de pacaya, gusanos de pino, y cartulinas de colores con dibujos y temas alusivos al acto que se celebraba. En el patio principal sobre una alfombra de pino, aparecía una mesa bien grande con mantel blanco, arreglada y adornada con esmero y buen gusto, por las alumnas de grados

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Mi Primera Comunión


superiores. Allí se sirvió el desayuno, consistente en ricos tamales y chocolate que nunca faltaba en estas celebraciones. El menú lo completaba el pan rodajado, dulces y refrescos. La marimba y el fragante olor del pino, impregnaban colorido y ambientaban la fiesta. Alejémonos por algunos momentos del colegio. Invito a los lectores para que me acompañen a la casa del callejón de corona, donde se realizará un acto muy emotivo y valioso de estos episodios de VIVENCIAS. El tercer domingo del mes de junio se celebraba la festividad del Corpus en la Iglesia de San Sebastián, siendo Capellán el padre Rossell, años después Arzobispo de Guatemala. Del frontispicio y de las arcadas y muros del interior del Templo, a los lados de las naves, pendían cortinajes en rojo, blanco y amarillo, en tanto que en la plazuela, debajo de las legendarias casuarinas, se instalaban innumerables casetas para tiendas con ventas de juguetes, frutas, golosinas, rosarios y una miscelánea de vistosas y atractivas fantasías. Los comedores se improvisaban en otro sitio de la sombreada plazuela, abundando en ellos las comidas típicas y gran variedad de refrescos de frutas naturales, bebidas calientes sin faltar los vasos de herradura con el atole de elote y los calientes buñuelos bailando alegremente en los hirvientes comales. Había espacio para los juegos mecánicos, como la rueda de caballitos, el carrusel, la rueda de Chicago, y otras diversiones para pequeños y adultos, como los juegos de argollas, el tiro al blanco, las polacas y las loterías. Marimbas, guitarristas y otros grupos musicales, le daban el toque de sabor chapín al alegre Corpus de San Sebastián. A las diez de la mañana el tañer de las campanas, las bombas voladoras y los cohetes, anunciaban la salida de la procesión del Santísimo, conducido por el padre Rossell, en su recorrido por calles y avenidas aledañas. El Santísimo que llevaba en sus manos el sacerdote iban debajo de un palio, o sea un dosel portátil cubierto de un

amplio manto blanco, bordado en hilos de oro, con seis varillas niqueladas que portaban directivos de la hermandad católica de la Iglesia. La Cruz alta y los Ciriales, abrían el cortejo procesional, y decenas de niños acólitos, moviendo los incensarios cargados de incienso, cubrían el cielo de humo blanco de riquísima aroma. Feligreses con traje oscuro formaban largas vallas adelante y a los lados del cortejo. Atrás, una banda de música ejecutaba sones y marchas que le daban vida y alegría a la procesión del Corpus. En dos o tres residencias de familias piadosas del barrio de San Sebastián, se recibía la Sagrada Eucaristía, y entre ellas estaba incluida la casa del callejón de corona, donde previamente se hacían los preparativos para recibir la visita del Santísimo. Las paredes, puertas y ventanas, se remozaban, cuando el maestro pintor don Agapito, a pesar de su fama de pintor de brocha gorda, pero con su dedicación y empeño, dejaba la huella de su trabajo como si se tratara de una obra de arte. Por otra parte el jardinero don Fructuoso, pasaba esos días previos al tercer domingo de junio, recortando la grama, podando árboles y arbustos, levantando con varillas de hierro enredos, enramadas y arbustos caídos, limpiando y acondicionando las flores en las macetas de cemento. En la víspera, empleados de la empresa eléctrica tendían en lo alto del jardín cordones con foquitos de colores, desde la terraza hasta las paredes de la calle. Un grupo de señoritas se encargaba de colocar los adornos de papel de china o de crepé, en rojo, blanco y amarillo, en las paredes que daban al callejón y en las que circundaban el interior de la casa. A medio día llegaban las cajas de refrescos, los emparedados, las maquetas de hielo, un centenar de sillas y mesas, y las cargas de pino que se regaban a la caída del sol, para que no se resintieran con el calor del medio día. Especial atención se le dispensaba al arreglo artístico del Oratorio, que corría a

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cargo de don Enrique Acuña que contaba con la colaboración de vecinas o amigas de mi mamá. Ya entrada la noche, a eso de las diez y media, aún se veía a don Enrique, animado y contento, silbando o entonando algún canto religioso, que aparentemente le daba mas energías, porque continuaba mas afanosamente en el retoque de las hornacinas, las molduras, los filetes y filigranas del retablo del altar, para lo cual disponía de un montón de brochas y pinceles de diferentes tamaños, que se deslizaban velozmente en sus hábiles manos de consagrado escultor de imágenes religiosas. El Oratorio quedaba finalmente iluminado con profusión, decorado con lindos arreglos florales, que le daban un ambiente de quietud, apacible, sobrio y elegante. En el corredor se colocaba el armonio y los atriles para el coro y el conjunto de cuerdas que amenizarían la ceremonia. Al fondo del jardín muy cerca del garage, se levantaba una galera con entarimado, que servía de escenario a un cuadro alegórico, que en esta ocasión fue el pasaje bíblico de Fe, Esperanza y Caridad, escenificado por mis hermanas la Nena, Lotty y mi prima Meri. De las siete a las nueve de la noche permanecían abiertas las puertas de la calle para que la gente visitara el Oratorio, y el domingo se abrían a la entrada de la procesión. Las alumnas del Colegio La Concepción, con uniforme de gala, formaban vallas hasta la entrada del Oratorio, en cuyo interior esperaba únicamente la familia y personas muy allegadas a la casa. Las niñas de párvulos vestían de blanco, como si fuera un vestido de Primera Comunión y los niños de traje azul marino. A las once en punto de la mañana, de aquel inolvidable tercer domingo del mes de junio del año 1929, entró por última vez a la casa del Callejón de Corona, el Corpus de la Iglesia de San Sebastián, a los acordes de la Granadera, el estruendoso estallido de las bombas y los cohetes, y el bullicio de la gente que se agolpaba para

entrar a la residencia. El cortejo fue presidido por el Padre Mariano Rossell Arellano, Capellán del Templo y como ya dijimos futuro Arzobispo de Guatemala. Y digo que por última vez se recibió el Corpus en la casa del Callejón de Corona, porque en el curso del año siguiente nos mudamos a la finquita de la Villa de Guadalupe, donde residimos por algunos años, y por lo tanto el Corpus quedó definitivamente clausurado. La Sagrada Eucaristía fue colocada en el altar, por el Sacerdote Oficiante, auxiliado por dos monaguillos, a manera de sacristanes. Los oficios religiosos de "La Palabra", ocuparon media hora, en tanto el coro acompañado de la orquesta de cuerdas, bajo la dirección del Profesor don Emilio Arturo Paniagua, interpretó este hermoso programa coral: "Oh Sacrum Convivium" del maestro don Miguel Paniagua, interpretado por un grupo de alumnas del Colegio de Señoritas "La Concepción". "Qui Tollis" de la Misa de Madoglio, para soprano, cantado a gran orquesta por la soprano Emilia Millian. Marcha Triunfal de Mendelson, y al final al salir la procesión, música sacra de los inmortales compositores Schubert, Gounot y Haydn, resaltando por su inefable dulzura el canto del Ave María, con la exquisitez y espiritualidad de las voces de las jóvenes sopranos Emilia Milián y Mercedes Araujo, doña Teodora Rosales, Laura Ruata, Matilde Rubio y Blanca Azurdia, que con sus bellas voces le imprimieron vitalidad y mas fuerza coral a las inspiradas composiciones de los célebres autores de la música sacra. El padre Rossell impartió la bendición, y se dio por concluida la ceremonia. Enseguida la concurrencia se desbordó en los interiores de la casa para visitar El Sagrario. A eso de las cuatro de la tarde, la marimba Ideal Club de don Gabino Juárez, ofreció un concierto que se prolongó hasta las ocho de la noche, en presencia de numerosos invitados, que fueron atendidos por mis padres como anfitriones. Aunque no era una fiesta de danza, pero

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tampoco se prohibía bailar, no olvido que cuando la marimba interpretó unos tangos argentinos de la vieja guardia, entre ellos "A media luz", un buen amigo de la casa, don Pedro Pineda, no pudiendo resistir sus impulsos de tanguista, se lanzó al baile con su linda hija Mariana, cosechando la pareja, por su destreza y gran habilidad merecidos aplausos de la concurrencia. Finalmente, por estimarlo de mucho valor histórico para la familia, deseo transcribir el texto de un cuadernillo que conservo en mi archivo, y que dice así: "Recuerdo de la Primera Misa celebrada en el Oratorio particular de la Familia Ojeda Salazar-Valdés Corzo, Callejón de Corona Número 5, el domingo 23 de agosto de 1925, por el Señor Pbro. Don Vicente Aguilar. Su Santidad el Papa Pío XI se dignó autorizar esta Capilla, en Breve expedido en Roma el 28 de mayo de 1925, habiendo verificado la Bendición, el muy Ilustre Señor Vicario General y Gobernador del Arzobispado, Canónigo Lic. Don Rafael Alvarez". Han pasado varios días después del Corpus. El calendario indica que estamos a 30 de julio. Es el cumpleaños de mi Tía. Desde hace tres días se escuchan en los corredores del colegio a las alumnas con la exclamación "que viva la señorita Rebeca". Por supuesto que ese día no había clases, porque el Colegio estaba de manteles largos por el onomástico de la Directora. Profesoras como alumnas y alumnos, personal administrativo y de servicios, amigos y amigas del Establecimiento, se aprestaban para congratular a la Señorita Rebeca, formulando votos por su bienestar, y augurándole renovados triunfos en su carrera magisterial. Para que el Altísimo la colmara de bendiciones, a las diez de la mañana se oficiaba una Misa de Acción de Gracias en el Templo de Santo Domingo. Los reclinatorios se llenaban de asistentes porque concurrían los padres de familia y

personas amigas. A medio día se servía un almuerzo en que no faltaban los platos típicos de la cocina chapina. Un desfile interminable de arreglos florales y canastas con toda variedad de flores, se observaba en los corredores, que graciosamente las alumnas mayores iban colocando en diferentes sitios. La mesa principal estaba reservada para la Directora, profesorado, padres y madres del alumnado y personas colaboradoras del Colegio. Las otras mesas estaban distribuidas en el patio. Las ocuparían las alumnas. Para brindar por la salud de la Directora, se servía una copa de vino antes del almuerzo. En la tarde a las cuatro, comenzaba el festival que amenizaba uno de los mejores conjuntos de marimba. Para los menores la fiesta comenzaba antes, porque hacíamos jolgorio patinando en el pino que se encontraba regado por todos lados del colegio. Después de las cinco llegó mi padre y cuando lo vi estaba conversando con una persona que vestía uniforme militar de piloto aviador. Era alto, delgado, moreno, bien parecido, de unos 23 o 24 años, de interesante personalidad, y a quien reconocí como el aviador Jacinto Rodríguez Díaz. Desde la mañana trascendió que a la fiesta asistiría el popular Chinto, pero a mí me costó creerlo. Y digo que me costó creerlo, porque Rodríguez Díaz era en esos momentos, uno de los personajes de mayor importancia y popularidad, y de lo mas cotizado de nuestros círculos sociales. Suponía que por sus múltiples compromisos de gran señor, no le permitían el lujo de asistir a la fiesta de un colegio, aunque ese colegio fuera el Colegio La Concepción. Sus alas de piloto aviador las había recibido en una escuela de aviación de los Estados Unidos de América, mereciendo felicitaciones de sus superiores por sus aptitudes y destreza en el teje y maneje de estos aparatos voladores, que le valió altos punteos en sus pruebas de graduación. Hacía pocos días que había retornado de una gira de buena voluntad por las capitales

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de Centro América, donde lo recibieron multitudes que lo aclamaron y vitorearon con admiración, por sus brillantes ejecutorias como piloto aviador. Gira que realizó en su avión marca Ryan, de un motor, plateado, de cinco plazas, que fue bautizado con el hermoso nombre de Centro América, en homenaje a los cinco países del istmo centroamericano que acababa de visitar. Yo me sentía bastante familiarizado con él, porque además de haberlo conocido el día que llegó a Guatemala, recuerdo que yo coleccionaba en un aparador del comedor de la casa, en una gaveta bien grande, periódicos y revistas que publicaban fotografías y artículos del inicio de la aviación, y de las proezas y hazañas de sus pioneros, mencionándose con más frecuencia los nombres de Chinto, Morales López, García Granados, Merlén y el Chato Rodas. Posteriormente se incorporaron otras promociones de pilotos aviadores, entre ellos Ricardo Díaz Duran, Arturo Altolaguirre, Perfecto Flores, Chepe González y Gonzalo Yurrita. Dos años antes, en 1927, el norteamericano Charles Lindbergh, atravesó heroicamente en su avión El Espíritu de San Luis, el Océano Atlántico en un vuelo sin escalas de Nueva York a París, brindándole la Ciudad Luz, un apoteósico y delirante recibimiento, comparable al que le tributó el pueblo norteamericano al retornar a su patria, cuando millones de compatriotas suyos, lanzándole flores y vitoreándole, formaban una gigantesca caravana de millares de automóviles, y multitudes a pie, en las engalanadas calles de Nueva York. La popularidad de Lindbergh en los Estados Unidos, fue similar a la que tenía Chinto en Guatemala, pues aquí también el pueblo que lo esperaba en el campo de aviación, lo vitoreó y aclamó con desbordante entusiasmo. Cuando descendió del avión, la muchedumbre lo llevó en hombros hasta el salón de recepciones del aeródromo, donde el Presidente de la República General Lázaro Chacón, el gobierno en

pleno y millares de guatemaltecos, lo esperaban con ramos de flores portando banderitas azul y blanco, para abrazarlo y manifestarle de mil maneras el cariño y admiración que sentían por él. Procedentes de España, en un vuelo sin escalas, habían llegado los hermanos Jiménez, tripulando un avión muy grande, "El Jesús del Gran Poder". Los pocos periódicos que circulaban por aquel entonces, destacaban todas estas informaciones de la incipiente aviación, que yo coleccionaba cuidadosamente en el cajón del aparador. Dos deplorables accidentes aéreos hubo en aquellos días. El aviador mexicano Emilio Carranza, se precipitó en picada con su avión en Puerto Limón, Costa Rica, y la primera aviadora, Erna Heartz, de nacionalidad alemana, cayó en las profundidades del Océano Atlántico, en un intento por atravesarlo. La muerte de Emilio Carranza conmovió a todo México. La gente lloraba de tristeza al escuchar la canción "El corrido de Emilio Carranza", que repetían con insistencia, los fonógrafos, las victrolas, las cajas de música ambulante y los organilleros. En las banquetas de San Juan de Letrán, en el Zócalo, en el Angel de la Independencia, en la Reforma, en los barrios populares como la Lagunilla y Tepito, la gente se reunía para comentar el trágico accidente del ídolo en que se había convertido Emilio Carranza. Estudiaban en el colegio, como ya quedó escrito, las hermanas Graciela, Elvira y Marina Padilla Steker, hijas del coronel Juan Francisco Padilla, más bien conocido como el Pato Padilla, prominente finquero del municipio de Villa Canales, del departamento de Amatitlán, convertido años después en municipio del departamento de Guatemala. El coronel Padilla había ocupado el ministerio de la guerra en el gobierno del general Orellana. Era propietario de la finca "Parga" ubicada en aquel municipio, donde anualmente se

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celebraba una fiesta de aniversario de gran resonancia en los círculos sociales de ese tiempo. Circulaba con frecuencia en el ambiente capitalino, el simpático comentario de que a una orden del coronel Padilla, se movilizaban los "canaleños" (grupos de campesinos valientes y aguerridos de aquel municipio), que cuando se presentaban a la capital era porque las cosas en la política no marchaban correctamente. Cuentan que a los políticos mal portados, incluyendo al presidente, ministros y diputados, les temblaban los pantalones y el cuerpo entero, cuando corría la voz que decía ¡ya vienen los canaleños!. Las hermanas Padilla Steker, de ascendencia europea, fueron unas muchachas muy hermosas. Por eso, y por su don de gentes, comunicativas y sociables y de esmerada educación, gozaban de gran estimación, aprecio y simpatía entre sus profesoras, compañeras del colegio y dentro de sus numerosas relaciones sociales que las querían y respetaban. Marina, fue quien invitó a Chinto para que asistiera a la fiesta, ya que los unía una estrecha amistad desde que se conocieron semanas antes, en una reunión de confianza que le ofrecieron un grupo de amistades cercanas a él, a la que fue invitada Marina. La mamá fue doña Julia Steker, originaria de una región de los Alpes llamada Tirol, compartida en la frontera entre Italia y Austria, siendo ella originaria del territorio austríaco. Por circunstancias desconocidas, muchos de sus habitantes emigraron a otros países, y el gobierno de Guatemala, a principios del siglo XX, dispuso acoger en su territorio a numerosas familias, que con su trabajo tenaz y laborioso imprimieron al país, verdaderos adelantos en la industria, el comercio y la agricultura. Fui gran admirador de Marina. Descubrí en ella singulares cualidades de sencillez, inteligencia y belleza. Creo que durante esos años de mi niñez y de mi adolescencia, ya lejanos y borrosos, ella y Chinto fueron

las personas a quienes más quise y admiré, por su comunicación amistosa y sincera para conmigo. Mi papá me llamó para que saludara a Chinto, y me dijo: "Federico, nuevamente tenemos el honor de contar con la presencia del popular piloto aviador Chinto Rodríguez Díaz, está muy interesado en conversar contigo". Chinto me estrechó la mano, me abrazó y me dijo: "No sabes el gusto que me da saludarte otra vez, ojalá que además de la fisonomía de tu señor padre, heredes su talento, como te lo dije cuando nos conocimos en el salón de recepciones del Aeródromo, aquella tarde tan linda cuando regresé a mi Patria, recién recibidas mis alas de piloto aviador, que me enorgullecen tanto. Ya me informó tu papá que no te dejaron entrar al campo de aviación, ya que exigen un permiso del ministerio de la guerra". "Entonces" -agregó- "con esta tarjeta que le entrego al licenciado, no habrá inconveniente para que ingreses cuando lo desees. Te espero para que conozcas mi avión Centro América". Marina se acercó, luciendo un elegante vestido de tarde de rojo encendido, que resaltaba bellamente su cabello rubio y su tez sonrosada. Mi papá la saludó con toda cordialidad, y yo le tomé una mano entre las mías. Ella se inclinó y me dio un beso en la frente, y Chinto la saludó con un beso y un abrazo. La marimba interpretó una melodía muy en boga en aquel entonces, el foxtrot "Besos y cerezas", que Marina y Chinto aprovecharon para bailar. En compañía de mi papá me dirigí al apartamento de mi tía, que quedaba en la misma casa del colegio, donde estaba reunida toda la familia celebrando el cumpleaños, al calor de unas copas de vino, con la presencia de la festejada, mi abuelita Virginia, de mi mamá, mi tía Adria, mis hermanas la Nena, la Loty y la Judi. La Maty no estaba presente en ese momento, estaba reunida con un

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19 de Agosto de 1967. Cuatro Generaciones: Licenciado Federico O. Salazar y Judith Valdés Corzo. Familias Salazar Valdés, Salazar Rodríguez, Salazar Santos, Salazar Avila, Sierra Salazar, Odino Salazar, Letona Salazar y Maldonado Salazar. Foto Fernando Coronado

grupo de compañeras en uno de los corredores. También estaban mis hermanos pequeños, Coco, y el Chito en brazos de la "china", y mis primos Paco, Fel y Meri y algunas profesoras y señoras amigas de mi tía. Nunca olvido que mi tía Adria, con la gentileza que fue atributo suyo, me sirvió en una copita muy bonita, un licor que se llamaba "anís del mono", por supuesto que al momento sentí que me daba vueltas el mundo entero, y que tenía metido en mi cuerpo uno de esos simpáticos cuadrumanos, que se parecen al hombre, pero en muchos casos mas inteligentes y sociables que él. Un poco antes de las siete y media nos retiramos de la fiesta. Marina y Chinto interrumpieron el baile para despedirse de nosotros, cuando la marimba interpretaba El Danubio Azul. Chinto le dijo a mi papá: "Hasta pronto señor licenciado, espero que acompañe a Federico para visitarme". A mí me abrazó, y Marina se inclinó de nuevo para besarme, fijé mi mirada en Chinto y luego en los ojos profundamente azules de Marina, y cosa extraña, mi cuerpo se estremeció, me invadió un desasosiego y percibí que se aproximaba una horrible tragedia. En la puerta del colegio Martín nos esperaba en el Buick que tan famoso había hecho Palito. En el trayecto se fueron perdiendo las cadenciosas notas del inmortal vals de Straus. Yo me sumí en profundas meditaciones, mientras me acompañaba la cordialidad de Chinto y el fragante perfume de Marina.

La feria de agosto El acontecimiento festivo y religioso más trascendente del año, fue la feria de agosto, que se realizaba en la segunda quincena de ese mes, en lo que había sido el municipio de Jocotenango, del departamento de Guatemala, en el antiguo hipódromo del norte que aún existe.

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Días anteriores a la feria pasaban por la primera calle, en la esquina de la casa, cientos de reses destinadas para transacciones comerciales entre los ganaderos de diferentes regiones del país, sobretodo de la zona del sur occidente, donde la familia Ralda era propietaria de una de las haciendas más productivas en la crianza y engorde de ganado. En los salones de exposiciones, abundaban toda clase de productos agrícolas de la mejor calidad, comenzando por el café, que en ese entonces ostentaba el galardón de "el mejor café del mundo", que hasta el presente es el grano de oro que mayores divisas aporta a la economía nacional. El frijol, de excelente calidad que se cultivaba en Parramos, Chimaltenango, tenía un stand muy especial. Las frutas de climas cálidos, fríos y templados, sobresalían en el pabellón agrícola. No faltaban las piñas, las naranjas de Valencia y las rojizas de Rabinal, que eran las mas gustadas, pero también las papayas, melones, sandías, cocos, manzanas, peras, zapotes, todas de suprema calidad. La vista se perdía en las montañas del verde frescor de las verduras y las legumbres, de las mejores hortalizas de clima templado, especialmente de Almolonga, y de San Juan Sacatepéquez. En otros pabellones se exhibían artículos de la incipiente industria textil, pero de tejidos muy calificados, sobresaliendo los casimires de Amatitlán y de Cantel y las finas telas de la fábrica de hilados y tejidos Montblanc de Quetzaltenango. Sobresalían por su vistosidad los famosos "ponchos" de Momostenango, de gran demanda por los habitantes de climas fríos. En la industria del calzado destacaban excelentes fabricantes como Fadel, Dorigoni y calzado Cobán, cuyos productos en zapatos para hombres, mujeres y niños, que por su calidad y presentación, competían holgadamente con el calzado importado. El parque de diversiones mecánicas, era otro de los grandes atractivos de la feria de agosto, donde los niños gozaban en la rueda de caballitos y el carrusel, y los

mayores en la rueda de Chicago, el "chicotazo", los carros locos, y otros juegos mecánicos que divertían y despertaban emoción principalmente en las parejas de novios. Los locales para comedores, bien adornados, limpios y con olor a pino, ocupaban grandes espacios y allí se podían degustar muy sabrosos y condimentados platos de la cocina chapina y del arte culinario internacional. Los salones de baile de primera clase así como las zarabandas, con sus pistas brillantes y lustradas, permanecían abiertos desde medio día hasta bien entrada la madrugada del siguiente día. Conjuntos musicales de marimba vibraban por todos los ambientes, y las parejas de novios o esposos, gozaban con la música de moda, como el charleston, que procedente de los Estados Unidos, causaba verdadera sensación en la juventud, por su ritmo conmocionado, estridente y novedoso, que algunas abuelitas, y gente chapada a la antigua, no veían con buenos ojos, porque según decían despertaban instintos no muy cristianos. Otro de los grandes atractivos para la gente adulta fueron las carreras de caballos, con ejemplares de pura sangre que, manejados por adiestrados jinetes, atraían a los jugadores con apuestas de miles de quetzales. Los totalizadores no descansaban ni un segundo dando los datos con rapidez y puntualidad. El pueblo indígena también fue muy visitado, principalmente por el turismo foráneo, para conocer de cerca a los lacandones, que el gobierno del presidente Ubico los movilizaba desde la región de Lacandón, del departamento del Petén hasta la capital. Tenían el pelo lacio y greñudo que les caía hasta las rodillas y usaban una especie de camisón blanco como vestimenta. Los lacandones, originarios del sur de Yucatán y norte de El Petén, pertenecían a una etnia de seres humanos muy humildes, temerosos y sumisos, de baja estatura y de fisonomía

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indígena, completamente incivilizados. Tal vez por esa razón las autoridades administrativas del campo de la feria, con instrucciones del presidente Ubico, les dispensaban un tratamiento humano que no diera lugar a humillaciones y a ninguna discriminación. Solían presentarse en público con túnicas y disfraces, exhibiendo bailes de sus costumbres ancestrales, provistos de vistosas máscaras y cabezas de animales silvestres, de largos y puntiagudos cuernos. Se notaba su preferencia por el deporte taurino, a los encuentros belicosos. Cuando un grupo de "toreros" se enfrentaban y provocaban a unos "toros", al grito de "los toros", los arremetían con lanzas, palos y piedras. Por supuesto que los "toros" eran ellos mismos, con disfraces de toros. Las graciosas pantomimas y las gracejadas de los actores, provocaban la risa y arrancaban ardorosos aplausos del público, que se congregaba frente a los grandes ranchos de paja y junco del "pueblo indígena", que era la denominación que tenía esa sección del campo de la feria de agosto. Juegos de argollas, tiro al blanco, las polacas, las rifas y las loterías, se mantenían repletas de gente, que al abandonar esas distracciones lucían alegría y satisfacción, después de haber ganado por su buena suerte, muy útiles premios para el hogar, como manteles, vajillas, vasos, cubiertos, soperas, floreros, lámparas, sopladores, bacinicas, juegos de agujas y alfileres para las modistas y costureras. A cada paso tropezaba uno con "las mengalas", que eran mujeres de servicios domésticos, pero que mas bien vivían de la buenaventura, pronosticando buenos o malos augurios principalmente a las mujeres jóvenes, que siempre han sido aficionadas a esas cosas. Las "mengalas" eran de cuerpos corpulentos, de vestir extravagante, con largas faldas de mucho vuelo de chillantes colores, blusas blancas cargadas de collares finos, aretes de argollas y prendedores de oro legítimo, y el pelo largo y trenzado

hacia atrás, aprisionado con una peineta bien grande. Impresionaban por su aspecto y por su manera exótica de vestir. Me recordaban a las gitanas de España, pero ellas eran de sangre muy chapina, que lucían sus mejores galas los domingos, días de fiesta, y celebraciones como la feria de agosto, o los corpus del Cerrito del Carmen, San Sebastián y Santo Domingo. La Iglesia de la Asunción resplandecía el día 15, con la alegre alborada que despertaba al vecindario con el estruendo de los cohetes y las bombas, la alegría de las marimbas y los grupos de guitarristas cantando las mañanitas. La misa Mayor, a las diez de la mañana, la oficiaba el Arzobispo, que la concelebraba con sacerdotes de casi todos los templos capitalinos. Los coros del Seminario amenizaban la ceremonia litúrgica. El mes de agosto en su segunda quincena, al concluir la canícula, fue uno de los períodos del invierno más lluvioso en la capital, las fuertes lluvias caían torrencialmente, particularmente el día principal de la feria, o sea el 15, en que la gente lucía los obligados “estrenos”de ropa, que cuando no eran de tela fina, irremisiblemente se encogían, reduciendo su tamaño, que provocaba preocupaciones a las personas pasadas de peso, pero este extremo se consideraba como un simpático aspecto del folklore de la festividad. Pero a pesar de esas inclemencias del tiempo, en que muchas personas no se escapaban de pescar un molesto resfrío, el pueblo disfrutaba de diversión sana y alegre, sin inmutarse de los aguaceros de los meses más lluviosos del año. Pero no solamente en el campo de la feria había intensa actividad, con la presencia de centenares de turistas que llegaban de los departamentos y países vecinos. Por todos los lugares de la capital, que abarcaba de la 1ª. a la 18 calle y de la 1ª. a la 12 avenida, se veía un incremento considerable de gente, al extremo que los hoteles, las pensiones y las casas de huéspedes se

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abarrotaban de clientes, por lo que anticipadamente se hacían las reservas de hospedaje. Los grandes almacenes de la sexta y quinta avenidas, los del Portal del Comercio, los de la octava calle propiedad de ciudadanos chinos, aumentaban sustancialmente sus ventas al abarrotarse de clientes que buscaban prendas de buena calidad a bajos precios. Lo mismo ocurría en la 18 calle en los alrededores de la estación de los ferrocarriles, donde los negocios advertían muy pingues ganancias por el turismo que se desbordaba por calles y avenidas. Los restaurantes, las refresquerías, las salas de cine, los centros nocturnos eran frecuentemente visitados por los turistas, que propietarios y dependientes de los negocios se esmeraban en prodigarles cumplidas atenciones y hospitalidad, obsequiándoles algún recuerdo o "souvenir" de motivaciones típicas. Los pocos bancos que funcionaban en la capital, tenían un incremento apreciable en sus operaciones financieras. Inusitado movimiento se observaba en la sucursal del Banco de Occidente, ya que la central operaba en Quetzaltenango. Así mismo, en el Crédito Hipotecario Nacional, Banco de Londres y Montreal, Banco de Colombia y Banco Central de Guatemala - hoy Agrícola Mercantil -. Al turismo le atraía de manera muy significativa la visita a los templos católicos, por sus líneas de gran belleza arquitectónica colonial. Admiraban las hermosas esculturas de las imágenes de los templos, que son verdaderas reliquias del patrimonio cultural del pueblo guatemalteco. Todas las iglesias aún conservaban en aquellos días, las huellas destructivas que ocasionaron los terremotos de finales de 1917 y principios de 1918. No solamente a la Catedral le faltaban los campanarios, también a la Merced, a la Recolección, y a San Sebastián. Al Templo de San Francisco le faltaba la cúpula, que se desplomó con los terremotos. El Cerrito del Carmen, así

como San José y la Parroquia, ya se encontraban restaurados, lo mismo que Santo Domingo. Aunque el Teatro Colón, ya no existía en los días referidos en estas reseñas, vale la pena hacer una ligera referencia a esa monumental obra, que fue edificada durante el régimen del general Carrera, adoptando su apellido inicialmente, y después fue denominado Teatro Nacional y por último hasta su destrucción, con el nombre de Teatro Colon, que aparece al principio de esta nota. El imponente centro de arte y cultura, hubiera podido salvarse, pero por el resentimiento político y la aversión contra el gobierno de Carrera, se optó por lo más práctico, o sea su demolición, cuando bien pudo restaurarse. Algo similar ocurrió con el Templo de Minerva, que fue reconstruido después de los terremotos, y admirado por los turistas que venían a la feria de agosto. Sin embargo, el gobierno municipal, con la anuencia del presidente Arévalo, optó también por demolerlo, con cargas de dinamita, porque según se dijo estaba hundiéndose y a punto de desplomarse, lo cual constituía un riesgo para los visitantes.

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La tragedia aérea del Callejón de Dolores El reloj de la Catedral había puntualizado las diez y media de la mañana, de aquel aciago viernes 28 de septiembre de 1929, cuando un acontecimiento trágico envolvió en una sombría nebulosa, aquella despejada y soleada mañana de principios del otoño. El avión Centro América tripulado por el Piloto Aviador Jacinto Rodríguez Díaz, se había precipitado a tierra, cayendo desde siete mil pies de altura, en una casa en construcción del Callejón de Dolores, ubicado entre la tercera y cuarta avenida y la séptima y octava calle poniente. La inesperada noticia circuló velozmente por los cuatro puntos cardinales del


país, y dio la vuelta al mundo entero a través de las agencias noticiosas por el cable submarino. Si una bomba hubiera caído sobre el Colegio La Concepción, seguramente no hubiera producido el impacto tan tremendo que causó tan fatal suceso. Y es que Chinto que había compartido con profesoras y alumnas, inolvidables reuniones, se había captado la simpatía, el aprecio y el cariño de todos, por su trato agradable, cordial, y sencillo. Cuando me enteré de la noticia, salí de la clase velozmente y corrí en busca de Marina, pero no la encontré. Sus compañeras llorosas y conmovidas, me dijeron que acababa de salir a toda prisa, con su hermana Julia. Sin avisar a mi tía, a mi profesora y a ninguno, monté mi bicicleta y yo también salí velozmente del colegio enfilando para mi casa. Subí a mi dormitorio, me tiré en la cama y lloré como un niño...yo tenía nueve años, había perdido a mi mejor amigo, a mi entrañable amigo, así lo consideraba yo, a pesar de que él era mayor, tenía 23 años. Pensé que Dios era injusto por haberle quitado la vida a una persona tan buena, de nobles sentimientos, en la plenitud de la juventud, cargado de ilusiones y de un brillante porvenir. La presencia intempestiva de mi mamá cortó el hilo de mis pensamientos, cuando me dijo que estaba profundamente apesarada por el infortunado acontecimiento. Yo le dije que porque Dios era tan injusto, pero mi mamá me amonestó diciendo que eso no debería expresarlo, porque los designios de Dios eran irreversibles e inescrutables. Debíamos aceptarlos aunque nos destrozara el corazón, porque Él sabía lo que hacía. Me pidió que me tranquilizara y no repitiera jamás semejante cosa. Al mediodía circuló una edición extra de El Imparcial, con grandes desplegados de la noticia y numerosas e impresionantes fotografías. Allí me enteré que el avión iba al Petén, y que además de Chinto, habían fallecido el periodista José Luis Balcárcel y el padre del

joven Francisco Montano Novella, único sobreviviente. Francisco murió muchos años después, en diciembre de 1974, en oportunidad en que conocí a una hija suya, en una reunión social, vistiendo riguroso luto por su reciente deceso. El avión Centro América quedó completamente destrozado. Entre sus restos quedaba, como testigo mudo de la gran tragedia, el cojín bien grande, que Marina le había obsequiado el día del cumpleaños de mi tía, con un lindo bordado confeccionado por ella. Al día siguiente a eso de las siete de la mañana llegó mi papá a mi dormitorio y me dijo que lo acompañara al entierro del amigo, ya que era un deber de nosotros corresponder a sus gentilezas. Yo le contesté que yo no iba, que no quería salir de mi cuarto, ni ver a ninguna persona. Él insistió y me dijo: “"¿cómo es posible que no quieras despedir a tu amigo?, ¡Él fue muy afectuoso contigo!"”. Me vestí, me puse una camisa blanca y un pantalón y zapatos negros. Desde el parque La Concordia sobre la sexta avenida, presenciamos el funeral. Doblaban las campanas de las iglesias de Santa Clara y San Francisco, muy cercanas al parque. El féretro iba sobre un armón que jalaban seis briosos caballos blancos, con sendos plumeros negros en la crin, y unas capas de tela también negra, que movidas levemente por un ligero viento, caían del cuerpo de los animales. El ataúd estaba envuelto en el pabellón nacional. Encima, su gorra de piloto y varios pedazos de la hélice de su avión. Una banda de música ejecutaba marchas fúnebres, y la compañía de caballeros cadetes con paso marcial, reglamentado para esas ocasiones, rendía tributo póstumo al distinguido e inolvidable amigo. Personalidades de esferas oficiales, de las Iglesias, del Cuerpo diplomático, familiares y amigos, y una muchedumbre de todos los estratos sociales, acompañaba silenciosamente el cadáver.

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Algo singular me ocurrió. Me quedé viendo fijamente el féretro y sentí que el Espíritu de Chinto, estaba feliz en el lugar donde se encontraba, liberado de su paso por el mundo terrenal. Esto me inyectó una inesperada resignación como si fueran vibraciones emanadas de él. El cortejo se fue perdiendo de nuestra vista, a los acordes de la marcha fúnebre de Chopin, enfilando para la 20 calle hasta desembocar en el Cementerio General. Cuando volví a mi casa, mis pensamientos y actitudes eran otros. Estaba contento. Tenía la firme convicción de que Chinto se encontraba feliz, porque Dios lo había recibido en su Mansión Celestial.

Finaliza el año escolar. Las clausuras Meses después de los acontecimientos relatados a nuestros lectores, llegó el fin del año escolar. Para cerrar las actividades docentes, los centros educativos privados, acostumbraban realizar un acto o velada de clausura, con la participación de alumnos que tuvieran alguna inquietud artística. Para montar esa simpática función estudiantil, pero con mucho esfuerzo en arte y cultura, se rentaba un local espacioso para dar cabida a los asistentes, que por regla general lo más conveniente era una sala de cine, que podía ser el teatro Capitol, el cine Palace, el Variedades o el Rívoli, en cuyos escenarios se presentaban escenas de teatro, coros con cantos populares, recitaciones, bailes coreográficos, comedias, que impresionaban agradablemente al público que llenaba de bote en bote las plateas, los palcos y las galerías. Para entrar a la función se requería de invitación, en la que se adjuntaban los boletos. De acuerdo con la naturaleza de cada punto del programa, los actores usaban disfraces o ropa adecuada a cada caso.

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El acto de clausura de ese año, se efectuó en el local del Colegio, para cuyo efecto se construyó un sofisticado escenario con todos sus aditamentos, al fondo de un corredor. En el primer patio se colocaron las sillas para los asistentes encima de una alfombra de pino. Tengo fresco en la memoria, algunos de los números del programa que se presentaron esa vez. Un grupo de alumnas con vestidos regionales de Venezuela, bailaron y cantaron a coro el aire popular "Alma Llanera", que arrancó ovaciones calurosas por su originalidad, creatividad y artística presentación. Otro grupo de alumnas luciendo vistosos disfraces, escenificó algunas estampas del conocido cuento clásico de fantasía, "La Caperucita Roja", en un ambiente alegórico donde se veía el campo, los árboles y la choza o cabaña de la abuelita que protagoniza el gustado cuento. La escena se representó en un ambiente de colorido y realismo, como si de verdad los vivaces actores estuvieran presentes en los cuadros que aparecen en las páginas de la fascinante leyenda. Una canción de gran boga en aquellos días titulada "Donde estás Corazón", fue otro número de la función, interpretado por un alumno (Pepe Uclés) con los fondos musicales de un coro de colegialas. Al final hubo recitaciones y palabras de gratitud y de despedida, dirigidas a mi Tía, a las profesoras y compañeras de estudios. Los acompañamientos musicales, corrieron a cargo del pianista don Emilio Arturo Paniagua, que condujo un quinteto de cuerdas. El programa de la clausura escolar del Colegio, se cerró con un número en que me tocó participar. Fue un homenaje a la memoria de Chinto Rodríguez, y nunca supe quien tomó esa iniciativa, ni quien fue el autor o autora de la canción que entonamos, pero me imagino, que fueron ellas, las integrantes de la comisión de alumnas, que con la supervisión de las profesoras, se encargaron de montar el espectáculo. 83


Días antes de la clausura, fuimos seleccionados ocho alumnos del primer año de primaria, para los ensayos del número del programa que nos asignaron. Previamente los padres de familia, encargaron a un taller de sastrería, la confección de uniformes de piloto aviador, que consistía en gorra, guerrera y pantalones con polainas cafés. Los uniformes color kaki, resultaron una copia fidedigna del uniforme original. La actuación de los "pilotos" fue bastante aplaudida, y recuerdo que el público se puso de pie, como un gesto de cariño y un homenaje a la memoria del malogrado amigo. Naturalmente que ya se me olvidó la letra de la composición, pero me viene a la memoria esta frase tan expresiva: “"Rodríguez Díaz, murió con gloria y pasó a la historia de la Nación". Ya saliendo del Colegio vi a Marina, vestía medio luto y noté que había adelgazado. Sus ojos azules, me dieron la impresión, que brillaban con más intensidad por la palidez de sus mejillas. Vinieron a mi mente los trágicos momentos del accidente aéreo, le tomé su mano entre las mías, y le dije: "leí en un libro esta hermosa frase...dicen que el tiempo es el dulce bálsamo de consuelo, que cicatriza las heridas del alma", y agregué "y para usted Marina, a sus 17 años, la noche quedó atrás, y el mundo continúa su marcha..."

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TERCERA PARTE Tres presidentes caen en 30 días. Ubico asume el poder Los dramáticos acontecimientos históricos que a continuación relataré, los conservo muy vivos en mi memoria, porque a mí me tocó vivirlos muy de cerca. Eran las tres y media de la tarde del jueves 17 de diciembre de 1930. A escasos diez minutos de haber salido de la casa del callejón de corona, enfilando por la novena avenida, Martín detuvo la marcha del Buick con un violento frenazo al llegar a la quinta calle. Un pelotón de soldados al mando de un oficial, empujando cañones y portando escopetas, que interrumpía el paso, subía rumbo al parque central. Martín bajó del carro, precipitado y nervioso. Grupos de curiosos se amontonaban en las esquinas, inquiriendo noticias sobre lo que estaba ocurriendo. La situación era ésta. Una rebelión militar que encabezaba el general Manuel Orellana, jefe del cuartel de Matamoros, estaba exigiendo la renuncia del licenciado don Baudilio Palma, quien hacía cinco días había asumido el poder, como primer designado a la presidencia, en sustitución del general Lázaro Chacón, ante su impedimento de seguir ejerciendo el cargo, por una repentina enfermedad, que le paralizó casi todo su organismo, después de asistir a un almuerzo en el Hotel Manchén de la Antigua Guatemala. Al encontrarse despejado el camino, Martín arrancó el carro y nos dirigimos a toda velocidad al colegio La Concepción. Esa tarde, como todas las tardes, recogíamos a mis hermanas mayores, después de finalizar las clases. Pero esta vez ya no fue posible. La rapidez en que se desencadenaban los acontecimientos, lo impidió. Con mas serenidad el chofer le informó a mi tía Rebe, lo que 85


acabábamos de presenciar. Le dijo que en el centro de la ciudad "había bulla", que los militares se habían levantado en armas para derrocar al presidente Palma. Frente al establecimiento educativo, algunos padres de familia en sus automóviles, presurosos y preocupados, llegaban por sus hijas internas, para llevarlas a sus casas. Entré al Colegio con mi tía. Nos refugiamos en su apartamento, que quedaba en las propias instalaciones del colegio, a la espera de los sucesos que se avecindaban. Martin voló en el carro a recoger a mi papá a su bufete, que quedaba en la séptima avenida y doce calle, esquina opuesta al correo, y llevarlo a la casa. Sorteando los peligros de la calle, regresó a las siete para comunicarnos que mis otras hermanas, junto con mi papá y mi mamá se encontraban sin novedad en la casa del callejón, con la advertencia de que ninguno nos moviéramos del Colegio porque la situación era de suma gravedad. En el apartamento me reuní con mis primos, mis hermanas mayores, mis tías y la abuelita, que no cesaba de rezar el Rosario pidiendo a Dios que les diera razonamiento a los militares, para que depusieran las armas, y que no permitiera que corriera la sangre. Una profesora de pintura, que enseñaba a pintar a mi primo Paco, que se encontraba en el apartamento, ya no pudo salir, porque antes de las ocho, los primeros disparos se escuchaban en las calles, irrumpiendo el silencio de la capital que ya se encontraba desolada, más que de costumbre. Esa noche no pegamos los ojos. La abuelita pasó rezando hincada en un reclinatorio, enfrente de un cuadro bien grande del Sagrado Corazón. El bullicio de las tropas disparando sus armas, se oía en todos los ámbitos de la capital, que se incrementó intensamente a la media noche. Pero de fortuna en la madrugada, se fue acentuando la intensa balacera, llegando a nuestros oídos el tronar de los cañones y el silbido de las balas, ya bastante distante y disperso. Durante la mañana los tiroteos disminuyeron y

se sucedían de manera intermitente y aislada. Ya entrada la tarde a la caída del sol, por personas amigas que llegaban al Colegio nos enteramos de las primeras novedades. Don Baudilio Palma iba camino al exilio. Había sido derrocado con el tradicional cuartelazo. Orellana había asumido el poder por la fuerza de las armas, encabezando un triunvirato de militares. Las tropas leales al gobierno habían sido diezmadas. El ministro de la guerra General Mauro de León, había caído asesinado en el parque central, enfrente de la Catedral. En todo el país reinaba el caos, la confusión y la incertidumbre. Pero al cabo de pocos días, la vida se fue normalizando, pero el ambiente que predominaba quedó tenso, de pronóstico reservado, incierto, porque se esperaban otros acontecimientos. Las fiestas de Navidad y año nuevo, las pasamos obviamente, dentro de una atmósfera pesada, de incógnitas sobre el futuro inmediato del país. Sin embargo, un hecho inesperado, que surgió repentinamente en los albores del año nuevo, despejó el confuso panorama, que cambió radicalmente la situación, al intervenir la Legación Americana exigiendo a Orellana que abandonara el poder. (Cabe recordar que en aquellos días estaba de moda "el big stick, que no era un ritmo musical, como el "charleston", sino la injerencia del imperialismo yanqui en asuntos domésticos de nuestras naciones). Trascendió que los "gringos" le hicieron entrega a Orellana, de 200 mil dólares para que saliera del país, y se radicara en España, como efectivamente así sucedió, muriendo pocos años después en la mas completa indigencia. Lo cierto del caso, es que el general Jorge Ubico, ya hacía tiempo que estaba moviendo las piezas del tablero del ajedrez político. Y cuando asumió interinamente el cargo presidencial el licenciado José María Reyna Andrade, que sustituyó a Orellana, Ubico ya gober-

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naba, no desde la casa presidencial, sino desde su casa de la catorce calle poniente. Se convocó a elecciones presidenciales en los primeros días del mes de enero de 1931, para darle un matiz democrático a los cambios que se sucedían. Y a principios de febrero, Ubico se presentó como único candidato del Partido Liberal Progresista, confirmando su triunfo la Asamblea Nacional Legislativa. Tomó posesión de la primera magistratura el 14 de ese mes. (El día del cariño, del Amor, o de San Valentín no se conocía en esa época). Un detalle simpático ocurrió cuando don Chema Reina Andrade le colocó la banda presidencial a Ubico, en sentido opuesto, es decir sobre el hombro izquierdo, lo que dio lugar a que ayudantes del Protocolo se la colocaran como Dios manda. Esto provocó hilaridad entre los asistentes, no así en el presidente entrante que visiblemente se notaba contrariado. Es justo reconocer que en aquel entonces, don Jorge tenía mucho partido. Gozaba del respaldo popular, y del importante espaldarazo del gobierno de Washington. De suerte que ese 14 de febrero de 1931, el pueblo se sentía de plácemes. Las manifestaciones populares proliferaban espontáneamente en los barrios capitalinos, y en todos los rincones del país, al grito entusiasta de "Jorge Ubico, nada más", o bien "cinco y cinco, lotería". Y es que el número cabalístico de él, fue precisamente el cinco, porque tanto su nombre como su apellido estaban formados con cinco letras. La junta directiva de su partido "Liberal Progresista", lo integraban cinco de sus prominentes miembros. Una composición musical a compás de marcha, agradable, alegre y contagiosa, comenzó a oírse en las marimbas y estudiantinas, que precisamente se llamaba "El número cinco" que el compositor Pedro Tánchez había dedicado a él, y ese día con mayor razón el No.5 se escuchaba por toda de la ciudad. Paco mi primo, Oscar Ascoli y yo, también estabamos presentes aquella tarde en

el parque central. Participábamos en una caravana de unos 500 ciclistas, integrados a la multitudinaria manifestación de respaldo y solidaridad al general Ubico. Las ruedas de las bicicletas las adornamos con listones de papel crepé en azul y blanco, entrelazados en los radios niquelados de las ruedas. El presidente presenciaba el desfile desde una plataforma que se construyó al frente de la terraza del segundo piso del edificio de la Empresa Eléctrica, de propiedad norteamericana. Sus principales ejecutivos, así como varios de sus amigos y correligionarios que formarían los cuadros de su gobierno, lo acompañaban en el estrado. Ubico entró con mano dura desde el primer día en que tomó posesión. Entre sus prioridades fue pedir los expedientes de los reos de múltiples delitos, y los que estaban sentenciados a muerte los mandó a fusilar sin ningún miramiento. Bajó los salarios de los empleados públicos, y antes de seis meses recuperó al país de la grave crisis económica que atravesaba, debido en gran parte a la baja de los precios del café en 1929. El 15 de marzo se integró el Poder Judicial, que completaría el período del anterior. La Corte Suprema de Justicia se formó con profesionales del derecho sin filiación política, y que no dejó de causar al presidente fuertes dolores de cabeza, al emitir resoluciones jurídicas que no se ceñían a su caprichoso criterio. Los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, que la integraban cinco magistrados, incluyendo al presidente, y los de las salas de apelaciones, fueron designados por la Asamblea atendiendo instrucciones del Presidente. Mi padre salió electo como magistrado vocal primero de ese organismo, que encabezó como Presidente el prominente abogado don Manuel Franco, y los otros magistrados fueron los honorables licenciados don Felipe Valenzuela, don Leonardo Lara y don Manuel V. Marroquín, que por su rectitud y valientes resoluciones se ganaron la malque-

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rencia del gobernante, y ya no fueron reelectos para el siguiente período, a excepción de mi padre que siguió como magistrado, por su estrecha amistad con el licenciado Guillermo Sáenz de Tejada, que fue nombrado presidente del Poder Judicial. La Asamblea Nacional Legislativa fue renovada en su totalidad, integrándose con diputados afiliados al partido oficial, o amigos, en su mayoría incondicionales a la voluntad del recién estrenado presidente, que tenía en sus manos a un organismo obediente para la elaboración de nuevas leyes y otras disposiciones legislativas de carácter urgente. Como presidente del poder legislativo, Ubico designó a su amigo don Luis F. Mendizábal. Por su estrecha amistad con Ubico, y por ser de los más conspicuos dirigentes del partido Liberal, el licenciado Efraín Aguilar Fuentes fue nombrado Registrador de la Propiedad Inmueble. Me viene esto a la memoria, porque en varias oportunidades de paseo por la Reforma en compañía de mi papá, se saludaban afectuosamente, cuando don Efraín se apeaba del caballo blanco de buen porte que jineteaba, en sus días de esplendor político, sin imaginar que las extrañas vueltas del destino, lo convertirían pocos años después en la principal víctima de uno de los capítulos mas crueles y dramáticos de la dictadura de Ubico.

La huelga de dolores de 1931 Los estudiantes universitarios se preparaban para la celebración de la huelga de dolores. Los bulliciosos preparativos habían comenzado desde el segundo viernes de cuaresma, en que se daban a conocer los primeros boletines y la declaratoria de la huelga de "todos los dolores", como humorísticamente ellos le llamaban. Ese viernes, a eso de las once de la mañana, mi papá y yo, nos 90

encontrábamos en la esquina de la novena avenida y novena calle, presenciando el desfile bufo que pasaba frente a la Escuela de Derecho. Había salido a las ocho de la mañana de la Escuela de Medicina. Gruesas columnas humanas recorrían las banquetas y las calles adyacentes al desfile. Algunos leían el "no nos tientes" prorrumpiendo en sonoras carcajadas. En sus páginas se veían caricaturas del gobernante y sus ministros, cargadas de expresiones de dura crítica a los primeros pasos del gobierno, pero en particular se ridiculizaba al intocable presidente de la república. Montando una escoba que aparentaba un rústico caballo, un estudiante disfrazado con un pantalón blanco de montar, guerrera azul, polainas negras, y un sombrero bicornio remedo de Napoleón, escenificaba al presidente Ubico. Mientras que un grupo de estudiantes con disfraces de militares, lo desafiaban entonando un estribillo que más o menos decía: "Don Jorge de gala y de charpa, don Jorgito de mis amores, que montado en una escoba, se parece a Napoleón, ay... que bonito". Otros grupos de universitarios cantaban y bailaban "La Chalana", y desde un camión convertido en carroza alegórica, una marimba hacía el acompañamiento de la canción universitaria. Otras canciones con la música de conocidas melodías, eran entonadas a lo largo del desfile, pero con estribillos en sorna y sarcásticos, en virtual canto de guerra y desafío al gobierno. Carrozas alegóricas, de punzantes críticas sobre recientes acontecimientos, despertaban el entusiasmo del publico, que reía y aplaudía el ingenio universitario. La intervención "del Tío Sam" en la caída de Orellana, el manipuleo presidencial de Ubico desde la 14 calle, y el candidato único en las elecciones presidenciales, fueron las carrozas alegóricas que más llamaron la atención del publico. Pero hubo otras ocurrencias de connotación política, que fueron el hazmerreír del pueblo, y la furibunda reacción del gobierno.

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Repentinamente en un santiamén, como si hubiera caído una descarga apocalíptica en medio de la escena, el panorama alegre y divertido del ingenio juvenil, cambió brusca y dramáticamente, convirtiéndose en un caos y una desordenada desbandada de los actores y publico asistente a la jocosa Huelga de Dolores. Unos quinientos policías armados hasta los dientes, blandiendo garrotes, transformaron la escena alegre y bulliciosa, en una penosa batalla campal, disolviendo violentamente el desfile, a garrotazo limpio, y dispersando bruscamente al público. El saldo fue de cientos de universitarios detenidos y golpeados salvajemente, entre ellos universitarios salvadoreños que fueron invitados a la fiesta estudiantil. El periódico "No nos tientes" paró en las manos coléricas de la policía, destruyéndolo y convirtiéndolo en añicos. Y la supresión definitiva de las manifestaciones estudiantiles de la Cuaresma, fue dispuesta ese mismo día por el gobierno. Mi papá fue presa de indignación y condena enérgica, ante los hechos lamentables que habíamos presenciado, no solo por la brutalidad de la policía al disolver a los estudiantes, sino por la grosera acometida contra el público, que nosotros nos habíamos escapado milagrosamente. Así finalizó aquel trágico viernes de Dolores del año de 1931. El desfile bufo de los estudiantes de la Universidad Nacional, no volvió a recorrer las calles de la capital, sino hasta 14 años después, en la Cuaresma de 1945, cuando el general Ubico había salido del poder, y se encontraba en el exilio en la ciudad de Nueva Orleáns, pocos meses antes de su fallecimiento, en 1946.

En el decenio de los años 30, hablar del Colegio de San José de los Infantes, era hablar del Padre Sicker. Lo

conocí una mañana del mes de mayo de 1931. Mi papá me presentó con él, siendo el Director del Colegio, en ocasión en que fui inscrito como alumno del tercer grado de primaria, en el año escolar que pronto se iniciaría. Confieso que sentí un ligero escalofrío en todo el cuerpo ante su presencia. Me pareció ver en él, a un siniestro emisario de la Inquisición, enviado por el tristemente célebre Torquemada, para establecer en el colegio un tribunal del Santo Oficio, y castigar con crueles torturas las faltas de los alumnos, aunque éstas fueran intrascendentes. Pero que lejos estaba yo de la verdad. Porque al pasar los primeros días de clase lo fui conociendo, y su persona me inspiró simpatía. Me infundió confianza. Y comprendí que me había equivocado al juzgarlo a primera vista. Pero fue por su personalidad de clérigo adusto, rígido, enérgico, que revelaban sus principios de autoridad y don de mando. Pero estaba dotado de excelentes atributos personales y de gran sensibilidad humana. Al Padre Sicker lo llegué a respetar y admirar mucho. Gozó de múltiples simpatías y afectos en los círculos religiosos, educativos y sociales de aquel entonces. Detuve la vista en una de las veteranas paredes de la Dirección, donde había un cuadro bien grande, que me llamó vivamente la atención. Era un retrato antiguo de artística pintura, del Arzobispo de Guatemala Monseñor Doctor don Cayetano Francos y Monroy, precisamente el fundador del Colegio de Infantes allá por el año de 1778, según la versión que nos dio el director del colegio. El profesorado del Infantes lo formaban honorables maestros seglares, a excepción del Director y del Confesor de los alumnos, que eran virtuosos sacerdotes. Mi profesor fue don Moisés Ramírez Leiva, un joven y competente maestro a quien quise y respeté en los pocos años que me dio clases, ya que en 1935 los Hermanos Maristas que llegaron a Guatemala, procedentes de

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El colegio de infantes, a la sombra de la catedral


España y de Colombia, se hicieron cargo del Establecimiento, renovando el personal docente y administrativo. Al profesor Ramírez lo perdí de vista pero volví a verlo años después en Quetzaltenango. A él me referiré en su momento. Al Padre Sicker lo visité unos nueve años más tarde. Era Párroco de la Iglesia de Santa Cecilia. En el comedor de la Casa Parroquial, sostuvimos una interesante charla, amena y cordial y de simpáticos recuerdos cuando fue Director del Colegio. Le hice reír a carcajadas al contarle la non grata impresión que sentí, al confundirlo con un inquisidor del Santo Oficio, la primera vez que lo vi. Me llamó insensato, y no se que otras cosas más. Pero al final de cuentas nos reímos haciendo bromas del cruel desaguisado. No cabía en su cabeza ser discípulo del dominico e inquisidor español, que si bien fue famoso por su ciencia y su fanatismo, fue el autor de las normas de los bárbaros castigos que se aplicaban a los delitos cometidos contra la fe católica, que violaban abiertamente la libertad de conciencia y eran contrarias al espíritu mismo del Cristianismo. Es oportuno resaltar que el actual Pontífice de la Iglesia, Su Santidad Juan Pablo II, en una declaración pública, pidió perdón a la humanidad por "los excesos de la Inquisición". Y a propósito de la Inquisición, le hice al Padre Sicker esta pregunta: ¿Qué opina del sacrificio tan cruel e inhumano a que sometieron a Juana de Arco?. Haciendo acopio de su aguda inteligencia, me respondió así: "Santa Juana de Arco, de origen humilde y de gran piedad, está considerada como una Heroína de Francia. Ciertamente su sacrificio no fue producto de la Inquisición. Esta surgió a principios de 1500, y el sacrificio de Juana ocurrió 300 años antes. Nació en la pequeña población de Domremy en el año 1412, y su muerte en 1431, es decir a sus 19 años de edad. Era una jovencita. Las apariciones de San Miguel, de Santa Catalina y Santa

Margarita, le revelaron su misión de libertar a Francia del poder de los ingleses". El Padre Sicker continuó: "Al frente de un ejército, Juana liberó Orleáns y derrotó a los invasores ingleses en Patay. Hizo coronar a Carlos VII en Réims y puso sitio a París, pero tuvo que renunciar a su patriótica empresa por orden del propio Rey". Considera, ¿que en la diabólica maquinación contra ella, se movieron intereses políticos, hasta llevarla al horrible sacrificio?. Sieker puntualizó: "No admite la menor discusión de que así fue. Una vez abandonada traidoramente por los suyos, cayó en poder de sus enemigos, quienes la declararon culpable de herejía, condenándola a morir en la hoguera". Sin embargo, observé yo, la Iglesia la rehabilitó al poco tiempo ¿No fue así?. "Efectivamente. Roma le restituyó sus virtudes piadosas, veinte años después de su sacrificio, pero fue Canonizada hasta el año 1920. Es decir que el proceso de su santificación, ocupó 489 años. Santa Juana de Arco es una de las figuras más puras y brillantes de la historia de Francia y de la humanidad. La fiesta de ella, que fue fiesta nacional en su Patria, se celebraba el domingo siguiente al 8 de mayo, pero el día consagrado a su memoria aparece en el Calendario Cristiano el 31 de ese mes". Continuamos la charla con el Padre Sicker. Y aunque omitió el nombre del personaje político que cita en el siguiente párrafo, quizás por un exceso de discreción, yo supe tiempo después, que fue el general Miguel Ydígoras Fuentes, el protagonista de la escena a que se refirió mi ex director. En efecto, me contó entre otras cosas, que un candidato presidencial, lo visitó para solicitarle una colaboración muy extraña. Esta colaboración consistía en que desde el Confesionario, promoviera una campaña proselitista entre los feligreses a favor de su candidatura presidencial, y que al ocupar el poder ayudaría a manos llenas no solo a él, sino a toda la Iglesia. En otras palabras, ya se conocían en ese tiempo, los ofrecimientos dema-

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gógicos de los candidatos, cuyas promesas electorales se quedan en promesas, defraudando a los electores. El le respondió que eso era imposible. Se lo prohibía la Iglesia Católica, de acuerdo con el Código Canónico. Además él era extranjero, de nacionalidad austríaca. Amaba a Guatemala como su segunda Patria, pero las legislaciones de cada país no permitían que los extranjeros se inmiscuyan en la vida política y asuntos internos de los estados. El candidato salió de la Sacristía del Templo con las trompetas destempladas. Con su música a otra parte. "Pero él", concluyó el Padre Sicker, "jamás se hubiera prestado a un asunto reñido con la moral y la ley, muy alejada de su manera de ser". Una cordial despedida selló la charla.

El Director del Infantes se llamaba don León Lacombe. Hermano Marista, educador, de origen francés, alto, regordete, ceñudo, entrado en años, inaccesible, de carácter áspero y refunfuñón, que impartía las clases de catecismo. Mi profesor fue el Hermano Efrén. Competente educador, de carácter inflexible y un poco irascible, como eran los caracteres de la mayoría de los hermanos maristas recién llegados a Guatemala, y aquí si cabe agregar, de un subido color inquisitorial. Conmigo tuvo un tratamiento especial. Cálido, afectuoso y comprensivo, que me obligaba al cumplimiento de los deberes y obligaciones del alumno, para no defraudarlo. Sin embargo, un lamentable incidente me ocurrió cierto día. No se como cayó en mis manos una novela titulada "Malditas sean las Mujeres", que leía con avidez. El autor era el brillante, pero controversial periodista, crítico y novelista colombiano José María Vargas Vila, creador de novelas de carácter morboso, y relatos llenos de inmoderada violencia, que

gozaron de gran notoriedad en su época. Don Efrén me decomisó el libro que yo había escondido en mi pupitre. Se apoderó de él y fue a parar a manos del Director. A don León los alumnos lo apodaban con el "mote" de "mojojoy". Quien sabe porque, talvez por su iracundia. Por más que insistí para la devolución del bendito o maldito libro, no prosperó ninguna gestión. Al contrario, hasta se habló de mi expulsión del colegio, por entregarme a lecturas nocivas prohibidas por la Iglesia. Y el caso adquiría mayor gravedad, tratándose del autor colombiano, cuyos escritos estaban señalados de obscenos y pornográficos, reñidos con la moral y las buenas costumbres. Y de consiguiente, condenados y rechazados por el Clero, y los furibundos moralistas. Gracias a Dios de que la Inquisición había quedado abolida desde la Revolución Francesa, pues de lo contrario yo también hubiera corrido la mismísima suerte de muchísimos cristianos, con mis huesos ardiendo en la hoguera. Esta expresión inmoral de Vargas Vila fue muy conocida en aquellos días: "Cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber". Imprudentemente, a pesar de que el cotarro estaba tan alborotado, no me di por vencido, al reclamar mi libro. Llegué a la insensatez de comprometer a mi hermano Jorge, que cursaba el segundo año de primaria, para que le hablara al Director pidiéndole que me devolviera el polémico librito, sin reparar en el riesgo de duras represalias a que lo estaba exponiendo. Pues bien, a la hora del recreo, aprovechando que Lacombe se encontraba en la esquina de uno de los corredores, embebido en una lectura mística, Jorge se le acercó ingenuamente, y le dijo que de mi parte le hiciera entrega del libo de mi propiedad, que tenía en su poder. Si una serpiente cascabel hubiera mordido al director, estoy seguro que no hubiera reaccionado como lo hizo. A gritos y ademanes histéricos, le exigió que se apartara de su vista, so pena de propinarle una tremenda

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Los hermanos maristas


paliza con el grueso y largo garrote que amenazante blandía en una mano. Es obvio suponer el pánico que se apoderó de mi pobre hermano. Más volando que corriendo, salió atemorizado a refugiarse en el aula del segundo grado de primaria, de donde no se atrevió a salir hasta que finalizaron las clases de ese día. En medio de este caos. En medio de la tempestad desatada en un vaso de agua, don Efrén, - que para mí fue una persona humanista y comprensiva, y a mucha distancia de los arrebatos y pataleos de don León -, me buscó para charlar a solas conmigo. Me dio sabios consejos, y orientaciones para la mejor escogencia de libros, novelas, revistas y cuanto material de lectura pasa por nuestras manos. Me contó que por ser colombiano, había conocido al novelista, pero que de ninguna manera compartía el pensamiento y la pluma perversa, maligna y venenosa de Vargas Vila, que tanto perjuicio estaba causando a la sociedad, particularmente a la salud mental de la juventud de ambos sexos. Por las presiones de la Iglesia y la sociedad de Colombia, se vio obligado a huir del país y refugiarse en México. Allí siguió imprimiendo sus atrevidas producciones, en algunas editoriales que medio le abrieron sus puertas, hasta su trágica muerte en 1933, al quitarse la vida de un disparo en la cabeza. Mi profesor me preguntó si había leído otras novelas de él. Le contesté que sí. "María Magdalena", (en mi concepto, una obra denigrante, injuriosa, infamante y venenosa para la Santa Penitente, a quien yo admiro y respeto con singular devoción). Y, "Los Parias", de profunda filosofía socialista, pero de incitación violenta a las masas populares. Otras obras de este autor que ocuparon primeros lugares en circulación, que yo no leí, fueron entre otras, "Ibis, Aura o las violetas, Flor de fango y las Rosas de la tarde". Por supuesto que "Malditas sean las mujeres", se convirtió en un montoncito de cenizas, según me contó un alumno interno, pocos días después. 98

No quiero cerrar este capítulo sin antes traer a la memoria, los nombres de algunos condiscípulos y amigos de aquellos lejanos años del colegio de Infantes. Muchos de ellos, yo creo que casi todos, ya pasaron a mejor vida, pero a todos los recuerdo con estimación y cariño. Amigos y compañeros de grado recuerdo a los hermanos Dante y Flaminio Rosito, René Flores, Tono Aycinena, Roberto Alejos, Chico Arrivillaga, Ricardo Arguedas, Mario y Leonel González, Tono Anzueto, Jorge Micheo, Jorge, Roberto, René y Augusto Vizcaíno, el Canche Andréu, Manuel Eduardo Aparicio, Tacuasín Mazariegos, Joaquín Alcain, Alejandro Stormont, Jorge Lascout y Federico Buonafina. Aunque estudiaban en años superiores fueron mis amigos: Polo Castellanos y su hermanos Rafa y Quique, Jorge Pellecer, Alfonso Marroquín Orellana y su hermano Polo, Felipe Valenzuela, Luis Aycinena, Daniel Barreda, Pedro Cofiño, y muchos más respetables compañeros de estudios que se escapan de mi memoria por las inclemencias del tiempo. Aunque estudiaban en el Instituto Modelo, del recordado don Miguel Asturias Quiñónez, no puedo dejar de mencionar los nombres de Guicho Beltranena, Fito Aguirre y el Seco Tejada, con quienes me unió una entrañable amistad. Entre los compañeros de Jorge mi hermano recuerdo a Roberto y Fito Castañeda, Jorge Aycinena, Inés Arimany, Pepín Villaverde, Julio González Celis, Alfonso Sobalbarro, Mario Gamalero...y muchos mas.

Inolvidable velada en el Palace: Tito Guízar y Willy Toriello en un mano a mano En los años comprendidos de 1935 a 1941, existen para mí, multitud impresionante de recuerdos. Son retazos de mi vida, que no es posible dejarlos al margen de 99


VIVENCIAS, y que con todo gusto los traslado a mis amables lectores. Los primeros radio receptores llegaron a Guatemala en los inicios de ese quinquenio, de las marcas RCA Victor, General Electric, Atwater Kent y Crosley. El distribuidor de estos últimos aparatos fue don Enrique Toriello. Con la anuencia del lector, recorro con mi pensamiento, los recuerdos de aquel entonces. A la casa del callejón de corona, Willy, (hermano de don Enrique y de don Jorge, alumno de mi papá en el tercer año de la Escuela de Derecho, años después, Canciller del gobierno de Arbenz), llegaba como agente vendedor de esos aparatos de radio, que, armado de una tremenda guitarra, nos endulzaba el oído con su melodiosa voz, al entonar alegres canciones rancheras del folklore mexicano. Para corresponder las gentilezas artísticas de Willy, mi papá le compró no se cuantos radios. Pero lo cierto es que en la casa no habían menos de cuatro o cinco Atwater Kent y Crosley. Yo me apoderé de uno de estos aparatos maravillosos, y lo instalé en una salita a la entrada de mi dormitorio. En esos días llegó a nuestro país, uno de los cantantes mexicanos de música ranchera más cotizados. Me refiero a Tito Guízar, figura estelar que por su apuesto continente y su excelente voz de barítono, conquistó multitud de simpatizantes en su país y fuera de el. A Guízar, las multitudes, particularmente del bello sexo, lo aplaudían y vitoreaban como un ídolo de la música popular mexicana. Yo asistí al recital que dio en el Palace. Me impresionó su conmovedora voz, al escuchar esas canciones que no pasan de moda. Entre otras, "Cielito lindo", "Allá en el rancho grande", "Jalisco nunca pierde", "La piña madura", "Adelita". Cuando interpretó "La piña madura", necesitaba de una segunda voz, que le hiciera eco a la letra de la melodía ranchera. Willy Toriello saltó desde la platea al escenario. Lucía como Tito, vistoso y pintoresco traje de

charro, para responderle "como hombre" las provocativas estrofas de la canción. El publico que llenaba la sala del Palace, estalló en delirante entusiasmo. La gritería, las vivas, y los aplausos tronaban al concluir la canción, y cuando Tito y Willy bajaron del escenario, fueron insuficientes los hombros para cargarlos. Las mujeres con lágrimas en los ojos, les lanzaban besos y ramos de flores. Fue en ese entonces cuando vio la luz pública la XEW "La voz de la América Latina desde México", que en su frecuencia de 900 kilociclos onda larga, entraba con toda nitidez en los escasos receptores que había en la capital. Talvez unos 1500 aparatos. Las noches de los lunes, miércoles y viernes, los conciertos de Agustín Lara, patrocinados por los productos de tocador "Tres flores", los escuchábamos en la sala la familia completa. Los siete hermanos, algunos vecinos y mis papás, no perdíamos detalle de los gustados programas. Era deleitante oír las consagradas voces de Toña La Negra y Pedro Vargas, insustituibles intérpretes de las bellas canciones del "músico poeta", como se le llamaba al genial compositor veracruzano. Quiero recordar los nombres de algunas de las canciones, que formaban los números musicales de esos conciertos, y que en alguna oportunidad usted amable lector habrá escuchado, y valorizado, esa música de mucho sabor y de mucha armonía, sin dobleces maliciosos y sin salirse de la poesía estrictamente romántica y humana. El insigne compositor tenía especial predilección por dos de sus canciones: Farolito y Azul. Esta ultima servía de tema musical de sus audiciones. A continuación menciono las más populares y gustadas melodías: Oración Caribe, Palabras de Mujer, María Bonita, Solamente una vez, Mujer, Veracruz, Conchanacar, Palmeras, Madrid, La cumbancha, Noche de ronda, y Tus pupilas. Asimismo figuraban en los primeros lugares de popularidad, El Cisne, La Revancha, La Marimba, y decenas más de una gran fantasía musical, que

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se escapan de mi memoria. Toda su producción recorrió la América Latina y España, y aún otros países del mundo entero, como Francia e Italia, en que sus inspiradas composiciones musicales fueron recibidas con singular simpatía por los amantes de la música popular. Lara visitó nuestro país en 1937. Con mi padre presenciamos cuando ingresó a la emisora TGX, del Liberal Progresista, de mi recordado amigo Miguel Angel Mejicano Novales, colaborador y amigo del dictador. Por eso la TGX, fue la única radiodifusora particular que funcionó en tiempo de Ubico, en el mismo edificio del periódico "El Liberal Progresista", vocero del partido oficial, ubicado en la novena avenida sur, entre la décima y once calles. No se me olvida que el famoso compositor, lucía un elegante traje gris claro, acompañado por amigos suyos, guatemaltecos y mexicanos, periodistas y elementos de su seguridad. Nos llamó la atención el intenso despliegue de la policía secreta en los puntos cercanos al edificio de la radioemisora, y en las bocacalles cercanas. Jamás supe la aversión del presidente Ubico, al Maestro Agustín Lara. Al extremo que su hermosa música estaba prohibida, que la ejecutaran las marimbas o reproducirla en discos, en las cuatro estaciones de radio que operaban en el país. Estas eran, TGW, La Voz de Guatemala, TG1 y TG2, Radio Morse de la Dirección General de Comunicaciones, la TGX, ya citada, y la TGQ, La Voz de Quetzaltenango. Volviendo a tomar el hilo de la narración sobre las actividades musicales de la XEW, traigo a mi memoria los nombres de aplaudidos cantantes de la talla de Lola Beltrán, Lucha Reyes, Amalia Mendoza, Ana María González, Jorge Negrete y Pedro Infante, sin olvidar, a las excelentes vocalistas como María Luisa Landín y su hermana, las Hermanas Aguila, (Paz y Esperanza), que compaginaban sus lindas voces en un dueto de 102

maravillosas entonaciones. Lupita Palomera, Amparo Montes, Elvira Ríos, que tenían un delicado gusto de escoger para sus interpretaciones, las canciones más románticas de Agustín Lara, de Alberto Domínguez, María Grever, Gabriel Ruiz, José Alfredo Jiménez o Tata Nacho. Otros cantantes muy destacados en esos días fueron, Emilio Tuero, Fernando Fernández, Ramón Armengod, Juan Arbizu, Cuco Sánchez, Los Hermanos Martínez Gil, y el doctor Alfonso Ortíz Tirado. Finalmente recuerdo a los académicos locutores, con que contaba la XEW, entre ellos Pedro de Lile, Ignacio Santibañez, el bachiller Alvaro Gálvez Cifuentes, y el eximio Manuel Bernal, considerado como el mejor declamador de la América Latina. A varios de estos locutores tuve el honor de conocerlos, cuando en 1947 visité los estudios de la emisora, en avenida Ayuntamiento, en ocasión en que asistí integrando la delegación de Guatemala, a la Primera Conferencia Mundial de altas frecuencias, que tuvo lugar en el Distrito Federal. Pero de esto hablaré en su momento.

Estuve a punto de ser militar. Mi incursión en la radio. Pregonero de la lotería Volaba el mes de julio de 1938. No se porque extraña circunstancia, hice solicitud de ingreso a la Escuela Politécnica. Dos meses antes de los exámenes de admisión, el coronel René Morales, profesor de la Escuela, nos dio clases a tres aspirantes sobre las principales materias que teníamos que sustentar. Creo que geografía e historia de Guatemala, gramática castellana y matemáticas. Mi tío, el licenciado Carlos Salazar, medio hermano de mi papá, que ejercía fuerte influencia en la escuela militar, en reconocimiento a sus méritos como el 103


cadete 88 de la antigua Escuela Politécnica, y por mi condición de pensionista, es decir que los gastos de mis estudios, mi papá los iba a sufragar, me colocaban en una posición muy ventajosa para mi ingreso a la Escuela Militar. A esto hay que agregar que mi tío Carlos, desempeñaba la cartera de relaciones exteriores, lo cual también me favorecía. Otro factor que me ayudaba para mi ingreso, es que el coronel Morales tuvo la gentileza de facilitar a sus tres alumnos, los tests de los exámenes de admisión. De suerte que los tres aspirantes que recibimos clases de él, obtuvimos los tres primeros lugares en las pruebas de evaluación. A mi me correspondió el primer puesto. Nos presentamos alrededor de 150 aspirantes, en su mayoría bequistas, o sea que corría por cuenta del Estado su hospedaje y estudios. El cupo oscilaba en más de cincuenta plazas. Pero la suerte afortunadamente no me sonrió. En el examen de la vista fui eliminado. Y cosa extraña, jamás he padecido de la vista y nunca he necesitado lentes de graduación, incluso hoy en los años otoñales de la vida, leo perfectamente bien sin anteojos. ¡Cosas veredes Sancho amigo!. Entre paréntesis, mi señora madre siempre desaprobó que yo siguiera la carrera de las armas...y seguramente, La Santísima Trinidad, de quien era muy devota, la escuchó, y le hizo el milagro. Por supuesto que me prometí no hacer un segundo intento, como ocurría con muchos aspirantes, que después de un montón de veces de presentarse a las pruebas de evaluación, por fin ingresaban... talvez por inercia. Al quedar cerrada esa simpática experiencia, tomé un camino completamente distinto, que lo recorrería en un largo trecho de mi vida. Y al igual que todos los caminos, no lo encontraría precisamente bordeado solo de rosas, sino también de espinas, y mas espinas que rosas, pero que en definitiva, me hizo penetrar a un mundo de sorpresas y satisfacciones muy agradables. Veamos que ocurrió.

Me puse bien catrín. Traje claro, camisa blanca, corbata oscura, zapatos negros. Pasé al parque central a darme un lustre. Me dirigí a la dirección general de comunicaciones a solicitar una plaza de locutor en la Radio Morse, con tan buen augurio que después de las pruebas a que fui sometido, fui admitido como locutor suplente, es decir para llenar vacantes temporales o prestar

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El autor, en sus años de locutor de radio

servicios de locución en transmisiones a control remoto. Se me asignó un programa de lunes a domingo de las 10 a las 12 horas, en los estudios de la Emisora. Mi trabajo consistía en la lectura de boletines del gobierno, intercalados con música ligera o selecta popular, en grabaciones eléctricas que contenían valses, mazurcas, chotis, polkas, y demás música de ese género, con orquestas sinfónicas, de cámara o conjuntos de cuerdas. Los operadores, desde la cabina de controles, se encargaban de los aspectos técnicos de los programas,


abriendo y cerrando micrófonos o poniendo y quitando discos. Con todos ellos hice muy buena amistad. Muy bien recuerdo un álbum de aires españoles. "Los Piconeros" y "Antonio Vargas Heredia", célebre torero español, en la inigualable voz de la famosa Imperio Argentino. La voz de la soprano lírica alemana Erna Sargs, interpretando los valses de Strauss. Al tenor italiano Enrico Caruzo entonando trozos selectos como "La Donna Inmovile", o el canto napolitano "O sole mío", o fragmentos de la opereta La viuda alegre, de Franz Lehar, o las conocidas baladas de "Carmen", de George Bizet. Mi jefe inmediato superior se llamaba Félix Calderón Galicia, subdirector de comunicaciones en el ramo de telégrafos. Magnífica persona de quien recibí solícitamente apoyo y estímulo en mis labores. La secretaría la desempeñaba don José Luis Pineda, quien también me brindó su amistad, y a quien volví a encontrar años después, en la secretaría de la junta directiva del IGSS, cuando trabajé como jefe de relaciones públicas del seguro social. En ese empleo conocí a excelentes personas. Francis Gall, ex combatiente de la segunda guerra mundial, y encargado de la riquísima discoteca de música selecta de la estación. A Ramón Mayorga, locutor oficial, con quien mantuve a través de muchos años una inquebrantable amistad. No faltaba el primero de noviembre, a la casa del callejón de corona, a comer el buen fiambre, que preparaba mi mamá. En mas de una oportunidad, a Moncho lo acompañó su señor padre, el recordado don Ramón, y "Chita" su esposa, fallecida lamentablemente poco tiempo después. También conocí a don Carlos García Bauer, que se desempeñaba como secretario de la dirección general, y a su hermano José que trabajaba en el archivo. Cierto día me llamó don Félix a su despacho. Me comunicó mi nombramiento de Pregonero de los sorteos

de la lotería nacional, que la estación transmitía a control remoto el primer domingo del mes a las 10 de la mañana. No recuerdo bien el monto de la remuneración por cada sorteo, que me cancelaba la lotería, pero creo que era una poquedad, algo así como 15 o 20 quetzales. Pero esos billetes me eran de mucha utilidad para gastos menores. Tenía en el bolsillo para comprar una caja de chocolates para la novia, o invitarla al cine, o a tomar un helado, o una taza de café con leche en el salón Sharp, que era lo de mas tupé en aquel entonces. Los sorteos se verificaban en el edificio de la Lotería Nacional, que estaba situado en la octava avenida y décima calle, en presencia de unas 500 personas que acudían ansiosas en busca del gordo, o cuando menos de una colita de reintegro, por las terminaciones de los premios mayores. En el proscenio se encontraban instaladas las dos urnas que contenían las balotas o "pelotillas". La más grande contenía las balotas marcadas con los números de los billetes, y la otra los premios. Las balotas caían en unos vasos de cristal, colocados en medio de las urnas, por medio de unos conductos cilíndricos que manipulaban internos del Hospicio Nacional. El Pregonero, con cubre mangas blancas, ceñidas en las muñecas con elásticos, extraía simultáneamente las balotas y las daba a conocer públicamente. La junta directiva de la Lotería Nacional, supervisaba y presidía el sorteo. Casi siempre estaba integrada por las mismas personas, que eran, don Francisco Cordón Horjales, director general de beneficencia pública, don Antonio Linares, vecino honorable en representación de la sociedad, don Francisco Arévalo, tesorero de la lotería, el juez de paz abogado Cecilio Mayorga y el secretario de la dependencia don Arístides Marchena. Los sorteos se clasificaban en ordinarios y extraordinarios. Los segundos se realizaban en fechas especiales del año, como el Día de Reyes, el 15 de septiembre y la

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Navidad, en que las emisiones de billetes alcanzaban más de 30 mil números, y el premio mayor llegaba a los 125 mil quetzales. En tanto en los sorteos ordinarios, el monto del primer premio llegaba a 75 mil quetzales, con una emisión menor a los 30 mil billetes. Me voy a permitir contar a mis lectores lo que me ocurrió una noche como a las nueve, en la víspera de un sorteo extraordinario. La muchacha de adentro me avisó que me buscaban tres personas desconocidas, y que tenían urgencia de hablar conmigo. Salí a la puerta de calle, y a los tres los conocía. Trabajaban como empleados en la Lotería, y aunque con frecuencia nos habíamos tropezado en las instalaciones del edificio, no sabía sus nombres. Los pasé a la sala y les pedí que me informaran la razón de su visita. A grandes rasgos me explicaron de lo que se trataba, y yo explicaré a los lectores, cual era la misión de la misteriosa visita. En un cartapacio negro portaban un billete entero del sorteo extraordinario del día siguiente. Y que tremenda sorpresa me llevé, porque tenían en sus manos, nada menos que la balota con el número que correspondía precisamente al billete entero que portaban en el cartapacio negro. Me parecía increíble lo que yo estaba viendo. Y también me parecía increíble lo que ellos estaban tramando. La riesgosa y fraudulenta operación, consistía en cambiar la balota que saliera de la urna, por la que ellos tenían en su poder, y que la habían extraído de la urna, o bien la habían falsificado. La operación se haría en el momento en que saliera el premio mayor. Como se dice corrientemente, estos señores me habían agarrado en curva, sin luces y sin frenos...yo no sabía que hacer...no podía salir de la sala para avisar a mi familia, mucho menos acudir al teléfono para dar parte a las autoridades de la lotería, o a la policía, porque me tenían acorralado. Comprendí que había caído ingenuamente en una trampa, y que mi vida corría peligro. Medité

profundamente. Le pedí a Dios que me ayudara a salir de aquel atolladero. Pensé que al acusarlos, no disponía de pruebas, ni siquiera de testigos, nada más que mi palabra contra la de ellos, y entonces el intríngulis se revertiría contra mí, pasando de acusador a acusado. Jugándome el todo por el todo, opté por rechazar de plano la propuesta. No se como le hice, pero afronté el asunto con serenidad y firmeza. Les dije que no daría parte a las autoridades, por tratarse de amigos "honorables", conocidos míos, de mi estimación y aprecio, y competentes trabajadores de la Institución, a la que yo admiraba, como ellos también, por su generosa finalidad proyectada a la beneficencia pública. Comprendí que mis palabras habían surtido el efecto que yo perseguía. Sacudirme de ellos con palabras melosas y prescindir de amenazas. Aunque en mi interior, sentía deseos de avisar a la policía, y hundirlos en la cárcel. El reparto del botín, o mejor decir de la estafa, se distribuiría en un 50% para mí, y el otro 50% para mis delincuentes visitantes. Pero la fiesta no se realizó. La piñata no fue quebrada. Y los dulces se quedaron en la tinaja de barro. La vigilancia que ejercía la policía secreta en los sorteos, abarcaba todos los rincones del edificio. Pero naturalmente yo constituía el objetivo principal, y por eso metían entre el público muchos "cuijes", que vigilaban todos mis movimientos, sin perder de vista hasta mis menores ademanes. Cuando salía el premio mayor, la banda del Hospicio, ejecutaba después de las dianas, una pieza musical, momento que yo aprovechaba para darme un pequeño descanso y tomar una taza de café en una salita pegada al escenario, en compañía de Paco Cabarruz, que era el operador asignado a los sorteos. Esa vez sucedió algo preocupante. Pero que no dejó de darme risa. Resulta que cuando empujé la puerta de acceso a la pequeña habitación, di un golpe en la frente al temible

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José Bernabé Linares, jefe de la policía secreta, quien por el ojo de la chapa estaba volando vidrio de todos mis movimientos. Pero no se porque razón no se percató el intruso jefe policíaco de que había salido el gordo, y permaneció en su puesto de vigía hasta que le di con la puerta en las narices. No dejó de contrariarme, pero más a él que a mi. Naturalmente que el incidente me sirvió para poner las barbas en remojo.

Es el 14 de septiembre de 1939. Se conmemora el 119 aniversario de la Independencia Nacional. La Secretaría de Instrucción Pública, invitó a un concierto de gala con la Orquesta Sinfónica Nacional, a las 9 de la noche, en la sala de conciertos del Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Cuando se transmitían este género de programas, previamente, con cinco días de anticipación, en la secretaría de la subdirección de comunicaciones, me proporcionaban el programa a desarrollarse con las obras musicales que ejecutaría la orquesta. Igual procedimiento se seguía con los conciertos de la Banda Marcial y las bandas de los cuerpos militares reunidas en un solo grupo, que Radio Morse transmitía desde la concha acústica del parque central, los días miércoles a las nueve de la noche. Para elaborar los textos alusivos a las composiciones musicales, o datos biográficos de los compositores, recurría a las bibliotecas en busca del material que necesitaba. Los textos procuraba redactarlos con el mayor número de datos de las obras, y de la vida de los compositores. La sala de conciertos del Conservatorio, deslumbraba esa noche con la presencia de una selecta concurrencia. Hacían acto de presencia, altos funcionarios

del gobierno, Cuerpo Diplomático y Consular, y lo mas granado de la sociedad guatemalteca. Al frente de la Sinfónica, como director titular, se encontraba el maestro Gastón Pellegrini, de riguroso frac, batuta en mano listo para iniciar el concierto. En sus respectivos puestos, igualmente vistiendo de frac como el Director, estaban pendientes de la señal reglamentaria, - o sea tres ligeros golpes con la batuta, que propina el director en el atril -, los sesenta profesores integrantes de la agrupación sinfónica mas sobresaliente de Centro América. Hacía pocos días que Pellegrini había asumido ese cargo, sustituyendo por disposición del gobierno al maestro Salvador Ley, que quien sabe porque razones fue removido. A la derecha y al frente del director, estaban colocados el violín concertino y los violines primeros, y a su izquierda los violines segundos, y enseguida el peso completo de la orquesta, dejando espacioso lugar al solista, para el piano, para el arpa, para el órgano o el violín. Seguían en formación circular, las violas, violoncelos, contrabajos, oboes, flautas, pícolo, clarinetes, fagotes, cornos, trompetas, trombones, tuba, timbales y percusión. Un profundo silencio invadió la sala. La Orquesta Sinfónica Nacional, irrumpió de pronto, magistralmente, con la Obertura Egmont, del compositor alemán Ludwig van Beethoven, que como toda su música está llena de sentimiento y de una fuerza de expresión conmovedora. Esta obertura la escribió Beethoven en 1816 y está basada en la tragedia en prosa, en cinco actos, del poeta alemán Goethe, que es una de las figuras mas altas de las letras universales. El segundo punto del programa, fue el Concierto Número Uno para piano y orquesta del compositor ruso Peter Ilich Tchaikovski, que hizo vibrar la sala de conciertos, con la fuerza impresionante de la instrumentación de la orquesta. Mención especial mereció la virtuosa solista Georgette Contoux de Castillo, que con su genialidad de artista, interpretó al piano a toda

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Las transmisiones a control remoto. La Orquesta Sinfónica Nacional.


profundidad, el sentimiento, la sobriedad y la expresión de estilo, de esta hermosa obra del inmortal compositor ruso. Nos da la sensación de que en el concierto de gala, en homenaje a nuestra Patria, predomina la tendencia por la música del insigne compositor alemán, ya que el maestro Pellegrini, acaba de levantar la batuta, y dirige la impresionante Quinta Sinfonía de Beethoven. Antes de caer el telón, para cerrar la primera parte del programa, la Sinfónica interpreta "Claro de Luna", del sensitivo compositor Claude Aquiles Debussi, en el estilo evocador, sutil y renovador del lenguaje musical, que caracterizó a las inspiraciones del genial compositor francés. En la segunda parte del concierto, se incluyó música de compositores guatemaltecos. Se abrió con la "Obertura Indígena Número Dos", del maestro don Jesús Castillo. Siguieron fragmentos de la "Opera Quiché Vignac", del mismo compositor, y la audición de gala se cerró, con los aires folklóricos de "Fantasía Campesina", del inspirado compositor quetzalteco, doctor José Pacheco Molina.

Cuando yo llegué a las 8 y media de la noche, Pepe Vargas, técnico de Radio Morse, y los operadores Mario Portilla y Enrique Ruano, estaban dando los últimos toques en la conexión de los aparatos del control remoto, y me enteraron de que las pruebas y el enlace con los estudios funcionaban a pedir de boca, y que todo se encontraba listo para abrir los micrófonos a las nueve en punto. Mientras llegaba la hora, recorrí y di un vistazo por todas partes, y me dio gusto ver los amplios y bien iluminados locales del edificio, que lucían con sus pisos bien brillantes y las mesas redondas y rectangulares para los comensales, luciendo nítidos manteles blancos con

rosas rojas graciosamente desparramadas en ellas. La espaciosa sala que unía con el corredor de la entrada, convertida en la pista de baile, con capacidad para unas 150 parejas, el comité de festejos la había adornado con gusto y creatividad, pendiendo del techo globos en variedad de colores, y en las paredes vistosos y grandes letreros con frases alusivas al 30 de junio. Los locales interiores seguían la misma línea de adornos. El aroma agradable y penetrante del pino que daba ambiente a la fiesta, cubría el piso del corredor de la entrada y las banquetas de la calle. El edificio del Casino Militar se ubicaba en ese entonces, en la quinta calle oriente y octava avenida norte, a una cuadra del Palacio Nacional en construcción, donde pocos años después vio la luz pública el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. La música del suntuoso baile correría por cuenta de la popular orquesta de Guillermo Rojas, la marimba orquesta "Alma India" y la marimba "Palma de Oro", de la TGW. Entrando al baño me topé con Francis Gall. Me sentí molesto, porque no disimulaba su extrañeza, al ver la corbata blanca de mi smoking. Era la primera vez que yo vestía así, y no sabía de esas cosas, porque no estaba familiarizado con la etiqueta. Me ilustró de que la corbata blanca de mariposa, se usaba para el frac, y la negra para el smoking. "Acompáñame", me dijo, y me arrastró a la cocina. Allí habló con un camarero, lo despojó de su corbata negra de mariposa, y la colocó en el cuello de "pajarito" de mi adornada camisa de etiqueta, de doble puño con bonitas mancuernillas. "Ahora ya puedes abrir la transmisión", me dijo Franz finalmente. Lo que es la vida, dije para mis adentros; el camarero luciendo mi fina corbata blanca, y yo con la ordinaria corbata negra del humilde camarero. Pero la etiqueta es así, y yo no había reparado en el sacrilegio que estaba cometiendo, al ponerme una corbata inusual en la indumentaria que vestía por

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1940: El baile del 30 de junio en el Casino Militar.


primera vez. Y si no hubiera sido por mi buen amigo, hubiera "metido la pata" poniéndome en tremendo ridículo A las nueve de la noche de aquel jueves 30 de junio de 1940, la marimba Palma de Oro, iniciaba sus ejecuciones musicales en el baile del Casino Militar. Con gran estruendo interpretó el Número 5, que el compositor Pedro Tánchez, dedicó al presidente Ubico. En ese momento comencé la narración con toda clase de detalles del festival que se realizaba, que contaba con la asistencia de jefes y oficiales de las fuerzas armadas, secretarios y subsecretarios de Estado, altos funcionarios del gobierno, ministros plenipotenciarios, cónsules y vicecónsules, y numerosas personalidades de la sociedad. Los militares vestían uniforme de gala, con tela de gabardina color azul, charreteras y bordones dorados, estrellitas doradas en las mangas del uniforme, denunciando su rango. Porque tres estrellitas correspondían a los generales de división y dos para los de brigada, tres barras gruesas identificaban a los coroneles, dos a los tenientes coroneles, y las cintas mas delgadas correspondían a los tenientes, capitanes y mayores. No dispongo de datos exactos, pero el número de generales de división oscilaba entre 35 a 40, y los de brigada entre 55 a 60. Si no me equivoco, fue en esos días o un poco después, cuando se creó el grado de Comandante General, que recayó evidentemente en el Presidente Ubico, y el de Teniente General en el ministro de la guerra general de división José Reyes. Las hermosas mujeres, esposas, novias, familiares o amigas de los militares y civiles, ponían la sal y la pimienta del festivo banquete. Sus peinados de varios niveles, y sus pomposos atuendos al ultimo grito de la moda, figuraban un arco iris de rubias, trigueñas y morenas, altas y chaparras, gruesas y flacas, guapas y hermosas, coquetas y serias, lindas y feas, que asistían al gran baile que conmemoraba el 69 aniversario del triunfo

de la Revolución Liberal del 30 de junio 1871. Había para todos los gustos, hasta para los gustos más exigentes. Pero al final de cuentas, todas eran mujeres, y entonces eran dignas de consideración, admiración y respeto, porque si bien la belleza es fugaz, los valores espirituales son imperecederos. Un mensajero se acercó a mí, y me entregó un fajo de telegramas de varios departamentos de la república. Reportaban la transmisión. De Zacapa, el intendente municipal y la corporación edilicia saludaban al ejército en su día, y a la emisora por la nitidez de la transmisión; similares mensajes de Cobán, Salamá, Puerto Barrios, Retalhuleu, San Marcos, Huehuetenango y Quetzaltenango. El de la linda Xelajú decía: "Los congratulo cordialmente por excelente transmisión. Atento. Firma. Mariano López Mayorical. Intendente Municipal. También de Quetzaltenango, recibimos el conceptuoso mensaje del jefe político, coronel Carlos Enríquez Barrios, y asimismo del tercer jefe de la policía, coronel Oscar H. Peralta, autor del conocido tango "Corazón de Madre", y de su estimable familia. De Retalhuleu un mensaje cordial del Intendente municipal, don Tirso Córdova. A todos les agradecí sus finos mensajes. Se acercan a los micrófonos varias damas con unos señores, para solicitarme que le haga una entrevista al gran actor norteamericano Errol Flinn, ya prevista por mí, que se encuentra en la fiesta como invitado de honor. Accedo con gusto a la invitación, y tomo en mis manos un micrófono con cable bien largo, y me acerco a la mesa especial donde se encuentra el ídolo cinematográfico de Hollywod en ese entonces. Alto, rubio, delgado, de ojos azules, de mirada sosegada e inteligente, de fisonomía simpática, de unos veintitantos años, luciendo elegante smoking blanco, hablando en perfecto español, me atiende con soltura y afabilidad. Me dice que no conocía Guatemala, pero que se sentía enamorado de este hermoso

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país, y de sus habitantes, por su hospitalidad y cortesía. Yo le hablé de las etnias que conforman el tejido social del país, que aún conserva ancestrales tradiciones de su trascendente pasado indígena de la civilización Maya. Me manifestó su honda admiración, por el pasado heroico de las legendarias civilizaciones Maya, Azteca e Inca. La entrevista con el talentoso artista, de colosales películas de aventuras, duró unos cinco minutos, porque las atenciones que le prodigaban eran abrumadoras, y no permitían el lujo de la prodigalidad. Hablamos sobre generalidades de su carrera artística, y en torno a sus películas mas aplaudidas, como Robin Hood, El Príncipe y el Mendigo, Casanova Aventurero, Ben Hur, y muchas mas de sonoros éxitos internacionales. Finalmente se refirió a sus próximas películas que se rodarían en Africa y Europa. Confieso que quedé gratamente impresionado, de su interesante y magnética personalidad. Dentro de la numerosa concurrencia alcancé a ver a altos funcionarios del gobierno. Entre ellos, al ministro de gobernación licenciado Sáenz de Tejada, al de agricultura general Roderico Anzueto, al de instrucción pública licenciado Villacorta, al secretario privado de la presidencia licenciado Ernesto Rivas -el famoso Rivitas-, al director de la policía, general David Ordóñez, de hacienda licenciado José González Campo, y al de relaciones mi Tío Carlos con su esposa Margot Molina Llardén. No muy lejos divisé al tesorero general de la nación, don Gustavo Wild Ospina, al secretario general de la presidencia el jurista don Carlos Recinos, al rector de la Universidad Nacional doctor Ramón A. Calderón, al Jefe de la Plana Mayor Presidencial, general Factor Méndez, al presidente de la Corte, licenciado Rafael Ordónez Solís, y al presidente de la Asamblea don Luis F. Mendizábal, todos con sus respectivas familias, y sin faltar desde luego el jefe del Protocolo don Delfino Sánchez Latour.

Entre otros amigos y conocidos, saludé al general Mario Ochoa Méndez, al mayor Carlos Aldana Sandoval, al coronel Ramiro Gereda Asturias, al general Cipriani, al capitán Jacobo Arbenz, al licenciado Luis Barrutia, sub secretario de gobernación, y muchos más que disfrutaban del alegre festival, como los cadetes Neto Páiz, Ricardo Orellana, Ricardo Peralta, René Molina Sierra, Rolando Chinchilla, Manuel Eduardo Aparicio, Braulio Laguardia, y un montón mas de viejos amigos que siempre recuerdo muy gratamente. Consulté mi reloj. Las manecillas apuntaban las 12 de la noche. Cerré la transmisión. Y revisé la mesita colocada cerca del micrófono, que me servía para poner mis papeles y otros chunches. Y encontré otro fajo de telegramas reportando la transmisión. Así como varias invitaciones de amistades para compartir en algunas mesas. Antes de salir me dirigí a la mesa que ocupaban el general Miguel Ydígoras Fuentes, -director general de caminos- su esposa doña María Teresa Laparra y su hija Carmencita, con quien bailé varias piezas, cuando la marimba orquesta Alma India, tocaba unos lindos boleros de mucha actualidad. En la puerta abordé mi vehículo. Un modesto Chevrolet de cuatro puertas, que tenía en el vidrio delantero un rótulo, que los muchachos colocaron con el nombre de la Emisora. Decía "Radio Morse", el cual me brindaba luz verde para desplazarme con mas facilidad por las calles de la ciudad. Arranqué y enfilé para mi casa.

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La feria de noviembre. Transmisión con equipo ambulante. Es una mañana de principios del mes de noviembre de 1940, cuando los nortes ya comenzaban a pegar con


fuerza, y las bandadas de mariposas, con sus múltiples y vivos colores, revoloteaban alegremente en los parques y jardines, que tuve que atravesar a pie rumbo a mi trabajo. El subdirector de telégrafos don Félix Calderón Galicia, me llamó a su despacho, para comunicarme que la Compañía RCA Víctor, por medio de su representante en Guatemala, don Mario Bolaños García, había suministrado un novedoso equipo portátil de radio transmisión, para que lo utilizara Radio Morse, en la inauguración de la feria de noviembre de aquel año. Me indicó que el Director General don Eduardo Pérez Figueroa, había comunicado la buena nueva al señor presidente Ubico, y que todos mis datos personales como locutor del evento, le fueron suministrados con toda precisión. "Tome usted las providencias del caso", agregó don Félix ya para despedirme. Libreta en mano, salí volando al campo de la feria en la finca nacional "La Aurora", con una nota dirigida al presidente del comité organizador, a manera de presentación, y para que se me suministraran las informaciones que requiriera. Se comisionó a un representante que gentilmente me atendió, y que me dio cuanta información necesitaba. Me condujo a los pabellones de la industria, la agricultura y el comercio. A los novedosos juegos mecánicos, entre ellos la monumental montaña rusa, y a la concha acústica, donde se originarían los programas musicales, con artistas y conjuntos nacionales y extranjeros. El delegado del comité, también me mostró los amplios espacios del hipódromo del sur, destinado a las carreras de caballos, jaripeos y ejercicios acrobáticos. Y finalmente un amplio y decorado salón de baile y restaurante, de ambiente acogedor, profusamente iluminado. El onomástico del presidente Ubico, se celebraba aparatosamente en todo el país, y el domingo inmediato al 10 de noviembre, se verificaba la inauguración de la feria.

Eran las diez y media de la mañana del segundo domingo de ese mes. Un cielo despejado, inunda el firmamento. Corre un viento ligero, y una agradable temperatura invade el ambiente. El presidente Ubico, acaba de inaugurar la feria con el corte de la cinta simbólica. La Banda Marcial lanza al viento, alegres dianas. Tavo Escobar, cargando como si fuera una mochila el equipo de radio, con una elevada antena, y yo micrófono en mano, nos metimos en la comitiva presidencial, a diez pasos del mandatario, que lucía sonriente y complacido. Ubico vestía en aquella ocasión, un elegante traje gris perla de casimir inglés. Camisa blanca, corbata azul oscuro, zapatos negros, sombrero Stetson gris oscuro, y espejuelos claros de poca graduación. Con una leve inclinación de cabeza, y tocando ligeramente el ala del sombrero, dirigió un saludo a los dos integrantes del equipo de control remoto. Gustavo y yo, le devolvimos su saludo, con una respetuosa inclinación de cabeza. Durante todo el recorrido que duró una hora y media, seguí atrás del presidente a la prudente distancia de diez pasos. Sin embargo en tres oportunidades me acerqué a él, e interpuse audazmente el micrófono, cuando era saludado en el salón de exposiciones por conocidos empresarios, amigos suyos, o bien en el pueblo indígena, cuando los principales de las cofradías lo saludaron, lo abrazaron y se arrodillaron ante él, quemando cohetes y bombas y aromatizando el ambiente con incienso y pon. Se presentó un incidente que me causó una molestia pasajera, y trataré de explicar a mis lectores en que consistió. Resulta que el trencito de circunvalación, sufrió un accidente al descarrilarse, y como consecuencia algunos niños y adultos sufrieron leves golpes, que fueron atendidos prontamente por la cruz roja. Yo informé del incidente, pero recalqué que Ubico, sin desatender ni por un momento sus funciones de mandatario, giró inmediatas instrucciones para atender a los lesionados,

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como efectivamente así fue. Esto produjo una reacción colérica en el poderoso general David Ordóñez, director de la policía. Sin el menor miramiento, se acercó a mí y me increpó duramente, levantando la voz y diciendo "no diga eso, hombre, no de esas informaciones". De fortuna Tavo cerró el micrófono de un manotazo en el switch, y no salieron al aire sus imprudentes palabras. Quise explicarle, pero no me dejó. Y no se que Santo me hizo el milagro, de que no ordenara que me colocaran los grilletes, y me metiera a la penitenciaría. Durante la administración de Ubico, Ordóñez no fue la excepción. Los secretarios de estado, los jefes políticos, los generales, los intendentes y hasta los funcionarios y empleados de la más baja calaña, se caracterizaron de abusivos, insolentes, arrogantes, gritones, con humos de grandes señores, que atropellaban verbal o físicamente sin qué ni por qué, la dignidad de cualquier ciudadano no importando su condición social. Obviamente también habían funcionarios atentos y educados, pero eran la minoría. Por eso cuando una revista mexicana, publicó una entrevista con Ordóñez, movía a risa, el mentiroso título que decía: "Lo cortés no quita lo valiente", y en el texto de la publicación, se hacían grandes elogios de la cultura y valentía del temible jefe policíaco. Al medio día nos encontrábamos en el parque de diversiones, al pie de la montaña rusa. Ubico subió con sus ministros a ese monumental gigante. El general Reyes, ministro de la guerra, se resistía a seguirlo, porque no solo estaba padeciendo quebrantos en su salud, sino porque su edad, ya no se prestaba para sufrir las fuertes emociones producidas por el colosal aparato, muy adecuado para la gente joven. Sin embargo, el presidente insistió, como si se tratara de una broma de mal gusto. Y al anciano ministro no le quedó otra alternativa que obedecer los caprichos de su jefe. A las doce en punto despedí la transmisión. Me dirigí con el operador al salón donde

acampaban nuestros equipos y aparatos de control remoto. El director general, don Eduardo, no formó parte de la comitiva presidencial. Permaneció, como quien dice, al pie del cañón frente a un radio receptor RCA, chequeando la audición de principio a fin. Me estrechó la mano y me felicitó. Me dijo que en ese momento había hablado telefónicamente con el presidente Ubico, quien asimismo, expresó su satisfacción por lo novedoso del equipo ambulante, y por la precisa narración de la inauguración de la feria. Según me manifestó. En su edición de esa noche, el periódico "El Liberal Progresista", destacó en grandes desplegados de primera plana, el acontecimiento ocurrido en la mañana, insertando en tamaño grande numerosas fotografías, y dentro de un círculo aparecí con el micrófono, y mi nombre al pie de los fotograbados.

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Las giras presidenciales de Ubico y las anécdotas de don Julio Caballeros. La simpática broma de un amigo Recién caído el gobierno del general Ubico, solía reunirme de tarde en tarde en el "peladero" del Parque Centenario, o en alguna cafetería cercana, con un recordado amigo, don Julio Caballeros hijo, que había sido hombre de confianza del dictador, como jefe de los servicios de comunicaciones de la casa presidencial. Don Julio era poseedor de muchos secretos de la vida privada de quien condujo con mano de hierro, los destinos de la nación por largos catorce años. Es cierto que Ubico hizo muchas mejores materiales, y dio al país un estado de solvencia económica, que no había tenido antes. Impuso orden y mantuvo el principio de autoridad, al nomás asumir el poder. El tremendo error que cometió fue haberse reelegido, pues en el segundo período se le pasó la


mano, impuso su voluntad y desoyó a la opinión pública, hasta su aparatosa caída en 1944. Pero esto es cuestión de los historiadores, y ya lo han escrito, porque es la historia patria. Mi objetivo es otro, y de eso están conscientes mis lectores. Don Julio Caballeros, fue un hombre de cuerpo menudo, inteligente radio telegrafista, reservado y discreto, parco en su conversación, de ojos pequeños, cejas pobladas, de mirada escrutadora. Carácter huraño y retraído, de pocos amigos, pero muy leal, franco y sincero. Quizás por esas cualidades suyas, el presidente lo tuvo muy cerca de él, en un cargo sumamente delicado y de vital importancia para la seguridad del estado. Nos hicimos amigos cuando yo trabajaba de locutor en la Radio Morse, y él en su puesto de la casa presidencial. Esa amistad se fortaleció a la caída del gobierno ubiquista, y de allí las interesantes anécdotas que me contó, algunas de ellas que aún recuerdo, son las que trasladaré gustosamente al lector, que forman de alguna manera páginas pintorescas de la historia de Guatemala. Todos los años de su mandato, Ubico recorría el territorio nacional de punta a punta, por los cuatro puntos cardinales, iniciando su gira el 15 de enero en el atrio de la Basílica de Esquipulas, pero se cuidaba de no entrar al Templo porque los liberales se lo hubieran comido vivo, y así lo decía él. Don Julio Caballeros se las ingenió para construir un transmisor ambulante, que formaba parte de la comitiva, que se le puso por nombre TG25, que operaba en onda corta en la banda de 40 metros y que entraba como cañón en todo el país. Esas siglas correspondían a la clave internacional de radio comunicaciones asignada a Guatemala (TG, reafirmada en la I conferencia mundial de altas frecuencias en México, a la que asistí integrando la delegación de nuestro país, como aparece en las páginas de VIVENCIAS), y el número 25 que identificaba en clave al general Ubico, por aquello del número 5. No solo

en las cabeceras sino hasta en los pueblos más recónditos, se le tributaba un recibimiento que pasaba de lo fastuoso. Todas las autoridades encabezadas por los jefes políticos e intendentes municipales se entregaban en cuerpo y alma a organizar el recibimiento, desde las bombas y cohetes, mantas y afiches con saludos de bienvenida, arcos ornamentales cargados de flores y frutas, pasando por los desfiles escolares de niños y adultos portando banderitas azul y blanco. El baile popular en su honor, cerraba alegremente la visita presidencial. En los pueblos recónditos, donde no entraban los carros por ser los caminos angostos o en mal estado, el gobernante se transportaba en motocicleta, tripulando la suya propia y con una comitiva muy reducida, casi siempre solo los oficiales de su plana mayor. Recuerdo como si hubiera sido ayer, que cuando vivíamos en la segunda calle de Tívoli y la Avenida La Reforma, cerca del monumento al general Miguel García Granados, nos distraíamos con mis hermanos, amigos y vecinos, viendo a unos expertos de la Harley Davidson, que enseñaban al presidente a tripular aquellas potentes y grandes máquinas. Tengo presente que arrancaban al frente de la Politécnica, y recorrían la Avenida La Reforma hasta Los Arcos, y en más de una oportunidad estuvo a punto de caer al suelo, pero la rapidez de movimientos de los alemanes que eran sus instructores, acudían prestamente a impedirlo, o rescatarlo de los pedales de su motocicleta. En sus visitas anuales a los departamentos, las audiencias se desarrollaban en algún edificio público, casi siempre en la jefatura política o en la intendencia municipal, donde el presidente recibía a cientos de vecinos, que por un denominador común se quejaban de los abusos y desmanes de los jefes políticos, de los intendentes o de la policía. Los que verdaderamente sufrían con las giras presidenciales, eran los administradores de rentas, que por

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exiguas cantidades de dinero hasta por 25 centavos, Ubico los mandaba a la cárcel sin oírlos ni vencerlos en juicio, y en ese sentido se cometieron verdaderas injusticias, cuando los temibles contadores de glosa, hacían los cortes de caja. Don Federico Hernández de León publicaba anualmente una voluminosa memoria de esas giras, y como a mi padre le remitían un ejemplar, yo me divertía de lo lindo leyendo las pintorescas escenas que ocurrían a cada paso. Traslado a mis lectores algunos casos risibles y otros dramáticos. Una mañana Ubico amaneció de buen talante, cuando de pronto se presentó en una audiencia una mujer del pueblo de aquellas de rompe y rasga, y le pidió dinero porque le dijo que tenía muchos hijos y que su conviviente no la ayudaba. El le respondió que no podía darle dinero, porque si comenzara a repartirlo entre los pobres, no le alcanzaría ni para comenzar, a lo que la mujer airadamente, le contestó que entonces "a que jodidos venía a los pueblos". El mandatario sonriéndose de semejante atrevimiento, le dio la espalda, pero ordenó a uno de los oficiales de la plana mayor, que le hiciera entrega de una bolsa conteniendo dinero. En otra ocasión, en una audiencia en Quetzaltenango, un indito ya entrado en años se presentó ante el presidente, para quejarse de que el jefe político, que a la sazón era el temible don Carlos Enríquez Barrios, no lo dejaba quemar unos cohetes a las doce del día en el parque central, que era una costumbre convertida en una especie de tradición de sus antepasados. Ubico reprendió con voz fuerte y severa al jefe político, y le ordenó que no volviera a molestar a Pedro y que lo dejara quemar su cohete, y todos los cohetes que el quisiera, donde fuera y a la hora que le viniera en gana. A los padres de familia que se quejaban de que una hija había sido engañada por su pretendiente, abandonándola en estado de preñez, Ubico pegaba el grito al cielo, se volvía intolerante en estos

casos, ordenaba la presencia del tenorio irresponsable, que si no respondía de honrar inmediatamente a la ofendida, lo condenaba a lo que se llamaba los trabajos forzados de la ley de vialidad, o sea que se le incorporaba a los grupos de reos que en los caminos rompían piedra para la construcción de carreteras. El castigo se levantaba cuando el acusado respondía honrando a su víctima, es decir casándose con ella. En una oportunidad se presentó en una audiencia una pobre mujer, que había hipotecado su casa a un prestamista, y éste valiéndose del derecho de retroventa, que fue una figura del código civil vigente en ese tiempo, se quedó con la propiedad sin mayores trámites, pero el presidente ordenó la comparecencia inmediata del sujeto, y golpeando su escritorio con la bolsa de billetes de la señora, le dijo al usurero que antes de las cinco de la tarde, debía de comparecer nuevamente en su presencia, devolviendo la propiedad debidamente escriturada, o de lo contrario lo fundía en la penitenciaría. Por más que el abogado y el prestamista alegaron que estaban procediendo de acuerdo con la ley, Ubico les respondió que a él no le importaba la ley, sino el acto de justicia que se hacía a la señora, quien teniendo el dinero para cancelar el gravamen, se le quitaba injustamente su propiedad. Esta cláusula del código, que se prestaba a muchos abusos, injusticias y arbitrariedades, quedó definitivamente suprimida en el código civil promulgado en 1963. Una vez saliendo de un pueblo, un policía de tráfico le marcó el alto al presidente y su comitiva, porque en ese momento pasaba un entierro que interrumpía el paso. Enardecidos los oficiales de la plana mayor, se bajaron de sus motocicletas, y solicitaron al mandatario que se le aplicara "La ley fuga", o en ultima instancia que se le siguiera un juicio sumarísimo, por el crimen cometido de interrumpir el paso al "Señor Presidente". Talvez viendo "micos aparejados", uno de los oficiales

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comentó que se trataba de un atentado comunista contra el Presidente para asesinarlo, y que indudablemente tenía ramificaciones en todo el país, procedentes de la Unión Soviética. El director de la policía general Ordóñez, - que iba en la comitiva -, fue llamado de urgencia. El presidente le dijo que averiguara el número y el nombre del agente. Ya con estos datos le ordenó que lo trasladara a la capital, y le diera un ascenso de oficial, y una suma de dinero, por el fiel cumplimiento de su deber. Explicó que si bien la comitiva presidencial gozaba de preferencia de vía, también un cortejo fúnebre por humilde que fuera, tenía ese mismo derecho, y con mayor razón. El caso quedó definitivamente cerrado. Continuemos con las giras presidenciales. En el parque central de las cabeceras y principales municipios se montaban programas musicales, en los que desfilaban verdaderas promesas artísticas en el canto y la declamación, y muy buenos aficionados que con un poco de capacitación se convertían en excelentes cantantes. Una comisión del Conservatorio seleccionaba a los aficionados, dando preferencia a las canciones populares del acervo nacional. La orquesta Progresista, dirigida por el Profesor Gastón Pellegrini, también formaba parte del cortejo presidencial, ejecutando en sus conciertos obras musicales más bien del género ligero popular, adecuadas a cada ambiente. Pero hay algo que hasta la fecha no me explico. No se como a don Julio le alcanzaba el tiempo para dar cumplimiento a todos los menesteres a su cargo. Desde la instalación de las antenas de transmisión, tendido de líneas, colocación de altoparlantes, micrófonos, y encima de eso hacía las veces de técnico, operador y locutor. Y a propósito de la TG25, un amigo en Chimaltenango, me jugó por esos días una broma, que me valió un simpático y peligroso enredo amoroso, que puso en peligro mi integridad física. Mas adelante se enterará el lector.

Otro de los simpáticos episodios que me contó don Julio, fue el de un pasatiempo muy recreativo para el presidente. Cuando terminaban las giras presidenciales, el equipo de la TG25 lo convertía en un transmisor de radio aficionado, al extremo que Ubico se hizo socio del club de radio aficionados de Guatemala, y pasaba hasta altas horas de la noche y muchas veces hasta el despuntar del nuevo día, con micrófonos y audífonos, platicando y bromeando con amigos del mundo entero, granjeados con ese pasatiempo, tan distraído y tan útil para él. Por supuesto que no le faltaba una libreta o agenda, para anotar los datos que le fueran de interés, y su inseparable cachimba o boquilla de fino tabaco americano. Obviamente su identidad la conservó en el anonimato, no sabiéndose nunca el seudónimo que usaba. Otra de las ocurrentes chifladuras del general Ubico, consistía en hacer los acompañamientos con los instrumentos de percusión, es decir la batería, con sus tambores, timbales y platillos, de los conciertos que la marimba Maderas de mi Tierra, de la policía nacional, ofrecía por las noches en la TGW. Esto se lograba porque don Julio le montó un estudio en uno de los locales de la casa presidencial, con micrófonos, bocinas, audífonos y todo un equipo moderno y sofisticado de radio transmisión, importado de los Estados Unidos de América por la RCA especialmente para él. A través de las líneas telefónicas se enviaba el sonido a los estudios de La Voz de Guatemala, y el acompañamiento salía al aire, con tal perfección y habilidad que el bateriísta bien podía rivalizar con el mejor del mundo, que en esos momentos era el norteamericano Jimmy Krupa, creo que de la orquesta de Glenn Miller. En las vacaciones de 1941 (marzo y abril), una temporada con mi familia me llevó a Chimaltenango. Allí me hice de muy buenas amistades, entre ellas la familia del recordado abogado don Felipe Valenzuela, particu-

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larmente con sus hijos Felipe, Edmundo y Martita, que vivían en una casona solariega a inmediaciones del parque central. Este episodio que a continuación voy a relatar, lo pongo en las manos de mis apreciables lectores, con el mismo calificativo de "espectacular", en que lo denominé cuando increíblemente ocurrió. Aunque nunca fui un buen jinete, debido a que siempre tuve miedo a los caballos, si practiqué eventualmente la equitación, que es el hermoso arte de montar a caballo. Fue en mis lejanos años mozos, cuando con mi primo Paco los días domingos, antes de las ocho de la mañana, después de la Misa de seis en Santa Teresa, o la de cinco en el Cerrito, que nos encaminábamos al "Establo Roberts", a rentar por el día entero un par de buenos corceles, recorriendo las ondulantes campiñas de los alrededores de la capital, la linda alameda de jacarandas de la Avenida Simeón Cañas o el tradicional paseo de La Reforma. Muy pocos días habían pasado de la escuálida cabalgata, cuando se convirtió en una verdadera cabalgata, con el ingreso de los amigos Rodríguez Midence: Ricardo y Rodolfo, y la Nena Rodríguez, hermana de ellos, incluyendo también a Maty mi hermana. Una tarde de domingo, pasando debajo del puente de la penitenciaría, el caballo que montaba Ricardo se resbaló en el asfalto, cayendo al suelo el jinete y el pesado caballo que por poco le cae encima. Sus gritos de pánico fue lo que mas nos impresionó, pero de fortuna no sufrió mas que unas magulladuras y el tremendo susto. Por eso en los desfiles militares cubrían el asfalto con arena, para evitar que los cascos de los caballos resbalaran en el pavimento. Asaltan a mi mente estos recuerdos, porque cuando me encontraba en Chimaltenango en aquellos días primaverales, una tarde a eso de las seis y media, Felipe me invitó a una fiesta en San Martín Jilotepeque, y a esa

hora enfilamos cabalmente a caballo a ese municipio de Chimaltenango, formando una caravana de amigos como de cinco a siete jinetes. Ocuparía muchas páginas para describir las vivas impresiones de tan singular aventura. Pero en pocas líneas diré que yo viví en aquella ocasión, experiencias desconocidos. Rodeados por las sombras y los ruidos del silencio de la noche, eludiendo la carretera para acortar el camino, nos internamos por frondosos bosques, misteriosas montañas y extravíos agrestes, atravesando legendarios puentes de la época colonial. El silencioso correr de las aguas de los ríos. El rumor del viento, que se precipitaba ruidosamente sobre los árboles, y el impresionante concierto de las aves nocturnas, me pareció imponente y majestuoso. El graznido de algunas especies como el cuervo, y el ruido bronco y desapacible del búho, también conocido como tecolote, elevan el pensamiento al mundo maravilloso de la fauna, con sus legiones de aves y pájaros diurnos y nocturnos, en su infinidad de especies, tamaños y colores. Llama la atención el característico silbido de esa avecilla rapaz que se llama Lechuza, que afanosa busca por la noche insectos y roedores pequeños para alimentarse. En el fondo de una colina, unas bandadas de murciélagos abandonaban su entorno, agitándose sobre nosotros al ruido de la cabalgata. En un recodo de la montaña creí percibir, el rugido escalofriante de algún mamífero feroz, que podía ser un tigrillo, un puma o jaguar, un gato de monte, o un lobo llamado también coyote, rondando por la serranía en busca de su presa. A eso de las diez de la noche, los cascos de los caballos resonaban chispeantes en el empedrado de la apacible cabecera municipal. Sus habitantes ya dormían, pero para nosotros la fiesta comenzaba. Percibíamos la música y el bullicio que se acercaba. La casa donde se realizaba la fiesta, era uno de esos solares comunes del ambiente provincial. Largos y angostos corredores

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alfombrados de ladrillo colorado, bordeados de macetas de barro, con abundancia de flores y diversidad de plantas. Patios enladrillados con pequeños jardines circulares, de donde se desprenden arbustos ornamentales, y en el traspatio algún árbol frondoso como un jocotal de corona, y variedad de frutales que nunca faltan en estas viviendas pueblerinas de aire pintoresco. Al penetrar, la fiesta estaba en su pleno apogeo. Las parejas danzaban y reían ruidosamente. Una marimba traída de afuera, amenizaba la fiesta, interpretando melodías de sonados éxitos. Mi vista se detuvo de pronto en una dama muy elegante y atractiva, que hacía pareja con un amigo del grupo, que apodábamos "Totoposte", talvez por su complexión física de atlética figura, y al pasar junto a ellos interrumpieron el baile para saludarnos. En ese momento fue cuando Felipe, que era muy amigo de la hermosa dama, se disparó con una broma que nunca la olvido. Le dijo que yo integraba la comitiva de las giras presidenciales, como locutor de la TG25, y si bien era cierto que en ese entonces yo era locutor, pero no del equipo ambulante que acompañaba a Ubico, sino de Radio Morse, había por supuesto un gran trecho, pero que no valía la pena aclarar, y la situación se quedó así. Pero lo que no me expliqué en ese momento, fue la reacción agradable de la bella dama hacia mi persona, que sacudiéndose del pobre "Totoposte", se puso a bailar conmigo. Movido de curiosidad, busqué a Felipe para que me aclarara el enigmático asunto, y me contó que se trataba de la famosa "Chata Samayoa", amante del presidente Ubico, invitada a la fiesta por amistad con los contrayentes. Había llegado en su vehículo oficial, acompañada de su hermana Bertita y de un guardaespaldas que hacía las veces de chofer, que no la perdía de vista ni a sol ni a sombra. La noticia no dejó de inquietarme, porque conociendo yo el teje y maneje de los negocios

palaciegos, sabía como se movían los hilos de la información, tergiversados en falsedades, chismes e intrigas, máxime con la presencia del guardaespaldas de la señorita Samayoa, que me produjo mala espina. Y digo esto por lo que ocurrió en el curso de la noche. Seguimos bailando, bebimos, comimos, bromeamos, contamos chistes y divertidas anécdotas, tocamos mis actividades como locutor, bastante cercano en muchas ocasiones al presidente, de lo cual ella estaba enterada. Reímos toda la noche y la madrugada, hasta que a las tres y media en el despuntar del nuevo día, la marimba tocó "El Rey Quiché" el folklórico son de don Chus Castillo anunciando el cierre de la fiesta. La acompañé a su dormitorio. Me senté en la orilla de la cama muy cerca de ella. Disfruté viéndola, y viendo el bonito dormitorio, amplio y bien amueblado, que lo habían arreglado especialmente para ella. Pero el impertinente "bribón" no nos dejó tranquilos ni un solo momento. Somataba a cada rato la puerta del dormitorio con cualquier pretexto pueril. Entonces la "Chatía" me dijo que mejor me esperaba el martes en la capital, a las siete de la noche en una pensión de una amiga suya en la zona cinco. Me entregó un papel con la dirección y nos despedimos con un dulce beso. Nos reunimos de nuevo a medio día en el estadio de la población, donde se realizaría un evento deportivo. Me quedé impresionado al contemplar su belleza. Lucía en su elegante silueta un primaveral vestido blanco. Tenía el cabello rubio, mejillas de rosa, ojos zarcos muy hermosos, y sensuales labios de carmín. Pero lo que más me impresionaba era el sugestivo tono de su voz, y la manera refinada y relajante de su agradable conversación, que denotaba un buen nivel educativo y cultural. A pesar de que era originaria de San Juan Sacatepéquez, sus padres habían hecho meritorios sacrificios para prodigarle una esmerada educación. A Ubico lo había conocido dos años antes, en ocasión en que

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visitó ese municipio, y se quedó prendado de ella, cuando le hizo entrega de un ramo de flores en nombre de la sociedad sanjuanera. "Chatía" frisaba en los 21 años, Ubico andaba por los 63, y yo tenía la misma edad que ella. Pero había nacido entre los dos una alucinante simpatía. Supe de sus intimidades con el presidente, y aunque me confesó que lo quería, le chocaba la esclavitud a que estaba sometida por los enfermizos celos del dictador, y que si bien era cierto que gozaba de toda clase de atenciones muy halagüeñas, su posición le incomodaba y no era feliz, aun teniendo todo lo que quería. Me conmovió su relato pero que podía yo hacer por ella, o ella por mi, porque al continuar nuestra insensata relación, posiblemente nos hundiríamos los dos, ante la implacable crueldad del poderoso presidente. Pero mi admiración por ella aumentó cuando nos vimos en el estadio, y le prometí asistir puntualmente a la cita convenida, dejando por un lado los inminentes peligros que nos rodeaban. Se sirvió un almuerzo de sabrosa comida regional, en un improvisado comedor muy cerca del campo deportivo, y a la sombra de unos encinos, que prodigaban un ambiente paradisíaco, suave y apacible, refrescado por la brisa de un riachuelo que corría silenciosamente casi a nuestros pies. Brindamos por la felicidad de los contrayentes, y les auguramos una eterna luna de miel, y con ella, tampoco nos quedamos atrás, brindamos por nuestra futura felicidad, aunque tuviéramos que afrontar un diluvio de penalidades. Eran las cinco de la tarde, cuando la "Chatía" Samayoa, su simpática hermana Bertita, y el "bribón", abordaron el Packard que las conduciría a la capital. La caravana de jinetes montamos nuestros caballos y enfilamos de regreso a Chimaltenango. Como yo me sentía cautivado por la atractiva dama, fácil es comprender la impaciencia que me invadía por estar otra vez a su lado, y reiterarle lo mucho que me

había impresionado su linda personalidad. Por eso la cita a las siete de la noche de aquel martes, la esperaba con ansiedad. Me puse mi mejor "tacuche", un traslapado celeste de gabardina, y me lancé a la incierta aventura. La dueña de la pensión era una distinguida dama, que se llamaba doña Hortensia viuda de Jiménez que me recibió como si yo fuera un gran personaje. Gentilmente me ofreció de comer o beber o lo que yo quisiera, pero únicamente le acepté un café. No habían pasado ni diez minutos de mi llegada a la pensión, por cierto muy elegante y de calor hogareño, cuando de un carro que se estacionó con rapidez detrás del mío, bajó presurosa Bertita, hermana inseparable de "Chatía", que me entregó un sobre cerrado con una misiva que decía: "Imposible llegar a la cita, a pesar de que era todo mi deseo. Jorge está enterado que pasé contigo la noche del sábado. Yo no lo he visto, pero estoy bien informada. Ya se que su reclamo va ser violento, pero eso no importa, estoy acostumbrada. Lo que importa eres tú, te lo pido de corazón, ponte a salvo pronto porque tu vida corre peligro. Escóndete en tu casa y no salgas a la calle por varios días. Me duele hasta el alma pedirte esto. Olvídame. Lo hago por los dos, pero mas por ti que por mi. "Chatía". Al terminar de leer, yo no sabía que hacer, que decir, a donde ir. Creo que si no es porque Bertita que me tomó una mano y casi me obligó a subir a mi carro, me hubiera quedado petrificado en el comedor de la pensión de doña Tenchita. Pero Dios es muy grande, porque ya en el dormitorio de mi casa del callejón de corona, cuando mis pensamientos se fueron aclarando, y me invadió una especie de serenidad y cordura, abrí los ojos y comprendí el extremo de insensatez y locura al que había llegado en mi desenfrenada, peligrosa y fugaz aventura. Pero no podía borrar de mi mente su inconfundible imagen. Incluso tenía que olvidarla. Pero eso si no pude. Pasó mucho tiempo sin que pudiera borrarla de mis

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pensamientos, quizás por lo singular de nuestra relación, y por la atmósfera cargada de tempestad que nos envolvía. Y aquí si cabe expresar las palabras del poeta. "Fue tan corto el amor, y tan largo el olvido". Al final de cuentas, me sentí orgulloso, porque mi rival había sido nada menos que "el señor Presidente", y tanto él como yo teníamos el mismo gusto...

En la concha acústica del antiguo parque central, que había sustituido al pueblerino kiosko, de románticos recuerdos de viejos tiempos, se desarrollaban los días miércoles, los conciertos de la Banda Marcial y de las bandas militares de los fuertes conocidos como la Guardia de Honor, Matamoros y San José, reunidas en un solo grupo. Esos conciertos los dirigía el profesor Franz Ipish, de nacionalidad austríaca, y venido al país invitado por el gobierno de Ubico, para hacerse cargo de la dirección de la Banda Marcial, que la dirigió hasta el final del gobierno ubiquista. Los conciertos duraban una hora, de las nueve a las diez de la noche. Y faltando unos quince minutos para su iniciación, me hacía presente para la narración que transmitía a control remoto Radio Morse. Los textos de los números musicales consistían en datos biográficos de los compositores, y algún historial de las obras musicales. Para su elaboración me pasaba husmeando en la búsqueda de material, no solo en el archivo nacional, sino en cuanta biblioteca se me ocurría que podía encontrar algún dato que me fuera de utilidad. Al profesor Ipish lo acompañaba su secretario también austríaco, que hablaba muy bien el español, y me

hacía la campaña de enseñarme la pronunciación correcta de nombres y apellidos de compositores, y de cuantas palabras extranjeras, se me dificultaba su pronunciación. Con las clases que me daba, mi dicción mejoró notablemente. Las obras musicales que ejecutaban las bandas militares, eran muy selectas, pero también se incluían aires populares de sabor folklórico. Desde luego que ocupaban lugar preferente las marchas militares que es el primordial objetivo de esos grupos de música, sobretodo aquellas marchas de origen prusiano. Pero en estos conciertos, el profesor Ipish escogía las obras de los grandes compositores, y así teníamos a las bandas de los cuarteles ejecutando la "Obertura 1812", o el ballet "El Lago de los Cisnes", de Tchaikosky, o bien la "Rapsodia Húngara número dos" de Franz Liszt, sin faltar el sello romántico de Strauss con sus inmortales valses "El Danubio Azul", "Voces de primavera", "Cuentos de los bosques de Viena", "Sangre Vienesa", "Amar, Beber y Cantar" o el "Vals del Emperador". Se incluían también sonatas, baladas, preludios y mazurcas. Ya lo creo que también hacían presencia obras de compositores nacionales, como "La Flor del Café" de don Germán Alcántara, "Noche de Luna entre Ruinas" de don Mariano Valverde, o la "Obertura Indígena" de don Jesús Castillo, o "Fiesta de Pájaros" también de él. El público asistente a los conciertos, se ponía contento al escuchar, "Tristezas Quetzaltecas" de Wozbelí Aguilar, y aires populares chapines como "El Mishito", "El Lorito", "Matateroterola", y nostálgicos sones nacionales como "Lamento Indio", el "Rey Quiché" o "El Costumbro" del compositor Desiderio Gallardo. Por supuesto que la asistencia del público siempre fue muy numerosa, de jóvenes y adultos, que atentos y embebidos seguían el curso de los conciertos. Las bancas de madera de color verde con su sólida estructura de hierro forjado, formaban una especie de abanico frente a

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Los conciertos en la concha acústica de la plaza de armas. El profesor Ipish y su secretario, que fue mi profesor en dicción. Una lamentable tragedia, por el eterno triángulo


la concha acústica, que lucía su esplendoroso diseño, inundado de profusa iluminación. Me hice de excelentes amistades, que regularmente asistían a los conciertos, y que se acercaban a mi para cambiar impresiones sobre aspectos concernientes a esos programas, que tanto atraían la atención de chicos y grandes. Viene a mi memoria con bastante pena y angustia, cuando en el concierto de una noche, uno de los suplentes del profesor Ipish que tenía a su cargo la batuta, se retiró casi al inicio de haber comenzado el programa, sustituyéndolo otro de los directores. Al día siguiente me enteré de la lamentable tragedia que había acontecido. No me acuerdo de su nombre, pero lo cierto del caso es que había llegado a sus oídos de que su esposa se reunía con un amante, valiéndose de que él permanecía ausente los miércoles de las nueve a las diez de la noche. Y esa noche dispuso sorprenderla. Regresó intempestivamente al apartamento de la Pensión Asturias donde vivían, en el cuarto piso del edificio La Perla, y al abrir la puerta del dormitorio, efectivamente encontró a su joven esposa con un amigo de los dos, y sin mediar palabra, desenfundó su revólver calibre 38 sobre su mujer y su amante, muriendo ambos instantáneamente. Con el arma de fuego en la mano, salió volando como enloquecido, pero no para huir, sino para entregarse a la policía en la primera demarcación que encontró. Entregó su arma, y dio cuenta del infortunado suceso que había protagonizado, por un exceso incontrolable de celos y locura. Fue procesado a varios años de cárcel, pero por tratarse de un crimen pasional que tenía atenuantes, y por su buena conducta en sus años de reclusión, recobró su libertad después de cinco años de cautiverio. Yo lo visité en la penitenciaría en días de visitas en varias ocasiones, pero jamás recobró su carácter alegre y comunicativo, sin duda por el impacto tan doloroso que sufrió. En una oportunidad le dije que personalmente reprochaba su violento proceder, que había

enlutado a dos familias, que había echo derramar muchas lágrimas innecesariamente, y que lo mas grave que había cometido, había sido quebrantar el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios. Entonces le recordé el hermoso Pasaje Bíblico, cuando el Divino Maestro, con su dulzura y bondad, rechazó a la multitud enardecida que perseguía a una mujer adúltera, para darle muerte a pedradas, y que se refugió en sus sagrados pies, buscando consuelo y protección. Fue cuando escribió en un muro aquellas lapidarias palabras inundadas de sabiduría, que el que se creyera libre de toda culpa, que lanzara la primera piedra. El no me contestó, guardó silencio, y lo dejé sumido en profunda meditación. A mi manera de ver, esas situaciones tan dramáticas de la vida, deberían resolverse en un plano prudente, juicioso, civilizado, poniéndole punto final a la relación conyugal, si así fuere el caso, y punto final. Pero en muchos casos, se sigue el camino insensato y equivocado del abominable crimen pasional, que en vez de atenuantes solo debería tener agravantes, ya que se ejecuta cobardemente, y como diría un abogado, a sangre fría, con alevosía, premeditación, ventaja, (machismo), casi siempre acompañado de nocturnidad. Es un crimen imperdonable, e indescriptiblemente cruel, condenado firmemente por la Iglesia y la sociedad. Un caso similar sucedió en otro apartamento, entre una pareja de salvadoreños también por adulterio. Antes el adulterio se aplicaba injustamente solo a la mujer, pero que hoy por hoy, se aplica igualmente a los dos con el nombre de infidelidad conyugal. A propósito de las infidelidades, recuerdo las famosas sentencias de la Ley del Talión, que existió en la ley Mosaica, que consistía en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó, pero en algunas sentencias la resolución era contraria aparentemente al sentido común, porque al presentarse un esposo agraviado quejándose de la infidelidad de su esposa, el juez lo condenaba a él, y a

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ella, la absolvía porque sostenía el criterio, de que si la esposa se acostaba con otro hombre que no fuera su marido, era porque el amante le prodigaba cariño, amor y satisfacciones personales, que el esposo no le daba, y lo mismo ocurría en los casos contrarios. Y yo pienso que en el fondo de estas sentencias no dejaba de haber algo de sabiduría, o quizás demasiada sabiduría. Fue frecuente escuchar en labios de personas que vivieron en la pensión Asturias, que narraban hechos sobrenaturales que allí acontecían, y en ese sentido un matrimonio amigo mío a quienes yo visitaba en esa pensión, me contaron que una noche pasaron oyendo un fuerte movimiento de muebles en el apartamento vecino, que daba la impresión de que estaba siendo ocupado por escandalosos inquilinos. Al día siguiente con la seguridad de que tenían nuevos vecinos, investigaron quienes eran, para conocerlos y ponerse a sus órdenes, pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar que el apartamento continuaba desocupado, y que ninguna persona había rentado el local según les informó el administrador. Personalmente no creo en "espantos ni en fantasmas", ya lo he dicho, pero como decían antes las abuelitas "no hay que creer ni dejar de creer". Yo viví tres experiencias en esa dirección, pero no vale la pena contarlas.

Hablar del Cerrito del Carmen es hablar de la historia de Guatemala. Sus orígenes se remontan a 200 años antes del traslado de la capital al Valle de la Ermita, cuando en 1776, adoptó el nombre de Nueva Guatemala de la Asunción. En efecto. La historia conocida del Cerrito

del Carmen comienza cuando Santa Teresa de Avila (en el siglo, Santa Teresa de Jesús), donó una imagen de la Virgen del Carmen a Guatemala. Su emisario de nombre Juan Corz, se internó en el país en busca de un conquistador español, que era propietario del "Valle de las Vacas", que había adquirido ese nombre, porque ante la carencia de ganado, su dueño trajo de países vecinos una buena cantidad de reses que pronto se multiplicaron. Inicialmente el enviado de Santa Teresa colocó la Sagrada Imagen en una cueva a orillas del río Las Vacas. Los pobladores del lugar dándose cuenta de que no era un sitio adecuado para tener a la hermosa Imagen, dispusieron construir un templo que es el que se conoce como "La Parroquia", a donde fue llevada la Virgen en solemne procesión. Pero cuenta la leyenda que misteriosamente desapareció del Templo, y fue encontrada en la cueva. Entonces los pobladores se dieron a la tarea de buscar un lugar mas apropiado, y localizaron no muy lejos un cerro que les pareció ver en el una semejanza con El Monte Carmelo, que es una montaña de Israel, cerca del puerto de Haifa, en cuyas cuevas vivieron centenares de profetas y ermitaños, conocidos como anacoretas. Y en ese cerro con la semejanza de El Monte Carmelo, se construyó una capilla donde se colocó a la Virgen. Enfrente se levantó un torreón, que según dicen fue para que allí viviera el ermitaño Corz, para cuidar a la Sagrada Imagen, ya que la Ermita había quedado en despoblado. Como una cruel ironía del destino, hace algunos meses en el correr del año 2001, la imagen de la Virgen del Carmen, fue desmontada de su Camarín y robada por manos sacrílegas. Ha pasado el tiempo y se ignora su paradero. Hay pesimismo de que pueda recuperarse, porque desde hace unos cinco años, en idéntica situación, se encuentran decenas de cuadros e imágenes, saqueadas de templos católicos de todo el país, y desafortunadamente los robos continúan aumentando. El valor histórico,

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El Cerrito del Carmen y las casuarinas de San Sebastián. La Virgen del Carmen: obsequio de Santa Teresa. Desmontada de su Camarín, robada por manos sacrílegas


artístico y religioso que tienen, es inestimable. Pertenecen al Patrimonio cultural de Guatemala, pero eso a los rateros no les importa. Los terremotos de 1917 - 18 y el de 1976 causaron destrozos al Templo, pero que fue restaurado por los feligreses, con la ayuda de instituciones oficiales y privadas. Sin embargo la Imagen de la Virgen del Carmen, salió incólume en los dos intensos cataclismos, no así el resto del templo que fue dañado, desde el altar mayor y sus retablos, hasta los reclinatorios, confesionarios, púlpito, y las imágenes de los santos colocados en las hornacinas. Pues bien, el Cerrito del Carmen fue uno de los sitios más frecuentados en los lejanos años de mi juventud. Aún recuerdo pese a la neblina del tiempo, que cuando se celebró la re inauguración de la Iglesia, en 1925, fue colocada la Cruz que aparece en el ángulo sur poniente de la parte mas alta de la Colina, que vistosamente luce frente a la Nueva Guatemala de la Asunción. Otros de los sitios que visitábamos continuamente con mis hermanos, primos, vecinos y amigos que formábamos una alegre y bulliciosa pandilla, fueron el hipódromo del norte, con su jacarandosa Avenida Simeón Cañas, y la plazuela de San Sebastián, con sus centenarias casuarinas, a cuya sombra gozábamos de los juegos juveniles propios de la edad.

Finalizaba el mes de diciembre de 1940. En el Paraninfo de la Universidad Nacional, se ultimaban los preparativos para la coronación de la reina universitaria. Fue solicitada la transmisión a control remoto, y a las 9 de

la noche del sábado 17, los micrófonos de Radio Morse, se colocaron en el escenario del salón Mayor de actos del Paraninfo de la Universidad Estatal. Días antes dentro de un ambiente de alegría, belleza y colorido, se había realizado el certamen, y por sus atributos personales de imagen, cultura y relaciones sociales, salió electa en una reñida competencia, la distinguida señorita Ruth Villagrán Kramer, de ascendencia europea, que lucía esa noche llena de felicidad y satisfacciones, resplandeciendo su luminosa personalidad femenina. El rector Magnífico doctor Ramón A. Calderón, procedió a imponerle la corona a la linda y simpática soberana, bailando enseguida ceremoniosamente con ella, el hermoso vals "La Flor del Café", ejecutado por la marimba "Maderas de mi tierra". En el proscenio se colocaron mesas que ocuparían las principales autoridades del Alma Mater y sus familias, y personalidades importantes vinculadas con esa centenaria casa de estudios. Ruego a mis lectores que me acompañen a las escenas que a continuación detallaré, y el impacto que produjeron en mi. En una mesa tres elegantes damas, jóvenes y bellas, sonreían y conversaban animadamente. Reían, y curiosamente detenían su mirada en los equipos de la transmisión radial. Pero lo que me pareció insólito es que también detenían su mirada en mi, particularmente una de ellas. Me saludaron con las manos enguantadas hasta los hombros. Y cosa increíble, me invitaron a acercarme a su mesa. Y aprovechando un intermedio en que la orquesta daba rienda suelta, a un largo popurrí de melodías muy en boga, como el chispeante "In the mood", di unos cuantos pasos y me dirigí a ellas. Esta vez mi smoking no fue objeto de críticas de parte de Francis Gall, como ocurrió en el baile del Casino Militar. Quizás porque esta vez todo iba como Dios lo manda, o como lo exige la estirada

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La coronación de la reina universitaria. Conocí a una bella dama, dulce y hermosa: Colomba Mendieta


etiqueta. Al contrario, elogió mi smoking rojo, es decir cuando se usa en la media etiqueta, el cinturón y la corbata de mariposa de color rojo. Me presenté cortésmente a la mesa para saludarlas. Y creí que el corazón me daba vueltas, cuando crucé la mirada con una de ellas, que la sentí lindísima y atractiva. Tenía cabellos negros, ojos de azabache, semblante amable y sereno, tez blanca y ligeramente sonrosada, alta y esbelta de cuerpo, sonrisa contagiosa, de mirada inteligente y penetrante. Labios sensitivos que me parecieron de carmín, y su voz de extraordinaria dulzura. Su edad, la calculé en unos 17 o 18 años. Se llamaba Colomba Mendieta. Y no se por qué extraña razón, sentí una inmensa felicidad al conocerla, pero a la vez una inmensa preocupación de conocerla. El tiempo lo diría... Me presentó a su señor padre, nada menos que al señor Doctor don Salvador Mendieta, personalidad política nicaragüense, presidente del Partido Unionista Centroamericano, y apóstol idealista de la unión de las cinco parcelas del Itsmo. Identificó fácilmente a mi familia, particularmente a mi papá y a mi tío. "Es un honor para mi conocerle Doctor", le dije, y él me respondió, "para mi es el honor Federico". Colomba me presentó a las otras damas que les acompañaban. Lidia su hermana, y Emilia González, su mejor amiga, que al tomarle la mano me estremecí ligeramente, porque con fina sutileza me la apretó. Me ofrecieron una copa, pero les respondí que gustosamente aceptaría la invitación, al cerrar la transmisión a las doce de la noche. En ese momento mi reloj marcaba las 10:30. Al finalizar la transmisión regresé. Y Colomba no podía ocultar su alegría al verme nuevamente, y de sentirse a mi lado, ya que precisamente ocupé una silla al lado de ella. Bebimos, reímos, contamos chistes, y nos divertimos de lo lindo todo ese amanecer, porque la noche había quedado atrás, y el reloj y el calendario indicaban

que ya había despuntado el alba. Estábamos en el domingo 18 de diciembre de 1940. En la conversación también tocamos temas culturales y artísticos. Hablamos de los grandes compositores de la música, de los inmortales artistas del pincel, de las maravillas del mundo y de las bellas artes, y mucho sobre mis actividades en Radio Morse, y de mi vida privada, y también la de ella. Tampoco dejamos por un lado los temas políticos de la actualidad. Lidia y Emilia, no se quedaron ni un solo momento al margen de la simpática charla, sino al contrario, tuvieron oportunas e ingeniosas intervenciones que nos hacían reír a todos. Con el doctor Mendieta, hablamos largo y tendido. La plática versó sobre temas políticos de la unión de Centro América. Sus palabras reflejaban su ardiente idealismo, y su ferviente vocación, por ver en un cercano día, la fusión de las cinco parcelas, formando una sola Patria con la orgullosa denominación: "República Federal de Centro América". Me invitó a almorzar con él y sus hijas ese mismo día domingo. Invitación que por supuesto, me cayó de perlas y no me hice de rogar. Se hospedaban en la pensión Asturias. Por largo rato danzamos con Colomba varias piezas, al ritmo de la marimba y de la orquesta de Guillermo Rojas. Le manifesté mi profunda admiración por ella, y la grata impresión que me había causado conocerla. Puntualmente asistí al almuerzo. Y vi a Colomba mas linda y primaveral, con un vestido adecuado al momento. Lidia y la inseparable Emilia, no se quedaban atrás, con sus atractivos atuendos, siguiendo con precisión los lineamientos de la moda. Se veían muy hermosas y atractivas. Lidia tenía el tipo clásico de la mujer latinoamericana, como Colomba su hermana. Y Emilia más bien tiraba al tipo caribeño, tez morena clara, pelo castaño, ojos ambarinos, labios sensuales, mirada perspicaz y un poquitín sombría. Tenía muy buen cuerpo,

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relativamente alta y bien constituida, como Colomba, porque Lidia era algo chaparrita y gordita, pero lo que le faltaba en estatura, le sobraba en nobles sentimientos. La respuesta de Colomba a mi declaración de amor, fue naturalmente afirmativa. Nos hicimos novios, y pasamos juntos y felices, la Navidad y el año nuevo. Y en los primeros albores de 1941, brindamos por nuestro dichoso futuro, prometiéndonos amarnos y no separarnos jamás. Una tarde en que visitaba a Colomba en la pensión Asturias, - incidente que recuerdo con mucha pena-, en el momento en que me despedía de ella, nos dimos un beso en la boca, y en ese preciso momento, el doctor se apareció intempestivamente en la puerta de la sala del apartamento. Fue tal mi desconcierto y el de Colomba, que no sabíamos que hacer, ni que decir. Pero el doctor optó por una prudente retirada, y yo también me retiré prudentemente, mientras Colomba seguía a su papá para darle alguna explicación, pero yo le dije que no cabía explicación alguna, porque nos había sorprendido in fraganti. Agregué que dejara el asunto en mis manos, yo hablaría con su papá, para pedirle su mano, es decir la de ella. Y caso resuelto. Pero mi preocupación aumentó al día siguiente, cuando Colomba me contó que su papá padecía de la enfermedad del "hipo", y que le había atacado después de sorprendernos besándonos en la boca. Tres días le duró al pobre doctor el hipo, y naturalmente yo me sentía responsable de su molesto padecimiento. El hipo consiste en un movimiento convulsivo del diafragma, y quienes padecen la enfermedad, se les presenta después de una fuerte impresión. Eso fue lo que le ocurrió a mi futuro suegro, pero no fue culpa solamente mía, sino también de mi querida novia. Me pasó por la mente darle un tremendo susto, porque dicen los curanderos que así se cura el hipo, pero no me atreví por temor a agravarle su estado de salud.

Los primeros meses del año corrieron rápidamente. Después de mis actividades en la radio, volaba para ver a Colomba en la pensión Asturias, o al sitio donde conveníamos en reunirnos. Casi todas las tardes la invitaba a refaccionar a alguna fuente de soda. Después íbamos al cine, a una función de teatro, o a un concierto de la sinfónica. De repente nos encontrábamos cenando en el Granada, y después bailando en el Ciros. Me presentó a varias familias paisanas suyas. Y recuerdo particularmente, a dos viejecitas que vivían en una casa pobre y antigua, ubicada en la esquina de la quinta calle y quince avenida, frente al parque la Concordia. Eran hijas del general Toledo, que fue jefe de la plana mayor de Reyna Barrios, y según se dijo en ese entonces, se vio gravemente complicado en el atentado que le costó la vida al presidente. De acuerdo con apreciaciones del historiador Batres Jáuregui, la esposa de "Reinita", la "Gringa", que ocupaba el segundo piso de la casa presidencial, y él, el piso de abajo, por separación de cuerpos, esperaba el advenimiento de un hijo, y esto tenía que ocultarse al presidente a toda costa... A Toledo lo expulsó Estrada Cabrera del país, y se refugió en Nicaragua. Fue asesinado en una emboscada en un barco de bandera norteamericana, por esbirros del gobierno, cuando intentaba regresar a Guatemala. El incidente provocó una protesta del Departamento de Estado, pero todo quedó en la impunidad. Por supuesto que este episodio histórico jamás lo toqué con las viejecitas, y menos preguntarles si su mamá había sido "La Gringa". Los días de la Semana Santa los disfrutamos espiritualmente con Colomba, asistiendo a los oficios religiosos o a las procesiones, que en ese tiempo, las más importantes y solemnes eran la del Señor de Candelaria, que salía el jueves santo a las dos de la tarde, y entraba a

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las nueve de la noche; la del Nazareno de la Merced, que recorría calles y avenidas de la capital, el viernes santo en la mañana; y el Santo Entierro de Santo Domingo, el viernes santo en la tarde. No se conocían las andas alegóricas. Y aunque su tamaño era pequeño, -no pasaban de 18 brazos-, los adornos se elaboraban con sencillez, pero no faltaba el buen gusto y la devoción de los feligreses. Las horas, los días, las semanas y los meses de la primavera y del otoño, discurrieron con toda celeridad. Y los comienzos del invierno, con el cielo frío, deslumbrante y luminoso, poblado de infinitas estrellas, anunciaban otro aniversario del nacimiento del Redentor del mundo. Pero por otro lado, densos nubarrones se perfilaban en el horizonte del planeta. Los Estados Unidos de América, habían declarado la guerra a las potencias que formaban el eje, Roma, Berlín, Tokio, y el 8 de diciembre, el presidente Roosevelt en las grandes cadenas de radio NBC y CBS, pronunciaba en su discurso al mundo, estas palabras: "El día de ayer, 7 de diciembre de 1941, fecha que será recordada de infamia, por la humanidad, las fuerzas navales y aéreas del Imperio del Japón, atacaron cobardemente la base militar norteamericana de Pearl Harbor". Esa noche como a las diez, encontrándome en la sala de la pensión con Colomba, hablando de nuestro futuro, en compañía de Lidia y Emilia, entró a la sala presuroso y preocupado el doctor Mendieta. Y sin decir "agua va", nos dio una inesperada noticia, que nos calló como un balde de agua fría. Antes de una semana tenía que regresar a Nicaragua, por asuntos urgentes, que requerían su presencia, y que sus hijas regresarían con él. La noticia nos golpeó duramente, porque todo apuntaba a que se radicarían definitivamente en Guatemala. Y el proyecto iba encaminado satisfactoriamente. Pero indudablemente los graves acontecimientos internaciona-

les, obligaron al Doctor a cambiar esa determinación, que ya se encontraba resuelta. Colomba, Lidia y Emilia, nos trasladamos al comedor, para celebrar una mesa redonda, y examinar con serenidad los diferentes ángulos de la situación, en busca de una salida viable que salvara y fortaleciera mi noviazgo con ella. Y es que esto, constituía la piedra angular, del castillo de ensueños que habíamos edificado ella y yo. Emilia, siempre con su carácter servicial y comunicativa, que embellecían su personalidad femenina, sirvió té, y en mi taza dejó caer unas gotas de cognac, simpático gesto que le agradecí efusivamente. En la reunión propuse dos alternativas, pero previamente les dije que para todos los momentos de la vida, por difíciles que se presentaran, habían soluciones a la mano, exceptuando la muerte que era irreversible. Deseo trasladar a mis lectores lo ocurrido en los últimos detalles de esta dramática escena, que pone fin a la parte tercera de VIVENCIAS, con este impresionante capítulo. Si yo hubiese presentido lo que sucedería después de la partida de Colomba, me hubiera jugado un albur: proponerle matrimonio, e iniciar los trámites de la boda sin perdida de tiempo. O bien seguirla a Nicaragua. Pero como yo no tenía las facultades videntes de un gitano, ni las andanzas aventureras de un conde de Cagliostro, entonces rechacé de plano esas dos opciones. Me consideré incapaz para casarme. No quería exponer a lo que más quería en la vida, a un fracaso matrimonial, tomando una decisión precipitada. Yo tenía 21 años y Colomba 17. No tenía experiencia en la vida. No disponía de una estabilidad económica, que me permitiera desenvolverme con holgura en esos momentos de mi existencia. Más bien me encontraba impreparado para responder a las exigencias de un hogar sólido, armonioso y confortable, digno de Colomba. Jamás pasó por mi mente que los seres

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humanos somos débiles por naturaleza. Que el destino juega con nuestras vidas. O que somos simples piezas del tablero de ajedrez, en que nos movemos al azar de las circunstancias. Y en este caso quizás por cobardía, falto de carácter firme, o de entereza moral, no tomé la dirección correcta. Entonces todo aquel mundo de ilusiones que habíamos forjado Colomba y yo, se derrumbó como castillo de naipes. Entre lágrimas y sollozos, llegó por fin la despedida en la estación de los ferrocarriles. Procuré la mayor serenidad y equilibrio moral. Así me mantuve. Hasta que partió el tren, cuando lloramos con Emilia. Emilia me dijo que pasara por ella lo más pronto posible. Que quería revelarme un secreto. Y que buscáramos distracciones, para atenuar el impacto producido por la partida de nuestras amigas. Le prometí que así lo haría prontamente. La primera carta de Colomba, la recibí cinco días después en correo ordinario, servicio que en ese tiempo era muy eficiente, fechada en la ciudad de Diriamba, de la provincia de Granada, donde residían, a poca distancia de Managua. Me contó que el viaje lo sintió cansado y aburrido, que estaba muy triste por mí y que le escribiera pronto. Ese mismo día le contesté, reiterándole mi cariño y el vacío que yo sentía por su ausencia. Y así era efectivamente. Deambulaba por las calles en busca de Colomba, y sobretodo en los lugares que frecuentábamos, y obviamente no la encontraba. Regresaba a mi dormitorio, pero antes de entrar, me detenía en la librera de mi escritorio, para besar su foto que conservaba en un medallón con marco dorado. Las cartas llenas de amor y de ternura, se sucedieron cada cinco días. Yo no encontraba ni tranquilidad ni consuelo por ninguna parte. Solo desaliento y tristeza. Y me parecía verla a mi lado, con su carácter alegre y jovial y haciendo proyectos para el futuro. Emilia me llamó por teléfono. Sentí una gran

alegría de que se acordara de mí. Me reprochó no haberla visitado. Me contó que había recibido carta de Colomba, y le pedía que se comunicara conmigo para saber de mi salud. Le ofrecí visitarla al día siguiente, y la invité al cine Capitol, a ver la película "Robin Hood", con el fantástico Errol Flinn. Al no más sentarnos en las butacas de la luneta, y apagarse las luces del cine, Emilia me dejó estupefacto. Me tomó una mano con la suya, y me la apretó fuertemente. Acercó su cuerpo al mío, y me dio un beso apasionado en la boca, confesándome que me amaba. Mi desconcierto fue tal, que quise dejarla, alejarme de ella, huir, y salir corriendo, pero no lo hice por tratarse de la mejor amiga de Colomba, por lo menos hasta ese momento. Y además porque yo la apreciaba, la quería mucho como mi amiga, y la respetaba como una gran dama. Sin embargo, mi reacción fue inflexible ante su actitud insensata. Fue de rechazo a su conducta censurable, que constituía una deslealtad y una traición a su mejor amiga, que era mi novia que ocupaba un lugar insustituible en mi corazón. Llena de angustia ella me confesó que me amaba con locura, y me dio otro beso más apasionado en la boca. No pudo contener el llanto, y me pidió con vehemencia que la comprendiera, que tuviera compasión de ella, y que Colomba la perdonara, pero que no podía vivir sin mi. No sé que me pasó en ese momento, un momento de flaqueza, de debilidad humana, o talvez de comprensión ante los sentimientos dolorosos de Emilia. Pero percibía que me faltó valor y entereza moral para rechazarla, antes de que el fuego se propagase, como efectivamente así sucedió. Por supuesto que al recordado Errol Flinn y a Robin Hood, no los vi en toda la película. Sino fueron los ojos llenos de fuego, de ansiedad de deseos, y el lujurioso contacto de los labios ardorosos de Emilia, lo que ocupó toda mi atención y mis sentidos. No podía retraerme de

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aquel placer inmenso, que conmueve todo el ser, que turba los sentidos, y que es mayormente intenso y dulce en la aurora de la vida, y los dos éramos jóvenes. Además, Emilia estaba aferrada a sus sentimientos, y yo no podía, ni tenía ningún derecho a prohibirle o impedirle que me amara. Confieso que esa noche no pegué los ojos. Me parecía ver ya no la mirada inteligente y apacible de Colomba, con su carácter generoso, dulce y amoroso. Sino a una Colomba diferente. Transformada en una diosa vengativa. Portadora de odio y destrucción. Con sus ojos ya no de azabache, sino lanzando rayos de fuego contra mí, como un reclamo justificado y violento, ante mi imperdonable infidelidad. Me sentía el ser más abyecto y abominable del mundo. Salí corriendo al bar de mi papá, y me apoderé de una botella de whisky, que al consumirla me sumió en un profundo sueño. Y desperté hasta el día siguiente, cuando ya moría la tarde. Pasaron los días, y la correspondencia con Colomba siguió sin interrupción alguna. Y mi noviazgo con Emilia, también siguió en insensata y desenfrenada pasión. Pero abrigábame una débil esperanza, al recordar la frase del poeta "Toda llama que aviva los deseos, pronto encuentra la nieve que la apague". Le pedí a Dios que así fuera, pero no fue así... El miércoles esperaba ansiosamente carta de Colomba. Pero no llegó. Imaginé un atraso del correo, pero tampoco recibí correspondencia al día siguiente, ni en los siguientes días. Le escribí para preguntarle que pasaba. Pero no obtuve respuesta. Volví a escribirle, y tampoco supe nada de ella. Le comuniqué a Emilia lo que sucedía, y me respondió que tampoco a ella volvió a escribirle. Acudí a todos los medios a mi alcance para comunicarme con ella, pero todo fue infructuoso. Entregué cartas a personas que viajaban a Nicaragua, pero todo fue inútil. Entonces abrí los ojos, y me convencí de la

ingrata, pero indiscutible realidad: mi amada Colomba, ya estaba enterada de mis infieles relaciones con Emilia. Me di cuenta tardíamente, de que el sol no puede ocultarse con el dedo de la mano, ni con toda la mano extendida. La ciudad era pequeña como un pueblo. Todos sus habitantes nos conocíamos de vista, y en mi caso, imposible ocultarme ante los ojos de la gente, ya que por mi trabajo mi persona era demasiado visible. No obstante que con Emilia procurábamos exhibirnos lo menos posible, pero en la entrada o en la salida del cine, en alguna sala de baile, en algún hotel, o quien sabe donde, nos habían visto, y la bola infame corrió velozmente hacia Nicaragua. Con Emilia nos veíamos todas las noches, en un apartamento pequeño pero muy acogedor, muy cómodo, con muy bonitos muebles, lindos cuadros, alfombrado. Quedaba en Lo de Bran, en una finca boscosa y discreta. El dueño era un amigo mío, que se encontraba en el extranjero, y lo dejaba a mi disposición durante sus frecuentes ausencias, que a veces se prolongaban por varios meses. Ella pertenecía a una familia capitalina muy honorable y acomodada. En presencia de Colomba me hablaba de sus penas, de sus preocupaciones, de sus desilusiones amorosas, de sus tristezas, de sus alegrías, de las riñas de sus papás, y un sin fin de cosas, que como yo le decía, es el denominador común de todos los seres humanos, y de todos los hogares del mundo. Pero en términos generales, a Emilia no le faltaba nada. O mejor dicho si le faltaba un hombre que se enamorara de ella, que la hiciera feliz, que la comprendiera y que la respetara. Tenía la misma edad que Colomba, 17 años. Y aunque eran íntimas amigas, sus temperamentos eran muy diferentes. El suyo era excesivamente fogoso y sensual, pero cuando pasamos la primera noche juntos, me di cuenta que no había tenido ninguna relación sexual, y así me lo confirmó ella. Compaginábamos de manera

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admirable. Quizás por afinidad de temperamentos. Sin embargo, estaba consciente que cuando estábamos juntos, mis pensamientos y mi corazón le pertenecían a Colomba. Pero ella me decía que no tenía importancia, porque me amaba pasionalmente, y deseaba mis caricias en todo momento. En mi concepto, no fue precisamente la noticia de mis relaciones amorosas con Emilia, lo que seguramente impactó a Colomba. Sino fue el chisme infamante, que agranda, retuerce, tergiversa y destruye. Porque tiempo después supe que a Colomba le dijeron que Emilia estaba embarazada, y que esperaba un hijo mío. Esto la derrumbó total, y definitivamente. Y la versión no solamente era perversa, sino absolutamente falsa. A las tres semanas de silencio, recibí por fin carta de Colomba. Cuando comencé a leer, no podía concebir lo que mis ojos leían Me sentí un ser diminuto, un pigmeo, una basura, ante su grandeza espiritual, ante la inmensa generosidad de su noble corazón, ante sus elevados sentimientos y principios. Entonces me di cuenta que no la conocí. O talvez la conocí, pero muy poco, o talvez nada. Me hablaba de los efímeros momentos en que fue tan feliz a mi lado, pero me dijo que los designios Divinos, dispusieron lo contrario a nuestros dulces sueños, y que teníamos que acatar las disposiciones del Altísimo, aunque nos destrozaran el corazón. Agregó Colomba en su carta, que todo es inestable dentro de la percepción humana. Que todo tiene principio y fin. Menos Dios porque su Reino es eterno. Esta última carta de Colomba, no es en mi concepto una carta común y corriente. Es un documento lapidario, que contiene un mensaje de amor. Que retrata de cuerpo entero, y que habla muy en alto de una mujer admirable, inconfundible y extraordinaria. Que ha puesto al alcance de mi mano la otra mejilla, para que se la golpee, siguiendo los pasos del Divino Maestro.

Finalmente le pide a Dios que me perdone por lo que le hice, y que también perdone a Emilia, por lo que le hizo. Terminé de leer. Sentí la noche en mi conciencia. Había perdido para siempre, lo que más quería en la vida. Guardé en mi corazón, la carta de mi amada Colomba, y mis ojos se nublaron con un torrente de lágrimas...

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CUARTA PARTE Diez años después. Quetzaltenango 1941 Han pasado diez años, después de los infortunados momentos de aquel aciago diciembre de 1941. A raíz de esa crisis sentimental, recordé que después del acto de la clausura del colegio La Concepción del año escolar de 1929, encontré a mi recordada amiga Marina, en la salida del colegio, y le dije, que en un libro había leído aquella hermosa frase, "Dicen que el tiempo es el dulce bálsamo de consuelo, que cicatriza las heridas del alma". Esto fue a posteriori del trágico accidente aéreo del callejón de dolores. Traigo esto a la memoria porque en aquellos días en que perdí para siempre a Colomba, sacando fuerzas de flaqueza, y haciendo inauditos esfuerzos, conseguí por fin estabilizarme emocionalmente. La vida seguía su curso. Yo tenía que desenvolverme normalmente en el diario vivir. Esto, evidentemente, no significaba que la hubiese olvidado, al contrario, el recuerdo de ella ha permanecido imborrable en mi. Me casé hace cuatro años. En 1947. Y soy muy feliz con mi esposa Ana María. Ya nació el primer heredero que lleva mi nombre. Y viene en camino el segundo. Y vendrán mas, pero, dentro de un proyecto de planificación familiar, para que el número de hijos no exceda de cuatro. Porque más fácilmente salen adelante en la lucha por la vida, cuatro hijos que una docena de hijos. Estoy en Quetzaltenango con Ana María, por el fallecimiento repentino de su señor padre, o sea mi suegro, don Pancho Rodríguez Rivera. El infausto acontecimiento acaeció el 15 de octubre reciente, en los baños de Almolonga, víctima de un fulminante paro al corazón. De entrada voy a interrumpir este capítulo, porque me asalta un recuerdo que viene a mi memoria, y no 154

quiero postergarlo. Es una interesante conmemoración, ocurrida años atrás, para lo cual retrocedamos las manecillas del tiempo.

Suntuoso baile en el Club Guatemala: 100 quetzales por un beso. Amanda Ledesma y Juan Canaro. Es el 14 de septiembre de 1943. El Club Guatemala viste de gala y desborda de alegría, por un aniversario más de su fundación, y para conmemorar al mismo tiempo, el 122 aniversario de la Independencia Nacional. La junta directiva solicitó la transmisión a control remoto. Y por eso los equipos ya están instalados. Varios micrófonos están distribuidos en los conjuntos musicales que amenizarán el festival, que tendrá un gran atractivo por la actuación de la famosa orquesta típica argentina del maestro Juan Canaro. Y la presencia de la incendiaria rubia Amanda Ledesma, que brilla con luces esplendorosas en el firmamento cinematográfico de la República Argentina. Para mí no es desconocida esta orquesta. Ni la de su hermano Francisco Canaro, ya que por mi afición por la música argentina, sintonizo con frecuencia en onda corta, las poderosas estaciones LR1 y LRX, "Radio El Mundo de Buenos Aires", desde cuyos estudios se presentan con frecuencia las aplaudidas orquestas. A propósito conservo un pequeño diploma de las emisoras argentinas, que me fue remitido como respuesta, a una carta de felicitación por sus audiciones que les envié. Haciendo honor al recuerdo de Colomba, que apenas hace dos años que la perdí, me puse el smoking de cinturón y corbata roja. Todo en su sitio, para que Francis Gall no se sienta incómodo. La vibrante marimba orquesta "Alma India" está preparada para un mano a mano con Juan Canaro. Y para romper el baile interpreta un gustado fox trot de gran 155


actualidad. "La doce calle". Los estimulantes ritmos se conjugan con la alegría y el bullicio de la copetuda concurrencia. Las mesas están desbordando de respetables invitados de la exigente sociedad, descendientes de las familias de abolengo de tiempos pasados, que disfrutan con alegría el ambiente acogedor del fastuoso Club Guatemala. La nota de belleza y colorido, la complementa la presencia de muy hermosas y atractivas mujeres, con sus elegantes vestidos de baile. Puntillosos caballeros de la elite social, jóvenes y adultos, de rígida etiqueta, deambulan en las salas y corredores. O bien, charlan o bromean con grupos de amigos, o cortejando discretamente, a una preciosa y coqueta damisela. En la pista de baile, numerosas parejas se deslizan suavemente, a los cadenciosos acordes de la orquesta de Juan Canaro, que hace su brillante debut, con el tango de la vieja guardia "A media luz", que exalta con su sensibilidad, la voz apasionada del vocalista de la estupenda orquesta. El clásico golpe de los bandoneones. De los violines, y de los violoncelos. Y de los contrabajos y los instrumentos de percusión, que lanzan al viento sus rítmicas y acompasadas notas, como si fuera una lluvia de vibraciones, del pentagrama musical argentino, que llegan hasta lo más íntimo del corazón. Antes de comenzar su actuación, el maestro Canaro al reparar en la presencia de los micrófonos, se resistió a cumplir su compromiso con el Club. Fui llamado de urgencia por la junta directiva, para explicar que Radio Morse funcionaba al servicio del gobierno de la república, y que por tal razón no constituía una empresa comercial, sino de índole divulgativo y cultural. Con esta aclaración el maestro Canaro quedó complacido. No puso ninguna objeción para que la transmisión se realizara, sino al contrario, manifestó su reconocimiento al gobierno, por la distinción de que era objeto su orquesta con la transmisión radial.

Y es que hubo una equivocación. Los integrantes del conjunto creyeron que se trataba de una emisora comercial. Y en ese caso se elevan los costos del contrato por su carácter lucrativo. Pero en el presente caso, la transmisión estaba exenta de anuncios comerciales, ya que Radio Morse estaba subvencionada por el Estado, e incluida en el presupuesto general de gastos de la nación. La alegría reinaba en todos los ámbitos del edificio del Club. El festival estaba en su pleno apogeo. Algunas parejas giraban suavemente en la pista, en tanto otras se deslizaban rítmicamente. Y reparé con sorpresa en una pareja en particular, que se acercaba bailando en el lugar donde me encontraba al frente de los micrófonos. Se trataba de Emilia, de mi amiga Emilia, a quien tenía tiempo de no ver. Su presencia me puso nostálgico, porque recordé a Colomba, en la persona de "su mejor amiga". Estaba en compañía de un caballero elegante, que asumí que era su novio por la manera de conducirse con ella. Su piel morena clara, su cabello largo y castaño, y sus ojos ambarinos que no me perdían de vista, resaltaban con su graciosa coquetería. Lucía un escotado vestido de baile de rojo encendido. Cinturón negro y broche dorado. Tacones altos también negros. Y un clavel rojo en su cabellera. Para colmo, ocupaban una mesa bastante cerca del sitio donde me encontraba con el equipo de transmisión. Después de bailar, y antes de tomar asiento, Emilia me hizo una indicación discreta para que la siguiera. Simulando ir al baño. Presentí que otra vez íbamos a tropezar con la misma piedra, y con el mismo pie. Me esperaba en un pasillo bastante oculto al lado de los baños, y cuando me acerqué se me tiró encima. Me pegó sus labios en mi boca, y su cuerpo con el mío, que se estremecía de emoción. Con el timbre entrecortado de su voz, me repitió que me amaba con locura, que no podía olvidarme, y que pasáramos esa noche juntos "en nuestro

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nidito de amor". No se porque, la alejé suavemente para no lastimarla, y le dije que otra vez la insensatez nos envolvía. Que no era posible vernos porque entre ella y yo todo había terminado. Además ya tenía novio, y suponía que pronto se casaría. Le pedí que no fuera infiel con su prometido. Que lo respetara, y que no le ocultara su pasado. Llorando se metió al baño para las damas. Y yo pensativo, me metí al baño para caballeros. Me vi en el espejo, y me asusté al ver el cuello blanco de mi smoking con el dibujo de los labios rojos de Emilia. No sabía que hacer. No podía dar un paso afuera del baño en busca de alguien que me ayudara, porque se notaba demasiado. No sé que Santo me hizo el milagro. Talvez Santa Rita de Casio. Pero lo cierto es que mi paño de lágrimas Francis Gall, se apareció milagrosamente en el umbral de la puerta, como el ángel de mi guarda, y le conté lo sucedido. Como ya lo esperaba, me increpó mi encuentro con Emilia. Y me dijo mas o menos lo siguiente: "Por el amor de Dios, por qué sigues viendo a Emilia. Solo daño te ha causado. Y su traición y deslealtad a Colomba, es algo imperdonable, en lo que tú también tuviste la culpa. Colomba no se merecía lo que tu y Emilia le hicieron. En muchas tertulias se ha hablado de la ingratitud del proceder tuyo y de ella. A Colomba, todos la recordamos con verdadero afecto y admiración". Como el cuello de la camisa era postizo, así se usaban las camisas de etiqueta en ese tiempo, fue fácil que Francis me lo quitara. Y con un cepillo y un buen jabón que consiguió no se donde, procedió a lavarlo y cepillarlo, y creo que quedó tan blanco como la nieve, y talvez más blanco que antes. La soberana filípica que me endilgó Francis, la recordé por mucho tiempo. Y pienso que hasta el presente día. Comprendí que aunque no tenía ningún derecho de inmiscuirse en mis asuntos personales, indudablemente lo

hizo por el cariño que me tenía, y por el recuerdo que conservaba de ella. No le respondí ni una sola palabra, porque bien dicen que el que calla otorga, y él tenía toda la razón del mundo. Una simpática rifa, solo para hombres, estaba desarrollándose en esos momentos. Se vendían como pan caliente los billetes para participar en un beso, que Amanda Ledesma le daría al afortunado que saliera favorecido con el premio, cuyos fondos se destinarían a beneficio de la Cruz Roja Guatemalteca. No recuerdo el número de billetes que se vendieron. Pero no fueron menos de doscientos cincuenta, al precio de cien quetzales cada uno. Por supuesto que la demanda excedió en mucho a los cálculos que se habían previsto, notándose la inquietud por adquirir un billete en busca del premio prometido, no solo de hombres jóvenes, sino también adultos, y hasta de la tercera edad, que creo que formaban mayoría. Supe de un amigo que compró mas de cinco billetes. Pero como la suerte es veleidosa, le cayó el gordo, o mejor dicho los sensuales labios de Amanda, a alguien que solo un número adquirió. No recuerdo el nombre del dichoso ganador. Pero lo que sí recuerdo es que se trataba de un conocido personaje de altos vuelos, de muy buena familia. Muy estimado en la estirada sociedad de aquel entonces. Lo cierto del caso es que la escena se desarrolló dentro del bullicio y la algarabía de los asistentes, y particularmente de los participantes en el simpático evento. Amanda se veía muy linda, estaba sentada en un lujoso sofá pulman, color verde. Lucía vestido negro, que resaltaba su tez blanca, sus ojos azules y su cabello rubio. Estaba rodeada de directivos del Club, que abrieron paso para que el dichoso triunfador, se apoderara del exuberante trofeo. Y así lo hizo. Excediéndose al tomar en sus

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brazos, el frágil y delicado cuerpo de la guapa artista, hasta pegar su boca en la de ella. La tormenta se desató al día siguiente, cuando al informar del acontecimiento social, tanto en El Imparcial como en El Liberal Progre-sista, se destacó en fotografías en tamaño grande, el momento espectacular en que el ganador del premio, besaba a la monumental artista del cine. El planteamiento de divorcio de la ofendida esposa, se comenzó a tramitar. Pero gracias a la solícita intervención de amigas y amigos de las dos familias, el atrevido show quedó felizmente subsanado. Y esto, no solo para satisfacción de las dos familias, sino también para la tranquilidad de Amanda, que había convertido el fuego y la audacia de un beso, en un incendio familiar. El violín concertino de la orquesta Canaro, corría a cargo del virtuoso maestro húngaro Sergio Golwarts, que hablaba muy bien el español, y con quien conversé un buen rato. Me contó entre otras cosas, que por varios años perteneció a la Filarmónica de Budapest, y posteriormente se incorporó a la Sinfónica de Berlín. "Con Juanito nos conocimos en Europa hace bastante tiempo" me dijo, y siguió "me habló para formar parte de su orquesta y acepté por cariño a él, y por admiración a la música de su país". También me informó, que estaban realizando una gira artística por varios países de la América Latina, para finalizar en los Estados Unidos de América. Dentro de los tangos que fueron ejecutados magistralmente, recuerdo éstos: "La cumparcita, A media luz, Uno, la Mocosita, Cuesta abajo, mi Buenos Aires querido, Fumando espero, Ladrillo, Madreselva y Orquídeas a la luz de la luna. (Este tango fue la melodía gustada por el general Ubico. Y esa noche no se desprendió de su radio receptor para escucharla). Me llaman de la mesa donde se encuentra Amanda Ledesma. Con prontitud acudo para celebrar con ella una entrevista, que previamente había solicitado. Sin mayores

rodeos le pregunto que si ya se repuso del beso. Y me responde que ojalá se repitiera. Nos reímos, y comenzamos hablando de sus primeros pasos en el cine. Sobre sus películas mas taquilleras. Y en fin sobre aspectos baladíes de la farándula. Cortamos el amable coloquio debido al asedio de que era objeto. Amigos y admiradores le solicitaban su autógrafo. Me despedí de la linda y gentil artista, con un suave apretón de mano, que ella correspondió galantemente, con un beso que me dio en la mejilla, sin que me costara ni medio centavo. Antes de las doce revisé la correspondencia. Agradecí los telegramas y llamadas telefónicas de felicitaciones para la orquesta de Juan Canaro, y de complacencia por la claridad y nitidez de la transmisión. Me dispuse salir. Pero antes me despedí de la mayoría de los profesores de la orquesta, particularmente del maestro Canaro y de don Sergio, a quien recuerdo como un personaje legendario. Emilia que estaba de pie al lado de la mesa que ocupaba con su novio y personas amigas, me interceptó el paso. Me tomó una mano y me obligó a bailar con ella. Me estrechó fuertemente su cuerpo con el mío, pegándome su rostro. Su primoroso cabello me envolvía la cara. Sentí no se que, al aspirar el aroma fascinante, ya conocido por mi, de su esbelto y juvenil cuerpo. Estaba feliz conmigo. Y yo también con ella. Bailamos varias piezas, entre ellas cuatro románticos boleros, cuyas letras que reflejaban nuestra inquietante situación, vocalizaba suavemente en mi oído. Creo que fueron "perfidia", "destino", "hilos de plata" y "humanidad". Insistió en que pasáramos juntos esa noche. En tanto yo flaqueaba. Me sentía subyugado por su modo de ser, por sus generosas caricias, porque en realidad quería abrazarla y besar su cuerpo con intensa pasión, aunque fuera la última noche que pasáramos juntos. Pero, aspiré fuerte, contuve el aliento, me revestí de serenidad y valor. Y sacando fuerzas

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de mis debilidades humanas, comunes en todos los seres humanos, hombres y mujeres del mundo, de todos los tiempos. Y entonces mi respuesta, que me partió el corazón, fue negativa, porque pese a todo, aún amaba a Colomba y a Emilia no podía amarla ni casarme con ella. Es cierto que la quería muchísimo como una amiga, y también es cierto que me atraía poderosamente su fogoso temperamento, y sus seductoras caricias. Pero comprendí que los dos nos estábamos haciendo demasiado daño, y la peor parte le tocaba a ella sufrirla. Por eso tomé esa resolución irreversible. Dolorosa para los dos. Pero el deber se imponía a nuestra apasionante relación. No quedaba otro camino: terminar en forma definitiva y para siempre con nuestro insostenible romance... Fue la última vez que vi a Emilia González... Al filo de la una y media del amanecer, salí volando. Abordé mi vehículo. Recordé que al día siguiente tenía una cita muy importante, y volé con mayor rapidez...

Me presenté puntualmente al edificio de la tipografía nacional, en la 18 calle, donde aún están acondicionados los estudios de la TGW. El locutor Carlos Teodoro Recinos, había presentado su renuncia al recibirse de abogado, por lo que se convocó a un concurso de oposición, para optar al puesto vacante, que devengaba el salario de sesenta quetzales mensuales. Con el personal de la emisora nacional me relacioné bastante. La mayoría fueron mis amigos. Recuerdo entre ellos a las dos locutores bilingües, inglés español, Eduardo Vásquez y Roberto Jordán. A los locutores en español Carlos Castillo, cuya especialidad

fueron las transmisiones a control remoto, a René Wever y Alfonso Rodríguez. El técnico fue el ingeniero James Mc Elroy, de la RCA, el jefe de producción Salvador Falla, mas bien conocido como el Chito Falla, y el jefe de redacción Guillermo Lorenz. Con Guillermo y Roberto Jordán, tuvimos una sincera amistad, y nunca olvido que los dos me estimularon y me orientaron en mis actividades de locutor. Con el Chito Falla, nuestra amistad se remontaba a los lejanos días del Colegio La Concepción, y después en el Infantes. No me dio tiempo de contar cuantos éramos los aspirantes, que buscábamos ocupar la plaza vacante de locutor, pero supe que éramos alrededor de 150. Eduardo Vásquez, fue el coordinador del evento que duró tres días consecutivos. El primer día consistió en evaluaciones fonéticas. Sobre la emisión de la voz, y los fenómenos relativos al sonido, en la formación de las palabras. Así como la representación de los sonidos vocales, por medio de la escritura. De la primera eliminatoria se quedaron cien aspirantes en sus casas, y el grupo se redujo a cincuenta. Yo quedé. El segundo día fueron las pruebas de dicción, o sea el modo de leer en perfecta claridad, con apego estricto a la puntuación. Se fueron a sus casas otro grupo, y solo quedamos diez. Recuerdo que en este grupo aparecía mi recordado amigo Jorge Ibarra, entre otros. Y el último día que fue el final y decisivo, se enfocó sobre temas de improvisación. La descripción de eventos sociales, oficiales, culturales, artísticos, y otros. Prueba que yo superé satisfactoriamente, por la experiencia y práctica adquirida en las transmisiones a control remoto. De suerte pues, que al figurar mi nombre entre los cinco finalistas, no me causó sorpresa, pero si me halagó bastante. La última palabra la tenía el presidente Ubico. De manera que el director de La Voz de Guatemala, don

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150 aspirantes a un puesto de locutor. ¡Los sarcasmos de la vida!


Luis Schlessinger, le presentó la nómina con los datos personales de cada uno, para que él seleccionara al que ocuparía la plaza vacante de locutor de la TGW. De entrada el presidente suprimió mi nombre, y expresó que el joven Salazar pertenecía a una familia rica, y que no necesitaba el empleo. Agregó que yo trabajaba en la radioemisora de la dirección de comunicaciones, y que allí se me necesitaba. Sin leer la nómina le dijo a don Luis, que su decisión ya estaba tomada. La mamá de José Luis Contreras, - que integraba la planilla - lo había visitado y que el acuerdo de nombramiento lo firmaría ese mismo día. Así se cerró otra página incomprensible de mi vida: después que aprobé las pruebas de admisión, para optar a un puesto vacante de locutor, encabezando la lista de los cinco aspirantes, el presidente me da un tapa boca, porque dice que soy rico y no necesito el empleo. Me pregunto: ¿De donde diablos sacó Ubico semejante mentira?. !Averígüelo Vargas!. En otra ocasión también ocurrió lo mismo. Porque después de aprobar las pruebas de admisión para ingresar a la Politécnica, ocupando el segundo lugar, (gracias a la gentileza del coronel Morales), quedé eliminado esa vez no por rico, sino por ceguera, y como ya dije, jamás he padecido de la vista, (gracias a Dios). Y aún en el ocaso, leo y escribo perfectamente bien, sin binoculares. Entonces Don Quijote tuvo sobrada razón al expresar: "Cosas veredes Sancho amigo", o bien el célebre "Tres Patines", cuando lo condenaban injustamente en "La Tremenda corte", después de una conducta ejemplar, con su expresión satírica, "Que cosa mas grande es la vida, Chico". Y yo agrego !Qué sarcasmos los de mi existencia, amables lectores!.

El último cumpleaños de Ubico en la Presidencia. Serenata en la víspera. Besa manos el 10

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Aquel 9 de noviembre de 1943, la cuadra de la sexta avenida frente a la Casa Presidencial, se encontraba cerrada al paso de vehículos. Era la víspera del cumpleaños del presidente Ubico. A las siete de la noche comenzaba la serenata, que finalizaba lindando con el nuevo día, en que había alborada y mañanitas a las cuatro de la mañana, poco antes de despuntar el sol. Toda la cuadra estaba cubierta con una espesa alfombra de pino. Mesas para los comensales. Bandas, marimbas, chirimías, instrumentos autóctonos, grupos musicales de cantantes y guitarristas, que con todo regocijo participaban. No faltaban las cofradías indígenas, con sus vistosos atuendos, cargando montones de objetos de sus ritos tradicionales. Por supuesto que tampoco faltaba, la dulzura del pon y el agradable incienso, convertido en nubes de humo que se elevaban al cielo aromatizaban el ambiente. El cielo se cubría de adornos de flecos de papel de china, en blanco y azul, colgando de hilos que se extendían a lo ancho de la avenida, sujetadas de la casa presidencial a las azoteas de las casas particulares de enfrente. Solo había un trecho que no era propiedad privada, estaba a media cuadra, y era la vieja casona del ministerio de la guerra. A las 9 de la noche los micrófonos de Radio Morse llevaron a los cuatro vientos, las incidencias de la alegre y bulliciosa serenata popular, que contaba con la presencia de empleados públicos, correligionarios y amigos del partido Liberal Progresista, y un sin número de vagos y curiosos, a quienes desde luego se les atendía. El presidente, los ministros y altos funcionarios, no asistían a este festejo popular. Ellos se encontraban en el interior de la casa presidencial, celebrando a su modo la


serenata. Las bombas, los cohetes y las luces de colores, y los juegos pirotécnicos, le daban mas colorido y ambiente a la anual celebración, que rendía pleitesía al vanidoso mandatario. Todos los edificios públicos se adornaban con banderas azul y blanco, y con millares de focos de colores. La narración frente a la casa presidencial, resumía la obra material grande, pequeña e insignificante, que comenzaba a inaugurarse desde una semana anterior al cumpleaños del Presidente. Ese 10 de noviembre de 1943, el saludo de cumpleaños, no lo recibió en la casa presidencial, como se acostumbraba. Se realizó en el Palacio Nacional, que sería inaugurado a las cinco de la tarde. En el Salón de Recepciones del Palacio Nacional, después de la bulliciosa alborada y de las musicales mañanitas, Pepe Vargas y su enjambre de técnicos y operadores de Radio Morse, pusieron manos a la obra en la colocación de los equipos de control remoto, para cubrir las incidencias del saludo de cumpleaños programado para las diez de la mañana. Con voz áspera y autoritaria, don Delfino Sánchez Latour, jefe del protocolo, se acercó a mi, y me previno que no deseaba tropezar con ningún cable que obstaculizara el paso de la gente, y que se ocultaran en cualquier sitio. De inmediato le transmití a Pepe la orden del jefe del protocolo, que me pareció muy razonable, y con la velocidad de un rayo procedió a quitar del brillante piso del ostentoso Salón de Recepciones, cuanto obstáculo interrumpiera el libre paso de la romería que asistiría a saludar al señor presidente. Después de quedar complacido, don Delfino me entregó las listas de quienes asistirían al "besa manos", que así le llamaba el pueblo a la salutación con motivo de los manteles largos del gobernante. El desfile lo encabezaban los presidentes de los poderes legislativo y judicial, seguían los secretarios y sub secretarios de estado, corte suprema de justicia, jueces y magistrados, diputados, directores

generales, alto mando del ejército, seguido por el montón de generales de división y de brigada, empleados públicos grandes y chicos, directiva del partido Liberal Progresista, dirigentes obreros y campesinos, cofradías indígenas, luciendo sus mas lujosos atavíos típicos y cargados de regalos para el "Tata presidente". Cerraban el inmenso desfile, personalidades del mundo social, gremios profesionales y cuerpos diplomático y consular representados ante el gobierno. Confieso con sinceridad, que yo sufría interiormente de ser el portavoz de esos actos oficiales. Sentía que traicionaba mis principios, al portar un micrófono en mis manos convertido en incensario, en alabanzas a un tirano cruel y despiadado. Es cierto que dejó obra material al país valiosa e imperecedera, que no permitió la corrupción administrativa, y que mantuvo una guerra sin cuartel contra la delincuencia. Pero por otro lado, como quien dice, "el reverso de la medalla" de su administración, fue un sistema de gobierno de represión de toda voz patriótica, que expresara un criterio diferente al suyo. Y créanme queridos lectores, y lo repito, que yo sufría dolorosamente de la oprobiosa dictadura que detentaba los destinos de Guatemala, y si yo trabajaba en un medio de información oficial, no era porque estuviera identificado con el régimen, ni mucho menos, ni por una gran necesidad pecuniaria, ya que mis emolumentos no superaban los cuarenta quetzales mensualmente. Lo hacía porque sencillamente me gustaba mi trabajo, y me sentía con capacidad para desempeñarlo. Antes del inicio de la transmisión, al técnico le encarecí que el micrófono para mi uso, lo colocara a veinte pasos del presidente, y no a diez como ocurrió en la inauguración de la feria. Porque en este caso no había necesidad de acercar el micrófono al mandatario. Además quería evitar otra injusta intervención del insolente general Ordóñez, que por cierto se quedó picado conmigo desde el

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incidente de la feria, y se mantenía pendiente de mí con visible animosidad. Y quiero agregar que a pesar de mi carácter tranquilo y apacible, a veces me convierto en explosivo, y con toda seguridad hubiera dado con mis huesos en la cárcel, porque estaba decidido a no tolerar otro abuso del abusivo y engreído director de la policía. Ubico lucía animado y de buen carácter aquella tibia mañana. Un ligero viento del norte, característica de los días otoñales, soplaba agradablemente. Y estoy seguro de que por su mente, no pasó que aquel cumpleaños, sería el último que disfrutaba dichosamente como presidente de la república. Vestía de "levita". O sea la vestimenta de etiqueta que se usaba en las recepciones. Esa vez tenía el brazo derecho en cabestrillo, sostenido desde el hombro con un pañuelo blanco de seda. Se dijo que una de sus perritas de raza pequinés le había mordido la mano derecha. Pero también se dijo que fue uno más de sus vanidosos desplantes, para no dar la mano a más de mil quinientas manos. Después de una reseña abundante en detalles, a las 12 del medio despedí la transmisión, que había comenzado a las 10.30. Invadía el ambiente una profusión de fascinantes aromas, de las variedades de flores, de las canastas de pie y de mesa, y de la prodigalidad de lindos ramos de rosas y claveles de diferentes colores. A las cinco se realizaría la inauguración del Palacio Nacional, pero la transmisión a control remoto la cubriría la TGW. A la salida del Salón de Recepciones pasé saludando a Benedicto y Faustino Ovalle, Cupertino Soberanis y demás integrantes de la marimba "Maderas de mi Tierra", de la policía nacional, que tocaba en esos momentos el shotís "Amistad y Cariño", del compositor Agustín Ruano.

Quetzaltenango 1942. A regañadientes acepto puesto de locutor. La suerte estaba echada. Mi destino estaba escrito

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Una mañana primaveral del mes de julio de 1944, cuando me presenté a mi programa a las nueve, encontré una citación del nuevo director de comunicaciones, general Mario Ochoa Méndez, para que me presentara a su despacho. Nunca imaginé que al retirarme, después de la entrevista, mi destino había tomado un giro insospechado, que se proyectaría por el resto de mi vida. Con su afectuoso modo de ser, sin mayores rodeos, me dijo que a la mayor brevedad tenía que trasladarme a Quetzaltenango, para asumir el puesto de locutor en la emisora TGQ, "La Voz de Quetzaltenango", con el salario de sesenta quetzales mensuales. Le respondí a don Mario, que no me halagaba la propuesta. Interrumpía intempestivamente los proyectos que tenía entre manos, y que eran vitales para mi porvenir. Entre ellos mis estudios de ingeniero electricista, de las Escuelas Internacionales de la América Latina, de la ciudad de Scranton, Pensilvania, Estados Unidos, donde tenía que sustentar mis exámenes finales, previos a optar mi título profesional. Además me sentía satisfecho en mi actual trabajo. El me respondió que el jefe departamental de comunicaciones, había propuesto mi nombre, y que me rogaba que aceptara aunque fuera temporalmente. No pude negarme. Acepté. Y me trasladé prontamente a Quetzaltenango. Regresemos dos años. Los episodios que ocurrieron en ese entonces, están íntimamente ligados a la narración de este capítulo. Estamos a 15 de marzo de 1942. Una inesperada temporada me ha traído a Quetzaltenango. Estoy hospedado con mi familia en una bonita pensión, llamada "Marmolina", a poca distancia de la calle de El Calvario.


La propietaria es doña Marta de Molina, casada con el doctor Ernesto Molina. Sus hijas Molly y Chiqui se han hecho muy buenas amigas de mis hermanas y mías. Lo mismo el hermano mayor que se llama Ernesto, comprometido en matrimonio con la señorita Ana María Rodríguez. (Algo extraño sentí, cuando doña Martita, mencionó ese nombre.) Una tarde ligeramente fría de la primavera de aquel año, con Jorge mi hermano cambiábamos impresiones en el Templete del parque Centro América, sobre las bellezas de Quetzaltenango y sus alrededores. De pronto nuestra vista se detuvo en dos simpáticas damas que pasaban muy cerca de nosotros, que sonreían y se codeaban mutuamente. Una de ellas usaba lentes graduados. La otra tenía un gran parecido con la atractiva artista del cine mexicano Mapy Cortéz, de singular popularidad en esos días por sus gustadas y aplaudidas películas. Al día siguiente domingo volvimos a verlas. Salían de la matinal del teatro Roma. Y la escena se repitió. Sonrisas y codeos. Ese mismo día en la tarde, entramos con Coco a una fuente de soda llamada "Pajaro Azul", muy frecuentada por personas de bien vivir de la sociedad quetzalteca. Da la casualidad que nos topamos nuevamente con ellas, como si una fuerza extraña, misteriosa e invisible, nos empujara hacia las desconocidas damas. Degustaban en ese momento un helado en compañía de un caballero. Años después me enteré que se trataba de Juan Sencial, que se radicó en Nueva Orleáns, y exitosamente mantuvo una pensión para familias hispanas, hasta su deceso. Coco me picó el amor propio, como quien dice le picó la cresta al gallo. Me puso en un brete al desafiarme de que no me atrevía a invitar a bailar a una de ellas. Pero para demostrarle que sí me atrevía, me puse de pie, me dirigí resueltamente a la mesa que ocupaban, y solicité amablemente a la dama de lentes que aceptara bailar

conmigo. Virginia Aguirre, así se llamaba una de ellas, la del parecido a la artista del cine, con el pie bajo la mesa, insinuó a Ana María Rodríguez, la de lentes graduados, a que aceptara mi invitación. Ana María me contó después, que si no hubiera recibido el taconazo de Virginia, de todas maneras habría aceptado mi invitación, porque desde que me vio se impresionó agradablemente de mi persona. Hablamos de los designios que unen a dos personas sin siquiera conocerse. Que nuestro histórico encuentro, indudablemente se relacionaba con el destino ya escrito de nuestras vidas, y no se porque razón, talvez por un extraño presentimiento, le dije aquellas tres palabras, "lamento haberla conocido", palabras que le produjeron extrañeza y curiosidad, y que comentó con Virginia al no más despedirnos, pero ella le dijo que no le diera importancia porque se trataba de tonterías de los hombres. Quedamos de vernos al día Años de juventud y noviazgo siguiente y no fijamos el punto de reunión, porque Ana María me dijo que el pueblo era tan chico que a cada momento nos tropezaríamos en cualquier rincón de la romántica Xelajú. Nos hicimos novios. Nos enamoramos. Y nació entre los dos un amor dulce y profundo que se proyectaría

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por el resto de nuestras vidas. Ella tenía novio, y lo dejó por mí. Y yo también tenía novia, y la dejé por ella. Ana María tenía en ese entonces 19 o 20 años, y yo andaba por los 22. Cuando me invitó a visitarla a su casa, ubicada a media cuadra del garage conocido como "Dos Carlos", me presentó a su mamá doña Herminia Gálvez Marroquín, una distinguida señora de buen porte y estirpe, conversadora y de carácter enérgico y templado, que había sido casada con don Julio Braun Valle, hermano de don Guillermo, del grupo de emigrantes que llegaron al país a principios de 1900, atraídos por las riquezas naturales de la región, y que se dedicaron a la industria de la vidriería. Doña Herminia enviudó al morir su esposo en la tremenda epidemia de la gripe española que asoló a Guatemala y a gran parte de la humanidad, después de la primera guerra mundial, como consecuencia del efluvio o emanaciones desprendidas de los cadáveres de millones (según estadísticas fueron 18), de soldados y poblaciones civiles que habían quedado insepultos. Y a propósito yo recuerdo haber visto años después, un impresionante cuadro que le fue obsequiado a mi padre. Aparecían montones de soldados ensangrentados y destrozados, entre pedazos de cañones, banderas y arboles derruidos, con esta cita Bíblica, al pie del grabado: "Amaos los unos a los otros, pero el hombre desobedeció la Palabra del Señor". Pues bien, del matrimonio con don Julio, doña Herminia procreó dos hijos, Graciela y Julio. Julio estudiaba en el Colegio San Juan de Belice, y murió a los 12 años, en el trágico huracán de 1928, que cobró la vida a centenares de niños y jóvenes beliceños, guatemaltecos y de otras nacionalidades, que seguían sus estudios en lo que fue uno de los establecimientos educativos más prestigiosos del continente.

En segundas nupcias doña Herminia contrajo matrimonio con el acaudalado finquero don Francisco Rodríguez Rivera, propietario de las valiosas fincas cafetaleras La Patria y anexos en San Marcos, y Santa Anita en San Felipe Retalhuleu. De ese matrimonio nacieron dos hijas, Ana María y Paquita. Doña Herminia tuvo varias hermanas y a todas las conocí años después. Mantuve con ellas una relación familiar afable y cordial, y fueron: doña Amanda casada con el doctor Juan Francisco Aguirre, padres de Virginia, prima de Ana María. Doña Clementina, casada con el escritor y poeta don Adolfo Drago Braco, siendo sus hijas Yolanda y Estela. Y doña Dalila, casada con el ilustre pintor muralista don Carlos Mérida, que se radicaron en México por aquel entonces, procreando a Ana y Alma. La industria vidriera Braun Valle tenía en la época en que por primera vez llegué a Quetzaltenango, cuando conocí a Any, una pequeña sucursal atendida por Grace, que era punto de reunión de amigos de ellas a quienes conocí, como los hermanos Chepe y Mario Mérida, Paco Pérez, Luis Castilla, Jorge Méndez y Jorge Fuentes, los hermanos Juárez, Gerardo Guinea, Raúl de León, y muchos más con quienes tiempo después cultivé muy buena amistad. Rememoro con cariño a Tono Aguirre, Humberto González Juárez, Joaquín Sáenz, Guayo Miralbés, y sus hermanos, dueños del Hotel Modelo, donde me hospedé en muchas oportunidades. Tiempo después hice muy buena amistad con José Luis Alejos, Jorge Luis Loarca, don Germán Shell Aguilar, don Teodoro Yarsseski, don Oscar Paiz, y muchas personas amigas a quienes recuerdo con particular estimación. Terminó la temporada. No podía quitarme de la cabeza, el presentimiento de que se abrían para mi, nuevos e inesperados caminos, que sin lugar a dudas tendría que recorrer. Pero no sabía como. Ni de que manera. Ni cuando. Me había enamorado de Ana María, y no podía

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olvidarla. La correspondencia fue copiosa. Cartas llenas de palabras y expresiones dulces y soñadoras, expresivas de amor, ternura y cariño, pero la distancia y el tiempo estaban contra nosotros. Sentí que nos separaban. Y por fin nos separaron. Pero yo seguía enamorado de ella, y ella de mí también. Regresemos a 1944. Tome posesión de mi nuevo empleo, como locutor de la emisora TGQ, cuyos estudios estaban instalados en un salón del segundo nivel del histórico Teatro Municipal de Quetzaltenango. Todo para mi ya era conocido. Me era familiar. Incluso el personal de la emisora. El ecónomo mi recordado amigo don Chico López. La brillante marimba "Ideal", dirigida por mi también recordado amigo Domingo Bethancourt. Y es que en las dos oportunidades en que estuve de vacaciones, frecuentaba la emisora para departir con el personal. Esa noche recibí con sorpresa la visita de Ana María. Nuestra relación se había interrumpido, y creí que la ruptura sería para siempre, por eso cuando nos vimos nos abrazamos y nos besamos de la felicidad de volvernos a encontrar. La acompañaba una simpática amiga. Paquita de la Riva, a quien me presentó y con quien cultivaría muy buena amistad tiempo después. Otra vez dejó a su novio por mí, y yo también terminé mis relaciones con la novia que había dejado en la capital. Nos veíamos todos los días. En la mañana muy temprano. Antes de la salida del sol, pasaba a su casa por ella, y nos encaminábamos al parque Minerva a correr y hacer ejercicios. Todas las noches a las ocho se reunía conmigo en los estudios de la emisora, y me acompañaba hasta las diez, cuando se cerraba la transmisión. Entonces nos metíamos en una cafetería cercana, muy acogedora, a tomar una taza de té con cognac, para mitigar el intenso frío, que se recrudecía en los meses finales del año. En septiembre compré un espacio de treinta minutos en la estación, y escogí el buen horario de las

ocho de la noche, para impulsar y darle vida a un radio periódico de informaciones, comentarios y noticias nacionales y extranjeras. Le puse por nombre "Radio Crónicas", sin presentir los tremendos dolores de cabeza que me acarrearía. Encargué a Ana María del cuidado y atención de la parte comercial, además de la locución de los anuncios o avisos, y de la sección social. Le asigné un salario de doce quetzales semanalmente. Obviamente el noticiero se acreditó con rapidez, se abrió paso, y llenó un vacío que se hacía sentir, porque en ese entonces no existía ningún medio informativo en Quetzaltenango. Conté con la colaboración de Darío Virgilio de León, dinámico corresponsal del Diario del Aire, dirigido por Miguel Angel Asturias. Y la valiosa ayuda de Efrén Castillo, experimentado periodista de fecunda producción literaria, en publicaciones monográficas de diferentes regiones del país. No se me olvida que para la primera emisión del radio periódico, invité al gobernador para que dirigiera unas palabras como primera autoridad del departamento. Y cabe la casualidad, como una ironía de las circunstancias, que ese cargo lo desempeñaba, precisamente el coronel Morales, el mismo que me dio clases para los exámenes de admisión a la Politécnica, y "cuya gentileza nunca la olvido". Por supuesto que del viejo asunto no chistamos ni media palabra, al contrario, cuando nos encontramos frente a frente, ambos hicimos como que no nos conocíamos. No recuerdo cual fue el motivo. Pero lo cierto es que en las postrimerías de aquel año, mi noviazgo con Ana María terminó repentinamente. Ella tomó su camino y se hizo de un nuevo novio. Y yo por mi lado, con una novia quetzalteca. Aparentemente, todo aquel mundo de ilusiones, sueños y fantasías que habíamos idealizado para nuestro futuro, se había derrumbado y esfumado para siempre. Pero yo no podía olvidarla, ni ella tampoco a mí.

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Me invadió una gran desolación. Sentía que el corazón lo tenía destrozado. Me mantenía triste y deprimido, porque la vida para mí, sin ella, carecía de atractivos. Sin esperanzas de nada. Y estuve a punto de renunciar de mi empleo y mandar todo al diablo, regresar a la capital y reincorporarme a mí recordada Radio Morse, o bien trasladarme a la ciudad de Scranton, para finalizar mis estudios de ingeniería, y no volver mas a Guatemala. Pero un acontecimiento imprevisto me lo impidió. Mis inolvidables amigos, familiares de mi mamá, José Luis Andréu, María Luisa Spillari y Lily Andréu Spillari, me visitaron una noche, para informarme que antes de una semana, se realizaría la re inauguración del Teatro Municipal, y que Lily actuaría con la orquesta sinfónica nacional, en un gran concierto de gala que estaba en preparación. Y yo desde luego tenía que estar presente, como maestro de ceremonias. Esa misma noche sostuvimos con Lily una entrevista en Radio Crónicas, sobre sus últimos triunfos como soprano lírica. Y es que Lily comenzaba a brillar en esos días, como una figura estelar en el firmamento artístico de Guatemala, pero el accidente aéreo en que pereció en El Petén, con lo mas granado del arte guatemalteco, cortó de tajo su juvenil carrera artística. Su talento y extraordinaria vocación profesional por el canto, no lo hurtaba sino lo heredaba, ya que pertenecía a una familia de privilegiados artistas, que pisaron triunfalmente las tablas del Teatro Colón en los comienzos del Siglo XX. Allí desfilaron también famosos artistas, de la talla de un Enrico Caruzo, una Aída Donnineli, o una Virginia Fábregas o una María Teresa Montoya. El Teatro Municipal permaneció cerrado por varios años. Los cimientos en el área del escenario y los camerinos, se habían hundido. Pero gracias a la ayuda de altruistas vecinos y de obras públicas, y la corporación municipal a cuya jurisdicción pertenecía, se corrigieron

los defectos causados por el hundimiento, y después de los trabajos de remodelación, se abrieron nuevamente sus puertas con el suntuoso reestreno. Por otra parte, siendo Quetzaltenango un pueblo orgulloso de su cultura y amante de su progreso, en un grupo de entusiastas quetzaltecos, nació la iniciativa de adquirir una radioemisora, como un excelente vehículo para la divulgación de su acervo histórico, artístico y cultural. En consecuencia, y después de laboriosas gestiones, el gobierno del presidente Ubico autorizó en 1938, el funcionamiento de una estación radioemisora que se denominó TGQ y TGQA, "La Voz de Quetzaltenango", con potentes transmisores en onda larga y corta, que cubrieron satisfactoriamente el territorio nacional y países vecinos. Los dos transmisores fueron montados a un lado de las torres inalámbricas, obsequiadas por el gobierno mexicano para los servicios de la telefonía sin hilos, pero nunca fueron utilizadas para esos fines, de suerte que se adaptaron técnicamente a las frecuencias de la emisora, dando excelentes resultados, que se tradujeron en potencia, calidad y nitidez en las transmisiones. La planta quedó montada en ese sitio propiedad del Estado, cerca de la estación del Ferrocarril de Los Altos, y posteriormente ocupada por la Quinta Zona Militar. Se construyó una pequeña vivienda para el operador de planta y su familia. Durante los primeros meses de mi permanencia en Quetzaltenango, me hospedé en la casa de la honorable familia Kopp, en la calle de San Nicolás. De esta familia conservo los mejores recuerdos, por las gentilezas y atenciones de que siempre fui objeto, particularmente de Sarita, Maco y Tiqui. Los tres tiempos de alimentación los hacía en la Pensión Bonifaz, donde entablé una cordial amistad con don Guillermo, que era el propietario de la casa de huéspedes, con su respetable esposa, y sus queridos hijos Fernando, Mario y el Chiqui, y

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naturalmente con Martita y Grace, a quienes siempre distinguí con especial afecto y estimación. Posteriormente me trasladé a la pensión Fuentes, en la calle del Calvario, a media cuadra del correo, rentando 18 quetzales mensuales por hospedaje y muy buena alimentación. Yo devengaba sesenta quetzales contantes y sonantes, de manera que tenía lo suficiente para vestirme bien, (un traje de fino casimir inglés, en la mejor sastrería, que era la de Sikavizza, costaba 30 quetzales, y un par de calzado también finos, en la "Zapatería Arriola", 5 quetzales). Holgadamente pues, me quedaban algunos billetes para otros gastos, excluyendo los boletos a las funciones de los cines, ya que disponía de pase de cortesía del Roma y del Ciani por canje publicitario en "Radio Crónicas" Mantuve por muchos años muy buena amistad con el farmacéutico don Jorge Fuentes, y su esposa doña Edna Sarg Barillas, nieta del presidente Barillas. Los dos frecuentaban la pensión de su hermana, y allí nos reuníamos en alegres y recordadas tertulias. En esa casa solariega permanecí, hasta que fui detenido por la policía a mediados del año siguiente, por supuesta participación en un acto de rebelión en el grado de tentativa, y que relataré mas adelante. El reestreno del Teatro, se realizó a principios de diciembre. Me tocó llevar la voz cantante como maestro de ceremonias, y por supuesto, que la actuación de la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por el maestro Gastón Pellegrini fue brillante como siempre. Las interpretaciones de Lily, principalmente del vals El Danubio Azul, fueron maravillosas. La platea se encontraba de bote en bote. Lo mismo que los palcos y la galería. Para el ingreso del publico se giraron invitaciones con boletos personales. Muy al principio ocurrió un molesto incidente para el respetable maestro Pellegrini, cuando una turba de rufianes de la galería pedía a gritos

que Andrés Archila, dirigiera en vez de Pellegrini. Por medio de los altoparlantes tuve que llamarles la atención para poner orden, y todo pasó sin que ocurriese nada, pero el sabor amargo en la boca, de la patanería y la mala educación, si me costó que me pasara. Pero es que en esos días, por la euforia natural de los cambios políticos, suscitados en octubre, la gente se exaltaba ante la presencia de quienes habían pertenecido al régimen anterior, y Pellegrini fue el inamovible director de la Sinfónica en el gobierno de Ubico. Pero no por favoritismo, sino por su eficiencia. En la parte final del programa, tuvo destacada actuación el Ballet Guatemala, que ofreció semblanzas coreográficas del Popol Buj (Libro Sagrado de los Mayas), en que sus integrantes lucieron vistosos y coloridos trajes regionales. Las costumbres y ritos de la legendaria civilización, adquirieron tan vivo realismo, en las tablas del escenario del Teatro Municipal, que nos remontaron a épocas ya perdidas antes de la Era Cristiana, cuando brilló con caracteres esplendorosos, una de las civilizaciones, a la par de los Incas y los Aztecas, mas avanzadas que ha conocido la humanidad. El público permaneció de pie, durante cinco minutos, para ovacionar a los artistas del espléndido conjunto coreográfico. Es justo reconocer el esfuerzo de los promotores e impulsores del Ballet Guatemala. Si no estoy equivocado, fueron Antonio Crespo y Luis Domingo Valladares. A raíz del 20 de octubre, las nuevas autoridades procedieron obligadamente al cambio de empleados y funcionarios públicos, que habían colaborado con el gobierno de los ciento ocho días de Ponce Vaides. A mí la junta revolucionaria de gobierno, me confirmó en mi cargo de locutor en los primeros días de diciembre.

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En las vísperas del 24 de diciembre de aquel año, se realizó un alegre baile de la coronación de la "Señorita Navidad", a iniciativa de diferentes organizaciones sociales y deportivas. El gobernador, coronel Mejicanos, me encargó que lo representara, ya que no podía asistir por otros compromisos que imposibilitaban su asistencia. El control remoto fue solicitado por los grupos organizadores del festival, de manera que a las nueve en punto de la noche comencé la transmisión. No recuerdo con exactitud el salón donde tuvo lugar, pero creo que fue en el amplio local del teatro Ciani. Me emocioné. Me llené de alegría cuando vi que Ana María entraba a la fiesta con un grupo de amigas y amigos. Tenía bastante tiempo de no verla, y la extrañaba mucho. Me sorprendió su actitud que yo no esperaba, cuando abandonó a sus amistades, y se dirigió resueltamente al escenario donde me encontraba. Nos envolvimos en besos y abrazos ante el nuevo encuentro. Muy cerca había una mesa con suculentos platos de comida. Finas bebidas y licores, destinadas para el gobernador. Pero como yo ostentaba su representación, la mesa y todo lo que contenía, cayó irremisiblemente en mis manos, como un grato presente navideño. Ana María, que a partir de entonces le llamé "Any", lucía un atractivo vestido azul marino. Cuello blanco y cinturón blanco, zapatos negros de tacón y un precioso clavel adornando su linda cabellera negra. Se veía discretamente coqueta y sumamente atrayente. La abracé y la bese con ternura. Con todo el cariño y el amor que sentía por ella. Aprovechando que la marimba Alba se entretenía con un popurrí de viejas melodías del recuerdo, nos sentamos a la mesa. Brindamos por nuestro dichoso

encuentro. Chocamos dos relucientes copas de champaña. Y enseguida cenamos. No se separó de mi lado ni un solo momento, a pesar de que se acercaban amistades a saludarnos, e invitarla a bailar. No aceptaba las invitaciones para no alejarse de mí. Antes de las doce de la noche, me correspondió la hermosa misión de imponerle la corona a la linda "Señorita Navidad". Atractiva trigueña de padres europeos, muy respetables en la sociedad quetzalteca. Me correspondió obviamente el honor de bailar con ella, el ritual vals de la ceremonia, que la marimba Alba ejecutó, escogiendo para esa oportunidad el hermoso vals "Xelajú" del compositor don Vicente Sáenz, conocido tema musical de las audiciones de la TGQ. Muy poco tiempo después en ocasión en que varios amigos me invitaron a visitar la casa de doña Eloísa, más bien conocida como "la Locha", en la décima avenida de la capital, - y, a manera de aclaración, nunca fui adicto a visitar lupanares o casas de citas, aunque siempre guardé consideración por esas desdichadas mujeres, llamadas "de la vida alegre" -. No salía de mi asombro cuando vi en aquel antro de vicio y prostitución, a "la señorita navidad", que con tanta delicadeza le había impuesto la corona en su hermosa cabellera, y que con tanta caballerosidad había bailado el vals con ella. Por eso me parecía increíble, verla confundida entre tantas muchachas, ejerciendo el oficio no solo más vetusto del mundo, sino el mas denigrante, expuestas al mal trato de los hombres y al contagio de enfermedades. Traté de hablar con ella, pero no me dio la cara. Al verme salió corriendo, y se refugió en un dormitorio, sin darme la oportunidad de hablarle. Quería que me diera alguna explicación de su censurable conducta y al no conseguirlo, me sentí triste y preocupado ante la cruel situación que estaba afrontando. Quien sabe por qué graves

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Coronación de la Señorita Navidad . Esplendor y colorido al recibir 1946


circunstancias. Sumamente contrariado, di la media vuelta, abandoné a mis amigos y salí volando a la calle. Volvamos a la fiesta. Al finalizar la transmisión a control remoto, a las doce de la noche, bailamos con Any sin descanso, hasta que terminó la fiesta a las seis de la mañana. Pero nuestro nuevo encuentro duró muy poco tiempo. Porque por razones que nunca me expliqué, y mucho menos ahora, volvió a romperse nuestra relación. Aparentemente no existía ningún factor de inestabilidad emocional, ni cosa por el estilo, ya que nos queríamos y comprendíamos mucho. Y ahora si parecía que la ruptura sería definitiva, porque casi todo el siguiente año, no cruzamos ni una sola palabra. Nos veíamos de lejos en las fiestas, y aunque estuviera bailando, su mirada me perseguía insistentemente. Parecía decirme que se mantenía pendiente de mí. Sin embargo, ella seguía por su lado y yo por el mío. Una noche cenando en la Pensión Bonifaz, a principios de 1945, Grace me comunicó que un huésped que había llegado de Honduras, tenía mucho interés en conocerme y sostener una conversación conmigo. Quedamos en que al día siguiente al medio día, celebraríamos una entrevista. Me topé con un hombre joven, culto, mas o menos de mi edad. Moreno, de buenas facciones, desenvuelto, fácil de palabra, y me dijo: "me llamo Mario Ribas Montes, soy periodista, hondureño, la tiranía de Carías Andino me cerró arbitrariamente mi revista Renacimiento. Se me persigue, y busqué refugio en su país, donde se respiran los aires de la democracia, por los cambios políticos ocurridos. Tengo deseos y necesidad de trabajar, y como usted comprenderá, los bolsillos están vacíos". Me impresionó la exposición de su caso. Y entonces le respondí que planificáramos un proyecto de fácil y rápida ejecución, que rindiera buenos dividendos económicos. Que pusiéramos de inmediato manos a la

obra, y así lo hicimos. Salimos para mi oficina. Nos pusimos de acuerdo, en la redacción de libretos para radio teatro y reportajes comerciales, que les denominamos "pasamanos del aire", y enseguida nos lanzarnos al comercio y a la industria para vender las ideas, y promocionar los programas. El asunto se facilitó, porque yo tenía organizado un grupo de teatro con alumnas y alumnos de los institutos de señoritas y varones, coordinado por mi recordada amiga la inteligente profesora Betty Núñez. Las casas comerciales que tocamos, respondieron favorablemente. Y a los pocos días estaban en el aire, novedosos audiciones patrocinadas por Cantel, Montblanc, Cervecería Nacional, La Altense, Banco de Occidente, La Selecta y otras firmas comerciales. A juzgar por la correspondencia recibida, los programas agradaron al público radio oyente. La caja de la improvisada empresa, ya disponía de un regular activo, que nos obligó a abrir una modesta cuenta mancomunada en el Banco de Occidente. Pues bien, al cabo de un año de exitosas actividades radiales, procedimos a un corte de caja, que arrojó un regular saldo, que se lo entregué a él, para sus gastos en la capital, y me quedé con un montón de facturas pendientes de cobro, que por cierto nunca las cobré, por mi habitual desapego al dinero. Ya se encontraba Mario en la capital cuando me escribió. Me contó que había conseguido un empleo de reportero en el periódico "Medio Día", que dirigía Roberto Girón Lemus, y que le faltaba un documento para su ingreso a la APG, de reciente fundación. El documento consistía en una constancia que comprobara su actividad periodística por seis meses. Gustosamente le remití una certificación, haciendo constar que había desempeñado por doce meses, actividades reporteriles y de redacción, como así fue. Con Mario cultivamos una excelente amistad que duró por muchos años, hasta su trágico asesinato en 1980, precisamente un

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día después en que habíamos sostenido una interesante conversación telefónica, cuando ocupaba la gerencia de El Imparcial.

El tiempo corrió velozmente. Nos aproximábamos al final del año, cuando "Radio Crónicas" me dio el primer dolor de cabeza. Una noche cuando estaba a punto de meterme a la cama, tocaron con insistencia la puerta de mi habitación. Era el sirviente de nombre Santos, que me informaba que de la quinta zona militar me andaban buscando, y que don Darío Virgilio de León, quería hablarme con urgencia. Lo pasé adelante y me explicó la situación. El gobierno de Arévalo había suspendido las garantías a las seis de la tarde. "Radio Crónicas", a las 8 de la noche, había pasado un memorial en que se pedía al gobierno, que reconsiderara el traslado de la quinta zona militar, al edificio de la estación del Ferrocarril de los Altos. A este clamor de los vecinos, los militares pretendían darle un sentido diferente. Efectivamente esa petición fue leída en el noticiero, a sabiendas del estado de emergencia decretado por el gobierno. Pero el documento no contenía ningún fondo político, y menos subversivo, ni llamaba a ninguna rebelión ni insurrección, sino se concretaba a la petición de los vecinos que residían en el barrio de La democracia, a que se dejara sin efecto la medida. Invocaban los firmantes las molestias que iba a causar, el funcionamiento de un cuartel en el corazón de una zona residencial. Al día siguiente a las siete de la mañana me presenté al cuartel militar, para hacer las aclaraciones del caso. Pero en la puerta de entrada al edificio, bordeada de hermosos pimientos, el oficial de la guardia, que le apodaban "el coyote Marroquín", me dijo: "A usted lo

estamos esperando, pase adelante". A continuación me recluyó en una habitación del segundo piso, con dos centinelas en la puerta. Por supuesto que en las calles de la ciudad, prevalecía gran conmoción. Los militares habían desatado una inexplicable persecución, como quien dice cacería de brujas, en contra de los firmantes del memorial. Estos que no eran menos de sesenta, entre quienes aparecían los nombres de jueces y magistrados, y conocidos banqueros, industriales y comerciantes, habían optado por esconderse en sus casas o en sus oficinas, por temor a que los soldados los detuvieran abusivamente. A medio día me visitó el abogado José María Barrios Rivera, que me comunicó que nuestro común amigo Carlos R. Gálvez, - firmante del memorial -, había requerido sus servicios profesionales para proceder a mi defensa No se me olvida la penosa y acalorada discusión que sostuvieron el licenciado Barrios, y el intransigente Rafael O. Meani, segundo jefe de la base militar, en que estuvieron a punto de llegar a los puñetazos. Don Chema sostenía que el memorial era una simple petición de honorables vecinos. Que no era un documento político subversivo que llamara a la alteración del orden público, y ese era el cariz que querían darle los militares, para perjudicarme a mí personalmente. Pasé toda la tarde en un improvisado "calabozo", con amenazas de muerte del propio Meany y de otros oficiales. Pero a eso de las diez de la noche, entró inesperadamente donde yo me encontraba, el primer jefe coronel Manuel Maldonado Robles, quien al no encontrarse en Quetzaltenango fue llamado de urgencia. Con su generosidad y sus nobles sentimientos, me dijo que tuviera más prudencia con las informaciones de mi noticiero. Que no existía ningún cargo contra mí, y que me fuera a mi casa tranquilamente. Es oportuno recordar, que Maldonado se desempeñaba como director de la penitenciaria, cuando ocurrió la espectacular fuga del coronel Carlos Castillo Armas, quien años después, en 1954,

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Los dolores de cabeza que me dió "Radio Crónicas"


ocupó la presidencia de la república, como consecuencia del triunfo del Movimiento de Liberación Nacional. A media cuadra, a la sombra de la noche, me esperaba en su automóvil, Carlos Gálvez, su gentil esposa Helen Deyet y el licenciado Barrios Rivera. No podíamos retraernos de hacer los comentarios del abuso de poder de los militares de la Quinta Zona, y naturalmente departir algunos momentos en la casa del licenciado, después de un día tan molesto y agitado. Pero los militares no me quitaban la mira de encima. Por fin me involucraron en los graves acontecimientos políticos, que ocurrieron meses después, y lo cual merece un capítulo aparte. Pero como dice el conocido refrán, "no hay mal que por bien no venga", este infortunado episodio de mi vida, me unió para siempre con Any. Llegaron las tradicionales fiestas navideñas. A los programas del 24 y del 31, les di un sabor espiritual y humano. De acercamiento familiar. Con mensajes de profundidad cristiana, de amor, de perdón y olvido, que se hacen presente en estas ocasiones. Elaboramos y grabamos textos y viñetas alusivas a la conmemoración del nacimiento del Redentor del Mundo. Y a los programas del año nuevo, los saturamos con mensajes de paz y comprensión, en los momentos en que la humanidad se debatía, en una conflagración sangrienta y devastadora: la segunda guerra mundial. "Radio Crónicas" hizo a un lado las terribles noticias, los aterradores comentarios de la guerra, enfocando el lado amable de la noticia, con música navideña e ilustraciones místicas de contenido humanista. Exaltamos temas sobre el amor y la armonía social, que debería prevalecer en el año nuevo, en vez de un mundo dominado por el odio, el rencor, la locura y la ambición. Al cerrar la transmisión ya en los preludios del año nuevo, Carlos Gálvez llegó por mí, para que pasara en su residencia el convivio del 31. Los invitados me recibieron

con sonoras carcajadas y sarcásticas bromas, que no dejaron de intimidarme. Y es que en el programa de la marimba al dedicar a los esposos Gálvez-Deyet el popular bolero "Hilos de plata", cometí el imperdonable lapsus al decir "Hijos... de plata", en vez de "Hilos de plata", que era lo correcto. Rectifiqué con mucha pena, pero la metida de pata ya estaba dada, y esto fue lo que despertó como ya dije, una simpática y viva hilaridad y una explosión de risa entre los invitados de Carlos. A las nueve de la mañana llegamos a desayunar al aristocrático "Tenis Club", donde prevalecía un ambiente de extraordinaria alegría, de calor humano y social, de inmenso júbilo, y de bulliciosos saludos y abrazos, portadores de los mejores deseos por un año nuevo próspero y feliz. Creo que yo no había pasado anteriormente un año nuevo, tan lleno de recuerdos y de interesantes sorpresas. Pero también un año nuevo, de un doloroso acontecimiento que enlutó a mi familia. Bailé con una rubia de risueña sonrisa, muy guapa y elegante a quien no conocía, pero me inquietó de que no entrara en conversación conmigo. No respondía mis preguntas, solo me sonreía pero no me contestaba. Y al cabo de bailar tres piezas la llevé delicadamente del brazo a reunirla con su familia. Era hija de un prominente y estimable industrial de origen alemán. Dueño de prósperas empresas de hilados y tejidos de Quetzaltenango. Al volver a la mesa, hice el comentario de lo que me había ocurrido con la misteriosa dama. Me contaron que era sordomuda de nacimiento, y que nada podía hacerse en su caso. La noticia me conmovió profundamente, porque era extraordinariamente atractiva, y dotada de un carácter alegre y sencillo. Saludé a muchas personas amigas y trataré de recordar algunos nombres. Al pasar frente a una mesa me volví para saludar a Carlos Enrique Weissemberg y Adrianita Deyet, su esposa, hermana de Helen. A Alfredo

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Gálvez y su esposa Mima Anzueto (muy amiga de Virginia y Any). Y al doctor José Pacheco Molina, que le ofrecí visitarlo en su casa de la calle de San Nicolás, para que me deleitara con su inspirada composición "Fantasía campesina", ambientada en temas folclóricos. Que por cierto la ejecutaba poniendo en las teclas de su piano de cola, todo su sentimiento y fervorosa vocación por la música. Le di un abrazo al doctor Javier Ralón, y a su esposa, excelentes amigos y colaboradores de TGQ. Con Marianito López Mayorical y Wi Fleishman, su esposa, compartimos por largo rato. No lejos nos abrazamos con don Gustavo Gálvez y su hijo Roberto, accionistas mayoritarios de la fábrica de cigarrillos "La Altense". Nos dimos un apretón de manos con Gustavo Castillo "el Cabro", entusiasta patrocinador de nuestros programas comerciales, como gerente de la cervecería. Estaba acompañado de su esposa Conni Anzueto, sin faltar en el grupo el famoso y satírico "Cutete", y Mito Castillo (en su silla de ruedas), en compañía de Sally Polantinos su esposa. También saludé afectuosamente a don Oscar Díaz, gerente del Banco de Occidente, acompañado de Chepe Mayorga, secretario del banco y hermano de mis buenos amigos Moncho, como ya dije, locutor comercial de Radio Morse, Guayo, Milo y sus hermanas Sofi, Anita y Alicia (casada con don Gonzalo Palarea). Ya retornando a la mesa de Carlos y demás amigos, tropecé con el doctor René Bauer Paiz y su esposa Loty Robles Lainfiesta, con quienes nos deseamos recíprocamente venturoso año nuevo. También saludé a don Herculano Aguirre, futuro gerente del Banco de Occidente, al convertirse en el accionista mayoritario del banco al comprar todas las acciones del Estado. Me acerqué a una mesa donde estaban Virginia Aguirre y su marido Hugo Fleishman. Departí algunos minutos con ellos, y Virginia a pregunta que le hice, me respondió que Any no había asistido al baile de año nuevo, porque a

pesar de que estaba muy ilusionada y hasta había preparado su mejor vestido, pescó un fuerte resfrío que la obligó a guardar cama. Le encarecí que la saludara en mi nombre, y que le deseaba muy feliz año nuevo. Cuando regresé a la mesa, Carlos me entregó un telegrama. Acababa de llegar. Estaba firmado por mi papá y decía lacónicamente, que la Nena mi hermana, había fallecido en la madrugada de aquel 1º. de Enero de 1946. Repentinamente toda la alegría y los brindis por un año nuevo de positivas realizaciones, cambió en la mesa, después de la triste noticia recibida. Carlos puso a mi disposición un automóvil que me llevó a San Felipe Retalhuleu, y allí abordé el tren que me condujo a la capital. El taxi me llevó a la casa de mis papás, ubicada en la Calle Ortega, a inmediaciones de la Plazuela 11 de marzo. Encontré en la banqueta y en la entrada de la casa, cartuchos y azucenas desparramadas en el suelo, indicio evidente de que el entierro ya había pasado. Entré, abracé a mis papás, a mis hermanas, familiares y personas amigas que daban el pésame. La sensible muerte de "la Nena" mi hermana, le sorprendió en la plenitud de su vida, a los 25 años de edad, después de una prolongada y penosa tuberculosis, cuando todo un mundo de ilusiones le sonreía, por sus atributos de gracia, belleza y juventud. Pero un desafortunado revés amoroso, que minó su salud, quizás fue el factor que mas incidió en su enfermedad. El ambiente de la casa como es de imaginarse, era de desolación, angustia y dolor, particularmente de mis papás, que se negaban a aceptar el trágico destino de mi hermana. Pero la fortaleza espiritual, cimentada en los principios cristianos, les fue dando la resignación ante los Designios Divinos. Mi papá se acercó a mi, y me entregó un telegrama de Quetzaltenango que decía: "Mi corazón está contigo, Ana María." Sentí deseos de volar, y recibir su abrazo de condolencia, pero no fue sino hasta cinco días después que regresé y la busqué inmediatamente.

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Como yo disponía de una semana de descanso por el duelo, acepté la invitación que me hizo para pasar unos días en la Finca Dalmacia, en Coatepeque, de don Kito Sarg, y quedé en reunirme con ella al día siguiente de su llegada a la finca. Al bajar de la camioneta me esperaba ella y la hija de don Kito en el parque. Y de allí me acompañaron al hotel donde me cambié el luto riguroso, por ropa adecuada al ardiente clima. A pie hicimos el recorrido hasta la finca, que distaba apenas unas cinco cuadras, pero que se sentían muy largas por el agobiante calor de esa tierra de fecunda producción agrícola, principalmente de café, considerado como el grano de oro de mejor calidad del país. Recuerdo que doña Virginia Marroquín Alejos, (originaria de Retalhuleu), la abuelita de Any que la acompañaba y a quien ya conocía, era una viejecita atenta y cariñosa, pero prejuiciosa y desconfiada, que me cambió mi nombre por el de Alfonso, pero eso no tenía importancia alguna. Lo que sí era preocupante es que no dejaba a la pobre Any ni a sol ni a sombra, y cuando estábamos juntos nos perseguía por todos lados, sin perdernos de vista ni un solo momento, quizás temerosa de que le robara un beso a la nieta. Una calurosa noche de cielo poblado de estrellas, de esa primavera de 1946, fuimos al cine de la comercial Coatepeque. Nos transportamos en un rústico carruaje, jalado por dos cenicientos caballos, que manejaba un jornalero de la finca, que sentado cómodamente en el pescante, hacía las veces de un experimentado cochero, de esos de que habla don Pepe Milla en sus novelas del siglo 19. Por supuesto que los cuatro pasajeros, la infaltable abuelita, Any, la hija del finquero y yo, íbamos en la litera como verdaderas sardinas, apretados unos contra otros, circunstancia que favorecía a los novios, pero no a la curiosa abuelita, que inquieta y nerviosa, trataba de volar vidrio y controlar a la nieta sin conseguirlo. La profunda

oscuridad que nos invadía, no se lo permitía, y entonces con Any burlamos fácilmente su curiosa vigilancia. Después de la función me quedé en la puerta del hotel. Mirando el carruaje que se perdía en las sombras de la noche. Observaba su lenta travesía por la lujuriosa vegetación, que invitaba a la meditación, a la contemplación de la naturaleza, en inconfundible idilio con el espíritu. Me quedé recordando por largo rato, los simpáticos momentos, graciosos y originales, que acababa de pasar al lado de Any. Recordaba a la singular "viejecita", a quien no solo en el carruaje le habíamos jugado la vuelta, sino también en la aburrida película del cine, que fue muy bien aprovechada por los enamorados. Regresé a Quetzaltenango. A los pocos días Any se reunió conmigo en la radio, reasumiendo sus funciones en el noticiero, y siguiendo la dulce rutina de meses atrás: caminatas antes de la salida del sol, y el té con cognac después de la caída del sol. Los días y las semanas volaron. Y una noche serena, tranquila y oscura, en la plenitud de la primavera, a eso de las diez de la noche, en momentos en que redactaba la nota editorial de Radio Crónicas, para el día siguiente, denunciando el acoso de parte de los militares, y de los peligros que me rodeaban, nuevamente Santos golpea con insistencia la puerta de mi apartamento. Esta vez para comunicarme que el sub jefe de la policía teniente Mancilla, conocido mío, me buscaba con urgencia. Salí a la puerta de calle, y Mansilla me dijo que el jefe deseaba hablar conmigo de un asunto personal. Jamás imaginé que el pastel que me habían preparado, ya estaba horneado, y muy bien horneado por las bajas pasiones de gentes que tienen el corazón corroído por el odio, la envidia y la maldad humana. Para mejor comprensión de mis lectores, a lo que voy a contarles, que constituye una de las piedras

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angulares de VIVENCIAS, me voy a permitir darles antes esta información, íntimamente ligada a los hechos que relataré. Todo estrictamente ceñido a la verdad de los sucesos tal como acontecieron. El segundo dolor de cabeza, o mejor dicho el segundo golpe que fue decisivo y casi mortal para mí, me lo propinó en la mera coronilla, indirectamente "Radio Crónicas", y directamente los militares de la quinta zona, que no descansaban ni de día ni de noche para acabar conmigo. Como consecuencia de una resolución de la corte, que no fue del agrado del gobierno de Arévalo, se procedió a la destitución de don Arturo Herbruger, presidente de la corte en ese entonces, y esto dio lugar a duras críticas de la prensa nacional, por el hecho a todas luces inconstitucional y violatorio a la interdependencia de los organismos del estado. En su campaña política el doctor Arévalo, había prometido de que los hilos telefónicos entre los poderes del Estado, quedarían definitivamente cortados durante su gobierno, pero por lo visto, su promesa se quedó en eso, en promesa electoral que el viento se llevó. Hacía pocos días que mi padre me había escrito, y por noticias suministradas por colegas suyos, me recomendaba que moderara mis comentarios periodísticos, ya que estábamos atravesando por una democracia "de muy malas pulgas". Sin embargo, haciendo un examen de conciencia y analizando detenidamente mis escritos, estimo que en los mismos, nunca usé una palabra o un calificativo ofensivo o irrespetuoso para el presidente, ni para su gobierno, ni jamás toqué aspectos de su vida privada. Me concretaba en mis escritos a una crítica constructiva, y de censura a los procedimientos oficiales reñidos con la ley, y contrarios a los principios que forjaron el movimiento del 20 de octubre, que abolían esos procedimientos arbitrarios de la dictadura.

Y por esa razón en "Radio Crónicas", echando mano a los preceptos contenidos en la ley de emisión del pensamiento, también hicimos eco de aquel atropello a la ley, porque se suponía que esos abusos de poder, habían quedado refundidos en el pasado. Dimos pues, rienda suelta a los comentarios, censurando aquel paso en falso. Además, repito, la libertad de la palabra hablada o escrita, aunque tenía poco tiempo de instaurada, estaba en su plena vigencia, y en esos momentos no había ninguna restricción de las garantías constitucionales, como ocurrió cuando "Radio Crónicas" me dio el primer dolor de cabeza. Como no podían agarrarme por ese lado, ingeniaron otro. Regresemos a la narración que nos ocupa. Un individuo de mediana edad, gordo, chaparro, encarado, abusivo, antipático y engreído, de apellido Gálvez, desempeñaba la jefatura de la policía de Quetzaltenango. Al entrar me dijo que en la dirección general me darían a conocer el motivo de mi captura, y que saldría esa misma noche a la capital, juntamente con otras personas que estaban siendo detenidas en esos momentos. Por supuesto que estos abusos de autoridad, se cometían sin orden de ningún juez. Me subieron a un viejo automóvil destartalado, junto a cinco personas que solo identifiqué a una de ellas, a don Oseas Ayerdi. Los otros tenían apariencia de obreros y uno de campesino. Por fin, después de un viaje accidentado por la zona occidental, donde no faltaron los pinchazos de llantas viejas y fallas de un motor asimismo viejo, llegamos a la Dirección de la policía en la sexta avenida y catorce calle, al cabo de doce horas de angustiosa travesía. La noche anterior, doña Elisa, la esposa del presidente Arévalo, se encontraba en Quetzaltenango. Y en oportunidad en que le dieron un agasajo en la casa de doña Isabel Castillo, en la subida de la calle de San

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Nicolás, pared de por medio con el Banco de Occidente, un marimbista apodado "Sesina", conocido mío, que integraba la marimba que amenizaba la reunión, le informó que un grupo de enemigos del gobierno, encabezados por mí, estaban preparando un complot para derrocar a su esposo. Esa misma noche la primera dama regresó a la capital, y le comunicó a su esposo de la denuncia que había recibido, procediéndose con toda clase de lujo a lo ya descrito.

El teniente Mancilla presenció cuando los guardias del presidio, jalaban con brusquedad la pesada reja de la bartolina. Visiblemente conmovido se retiró lentamente, dejándome sumido en la oscuridad del repugnante calabozo, acompañado de un bulto pequeño, que me pareció de un reo arrinconado al fondo del recinto. En la oficina de registro e ingreso de los reos, me despojaron de mis pertenencias, como mi reloj de pulsera, una cadena de plata con una medallita de la Virgen de Guadalupe, que mi mamá me colocó en el cuello. También me quitaron mi anillo, y hasta las correas de los zapatos. Todo fue depositado eso si, cuidadosamente en una casilla de un mueble bastante grande, que servía precisamente para eso. No habían pasado ni cinco minutos, cuando me buscó Paco Galindo, encargado de la oficina de registro, para disculparse al aparentar que no me conocía, al tiempo que me explicaba que su proceder fue para no perjudicarme ni perjudicarse él, por los servicios que pudiera prestarme. Me previno que el bulto que se mantenía inmóvil en un rincón, y que me llamó la atención desde un principio, era del peligroso reo José Miculax, que ya había

sido condenado a muerte, por violación y asesinato de niños, extremo que poco después se puso en tela de duda. Yo había seguido muy de cerca el caso Miculax, por las informaciones de prensa de mi noticiero, de manera que estaba empapado de su situación. Galindo me ofreció mantenerse en contacto discreto conmigo, y visitarme cuantas veces se lo permitiera su trabajo. Le di el número del teléfono de mi padre, para que le comunicara la noticia de mi encarcelamiento, y le dije que le agradecía su valioso ofrecimiento, que me ayudaría a soportar con menos dureza mi cautiverio. A Paco Galindo lo conocí cuando fui locutor en Radio Morse. Trabajaba en el telégrafo y me visitaba con frecuencia, e hicimos buena amistad. Actualmente desempeñaba ese puesto en la estación central de la policía, que quedaba en la séptima avenida entre 13 y 14 calles. De dos patadas puse de pie a Miculax, y le advertí que cualquier movimiento sospechoso de su parte, me obligaría a que lo matara a golpes. El desdichado indígena que escasamente medía más de un metro y medio de estatura, enclenque y flacucho, se me tiró a los pies, y llorando negó haber cometido algún crimen, y que las acusaciones en su contra eran falsas, que lo habían convertido en el chivo expiatorio de un asunto político. No se desprendía de mis pies, y no cesaba de llamarme "patroncito". Y es que con la "aureola" del infeliz Miculax, estoy seguro, mi gentil lectora y usted amable lector, que no hubieran pegado los ojos en toda la noche, de solo pensar que estaban durmiendo al lado de un sujeto tan peligroso, condenado a muerte por sus graves antecedentes, porque ni ustedes, y en este caso ni yo, deseaba pasar al otro mundo, violado y degollado en manos del peligroso criminal. Cuando menos así fue el perfil que se conoció del desdichado Miculax. Esa noche no dormí. No por temor a mi compañero de infortunio, a quien tenía bajo control, sino por las

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Amenazas, golpes y torturas. Pasé una noche con Miculax. Proceso por tentativa de rebelión.


fatales impresiones acumuladas en mis pensamientos, que se habían iniciado hacía cuarenta y ocho horas. Además era insoportable la pestilencia del ambiente, por la cercanía de las asquerosas letrinas, y el ruido sin cesar de una gota de agua que caía constantemente en una pila vacía, a manera de una intencionada tortura mental. Al día siguiente temprano, me trasladaron a la mazmorra que ocupaban los otros reos acusados de conspirar contra el gobierno, que por cierto tenían un semblante desencajado por las terribles preocupaciones de la prisión, y los temores y el pánico que se apoderaban de uno, ante los rumores de las torturas que se ejecutaban en la noche, y de las que los reos éramos futuras víctimas. Serían las ocho de la noche cuando el juez tercero de paz, conocido como el "coche" De La Roca, nos notificó el auto de prisión provisional, por el delito de subversión en el grado de tentativa. A las nueve y media cinco guardias se presentaron. Se me llamó por mi nombre. Abrieron la reja. Me colocaron los grilletes, y me condujeron en la oscuridad por largos y desiertos corredores, hasta el cuarto de torturas, en el tercer piso del flamante Palacio de la policía nacional. Hasta mí llegaron los gritos o alaridos de dolor de los presos políticos sometidos a inhumanas torturas, y en ese momento se me heló la sangre, porque me di cuenta de lo que me esperaba. Interrumpo brevemente este relato, para invitar al lector a que me acompañe a Quetzaltenango, y dar un vistazo a lo que allá ocurría. Muy temprano al día siguiente a mi detención, dos amigos, Leopoldo de León Ovalle y Enrique Mejía, buscaron a Any para ponerla al tanto de lo que estaba aconteciendo. Al enterarse voló a la jefatura de la policía, y le increpó al encarado Gálvez de ser el autor de mi injusta captura. El jefe pretendía a gritos expulsarla de su oficina, pero Any valientemente no se dejó, y también le

dio una soberana gritada, de manera que los dos se gritaron airadamente, y finalmente la amenazó con encarcelarla si seguía metiéndose en tan grave asunto. Corrió a buscar a Polo y a Enrique, y burlando la orden de no permitir ninguna comunicación con mi familia, pasaron un telegrama firmado por Any, y dirigido a mi papá dándole cuenta de los acontecimientos. Entre las muchas personas que conocí y traté amistosamente en Quetzaltenango, recuerdo con particular complacencia, la figura de Leopoldo De León Ovalle, encargado de la ventanilla de estampillas postales del correo, y agente distribuidor de los billetes de la lotería nacional, que vendió muchos premios mayores. Por esta razón en los comerciales de "Radio Crónicas" le denominamos "el mago de la suerte en occidente". Polo fue para mí una persona extraordinaria. Servicial y generoso, y quienes acudían a él en busca de una recomendación, de un sabio consejo, o algún apuro económico, no se retiraban defraudados, porque tendía a todo el mundo, la mano dadivosa de su bondadoso corazón. No exigía garantía prendaria, ni mucho menos hipotecaria al deudor. Cobraba intereses risibles y en muchos casos ni siquiera eso. Enrique Mejía era telegrafista, pero a la vez dominaba el piano con excelente habilidad, deleitando a los radioyentes de TGQ dos veces por semana, con sus inspiradas ejecuciones de felices arreglos musicales. El complot para derrocar al gobierno de Arévalo, en que me vi enredado por la perversidad de esos sujetos malvados que abundan en el mundo, si existió, o sea que no fue ficticio como tantos otros de los veintitantos intentos para derribarlo del poder. Pero yo no participé en nada y tampoco sabía nada. La jefatura de la insurrección el gobierno se la atribuyó al doctor Jorge Luis Palacios Castillo, a quien conocí y traté en la cárcel, y tuvimos cordial relación, años después cuando salió

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libre, e instaló su consultorio en la zona doce. El doctor Palacios publicó un folleto con datos precisos y detallados de las torturas de que fueron víctimas, muchas de las personas capturadas injustamente. Folleto en el que yo aparecía con las denuncias textuales, que jugándome la vida, vertí en la indagatoria judicial. Afortunadamente ese folleto no lo conservo, porque lo destruí, para no guardar una página negra en el libro de mis recuerdos. Invito pues a mis lectores, a que me acompañen al siniestro cuarto de torturas, en el tercer piso del edificio de la policía nacional. A fondo de uno de los oscuros corredores, ya para subir unas gradas, me sorprendió la funesta presencia del jefe de la policía judicial, bachiller Rubén Roca Colindres. Semioculto, con los brazos cruzados y cubierta la cabeza con una gorra de piel, presenciaba el paso del cortejo en el umbral de un vetusto portón. No bien me habían introducido dos esbirros al cuarto de suplicios, cuando se presentó con su habitual arrogancia el temible jefe policiaco, y me lanzó a quemarropa la siguiente pregunta: "¿Salazar viene dispuesto a decir la verdad?" Yo le respondí "¿De que verdad habla, que es lo que quiere saber de mí?. Me contestó: "Usted dirige en Quetzaltenango al grupo de conspiradores para derrocar al gobierno, y quiero que me dé los nombres de los conjurados, y si no lo hace aténgase a las consecuencias". El diálogo siguió así: Yo: "no sé de que me habla, yo no soy jefe ni formo parte de ningún grupo que pretenda derrocar al gobierno. Mis actividades se concretan a informaciones y comentarios en mi noticiero radial, todo ceñido estrictamente a la ley." Roca: "Tenemos todos los reportes oficiales donde se le acusa a usted. Y también tenemos los nombres de sus compañeros de tan descabellada aventura. Si dice la verdad, tendrá usted muy buena recompensa, por servicios prestados a la nación", Yo: "Disculpe señor Roca, pero insisto en que

no estoy metido en ningún embrollo político, menos conspirativo, y por lo tanto soy absolutamente inocente de los cargos gratuitos que usted me atribuye". A medida que yo hablaba, Roca iba perdiendo la paciencia, y me dijo finalmente: "Voy a concederle cinco minutos para que diga toda la verdad de lo que sabe, caso contrario lo haremos cantar con la ayuda de estos aparatitos que ve. Efectivamente en el local había un sinfín de instrumentos, aparatos, tenazas y chunches con alambres, una pila a medio llenar, bancos y sillas estilizadas, pero que por supuesto formaban parte del escogido equipo de tortura para hacer hablar a los presos políticos, que muchas veces declaraban falsedades para librarse momentáneamente de los intensos dolores que infligían al cuerpo. Finalmente le respondí: "No perdamos el tiempo, ya le dije la verdad, y no tengo nada más que añadir, comience con su oficio". Roca se retiró por unos minutos, y ordenó iniciar la tarea hasta que yo hablara. Dos facinerosos tomaron en sus manos unos largos garrotes de hule, como de una vara de largo. Me sentaron en una banca, me desgarraron la camisa, y con la espalda desnuda, y como si fuera tambor de feria, comenzaron a sangre fría, a descargarme una lluvia de garrotazos, que no fueron menos de cincuenta. Sentí que me desmayaba, y creo que caí al suelo vomitando sangre, y echando espuma por la boca y la nariz, pero me sobrepuse y me revestí de valor, pidiéndole a Dios que me diera fortaleza para resistir hasta el final, aunque me asesinaran. Cuando se llegó ese momento, estoy seguro que si hubiera sabido algo del complot, talvez hubiera denunciado todo, para librarme de los otros suplicios que venían, pero yo no sabía nada y no podía inventar mentiras, y menos comprometer a las personas, que por la fuerza bruta quería Roca que las denunciara. Se presentó otra vez la grotesca figura del inquisitorial jefe policiaco, y ante mi negativa "de decir la verdad", ordenó que

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emplearan otros procedimientos más convincentes, hasta que desembuchara todo lo que sabía. Me desnudaron y me metieron a una pila electrizada a medio llenar de agua, que me llegaba a las rodillas. La tortura me infligía un tremendo dolor y golpes eléctricos en todo el cuerpo, y hasta cuando sentí que el cerebro me estallaba, me sacaron de la pila más moribundo que vivo, y para rematar me sentaron en una maqueta de hielo. Perdí el conocimiento, y me desplomé, pero a los pocos instantes reaccioné e hice un esfuerzo sobre humano, para vestirme cuando me tiraron mi ropa, y no se ni como me vestí. Como si estuviera en estado de embriaguez, me condujeron por un largo corredor que desembocaba en el despacho del director general. Caminando como ebrio, pasé sobre una deslumbrante alfombra, mientras las pupilas de mis ojos se sentían heridas por las resplandecientes luces del lujoso despacho, y que me dio la sensación de encontrarme en un palacio encantado. Mi vista se detuvo en un reloj de mesa, que borrosamente vi que marcaba las cinco de la mañana, y yo había ingresado al cuarto de torturas a las diez de la noche del día anterior. La dirección la ocupaba en ese entonces el coronel Víctor M. Sandoval, cuñado de Arévalo por estar casado con una hermana del presidente, y observé que se conmovió al verme, y talvez por eso me dispensó un tratamiento cortés, expresándome su preocupación por lo que me estaba ocurriendo. Descorchó una botella de whisky, y me dijo que la abría en mi presencia, para evitar suposiciones mías de que pretendía envenenarme, al tiempo que me extendía un vaso cargado del fino licor, que me repuso bastante del estado físico y mental en que me encontraba. En el despacho estaba presente el procurador general de la nación, licenciado Marcial Méndez Montenegro, que me llevó a una salita contigua. Me expresó la pena que sentía por mi situación, y del aprecio y respeto que dispensaba a mi señor padre, ex

catedrático suyo en la escuela de derecho. Me recomendó a que firmara el acta que en esos momentos se estaba levantando, porque de lo contrario habían órdenes de mi eliminación física. Mas tarde me enteré que pretendían lanzarme del puente de Las Vacas, o bien tirarme a las ruedas de un vehículo en marcha, al tiempo de informar que había sido una determinación muy lamentable de mi parte, después de haberme puesto en libertad. Obstinadamente le reiteré al licenciado Méndez que mi decisión se mantenía invariable. Que no firmaría el acta, porque comprometía a personas que ni conocía, y a otras que eran mis amigos, pero que no me constaba las acusaciones que les hacían. El Procurador me explicó que en los careos que se realizarían en el curso del proceso, posiblemente saldrían a luz atenuantes que me favorecerían, y que me rogaba encarecidamente que firmara el acta para bien de todos. El oficial del juzgado estudiante de derecho y alumno de mi papá, me dio a entender que me iba a ayudar, pero Roca le arrebató violentamente el acta que acababa de redactar, la leyó y la hizo trizas, no sin antes advertirle que por complicidad conmigo, se le podía procesar también a él. Obligó al oficial a sentarse frente a la máquina de escribir, y él dictó el acta con un montón de cargos falsos contra mi. Y sin siquiera leerla, yo la firmé. A las siete y media de la mañana me regresaron a la bartolina. En ese momento una escolta sacaba a Miculax de su celda, y lo conducía al paredón de fusilamiento. Se acercó a mí, y con singular ingenio me dijo, "Hasta nunca, patroncito". Le di un abrazo, y le pedí a Dios que lo perdonara. Afuera lo esperaban un grupo de periodistas que cubrirían la información. Entre ellos mi querido amigo Mario Ribas Montes de "El Imparcial", que le regaló, y le colocó en su camisa una vistosa corbata de colores, que acababa de comprar. Entré a mi celda, y me desplomé

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sobre mi colchoneta. Tenía dolores en todo el cuerpo y me sentía frustrado y agotado. Y es que cumplía tres días de no probar bocado, ya que el repugnante rancho consistía en una masa de arroz medio cocido, y unos frijoles parados malolientes y medio crudos, y si no hubiera sido por mi tía Adria, me muero de hambre, ya que haciendo honor a los nobles sentimientos que siempre la acompañaron, me obsequió todos los días que duró mi cautiverio, con una suculenta comida que me llevaba en una portaviandas. Recuerdo que esa mañana estuvieron conmigo varios presos, entre amigos y desconocidos, para informarse de mi estado de salud por las torturas que había sufrido. Entre ellos tengo presente al poeta quetzalteco Victor Meléndez y Ara que estaba preso porque le había levantado la mano a su progenitora, al negarse ella de darle dinero para beber. También me acompañó un buen rato otro reo llamado "Juan de Dios", que fue para mí uno de los personajes pintorescos más inolvidables de la cárcel, por las particularidades de su existencia y su extraño destino. En sus mocedades fue sacerdote. Pero el Arzobispo Monseñor Rossell, le dio de baja por su conducta licenciosa. Juan de Dios fue un bohemio, bebedor, escritor, poeta y declamador obsceno y pornográfico. Era un hombre de mediana edad, talvez promediando los cincuenta y pico de años, tenía complexión fuerte y robusta, pero demasiado chaparro. En la cárcel y fuera de la cárcel, porque salía y entraba a ella como Pedro por su casa, se hizo famoso por una expresión que él denominaba promoción turística, y que decía: "Si Guatemala fuera p.... sería la más hermosa p..... del mundo". Don David Vela lo conoció por ese entonces, y lo alojó en una pequeña casita para rehabilitarlo, y dotarlo de relativa comodidad, aprovechando su capacidad literaria para su periódico. Pero como dice el refrán "genio y figura hasta la sepultura", mas tardó don David en

prodigarle su bondadosa ayuda, que Juan de Dios en llevar a las cantinas sus nuevas pertenencias y cambiarlas por licor. "Juan de Dios", prosiguió su escabroso camino en franco desafío a la moral y las buenas costumbres. Y me consta porque en repetidas oportunidades, me di cuenta de escándalos que promovía en la vía pública. También me visitaron otros presos cuyos nombres no recuerdo. Todos coincidimos en que los medios de tortura que se aplicaba a los reos políticos, superaban en mucho a los sistemas arcaicos y obsoletos o anacrónicos de las tiranías de Estrada Cabrera y de Ubico. Porque al examinar mi cuerpo, no encontraron ninguna evidencia de torturas o malos tratos, ya que el equipo no dejaba ninguna huella, era mas moderno, mas refinado, mas sofisticado, o en dos palabras, "mas revolucionario, y mas democrático". Recordé el bestseller de Efraín de los Ríos, "ombres contra hombres", y busqué afanosamente la diferencia existente entre las torturas sufridas por él, durante la dictadura, y las mías, durante la "democracia", y me sentí complacido, porque en mi cuerpo no había ninguna huella que delatara lo que había ocurrido diez horas atrás. Salí de la prisión gracias a la rectitud del juez licenciado Rafael Bagur, y a que el jefe del ministerio público licenciado Méndez Montenegro, no impugnó la resolución de primera instancia. A las tres y media de la tarde, cuando me encontraba en la bartolina, aún con dolores y malestar en todo el cuerpo, vi de pronto pasar por el patio principal a un grupo de personas de Quetzaltenango. Entre ellas distinguí a don Carlos Wild Ospina, a Luis Alfonso López, al coronel Pimentel, a Alfonso Molina Flores y a Gerardo Guinea, y varias personas cuyos nombres ya no recuerdo. Entonces me tiré otra vez a la colchoneta que tenía en el suelo. Y soy sincero, que a pesar de mi temor a

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Dios, del inmenso cariño que sentía por Any, y por mi amor a la vida, como obra de Dios, creo que si en esos momentos hubiera tenido en mis manos un arma de fuego, talvez...talvez... me hubiera quitado la vida en ese instante...

QUINTA PARTE Que ocurrió después que salí de la cárcel. La poderosa cadena "Constelación". Por fin me casé: cinco años de constantes rupturas Cuando salí de la cárcel me tomé unos días de respiro. Algo así como una rehabilitación, para superar el trauma que me ocasionó tanto ajetreo, en lo físico y en lo moral, pero que no tocó el aspecto espiritual, porque yo creo que el espíritu se vigoriza y se entona con el sufrimiento y el dolor. Y después de todo esto, necesariamente yo tenía que hacer un alto en el camino. Una recapitulación en el campo de batalla. Viabilizar un proyecto factible para re orientar y reorganizar mi vida. Un chequeo médico se imponía como prioridad, porque aún sentía agudos dolores principalmente en la espalda, pero el diagnóstico me fue favorable y gozaba de buena salud. No podía prescindir entonces de hacer viaje a Quetzaltenango, para entregar mi cargo y hablar con Any. Sacarla de aquel ambiente que se había tornado borrascoso no solamente para mí, si no también para ella, que había expuesto valientemente su vida en mi defensa. Pocos días después, tomé camino para Quetzaltenango con mi papá y Jorge. Me aferré al timón del automóvil, y lo conduje por la sinuosa carretera del occidente. Contemplar las hermosas siluetas de sus montañas azules, sus legendarios poblados con olor a historia, gozar de sus rumorosos ríos, de sus apacibles lagos y sus tranquilas campiñas y serranías, sus rebaños de ovejas negras en la blanca cumbre de la altiplanicie del elevado Alaska, pues todo este mundo de la naturaleza, ajeno a la maldad humana, me transmitió relajamiento moral y remanso espiritual, que tanto necesitaba para la superación de la crisis psicológica sufrida en pasados días.

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Por asuntos profesionales de mi padre, nos detuvimos a medio camino en la cabecera del Quiché. Al día siguiente a la salida del sol, partimos para Quetzaltenango, y como primera providencia llegamos a la casa de Any, y para felicidad mía, ya tenía todo preparado para regresar con nosotros, y establecerse en la capital, quedando mi papá como garante de la seguridad de ella a solicitud de su mamá. El hospedaje en la capital se había resuelto fácilmente, ya que doña Mina telefónicamente se había comunicado con doña Clotilde de Prem, familiar suya, quien accedió gustosamente a recibirla en su casa por el tiempo que fuera necesario. A las once hice entrega de mi puesto de locutor. Me despedí de mis compañeros Luis Puig y Julio González, técnico y operador de la emisora. De don Chico López, ecónomo del Teatro, de Domingo Betancourt y demás integrantes de la Marimba "Ideal". De mis amigos Polo de León Ovalle y Enrique Mejía, y de otros amigos y amigas y conocidos que llegaron a despedirme con un hasta pronto. Sin perdida de tiempo, salimos de la ciudad rumbo a la capital por la carretera de la costa sur occidental, dentro del marco de una travesía inolvidable y pletórica de felicidad para Any y para mí, que no se desprendió ni un solo momento del asiento delantero del carro, muy cerca de mí. Nos detuvimos en Mazatenango. Gozamos de un delicioso refrigerio y de su ambiente cálido pero inmensamente placentero. Recuerdo con bastante pena que un estúpido arrebato de celos se apoderó de mí. Estuve a punto de echar todo por la borda, sino hubiera sido por la intervención de Jorge mi hermano, que una vez más ponía de manifiesto su lúcido discernimiento. El incidente ocurrió cuando un "Trío" con sus vibrantes voces y guitarras, que se encontraba amenizando musicalmente el ambiente del bonito comedor, dedicó a Any una melodía muy de boga en ese

entonces, cuya letra decía "Que vuelvas, que vuelvas tan solo una vez pero que vuelvas", y ella les correspondía a los tres apuestos guitarristas, con esa coquetería femenina que al hombre celoso lo hace montar en cólera. Pero cosa extraña. Jamás supe en mi vida lo que eran los celos amorosos, porque nunca me vi afectado por ese complejo de inseguridad. Tan es así que en las fiestas cuando íbamos juntos nunca le prohibí que bailara, sino al contrario, en algunas ocasiones yo tomaba la iniciativa para que ella bailara con sus amigos. Y en honor a la verdad, yo nunca fui víctima de un desamor, de un desaire o de una traición amorosa, ni con ella ni con ninguna otra novia, porque el destino nunca me golpeó en ese sentido. Y talvez a eso se debe mi admiración, defensa, comprensión y respeto por la mujer. Pero confieso que en ese momento no se que me pasó. Perdí los estribos. No se que vibración negativa pasó por mí, pero lo cierto es que hubiera querido regresar a Any a Quetzaltenango, y que todo terminara entre ella y yo. Por eso me alejé del comedor en busca de serenidad. Coco me siguió y le conté lo que me pasaba, y su reacción fue contraria a mi modo de ver las cosas. Me dijo que Any me amaba entrañablemente, y que para ella la única razón de su vida era yo, y que con ese proceder mío tan equivocado, estaba poniendo de manifiesto no solo mi inmadurez, sino me estaba colocando en una posición que no solo era ridícula, sino a todas luces injusta. Regresamos junto a Any, que no se enteró de mis absurdas suposiciones, ni en ese momento, ni jamás en su vida lo supo. Durante los meses que siguieron al traslado, mantuve con ella una comunicación continua. Inundada de alegría. Pasaba por ella a la casa de la familia Prem, ubicada en la décima avenida norte final, en la entrada de lo que se llamó "Potrero de Corona", donde fue edificado el Barrio Moderno. A las seis de la tarde detenía el carro en la puerta de calle, y casi siempre la invitaba al cine, a

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cenar y a veces al Ciros a bailar un buen rato. En ese entonces el Ciros era el "centro nocturno" más elegante y de moda de la capital. En los años de la guerra se mantenía inundado de soldados "gringos", por la base militar de los Estados Unidos acantonada en La Aurora. Como detalle interesante recuerdo, que hasta de la provincia llegaban a la capital, mujeres de todas las edades y condición social, para entablar relaciones con ellos, y por eso fueron bautizadas con el gracioso mote de "gringueras". Muy pocas damas consiguieron su propósito de casarse. La mayoría sufrieron un fiasco completo, al abandonarlas los soldados cuando salieron del país al final de la guerra. No habían pasado muchos días, cuando Any consiguió empleo de secretaria en la Contraloría de cuentas, que funcionaba en el edificio Nottebon, en la quinta avenida y décima calle. Esa firma comercial fue expropiada por el gobierno de Ubico, como lo fueron todas las valiosas propiedades y productivas fincas de los alemanes, como drástica medida del gobierno para congraciarse con las naciones que formaban "el bloque de los aliados", y principalmente con los Estados Unidos de América. La situación sumamente precaria en que quedaron numerosas familias alemanas, fue verdaderamente lamentable. Su laboriosidad y tesonero trabajo, sobretodo en el campo, dio al país un gran impulso en la agricultura y desarrollo industrial como no lo había tenido antes. Meses antes de finalizar el año, Any se mudó al apartamento que ocupaba su tía Clementina y su hija Estelita, en la novena calle y novena avenida. En los altos del apartamento funcionaba la abarrotería "La Mallorquina", de don Mariano Vadillo, un buen amigo nuestro, de pura cepa española. Pues bien, Any no solo cambió de casa, sino de empleo. Optó por un puesto en la sección de divulgación de la Embajada Británica, donde

trabajaba su simpática prima Estelita Drago, con quien mantuve muy afectuosa relación. El año de 1947, fue un año de muy gratas satisfacciones para Any y para mí. Metiéndome a un chorro de deudas y otros compromisos, formé una sociedad colectiva con Chepe Monteros y Pepe Vargas, autorizada por el notario don Carlos H. de León. El objeto de la sociedad fue para la instalación y explotación comercial de una radiodifusora que denominamos "Radio Atlántida", con dos transmisores en onda larga y corta con las siglas TGHB y TGHC. Fue la tercera radioemisora autorizada por el primer gobierno después de la revolución del 20 de octubre, al tenor de los nuevos preceptos establecidos en la constitución, que garantizaban la libre empresa y la libertad de emisión del pensamiento. Durante la dictadura de Ubico, no se permitió el funcionamiento de estas empresas, en manos de personas particulares, por razones muy fáciles de comprender. Ubico no podía tolerar que un medio informativo no fuera privativo del estado, por su apasionada aversión contra las libertades públicas. Y mas que a la prensa escrita - que no permitió la circulación de periódicos independientes -, le tenía pánico a este medio divulgativo, innovador, novedoso y de fácil penetración. La sociedad colectiva me designó director gerente de la empresa. Me hice cargo de la planificación, con miras a impulsar programas sugestivos y novedosos, y abrir, por así decirlo, las puertas de la emisora a toda manifestación artística y cultural. Y el principal objetivo perseguía naturalmente, brindar a nuestros valores nacionales el respaldo y el estímulo en la promoción y difusión de sus inquietudes artísticas. En ese sentido ni oportunidad más excelente que un medio de comunicación social como la radio, en manos de la iniciativa privada, que comenzaba a perfilarse como un vehículo divulgativo ágil y novedoso, de indiscutible sustentación popular.

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Los estudios fueron acondicionados en el segundo piso del edificio Sharp, en la séptima avenida sur prolongación, a inmediaciones de la plazuela 11 de marzo. Como es usual, suscribí con el propietario de la industria, don Adolfo Ríos, un contrato de arrendamiento, y convenimos en que las amortizaciones se harían por canje publicitario de los productos alimenticios de la empresa, principalmente de los "helados Sharp", los helados de mayor venta en aquellos días. Para el forro de paredes y techos, se utilizó el material conocido como celotex, con el fin de darle la mejor calidad acústica a las audiciones. Se construyó un escenario en medio de las cabinas de locución y controles, para la actuación de los artistas y conjuntos musicales, y enfrente se colocaron butacas para el público. A los lados del escenario instalé dos rótulos luminosos e intermitentes: En el aire y Silencio. El montaje de la planta y los controles lo hizo el radio técnico, que consiguió dotar al equipo de un

El Arzobispo Monseñor Rossel en la bendición de TGHB

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excelente sonido, que despertó favorables comentarios del público, y que superó en ese sentido a las otras emisoras particulares que habían salido al aire, antes que Radio Atlántida. La ceremonia de la Bendición de la emisora, la hizo el Arzobispo Monseñor Rossel y Arellano, que accedió gustosamente en honor a la vieja amistad que nos unía, desde aquellas remotas épocas en que presidía el Corpus de San Sebastián, que ingresaba a la recordada casa del Callejón de Corona. Para darle mayor realce al acto de la bendición, invité a un grupo de personas amigas y familiares, y a distinguidas señoras que figuraron como madrinas, siendo ellas doña Graciela Saravia de Monteros, esposa de Chepe mi socio, doña Maruca Rossel de Montenegro, esposa de don Emilio Montenegro Wolters, y mamá de Bibi y Gracielita muy buenas amigas mías. Asimismo formó parte de esa comisión, mi estimable amiga Helen Deyet de Gálvez, esposa de Carlos R. Gálvez, ya conocidos por mis lectores por su relación con estas memorias. No podían faltar como invitadas, mi mamá, mi tía Rebe, mis hermanas, hermanos y primos que hicieron acto de presencia. Ana María se encontraba en Quetzaltenango, "esperando familia", razón por la cual no pudo asistir, pero se comunicó conmigo telefónicamente, congratulándose de la noticia. Pocos días después se efectuó la inauguración de TGHB, que fue un memorable acontecimiento social. Quiero destacar la participación de personalidades del mundo artístico nacional, que brillaban en ese entonces como luminarias de primera magnitud. Obligadamente tuve a mi cargo las palabras de presentación del acto. Luego Mario Ribas Montes se refirió en un breve mensaje a los fines informativos, culturales, artísticos y sociales que conformaban los objetivos fundamentales de la empresa. Y enseguida el maestro de ceremonias, José Luis González, luciendo smoking, presentó al público el desa211


El Coro Guatemala en la inauguración de TGHB

rrollo del programa, y que por cierto por los apuros en que se vio por su inexperiencia en esa disciplina, provocó alegres risas de los invitados, que llenaban el espacioso y elegante estudio, que por el contraste de sus matices fue denominado "azul celeste". Por supuesto que además de mis papás y toda mi familia y compañeros estudiantes de la facultad de derecho de mi hermano Jorge, también asistió Ana María mi esposa, con su hermana Paquita y su prima Virginia. Había llegado de Quetzaltenango. Por la lejanía del tiempo, no recuerdo los números que formaron el programa, pero lo que no se me olvida fue la brillante participación del "Coro Guatemala", dirigido por el ilustre maestro Oscar Vargas Romero, que interpretó música coral que mereció la aprobación emocionada del público. La marimba "Maderas de mi Tierra", tuvo asimismo una destacada participación, ejecutando las mejores composiciones de su selecto repertorio. Conservo las innumerables fotografías captadas por la cámara, de los aspectos más sobresalientes de la inauguración, y guardo con especial complacencia una 212

foto donde aparecen los personajes más prominentes de la radiodifusión de aquéllos días, entre ellos, Jaime Paniagua, Antonio Almorza, Roberto Castillo, Manuel González, Pepe Flamenco, Paco Cabarrús, Germán Bayer, Roberto Vizcaíno, y varios más que no alcanzo a identificar. Al fondo de la foto se observa un medio círculo, con las banderitas en colores de todos los países de la América Latina. Los ingresos provenientes de los anuncios comerciales, permitió después de los primeros meses de pérdida, equilibrar el presupuesto de gastos. El presupuesto comprendía el pago de locutores, que eran tres con un salario de treinta quetzales, dos operadores que devengaban veinticinco quetzales, una secretaria con veinticinco, y una programadora discotecaria que ganaba también veinticinco. El ecónomo ganaba veinte, porque disponía de hospedaje. Cuando se disolvió la Sociedad

Empresarios de la radiodifusión, en la inauguración de TGHB

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que ocurrió pronto, el radio técnico no tenía sueldo fijo, sino se le cancelaban sus honorarios cuando se requerían sus servicios por desperfectos en los transmisores. El consumo de energía eléctrica estaba supeditado al horario de las transmisiones, que abarcaba de las siete de la mañana a las diez de la noche, y a la potencia de los transmisores, pero no excedía, incluso con la iluminación del estudio y el rótulo de gas neón frente al edificio con las siglas "TGHB", de 150 quetzales mensualmente. El renglón de gastos más alto fue siempre el de la marimba, que ofrecía un concierto de lunes a sábado de las doce a las dos de la tarde, programas musicales de numeroso auditorio a cargo de la marimba "Ideal Club", de mi dilecto amigo don Gabino Juárez. Pero esas audiciones las patrocinaban casas comerciales, de suerte que de las correas salían los zapatos. En lo que respecta a la competencia con las otras emisoras, en realidad no existía, o bien casi insensible, porque las tarifas comerciales las manteníamos las tres emisoras particulares al mismo nivel. La TGW y Radio Morse no eran estaciones comerciales. Además con sus propietarios Roberto Castillo Sinibaldi y Manuel González Ubeda, de las emisoras Radio Ciros y La Voz de las Américas, respectivamente, manteníamos muy buenas relaciones amistosas, comprensivas y cordiales. Las tres emisoras privadas, únicas que operaban en ese entonces en el país, constituimos lo que denominamos "Cadena Constelación", para la difusión simultánea de programas especiales que fueran de trascendencia nacional. Como es de suponerse, la "Cadena", cubría un inmenso público de radio oyentes en todo el territorio, no solo por ser las únicas estaciones particulares del cuadrante, sino por la estratégica distribución de las frecuencias de las emisoras. En efecto, Radio Ciros operaba en 800 kilociclos, La Voz de las Américas en 1180, y Radio Atlántida en l420.

Días antes del 15 de enero de 1948, el gobierno del presidente Arévalo ordenó el cierre de la estación de la Iglesia Católica denominada "Radio Pax, La Voz de la Colina", que operaba desde el Cerrito del Carmen, y tenía listos sus equipos de control remoto para trasmitir la Misa solemne de las diez de la mañana. Debido a ese contratiempo, en horas de la tarde del día 14, despachamos por vía aérea a Esquipulas, el equipo de grabación, que recogió íntegramente el acto litúrgico del día siguiente. A las nueve de la noche del 15, se reprodujo por la Cadena Constelación la misa mayor, los coros del Seminario y la Homilía del Arzobispo, que agradeció el servicio de radiodifusión de "buenos amigos de la Iglesia" y condenó enérgicamente el cierre arbitrario de la emisora de la Iglesia Católica. Como la grabación adolecía de algunos defectos técnicos y de locución, esa misma noche procedimos a corregirla con Roberto. Uno de estos defectos consistía en que Manuel leyó en el texto que le entregué, pese a mi advertencia, que la misa contaba con la presencia de la "Schola Cantorum de la Capilla Sixtina del Vaticano", en vez de los "Coros del Seminario Conciliar de Guatemala, como obviamente así era. Pero por las precisiones en que nos vimos envueltos, no tuve tiempo de corregir el texto, que efectivamente me había servido para una ceremonia anterior grabada desde el Vaticano. Aunque el lapsus no tuvo mayores repercusiones entre el público, al Arzobispo si le tomó por sorpresa, pero al final le provocó risa, la ingenua, o mejor dicho la ignorante equivocación del locutor. Para darle más solemnidad a la grabación, le agregamos el repique de las campanas de la Basílica de San Pedro de Roma, y fue exitosamente reproducida el domingo a las nueve de la mañana, ante el disgusto del gobierno, y el beneplácito del pueblo católico. Cuando el gobierno decretaba la suspensión de las garantías, cosa muy frecuente, nombraba un censor para

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cada una de las emisoras particulares, con la obligación de incluirlos dentro del presupuesto con un salario de ciento cincuenta quetzales mensualmente. Pero una vez cansados de la abusiva disposición, presentamos con Roberto un recurso ante el juzgado de trabajo, a cargo de José García Bauer. Y lo ganamos. Resolviendo el juzgado que siendo un nombramiento oficial, el patrono era el Estado, y a él correspondía asumir el pago del salario de sus empleados, y no a los propietarios de las radiodifusoras. Con esta disposición judicial, nos sacudimos a los indeseables individuos, que se mantenían de holgazanes en nuestras oficinas. En los siguientes estados de sitio, ya no hubo censores. Vienen a mi memoria nombres de algunos integrantes del personal técnico y de locución, que hacían posible las audiciones. Entre ellos, Mario Piedrasanta, Herber Walter, Alejandro Castro Mariscal, Mario Abularach, Oscar Trujillo, Daniel Contreras y Mario Arturo López. Las eficientes secretarias, mis recordadas amigas las Chiquis Layle y Villacorta y Alicia Trujillo. Gracias a la competencia del personal, se hizo posible el éxito alcanzado por la emisora, en los distintos círculos comerciales, artísticos y sociales de aquel tiempo. La sociedad colectiva se disolvió al poco tiempo. Compré las acciones de los otros socios, y entonces me quedé solo, sin el consejo y la asesoría oportuna de mis ex socios, pero disponiendo con mayor libertad la conducción de la empresa. Los espacios en tiempo pagado se formalizaban al suscribirse un formulario. En ese documento se especificaban las características del programa, es decir si su contenido consistía en noticias o comentarios y de que índole, o bien si enfocaría temas políticos, literarios, artísticos o culturales. Se aplicaban dos clases de tarifas. Una correspondía al tiempo "A", que comprendía de las doce a las dos de la tarde, y de las siete a las nueve de la noche. Y la tarifa "B" al resto de las

horas que duraba la transmisión. El tiempo preferencial se cotizaba entre 25 y 30 centavos el minuto, y el otro alrededor de 18 centavos. Todavía no se me han olvidado algunos de los programas y sus protagonistas, que desfilaron en los estudios de TGHB, haciendo gala de su entusiasmo y de su esfuerzo por complacer a sus oyentes, y a las casas comerciales que patrocinaban sus anuncios para mantener vigentes sus contratos. Naturalmente que los avisos comerciales, proveían de los medios económicos para la subsistencia de los contratistas, que en la mayoría de los casos era su única fuente de ingreso. Me acuerdo muy particularmente de la excelsa poetisa doña Romelia Alarcón de Folgar, y sus dos hijas en su audición de las ocho de la noche, en un recital de música selecta y de hermosa poesía. Tampoco me olvido del simpático publicista don José Marcelino López, que usaba el seudónimo "Jómalo" con sus programas "Variedades Chapinas" de las dos de la tarde en adelante. También vienen a mi memoria, los graciosos programas de un humorista español que se hacía llamar "El Licenciado Vidrieras". Un hombre gordo, de mediana estatura, de regular edad, que se presentaba a las dos de la tarde, bajo el intenso calor de los meses de marzo y abril, fatigado y sudoroso, refunfuñando y protestando al bregar costosamente en la búsqueda de anuncios. Tanto yo, como mis subalternos, nos moríamos de la risa, al escuchar su rutinaria expresión: "Esto está de la patada". El mentado "Licenciado Vidrieras", desapareció repentinamente. No dejó deudas a la emisora, porque estaba al día en sus pagos. Pero tiempo después se supo, que le había pegado al mero gordo de la lotería, y el mismo día que cobró el billete entero salió corriendo para México. Cuando me enteré, me recordé de la graciosa comedia del gran Guillermo Andréu; "Un loteriazo en plena crisis". Y

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precisamente eso fue lo ocurrido, en el caso del recordado personaje. Pepe Torón y sus juveniles amigos, ofrecían a las nueve de la noche el programa "Ritmo y Charla", con música moderna norte americana que hacía vibrar los corazones de las jovencitas y los jovencitos que literalmente llenaban todas las noches los estudios azul celeste de Radio Atlántida. Pepe tuvo la genial idea de traer de México a la famosa orquesta de Luis Arcaraz, que la presentó en su programa dentro del bullicio y estruendo del público, que llenó los locales de la emisora, los pasillos y la séptima avenida frente al edificio Sharp. Las ovaciones y la gritería se acrecentaron cuando Arcaraz cantó sus propias canciones "Bonita", "Viajera" y "Quinto Patio" de resonante popularidad en esos momentos. Nunca supe el porque, de las letras de sus gustadas canciones, que reflejaban un reproche sutil al bello sexo, por ejemplo, "Bonita, haz pedazos tu espejo", o en otras se dibujaba un mensaje filosófico: "El dinero no es la vida, es tan solo vanidad". Es digno de mencionar el programa de complacencias telefónicas denominado "4 2 3 1", que correspondía al teléfono de la emisora, a cargo de Mario Piedrasanta. Y por fin los conciertos a medio día de la marimba Ideal Club, a cargo del popular locutor mexicano Castro Mariscal, que por su estilo y graciosa manera de conducir las audiciones, gozaba de múltiples simpatías entre los radio oyentes, manifestadas por las numerosas llamadas telefónicas, que virtualmente congestionaban la única línea telefónica de la emisora. No quiero cerrar estas líneas, sin antes recordar la presentación en los micrófonos de la TGHB, de una de las mas cotizadas cantantes mexicanas de aquellos días, como lo fue "María Alma", con sus inspiradas canciones entre ellas "Tuya soy" y "Compréndeme", que por su

sensibilidad artística y por su simpatía, se mantuvo por muchos años en los primeros peldaños de popularidad. Regresando al noviazgo con Any, las cosas no iban del todo bien. Mas bien las trampas del destino, seguían interponiéndose entre los dos, tratando de separarnos. Pero cuando teníamos algunas semanas de no vernos, una tarde en que soplaban los vientos frescos de la canícula, la llamé por teléfono a la Legación Británica. Le dije imperativamente, que sin excusa ni pretexto, aceptara mi invitación para cenar esa noche en "Los Arcos". A las seis pasé por ella, y emprendimos rumbo al restaurante, que ostentaba ese nombre, por su cercanía al histórico Acueducto colonial, no lejos del aeropuerto La Aurora. Nunca se me olvida que yo atravesaba por un tremendo resfrío, y no bajamos del carro sino la cena nos fue servida en el sillón de atrás. Cenamos y bebimos unas copas de buen vino, y brindamos por nuestra futura boda. Y ahora todo iba en serio y por muy buen camino, porque esa misma noche fijamos la fecha de nuestro matrimonio civil, que se realizó el 3 de septiembre de aquel año de 1947, en la municipalidad capitalina, que ya se ubicaba en el Centro Cívico. Se cumplían cinco años de un noviazgo de constante ruptura, pero apasionante y novelesco. Talvez aquí podría aplicarse aquel adagio latino que dice: "Casi siempre, los grandes amores, se ven azotados por el vendaval de los obstáculos". El casamiento religioso tuvo lugar a principios de la primavera del año siguiente, en la Catedral de Quetzaltenango. Y asimismo, como el enlace civil, se caracterizó por su sencillez e intimidad. Se cerraba así la página final de nuestro noviazgo, que se prolongaría en un matrimonio que rebasó los cuarenta años. Largo camino, que no siempre estuvo bordeado de rosas, sino también de espinas, y posiblemente mas espinas que rosas...pero de profundo amor...

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Una tarde lluviosa a principios del mes de octubre de 1948, me visitó Roberto Castillo en mi oficina de Radio Atlántida, para comunicarme que el gobierno del presidente Arévalo, había designado una delegación para representar a Guatemala en la "Primera Conferencia mundial de altas frecuencias", que se efectuaría en la ciudad de México a principios de noviembre de ese año, integrada por dos delegados oficiales y los tres propietarios de las emisoras particulares. Tres o cuatro días después fuimos notificados oficialmente de nuestro nombramiento, y con pasaportes oficiales y nuestras respectivas libretas de "travel checks" por un valor de mil quinientos quetzales, abordamos un avión de cuatro motores de la compañía nacional Aerovías de Guatemala. Por parte del gobierno se nombró como jefe de la delegación, al radio telegrafista don Félix Monteagudo, encargado de la oficina de radio de la dirección general de comunicaciones, y al ingeniero Eduardo Minondo. Como delegados del sector privado a Roberto Castillo, Manuel González y yo. Al día siguiente de nuestra llegada a la hermosa capital, se procedió al chequeo de las credenciales de las delegaciones en el Teatro de Bellas Artes, donde se verificó la inauguración oficial, con la presencia del presidente de la república licenciado Miguel Alemán, quien tuvo a su cargo el discurso de la inauguración oficial. Al presidente lo acompañaban varios secretarios de estado de su gabinete, entre ellos el de fomento, de relaciones exteriores y turismo, así como funcionarios de las radio comunicaciones mexicanas, y miembros del cuerpo diplomático y consular. Ya para finalizar la ceremonia a eso de la una de la tarde, uno de los miembros del servicio de seguridad, asignado por el gobierno mexicano a nuestra delegación, se acercó a mí y

casi al oído me dijo que una persona que se encontraba en el vestíbulo del teatro, deseaba hablar conmigo. Yo le contesté que seguramente se trataba de una equivocación, porque yo no conocía a ninguna persona en México. Pero él insistió en que el desconocido deseaba verme a como diera lugar, y mi sorpresa fue mayúscula porque no se trataba de ningún desconocido, sino al contrario, muy conocido por mí, era Roberto mi hermano "el Chito" que por ese entonces estaba radicado en México, y como ya conocía a Roberto y a Manuel, se incorporó a nuestra delegación, no como delegado, sino en calidad de convidado, para las comidas, las cenas, los cines, y muy de vez en cuando, que incursionábamos en los alegres cabarets de la gran urbe. El importante evento se desarrolló en el auditorio de la Escuela Normal, a la vecindad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuando se levantaba el complejo de la Ciudad Universitaria. Moderna construcción, que sería una de las instalaciones universitarias mas grandes y completas de la América Latina. Por el carácter mundial de la conferencia, habían acudido delegaciones de la mayoría de países del mundo, que por la diversidad de idiomas, un grupo de traductoras y traductores, convenientemente instalados en cabinas de vidrio, traducían a los delegados en sus respectivos idiomas, el desarrollo de las sesiones, para lo cual los delegados disponíamos de un receptor con audífonos. Me sentí impresionado cuando después de la primera sesión ordinaria, donde se designaron las comisiones de trabajo, el Edecán nombrado por la secretaría de relaciones exteriores, para atender a un grupo de delegados de la América Latina, (este grupo lo formábamos los países de Centroamérica, Argentina, Venezuela y Uruguay), nos llevó a visitar los lugares más turísticos de la capital. Recuerdo en particular las instalaciones del Instituto Politécnico, el Conservatorio

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México: 1948. Conferencia mundial de altas frecuencias. Los tres magnates de la radiodifusión.


nacional de música, el Instituto de Bellas Artes, y el Instituto de Historia y de Antropología. Nos explicaba el Edecán que gran parte de la ciudad, sobretodo el México viejo, conserva la línea arquitectónica colonial, que es el de mayor atracción turística, como el Palacio Nacional, la Catedral Metropolitana, y la Iglesia de El Sagrario, que bordean la Plaza de la Constitución. Y no lejos del Distrito Federal, el Bosque y el Castillo de Chapultepec y la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Al día siguiente estuvimos en el Museo Nacional de Antropología, así como en la Ciudad Universitaria en construcción, y en la Zona arqueológica de Teotihuacán al norte de la ciudad de México. El Distrito Federal tenía en ese entonces una población de un millón quinientos mil habitantes, y todo el país contaba con veinte millones, por eso uno de los comerciales de la XEW rezaba en tiempo de la guerra mundial este "slogan", "beber cerveza Victoria, o no beber, porque la victoria es nuestra, y veinte millones de mexicanos no pueden estar equivocados". Como Ana María me había dado la dirección de la casa de don Carlos Mérida, una mañana tibia y despejada de principios de noviembre, abordé un ruletero que me llevó por la avenida Alvaro Obregón, hasta la residencia del matrimonio Mérida Gálvez parientes de mi esposa. Que alegría me dio abrazar a don Carlos y a doña Dalila, que los había conocido hacia pocos meses en Quetzaltenango. Ellos también me correspondieron con frases y expresiones de simpatía y cariño. Me manifestaron su complacencia por el casamiento con Any, y después del improvisado protocolo, nos enfrascamos en una charla amena y sabrosa, sobre temas de su trabajo y los proyectos que tenía en mente, entre ellos la pintura de los murales de varios edificios que se construirían en Guatemala, como el del Seguro Social y el Crédito Hipotecario Nacional. Haciendo gala de gentil anfitriona,

doña Dalila, obsequió una deliciosa tasa de espumoso chocolate de San Juan Ostuncalco, oportunidad que aproveché para platicar del insigne don Jesús Castillo, oriundo de ese municipio quetzalteco. Les conté que con frecuencia me visitaba en la TGQ, y que con su carácter irascible, siempre me hacía un reclamo de alguna cosa que según él, no caminaba del todo bien. Pero nuestro tratamiento fue en todo momento, afectuoso y cordial. Esta ligera semblanza dio lugar a tocar otros aspectos en relación con muchos valores quetzaltecos, en las ciencias y en las artes, que han puesto muy en alto el nombre de la patria mas allá de sus fronteras. Con don Carlos y doña Dalila celebramos mi boda con Any, porque después del rico chocolate, nos empinamos unas copas de vino, legítimo añejo de las bodegas norteñas mexicanas. Les pregunté por sus estimables hijas Alma y Ana. Me contaron que Anita formaba parte del Ballet Nacional de México, como primera bailarina, a raíz de estudios académicos en París, bajo el patrocinio del célebre Ballet de aquella gran nación, protectora de las bellas artes. Quedé en regresar para almorzar con ellos, pero el día convenido se me atravesó un compromiso imprevisto. Me excusé telefónicamente. Ya no me dio tiempo de despedirme de ellos, al finalizar la conferencia, lo cual lamenté bastante. Cuando llegué al hotel donde me hospedaba con los otros delegados, muy cerca de la populosa arteria San Juan de Letrán, me encontré con la novedad de que al jefe de la delegación don Félix, lo habían asaltado, y había llegado al hotel en paños menores. Resulta que se había sentido indispuesto del estómago, y se dirigió a una farmacia cercana, pero situada en un callejón silencioso, y tres individuos portando filosos cuchillos que le pusieron en el pecho y en la espalda, lo obligaron a firmar el talonario entero de "travel checks" por más de mil doscientos dólares. No contentos con esto, le dieron una

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tremenda golpiza y lo despojaron de sus pertenencias, hasta de un reloj incrustado con su nombre, que el personal de su oficina le había obsequiado el día de su cumpleaños. Medio desnudo, tomó un taxi que lo llevó al hotel, y Roberto se hizo cargo de cancelar los pocos pesos que cobró el taxi, ya que ni para eso le habían dejado los ladrones. Esa noche tuvimos que prestarle los primeros auxilios al pobre de don Félix, porque el temblor de cuerpo y su estado de nervios, no se le quitaba con ningún analgésico. Tuvimos que recurrir a un estudiante de medicina que se hospedaba en el hotel, para que lo inyectara, y así logró por fin tranquilizarse, y dormir hasta bien entrado el día siguiente. Don Félix era un señor modesto, sencillo, de pueblo, de cuerpo menudito, trabajador infatigable, que no estaba acostumbrado a la ostentación de un hotel, aunque este fuera de segunda categoría, y menos a los platos tan condimentados y de abundante chile de la cocina mexicana. Y sin duda el cambio de su alimentación sencilla, fue causante de su indisposición estomacal. Su situación económica se resolvió fácilmente, porque sin perder tiempo pidió dinero a su familia en Guatemala, que le fue remitido en pocos días. Un agradable y recreativo fin de semana nos aguardaba después de las prolongadas y fatigosas sesiones de las comisiones de trabajo, de las que don Félix y el ingeniero Minondo eran duchos en la materia. Yo pescaba algo por un curso de radio comunicaciones que tuve en mis estudios de ingeniería, pero los otros delegados no entendían ni un pepino del asunto. Pues bien, las delegaciones americanas fuimos convidados a un almuerzo en los estudios cinematográficos "Churubusco Azteca" en las afueras del distrito federal. Era propietario de ese complejo de la industria del cine, el visionario de don Emilio Azcárraga, y gentilmente fuimos atendidos por

el gerente general un joven ejecutivo canadiense cuyo nombre no recuerdo, que fue nuestro anfitrión. No menos de media docena de productoras de películas, conformaban el complejo de los estudios "Churubusco" que salían de sus estudios para convertirse en las películas más taquilleras de ese tiempo, que se le conoció como la época de oro de la cinematografía mexicana En los locales destinados a los "trucos" de las productoras, observamos los ambientes artificiales en miniatura, en perfecta escala y con una increíble precisión y creatividad, donde se rodaban las escenas que no se filmaban en ambientes naturales. Vimos completo el procedimiento al rodaje de una cinta: micrófonos con "jirafa", director de fotografía, cámaras con operadores designados uno y dos, el director de escena o sea la figura central de la filmación, una máquina llamada "anotadora", el fotógrafo de plato con las manos en el potente proyector, y muy cerca la maquilladora, pero más cerca de la escena los portadores de micrófonos y los maquinistas. La cinta procedente de la cámara pasaba inmediatamente al equipo del revelado del negativo original, mientras el aparato del control de sonido, controlaba los sonidos procedentes de los micrófonos. Simultáneamente funcionaba el equipo de producción de ruidos especiales y efectos de sonido, los de la música y fondos, seleccionados para las diferentes escenas de las creaciones fílmicas. En el estudio todos los aparatos y equipos desempeñaban un papel muy importante. Pero habían dos de los que no podía prescindirse: el seleccionador de las escenas filmadas, y la copiadora de las escenas seleccionadas. En la fase final se procesaba la fotografía del sonido y la fotografía de la imagen, luego el revelado positivo donde se obtiene la primera copia, que de aprobarla el productor, se imprimen las copias siguientes en serie, destinadas a las salas de espectáculos. La

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traducción de las películas en español, a otros idiomas, requería un procedimiento muy distinto, pero también muy minucioso y profesional. En la entrada de los estudios nos topamos con el gran actor Arturo de Córdova y la bella artista Magda López, que salían charlando y riéndose de un tema que me llamó la atención. Hacían un análisis de la psicosis caracterizada por la vanidad, la desconfianza y la inquietud conocida como "paranoia", y De Córdova hablaba de los miles de paranóicos que abundaban en el mundo, no solo en la farándula, sino en todos los niveles de la vida humana, principalmente entre los grandes empresarios y los políticos. Y es que Arturo de Córdova pese a su gran popularidad y su prestigio de talentoso actor, fue un artista dotado de modestia y sencillez, que conversó amablemente por algunos minutos, con los delegados de los países americanos, que asistíamos al almuerzo que se serviría en pocos instantes. Vimos de cerca o de lejos a bastantes de los famosos artistas, que brillaban en el firmamento de la industria del celuloide de ese entonces. Caminando despacio o presurosos, en los pasillos, patios y corredores, no fue ninguna sorpresa ver a la lindísima María Félix, a Pedro Armendariz, a la ex reina de la belleza americana, Elsa Aguirre, a los hermanos Fernando y Julián Soler, al humorista del siglo Mario Moreno (Cantinflas), a don Joaquín Pardavé y a Libertad Lamarque. A lo lejos vimos también al "Indio" Fernández, Dolores Del Río, a Pedro Infante, Jorge Negrete, Tintan, al cómico Resortes, a la atractivísima Carmen Montejo, a Marta Roth, Guillermina Grin, y un interminable desfile de compositores, directores de orquestas, directores de escenas, guionistas, camarógrafos y productores, que entraban o salían de los estudios a filmar o después de filmar. El menú del suculento almuerzo consistió en platos típicos de la cocina mexicana, sin faltar naturalmente el

famoso "mole" que es elaborado con una especie de salsa, chile, tomates, cacahuetes, chocolate, almendras, cebolla, ajo y especias; tampoco faltaron los tacos de tortilla con pollo, chile, legumbres o queso. En vez de whisky, e indudablemente haciendo honor a su acendrado nacionalismo, el "chef" responsable del típico almuerzo, sirvió tequila Cuervo especial, y a los postres un plus de los viñedos del norte. El banquete estuvo amenizado por la espléndida orquesta del maestro Miguel Lerdo de Tejada, y el tenor Juan Arbizu, que incluyó en el programa, si mal no recuerdo, los siguientes números musicales: "Lamento Borincano, Murcia, Un viejo amor, Valencia, Yo vendo unos ojos negros, y La Paloma". Para finalizar el ágape, del compositor Juventino Rosas, el maestro Lerdo de Tejada dirigió el siempre gustado vals "Sobre las olas". La Secretaría de Turismo también brindó múltiples atenciones al resto de las delegaciones de otros continentes, pero creo sin temor a equivocarme que los delegados del hemisferio americano, ocupamos un primer lugar en el derroche de atenciones. Ese mismo día al anochecer, partimos en dos buses al puerto de Acapulco del estado de Guerrero, en la bahía de Acapulco. Imponente centro turístico, famoso por sus hermosas playas. Allí disfrutamos de un ambiente paradisiaco, refrescados con la suave brisa del mar, en compañía de muy lindas y risueñas damas, a manera de edecanes, asignadas por la Secretaría de Turismo. La música de los mejores mariachis, en las entradas de los suntuosos hoteles, ponía el marco musical de la recordada excursión, que se prolongó hasta el día siguiente con las primeras luces de la noche, cuando emprendimos el retorno al Distrito Federal. En la siguiente semana visitamos los estudios de la XEW en Ayuntamiento 54, una callejuela incrustada cerca de San Juan de Letrán, y allí conocimos a los populares

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locutores Pedro de Lile, Ignacio Santibáñez, el bachiller Alvaro Gálvez Cifuentes, y al legendario Manuel Bernal, catalogado como el primer declamador del continente. En la cafetería de la gran emisora, Roberto y yo, conversamos un buen rato con Manuel Bernal, que entre otras cosas nos dijo, que acababa de estar en Guatemala, que vivía enamorado de nuestro país, y que pronto lo visitaría, avisándonos previamente. Don Emilio Azcárraga, propietario de la XEW, nos explicaba que la emisora la había iniciado con un modesto transmisor de 100 kilovatios. Y con Roberto Castillo nos divertíamos de la ingenuidad del acaudalado magnate de la radiodifusión y del cine mexicano. Ya que nuestras emisoras chapinas, escasamente alcanzaban el medio kilovatio de potencia, y las nuestras si eran en realidad muy modestas y sencillas. Sin embargo si la XEW cubría con su potencia todo el continente, nosotros cubríamos orgullosamente con la poca potencia de nuestros transmisores, todo el territorio y las fronteras de los países vecinos. En esos días se fundó en México la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR), que comandaban los tres grandes de la radiodifusión, don Emilio Azcárraga de México, don Goar Maestre de Cuba y don Jaime Yankelevich de Argentina, y de hecho mas de cien emisoras particulares del continente, estaban incorporadas a la Asociación. Su principal misión se concretaba a la defensa de los intereses gremiales, y al mantenimiento de la libertad de expresión del pensamiento como bases fundamentales de su creación. A los delegados guatemaltecos de las emisoras privadas, se nos invitó para asistir a la inauguración de AIR en Buenos Aires. En la víspera de la inauguración, los delegados fueron recibidos por doña Eva Perón, que virtualmente era la presidenta del país. La Casa Rosada, que así se llamaba la casa presidencial, se encontraba en esos momentos abarrotada de obreros de la industria, que ella designaba con el nombre de "mis des-

camisados". No se quien de los delegados, reparó en que la conversación con la presidente, estaba siendo grabada por medio de micrófonos ocultos en los sillones de su despacho. Esto dio lugar a una airada protesta de los delegados. Y como consecuencia, fueron expulsados del territorio argentino, trasladándose a Montevideo, desde donde se emitió un enérgico pronunciamiento, encadenando todas las emisoras del continente americano. En la capital de Uruguay, se suscribió el acta de fundación, de la poderosa Asociación Interamericana de Radiodifusión. Una tarde Pepe Flamenco invitó a Roberto y a mí, para que lo acompañáramos al consultorio del doctor Alfonso Ortíz Tirado, en busca de tratamiento del defecto físico de su pierna derecha que sufrió de por vida. Nos recibió con toda cordialidad. Pasamos esa tarde, después de atender al paciente, en una amena charla que abarcó interesantes temas de su vida artística como cantante y profesional de la medicina. Me pareció un hombre extraordinario, un enamorado de la vida, de la humanidad, de la naturaleza como obra creadora de Dios, y de sus dos profesiones magníficamente cultivadas. Finalmente nos expresó su cariño por Guatemala y su deseo de visitar pronto nuestro país. Nos invitó a un excelente refrigerio, y salimos de su clínica y confortante residencia cuando se dibujaban las primeras sombras de la noche. A estas alturas aún faltaban varios días para regresar a Guatemala, pero yo comenzaba a sentirme nostálgico por el terruño, y a extrañar a mi esposa que me hacía mucha falta. Pero todavía quedaban pendientes algunos puntos del programa, que quiero trasladar a mis lectores. Cuando regresábamos de las sesiones de trabajo de la conferencia, de tarde en tarde nos metíamos al cine con Roberto, a una carpa, al Palacio Chino o al cine Teresa que quedaban cerca del hotel. Pero una noche tomamos taxi y la emprendimos hasta un club nocturno

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llamado "El Intimo", en el Paseo La Reforma, y que hacía honor a su nombre porque el local relativamente pequeño, era grande en confort y en su ambiente cálido y familiar. Desde allí transmitía a control remoto todas las noches, la emisora XEB "Del Buen Tono", en tanto la XEW lo hacía desde "El Patio" o el "Ciros". Esa noche los amigos locutores me hicieron una simpática entrevista, y entre bromas y risas les hice un ligero esbozo de mis épocas de locutor, sin olvidar algún lance amoroso. Cuando despidieron la transmisión, ampliamos la mesa y compartimos ya bien entrada el alba del siguiente día. Y cosa curiosa: la ciudad no entra en calma, sino al contrario, su intensa vida nocturna me parecía más dinámica, más jubilosa, pero también más peligrosa, que la vida a plenitud del sol. Y a propósito, uno de los locutores me preguntó: ¿No sabes lo que le dijo la luna al sol?. Mi respuesta fue: "tu sales de día... pero yo salgo de noche...". A la siguiente noche continuamos el peregrinaje nocturno con Roberto. Esta vez para presenciar un espectáculo maravilloso en el "Folies Berger". Agustín Lara, su piano y su orquesta, con el primer trompetista "el Chino Ibarra", y sus dos grandes interpretes: Toña La Negra y Pedro Vargas, en un derroche de las más inspiradas melodías del genial compositor y músico-poeta veracruzano. !Que deleite espiritual mas sublime, escuchar en labios de Toña "Oración Caribe", Farolito o Noche de ronda", o en la voz del tenor continental "Palabras de mujer", "María bonita" o " Granada"! !Que sensación más profunda, al observar en la penumbra del recinto, los potentes reflectores, proyectando su nítida luz, sobre las mágicas manos del inspirado compositor, deslizándose con éxtasis misterioso, en el teclado de blanco marfil de su propio piano de cola! Dejando el ambiente romántico, la función presentó al popular "Palillo", un ingenioso cómico

político, satírico, cáustico, mordaz, que sin pelos en la lengua, la emprendía sin misericordia alguna, en contra del presidente Alemán y sus funcionarios del PRI. Criticaba la conducta y actitudes de funcionarios y empleados del gobierno, censuradas por la opinión pública, y que merecían el rechazo de la población. Lo gracioso del cuento es que al finalizar la función, la policía lo esperaba en el vestíbulo del teatro, para conducirlo a una demarcación cercana que siempre era la misma. Allí pagaba la multa que le imponían cada vez que actuaba, y santos en paz. Pero como ganaba mucho dinero por su inteligente especialización, para "Palillo", la multa por alta que fuera, equivalía a una simple propina de su parte. Como ya se acercaba el final de la conferencia, Manuel se prestó gustosamente para organizar una reunión de despedida con un grupo de delegados de Centro y Sud América, algunos españoles y el director de "Radio Vaticana", un jesuita italiano de apellido Montini, con quien en lo personal hice una cordial amistad. El festejo se celebró en el elegante centro nocturno "Río Rosa", a poca distancia del Parque Alameda que colinda en un extremo con el Teatro de Bellas Artes, y en sentido opuesto con el opulento hotel "María Isabel", de la cadena Sheraton, considerado como uno de los hoteles más lujosos del mundo. Esa noche Manuel se portó a la altura de las circunstancias. Escogió precisamente el debut de la sensacional orquesta del chaparro "cara de foca", "Pérez Prado", con su novedoso y chispeante "Mambo", ritmo alegre y bullicioso de riquísimo sabor tropical, inspirado en el pentagrama musical de la extraordinaria orquesta de Stan Kenton. Nos divertimos de lo lindo, no hubo lágrimas de despedida, sino al contrario, lágrimas pero de sonoras risotadas, oportunas bromas, ingeniosos chistes, ambiente social y fraterno en toda su dimensión. Tequila

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José Cuervo. Y baile con las lindas y cultas chicas del centro nocturno. Pero todo dentro de un marco civilizado, de altura, ponderación y sobriedad. Al día siguiente partimos de regreso. Desde una de las ventanillas del avión, en medio de la suave bruma de la mañana, contemplé la hermosa capital. Mi vista se nubló, al recordar los inolvidables momentos que había pasado en ella...

El marcador del combustible de mi automóvil había tocado fondo. Escasamente tenía gasolina para llegar a la estación más cercana. Y el problema consistía en que ni Any ni yo teníamos dinero, ya que nuestras reservas del fin de año las habíamos gastado imprevisiblemente para la Nochebuena. Y ahora atravesábamos por una verdadera lipidia, sin medio centavo en el bolsillo. Mi reloj puntualizaba las nueve y media de la noche de aquel frío 31 de diciembre de 1948. Y como no quedaba otra alternativa, entonces nos jugamos el albur de salir para el centro de la ciudad, y en el camino como dice el adagio "se arreglarían las carretas". En ese entonces vivíamos en Ciudad Vieja en un apartamento rodeado de flores, arbustos y frondosos árboles. Enfrente del apartamento que ocupábamos, había una piscina del hermoso chalet, que mi papá arrendaba en la séptima calle y segunda avenida, a media cuadra de la iglesia. Yo había adquirido en un negocio reciente un bonito Oldsmobile, convertible y de dos puertas, color beige, que por cierto en el viajamos varias veces a Quetzaltenango en infernales carreteras. Y nunca nos dejó a medio camino. Y yo esperaba que esta vez, aún sin combustible, se portara a la altura, como así fue.

Llegamos sanos y salvos al club nocturno "El Bosque", de don Carlos Quintana en la 12 calle pegadito a la 6ª avenida. Desde allí, "Radio Atlántida" transmitía a control remoto el baile de año nuevo, contratado por don Carlos. Ocupamos una mesa muy bien ubicada, desde donde observaríamos hasta las menores incidencias de la alegrísima fiesta, que estaba siendo amenizada por dos buenas marimbas, un conjunto de trío, y la cantante quetzalteca Marta Beatriz Calderón, acompañada por el pianista Mario Paniagua. Con su melodiosa voz, Marta Beatriz, cautivaba a decenas de personas, que entre abrazos y besos, celebraban el año nuevo. No habían transcurrido ni cinco minutos de nuestra llegada al centro nocturno, cuando de pronto nuestra mesa se vio alegrada con una botella de champaña, otra de Chibas Rigal y una más de vino tinto español. Al desfile de excelentes bebidas espirituosas, lo acompañaba una cubetilla de cristal con hielo, boquitas especiales por cortesía de la casa, y unas cuantas cajetillas de cigarrillos "Club" de La Altense. Y lo más alegre es que el servicio fue una galantería del fino amigo don Carlos, "chivo" de corazón, paisano y amigo de Any. Poco antes del intenso tronar de los cohetes, bombas y repicar de campanas de las doce de la noche, nuestra mesa se vio nuevamente engalanada. Esta vez con una suculenta cena de pavo estofado, paches quetzaltecos y un exquisito postre de deliciosos manjares. Estoy seguro que ese agonizante 31 de diciembre de 1948, y los primeros albores de 1949, fue el año nuevo con Any, en que mejor cenamos, bebimos licores finos con prodigalidad, y bailamos sin tregua hasta el despuntar el alba del nuevo día, y del nuevo año. Antes de salir don Carlos me hizo entrega de un sobre conteniendo cuatrocientos quetzales, valor del contrato de la transmisión de TGHB. Le agradecimos sus finas atenciones y su especial galantería por el obsequio

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Un 31 de diciembre: odisea extraordinaria y azarosa.


de la cena. La celebración del año nuevo continuaba en el Ciros. Y hacia allá nos dirigimos con Any para seguir la fiesta. El Ciros estaba a todo dar. Era impresionante el entusiasmo de cientos de parejas, que bailaban a los compases de la brillante orquesta del primer centro nocturno de la capital. Ocupamos la mesa especial donde estaba Roberto con su esposa Elvira, su tío el buen amigo don Jorge propietario del club, su papá don Roberto Castillo Valenzuela y algunos de sus hermanos y personas amigas. Como Radio Ciros transmitía la celebración de año nuevo desde su propio patio, ya que el estudio funcionaba en el segundo piso del salón, Roberto me dijo que para que no perdiera la vieja costumbre de la locución, me invitaba a hacer uso de los micrófonos, para que hiciera alguna reseña o síntesis de los acontecimientos más sobresalientes del año que acababa de finalizar. Así lo hice por espacio de treinta minutos. A las seis de la mañana del 1º. de enero de 1949, nos sentamos a la mesa a disfrutar de un frugal desayuno, con tamal y una taza de café caliente. Los minutos y las horas habían volado, como si tuvieran alas. Pasé dejando a mi esposa a la casa de su tía Amanda en la 11 calle y 11 avenida, y enfilé en el carro hasta Ciudad Vieja. Ya en mi apartamento me desplomé en mi cama. Pensé que Any volvería pronto, y me sumí en un profundo sueño.

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SEXTA PARTE Loa sucesos históricos de 1957. Una casa antañona, romántica y sombría, pero que respiraba incuria. Don Pancho Rodríguez y su enigmática personalidad Gobernaba en aquel entonces el general Miguel Ydígoras Fuentes, yo había trabajado en su campaña política en Quetzaltenango, y en asamblea fui electo secretario general departamental, dejando por un lado el negocio de una abarrotería para meterme hasta las cachas en la política. Como consecuencia de los sucesos que relataré a continuación, el general Ydígoras asumió el poder, después de una travesía sembrada de trampas y obstáculos por sus opositores En efecto, a raíz del asesinato del presidente Carlos Castillo Armas, ocurrido en la propia casa presidencial, a las 9 de la noche del 26 de julio de 1957, fue sustituido interinamente por el primer designado licenciado Luis Arturo González López (mas bien conocido como "Toto González"), que convocó a elecciones para el mes de octubre, en las que participo Ydígoras con su partido Reconciliación Democrática Nacional (REDENCION), y el licenciado Miguel Ortíz Passarelli, apoyado por el partido oficial Movimiento Democrático Nacionalista (MDN), "triunfando" fraudulentamente en las elecciones que fueron adversadas por los grupos ydigoristas que formaban la mayoría de la población, impidiendo que Ortíz Passarelli asumiera el poder. Un triunvirato militar de tres coroneles (Yurrita, Mendoza, López Salazar), derrocó al licenciado González López, y a su vez el triunvirato fue expulsado del poder a los pocos días, por la fuerte presión popular encabezada por Ydígoras, que todas las noches acompañado de numerosos seguidores, exigía desde las gradas del palacio nacional, la renuncia de los militares que ilegalmente se 235


habían apoderado del gobierno. Para volver al orden constitucional, asumió el segundo designado coronel Guillermo Flores Avendaño, que convocó a nuevas elecciones, triunfando Ydígoras, en elecciones de segundo grado, en las que el partido oficial pretendió de nuevo arrebatarle el triunfo a favor del coronel José Luis Cruz Salazar, que había quedado en segundo lugar, pero otra vez la presión popular lo impidió ante el congreso. Finalmente el general Ydígoras, tomó posesión de la presidencia de la república, el 2 de marzo de 1958. Me veo obligado a interrumpir esta interesante narración histórica, pero hay episodios que se han quedado en el camino, y que deseo que el lector los conozca ya que forman una parte vital de la estructura de VIVENCIAS, desplegada desde 1920. Regresemos pues las hojas del almanaque y volvamos a 1951, cuando con Ana María mi esposa, llegamos a Quetzaltenango por la repentina muerte de mi suegro don Pancho Rodríguez Rivera en los baños de Almolonga, y que por diversas razones aquí permanecimos hasta 1962, es decir durante once años. Ese mismo día de nuestra llegada visitamos la casa de don Pancho, ubicada en la 14 avenida esquina opuesta al hotel Modelo. Una casa antañona, hasta cierto punto tétrica, sombría, que respiraba incuria, es decir descuido, abandono, pero de todas maneras con un aire de romanticismo, como eran las casonas solariegas de aquellos tiempos. De entrada tropecé con un viejo carruaje en el zaguán, que en su época habría sido un vehículo muy cómodo y elegante, grande y lujoso, de cuatro ruedas, con doble capota y forros interiores de terciopelo negro, pescante para el cochero, previsto para cuatro caballos, y por lo visto perteneció a un personaje muy importante, pero de esto nos ocuparemos mas adelante, porque antes hagamos un recorrido por la intrigante, antigua y noble propiedad.

El zaguán o cochera desembocaba en un enorme patio con piso de ladrillo, y un pequeño espacio de tierra, con algunas flores descuidadas donde se desprendía un eucalipto joven de unos quince años. Hermosos corredores circundaban el patio, y en el área que daba vista a la 14 avenida, había un ancho y largo salón con seis ventanas que jamás se abrían, a juzgar por los pesados cerrojos colocados en ellas, y este espacioso salón de seguro estuvo destinado en lejanos días a la sala de la casa, por los otrora lujosos cortinajes de finos brocados, pero ya desteñidos y raídos por las inclemencias del tiempo, que revelaban épocas de pasadas riquezas. El gran salón me figuró un museo de arte colonial por una parte, y por la otra una inmensa bodega con una montaña de "jabas" o cajones conteniendo juegos de baño, lava manos, sanitarios, herramienta de plomería, de electricidad donde a primera vista observé una planta hidroeléctrica "Pelton" y una sirena para fábrica. No podía dar crédito a lo que mis ojos veían. Desde un juego de agujas de "crochet", hasta una legendaria pianola, que era una especie de piano mecánico con sus rollos de música antañona, un piano de cola y otro vertical, y un amueblado para sala estilo Luis XV. En un extremo del salón, brillaban unos preciosos tremoles, de distintas formas y tamaños, así como una valiosa colección de cuadros con hermosos paisajes al pincel, algunos originales y otros copias auténticas, con marcos dorados de caprichosas incrustaciones, y otra colección de retratos familiares con modas a la usanza de mediados y finales del año 1800, cuyos cuadros de ambas colecciones, oscilaban en tamaños entre 50 por 70, o bien en preciosas miniaturas de retratos o lindos paisajes. Las sorpresas y los sobresaltos continuaban. Al forzar una alacena oculta en el tapiz de la pared, mi vista tropezó en algo sorprendente: montones de billetes del Banco de Occidente y del Banco Internacional de diferentes

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denominaciones, desde 50 centavos hasta 500 pesos, conservados completamente nuevos en paquetes de cien unidades, pero sin valor alguno, ya que las series correspondían a años anteriores a la reforma monetaria de 1926, y quizás por negligencia no fueron cambiados a tiempo. Al abrir los cajones y gavetas de un escritorio de persiana, encontré unos paquetes bien gruesos con documentos, acciones bancarias, escrituras públicas, títulos de propiedades, planos, manuscritos, y entre todo este diluvio de papeles, descubrí algo que me llamó poderosamente la atención: el Acta de fundación del Sexto Estado de los Altos, con firmas y sellos originales, como testimonio histórico de un acontecimiento trascendental, que culminó en un dramático desenlace, en que sus protagonistas cayeron asesinados en Quetzaltenango, por las tropas del general Carrera, que se había opuesto a la formación de ese Estado, que cercenaba la geografía de la república. A corta distancia abrí un cofre repleto de rollos de tapiz, en gran variedad de colores y figuras con sus guardas de remate, y el equipo para su colocación. Muy cerca vi un oratorio de antiquísimas imágenes de diferentes tamaños, colocadas en mesas y mesitas dentro de urnas de cristal, y particularmente me llamó la atención la de los arcángeles San Miguel y San Rafael, otra de la Inmaculada Concepción, un crucifijo de media talla, así como un Niño Dios de tamaño natural, y un resplandor que me pareció de legítimo oro con infinidad de brillantes, y una corona de espinas también de oro y brillantes. El lector se preguntará, que hice con todo eso y cual fue el destino de muchas cosas valiosas y de otras que no lo eran, mas adelante lo sabrá. Mientras tanto sigamos el peregrinaje por la extraordinaria casona, donde vivió mi suegro hasta su fallecimiento. Al fondo del primer patio había otro salón bien grande, destinado al comedor, y tanto la mesa y las

sillas, los aparadores, el trinchante y otros muebles antiguos, de severa manufactura, ponían de manifiesto, los gustos refinados de las familias de costumbres tradicionalmente conservadoras de la época. En las alacenas con puertas de vidrio encontré un maravilloso arsenal de servicios de comedor, desde manteles de fina elaboración, hasta vajillas de plata, cristalería de manufactura europea, copas, vasos, picheles, cafeteras, filtros para agua, y no me acuerdo que cúmulo de cosas más. Al salir del comedor me dirigí al segundo patio, de menor tamaño que el primero, y en otra cochera encontré una carretela, o sea un carruaje deportivo de dos asientos y de dos ruedas, capota movible, que se movilizaba con un solo caballo, sin pescante, porque las veces del cochero las hacía uno de los pasajeros. Las carretelas se usaban especialmente para paseos al aire libre de las parejas, que vestían con ropa adecuada para disfrutar del viento libre y las bellezas del campo. En las inmediaciones del segundo patio, entré a un cuarto de regulares dimensiones, pared de por medio con una pieza pequeña que conducía a un altillo con gradas de madera, que servía de "troj o troje", para almacenar el café que llegaba de las fincas cafetaleras. Pero cosa curiosa, allí mismo descubrí mas de una docena de "botijas" vacías que se utilizaban en esa época para depositar dinero, joyas, alhajas y otros objetos de valor, que luego las enterraban en profundas excavaciones, que solo el dueño del tesoro sabía en que sitio podría encontrarlo, porque el trabajo se hacía en persona, dentro del más absoluto secreto y misterio, y por supuesto sin ninguna clase de testigos. Casi siempre se escogía para el entierro, un lugar en el jardín, cercano a un árbol o un muro o pared, con una señal en clave, en un plano o dibujo que guardaba el dueño del tesoro y que solo él entendía o descifraba.

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En ese mismo lugar para sorpresa mía, hallé veinticinco cajas de cerveza Monterrey tipo Lager de finales del año 1800, que por cierto no me atreví a probar, y me entristecí de que las cajas no fueran de vino, ron, coñac o wiski, porque hubieran sido de un excelente añejado. Lo que hice fue escribir una carta acompañada de varias etiquetas, a la industria cervecera de la ciudad de Monterrey, México, y recibí como respuesta un lindo diploma de reconocimiento, que no se si lo conservo en el archivo de cosas viejas. El baño y la cocina, con estufa para leña, estaban refundidos en el último rincón de la vieja casona. Una sola persona había en la casa. Se llamaba doña Chayito, una viejecita ya entrada en años, que había servido de por vida a don Pancho como hija de casa, y de tutriz de las dos hijas. Vivaracha, pequeñita y curiosa, que estaba enterada hasta del menor detalle de todo lo que a su alrededor ocurría, y recordaba con precisión por su excelente memoria, la vida y milagro de lo acontecido en la singular residencia, que decidimos ocupar con Ana María días después de intenso trabajo de limpieza, de ordenamiento y de clasificación de todos los objetos encontrados en nuestra primera visita. Habilitamos el dormitorio que se hallaba a la vecindad del entrepiso, y no puedo olvidarme que en la madrugada de la primera noche, nos despertaron unos ruidos extraños como si alguna persona con paso pesado bajara las gradas de madera del troje, y luego los ruidos se transformaron en el registro de cajas, baúles, cofres y el arrastrar de cuantas cosas habían en el misterioso lugar. Tanto Ana María como yo nos pusimos nerviosos y extrañados de lo que estaba ocurriendo, y opté por no salir a averiguar el inesperado suceso por aquello de que evitar no es cobardía, y que el frío y el miedo solo Dios lo quita. Para colmo mi revolver y mi linterna de mano, las guardaba en la guantera del carro, que lo parqueaba en un

predio cercano, y ni modo que iba a salir a la calle a esas horas de la madrugada. Sin embargo a la noche siguiente me preparé con todas las de ley, pero de nada sirvió, porque esa noche pasó tranquila, y el fenómeno natural o sobrenatural no se hizo presente, ni en la noche siguiente ni en las demás, ni nunca más, entonces me pareció que el intruso visitante vivo o muerto, no perseguía más que darnos el saludo no muy cordial de bienvenida a nuestra nueva morada. Comentando con doña Chayito el extraño asunto, llegamos a una conclusión razonable que me pareció sumamente lógica. No se trataba ni de vivos ni de muertos, ni de espantos ni de fantasmas, y que entre comillas jamás he creído en esas cosas, sino de unas comadrejas que tenían su nido en ese lugar desde hacía muchos años, convertido en su hábitat, entre toda suerte de cachivaches. Lo raro fue que yo me empeñé por localizar el nido, y nunca lo encontré... Ana María me contó que cuando era pequeña, de unos cuatro o cinco años, juntamente con la Paquita su hermana, en ocasiones en que visitaban a su papá, se divertían de lo lindo y él también se divertía, porque en una chamarra bien grande que extendía en el suelo del segundo o tercer patio de la casona, ponía a asolear montones de monedas de oro llamadas "napoleones", con las que jugaban tirándolas alegremente al aire. ¿Qué se hicieron los "napoleones"? ¿En manos de quién o de quiénes pararon?. Esa fue la pregunta que me inquietó por algún tiempo, pero la respuesta que me dio la Chayito me pareció bastante razonable. Según ella, don Pancho enterró el tesoro, pero con el tiempo perdió su localización, y jamás lo recuperó porque nunca lo encontró, y debido a esa adversidad, sufrió un desequilibrio mental que lo acompañó por el resto de su vida. Su situación económica se tornó precaria en los últimos años de su existencia, al extremo de haber perdido

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sus valiosas fincas, al firmar las escrituras y darse por bien recibido, sin recibir el dinero, ingenuamente confiando en la rectitud y honorabilidad del supuesto comprador, o mejor dicho del cínico estafador, que por cierto fue un pariente muy cercano suyo. La "casona" estaba hipotecada a punto de perderse cuando llegamos a Quetzaltenango, pero afortunadamente la salvamos, después de tediosas diligencias judiciales enderezadas contra otro de sus parientes. De sus bienes de mejores tiempos a don Pancho únicamente le quedaron una pequeña labor de mil quinientas cuerdas, una casita a la vecindad de la casa grande, y algo que fue lo que más me impresionó de todo lo que vi y viví en esa singular etapa. Fue el Mausoleo de don Pancho en el cementerio de Quetzaltenango. Una verdadera obra de arte. La labor que estaba cerca del cerro conocido como "La Pedrera", fue parcelada, y los lotes de 10 por 25 cuerdas se vendieron a precios muy módicos a familias indígenas que habitaban por el lugar. Hasta recuerdo que donamos un área para una iglesia y un parque infantil, cuyos proyectos se realizaron. A don Pancho Rodríguez Rivera no podría describirlo con estricta precisión, porque en realidad no lo traté personalmente. Pero lo intentaré, porque dispongo de suficientes elementos para hacer una ligera o aproximada semblanza de su personalidad. En sus mocedades, y en la mayor parte de su vida, fue un caballero de bien vivir y de bien vestir, de trato agradable y cordial, sociable, elegante y apuesto, de profunda sensibilidad, palabra reposada, de conducta un tanto enigmática, y a pesar de su manera suelta y espontánea, traslucía un continente sombrío y misterioso. Las malas lenguas que nunca faltan en el ambiente pueblerino, le pusieron un mote o apodo, "el Conde de Lambertucho", (como quien dice no vale nada). El lo sabía, pero no le dio la menor importancia, porque comprendía que esas cosas son producto de la envidia

cargada de una buena dosis de veneno. En gran medida su fortuna provenía de una tía muy rica, hermana de su señor padre. Doña Ana Rodríguez de Coulboix, (Culbó) que entiendo vivió por algunos años en Quetzaltenango en casa de su sobrino. Fue casada con don Pierre Coulboix, acaudalado hombre de negocios de nacionalidad francesa, y radicado en París. Según se supo fue ella quien obsequió la Imagen del Señor Sepultado de San Nicolás, de la imaginería española, que sale en procesión el Viernes Santo, y que por muchos años se detenía cinco minutos al lado de la "casona" sobre la 14 avenida. Yo sé que hay familias que se atribuyen la paternidad de ese hermoso obsequio, pero lo que sí es absolutamente verídico es el hecho de que en el "museo", encontré cuidadosamente guardados el resplandor y la corona de espinas originales de dicha Imagen, que remití a la Asociación del Señor Sepultado del Templo, y no se me olvida que en la carta que acompañé con los valiosos objetos puse que eran de oro legítimo, pero en la respuesta la junta directiva me aclaró que para evitar equívocos, las sagradas alhajas que habían recibido, no eran de oro legítimo, sino tenían un fino chapeo en oro de 18 kilates. Quienes han visitado el cementerio de Quetzaltenango, habrán leído un rótulo en la puerta de entrada que dice, "El recuerdo de los vivos, hace la vida de los muertos", pues en la avenida central a corta distancia de la entrada, está ubicado lo que fue el hermoso mausoleo de don Francisco. Y digo "lo que fue", porque en la actualidad no solamente se encuentra completamente abandonado, sino que también ha sido objeto de una depredación de las artísticas estatuas de mármol italiano de Carrara, traídas de Italia, que virtualmente han desaparecido de sus lugares, y ni que decir de las hermosas planchas del mismo mármol que recubrían los exteriores. Ni siquiera quien fue el dueño de esa obra de arte, está enterrado allí, ya que los nichos en ese tiempo se

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construían más angostos que en la actualidad, y la caja fúnebre no entraba y entonces se optó por inhumarlo en un mausoleo de familiares suyos. Y en ese sentido la municipalidad quetzalteca de ese tiempo, encabezada por un señor Suasnávar, es la responsable del abandono y destrucción del mausoleo, ya que resolvió negativamente una solicitud de mi esposa, que yo tramité personalmente, para proceder a su remodelación. La Comuna pretextó el absurdo argumento de que por estar considerado como Monumento Nacional, no se permitía ningún trabajo de restauración. El resultado de la intransigencia municipal está a la vista: un promontorio de escombros de lo que otrora fue un valioso y artístico panteón. El camino que siguió toda la miscelánea de objetos que encontré en la extraña casa de habitación de mi suegro, culminó de la manera siguiente: el carruaje del zaguán que tanta curiosidad despertó en mí, lucía en las portezuelas tres letras doradas en tamaño grande M.L.B., o sea que el lujoso carruaje perteneció al presidente general Manuel Lisandro Barillas que gobernó de 1886 a 1892, y que fue asesinado en México por sicarios de Estrada Cabrera en 1907. Ese carruaje lo obsequiamos a las hermanas de la caridad del hospital, que les sirvió por muchos años de transporte, si bien lento pero cómodo. El Acta de fundación del Estado de los Altos, paró en manos del historiador y recordado amigo mío, Mariano López Mayorical, por obsequio que le hice; las imágenes también se regalaron a diferentes templos católicos de Quetzaltenango y la capital; y todo lo demás se puso a la venta en una especie de feria o de subasta pública, donde desfilaron amigos y vecinos de la ciudad. El producto de las ventas se repartió en partes iguales entre las dos herederas: Ana María y Paquita. Yo me receté una módica comisión que me alcanzó para cambiar mi carro por un Ford Victoria, más moderno, de dos puertas. En esa época un automóvil americano de lujo, último modelo, no

costaba arriba de 3 mil quetzales o dólares al rabioso contado, de manera que con una inversión de mil quinientos quetzales, se adquiría un buen vehículo de buena marca y de reciente modelo, como lo hice yo.

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Cuando uno cae en los abismos de lo insospechado: el callejón sin salida, que tuvo salida. Momentos de pena y angustia Necesariamente tengo que retroceder las agujas del tiempo y veamos porque...Los años que corrieron en el decenio de 1948 a 1958, encierran algunas particularidades, que no me es posible dejarlas al margen de estos testimonios del pasado. Recién regresado de México a finales de 1948, después de asistir como delegado a la conferencia mundial de altas frecuencias, Radio Atlántida era muy visitada por decenas de jóvenes de ambos sexos que acudían a presenciar los programas vivos, o bien que participaban en ellos como actores o presentadores. Dentro de esos grupos de simpáticas y atractivas damitas, conocí a alguien que se cruzó en mi camino. Me impresionó gratamente a primera vista, y desempeñaría un rol muy trascendente por el resto de mi vida, pero que hizo tambalear mi estabilidad matrimonial. De cabellos rubios, blanca, ojos claros, talle elegante y gracioso, de unos 17 años, hermosos atributos que resumían una personalidad de mucha ternura, romántica, dulce y amable: se llamaba Rosa, y los dos caímos en los abismos de lo insospechado. Nos hicimos muy amigos y Cupido nos incendió la llama del amor, pe-se a que yo era casado y que ella tenía un compromiso for-mal de matrimonio. Me encontré de pronto en un callejón sin salida. No podía abandonar a Ana María porque la quería mucho, y existía un intenso pasado que nos unía. Además ya había


familia pequeña, y a Rosa tenía que responderle con caballerosidad, porque estaba esperando un hijo mío, que a la postre no fue varón sino una linda hija, a quien reconocí y le di mi apellido. Las cosas se complicaron dramáticamente. Un medio día saliendo de la radio, cuando Rosa pasaba por la fase intermedia de su embarazo, fue víctima de un intenso acceso de tos que le provocó vómitos hemorrágicos, que lo vi como un mal presagio, y una inmensa preocupación me invadió. La subí velozmente al carro y la llevé de urgencia a la clínica de los doctores Coronado Iturbide en la avenida Elena, que después de los exámenes clínicos ordenaron su inmediato internamiento en el hospital San Vicente. Pasamos a su casa para darle aviso a su mamá de lo que estaba ocurriendo, y sin perdida de tiempo volamos en el carro al centro hospitalario con una nota del médico para que la recibieran. La mamá de Rosa era doña Concha, distinguida dama a quien siempre aprecié en alto grado, por su comprensión, don de gentes y claro discernimiento. Pertenecía a una respetable familia del interior del país, y desde joven se radicó en la capital formando un honorable hogar de numerosa familia. El diagnóstico del laboratorio reveló un fulminante caso de "hemoptisis aguda", y a eso se debió los dos accesos de expectoración de sangre que tuvo antes de ser hospitalizada. No encuentro las palabras adecuadas que reflejen mi estado de ánimo en esos momentos, ni tampoco encuentro explicación alguna de la penosa enfermedad que inesperadamente había atacado a Rosa, cuando gozaba de muy buena salud, y su constitución física era excelente. Pero lo cierto del caso es que había que hacerle frente a la aflictiva situación, en la que nos encontrábamos involucrados los dos. Para fortuna mía y de ella, desde la oficina de ingreso tropezamos con médicos amigos, que nos brindaron bondadosas palabras de aliento, y su interés por darle un tratamiento muy especial con las mejores

consideraciones posibles. Recuerdo en particular al doctor Hermán Vals, director del hospital, a mi fino y estimable amigo Alberto Enríquez, y al encargado de la oficina, Chepe Mérida, que Ana María me lo había presentado en una de mis temporadas en Xela. Sin tomar precauciones, sin ponerme la obligada mascarilla, la acompañé hasta internarnos en el pabellón de mujeres, donde fuimos recibidos por cientos de gargantas que tosían al unísono, como un macabro concierto de voces femeninas, desde niñas de corta edad hasta ancianas de avanzada edad de todos los estratos sociales. Serían las nueve y media de la noche cuando abandoné el sombrío hospital San Vicente, en aquel fatídico día de mediados de septiembre de 1949. Cobijado por las sombras de la noche, detuve el carro en la primera botica que encontré, para comprar una garrafa de alcohol etílico, virtualmente bañándome las manos, la cabeza, la cara y hasta mi traje con el poderoso desinfectante. Y es que la tuberculosis pulmonar, es una de las enfermedades más infecciosa y contagiosa existentes, por el temible bacilo de Koch, y su evolución es sumamente variable según el estado de resistencia del paciente. En el caso de Rosa, por la excelente salud de que había gozado antes de su enfermedad, constituía un buen indicio de que la superaría satisfactoriamente, además estaban de por medio los avances de la ciencia médica particularmente con los antibióticos. Llegué por fin al apartamento de ciudad vieja, después de un agitado día lleno de sobresaltos y tensiones, y esa misma noche jugándome el todo por el todo, y poniendo en inminente peligro mi vida matrimonial, le referí a mi esposa Ana María, los pormenores de los episodios vividos por mí aquel trágico día. Ella ya tenía conocimiento de mis relaciones con Rosa, e incluso que estaba esperando un hijo mío. Pero en honor a los lazos de amor que nos unían, la situación fue superada en gran medida, gracias a su comprensión y sentido común.

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Hablamos que mi caso no era único en el mundo, ni el primero ni el último, de suerte que con una serie de consideraciones ligadas a nuestra condición humana, abundante en fragilidades y defectos, llegamos a la conclusión de que no habría ni separación ni divorcio debido a mi infidelidad conyugal. Al contrario, me ofreció que por sentimientos humanitarios, la visitaría para mitigar en algo su angustiosa y lamentable situación. Ana María trabajaba en aquel entonces como secretaria del recién estrenado Instituto de Antropología e Historia, siendo el director el recordado amigo Hugo Cerezo Dardón, y destinó los días jueves por la tarde para efectuar sus visitas al hospital San Vicente, permisos a que accedió el licenciado Cerezo por su carácter generoso y humanitario. A Rosa la veía diariamente, y en algunas ocasiones el médico de turno, se comunicaba conmigo ya entrada la noche, porque ella quería verme, y entonces tomaba camino para el San Vicente. Me explicaban los especialistas, que la tuberculosis vuelve al paciente sumamente sensitivo, impresionable y susceptible, y prodigándole de parte de sus seres queridos, solícitas atenciones, y rodeándole de cariño y manifestaciones de optimismo y aliento, coadyuva a su recuperación, a la par de un esmerado tratamiento médico. Eran las seis y media de una tarde nublada y lluviosa, cuando penetré al hospital. En el largo y angosto pasillo que comunicaba con el pabellón de mujeres, me sorprendió el funerario chisporroteo de candelas, y los cantos lánguidos de los enfermos, que más bien parecían figuras cadavéricas de ojos hundidos y ojerosos, que asistían al entierro de un enfermo fallecido, y lo acompañaban a su última morada. Escenas como ésta se daban todos los días y a cualquier hora. Corrí en busca de Rosa, y di gracias a Dios de que no era ella la fallecida. Pero me impresionó lo que me contó, porque se trataba de

una joven señora de apellido Passarelli, que me había presentado la noche anterior, en que aparentemente se encontraba estable y en vías de recuperación. Pero esa enfermedad es así, traicionera y cruel, la muerte puede sorprender al enfermo en cualquier momento, como si se tratara de una muerte súbita o repentina. Pasaron los días, las semanas y algunos meses, y Rosa dio a luz a una linda niñita, que felizmente vino al mundo completamente sana y robusta, pero fue separada inmediatamente de ella, y entregada a su abuelita para su cuidado hasta que la mamá sanara completamente, lo que ocurrió pocos días después del dichoso alumbramiento. Acudí al registro civil de la capital, y luego de llenar los trámites legales la reconocí como mi hija, le di mi apellido y quedó inscrita. A Rosa le dieron de alta a los diez meses de haber ingresado al hospital San Vicente. No tuvo ninguna recaída, salió completamente curada, y jamás tuvo ningún indicio de que se repitiera la enfermedad. Al poco tiempo se casó y formó un honorable hogar, y ha sido feliz rodeada del cariño de sus numerosos hijos.

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De Radio "Atlántida" a la Revista "Actualidades". Cuando surgieron nuevas radiodifusoras a partir de 1949, las empresas que ya estaban establecidas, como Radio Atlántida, comenzaron a resentirse en sus ingresos financieros, porque la competencia redujo los precios de las tarifas comerciales, y en consecuencia los patrocinadores también nos redujeron el valor de los contratos hasta en un cincuenta por ciento. Se llegó al colmo de que hubo nuevas estaciones que prestaban gratuitamente sus servicios publicitarios al comercio y a la industria. Antes de exponerme a un colapso, como ocurrió con el Continente de La Atlántida, que desapareció en las


profundidades del Mar Mediterráneo, cerca de Gibraltar, tomé la determinación de liquidar el negocio que había sido rentable, pero ante una competencia desleal y sin escrúpulos, la quiebra estaba indudablemente a la vuelta de la esquina. Buenos amigos me entusiasmaron, o mejor dicho me embrocaron, a constituir una nueva sociedad para el funcionamiento y explotación de una nueva radiodifusora, que se le denominó "La Voz del Mundo", instalando sus estudios en el segundo piso del almacén Paiz de la novena calle y novena avenida, con la entusiasta acogida del recordado don Carlos Paiz Ayala, siempre inquieto a toda manifestación artística y cultural. Mi participación consistió en aportar las frecuencias de Radio Atlántida, ya que la denominación de la empresa podía cambiarse, no así las frecuencias ni el nombre del concesionario. Esta sociedad quedó integrada por Manuel González, Oscar Conde, Humberto Andrino y yo. Esta vez Manuel se convirtió en mi socio, y se hallaba en el mismo caso mío, vendió La Voz de las Américas e invirtió en la nueva empresa, pero lo simpático del caso es que tanto a él como a mí, nos quedaba a la medida el viejo dicho popular de "desvestir un santo para vestir otro", porque de todas maneras la competencia desleal continuaría, y el nuevo negocio estaba condenado a la banca rota. Es muy natural que como socio accionista, nunca percibiría alguna utilidad de una empresa que no tenía ninguna perspectiva de éxito. Además yo estaba acostumbrado a tomar iniciativas y formular proyectos que se realizaran de acuerdo con mi criterio, y en este caso me encontraba atado de pies y manos. Para encontrar una salida a mi situación, propuse a mis socios que compraran mis acciones, lo que se aceptó sin mayor discusión. Se me hizo entrega de un automóvil Oldsmovil, en buen estado, casi nuevo, convertible, color beige, de dos puertas, cuyo

único propietario había sido Enrique Claverie, que lo compró en El Salvador. Juntamente con el carro se me hizo entrega de una cantidad de dinero que no recuerdo bien, pero creo que fue alrededor de cinco mil quinientos quetzales. Viéndome liberado de los embrollos en que me había metido, esa noche celebramos con Ana María el feliz acontecimiento, cenando en el Granada y enseguida bailando en el Ciros, hasta cuando el canto de los gallos se percibía en la lejanía. Al día siguiente puse manos a la obra de otro proyecto, que me había entusiasmado por mucho tiempo, editar una revista que le puse por nombre "Actualidades", que comenzó a circular a mediados de 1950. Mi papá me facilitó un local en el bufete de abogados que estaba situado en la cuarta avenida y décima calle, además de escritorios, un bonito amueblado de oficina, máquinas de escribir, un archivo y teléfono. La publicación fue registrada como correspondencia de 2ª clase, en la subdirección de correos de Guatemala bajo el número 764, publicada mensualmente, e impresa en la Unión Tipográfica, de la firma Muñoz Plaza, Casa Editora del diario "El Imparcial". La dirección de la revista era esta: 4ª avenida sur número 20, apartado postal 531, teléfono 9513. El precio de suscripción se fijó así: número suelto l5 centavos, suscripción trimestral 40 centavos, semestral 90, y anual 1.80. La revista Actualidades me dejo muy gratas satisfacciones. Conté con un personal excelente de magníficos colaboradores, recordando entre ellos a Otto Walter House, en la administración, a Miguel Angel Cospín, deportes, a "La Dama de los ojos grises", en la sección social y femenina, Héctor M. Sierra, en tópicos agrícolas, Octavio Paiz, en la sección de teatro, y en la fotografía al querido hombre de la cámara "El Canche Serra", que tenía su estudio fotográfico en la sexta avenida

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y décima calle. Los agentes departamentales se encargaban de la distribución de la revista, en los siguientes lugares: Coatepeque Domingo Franco, librería Norte, en Cobán la señorita Graciela Fuentes, librería Cultura, El Progreso Gilberto Morales, Lívingston José R. Calix, Chiquimula señorita Marta Julia Alarcón, Quetzaltenango Francisco Pineda librería Cultura, y Pochuta Fortunato Ríos. Desempolvando papeles de mi viejo archivo, cae en mis manos ya añejada por los años, un ejemplar de Actualidades correspondiente al mes de diciembre de 1950, y en la sección "Panorama nacional", leo entre otras estas noticias: "Elecciones presidenciales: Arbenz, presidente electo. Dentro de un ambiente de ejemplar civismo del pueblo guatemalteco, se realizaron las elecciones para presidente de la república para el período constitucional 1951-57, durante los días 10, 11 y 12 de noviembre". Agrega la nota informativa que cerca de 700,000 ciudadanos se inscribieron, pero a las urnas únicamente concurrieron 400,000 mil, siendo los candidatos contendientes los siguientes: teniente coronel Jacobo Arbenz, profesor Alejando Valdizán Chávez, licenciado Arcadio Chévez, licenciado Jorge García Granados, licenciado Manuel Galich, doctor Víctor Manuel Giordani, general Miguel Ydígoras Fuentes, licenciado Clemente Marroquín Rojas, ingeniero Manuel María Herrera y coronel Miguel Angel Mendoza. Por considerarlo de interés para el lector, echemos un vistazo a lo más sobresaliente que se publicó en la revista del mes y del año, anotados al principio. De la entrevista que "la Dama de los ojos grises", le hizo a la poetisa Magdalena Spínola, reproduzco estos párrafos: "En 1927 me descubrí como poetisa, entonces escribí mis primeros versos. A los dos años que, reveses de la política obligaron a Efraín, mi esposo, a salir fuera de Guatemala, cesó mi obra aquí. Fui en seguimiento de él, acompañada

de mis dos pequeños hijos. Regresamos en 1931. A los pocos años sufrí la tragedia más grande de mi vida: fue fusilado Efraín. Desde entonces mi sensibilidad, espoleada por el dolor, se ha manifestado al desnudo. Después de un período de tres años, exenta de valor literario, volví a escribir prosas y versos que han sido publicados. La obra literaria de insignes mujeres, por falta de investigación es casi desconocida" - apunta Magdalena Spínola en la entrevista - y luego continúa: "Su aparecimiento se remonta al siglo XVII, despuntando con Sor Juana de Maldonado y Paz, que escribió versos magníficos, naturalmente todos de carácter místico. A continuación, tenemos a Pepita García Granados, que aunque nacida en España se trasladó siendo muy niña a Guatemala. Su talla lírica es robusta e ingeniosa. Cultivaba el género erótico y en algunos poemas manifiesta una hondísima ternura. Luego Jesús Laparra, de temperamento místico. Rubén Darío la habría colocado entre "Los Raros", por su doble tribulación de dolor y pobreza, que orientó su ansia hacia las cosas divinas. Vicenta Laparra, fue otra insigne poetisa. Se entregó de lleno a nutrir su espíritu y a cultivar su inteligencia mediante la lectura y la meditación, cuando un ataque de parálisis, la obligó a permanecer en constante reclusión, durante diez años consecutivos. Escribió versos románticos y por eso fue denominada "la poetisa cautiva". Fue además dramaturga, periodista y novelista..." En una de las páginas de "Actualidades", aparece una entrevista con Paco Pérez. Quiero destacar los puntos más salientes. "Nos cuenta que en compañía de Manolo Rosales y José Luis Alvarez, formaron un trío que cosechó bastantes éxitos, orientados por el compositor quetzalteco doctor José Pacheco Molina, que dio la nota principal en la inauguración de La Voz de Quetzaltenango en 1937. "Luna de Xelajú" fue compuesta en 1940, y en el primer concurso en que participó obtuvo el tercer lugar. Sin embargo meses después en un nuevo concurso

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promovido por Roberto Jordán, en el teatro Palace, ocupó el primer puesto, comenzando a partir de entonces su ascendente popularidad. En la composición de la letra, colaboró el poeta Raúl de León". En el campo humorístico, Paco Pérez caracterizó al personaje cómico "Ciriaco Cintura", que fue creado por él siendo el autor de los "sketchs", sobresaliendo con sus ocurrencias humorísticas, en la primera película nacional "El Sombrerón". Cuando me despedí de Paco me dijo: "Ojalá que el público no juzgue los defectos que pueda tener esa película, sino el esfuerzo y el empeño que en ella se puso". Un apretón de mano selló la entrevista, y en el camino fui tarareando "luna gardenia de plata, que en mi serenata se vuelve canción"... A propósito de la película "El Sombrerón", fue la primera cinta cinematográfica que se filmó en Guatemala, que recoge escenas de nuestro rico folclor, de sus costumbres y tradiciones, y su elenco artístico y sus recursos técnicos fueron exclusivamente nacionales. En un ambiente hermosamente campestre de costumbres chapinas, con modismos criollos y música nacional, se desarrolla la ación de la película, en la finca El Pilar, cuyo propietario don Ramón -escenificado por Guillermo Andreu-, escucha asombrado una leyenda que le relata el cura del pueblo, el padre Juan -Julio Urruela-, ocurrida treinta años atrás, cuando "El Sombrerón" que era un ser extraño, siniestro, que infundía pánico en su deambular por el pueblo y la finca, había existido allá por el año de 1845. La nómina de los artistas que participaron sucesivamente en la filmación, fue la siguiente: Dorian, Antonio Almorza, Ciriaco, Paco Pérez, Ramón, Guillermo Andréu, Rosalía, Sally Polantinos, Ernesto, Mario Mendoza, Padre Juan, Julio Urruela, Pantaleón, Armando Moreno, Chema, Germán Bayer, El Sombrerón, Octavio Paiz, Lipa, María Luisa Aragón, Chabela, Virginia Aguirre, Santiago, Luis Rivera, Eusebio, Carlos Talavera,

Chon, María Luisa de Andréu, cancioneros Trio Quetzal, Trío Melódico y los Latinos. El papel del Cura Miguel corrió por cuenta del Chato Monterroso, y el jefe de ronda Rufino Amézquita y comparsas. El rodaje de esta película estuvo en manos de Guillermo Andréu, como director de escena. En los departamentos fotográfico y técnico de filmación, se desenvolvieron Guayo Fleischman, como "Cameraman", el Canche Serra en fotografía, y en la supervisión de sonido Salvador Falla, y el especialista Justo Gavarrete. En la sección deportiva de Actualidades, veamos que escribía Miguel Angel Cospín hace cincuenta años. (Miguel Angel fue encargado de la sección deportiva de "El Imparcial"). "La nota sobresaliente, del panorama deportivo guatemalteco de las últimas semanas, ha sido sin duda alguna, el triunfo internacional conquistado por el golf chapín, al lograr por tercera vez el título de campeón de Centro América y Panamá en el último torneo jugado recientemente en Tegucigalpa, Honduras. Ratificó en esta oportunidad su clase de campeón centroamericano, el jugador Hilario Polo, quien fue el punto alto del team guatemalteco, haciéndose acreedor a dos trofeos y a la calificación individual más alta del certamen". Beisbol mundial. "Menos afortunada ha sido hasta el momento, la participación de nuestro beisbol en la XI serie mundial que se juega actualmente en Nicaragua, aunque tiene en su descargo una valiosa victoria frente al team de Costa Rica"...Día del cronista deportivo. "Mucha animación tuvo la celebración deportiva del día del periodista que anualmente se celebra con la colaboración de las distintas federaciones". Ciclismo mundial. "También nuestro ciclismo está sufriendo una prueba de fuego, al participar en una gran competencia mundial, como es la II vuelta a la república de México...Nuestro máximo rutero, Mario Alvarenga, al cerrar la presente edición, había conquistado un honroso octavo lugar en la primera etapa"...en la

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página 26 de la sección "el deporte al día", aparece una fotografía de Jack Robinson, serpentinero de los Dodgers, y también la nota que dice: "acaba de finalizar una nueva serie internacional de fútbol contra equipos llamados colombianos, pero que en realidad sus jugadores son en su mayoría de nacionalidad argentina, paraguaya, peruana, vale decir, de países en que se practica un fútbol técnicamente muy superior al nuestro"... En su sección deportiva, Cospín publica una foto a toda página con este pie de grabado: "Deportivo Cali, uno de los mejores cuadros de fut que nos han visitado últimamente, y que dejara muchas enseñanzas a nuestros futbolistas. Compuesto por estrellas argentinas, nos dieron brillantes exhibiciones que tanto gustaron a los aficionados. Ojalá que puedan aprovecharse los beneficios de su actuación en Guatemala." Al cerrar sus notas, informa que a escasos meses de los primeros juegos panamericanos, que se llevarán a cabo en Buenos Aires, en los primeros meses de 1951, el júbilo con que se recibió en los círculos deportivos la aceptación por parte del gobierno la invitación de la federación argentina, ha ido disminuyendo, al observar el poco o ningún interés que los personeros del gobierno manifiestan, y sobre quienes recae dicha responsabilidad". En otra de las secciones, en la página 18, se publica un reportaje de la redacción de la revista, que dice: "María Félix, la joya más preciada de la cinematografía latina". Entre otros párrafos aparece el siguiente: "nació en la pequeña ciudad de Alamos, estado de Sonora...cuando tenía tres años de edad fue llevada a Guadalajara a vivir con su familia...se casó a los 14 años, teniendo después un hijo, Enrique Alvarez, que actualmente cuenta 14 años de edad y quien estudia en Toronto, Canadá...su primer matrimonio fue desdichado, divorciándose a los tres años y pasando a vivir a México para rehacer su vida. Ocasionalmente en la avenida Madero se encontró un

cierto día con el productor y director de cine Fernando Palacio, el que le ofreció una prueba, e inmediatamente fue escogida para el papel estelar femenino de la película "El peñón de las ánimas", al lado de Jorge Negrete"... En su sección de teatro, Octavio Paiz, se refiere entre otros espectáculos a la obra de Manuel Galich, "Ida y Vuelta", y dice: "Salimos encantados del teatro Palace, lugar donde subió a escena esta obra. La presentación fue impecable desde el punto de vista técnico, ya que el decorado, vestuario y amueblado estuvieron presentados con toda propiedad. Comenta que Carlos Mencos que tuvo el rol principal, o sea Pepe Batres Montúfar, le hubiera puesto un poco mas de fuego a su actuación. En cuanto a Pepita García Granados, encarnada por Norma Padilla, en cuanto salga de la manera colegial de sus actuaciones, será sin duda una de las primeras figuras del teatro de Guatemala. Plausible -dice Octavio Paiz-, las actuaciones de Germán Bayer, Gilberto Zea, Rufino Amézquita y Luis Rivera. En su sección envía sus parabienes a los dramaturgos Miguel Marsicovétere y Durán y a don Carlos Rodríguez Cerna, sostenedores de esa sagrada llama del arte: el teatro. Finalmente en "Actualidades" aparece la entrevista que le hice al trío Los Panchos, en el "San Carlos Gran Hotel", en oportunidad de su visita a Guatemala, en los calurosos días de la primavera de 1950. Conservo una foto, en la que aparezco con ellos en la sala del hotel San Carlos, que estaba en la octava avenida y novena calle, enfrente de la casa que ocupó por muchos años "El Imparcial" y la Unión Tipográfica, impresora de mi revista. Alfredo Gil fue la primera voz del famoso trío, que descendía de una familia de grandes artistas, los hermanos Martínez Gil, y me contó que el nombre "Los Panchos" no tenía ningún significado en especial, lo adoptaron por su fácil memorización en los países latinos. Hernando Avilés, "el güero", fue la segunda voz, que años

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después al desintegrarse el grupo, formó otro trío denominado "Los Tres Reyes", que tuve la oportunidad de presentarlos en los micrófonos de la TGQ en gira artística que incluyó Quetzaltenango. Pero el alma e iniciador de este famoso Trío fue el puertorriqueño Chucho Navarro, pero los tres compaginaron con tal perfección sus voces, que al poco tiempo de haberse iniciado en Nueva York, el triunfo les esperaba a la vuelta de la esquina, con sus recordadas canciones como Rayito de Luna, Sin Ti, Sin un Amor, Dos Copas Mas, Reloj, La Barca, y muchas recordadas canciones que se han mantenido vigentes, a través de los grupos sucesores de Los Panchos originales. Al finalizar la conversación en el hotel, varios huéspedes se acercaron, y a solicitud suya, interpretaron una de sus mas hermosas composiciones, la conocida canción "Amor ya no me quieras tanto". Les expresé mis mejores deseos por el éxito del recital, que darían esa noche en el teatro Capitol. Los estados de sitio o suspensión de las garantías, que se sucedían con demasiada frecuencia durante el gobierno de Arévalo, alcanzaron y golpearon duramente no solo a la revista Actualidades, sino a otros órganos de prensa, como el diario La Hora, que fue cerrado en mas de una oportunidad. Y en mi caso el bonachón de don Rigo, jefe de talleres de la Unión Tipográfica, no podía dar la orden de impresión, sin una orden del ministerio de la defensa, en tanto yo perdía un tiempo precioso en las oficinas de los militares, mientras se entretenían en suprimir cuanto escrito se les antojaba, sustituyéndolo con un sello que decía "censurado". Esto me provocó una debacle que me estaba afectando económicamente, por lo que me vi obligado a clausurar la publicación antes de verme "en trapos de cucaracha". En otros días fue en Radio Atlántida con los haraganes censores que tanto me perjudicaron en mi presupuesto, y ahora en Actualidades "la censura" que dio al traste con mi publicación que por

tan buen camino estaba ya circulando. Ya veremos a que otra aventura quijotesca me meto. No se me olvida que por esos días, el maestro Miguel Angel Sandoval, que había sido director de La Voz de Guatemala, y el coordinador de la "hora nacional", denominada "Guatemala en marcha", organizó unos conciertos de ópera en el Teatro Capitol, trayendo al país a famosos cantantes de la ópera de Nueva York. Pero da la casualidad, que el estado de sitio había sido decretado a las seis de la tarde del día del debut de la compañía, que se realizaría a las nueve de la noche. Obviamente los conciertos ya no se realizaron, y las perdidas para el fueron cuantiosas. Conocí bastante al maestro Sandoval, porque yo figuraba como representante de las emisoras particulares, para supervisar "la hora nacional", juntamente con el recordado amigo Guillermo Lorenz, como representante de la emisora nacional. El maestro Sandoval coordinaba y dirigía la orquesta que acompañaba a los artistas.

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Con Eunice Lima me unió una amistad cordial y sincera. La sentida muerte de un gran poeta: Víctor Villagrán Amaya A las diez menos cuarto de la noche finalizaba el programa "Serenata", que diariamente transmitía Eunice Lima en La Voz de Quetzaltenango. Como un sublime regalo al espíritu, estas gustadas audiciones formaban un desfile de seleccionadas poesías, matizadas con fondos y cortinas musicales, que ambientaban el carácter cultural y artístico de los programas. A esa hora y cuando el tema musical "Claro de Luna", de Debussi, anunciaba el final de la gustada audición, detenía mi automóvil en la puerta de la emisora, y aún no se habían desvanecido las notas del hermoso tema musical, cuando mi gentil amiga


tomaba en sus manos el volante del carro. Nos internábamos en alguna carretera de la costa sur, o del occidente. La música del receptor del carro, servía de fondos musicales a los versos que Eunice declama-ba. Y en algunos casos, era la fuer-te lluvia que nos envolvía, la que sustituía a la ro-mántica música del receptor. Eu-nice frisaba en los 19 o 20 años primaverales de su vida, cursaba el tercer año de derecho. Regresábamos del paseo nocturno antes de la media noche, y en más de alguna oportunidad, me invitó a la sala de su casa en la calle de San Nicolás, a empinarnos una buena copa de cognac. Conversáb Eunice Lima amos sabrosamente sobre diferentes tópicos. Me hablaba de sus juveniles aventuras amorosas, pero jamás caíamos en los abismos de la intimidad mundana. Me embelesaba el timbre de su voz, de entonación baja y reposada, que adquiría matices inconfundibles en sus declamaciones poéticas, que dibujaban su brillante imaginación, su sensibilidad exquisita, su clara inteligencia, su carácter alegre, despreocupado y liberal.

Esto que voy a relatar esta íntimamente ligado a Eunice. Corrían los primeros días del mes de septiembre de 1952. Se aproximaba la feria "La Independencia" de Quetzaltenango. Había expectación por las plicas aun cerradas del Certamen Centroamericano de los "Juegos Florales", que constituye uno de los eventos culturales de ma-yor relieve, a la vez de exaltación a los valores intelectua-les, que se realiza como una tradición en el Teatro Muni-cipal, en la víspera de la inauguración de la feria. Ese año triunfó con el primer premio en la rama de verso, el poeta quetzalteco Víctor Villagrán Amaya, correspondiéndole la potestad de elegir a la Reina de los Juegos Florales, de acuerdo con los estatutos del certamen. Su decisión no pudo ser más acertada, al nominar a Eunice Lima para tan honroso cargo. Pero ocurrió algo gratamente increíble: está reglamentado que después de que la Junta Directiva le otorga el premio, la reina tiene que darle un beso en la frente o en la mejilla. Pero Eunice el beso no se lo dio en la mejilla ni en la frente, sino en la boca del poeta. El audaz beso de su Majestad Eunice Primera, arrancó una frenética ovación del público, que aprobó el singular gesto de la hermosa, atrevida, y graciosa soberana. Víctor Villagrán, fue una persona muy admirada y querida por quienes tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo. Eunice me lo presentó. Su despierta inteligencia, sus cualidades humanas de gran caballero, su sensibilidad y su sencillez personal, amen de su espíritu de servicio a los demás, fueron cualidades que lo acompañaron de por vida. Sobresalió como un valiente soldado, luchando hombro a hombro por la causa democrática en la fuerza aérea francesa en la segunda guerra mundial, haciéndose acreedor a honrosas distinciones como La Cruz de Mérito Militar por sus acciones en el frente de batalla. Lo conocí, lo traté bastante. Por eso lo que a continuación voy a relatar al lector, me llena de inmenso dolor, y vienen a mi

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mente esos momentos de pena y angustia como si hubieran sucedido ayer. Serían las nueve y media de una mañana primaveral del mes de abril, cuando volaba el año de 1953. Yo estaba convaleciendo de un fuerte resfrío en mi dormitorio de la casona solariega de la 14 avenida de Quetzaltenango, cuando la doméstica me informó que me buscaba don Víctor Villagrán con unos libros que deseaba ofrecerme. Le indiqué que le dijera a don Víctor, que estaría con él en su casa, cuando aparecieran las primeras sombras de la noche. Efectivamente llegué. Pero en forma muy diferente a como era mi deseo. Porque a las siete y media de la noche recibí una llamada telefónica de Eunice, comunicándome que Víctor acababa de fallecer de un fulminante paro del corazón. La noticia me dejó paralizado, no la creía, me parecía inverosímil. Eunice estaba igual que yo, y le dije que en ese momento pasaba a recogerla para estar en la casa de Víctor lo antes posible. Cuando llegamos el féretro ya estaba en la sala, y nuestra presencia allí no tenía ningún objeto, por eso nos dirigimos a la oficina del querido amigo fallecido, y redactamos un panegírico que Eunice pronunciaría en el cementerio a la hora de la inhumación. Al día siguiente a las diez de la mañana pasé por ella, formamos parte de la caravana de automóviles de amigos, simpatizantes y una muchedumbre a pie, que asistió al entierro para dar el último adiós al querido poeta laureado. Por supuesto que Eunice no leyó el papel que contenía el trabajo que habíamos redactado. Improvisó una sentida pieza oratoria, de profunda penetración y gran fuerza emocional. Acariciando el féretro con sus dos manos, con increíble serenidad y exquisita elocuencia, pero con el corazón destrozado, hizo un esbozo a grandes rasgos de las virtudes personales, de los méritos y atributos que adornaron en vida, al insigne poeta fallecido. Pasó bastante tiempo sin que pudiera reponerme de tan infausto

acontecimiento, y lo mismo le ocurrió a Eunice, pero al correr de los días teníamos que afrontar la realidad y reincorporarnos a nuestra vida cotidiana. Otros recuerdos de aquella época, fue cuando colaboré en algunos medios informativos escritos, como "Correo de Occidente", que dirigía José Alfredo Palmieri, (mas bien conocido como JAP). En "Diario de Quetzaltenango", de Hernán Hurtado Aguilar; y "Siete Fechas", de Rafael Escobar Arguello. Tengo presente a doña Elsa de Barrios, con su semanario "Proa", en el que publiqué una entrevista que le hice al general Ydígoras, en la casa de don Mito Castillo, en la tercera avenida sur, sede social del partido Redención, cuando se promovía su candidatura presidencial. En esa oportunidad me aseguró que por su edad, él constituía la mejor opción como candidato, ya que los presidentes jóvenes estaban tentados por las ambiciones de riquezas, honores y mujeres, y que el en cambio, ya estaba exento de esas inquietudes mundanas. Por otro lado no tenía problemas de familiares que interfirieran en la política, porque su hijo Miguelito vivía muy bien con su esposa y sus hijos en Colombia, y Carmencita casada con un ciudadano inglés Ian Mun, vivían en Londres muy felices, de manera que al producirse su triunfo presidencial, ninguno de los dos estaban pensando en venir a Guatemala. En gran medida, lo que me dijo Ydígoras en la entrevista para el semanario "Proa", influyó en mi ánimo para trabajar por su triunfo. En su gobierno ocupé buena posición política, pero fue por poco tiempo, porque pronto me decepcionó su forma de gobernar, sus ofrecimientos de campaña incumplidos, como aquello de la mano de hierro inoxidable para poner orden en el país, que fue su caballito de batalla, y que jamás la mentada mano se asomó por ningún rincón. Guatemala cayó entonces en una virtual anarquía. Los sueldos de los empleados públicos se encontraban atrasados. A los camineros se

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llegó a deberles hasta cinco semanas, y el país cada día se precipitaba a una debacle. Jamás imaginé que ya sentado en la codiciada Silla, la realidad iba a ser muy diferente. Miguelito se convirtió en el poder detrás del trono, don Ian enredado en escandalosos negocios, y el presidente bailando la cuerda floja. Pero yo me pregunto ¿Qué candidato no le ha ofrecido al pueblo el oro y el moro, y ya sentado en la silla, le vienen flojos sus ofrecimientos?. Y ese fenómeno político no solo ocurre aquí, sino en todos los países del planeta tierra, pero con mayor énfasis en la América Latina, particularmente en Guatemala. Retomemos el capítulo que comenzamos, cuando Ydígoras asumió el poder a principios de 1958. Tan pronto ocupó la presidencia, en la Casa Crema de la cuarta avenida, frente al Hotel Palace, el pastel comenzó a repartirse entre los principales comensales, y como siempre ocurre con el triunfo del candidato, los que mas lucharon y expusieron su vida, reciben lo que se conoce como la ley de la patada histórica, o bien se conforman con los premios de consolación de la piñata. Son los de última hora conocidos como "paracaidistas", los que se llevan la mejor tajada del pastel. Yo tuve buen cuidado de que esto no sucediera en nuestro caso. Por eso con la debida anticipación y ante mi insistencia, Ydígoras firmó sin mayores reparos los nombramientos de los correligionarios propuestos por mí, para los principales cargos de la administración pública en Quetzaltenango. De esa cuenta mis recomendados asumieron los puestos en la administración de rentas, dirección del hospital, registro de la propiedad inmueble, telégrafos y correos, y todos los demás empleos a nivel de jefatura. El cargo asignado para mí, a propuesta de la junta directiva del partido, encabezada por mi fino amigo Jorge Luis Zelaya Coronado, fue la sub secretaría de comunicaciones, así figuraba mi nombre en la nómina del penúltimo gabinete, pero en la madrugada de la toma de

posesión se le dio vuelta, y yo me quedé con un palmo en la nariz. Pero como estábamos atravesando el alegre momento del reparto de los dulces de la piñata, Ydígoras me preguntó que puesto quería, y yo le respondí que me diera el consulado en Barcelona, para concluir mi carrera, pero él me respondió que ese puesto lo tenía comprometido con los militares que le habían ayudado a botar al gobierno. Que me necesitaba en Quetzaltenango, y que ya había firmado mi nombramiento como director de la radio nacional. Sabiendo que el salario no me halagaba, había ordenado que se me fijara un sueldo adicional por la conducción del partido. Acepté porque con quinientos quetzales si cubriría mis gastos. Deseo trasladar a mis lectores, algunos recuerdos que conservo de mi paso de dos años por la dirección de esa emisora, ya conocida por mí como bien se recordará, cuando fui locutor. Ya me referí que al meterme de lleno a la política desmantelé el negocio de una abarrotería, y creo que hice bien porque de esa actividad yo no entendía ni jota. Quise introducir la modalidad de un mini mercado, y aunque fue novedoso no pegó, porque la gente no estaba acostumbrada al auto servicio sino al mostrador, además tenía que competir con poderosos abarroteros y tal cosa era imposible. Entonces llegué a la conclusión de que zapatero a tus zapatos, y me decidí por la política, no para ver que provecho económico sacaba de eso, sino para poner mi grano de arena y dar a Guatemala un buen gobierno, que fue el sueño acariciado por mi durante toda mi vida, sin jamás conseguirlo. Cuando fue clausurada Radio Morse en 1951, sus equipos de transmisión, sustituyeron a los veteranos de la TGQ, que ya no daban mas de sí, después de doce años de servicio. Alentado por el alcance y nitidez de las audiciones de la emisora, mis primeros pasos consistieron en introducir un plan de rejuvenecimiento, proyectando su

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acción divulgativa y cultural, en programas novedosos, ágiles, de entretenimiento e información. Organicé cuatro servicios informativos que fueron los siguientes: Revista del Aire, con dos emisiones de treinta minutos cada una, de lunes a viernes, a la una de la tarde y a las siete de la noche. Este noticiero por sus enfoques objetivos, redacción clara y sencilla, por sus editoriales y comentarios dinámicos, reflejando la diaria realidad del acontecer político, social y económico del país, se abrió fácilmente paso en el auditorio, contando al poco tiempo con millares de oyentes no solo en la cabecera, sino también en el sur occidente del país. La dirección corría por cuenta de Alfredo Vernal, (o sea mi seudónimo), la

locución la tuvo a su cargo, inicialmente José Luis

Barrascout, y después Enrique Toralla. Los reporteros de la emisora, entre ellos Frisli Escobar, se encargaban de la redacción de este noticiero, así como de "Ultimas Noticias" que tenía una duración de cinco minutos, que se pasaba periódicamente durante el día, consistente en un boletín de noticias locales, nacionales e internacionales de última hora. "Comentarios de actualidad", pasaba a las nueve de la noche, que reproducía las notas editoriales o artículos de la prensa nacional y extranjera, que a juicio de la dirección de la emisora, merecían su divulgación para conocimiento del público. Por último, "Música y Noticias", en horas de la noche, con selecciones musicales solicitadas por los oyentes, con las informaciones del día de mayor importancia y las de última hora. "La Voz de la Marimba", fue uno de los programas musicales más sintonizados por el público, a cargo de la marimba "La Voz de los Altos", dirigida por Domingo Bethancour, que incluía textos sobre costumbres y tradiciones folklóricas, incluyendo los emporios históricos de la civilización maya de mayor atracción turística. Se creo un departamento que se encargó de la producción de dichos programas, a cargo de la señorita Estela Prado. Otro de los programas de mucha captación popular en la TGQ de aquel entonces, se denominaba "Tribuna de la Música Nacional", que se transmitía los sábados a medio día, que contaba con un club de 600 socios, que emitían sus votos por las composiciones nacionales mas gustadas. De allí en adelante se disputaban los diez primeros lugares en popularidad. Gracias al concurso y colaboración de las casas impresoras de discos de música guatemalteca, era posible el mantenimiento de la audición, siendo ellas, Ixminché, Tikal, Romendy, Columbia, Patria Nueva y Lamm. Consigno un recuerdo de los compañeros que hacían posible la producción de

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El autor, cuando fue Director de la Voz de Quetzaltenango, en una sesión de trabajo


esos programas, siendo ellos José Luis Barascout, Arturo Sarti y Carlos Roderico Rodríguez. El renglón de actividades deportivas contaba con dos voceros de información y comentarios, a cargo de los cronistas Miguel Angel Rozotto y Roderico Rodríguez. El equipo de locutores la formaban Paco Trápaga, Enrique Toralla y Rudy Escobar. Las transmisiones a control remoto de los partidos de fútbol, se originaban en los estadios Mario Camposeco, Tecún Umán y Minerva. Finalmente traigo a la memoria el programa "Buzón Internacional", dedicado a los radio oyentes del exterior los sábados en la noche. Se usaba el transmisor de onda corta TGQB en la banda de 25 metros, frecuencia de 11,700 kilociclos captado con excelente claridad y potencia en una gran mayoría de países de los cinco continentes, a juzgar por la abrumadora correspondencia que se recibía. Los espacios los llenaba música de marimba e ilustraciones turísticas en inglés y español. Guardo vivos recuerdos por quienes producían esos programas. Yolanda Alvarez y Gustavo Escobar Castillo. No puedo dejar de mencionar a otro de los integrantes del personal de la emisora, como lo fue el locutor Rodolfo Custodio, de quien conservo los mejores recuerdos.

Me llena de tristeza el día en que me visitó, quien había sido mi profesor en el Colegio de Infantes, don Moisés Ramírez Leiva. Volví a verlo en esos días. Me impresionó la situación deplorable que atravesaba. Estaba envejecido y descuidado en su vestir, como testimonio de su precaria situación económica. Me pareció que la vida lo había golpeado implacablemente. Me pidió dinero, y lo favorecí con lo poco que podía darle. Le dije que volviera a buscarme, para remediar su situación, pero no volvió a

visitarme. No olvido que ese día, las agencias internacionales de noticias, enviaban a cada momento despachos de última hora, sobre el estado de salud del Papa Juan XXIII, que agonizaba en la ciudad del Vaticano. A medio día un despacho de prensa desde Buenos Aires, dio la noticia de que Su Santidad había fallecido. En los avances informativos de la radio, que siguieron de cerca la gravedad del Pontífice, se dio la noticia. A los pocos minutos, dos sacerdotes en representación del Obispo de los Altos, Monseñor Luis Manresa y Formosa, con quien mantuve afectuosa relación durante el tiempo que dirigí la emisora, expresaron en los micrófonos el pesar de la Iglesia por el infausto acontecimiento. Sin embargo, momentos después, un despacho noticioso del Vaticano, desmentía la información. Hacía un llamamiento a los cristianos del mundo entero, para que oraran por la salud del Papa. En nuestros avances rectificamos la noticia. No obstante, a eso de las tres de la tarde, llegó un despacho urgente de la ciudad de México, pero dando cuenta del fallecimiento accidental del compositor y director de Orquesta Luis Arcaraz, que tan exitosamente había actuado en Radio Atlántida. Finalmente la dolorosa noticia del deceso del Papa Juan XXIII, fue transmitida a eso de las ocho de la noche, llenando de pesar a la humanidad. La Voz de Quetzaltenango, cumplió 25 años de vida durante el tiempo que me tocó dirigirla. Por ese motivo, se publicó una pequeña revista, editada en la Tipografía Nacional, con fotografías de los artistas y el personal administrativo y de producción, así como artículos y opiniones de distinguidos escritores y periodistas, entre ellos, el doctor Javier Ralón, don Efrén Castillo, Carlos Humberto López, José Rubin Guillén (Bohemio de Xelajú, residente en Acapulco, Guerrero, México, de quien se recibían dos o tres cartas semanalmente). Gerardo Hurtado Aguilar, Frisly Escobar y Hector Adolfo Avila, fueron otros de los escritores que

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El sentido deceso del Papa Juan XXIII


colaboraron con la revista de aniversario. Nunca podré olvidar a las compañeras de trabajo, que colaboraron conmigo en cargos importantes, como Marta Beatriz Calderón, cantante y discotecaria. Así mis-mo a la secretaria de la dirección y también cantante Gloria Izaguirre. La productora Judith Herrera, a los ope-radores César Navarro, Enrique García, José Soberanis y Gonzalo Aguilar. A la encargada de relaciones Sociales Mirtala de Navarro y al conserje Gustavo Cárcamo.

La señorial residencia del matrimonio López Mayorical - Fleissman, atrás del Templo de San Nicolás, se convertía en la sede presidencial cuando el presidente Ydígoras llegaba a Quetzaltenango, como ocurrió el sábado 12 de noviembre de 1960. Todos los días a las siete y media de la noche, el gobernador Mariano López Mayorical, me visitaba en la TGQ. Cuando me desocupaba, salíamos a su casa, a cambiar impresiones sobre los acontecimientos del día, y otros de menor cuantía, pero también a disfrutar de unos cuantos refrescos. Mi presencia no se interrumpía con la llegada del presidente, sino al contrario, el cambio de impresiones con él, me era de mucha utilidad en la conducción del partido, por la información que le suministraba y la aclaración, muchas veces, de malos entendidos. Ese día a la caída del sol, el presidente Ydígoras llegó a Quetzaltenango. Como de costumbre acompañado de Jorge Palmieri o de Roberto Alejos, o de los dos juntos. Esa vez fue invitado por la municipalidad, para inaugurar un telón en el escenario del Teatro Municipal, pero el presidente no llegó a la ceremonia programada para las nueve de la noche. ¿Qué fue lo que

ocurrió a última hora?. ¿Porqué no llegó a inaugurar el telón?. Ruego al lector que ponga mucha atención en lo que a continuación voy a contarle, y después saque sus propias conclusiones. Serían las siete y media cuando salí de mi oficina. Me detuve un momento en la puerta del edificio de la emisora, muy cerca del Coliseo. Pero confieso que me impresionó el ambiente que prevalecía en la plazuela, donde me pareció ver gente desconocida que deambulaba de un lado a otro, hablando en voz baja. No se como expresarlo, pero sentí no sé que presentimiento, que corazonada, como si algo se tramaba entre bastidores, lejos de las tramoyas, de los camarines, del escenario y del decorativo Telón de Boca, que sería inaugurado esa noche por el presidente. Llegué a la residencia de Marianito, justo cuando Ydígoras se aprestaba a salir a una cena, en el chalet de don José Rivera, en el barrio La Democracia. Yo formaba parte de la comitiva, de suerte que nos sentamos a la mesa unas quince a veinte personas, entre hombres y bien vestidas mujeres. El presidente, que lucía un elegante traje oscuro, tenía una expresión alegre y jovial y de carácter comunicativo. Al llegar a los postres, unos quince minutos antes de las nueve, un oficial del Estado Mayor se le acercó y le dijo algo al oído. Su semblante alegre y jovial, se tornó ligeramente sombrío, y talvez afectado por la noticia, que tan confidencialmente le había dado su subalterno. A los pocos minutos se dio por terminada la cena. El presidente se puso de pie. Anunció que por sentirse indispuesto, cancelaba su compromiso de asistir a la ceremonia en el Teatro Municipal, para la inauguración del famoso telón. Al día siguiente, insistentes timbrazos en la puerta de calle de mi casa, al lado del Colegio Teresa Martín, obligaron a Any mi esposa a levantarse de la cama, para

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¿Qué pasó la noche del 12 de noviembre de 1960 en Quetzaltenango? ¿Falló el atentado contra Ydígoras?


averiguar quien tocaba la puerta a tan temprana hora. Los primeros rayos del sol comenzaban a salir, aquel domingo 13 de noviembre de 1960. Nerviosa me dijo que el jefe de la policía me buscaba de parte del presidente Ydígoras. Me recordé que hacía bastante tiempo, un jefe de policía también me había buscado en mi casa, cuando vivía en la calle de El Calvario, pero para capturarme, por el inexistente delito de tentativa de rebelión. Pero ahora las circunstancias eran completamente distintas. El presidente descendía del segundo piso, donde tenía su dormitorio, cuando yo entraba a la residencia del gobernador, en el preciso momento en que el jefe del estado mayor se le aproximaba para darle el parte de los graves acontecimientos que estaban sucediendo en la capital. Recuerdo muy bien que Ydígoras le dijo que primero tenía que serenarse, y luego darle el parte de las novedades. Dirigiéndose a mí, me indicó que me comunicara con todas las radiodifusoras del occidente de la república, para integrar una cadena de radio emisoras, y dar a conocer el boletín urgente, cuyos datos me daría el gobernador López Mayorical. Con la información recibida volé a la radio, y reuní a casi todo el personal para que me ayudaran en aquella emergencia. Antes de las diez de la mañana, la cadena de radiodifusión estaba en el aire, formada por las emisoras de Quetzaltenango, Sololá, Totonicapán, San Marcos y Huehuetenango. El boletín urgente del gobierno informaba que un grupo de oficiales del Mariscal Zabala, se habían levantado en armas, con la intención de deponer al gobierno constituido, y que el presidente como comandante del ejército, había establecido su cuartel general en la base militar "Manuel Lisandro Barillas", y que desde aquí preparaba el ataque contra las fuerzas insurgentes de la capital. A medio día el panorama comenzaba a despejarse, porque de acuerdo con las noticias recibidas de la capital,

el cuartelazo había fracasado. Los oficiales descontentos habían salido hacia el oriente, y ya se encontraban en Zacapa. Con estas alentadoras noticias, Tono Batres, piloto particular del presidente, alistó "la Comander", y tanto don Miguel como doña Tere, (que por cierto le tenía pánico a los aviones), -que lo acompañó a la frustrada inauguración del famoso Telón-, partieron a la capital a las cinco de la tarde. Antes de subir al avión, don Miguel tuvo una actitud muy simpática que siempre recuerdo. Resulta que al despedirse de Ana María, y de mi, tomó en sus brazos, y llenó de caricias a mi hijo mas pequeño, de tres años, Juan Francisco, en un gesto cariñoso y paternal. Cuando el avión presidencial se perdía en el azul profundo del cielo de Quetzaltenango, no pasó por mi mente que aquel día, se había iniciado un conflicto armado de dolor y destrucción, que duraría mas de treinta años. En los comienzos de la primavera de 1961, abandoné la dirección de La Voz de Quetzaltenango. Me retiré de la política, y partí para la capital en busca de nuevos horizontes. Mi esposa y mis pequeños hijos se reunirían conmigo, año y medio después...

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Al nuevo orden de cosas se le bautizó con el nombre de "Operación Honestidad", y al correr del tiempo, cuando concluyó la gestión administrativa del gobierno militar, tres años después, es justo reconocer que se hizo honor a ese emblema, ya que en esa

administración no hubo despilfarro de los fondos públicos, ni corrupción administrativa dentro o afuera del aparato estatal, ni tampoco hubo empréstitos, con el consiguiente endeudamiento interno y externo, y la obra material realizada, se hizo con los fondos asignados en el presupuesto general de gastos de la nación. La población vivió durante esos tres años, un período de tranquilidad, de seguridad ciudadana y de libertad de expresión. Se incorporaron a la legislación guatemalteca valiosos instrumentos legales, entre ellos, el código civil y el de procedimientos civil y mercantil. En el terreno social, se instituyó el banco de los trabajadores, se dio vida a los tribunales de familia, y se promovió el salario mínimo y el aguinaldo. Al triunfar la oposición en las elecciones de 1966, que fueron limpias y transparentes, se entregó el mando dentro de estrictos lineamientos democráticos. Hay que recordar que a partir de entonces, se reanudó la violencia, la corrupción y la anarquía. Tres graves acontecimientos conmovieron a la opinión pública nacional e internacional: los asesinatos del embajador alemán, conde Von Spreti, del agregado militar de la embajada americana, y el secuestro del cardenal Mario Casariego, Arzobispo de Guatemala. Durante este período también se reanudaron los ascensos de los militares, que habían quedado congelados desde 1944, surgiendo nuevas promociones de generales que gobernarían en los siguientes períodos. Demos un vistazo a los titulares de los periódicos de aquel domingo 31 de marzo. "El Imparcial": "Ejército obró con firme unanimidad y sin el menor interés de gremio. Garantizar instituciones, tal la meta, así como salvar al país del caos en que rodaba." "Impacto: Actitud que se esperaba. Postura noble y valiente. Colaboración del pueblo." "Prensa Libre: Coto al latrocinio. Concentración popular en respaldo al ejército. Peralta dijo que se pondrá coto a

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SEPTIMA PARTE. Ydígoras al exilio, asume Peralta Azurdia: el golpe de estado del 30 de marzo de 1963. Esa mañana del domingo 31 de marzo de 1963, cuando muchos capitalinos aún dormían, y otros iban o regresaban de misa, la cadena nacional de radiodifusión, informaba al pueblo que los militares a través de un incruento golpe de estado, habían depuesto al presidente Miguel Ydígoras Fuentes. Poco antes de las 11 de la noche del sábado 30, la Casa Crema, -residencia presidencial en la avenida la Reforma-, se encontraba virtualmente sitiada por las tropas. Tres militares de alta graduación, comunicaban al presidente Ydígoras de la decisión tomada por el alto mando de las fuerzas armadas, de separarlo del poder. Sin que opusiera resistencia, acatando su destitución, abandonó la casa crema, acompañado de su esposa doña María Teresa Laparra. En los albores del domingo 31 de marzo, el ex presidente salía por la vía aérea rumbo a Nicaragua, para trasladarse posteriormente a España. El coronel Enrique Peralta Azurdia, ministro de la defensa, había asumido el poder como jefe de estado, dejando en suspenso la constitución y sustituyéndola por un estatuto denominado "Carta fundamental de gobierno", que garantizaba los derechos esenciales de la ciudadanía, y los principios democráticos. El congreso de la república quedó disuelto. Se canceló el funcionamiento de los partidos políticos. Se gobernaría por decretos leyes.


los negocios turbios." "Diario de Centro América. Pronunciamiento del comité cívico de unificación nacional: Actitud tomada por el ejército era indispensable". Aparecen numerosas firmas de los integrantes del comité, entre ellas las de Jorge A. Serrano, Hector Menéndez de la Riva, Martín Prado Vélez, Carlos Samayoa Chinchilla, Federico Carbonel, José Gregorio Díaz, Jorge Barrios Solares, Adolfo Molina Orantes, Francisco Arrivillaga, y muchas personalidades más, que se habían adherido a la voluntad del pueblo, traducida en el golpe de estado. Y finalmente en su columna del diario "La Hora", "lo que otros callan", Irma Flaker dijo: "Nuestra simpatía para el ejército, el golpe era inminente y absolutamente necesario". "El Diario de Costa Rica," en su edición del sábado 6 de abril, publicó un largo reportaje titulado "Golpe militar de Guatemala, fue pedido por el pueblo." Entre otras cosas señala el periódico tico " mucho han dicho los cables acerca del golpe militar en Guatemala, pero sin embargo no se ha enfocado todavía el punto medular de la situación, que consiste en los antecedentes y condiciones en que éste se produjo". Mas adelante subraya que para ilustrar a los lectores costarricenses, que forman parte de un pueblo eminentemente democrático, acerca de la verdadera situación de Guatemala, hay que comenzar por decir que el golpe militar fue el producto del sentimiento del pueblo, los propios guatemaltecos ya no resistían los desaciertos continuos del gobierno y demandaron su derrocamiento, de manera que fue un golpe producido por las armas de los militares, pero inspirado por el pueblo. "El nuevo gobierno" - agrega el diario tico, - "es de tendencia civilista, y entre las condiciones básicas para gobernar, figura la de garantizar el orden y la seguridad y entregar el mando a un presidente electo popularmente".

Recojamos ahora dos opiniones vertidas por distinguidos ciudadanos, que se publicaron en los diarios a raíz del cambio de gobierno. El licenciado Eduardo Cáceres Lehnhoff, que formaba la bancada independiente del congreso, declaró que se sentía feliz, y que era lo que esperaba todo el pueblo. José Luis Cruz Salazar, ex candidato presidencial, dijo que el golpe era lo que procedía para resolver la situación de incertidumbre y tensión en que el gobierno mantenía al país. En el ámbito familiar, mi padre fue confirmado como presidente de la asesoría jurídica de la presidencia, cargo que venía ocupando desde 1955. A Jorge mi hermano se le nombró ministro de trabajo, y yo alcancé un premio de consolación, como director de relaciones públicas del IGSS, pero que me dejo provechosas experiencias, conocí a muy buenas personas e hice excelentes amistades. Ya queda dicho que la caída de Ydígoras era una irremediable necesidad, y que fue la resultante de una demanda popular, una especie de conspiración generalizada. Por esa razón en diferentes residencias, hubo periódicas reuniones desde algunos meses antes de su derrocamiento, con el fin de planificar una salida a la crisis que se vivía. Se optó por el golpe de estado, como única alternativa, aconsejado aún por distinguidos constitucionalistas que participaban en las reuniones a puerta cerrada. En la casa de mi padre de la calzada de San Juan zona 7, se realizó una o dos de esas reuniones, y aunque yo asistí, no participé de la agenda que corría por cuenta de connotados abogados, analistas políticos y estrategas militares. Lo que sí tengo muy presente, es que en la mesa de discusiones se descartó toda acción violenta, y al contrario se acordó fundamentalmente mantener vigentes los principios democráticos de la nación, respetar la vida y los bienes del presidente y su familia, como efectivamente

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así ocurrió en el momento decisivo de los acontecimientos. Esa misma noche del sábado 30, después de notificado el gobernante que había sido depuesto, y abandonó la casa crema, se procedió a sellar las puertas de acceso de la residencia, y todas las dependencias interiores, hasta los dormitorios del servicio que quedaron debidamente sellados. Cuando se practicaron las diligencias judiciales al día siguiente, se constató el estado en que se encontraban las pertenencias del ex mandatario y su familia. Se comprobó que todas las puertas de las habitaciones, así como la sala, cocina, comedor y despensa, se encontraban selladas por la auditoría militar de cuentas. Al abrir las puertas de la alcoba del ex mandatario y su esposa, así como la de su despacho personal, y la sala, todo se encontraba en el mismo estado en que fue dejado por sus huéspedes. En el comedor, tanto la cristalería como las vajillas se encontraban donde las habían dejado. Al llegar a la despensa, la puerta estaba perfectamente cerrada y sellada. Los alimentos, conservas y licores que allí se guardaban, no habían sido movidos de sus lugares. Al finalizar la diligencia ya entrada la tarde, se dio lectura al acta notarial que fue levantada, y por orden del jefe de estado coronel Peralta, se dio posesión de la casa y los bienes de la familia Ydígoras Laparra, al abogado don Alvaro Ydígoras Fuentes, hermano del ex presidente. Es interesante consignar los nombres de quienes estuvieron presentes en esa histórica diligencia, siendo los licenciados Luis Beltranena Sinibaldi y Leonel Gálvez, el auditor militar de cuentas coronel Luis Ruano de León, el coronel José Luis Aguilar de León, secretario privado del gobierno, y el coronel Catalino Chávez ex jefe del estado mayor presidencial. Don Alvaro Ydígoras dirigió una carta al jefe de gobierno, expresándole su agradecimiento por la protección dispensada a las pertenencias personales de su

hermano, hasta depositarlas en poder suyo, y por la forma correcta en que se procedió al resguardar la casa crema librándola del pillaje y saqueo muy acostumbrado en estos casos. Con esto se cerró el episodio del golpe de estado del 30 de marzo de 1963, y ahora se iniciaba la tarea más difícil. La reorganización de la administración pública, o sea poner en orden la casa, y al mismo tiempo enderezar la nave, que se precipitaba a un naufragio seguro. Cuando tomé posesión del interesante cargo en el Instituto de seguridad social, mi sorpresa fue mayúscula porque llegaba a sustituir a un viejo y querido amigo el "Seco" Soler y Pérez, que hacía pocos días que por sus méritos personales, había sido condecorado por el gobierno con la Orden del Quetzal en el Grado de Oficial. Sinceramente me sentí molesto y así se lo manifesté, pero él con el sentido del humor que nunca perdió en toda su vida, me contestó: "No te preocupés viejo, el empleo público es así, pan para hoy, pobreza para mañana, además no somos dueños del empleo sino depositarios, y el chance en el gobierno tiene que ver mucho con los vaivenes de la política." Encontré en el personal del departamento de relaciones públicas, caras conocidas y otras que no lo eran, pero todas esas caras se mostraron complacidas por mi nombramiento, porque como dice el viejo refrán español, "El rey ha muerto, viva el rey" Ese mismo día el secretario de la gerencia, en un recorrido que hicimos por las dependencias de las oficinas centrales, me presentó a los jefes y personal de las dependencias, desde servicios médicos, pasando por el departamento legal, patronal, de ingeniería, seguridad e higiene hasta servicios auxiliares. Como secretaria de mi oficina me topé con la sensitiva escritora y poetisa Olguita Martínez, hija de mi respetable amigo el licenciado Carlos J. Martínez, y a quien conocí en Quetzaltenango años atrás en una de mis tantas temporadas. En la sección de

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fotografía laboraban Fernando Morales, hijo de don Baltazar, y Jorge Rousselín. En la sección de arte y dibujo Jaime Valencia y Neto Besh, y como asesor laboral Jaime Monge dirigente sindical. Al día siguiente ofrecí a las seis de la tarde una recepción a la prensa, y momentos antes de comenzar se presentó el gerente doctor Asturias, y me quitó un peso de encina, porque no se trataba de una conferencia, sino de un intercambio de impresiones con los reporteros que cubrían la fuente. Y digo que el gerente me quitó un peso de encima, porque una conferencia de prensa a esas alturas, no hubiera podido sostenerla, porque yo no entendía ni jota de la seguridad social. Oportunamente un grupo de guapas secretarias de la gerencia, se presentaron al principio de la reunión, como gentiles anfitrionas, rompiendo el hielo, no el hielo para los refrescos, sino el que prevalecía en los momentos iniciales, pero ellas con la gracia y simpatía femenina, sus amables atenciones hacia los periodistas, volvieron el ambiente cálido y cordial, mientras los camarógrafos de la incipiente televisión, y los fotógrafos de la prensa escrita, inundaban con las luces de sus cámaras la sala destinada para esos eventos.

En los días siguientes comenzó una verdadera romería de publicistas y gestores de anuncios, de toda clase de publicaciones, diarios, semanarios, revistas, programas y noticieros de radio y televisión, que me visitaban para renovar sus contratos o bien ofreciendo otras alternativas de novedosa publicidad para dar a conocer las bondades del seguro social en sus diferentes programas de beneficio para los afiliados y patronos. Fue en ese en-

tonces cuando conocí e hice amistad con muchas personas del mundo de la publicidad, con quienes hice una excelente amistad. Recuerdo particularmente a Roberto Carpio que en esos días juntamente con su hermano Jorge, impulsaban la salida a la luz pública de Diario El Gráfico, que inicialmente comenzó como un semanario deportivo y cuyas oficinas y talleres de modesto equipo estaban situadas en el Callejón del Conejo, uno de los pocos callejones que aun quedaban, ubicado entre novena y décima avenida y quinta y séptima calle, ya que a partir de la novena avenida tomaba el nombre de sexta calle. Pocos años después la empresa fue creciendo, construyó un espacioso edificio en la catorce avenida y el periódico fue dotado de un moderno equipo para su impresión. Allí visité con frecuencia a Jorge con quien entablé una magnífica amistad. Seguramente no faltará oportunidad para que me extienda sobre otros aspectos de mi relación amistosa, con los hermanos Carpio Nicolle. Otras personas que me visitaban con frecuencia en mi oficina de relaciones públicas del seguro social, por diferentes razones, recuerdo muy particularmente al inolvidable escritor y amigo Virgilio Rodríguez Macal, autor de la impresionante novela histórica "Guayacán", así como de "La Mansión del Pájaro Serpiente" y "Carazamba", al abogado in fieri y periodista José Torón España, a la poetisa "María del Mar" esposa de don León Aguilera, al compositor José Ernesto Monzón, a Guillermo Figueroa de la Vega del tele noticiero "Cuestión de Minutos", al periodista Marco Tulio Trejo Paiz, y al doctor Regino Díaz Robainas, cubano, y encargado de la publicidad del Semanario Alerta que dirigía don Augusto Mulet Descamps. En los comienzos del mes de septiembre, se cambió la directiva del comité de festejos, para organizar en esta ocasión el 17 cumpleaños de la fundación del IGSS. Salí electo presidente, y con la colaboración de los trabajadores integrantes de las comisiones, procedimos a

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Diario El Gráfico nació en el Callejón del Conejo. Me unió amistad con Jorge y Roberto


elaborar el programa que comprendía actividades culturales, científicas, recreativas y deportivas, así como una velada artística y cultural, una mañana infantil para los hijos de los trabajadores, y el 30 de octubre día de la seguridad social, culminación de los festejos con un ruidoso baile en un salón del campo de la feria. El festival fue amenizado en esa oportunidad por la orquesta de Guillermo Rojas, y la marimba Alba de Quetzaltenango. Punto culminante lo constituyó la coronación de la simpática reina del IGSS, que salió electa después de reñida competencia, entre las bonitas candidatas de las oficinas centrales y de los centros hospitalarios. Cuando se aproximaba algún acontecimiento social que requería mas personal, mi oficina se veía alegremente invadida por eficientes y agraciadas secretarias y mecanógrafas, y aunque las computadoras no habían venido a este mundo, ya existían las máquinas eléctricas de escribir, y frente a ellas, llenaban verdaderas montañas de sobres, con los listados de los invitados para cada ocasión. Recuerdo que para cierta oportunidad en que se celebró una conferencia de medicina en el auditorio del IGSS, circularon invitaciones para asistir al baile de gala con lo que culminaba la reunión de los discípulos de Hipócratas, y entre esas invitaciones, por un lamentable descuido de una de las mecanógrafas, se le pasó por alto un sobre dirigido a un apreciable médico recién fallecido, el recordado doctor Monzón Mallice, que por cierto yo había entregado personalmente a la familia el acuerdo de condolencia del Instituto. Pues lógicamente como respuesta, la apesarada viuda me devolvió irónicamente la invitación, adjuntando la esquela luctuosa de su fallecido marido, sin comentario alguno. En otras oportunidades ocurría, como para el día de la madre, en que se felicitaba a las mamás, ya fueran casadas o solteras, pero a vuelta de correo se devolvían algunos sobres con el comentario de la destinataria, que ella no era ni madre casada, ni madre

soltera, sencillamente señorita soltera. Pero en otros casos la situación se volvía más grotesca, porque se trataba de una solterona sin hijos, de la tercera edad, y seguramente de muy malas pulgas, a juzgar por el hiriente comentario que remitía. Ese Día de la Madre, se celebraban en el curso de la mañana actos recreativos en el Materno Infantil, alegremente amenizados por cantantes y conjuntos musicales y recitaciones alusivas a la madre. En la noche tenía lugar un festival en el Atico, o sea el salón de recepciones, en el noveno piso del edificio arriba de la gerencia, con una masiva asistencia de las festejadas y sus familias. El fin de año fue la época mas alegre en las oficinas centrales. Las celebraciones navideñas despertaban gran entusiasmo entre los trabajadores de las dependencias del Instituto, en que las hábiles manos del personal femenino, adornaban con esmero sus respectivos departamentos, con preciosos motivos navideños, con aromáticos pinabetes, sin faltar el tradicional nacimiento, que daba la sensación de que se estuviera participando en una competencia de arte y buen gusto. Por la noche mi departamento echaba la casa por la ventana, con la gran fiesta navideña en el Atico del noveno piso, desde donde la vista se deleitaba, contemplando gran parte de la vida nocturna de la capital. Las mesas para los convidados lucían manteles navideños, con un adorno al centro, y varios claveles esparcidos graciosamente en el mantel. El adorno consistía en un leño rústico de pino o ciprés, con hilos de bricho dorados y plateados, y una vela de color incrustada en el centro. Recuerdo hasta cierto punto con hilaridad, cuando en una ocasión días antes del 24 de diciembre, encomendé a mis hijos adolescentes (Lucrecia y Juan Francisco, supervisados por su mamá), la hechura de los mentados adornos, en número de 35 a 40, y al bajarlos del carro, las finas candelas de color estaban dobladas por la mitad, como moco de elefante, por el intenso calor de la

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dos de la tarde, que imprevisiblemente las había metido en el baúl y en el asiento trasero del carro. Aunque a los camareros de servicios auxiliares les causó risa el asunto, a mí me causó desagrado, y les pedí que echaran mano a su ingenio para que las enderezaran con cuidado para no quebrarlas. Lo cierto del caso fue que cuando me presenté al Atico, antes que comenzara el evento social, para dar los últimos toques al programa, me encontré con la grata sorpresa de que las velas ya estaban como Dios manda, sin señal alguna del accidente que habían sufrido. Durante esos años de las vacas gordas, nos veíamos todas las noches con Coco mi hermano en su casa. Eramos vecinos porque él vivía en la 30 avenida de la zona 7, en Tikal, y yo también en la 30 avenida pero de Kaminal. Siempre habían muchas visitas en la residencia del ministro, atendidas por él y su gentil esposa Violetía, no faltaban otros ministros o funcionarios de altos vuelos y hasta militares de varios entorchados. Nunca olvido que una noche me contó que en el consejo de ministros, estaba por aprobarse una desmembración de la finca La Aurora, para la construcción del aeropuerto, que el proyecto estaba aprobado y que los trabajos se iniciarían sobre la marcha. Yo le comenté que veía ese proyecto como un grave error, falto de visión, por su vecindad tan inmediata al centro de la ciudad, además porque con el crecimiento tan desordenado de la capital, sin que hubiera un plan municipal regulador, en muy poco tiempo el aeropuerto estaría en el corazón del centro neurálgico del país. Coco me contestó que compartía mi opinión, y la misma la sustentaban varios compañeros del consejo de ministros, pero que el caso estaba cerrado, ya era irreversible y el primer piochazo ya se había dado, no había para donde agarrar.

Una notica que conmoció al mundo: el asesinato del Presidente Kennedy

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Un suceso internacional muy lamentable, nubló el despejado firmamento de los días otoñales de aquella época. Nubarrones negros revoloteaban sobre la Casa Blanca, en Washington, como pájaros negros de mal augurio. A la una y media de la tarde del 22 de noviembre de 1963, cuando abordaba mi vehículo en la puerta de mi casa en Kaminal Juyú, rumbo a mi trabajo, los teletipos de las agencias internacionales de noticias, vibraban inquietamente, lanzando al espacio una conmovedora información. El carismático presidente de los Estados Unidos de América, señor John F. Kennedy, acababa de sufrir un grave atentado en la ciudad de Dallas, Texas, al ser alcanzado por las balas asesinas de un franco tirador, apostado en lo alto de un edificio que bordeaba la avenida principal por donde circulaba el presidente y su comitiva. Iba rumbo a una reunión de empresarios y representantes sindicales, enseguida asistiría a un banquete preparado en su honor. Según la información captada en el receptor de mi vehículo, en esos momentos el presidente era trasladado a un hospital cercano del lugar de la tragedia. Su estado de salud era de suma gravedad. En el curso de la tarde se produjo el fatal desenlace. Kennedy había fallecido, a pesar de los desesperados esfuerzos de la ciencia médica por salvarle la vida. En el automóvil presidencial lo acompañaban su esposa Jackeline, que salió ilesa, no así el gobernador de Texas que las balas impactaron en su brazo izquierdo. Antes de las seis de la tarde asumía la presidencia, el vicepresidente Lyndon Johnson. La infausta noticia había conmocionado al mundo entero.


Han corrido seis años después del capítulo anterior, cuando el jefe de gobierno coronel Enrique Peralta Azurdia, entregó el poder al licenciado Julio César Méndez Montenegro, vencedor en los comicios para ocupar la presidencia, y al licenciado Clemente Marroquín Rojas como segundo de a bordo. Pero antes de internarnos en los vericuetos de la política, es preciso traer a colación un período muy interesante que viví en aquellos días, a raíz de retirarme del seguro social por el cambio de gobierno, cuando me quedé vacante, y entonces recordé las sabias palabras del "seco" Soler, de que "el chance" en el gobierno dependía de los vaivenes de la política. Un cierto día cayó en mis manos un ejemplar del reglamento y la ley de petróleos y sus derivados, y reparé que para operar una gasolinera o gasolinería, se requería una distancia lineal de 800 metros en la capital, y de 20 kilómetros en las carreteras. Pues regresando un domingo del puerto, me di cuenta de que en las goteras de Escuintla, había una finca que estaba ubicada precisamente en el punto requerido. Sin pensarlo dos veces, entré, el dueño no estaba pero un guardián me dio la dirección de su casa en la capital. Lo busqué al día siguiente, le entusiasmó el proyecto, consistente en seguir trámites para obtener la licencia, y luego vender el predio y la licencia a la compañía que mejor pagara. Por supuesto que saltar los obstáculos del complicado camino, hasta obtener la autorización, era cosa seria, pero bien valía la pena intentarlo. Y así lo hicimos con don Max Santa Cruz, que así se llamaba el propietario de la finca. Formamos una sociedad de hecho, y en poco tiempo nos hicimos muy buenos amigos. Se trataba de un apreciable finquero, casi abogado, hombre de carácter afable, cordial, sincero y generoso,

de honorable familia, en una palabra un excelente caballero. El expediente se iniciaba en la gobernación, pasaba al ministerio de la defensa que lo enviaba a ingenieros del ejército, a obras públicas, luego a la municipalidad, y de allí de nuevo a la defensa donde la sección jurídica resolvía. Si la resolución salía negativa, interponíamos un recurso de reposición, y si la defensa confirmaba su resolución, entonces íbamos al ministerio público, que por lo general revocaba la opinión de los militares. Una vez, el ministerio público confirmó una resolución negativa de la defensa, y tuvimos que acudir a lo contencioso administrativo. En otra ocasión, llegamos hasta una casación. Pero ganamos la partida. Con el primer expediente el fallo fue favorable, después de cinco meses y cinco días de una lucha sin cuartel, ante la defensa, pero cuando fuimos notificados, tanto don Max como yo, nos hacíamos la ilusión de que nos había caído encima el mero gordo de la lotería. Hicimos el negocio con la compañía que mejor precio nos ofreció, que significaba un desembolso por parte de ella, no recuerdo bien, pero creo que andaba por unos 50 o 60 mil quetzales. Los pingues beneficios los repartíamos entre los dos, en partes iguales. Antes de iniciar las gestiones, como primera providencia, hacíamos contratos de compra venta con el dueño del predio. Enseguida otro contrato con la compañía interesada, que nos daba un adelanto monetario llamado "arras". Hubo mas negocios. Los billetes pasaban sabrosamente por nuestras manos, pero por mi carácter desaprensivo por los bienes materiales, nuevamente se me metió el gusanillo de la política, y di la espalda al jugoso entretenimiento de vender predios con licencia, para operar una estación distribuidora de gasolina y sus derivados. Para emprender el proyecto que me venía inquietando desde hacía tiempo, abrí un ejemplar de la constitución y comprobé que Peralta no tenía impedimento para

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Desempolvando documentos. Como se forjó una candidatura. El hombre propone, Dios dispone.


ser presidente, porque la prohibición comprendía el período interrumpido por el golpe, y el siguiente, y los dos ya habían pasado a la historia. Redacté un estudio y me dije "moro al agua", la suerte estaba echada. Busqué a mi hermano en su bufete de la 16 calle, habló telefónicamente con el amigo abogado Carlos Rafael López, muy amigo de Peralta. Al día siguiente habíamos constituido "el petit comité de los cinco", que se integró con don Carlos Rafael, Carlos Salazar Gatica (primo nuestro), Carlos Rafael López Torrebiarte, (hijo de don Carlos Rafael), Jorge y yo. Enseguida vendrían dos eminentes asesores, muy recordados y queridos por mí, los ilustres abogados don Guillermo Dávila Córdova y don César Izaguirre. Como era de esperarse, y sin que yo lo pretendiera, la pacaya más pesada me cayó encima, se me designó inmerecidamente para dirigir el movimiento político, que no dejó de preocuparme, porque la cosa venía en grande. Y comenzó mi peregrinaje proselitista. Algunas puertas se cerraban, otras se entreabrían tímidamente, pero la mayoría se abrieron de par en par. La propuesta despertó simpatías, entusiasmo y respaldo, comenzaba exitosamente. Las juntas del "petit" se hicieron frecuentes, y fue cuando tuve el primer contacto con el ex jefe de gobierno, al aprobarse un enfoque de la actualidad política de esos días que presenté en una sesión, y que se le remitió a Miami donde residía, con un mensajero de confianza. El informe consistía en un sondeo de posibilidades, del pro y contra del proyecto y de las perspectivas de lanzar su candidatura, pero había que salvar un gran obstáculo, formar un partido, y eso era obra de titanes, de romanos, porque se requerían 50 mil afiliados. Para reunir esa monstruosidad de firmas, el plazo era de seis meses, pero no había otra alternativa. Entonces había que proceder, y procedí. Pero antes de continuar con este relato, quiero referirme a lo siguiente: yo lamenté bastante el fracaso del

general Ydígoras como presidente de la república. Pero él tuvo la culpa de lo ocurrido, por su terquedad, por desoír a sus asesores sensatos y desatender las críticas de la prensa independiente, que recogían el sentir de la opinión pública. Lo aprecié y respeté mucho personalmente, lo mismo que a su esposa doña María Teresa, que fue aventajada alumna de mi padre en el instituto de señoritas "Belén". En mi concepto fue uno de los militares de aquella época, egresado de la Academia Militar (que sustituyó a la Politécnica después del atentado de los cadetes contra Estrada Cabrera), que sobresalía entre los militares, por su capacidad intelectual, su hombría de bien, y sobretodo por su ilustración y cultura. Además tenía una conversación muy amena, salpicada de ingeniosas anécdotas de fino humorismo. Como ya esta escrito, me impresionó agradablemente cuando le hice la entrevista para el semanario "Proa" de Quetzaltenango, que influyó decisivamente en mi para respaldar su candidatura, y luchar hombro a hombro con los sectores mayoritarios de la población, que lo seguían hasta llevarlo al poder. Fue la primera vez que me metí en política, y no me arrepiento, como tampoco me arrepiento de haber participado en dos oportunidades más, sin obtener el triunfo anhelado, en la búsqueda de un buen gobierno honesto y capaz para el progreso y bienestar de Guatemala. Mi vida política en lo personal, no me dejó ni frustraciones ni desengaños, ni derrotas ni sinsabores, al contrario me dejó maravillosas y fascinantes experiencias y muy provechosas enseñanzas, porque conocí muy de cerca al ser humano, con sus virtudes, sus defectos y sus flaquezas, que todos tenemos, cabalmente por ser seres humanos, y lo que fue para mí muy importante, es que conquisté magníficas e interesantes amistades, de quienes aprendí mucho por su nobleza y sabiduría, cuyo recuerdo perdura en mi memoria, al través del tiempo y la distancia. Y repito que en lo personal, mi participación en la política

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no me dejó resentimientos, ni traumas, ni frustraciones, ni desengaños, lo tomé con calma y con profunda filosofía, pensando que no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios, y que el destino de una nación está escrito. Pero como guatemalteco si se resintieron mis sentimientos. Me sentí golpeado políticamente, porque al final de cuentas mi modesta lucha idealista por amor a Guatemala, no cuajó, no alcanzó los ideales y los sueños que me había forjado, quizás por los gobernantes que asumen con el beneplácito popular, pero que no cumplen sus promesas electorales cuando tienen la sartén por el mango. O bien, por el tradicional sistema que no ha permitido que el país avance, sino al contrario, que se estanque o retroceda como lo vemos a la luz de la realidad, y de consiguiente todos los gobiernos de turno desde 1821, - salvo alguna honrosa excepción -, son los únicos responsables del atraso de nuestro hermoso país, que lo tiene todo para progresar, pero los del sistema no lo quieren así. Me siento sin embargo optimista, al pensar que no hay mal que dure cien años, y el enfermo no puede pasar toda su vida enfermo, o se cura o se muere, y aquí el status tendrá que dar un viraje pacífico o violento, pero tendrá que darlo, tarde o temprano, porque no hay derecho de que en cada gobierno los ricos se hagan cada vez mas ricos, y los pobres en cada gobierno que pasa, queden mas pobres y desamparados. Esta injusticia no solo ocurre en nuestro país, es un mal endémico en la América Latina, donde los gobernantes se bañan en dinero, en detrimento de los intereses nacionales, entregando el poder a su sucesor, en peores condiciones que como lo recibieron. Es duro confesarlo pero creo que la palabra democracia habla todos los idiomas, o la mayoría, menos el español, y quizás en el hemisferio occidental se salvan hasta cierto límite, los dos países conocidos como las "suizas" de América: Uruguay y Costa Rica.

Yo entiendo que la política concebida en su estricto sentido como el arte de gobernar, o como una actividad de quienes aspiran a regir los asuntos públicos, resulta ser una ciencia muy hermosa cuando persigue ideales patrióticos, y no fines personales, en que se ponen en juego la inteligencia y los sentimientos nacionalistas de las personas que se interesan y preocupan por los negocios de estado. Pero examinando el reverso de la medalla, que es lo que ha ocurrido y ocurre en nuestro medio, la política se convierte en el máximo arte de la ambición, la astucia, la hipocresía y la traición, que busca afanosamente satisfacciones personales o de grupos y camarillas, y el enriquecimiento ilícito de sus corifeos, sin importar un pepino el daño causado al país, y en este caso creo que la definición más correcta sería entonces, que la política es el arte supremo del golpe bajo y la zancadilla, por la eliminación, incluso física, de todo aquel que sustente un pensamiento patriótico y democrático, porque hace sombra y hay que quitarlo de enfrente porque es un estorbo. En las dos primeras campañas en que participé, el financiamiento corría por cuenta del partido, de sus fondos privativos que procedían de los contribuyentes simpatizantes del movimiento, sin contraer compromisos con personas individuales o jurídicas, de suerte que podían seleccionarse libremente, no con el dedo índice, a ciudadanos honorables y capaces para los cargos de elección popular, sin que importara su condición económica o social, no como ocurre en la actualidad, que esos puestos están reservados a quienes pueden comprarlos, sin tomar en cuenta sus antecedentes y su preparación académica o profesional. Con esta comercialización de la política, el partido se convierte "en monstruo mercantilista, en subasta pública". Corrían los meses finales de 1973, cuando inicié las gestiones para formar un partido político, caudillista, pero programático, de ideales patrióticos, que le puse por

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nombre "Unidad Nacional", con el emblema de una antorcha. Se comenzó reuniendo todos los papeles que se exigían, como la plataforma ideológica, los estatutos y el acta de constitución del comité, con los nombres de las personas que integraban la directiva provisional, encabezada por mi y cuatro vocales. Di el primer paso presentándome al registro electoral, sin que faltara ni un solo papel, a la espera de que se autorizara el funcionamiento del comité, para reunir las firmas de los adherentes. Por otro lado, había llegado el momento de destapar al gallo tapado, y hacer público el proyecto, y a página entera de los principales periódicos, se dio a conocer un manifiesto que causó revuelo en todo el país, dando su aprobación a la candidatura de Peralta. Ante la exigencia de las circunstancias, hice viaje a Miami, en los primeros días de junio, acompañado de mi recordado amigo el doctor Roberto Calderón para invitar al candidato para que personalmente dirigiera el movimiento. En el aeropuerto compré varios ejemplares de Prensa Libre, que destacaba en primera página una entrevista conmigo, donde confirmaba que el coronel Peralta aceptaba la postulación propuesta por el comité, pero bajo dos condiciones, la unificación mayoritaria de los sectores, y el instrumento indispensable para su participación, o sea el partido político. En cuanto a la primera condición ya se había dado, cuando diariamente se sumaban nuevas fuerzas en respaldo suyo, y la segunda se estaba trabajando para conseguir la inscripción de la agrupación política. En el manifiesto donde se hablaba de las realizaciones positivas del gobierno civilista de los militares, se excitaban los sentimientos patrióticos del ex jefe de gobierno, para que aceptara su postulación presidencial, y mi visita a él, se concretaba precisamente a ultimar los preparativos para su venida a Guatemala. A medio día llegamos al aeropuerto de Miami, donde nos esperaba el coronel tripulando su Mercedes

azul. Pasamos dejando nuestro equipaje al Hotel Ponce de León, y después seguimos camino a la casa del ex jefe de gobierno. Cinco días estuvimos en la linda ciudad de Miami, siendo atendidos espléndidamente por el coronel Peralta y su esposa doña Carmita Carrasco. Oportunamente el 11 de junio, estaba de manteles largos, y festejamos alegremente su 65 cumple años en su modesta casa del barrio de Shenanduaj, una colonia de maestros. Conocí a varias personas allegadas a ellos, entre otras al doctor Gabriel Aguilera, sobrino suyo, que regresaba de Alemania; a su cuñado el pintor cubano Teo Carrasco, y a Enrique Palomo, entenado del inseparable amigo del coronel, don Pancho Fajardo. La víspera del regreso, en el dormitorio del hotel, Roberto me dio una impresionante noticia, cuando me contó que el cáncer de la garganta que venía padeciendo Jorge mi hermano, se le había extendido por todo el organismo, que es lo que se conoce con el nombre de "metástasis", y los días para el desenlace los tenía contados. A mi modo de ver la fatal noticia me parecía inverosímil, porque si bien es cierto la enfermedad se le había detectado hacía dos años, no había tenido ninguna molestia, y tanto él como yo, nos habíamos olvidado del asunto. Pero Roberto me dijo que muy pronto los intensos dolores se le presentarían. La agenda con el coronel quedó cerrada. Quedó convenido que antes de finalizar el mes de junio estaría en Guatemala, y se hospedaría en la casa de mi padre en la Calzada de San Juan. Yo vivía con mi esposa Ana María, al frente de la vieja casita campestre, o sea pared de por medio y puerta de acceso con la casa grande. A mi regreso, todo fue preparado satisfactoriamente en espera de la llegada del coronel. Mi papá se trasladó a la casa de mi hermana Maty, que quedaba a corta distancia. El dormitorio de él se destinó para el coronel, y otro que se encontraba enfrente, para los jefes de servicio. A los 18 o

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20 miembros del cuerpo de seguridad, se les alojó en el apartamento de la servidumbre. Se construyeron dos casetas para los vigilantes, una sobre la calzada y la otra en el extremo sur de la propiedad. Acordamos que ninguna publicidad se haría antes de la llegada, y en el aeropuerto lo recibirían únicamente sus familiares, encabezados por su hermano don Arturo. Yo le daría la bienvenida en el interior de la casa, al descender del automóvil. La noticia de su llegada corrió por toda la ciudad. En la noche los amplios locales interiores y exteriores de la casa, fueron insuficientes ante la multitud de personas de todos los estratos sociales, que deseaban saludarlo. Su despacho se instaló en el segundo piso, en la biblioteca de mi papá, precisamente en donde vivo actualmente, y que ya conoce el lector, por la narración que aparece al principio de estas memorias. Pues aquí en este lugar, en la noche del arribo del candidato, se inundó de periodistas, se improvisó una conferencia de prensa, y se dieron informaciones a varios medios de comunicación, entre ellos Tele Prensa, de canal 3, dirigido por Edgar Gudiel, que comenzaba en esos días sus actividades. Al día siguiente desde tempranas horas de la mañana, los patios y los jardines de la casa, fueron invadidos por una multitud de vendedores de todos los mercados de la capital, que cantaban las mañanitas, quemaban cohetes, aplaudían y vitoreaban al coronel Peralta, entonando alegres canciones compuestas en su honor, a los compases de guitarras y marimbas que llevaron. Pero la alegría y la eufórica recepción que el pueblo tributó al ex jefe de gobierno, se traducía en intranquilidad y preocupación en las altas esferas oficiales del gobierno de Arana, que estaban con la camisa levantada, porque las intenciones de imponer la candidatura oficial del general Laugerud, estaban peligrando. Como era de esperarse, a los pocos días comenzó por par-

te del gobierno una insidiosa campaña publicitaria, tendiente a desorientar a la opinión pública, con falsedades y mentiras, para destrozar su candidatura presidencial. Los partidos oficiales estaban preparándose para jugarse el todo por el todo, e impedir a toda costa la participación electoral del exjefe de gobierno. Fue en esos días cuando apareció otro comité apoyando la candidatura del coronel. Tenía el ruidoso nombre de Partido de Acción y Reconstrucción Nacional (PARN), y lo dirigía el médico homeópata y maestro Roberto Secord Motta, hombre corpulento y elegante, de muchos amigos y simpatizantes, por su carácter bonachón, generoso, dinámico, conversador ameno, estudiante de leyes, que tenía un colegio en la zona 12, denominado "Instituto Latino Americano", pero que en poco tiempo vino a menos, por las inquietudes políticas de su director. Granjeamos una estrecha y sincera amistad, que culminó hasta su repentino fallecimiento a principios de 1985, once meses después de la muerte de su querida esposa doña Sarita Contretas, a quien no pudo sobrevivir. El doctor Secord visitaba la "residencia del coronel" (así vamos a denominar a la casa de mi papá), hasta dos o tres veces diariamente, para contarnos sobre el curso de sus gestiones para la inscripción de su agrupación como partido. Una verdadera caravana de vehículos seguía su automóvil, con una legión de guardaespaldas. Tenía autorización de usar el parqueo principal sobre la calzada, donde aparcaban los automóviles del candidato, y los vehículos de la campaña. El otro estacionamiento para los vehículos de los dirigentes políticos, colaboradores y amigos, se encontraba en un predio espacioso de la misma propiedad, sobre la 23 avenida, precisamente enfrente de donde yo vivía. Los feroces ataques de los partidos oficiales contra el coronel no se hicieron esperar, ya sabíamos que saltarían con lo del impedimento, pero nuestras aclaraciones

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además de tono enérgico, fueron contundentes y sobre sólidas bases jurídicas, en el sentido de que Peralta no tenía impedimento para optar a la presidencia, con lo que se logró desbaratar la mal intencionada tesis de los impugnadores. No obstante, tenían en sus manos otras cartas que pusieron en juego. Obstaculizar la inscripción de los comités peraltistas, y amenazar con represalias a los otros partidos, para que no acogieran la candidatura del coronel. En horas de la tarde del sábado 1º de septiembre de aquel agitado año político, cuando me encontraba con mi papá en la casita campestre, cambiando impresiones sobre el acontecer político, me llamó de pronto el coronel, para indicarme que había cambiado de opinión, y que el doctor Secord y yo, lo acompañaríamos al baile del centenario de la Politécnica. A medio día nos habíamos reunido para festejar ese acontecimiento, y felicitar al cadete 205, que fue el número de antigüedad que le correspondió al coronel Peralta. En la reunión se dispuso que solo algunos militares jefes del servicio, lo acompañarían con uniforme de gala. Así se lo manifesté yo, pero él me respondió que había cambiado de parecer. Que le avisara al doctor Secord, para que se presentara a las ocho en traje de etiqueta. En ese momento eran las seis y media. Y tanto Secord como yo, pasamos verdaderos apuros para conseguir el smoking. Porque el que usé en aquellos dorados tiempos de Radio Morse, que tanto dolor de cabeza le había dado a Francis, ya había pasado a mejor vida. Volé a la casa de mi hermano Jorge, y regresé corriendo a mi casa con su smoking bajo el brazo. Me vienen a la memoria los recuerdos de aquella inolvidable noche. Cuando muchos, muchísimos oficiales y civiles con sus esposas, se acercaban al coronel para saludarlo y abrazarlo, y llenarlo con palabras y frases de respeto y cariño. Por supuesto que estas manifestaciones,

despertaron celos al presidente Arana, que ocupaba una mesa cercana con los presidentes de Honduras y El Salvador, invitados al centenario de la Escuela. Un oficial se acercó a la mesa, para invitarlo de parte del ministro de la defensa general Rubio, para compartir con él. La invitación como era de suponerse la rechazó, y por mas que yo insistí, para que la aceptara, no accedió, pero si aceptó la que le hizo su sobrino Ricardo, que se encontraba en una mesa diametralmente opuesta a la nuestra, y para allá salimos los tres. Es decir, el coronel escoltado por los dos secretarios de los comités políticos, Secord y yo. Después de compartir un largo rato, nos despedimos de Ricardo, y volvimos a nuestra mesa, pero en el trayecto, los saludos y los abrazos de los militares, y los besos de las damas, no cesaban ni un momento. De las mesas se levantaban para hacerle encuentro, y los secretarios también recibíamos buena parte de aquella cosecha eufórica, particularmente de las damas, donde reconocí y abracé a viejas amigas casadas con militares. Cuando las vi, sentí deseos de bailar con alguna de ellas, pero no era posible por un incidente que ocurrió antes de salir de la residencia del coronel. Resulta que a medio día, platicando con una de las secretarias del personal de tabulación, que se llamaba Claudia Ramírez, me dijo que si podía acompañarme al baile de la Politécnica. Yo le respondí que al coronel lo acompañarían únicamente los militares, y no los dirigentes civiles, porque así lo había dispuesto él. Pero a eso de las siete y media, llegó Claudia en mi búsqueda, para reiterarme su deseo de acompañarme, lo cual acepté gustosamente por el cambio que se había suscitado. Lucía sumamente atractiva, con un precioso vestido negro de baile, largo y ceñido, que resaltaba su personalidad morena, y la esbeltez de su cuerpo. Pero la conversación fue interrumpida, porque me llamaba el coronel, para decirme

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que Ana María mi esposa, le acababa de comunicar que no podía acompañarme, porque aun se sentía un poco resentida de una reciente operación. "Y por lo tanto" agregó el coronel- "ninguna persona debe formar pareja con usted". Estas ultimas palabras las remarcó en tono firme, característica muy singular de su carácter imperativo. Busqué a Claudia para explicarle la situación, pero sin pronunciar ni media palabra, dio media vuelta, abordó su carro y salió. Me quede solitario, meditando que en "la residencia del coronel", hasta las puertas, ventanas y paredes, eran infidentes, y que también tenían oídos. En la fiesta la vi de lejos, estaba bailando alegremente con su novio, y yo me alegré también. En esos días surgieron otros comités con distinta bandera política que la nuestra, pero eso no fue impedimento para que nos reuniéramos, y enarboláramos una bandera en defensa de los intereses comunes de nuestras agrupaciones. Se impulsó una campaña conjunta en aras de obtener la inscripción de los comités como partidos políticos, al cumplirse con los requisitos legales previstos en la Constitución. Además de una sistemática denuncia, de las acciones arbitrarias del oficialismo, para impedir el objetivo que perseguíamos. Estos comités fueron los denominados, Frente Democrático Guatemalteco (FDG), de Marina Marroquín Milla, y Frente Unido de la Revolución Democrática (FURD) de Leonel Ponciano León. Un cierto día el registro electoral, que estaba incondicionalmente a las órdenes de los secretarios de los partidos oficiales, MLN, PR y PID, de un plumazo canceló a tres de los comités, salvándose de puro milagro de la guillotina gobiernista el F.U.N. que fue el único que quedó con vida, y cuya inscripción se produjo años después a finales de 1978.

Cuando el coronel se incorporó al Movimiento, el proceso para la inscripción del comité como partido, estaba en plena marcha e iba avanzando, aunque lentamente. Urgía entonces, la presencia de él, para incrementar las adhesiones, ya que estábamos contra reloj, porque el plazo fatal para presentar las 50 mil firmas, vencía el 20 de septiembre, faltaban dos meses, y a estas alturas si mucho llevábamos 20 mil afiliados. Por todos los lugares de la casa interiores y exteriores, habitaciones grandes y pequeñas, patios y jardines, se llenaron de mesas y escritorios con los libros de inscripciones. Hombres y mujeres trabajaban afanosamente en la recolección de firmas, al mismo tiempo que las secretarias y mecanógrafas frente a las máquinas de escribir, levantaban las actas que dictaban los notarios amigos de la Causa que voluntariamente colaboraban. Los activistas del comité no perdían el tiempo. Se movían por todo el país recogiendo firmas en los libros de inscripción, que entregaban llenos de adherentes a las encargadas de recibir esos documentos. No quiero hablar de los momentos de tensión, de incertidumbre, de persecución y amenazas, y hasta desapariciones de activistas, que acontecieron en esos sesenta días, porque sería la de nunca acabar. Pero el grupo de abogados, unos 12 a 15 profesionales, y todo el personal de tabulación, trabajaron sin tregua ni descanso, como si se tratara de una carrera de maratón hasta llegar a la meta final, como así fue, antes de las 24 horas del vencimiento del plazo fatal. En ese sentido debo reconocer el empeño y la serenidad del abogado Toledo Peñate, (conocido como "el muñeco"), comandante en jefe de aquel enmarañado batallar, que cumplió su palabra que me había empeñado, de sacar adelante aquella misión, que aún para los optimistas era imposible de alcanzar. El 19 de septiembre a medio día se celebró entre bombas y cohetillos y gran algarabía, la firma del afiliado

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número 50 mil, cuyo nombre lamentablemente no recuerdo. Al día siguiente, 20 de septiembre, a las diez de la mañana, en medio de una montaña de paquetes que contenían la documentación, salí rumbo al registro en un jeep conducido por la valiente activista Ana María Rodríguez de Wolke, escoltado a uno y otro lado por los vehículos del servicio de seguridad, ante el temor de una emboscada del oficialismo, de interceptar el paso de la documentación, e impedir que llegara a su destino. En las bocacalles se apostaron elementos de la seguridad, para hacer frente a cualquier emergencia, y cuando atravesé el umbral de la puerta del registro, di gracias a Dios, la misión que parecía imposible se hizo posible. Al ver al secretario don Santiago Pimentel, que se encontraba en su oficina, di nuevamente gracias a Dios, y le entregué, o más bien le tiré encima aquella carga tan pesada. A los pocos días, se cerraba la inscripción de los candidatos que participarían, en las elecciones del mes de marzo del año siguiente. Fue en una mañana lluviosa de finales de septiembre, cuando me visitó el abogado Rodolfo González Roche, dirigente de la Democracia Cristiana en Mazatenango, donde ejercía su profesión de abogado, pero entusiasta colaborador de la candidatura del coronel Peralta. Me comunicó que al día siguiente se realizaría la convención de su partido, para proclamar al candidato presidencial. Me informó asimismo, que tres candidatos figuraban en la nómina, siendo ellos, el coronel Peralta, el general Efraín Ríos Montt y el licenciado Vicente Díaz Samayoa, pero que el mas fuerte contendiente, por el apoyo de las bases partidarias, era el coronel. Quedó de darme la buena nueva, al finalizar la asamblea en la tarde del día siguiente. La prensa dio los nombres de la terna, pero durante el desarrollo del evento, en avances noticiosos, se dio la información de que Peralta había sido electo. Jorge Mario

Castillo director del "Independiente" se comunicó conmigo varias veces, asegurándome que el coronel era virtualmente el ganador, pero que antes de salir la emisión de las siete, se comunicaría de nuevo conmigo. No se me olvida que a medio día en la residencia del coronel, no cabían los visitantes, incluso muchos que se habían ausentado estaban presentes, creo yo que con la intención de ser los primeros en darle el abrazo. A la hora del almuerzo al entrar al comedor, le dije al coronel que mi abrazo lo reservaba para mas tarde, por que recordando las picardías de los políticos, me vino a la mente la brillante figura de Santo Tomás. Me dio mala espina que el licenciado González no se asomara. Antes de las siete, como habíamos convenido, Jorge Mario me llamó, y me dijo escuetamente que el final había sido negativo para nosotros. Se había proclamado a Ríos Montt. Entré al dormitorio del coronel, que se encontraba con su intimo amigo el coronel Carlos Vielman. Les informé que se había perdido la batalla. Y entre simpáticas risas, Vielman de muy buen humor, dijo que era cierto lo que yo decía, que se había perdido una batalla, pero no la guerra, y que faltaba mucho por ver. ¿Que fue lo que ocurrió en la DC? ¿Porqué se retiró la candidatura de Peralta? Acompáñeme querido lector, y lo sabrá. Con el consenso de las bases del partido, estaba a punto de proclamarse al coronel Peralta Azurdia, como candidato presidencial de la DC para el período 1974 1978, pero una intempestiva llamada telefónica del presidente del Congreso, Mario Sandoval Alarcón, paralizó el evento. Necesitaba hablar personalmente, y con toda urgencia, con el secretario de la DC, licenciado René de León Schloter, quien como si se tratara de un empleado subalterno del gobierno, acudió sumiso y presuroso al despacho presidencial, donde se realizaría la junta.

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En presencia de Arana, Sandoval le dijo a René de León, que retirara a Peralta de la nómina de candidatos, porque esa candidatura traería graves consecuencias, al poner en peligro la estabilidad política del país. Le preguntó que otros candidatos tenían, y De León le dio los nombres. "Rios Montt nos parece bien", le respondió Alarcón. "De manera que proceda al cambio". La ambición, la cobardía, el servilismo, y la traición, habían cambiado el destino de Guatemala, tan solo en pocos minutos. Porque si el sentir de las bases del partido, que era el sentir de todo un pueblo, se hubiera respetado, el coronel habría participado como candidato, y su triunfo electoral hubiera sido indiscutible, arrollador, aplastante, porque como decía la gente del pueblo, hasta las piedras eran peraltistas. Jugando con la imaginación, pienso por algunos momentos, que si no hubiera ocurrido lo que ocurrió, la historia no registraría en sus páginas oscuras, a los gobiernos espurios de los generales, los crímenes políticos que descabezaron la intelectualidad del país, los secuestrados y desaparecidos, las masacres, las viudas y los huérfanos, los lutos y las lágrimas, y talvez todavía vivieran Meme Colon, Fito Mijangos, Fuentes Mohr, Irma Flaquer, y cientos de mártires más, y tampoco se hubiera producido el necesario cuartelazo del 23 de marzo. ¿Y que se consiguió por la falta de pantalones de un guatemalteco?. La respuesta es ociosa: el resentimiento y la frustración del pueblo, y el atraso de Guatemala. Pero yo insisto en que el destino de una nación esta escrito, para bien o para mal. Al día siguiente del "show" del secretario de la D.C., el coronel Peralta Azurdia, dio a conocer en un comunicado de prensa, entre otras cosas, este señalamiento: " En cuanto a la resolución tomada ayer (12 de septiembre de 1973), por un grupo de directivos del partido Democracia Cristiana, debo advertir que ni me

preocupa ni me extraña, cuando tengo pleno conocimiento de sus actuaciones y de sus propósitos". El comunicado continuaba diciendo "esa decisión, que nunca abrigué que me fuera favorable, no hará variar en nada ni mi lucha ni mis objetivos de unificar a la oposición, para que el pueblo pueda escoger libremente su destino, sin las presiones tradicionales y sin las determinaciones unilaterales de algún dirigente político". A los pocos días la DC hizo alianza con otros grupos de izquierda, formando el llamado Frente Nacional de Oposición. El coronel había quedado afuera de la contienda del 74, y comenzó entonces la lucha y los coqueteos de los partidos para atraer a su redil el caudal de las corrientes peraltistas. Tanto al coronel como a mí, nos buscaban personeros del "Frente", del PR que postulaba a Neto Paiz, y también del oficialismo. Pero nuestra postura fue terminante, teníamos que mantener nuestras filas cohesionadas, por una parte, y por la otra, la verticalidad del movimiento, sin apoyar a ningún candidato. Los halagos, los ofrecimientos y las tentadoras ofertas, no se hicieron esperar. Del partido Revolucionario me hablaron algunos líderes, llegando a ofrecerme la vice presidencia, en cambio del respaldo de las fuerzas peraltistas para Neto Paiz. Soy sincero. Neto me visitaba casi diariamente o se comunicaba conmigo por teléfono, pero jamás me habló del asunto. Si me ofreció una recompensa, si la balanza se inclinaba en su favor. Por el lado del frente de oposición, se me propuso la segunda casilla de la planilla de diputados por el distrito central, que estaba vacante por declinación de Villagrán Kramer. Noticia que publicaron algunos medios, entre ellos el semanario Alerta. Del oficialismo, el general Laugerud, me invitó a una entrevista por intermedio de su amigo, y también amigo del coronel y mío, Julio Maza Castellanos. El diario La Hora en su edición del martes 29 de enero de 1974, destacó a cinco columnas en la portada,

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esta noticia: "Se da por seguro apoyo de Peralta hacia Ríos Montt", y como sub título "Fuerzas peraltistas son proclives al candidato del frente nacional de oposición, dijo Salazar Valdés." Sin embargo, oficialmente no concretamos nada al respecto. El movimiento llegó hasta el final, sin respaldar a ningún candidato. Las fascinantes y tentadoras ofertas que recibí en aquellos días, consistentes en sumas de dinero, o para ocupar cargos públicos, en cambio de que yo inclinara la balanza en favor de cualquiera de las tres opciones, se debía naturalmente a la posición que yo ocupaba en el movimiento Peraltista. Pero tanto el coronel, como mi padre se opusieron a toda negociación política de parte mía. Además mi lucha no perseguía intereses personales, sino prestar mi modesta contribución, para darle a Guatemala un buen gobierno, de honestidad y progreso, como lo había sido el régimen militar. Yo tenía la certeza de que Peralta, era el hombre indicado. Al quedar afuera del evento electoral, por las maniobras sucias y trinquetes del oficialismo, el coronel Peralta convocó a una conferencia de prensa, donde fijó su postura política, y la de sus partidarios, y el camino a seguir. Después de expresar su molestia y tristeza por no haberlo dejado participar, dijo "que no era su propósito inducir a sus seguidores a votar o no votar, ni indicarles el candidato por el que debían hacerlo, por lo que dejaba la resolución de ese problema, a la voluntad de ellos, para que procedieran como lo estimaran conveniente en aras de los intereses nacionales, y de acuerdo con su propio criterio". Mas adelante Peralta puntualizó en su mensaje: "Lo único que les recomiendo es que continuemos formando los partidos hasta lograr su inscripción, pues como instituciones de derecho público, podrán terciar en los negocios del estado y lograr que no vuelva a repetirse el escarnio de la prohibición de elecciones libres,

patrocinada por la ambición de políticos ajenos al civismo, y el insolente desprecio a los sanos principios de la más pura democracia, sobre los que sustenta la constitución". Finalmente el ex jefe de gobierno instó al pueblo, para que ni directa ni indirectamente, se contribuyera a apoyar a la coalición de partido oficiales, "y a los que por su trayectoria lo eran, que sería lo mismo que aceptar la imposición del gobierno, que tanto daño nos ha hecho y ha hecho al país".

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Una elegante cena, con elegantes invitados, y un almuerzo campestre con sabor a campo. El fallecimiento de Coco. Con un ramo de flores, despedimos al coronel Nos dimos un fuerte abrazo con doña Elisa Molina, que fue la primera en llegar a la cena. Me entregó un sobre cerrado que abrí en su presencia, con una notita que decía "modesta contribución para los gastos iniciales". Busqué al coronel Vielman que tenía a su cargo la tesorería, y le hice entrega del aporte, sin enterarme del monto, pero imagino que eran bastantes billetes, a juzgar por lo gordito del sobre. En lo que dos camareros servían los obligados jaiboles previos a la cena, fueron apareciendo los demás invitados. Muy elegante lucía la residencia aquella calurosa noche, de comienzos de agosto. Las luces de colores de los reflectores, brillaban y bañaban con nitidez los jardines, cargados de rosas que, con su variedad de matices formaban una sugestiva policromía. Sobre el verde de la grama, resaltaba una pareja de hermosos gansos de plumaje blanco, que llamaban la atención con su imponente presencia, y que ponían una nota muy singular, cuando se daban a la simpática tarea de perseguir


a los muchachos de la seguridad, que huían velozmente de las agresivas aves palmípedas. Pasadas las nueve de la noche dio principio la cena. El coronel estaba contento y sonriente, recibiendo a sus invitados con apretones de manos, o con abrazos. Las alegres risas y las bromas resonaban en el comedor, cuando ya estaban presentes los invitados. Se destacaba la brillante personalidad de doña Elisa Molina, única dama asistente al ágape, seguida del doctor Alfonso Ponce Archila, del licenciado Carlos Rafael López, los periodistas Ramón Blanco de El Imparcial, Oscar Marroquín Rojas de La Hora, y Augusto Mulet Descamps, del semanario Alerta. Integraban el grupo de invitados el empresario Julio Maza Castellanos, y los abogados Guillermo Dávila Córdova y Carlos Salazar Gatica. Presidía el coronel Peralta. A sus lados, estábamos sentados el coronel Vielman y yo. La charla fue muy movida, en que se tocaron tópicos candentes de la actualidad política, salpicada de bromas y chistes de buen humor. Se habló de la intensa cobertura de los medios de información, desde el instante mismo del arribo del coronel, pero el punto capital fue la campaña de ataques de los partidos oficiales, y el tema de las inhabilidades para ser presidente. En ese sentido y de manera unánime, las opiniones coincidieron en que el ex jefe de gobierno, no estaba afecto a las prohibiciones contempladas en los artículos 186 y 187 de la Constitución, que ya habían caducado al momento de impulsar su candidatura. Precisamente a las seis y media de la mañana, me entrevistaba una vez a la semana, con el licenciado Clemente Marroquín Rojas en la dirección del diario La Hora, que estaba publicando en esos días, una serie de estudios jurídicos sobre el tema, elaborados por competentes abogados, y que yo personalmente le entregaba en propias manos. Nunca olvido que en la

primera entrevista, me dijo que padecía de sordera, pero que no le gritara, sino que le hablara normalmente acercándome a él. Esa vez hizo recuerdos cuando mi señor padre fue su catedrático en la Escuela de Derecho. Me habló muy bien de él, y trajo a la memoria cuando fue oficial de la secretaría de gobernación, siendo mi padre el titular del despacho, durante el gobierno de don Carlos Herrera.

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El autor, siendo Secretario General de su partido, entregando al Coronel Peralta la documentación de afiliados. Presencian el Doctor Secord y el Periodista Marco Tulio Trejo Paiz.

Durante los meses que permaneció el coronel, en "la casa del coronel", hubo muchos periodistas que continuamente nos visitaban. Recuerdo la presencia de Irma Flaquer, que trabajaba en el Diario La Nación, y la revista La Semana. Germán Duarte Castañeda de Prensa Libre, Oscar Marroquín Rojas, de La Hora, Rafael Escobar Arguello, del diario La Tarde, Benjamín Paniagua columnista, y los cazanoticias y noticieros de televisión,


Tele Prensa y Cuestión de Minutos, que cubrían la fuente política, que diariamente visitaban la sede social del comité, o la residencia de la zona 7. En esos días el coronel Peralta dio una conferencia de prensa a los corresponsales de las agencias noticiosas internacionales en la casa del coronel Vielman. No recuerdo los nombres de todos los periodistas asistentes, pero entre otros vienen a mi memoria los nombres de Mario David García, de FRANCE PRESS, Julio César Anzueto de DPA, Gonzalo Asturias, de ACAN EFE y Julio Mendizábal de UPI. A estas alturas "la residencia" se había convertido en una casa presidencial, por la impresionante multitud de personas de toda condición social, que desfilaban diariamente para saludar al candidato de la esperanza, como le llamaba mucha gente del pueblo. Lo folklórico consistía en que protegidos por las sombras de la noche, altos jefes del ejército, ministros y políticos del mero candelero, se asomaban silenciosamente en el parqueo de la 23 avenida, ansiosos de estrechar la mano del candidato y dejar constancia de su adhesión y respaldo. Como la fase política de sumar y multiplicar estaba vigente, se les franqueaba la entrada. Pero como está escrito en las reglas del juego de la política, después vendrían la resta y la división. Fue en esos días cuando llegó de El Salvador, un viejo y estimable amigo, Guayo Paniagua que tendría la misión de atender los asuntos personales del candidato, como su secretario privado, y coordinar los eventos sociales de la campaña. Le unía una estrecha amistad con Peralta, desde que había sido su secretario de la embajada de Cuba, cuando fue embajador. Años después Guayo subió de rango y estuvo de jefe de la misión diplomática en París, y posteriormente en varios países de la América del Sur. Las conferencias de prensa se realizaban con bastante frecuencia en el despacho del coronel, y las que

yo convocaba en la sede social del comité, que ocupaba una casa en la 11 avenida y 11 calle de la zona 1. Los días sábados se me entrevistaba en el programa "Estudio abierto", que se pasaba en el canal 7 a la una de la tarde, interesante programa televisivo que dirigía Mario Solórzano Foppa, con un equipo de dinámicos reporteros, redactores y entrevistadores, entre ellos recuerdo a Juan Iriarte y a don Héctor Gaitán, historiador y escritor de renombre, autor de varias publicaciones, entre ellas, "La calle donde tu vives", de corte folclórico y costumbrista. El tiempo siguió su curso. Recuerdo con mucha tristeza, cuando una noche a eso de las diez, en que me encontraba con Guayo en el comedor departiendo amistosamente, la campana del teléfono sonaba insistentemente, se trataba de una llamada urgente de larga distancia. El calendario marcaba el 22 de noviembre de 1973. Jorge mi hermano había fallecido en un hospital de la ciudad de Nueva Orleáns, irónicamente después de una exitosa operación. Fatalmente la mayor arteria y la más importante del organismo humano, llamada arteria aorta, no había resistido la intervención quirúrgica, y al romperse, su muerte se produjo en pocos segundos. En compañía de Guayo tomé camino para su casa en Tikal. Sus cuñadas Chiqui y Mimi ya estaban enteradas del doloroso desenlace. Sus dos pequeñas niñas y Jorgito, ya dormían, ausentes del penoso momento familiar que se estaba viviendo. Dos días después el cadáver llegó al aeropuerto, acompañado de su angustiada esposa Violetía. En la noche se le veló en funerales Reforma de la zona 9, ante una enorme concurrencia de familiares, funcionarios y ex funcionarios del gobierno, colegas, amigos y conocidos. Al día siguiente fue enterrado en el mausoleo de la familia en el Cementerio General. El comité en pleno encabezado por el coronel Peralta, se hizo presente en aquellos momentos de luto y de dolor.

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Una sentida misiva de condolencia recibí del coronel Peralta, dirigida a mí, a mi esposa Ana María y a mis hijos, que decía así: "Hago llegar a ustedes por este medio, las expresiones de mí mas profunda y sincera condolencia, por el sensible fallecimiento de mi distinguido y querido amigo, y gran colaborador del gobierno militar, el que tuve la honra de presidir, licenciado Jorge José Salazar Valdés, acaecido ayer en la ciudad de Nueva Orleáns. La sociedad y el foro guatemaltecos, y particularmente la familia Salazar Valdés, han perdido a uno de sus más connotados valores, ya que por sus múltiples y relevantes cualidades y don de gente, por su capacidad profesional, sencillez e íntegra caballerosidad, supo en todo momento conquistar los mayores aprecios y afectos sinceros en los distintos sectores sociales, profesionales y oficiales en los que le correspondió tener una destacada y merecida participación. Quiera Dios que vuestros espíritus, hoy conturbados justamente por tan grande dolor, puedan pronto lograr la mayor resignación posible, manteniendo siempre un legítimo orgullo por haber tenido tan excelente hermano y tío, respectivamente, como lo fue el licenciado Salazar Valdés." En esos días se casó mi hija Ana Lucrecia con Alejandro Mendoza, autorizando el Acta Matrimonial el notario Antonio Colón Argueta. La recepción tuvo lugar en el chalet de mi finos amigos Raúl Mendoza Bolaños y doña Magda de Mendoza, frente al parque de la Industria, pero no hubo música por el reciente fallecimiento de mi hermano Jorge. Corrían los primeros días del mes de enero de 1954, era una mañana brillante y despejada de sabrosa temperatura. Una caravana de automóviles enfilamos para la pintoresca población de Palencia, a corta distancia de la capital, donde se ofrecía un almuerzo al coronel Peralta, en la finca que fue del coronel Jesús del Cid, entrañable amigo suyo, que se desempeñó como Mayordomo de la

casa presidencial durante el gobierno militar. La bonita propiedad estaba en manos de sus hijos y sobrinos, entre ellos Beto y Ramiro, los dos jefes de seguridad del candidato. Eran muchos los convidados al almuerzo campestre de la finca de los Del Cid, pero en el pequeño comedor de la familia, observé a un reducido grupo entre familiares y amigos íntimos, y así me lo dijo Beto cuando me introdujo al comedor, que se trataba de un almuerzo de familia, y que el coronel me rogaba que al pronunciar algunas palabras prescindiera de todo aspecto político. Ocupé un asiento al lado de la esposa del coronel, doña Carmita Carrasco, y de una elegante dama que me presentaron, la señora Montano Novella de Cofiño, esposa del abogado Cofiño. Habían otros invitados, entre ellos, don Félix Montes, suegro de don Carlos Vielman, y doña Estela, esposa de don Carlos. Posiblemente habían dos o tres personas mas, pero no recuerdo sus nombres. Afuera del comedor de la familia, los largos y estrechos corredores, estaban cubiertos de macetas y jardineras con profusión de plantas y flores, y el patio de arbustos y grandes pinos y graviléas. Muchas parejas disfrutaban del almuerzo, o bien danzaban y charlaban en tanto una marimba de la localidad, ejecutaba modernos y antañones ritmos de música popular. Al momento del postre, evoqué el episodio lamentable del trágico accidente aéreo del callejón de dolores, donde perdió la vida el piloto aviador Rodríguez Díaz y sus acompañantes, y como único sobreviviente se salvó el joven Francisco Montano Novella, respetable padre de la señora de Cofiño, a quien acababa de conocer. Vestía riguroso luto por el reciente fallecimiento de su señor padre, precisamente de don Francisco, acaecido entonces, 45 años después del fatídico accidente del 28 de septiembre de 1929, en que se salvó milagrosamente de morir. Mi relato les conmovió. Les pareció interesante,

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quizás porque habían olvidado algunos detalles por el tiempo transcurrido, o bien desconocían algunos otros, o todo el episodio, particularmente la señora de Cofiño. Doña Carmita también vestía luto por la reciente muerte de su apreciable mamá. Días antes de las elecciones que se realizaron el domingo 3 de marzo, la atmósfera presagiaba tormentas, pero fuera de los dimes y diretes de los tres candidatos, todo pasó sin que pasase nada. No faltaron obviamente las acusaciones y contra acusaciones de las campañas negras como el carbón, y de toda esa agua sucia que corre debajo de los puentes de la política. Hablando de las campañas negras, no puedo olvidar que tres días antes de los comicios, grupos de campesinos y correligionarios de la capital y de algunos departamentos, se presentaron muy temprano a la residencia del coronel, visiblemente molestos y preocupados cargando en sus morrales paquetes de volantes, "firmados" por el coronel, comunicando que había decidido respaldar al candidato oficial, y que todos sus seguidores tenían la obligación de votar por él. Cuando el coronel me llamó de urgencia a las seis y media de la mañana, lo encontré en su despacho como las once mil vírgenes, que gritaba como un energúmeno, de la cólera y de la indignación al tomar su nombre abusivamente para hacer el llamado de marras, pero le pedí que se tranquilizara, porque ya sabíamos quienes eran nuestros adversarios, faltos de escrúpulos, y muy ligeros en sus principios éticos. Reunimos de urgencia a la directiva del comité, y acompañado de varios de ellos, volé a los medios de información, con una aclaración en la mano, desautorizando de plano el falso llamamiento, y condenando la inclusión de la firma apócrifa del coronel Peralta, a la vez que haciendo un llamamiento a la población, para no dejarse sorprender por las maniobras sucias de los traficantes de la política.

Después de once meses de permanencia en Guatemala, el domingo 2 de junio de 1974, Enrique Peralta Azurdia abandonó "la residencia del coronel", retornando a la ciudad de Miami, donde radicaba desde 1966, después de concluir la gestión del gobierno militar que presidió. En el aeropuerto La Aurora lo despedimos gran número de amigos y simpatizantes, y los cuadros principales del comité, declarando a la prensa minutos antes de su partida, "que se lamentaba que el gobierno hubiera impedido su participación en las elecciones", pero pidió expresar al pueblo guatemalteco que volvería en el momento indicado. "Es de esperar - dijo el coronel Peralta - que las nuevas autoridades, garanticen el libre juego democrático en Guatemala, y que se permita la libre participación de los ciudadanos en los eventos electorales." Opinó que la mejor forma de mantener la paz y la tranquilidad de los guatemaltecos, consistía en respetar sus derechos y sus decisiones ciudadanas, e insistió en que debía garantizarse la participación política de las distintas organizaciones y respetarse la voluntad popular. Antes de abordar el avión, fue despedido con abrazos y apretones de manos, en tanto mujeres de condición humilde, con lágrimas en los ojos, le hacían entrega de lindos ramos de flores.

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Una baja lamentable: Mario Monterroso Armas. Sufrí un atentado, pero no hicieron blanco. Intentaron secuestrarme, pero se les hizo agua la fiesta En los dos meses anteriores al retorno del coronel Peralta a Miami, a raíz de las elecciones, se suscitaron una cadena de deplorables acontecimientos, que no es posible dejar en el olvido, y que deben ser conocidas por el lector.


El 29 de marzo de 1974, se produjo el asesinato político del periodista Mario Monterroso Armas, director del noticiero radial, "Cartones Radiofónicos". Monterroso Armas, fue un excelente colaborador de nuestro Movimiento. El hecho criminal conmovió a la opinión pública, y muy particularmente a la prensa, no solamente por las cualidades tan excepcionales del querido amigo, sino también por su valentía en la defensa de los principios democráticos y en los ideales nacionalistas que sustentaba. En sus comentarios, había expresado virilmente su condena al gobierno de Arana, por su juego maquiavélico al no permitir la participación del coronel Peralta en las elecciones, e impedir la inscripción de los comités que respaldaban su candidatura. En su último programa había exaltado la figura de Peralta, calificándolo como un auténtico patriota, y un hombre que dejó su huella de trabajo y honestidad en el gobierno que formó. El coronel lamentó profundamente lo ocurrido, y condenó con vehemencia el asesinato del periodista. "Uno más dijo- de la ola sangrienta después de los comicios electorales, que viene a enlutar innecesariamente a una familia, y a la sociedad guatemalteca en general". Estuvo en las exequias, y permaneció por algunos minutos al lado del ataúd. Manifestó su pésame a los deudos, pidiendo a Dios por el eterno descanso del alma del apreciado amigo, cobardemente asesinado. Millares de personas visiblemente condolidas acompañaron al entierro, que salió a las tres de la tarde y fue inhumado hasta bien entrada la noche, por la cantidad de oradores que resaltaron sus cualidades, a la vez de exigir a las autoridades el pronto esclarecimiento del execrable crimen. En compañía del doctor Secord, asistí a los funerales, y en nombre del movimiento expresamos nuestras condolencias a su afligida familia. A los nueve días del trágico fallecimiento de Mario, se ofició una misa de réquiem en la iglesia La

Merced a las seis de la tarde, a la que yo asistí en representación del coronel, pero como faltaban unos quince minutos para que comenzara, me bajé del carro y di la vuelta a la manzana para caminar un poco a pie, atravesando por el callejón Delfino, donde me entretuve con varios estudiantes, que estaban en una casa preparando un boletín de la Huelga de Dolores. Regresé y entré a la iglesia. Permanecí en la ceremonia religiosa hasta que finalizó. Fui el primero en salir en compañía de Oscar Mendoza, uno de mis hombres de mayor confianza del comité. Estábamos conversando en el atrio, cuando sorpresivamente pasó encima de mi cabeza, a pocos centímetros, una granada o una bomba, no se bien que era, pero la percibí con el clásico aullido de estos artefactos, que creo que hasta me levantó el pelo, pero lo que sí es cierto es que me paró el pelo. Luego estalló con gran estruendo en la ventana del segundo cuerpo de la policía, provocando serios destrozos en el laboratorio del "hospitalito". La prensa destacó al día siguiente la noticia pero sin mención alguna a mi persona, afortunadamente no habían periodistas. La alarma cundió entre los asistentes a la ceremonia, y entre la gente que pasaba por el lugar, presas de nerviosismo. Con Oscar alcanzamos a ver una camionetilla que se estacionó en la quinta calle, y que se esfumó rápidamente después del disparo, sin poder identificarla por la rapidez en que había ocurrido todo. Nos retiramos y abordamos el carro, sin darle importancia al suceso que lo consideramos fortuito, porque en esos días las bombas estallaban por todos lados y a cada rato. Pero esta, por poquito me vuela la cabeza. Yo tenía secretamente organizado en el comité, un pequeño grupo que me era muy útil para muchas cosas, entre ellas seguir los pasos de todos los negocios que se cocinaban entre bambalinas, algunos no muy cristianos, y en esta oportunidad, ellos por su cuenta y riesgo, se dieron a la tarea de investigar el incidente del atrio de La Merced.

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Llegaron a una conclusión, que para ellos era lógica e irrebatible, al señalar en su informe que dentro de mis propias filas se había fraguado mi liquidación física. Si asumimos que mis investigadores estaban en lo cierto, entonces me pareció inaudito, inverosímil, increíble. No había sido un hecho casual, fortuito, como creímos con Oscar. Tuve que hacer esfuerzos extraordinarios para no creerlo, pero si así fue, como señalaba el informe confidencial, quiere decir que se intentó asesinarme por esas perversas corrientes, que se mueven siniestramente a la sombra de los partidos, pero que están organizadas y dirigidas por los cuadros medios, y financiadas por una o mas cabezas, que se mueven en la cúpula del partido, a manera de autores intelectuales. Pero esto dentro del peraltismo, según mi criterio, no era posible que existiera. Sin embargo, el informe enfatizaba que lo que se buscaba con mi asesinato, era crearle al gobierno de Arana, -que por cierto se estaba tambaleando-, un grave problema, y quizás conseguir así su caída, aplicando aquella moraleja de que "el fin justifica los medios". Yo hice "mutis" y lo mismo le recomendé a mi servicio secreto. Ni al coronel se lo comuniqué, mucho menos hacer un escándalo por la prensa. Yo sabía porque procedía de esa manera, porque si el fallido atentado, lo hubieran publicado los medios, el desprestigio del movimiento, hubiera sido tremendo. Si hubiera venido de afuera, que hubiera sido lo más lógico, entonces no me hubiera quedado callado. Pero se me hacía cuesta arriba, de que el golpe se hubiera fraguado adentro, cuando todos los cuadros superiores, que formábamos una especie de hermandad, cuando menos así lo creía yo; que estábamos imbuidos de una misma mística; de una misma filosofía política, y del mismo idealismo hasta conseguir el triunfo electoral del candidato, procedieran con tanta perversidad. Mi pequeño servicio secreto, me pasó otras informaciones, que me pararon el pelo, mas que la

granada del atrio de La Merced. Entonces, pese a mis esfuerzos, de no dar crédito a esos informes, comenzó a invadirme la duda. "Las tenebrosas corrientes ocultas que se movían subterráneamente, con mucha astucia y sigilo, pero sin ninguna habilidad profesional", (decía el informe), "no pertenecían a los servicios de seguridad del "peraltismo", eran ajenas al Movimiento, que estaban integradas por individuos mafiosos de la calle, contratados por dirigentes de nuestra entidad, para ejecutar acciones violentas dentro de nuestras propias filas, tendientes a propiciar un ambiente proclive para botar al gobierno". Las siguientes operaciones terroristas, (proseguía el parte), consistían en primer lugar, en asaltar la sede social del comité en la once avenida. Saquear la oficina de la secretaría general, destruir cuanto documento encontraran, golpear al guardián, amarrarlo en una silla, tapándole con esparadrapos los ojos y la boca, luego hacer el gran escándalo, echándole la culpa al gobierno de Arana, y esperar sus reacciones y su posible derrumbamiento. "De fortuna" (concluía), "la infernal maniobra llegó a oídos del coronel, que la desbarató dando puñetazos en su escritorio, pero él no sabía quien o quienes formaban el grupo terrorista". Sin dar tregua a sus perversos propósitos, (fue otro informe), esta vez de nuevo me echarían el ojo, acordando mi secuestro, preparando cuidadosamente todo el plan hasta en sus más insignificantes detalles, pero cuando se preparaban a dar el zarpazo, (sostenía el parte confidencial), el coronel fue informado, y paró en seco el golpe. Si nuevamente asumimos que el informe estaba ceñido a la verdad, fácil es deducir que lo que pretendían los que manejaban el frente interno, era botar al gobierno, golpeando duramente al peraltismo, y echándole la culpa a Arana, que ya tenía sus maletas listas para abandonar el poder. En esa dirección, se supo de buena fuente, que el presidente Arana estuvo a punto de abandonar el poder,

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pero la intervención de su familia lo impidió. Si a mi me escogieron como chivo expiatorio, fue naturalmente porque yo era la figura política mas visible del movimiento. Y en ese sentido me vienen a la mente las palabras de mi señor padre, cuando decía que el que se mete a la política, debe hacer una renunciación no solamente de su vida, sino también de sus bienes. En consecuencia, si lo que he dejado escrito en los párrafos anteriores, hubiera sido verídico, entonces el único responsable de lo que me hubiera ocurrido, hubiera sido yo, por meterme en la política. Una noche que me encontraba en el comedor con el grupo de correligionarios, que solíamos reunirnos casi todas las noches, salió el coronel de su dormitorio y me llamó. Me entregó un papelito, y me dijo que sus amigos de la judicial, se lo acababan de entregar. Que lo leyera, que tomara nota, y las precauciones necesarias. El minúsculo papel color amarillo, contenía los nombres de cinco personas, encabezadas por mí. Le pregunté de que se trataba, que significado tenía. El me respondió, que Mario Sandoval había dado la orden de liquidarlos. Para que se entere el lector, de lo desdichado e incomodo que me sentía en esa posición política, le cuento lo siguiente: Una mañana que llegué a la sede del comité en la once avenida, dentro de la correspondencia recibida, me llamó la atención un sobre que decía con letras grandes manuscritas "muy urgente, muy urgente, muy urgente". Leí la carta, que mas bien era un pedazo de papel anónimo, aunque suscrita con el nombre "los buitres justicieros": me imponían un plazo de diez días, para que renunciara de la secretaría general del comité, y abandonara el país, de lo contrario mi familia pagaría el pato, porque conocían "mi guarida". Ese ultimátum se debía - según decía el papel -, por haber traicionado al PID (Partido Institucional Democrático). Efectivamente, yo fui afiliado a ese partido, desde su fundación, aunque

jamás participé en ninguna actividad. Mi primer paso antes de iniciar las gestiones del F.U.N., fue presentar mi renuncia ante el registro electoral, como lo manda la ley. Tiré el papel a la basura y no le hice caso. La represión contra nuestras filas, de parte del gobierno, se había mantenido antes y después de las elecciones del 3 de marzo de aquel crítico año. Tuvimos que lamentar con profundo dolor, el plagio y asesinato de uno de nuestros mejores valores, el joven abogado Francisco Alvarado Martínez - Paco Alvarado - que se desempeñaba como inteligente asesor jurídico del movimiento, y cuya colaboración me fue muy valiosa en la conducción del comité. A Paco lo interceptaron en su carro cerca del cementerio, una mañana en que se dirigía a la residencia del coronel. Unos esbirros del gobierno, pistola en mano se subieron a su carro, y lo llevaron a la judicial donde lo torturaron cruelmente toda la noche. En horas de la madrugada lo lanzaron en su carro a un profundo barranco a inmediaciones de San José Pinula. El cadáver se encontró destrozado, con visibles señales de torturas provocadas con verdugillo. Se supo que Paco había hablado de política con un amigo suyo, que era oficial de la base militar del puerto de San José, pero parece ser que su ingenuidad lo perdió. En la funeraria le rendimos honores póstumos, y en el cementerio el doctor Secord pronunció una sentida oración fúnebre. Otro caso fue el de Alberto Yáñes, un campesino activista del Quiché, que fue secuestrado saliendo de la sede del comité, no sabiéndose jamás de él.

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Ese domingo 2 de junio de 1974, entre otras visitas, llegó a verme Roberto Secord a la casita campestre, para enfocar la situación que se había suscitado a consecuencia del regreso del coronel Peralta a su residencia en Miami. Teníamos que entrarle a un análisis de los pasos a seguir, después de casi un año de una incansable e infructuosa lucha política, por conseguir su participación en las elecciones del 3 de marzo, y de la odisea que habíamos atravesado jugándonos el todo por el todo, hasta nuestra propia existencia, ya que estábamos seriamente amenazados en nuestra integridad física. El día anterior despedimos al coronel, con un almuerzo en el comedor de la residencia, concurriendo familiares suyos, dirigentes y allegados al movimiento, que hacían uso de la palabra con elocuentes expresiones de solidaridad y de abnegación al movimiento peraltista. Se resaltó, y se hizo énfasis, en la respuesta afirmativa de los sectores de opinión, que habían respondido patrióticamente al llamamiento del candidato, y de los líderes políticos de los dos comités, que habían apoyado su candidatura, lamentando la cancelación de uno de ellos, juntamente con otros dos más que buscaban su inscripción como partidos. Al concluir la charla invité al doctor Secord a dar una vuelta por la residencia, que se hallaba en una penumbra desconsoladora, con las puertas y portones de acceso cerradas a piedra y lodo, sin alma viviente, en un deprimente contraste con las noches anteriores llenas de bullicio, de calor, de luz y de actividad. Dimos media vuelta, y más volando que corriendo, salimos de "la

residencia del coronel" cuando se percibían las primeras sombras de la noche. Me sacudió un frío intenso, pensé que habíamos sufrido un colapso, que todo se había derrumbado, y que el gran movimiento se quedaba tirado a la media calle. Pero no era así, la actividad política se reanudaría sin la presencia del coronel. Dentro de pocos días, volveríamos a la lucha, con renovadas esperanzas y certeza en el triunfo final...y que por cierto nunca llegó... El tiempo pasó con prontitud. Mi correspondencia con mi querido jefe y amigo, se reanudó como antes. Volví a remitirle mis comentarios del acontecer político, y las bolas y chismes del momento que vivíamos. El doctor Secord me visitaba todos los sábados en la casa de mi padre, con la presencia de él. Nunca le faltaban algunos acompañantes, como don Carlos Alvarez, Edgar Nicolle, Neto Samayoa y Carlos Sagastume. De mi parte, el infaltable Guicho Vallejo, íntimo amigo de la familia, que jamás conoció ni la tristeza ni las preocupaciones, porque su vida discurrió entre la broma y la risa. Con alguna frecuencia se encontraban también, frente al bar, don Guillermo Dávila, don César Izaguirre o don Carlos Rafael López. El 3 de febrero asistí a una reunión en la casa del doctor Secord, de la zona 12, departiendo con viejos amigos de la campaña. En compañía de Sarita su esposa, abordamos su vehículo a la media noche, hasta dejarme en mi residencia. Escasamente hacía una hora que me había metido a la cama. Dormía placenteramente, pero desperté exaltado, porque un montón de cajas de cartón, que guardaba encima del closet, se habían precipitado sobre mí. De pronto me vi envuelto en un laberinto de adornos navideños, desde los leños rústicos que elaboraban mis hijos, hasta pastores, ranchitos, arbolitos de pino, pedazos de vidrios para figurar ríos, hasta el hermoso paisaje que adornaba el nacimiento. Por fin el antiquísimo Niño Dios, de tamaño natural, que estaba

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OCTAVA PARTE Variaciones sobre el mismo tema. Confórmase la Coordinadora Peraltista. El terremoto del 4 de febrero y las canastas de pan


sentadito a mi lado. Mientras este extraño suceso me ocurría, suponiendo que se trataba de una pesadilla, oí la voz de Ana María, que angustiosamente exclamaba frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe y un Crucifijo, "Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Dios Inmortal", al tiempo que me gritaba que estaba ocurriendo un tremendo terremoto: era el terremoto del 4 de febrero de 1976. Haciendo prodigios me desembaracé de todos los chunches que tenía encima, me clavé una bata, y salimos con mi mujer a la 23 avenida, donde la gente presa de tremendo pánico se movía enloquecidamente de un lado a otro, si saber para donde agarrar. La casa solo se bamboleó porque estaba construida de una estructura metálica, y la misma suerte corrió la casita campestre, donde vivía mi tía Lolita, y de lo que ya hablé en los principios de VIVENCIAS. En medio de aquel caos provocado por el terremoto, en que mucha gente pobre había quedado en una verdadera lipidia, en que los pobres niños reclamaban, aunque fuera un pedazo de pan, mis hijos Mito y Juancho, haciendo honor a sus sentimientos humanitarios, a los pocos días después, concertaron con unos amigos propietarios de una panadería de la zona doce, la distribución de pan a los barrios mas necesitados de la zona siete. Salían de la casa cargando enormes canastos de sabroso y bien elaborado pan caliente, pero al doctor Secord se le metió en la cabeza politizar aquella situación, que le venía de perlas, y entonces en nombre del coronel Peralta, cargando el pan caliente se hizo cargo de distribuirlo en medio de la alegría de la pobre gente, especialmente de los menores, que con palabras llenas de ternura agradecían al coronel su generoso corazón. Bien dice el argot popular, "que nadie sabe para quien trabaja". Volvamos de nuevo a la política. La Coordinadora Peraltista nació como un imperativo para mantener viva la llama del movimiento. Para que el nombre del coronel

Peralta, se mantuviera vigente, y no se fuera perdiendo con el paso del tiempo, sino al contrario, seguir en la lucha promocionando su figura, hasta llevarlo a la conducción de los destinos del país. Como se comprenderá, el objetivo que se perseguía, consistía en preparar el nuevo intento para su participación electoral, en el siguiente relevo presidencial en 1978. Lo que me preocupaba continuamente, era caer en la misma situación anterior, es decir, que partido patrocinaría su candidatura, porque no había ni la más remota esperanza de que me autorizaran el comité como institución de derecho público. En ese sentido, el pueblo entero podría respaldarlo, pero sin la patente que la da el partido no podría figurar como candidato. Ese era el intríngulis. En medio de aquella incierta situación, plagada de conjeturas, sin respuesta positiva alguna, en que no se encuentra por ningún lado la salida del callejón, una mañana oscura y lluviosa de finales del mes de junio de 1977, de aquellas mañanas frías con el cielo encapotado, en que dan deseos de tirarse a la cama y meterse entre las chamarras, inesperadamente surgió una luz al final del túnel. Recibí una llamada telefónica de mi buen amigo el doctor Carlos Cifuentes Díaz, mas conocido como "Tacifiro", solicitándome una entrevista para hablar de política. Yo le respondí que a las seis de la tarde estaría con él en su oficina del Movimiento de Liberación Nacional, del cual era prominente corifeo. A grandes rasgos me explicó el objetivo de la entrevista. Me contó que había visitado las filiales de su organización política, y que había encontrado un consenso favorable a la candidatura del coronel Peralta, que se vislumbraba como un candidato potencial para la presidencia. A los pocos momentos me comuniqué con el coronel, a su casa en Miami. Me respondió que le formalizaran la propuesta, para establecer un pacto de condiciones. Y antes de finalizar el año, el coronel estaba

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inscrito como candidato de la Liberación. Su llegada a Guatemala fue una apoteosis. No solamente en el aeropuerto, donde centenares de personas lo llevaron en hombros desde que bajó de la avioneta procedente de El Salvador, sino en su recorrido por el centro de la capital, en dirección a las sedes sociales del MLN y del F.U.N., no menos de un millón de personas le dieron la bienvenida. El entusiasmo de la gente se manifestó en una lluvia de flores, globos de colores, retazos de papel de china, además de los cohetillos y las bombas voladoras. Por parte de la liberación, el saludo de bienvenida corrió por cuenta de Mario Sandoval, y en el comité me correspondió a mi tomar la palabra, donde hice énfasis del apoteósico recibimiento que le tributó el pueblo. Y no se crea que solo personas capitalinas de bien vestir, hicieron presencia en la recepción. Talvez se destacaban mas visiblemente dentro de la multitud, los sombreros de petate y el huipil, de quienes habían llegado desde los mas apartados rincones del país. El coronel ya no se hospedó en "la residencia del coronel", porque fueron tantos los destrozos que se causaron a la propiedad, y un diluvio de molestias, que mi padre se negó a prestarla de nuevo, decisión suya que yo compartí con pena, pero plenamente. Ante millares de partidarios, la campaña se inició en la Basílica del Cristo de Esquipulas, en los primeros días del mes de enero de 1978. Recuerdo con simpatía, que la frase "la voz del pueblo, es la Voz de Dios", que pronuncié en el mitin de apertura, se tomó como caballito de batalla en la propaganda publicitaria. En esos días comencé a sentirme cansado, agotado, fatigado, sin fuerzas para seguir la lucha, y es que mi salud estaba deteriorándose a pasos agigantados. Además pensaba, quizás equivocadamente, que mi turno dirigencial ya había pasado, no obstante la cordial relación que me unía con Mario, mandamás de su partido, y ya no digamos con

el coronel cuyo cariño hacia mi persona, y el mío hacia él, no había variado ni un ápice. Pero a pesar de eso, consideraba que los cuadros superiores del movimiento debían renovarse. Al extremo que la casa de la campaña en la 5ª. Avenida 1 - 47 de la zona 9, la visitaba esporádicamente, pese a los continuos llamados del coronel, y de Mario. Y un día tomé la resolución de presentar mi renuncia como secretario general. Dirigí al candidato una carta el 24 de enero de aquel año, que entre otros cosas señalaba lo siguiente: "Motivos personales me imposibilitan continuar en lo sucesivo, desempeñando la secretaría general del comité, cuya documentación se encuentra pendiente de las últimas resoluciones en el registro electoral. Quiero expresarle mis más sinceros agradecimientos por las finas atenciones que me dispensó desde el mes de abril de 1972, en que fueron comenzados los trabajos preliminares tendientes a proponer su candidatura presidencial. Ahora me siento sumamente complacido, al observar que todo el esfuerzo desarrollado, no ha sido en vano, ya que el pueblo de Guatemala mayoritariamente, lo reclama para que guíe los destinos de la Patria. Comprendo, querido coronel, que ya es tiempo que los cuadros directivos, sean renovados por nuevas figuras de hombres y mujeres, capaces, dinámicos y de absoluta lealtad al Movimiento, máxime en estos momentos en que se libra la última batalla legal frente a las autoridades electorales". En los últimos párrafos de mi carta, expresaba al coronel, que estaba plenamente consciente, y me responsabilizaba de la determinación que asumía. Que era irreversible la separación de mi cargo y que ese paso bien meditado, no significaba que no mantendría las más cordiales relaciones de cooperación con el Movimiento. La junta directiva del comité rechazó mi renuncia. Protestó enérgicamente. Similar actitud adoptaron la

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mayoría de las filiales. Pero yo me hice el fuerte, y ratifiqué mi renuncia, depositando el cargo en mi buen amigo licenciado Arturo Chur Del Cid. La campaña electoral siguió exitosamente adelante. Cuando menos en los lugares cercanos, formé parte de la comitiva, pero no intervine en ningún mitin. Asistía como un simpatizante común y corriente, así me sentía cómodo, tranquilo, de haberme quitado de encima una montaña escabrosa, demasiado pesada y peligrosa. Sin embargo, la amenaza del anónimo de los llamados "buitres justicieros", no dejaba de ponerme en el avispero, como quien dice "con la espada de Damocles encima", no porque le tuviera temor a la muerte, la había visto de cerca muchas veces. No le tenía miedo. Pero si me preocupaba mi familia. Pues bien, aunque la amenaza estaba vigente, la única precaución que me acompañaba, fueron dos guarda espaldas que me fueron asignados, que siempre los evadía, porque cuando los representantes de la maldad, disponen asesinar a una persona, se la echan con todo y los flamantes guarda espaldas. Además toda mi vida he sido refractario a que camine gente atrás de mi, he preferido ir solo, que mal acompañado. Como candidato a la vice para integrar el binomio con el coronel, se designó al médico y prominente finquero de Coatepeque, don Hector Aragón Quiñónez, de los cuadros altos de la Liberación, con quien mantuvimos lazos de respeto y amistad cordial. Recuerdo con buen humor, cuando se me invitó a una reunión de la rama femenina de los partidos, que se realizó en un postinero chalet de la zona trece, con la asistencia de unas ciento cincuenta damas, siendo yo el único hombre que estaba presente, por lo que me pusieron el mote "el bendito entre las mujeres". La mesa fue presidida por doña Carmita, por la joven y simpática esposa de don Héctor, y por mi. A instancias de la "futura primera dama", dirigí un mensaje, instándolas a

intensificar la lucha hasta conseguir el triunfo final. Lo gracioso consistió en que cuando advertí que el fraude estaba cocinándose, una de las lideresas, -no recuerdo bien si fue la Conchita Estévez o doña Margarita Rico de López-, me interrumpió pidiendo la palabra para una aclaración. Le fue concedida, y dijo que yo estaba mal informado, "porque el fraude no se estaba cocinando, sino que ya estaba bien cocinado". Con las notas musicales de una marimba, que amenizó la reunión, que interpretaba en ese momento, "Luna de Xelajú", me fue servida una taza de chocolate de Salcajá, y un pache cobanero, momentos antes de retirarme, no sin antes repartir besos y abrazos entre muchas damas y damitas, de la nutrida concurrencia de aquella alegre concentración. Las fraudulentas elecciones se realizaron sin contratiempo alguno, el domingo 5 de marzo de 1978. El triunfo del coronel Enrique Peralta Azurdia fue incuestionable, porque así lo revelaban los datos preliminares, al extremo que las agencias internacionales de noticias, así lo dieron a conocer al mundo entero. Loty mi hermana que radicaba en ese entonces en la ciudad de Nueva Orleáns con su familia, me contó que en su casa hubo fiesta al conocerse el triunfo del coronel. Aquí en Guatemala, no solamente en la capital, sino en todo el país, también hubo fiestas, celebrando el triunfo del candidato escogido por el pueblo. Las sedes tanto del F.U.N. como del MLN estaban repletas de gente, no cabía ni un alfiler, y el jubilo se manifestaba con vivas, aplausos, y el tronar de cohetes y bombas. Las calles adyacentes a las casas de los partidos, estaban bloqueadas por infinidad de automóviles, y toda clase de vehículos. Yo recibí innumerables felicitaciones, traducidas en abrazos de mujeres y hombres, a quienes respondía que el triunfo no era mío, ni de los dirigentes, ni de los partidos, sino del pueblo guatemalteco, que había respondido con patriotismo, al llamado de su conciencia.

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Pero antes de que el gallo cantara tres veces, la perversa traición al pueblo, que había comenzado mucho antes, se había consumado. La indeseable "cadena nacional de radiodifusión", interrumpió los resultados del escrutinio. La preocupación se apoderó de la ciudadanía, de todos los que habíamos puesto nuestros mejores empeños, por darle al país un buen gobierno de trabajo y honestidad. Nuestros esfuerzos se habían derrumbado. Fue a estas alturas cuando Mario Sandoval, siendo el Vice, salió para el registro electoral, pero ya las puertas se encontraban a piedra y lodo. En camiones del ejército habían trasladado las urnas y toda la documentación y papeletas al edificio de Guatel en la zona nueve. A puerta cerrada terminaron de cocinar el pastel del fraude, que el humor chapín bautizó con el nombre de "el guatelazo", e ingratamente así figura en los anales de las páginas negras de la historia de esta pobre patria. Romeo Lucas y Francisco Villagrán, asumieron fraudulentamente el poder el 1º. de julio de aquel ingrato año de la vida política de la nación. Una vez mas, otra gran estafa política se había cometido. Nuevamente se burlaba la voluntad popular, como había ocurrido cuatro años antes, (1974), y como ocurriría ocho años después, (1982). Había comenzado uno de los gobiernos más sanguinarios de la historia patria, que descabezó cruelmente a la intelectualidad guatemalteca. En que no se escapó ni un solo sector en ser golpeado por la persecución, el secuestro o el asesinato. Por esa razón, el pueblo recibió con beneplácito, el cuartelazo del 23 de marzo de 1982.

El comité se convierte en partido, jubilosa celebración. La incomprensión provocó el cisma. Cumbre contra la violencia, rechazan propuesta para diálogo con guerrilla.

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Eran las diez y media de la mañana, en la víspera de navidad de 1978, cuando fui notificado en el registro electoral, que el comité pro formación del partido político "Frente de Unidad Nacional", identificado con las siglas F. U. N. , había cumplido con los requisitos legales y que quedaba inscrito como institución de derecho público. De acuerdo con la resolución, volví a la secretaría general, o mejor dicho a la dirección general, porque con esa denominación figuraba en los estatutos el personero legal y representante del partido. Los medios de información, destacaron la noticia como un acontecimiento en la vida política de la nación. El Gráfico, Diario La Tarde, Prensa Libre, El Imparcial, Impacto, La Nación y La Hora, desplegaron la información ese mismo día, o al día siguiente, en sus portadas a cinco y ocho columnas. O sea que además del F.U.N., ya estaban en funciones el Partido Nacional Renovador (PNR) de Alejandro Maldonado y Danilo Roca, Central Auténtica Nacionalista (CAN), Luis Alfonso López, y esperando turno el Frente Unido de la Revolución (FUR) de Manuel Colón Argueta y Miguel Angel Andrino. Jamás imaginé que mis primeras declaraciones a la prensa, provocarían una furiosa embestida de un grupo de directivos y afiliados, que tergiversaron mis palabras, retorciéndolas a su sabor y antojo, y que alcanzó tales dimensiones, que me hicieron pasar los más negros y tormentosos momentos de mi vida política. Porque mi intención no fue desplazar al coronel Peralta del partido, solamente en una mente ofuscada podía caber semejante cosa, sino cumplir a cabalidad con los estatutos, que en una organización de derecho público, es una especie de


carta magna. Por eso cuando los periodistas me preguntaron si el coronel sería al futuro, el candidato presidencial, yo respondí, que era demasiado prematuro hablar de candidaturas, ya que faltaba mucho tiempo para el siguiente relevo del poder. "En tal caso" - les dije - "el estatuto establecía la convocatoria a una convención nacional, para que la base escogiera dentro de una terna de pre candidatos, a la persona que se nominaría para tal cargo". Ya lo creo que al llegar el momento indicado, a él hubiera escogido el partido como candidato, porque las filiales así lo hubieran exigido, y yo en lo personal mantenía mi lealtad al coronel. Esto era evidente, porque si yo promoví su candidatura, la impulsé contra viento y marea, a través del comité, el fin perseguido era llevarlo a la presidencia. Y de eso estaba empapado el gobierno. Tan es así, que meses después de estos acontecimientos, el gobierno de Lucas me puso entre la espada y la pared, dentro de esta alternativa: o soltaba el timón de mando, o me liquidaban físicamente. Para esto planearon mi secuestro, que por un hecho fortuito fracasó, pero que de todas maneras al final de cuentas me arrebataron el partido. A esto me referiré en este mismo capítulo, más adelante. La maleficencia humana, la incomprensión, la intolerancia, y la perversidad, cambiaron los papeles, a tal extremo que se cerraron todas las puertas para un diálogo o comunicación con él. A mi modo de ver el panorama, el coronel Peralta tenía que haber asumido una postura conciliadora, en vez de su actitud unilateral a favor de mis detractores. Perdí a muy buenos amigos, con quienes mantuve estrechos lazos de amistad sincera, y lo más doloroso para mí, fue haber perdido la confianza y la amistad del coronel, que se dejó arrastrar por las bajas pasiones de quienes se convirtieron en mis furibundos detractores. No escatimaron oportunidad para atacarme. En los medios de comunicación, se publicaban

declaraciones y escritos de ellos, con toda clase de injurias y calumnias, tildándome de traidor al aseverar falsamente, que el gobierno me había entregado una fuerte suma de dinero. Esto último lo creyó Peralta a pie juntillas, y así se lo dijo a don Carlos Rafael, quien se comunicó conmigo telefónicamente, para contármelo, después de regresar de Miami. De acuerdo con el estatuto del partido, porque así lo exigía la ley electoral, antes de 30 días después de su autorización, o sea el 11 de enero de 1979, se celebró "aparentemente" la primera asamblea nacional, asistiendo delegados, "supuestamente", de casi todas las filiales de la república, asamblea que fue convalidada por el registro electoral. Salí electo como secretario general, o mejor dicho como director general, que ese era el cargo que aparecía en los estatutos, del personero y representante legal. He empleado los adjetivos aparente y supuesto, porque esa primera convención del partido fue fraudulenta, hipotética, no se realizó. Fue una obra magistralmente fantasma montada por el abogado Gabriel Girón, asesor del Movimiento. En esa oportunidad también di declaraciones a los periodistas, e insistí en respetar al pie de la letra los estatutos. La actitud rencorosa de mis ex compañeros del comité, se recrudeció al rojo vivo, después que el registrador electoral don Walfre Orlando Del Valle, anuló la convención celebrada en el salón Chino, presidida por Peralta, y reafirmó como válida la que yo "había presidido". ¿Por qué razón acepté esa situación reñida con la ley, y con mis principios?. ¿Qué circunstancias influyeron en mi "incorrecto" proceder?. La explicación, ceñida a la verdad, es la siguiente: yo tenía que rescatar al partido de las garras del oficialismo, porque si hubiera caído en manos del coronel Peralta, el gobierno de Lucas no hubiera escatimado ningún procedimiento, por inescrupuloso que fuera, para quitárselo de las manos, y

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toda la lucha de tantos años se hubiera esfumado en unos instantes. Por eso procedí como lo hice, a sabiendas de la farsa que estaba representando, pero era la única salida para sacar momentáneamente a la empresa, del atolladero en que estaba. Mi persona constituía en ese momento, la única alternativa para el gobierno, por aquello que de dos males hay que escoger el menor. Por eso se me confirmo en el puesto de secretario general, pero con la mira de sacudirse de mi, como así fue al final de cuentas. Si mis relaciones con el coronel no hubieran estado interrumpidas, estoy seguro que no me hubiera sacado de apuros en esta emergencia. Por la austeridad de su carácter, el coronel era una persona inflexible en estas situaciones, y hubiera rechazado de plano, las reglas del juego político, echando a perder todo antes de tiempo. Y en mi concepto, bien valía la pena, después de tanta lucha, quemar hasta el último cartucho, en aquella guerra desigual. Como tenía que suceder, poco a poco la tormenta fue calmándose. Las aguas volvieron a su cause normal. La borrasca se había alejado lentamente, después de mas de un año de recibir injustos y virulentos ataques. Fotografías y hasta caricaturas mías, ocuparon espacios en los periódicos. Editoriales y comentarios de los medios de comunicación, y de los dirigentes de otros partidos, razonablemente condenaban el deprimente y bochornoso espectáculo, que ponía en un brete la credibilidad de la clase política. Guardé por pocos años esos periódicos, y al leerlos me asombré, y me di cuenta que muchas de las declaraciones contra el coronel, atribuidas a mí, jamás salieron de mi boca y nunca las hubiera dicho, como esta a cinco columnas: "Salazar Valdés: se acabó la oportunidad de Peralta", u otra que decía que si el coronel insistía en ser candidato, que formara su propio partido, y otra mas en que pusieron en mi boca, el hecho de que como el coronel estaba muy anciano, debería olvidarse de la

política. Pero ya dejemos a un lado estas penosas rememoraciones, que a pesar de su lejanía, me causan dolor y angustia, porque me infligieron tan hondas heridas, que costó bastante que el tiempo las restañara. Es mas simpático y edificante, a pesar de los pesares, que sigamos adelante con estos otros apuntes, que recogen otros aspectos de mi inquietud política. Corre el año de 1979. En el curso de ese año, fui invitado y asistí a tres importantes eventos políticos, como personero legal del partido. El primero se realizó en la Universidad Rafael Landívar, organizado por el doctor Gabriel Aguilera, catedrático de ciencias políticas, para cuyo efecto sostuve en la "ex residencia del coronel", dos mesas redondas con un grupo de tres señoritas y dos jóvenes, alumnos de ese curso, para preparar la charla que duró una hora en el aula universitaria. Abordé aspectos concernientes a mi partido, desde su nombre y su significado. Su emblema la antorcha, las bases fundamentales de su estructura, su mística y su filosofía, pasando por los estatutos, la plataforma ideológica, los trámites de inscripción, las sesiones ordinarias y extraordinarias, cuotas y contribuciones para su sostenimiento. Hablé también de las convocatorias a las convenciones nacionales, el procedimiento a seguir para la escogencia de candidatos de elección popular, y el número de delegados asistentes, después de la calificación de credenciales. Los últimos veinte minutos de la clase, se destinaron a preguntas y respuestas, y una de ellas que fue de cajón, se refirió al cisma interno que lamentablemente se produjo a pocos días de su inscripción. Mi respuesta abundó en los argumentos mas o menos sostenidos en aquella oportunidad, que aparecen en mi relato, en renglones anteriores. En esta serie de interesantes simposios, participaron asimismo, separadamente, los representantes de los otros siete partidos, que

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totalizábamos ocho organizaciones políticas vigentes en ese tiempo. El segundo evento, tendiente a sentar las bases contra la violencia para un entendido de paz social, tuvo lugar en el Consejo de Estado, con la presencia del vice Villagrán Kramer el 8 de marzo a las 10 de la mañana. Asistimos siete entidades políticas, siendo los representantes los siguientes colegas. Jorge Torres Ocampo, por el MLN, José María Moscoso y Daniel Corzo, por el CAN, Federico Salazar y Gabriel Girón, por el F.U.N., Edmond Mulet, por el PNR, Miguel Angel Andrino y Américo Cifuentes, por el FUR, así como Carlos Gehlert y José Federico Gularte, por un comité pro formación de partido. Por su parte la Democracia Cristiana, promovió una serie de reuniones con los partidos y comités, con el fin de encontrar los caminos que condujeran a la solución del problema de la violencia, en la búsqueda de la paz social. La primera de estas juntas de alto nivel, se efectuó en un salón de la zona once, con asistencia de casi todos los partidos, siendo los anfitriones los personeros de la DC, Catalina Soberanis y Alfonso Cabrera. De entrada propuse como punto de agenda, que se invitara a otros sectores, o a la mayoría de las fuerzas vivas del país, incluso a representantes del movimiento guerrillero, para trazar un camino en aras de acabar con aquella ola de violencia fratricida, que estremecía duramente al país en aquellos convulsivos momentos. Como ya lo esperaba, mi moción causó sorpresa y aprensión. Fue rechazada. Pero recuerdo que la prensa publicó, que yo me sentí contrariado al no aceptarse mi ponencia. El cónclave político, que si bien tenía en principio muy meritorias intenciones, iba definitivamente al fracaso, porque en estas juntas faltaban ideales patrióticos, ya que cada grupo jalaba por su lado, anteponiendo al interés común, el matiz ideológico de

cada agrupación. No se me olvida que Chepe Calderón conocido también como Guzmán de Alfarache,- y por cierto mi cercano pariente, me llamó por teléfono y me dijo que mi propuesta obligadamente se debería haber incluido en el temario, y que en ese momento estaba enviando un despacho al diario Excelsior de México, del que era corresponsal en Guatemala, para informar de mi "atrevida" propuesta. La segunda reunión de la cumbre, tuvo lugar en la sede de mi partido situada en la 8ª. Avenida 1-11 zona 1, esquina opuesta al parque Isabel La Católica. La asistencia de delegados, fue menor que la primera. Y a la tercera y última en la sede del MLN, solo asistí yo con el doctor Sécord, y por eso los periódicos publicaran que la cumbre se había convertido en una tertulia, entre liberacionistas y funistas. A estas alturas la DC, dispuso suspender las famosas conversaciones multilaterales, ya que la ola de violencia y el clima de inseguridad no se detenían. Sino al contrario, se recrudecía a cada momento y cobraba mas víctimas. En esos días ocurrió el asesinato de Manuel Colón Argueta, en la zona 9, a las 9 de la mañana del l9 de marzo de 1979. Las reacciones ante el alevoso crimen, no se hicieron esperar, señalando que este hecho de sangre, se sumaba a los múltiples sucesos de violencia política y social que habían comenzado en 1967. El partido dio a conocer un comunicado de prensa, condenando el asesinato y exigiendo la captura y el castigo de los responsables, palabras inútiles que siempre se las ha llevado el viento, porque en la historia patria jamás se ha esclarecido un solo crimen político. En lo personal yo sentí bastante la muerte de Manuel Colón, porque si bien es cierto, que nuestra manera de pensar era diferente, lo admiré y lo respeté por su personalidad política, y porque aquella mañana cuando llegué al partido, mi recordado amigo Roberto Llarena,

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que hacía las veces de mi secretario, me comunicó que a Meme le precisaba comunicarse conmigo, que había dejado su número telefónico, y que lo llamara. Le respondí a Roberto que si volvía a llamar, le dijera que esa tarde hablaría con él. Pero cuando moría esa tarde, en que llegué al partido, Manuel Colón, ya estaba muerto, las balas asesinas, le habían cortado la vida. El 5 de octubre de 1979, recibí una carta del doctor Rodolfo Paiz Andrade, presidente del comité organizador de la primera convención anual de la Asociación de Gerentes de Guatemala. Me indicaba que en nombre de la Asociación agradecía el haber aceptado integrar el grupo de personas, que participarían en la mesa redonda "Ambiente político: Una visión multipartidista", a celebrarse en el salón Los Lagos del hotel Camino Real. Dirigentes de los ocho partidos que funcionaban entonces, asistimos como panelistas, y antes de nuestra intervención, se realizaron cuatro mesas redondas sobre temas diversos. La mesa sobre el ambiente político fue presidida por el doctor Paiz. Como panelistas participamos, Jorge García Granados del PR, Américo Cifuentes del FUR, Mario Sandoval y Leonel Sisniega por el MLN, Luis Alfonso López por el CAN, Alvaro Arzú y Alejandro Maldonado por el PNR, Donaldo Alvarez, PID, Vinicio Cerezo y Catalina Soberanis por la DC, y yo por el F.U.N. Los panelistas disponíamos de cinco minutos, para dar a conocer los objetivos de nuestras organizaciones. Al finalizar esta disertación, fuimos bombardeados con una tempestad de preguntas, que por escrito provenían del público que abarrotaba el salón Los Lagos, que el moderador recibía, y las trasladaba al azar a los dirigentes políticos. A mí me llegaron tres preguntas sobre diferentes temas, y aunque no recuerdo a que se referían, creo que salí airoso, a juzgar por las publicaciones de prensa. Hubo 336

una cena bufet. Pero yo me retiré cuando mi reloj marcaba las diez y media de la noche.

Por fin me arrebataron el partido, cuando ya tenía mi renuncia en el maletín. Mi intención fue retirarme de la política, pero en el 89 me inquietaron En los últimos días del mes de febrero de 1980, intensas maniobras del gobierno de Lucas, se desataron en contra mía para arrebatarme la dirección del partido. Yo no era la persona que al oficialismo le inspirara confianza, para dirigir un partido político que se sometiera a la voluntad del gobierno, y se mantuviera alineado a los mandatos del oficialismo, ya que desde que comencé las primeras gestiones del comité en 1973, fijé claramente la postura independiente y de oposición, a los desmanes y desaciertos del gobierno de turno. Al transformarse el comité en partido, después de cinco años de una lucha sin cuartel, y de recorrer un calvario interminable de dispendiosas gestiones, ratifiqué aquella posición, al decir en mis breves palabras dirigidas al registrador electoral, Del Valle Mérida, que le transmitiera al señor presidente, mi reconocimiento al ordenar la autorización del F.U.N. como institución de derecho público, que cobraba mas validez por tratarse de un movimiento político, de firme oposición al aparato estatal del momento. Entonces desde que me embarqué en aquella nave política con la brújula de la oposición, y por el continuismo del sistema político-administrativo que siguió, el naufragio de mis aspiraciones ciudadanas, era inminente. ¿A que factores atribuir esta sistemática oposición?. ¿Por qué razón mi persona no inspiraba confianza al oficialismo?

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La respuesta a estas interrogantes, el lector lo sabe tanto como yo. Porque hay que recordar que desde la primera publicación, en el mes de julio de 1972, (dos años antes del relevo presidencial del 74), del comité cívico de unidad nacional, con las siglas C.U.N, el presidente Arana y los partidos oficiales que lo rodeaban PID, PR y MLN, no vieron con buenos ojos la candidatura presidencial del ex jefe de gobierno coronel Enrique Peralta Azurdia. Asimismo no habrá olvidado el lector, que se desató una campaña para impedir a toda costa su participación en los comicios del 74, porque tenían pánico de que llegara al poder, una persona que hiciera valer los principios de rectitud y honestidad, que no encajaba al sistema feudal que ha dominado al país desde los tiempos coloniales. Yo supe que siendo el general Maldonado jefe del estado mayor presidencial, entró una tarde alarmado al despacho del gobernante, cuando El Imparcial publicó el manifiesto del C.U.N., proponiendo el nombre de Peralta como un posible candidato. Maldonado le comentó al presidente que tal publicación no tendría la menor trascendencia, ya que la propuesta la firmaban cuatro gatos desconocidos. Arana le contestó que en realidad tenía razón, porque eran cuatro gatos desconocidos, pero que esos cuatro gatos desconocidos, podrían convertirse en 4 mil, 40 mil o 400 mil, "porque", dijo Arana, "conocía el "pul" de Peralta dentro de las filas castrenses, y de su simpatía popular". Esto que voy a relatar, era muy natural, que así tenía que suceder. Meses después de la borrascosa tormenta del "cisma", se optó en las esferas oficiales por esta alternativa: desplazarme del partido por las buenas, o por las malas. O renunciaba, o me liquidaban. Para asustarme, pero sin que se les pasara la mano-, se dispuso mi secuestro. De esto me enteré, porque dentro de las cinco personas que acordaron secuestrarme, uno de ellos, por

cariño hacia mí, voló a mi casa, y me lo comunicó de inmediato. Hay que aclarar que a estas alturas, el partido ya había cambiado de dueño, y de consiguiente no me explicaba, porque persistían en causarme tanto daño. Y las cosas ocurrieron de la siguiente manera. Una fría mañana de lunes, se presentó a mi casa de la 23 avenida, Gabriel Girón y otra persona que hacía las veces de su secretario. Talvez por las circunstancias que me rodeaban, en esos días tuve serios problemas de alcoholismo. Girón me expuso el objeto de su presencia, que consistía en autorizar con mi firma, las credenciales de los delegados del partido a las mesas receptoras de votos, en varios municipios donde se realizarían en los siguientes días, elecciones de alcaldes y síndicos. Además de ese fajo de papeles, puso a mi disposición, muy suculentas boquitas y suficientes botellas de licor. Entre copa y copa le firmé a ojos cerrados las credenciales, que más bien eran unos formularios. Me solicitó mi cédula de vecindad, que se la entregué porque me dijo que la necesitaría. Pocos días después me visitó el doctor Secord, sumamente alarmado, para comunicarme que se acababa de enterar, en el registro electoral, de mi renuncia irrevocable de la dirección del partido. Yo le respondí que eso no era cierto, que si bien ya había decidido retirarme del partido, pero que aun no había dado ese paso. Sin embargo, él insistió en su aseveración, y me mostró la foto copia de un acta notarial, en la que yo había comparecido en el bufete de un licenciado Rosito, donde efectivamente, aparecía mi firma renunciando de mi cargo del partido. Las botellas de licor habían surtido sus efectos. Al día siguiente de la preocupante noticia del intento de secuestrarme, asistí nada menos al entierro de mi leal amigo Roberto Llarena, que por cierto, después de varios años de haber dejado el alcoholismo, cayó en una crisis alcohólica, que lo llevó a la tumba, a raíz de la

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decepción que sufrió, al enterarse de que por fin me habían arrebatado el partido. Regresando precisamente de su entierro, con el doctor Secord, que me llevó a mi casa, pero no en su automóvil, conocido por mis posibles secuestradores, sino en el de su hijo Beto-, pasamos inadvertidos del grupo de individuos que se encontraban apostados, en la 23 avenida, en las afueras del super mercado "San Gabriel". El teléfono sonaba insistentemente, cuando entré a mi dormitorio de la vieja casita campestre. Angustiada, Sarita, la esposa del doctor, me dijo "su devoción por la Virgen de Guadalupe lo ha salvado de morir una vez mas, le ruego por Dios Santo, que no salga ni a la puerta de su casa, ya Betío me informó de todo lo que está ocurriendo". Me tiré a la cama. Me quedé pensando en Roberto. En su abnegación para conmigo. Todavía antier que fue domingo, cuando oí unos fuertes golpes en la puerta de la sala, y abrí, era él, de rostro desfigurado y temblor de cuerpo, por la grave crisis alcohólica que atravesaba. "Solo vengo a preguntarte, si recuperaste el partido", me dijo. Y a mí que no me gusta mentir, jamás lo hago, pero esta vez piadosamente le mentí. "Si", le respondí, "pero por favor, recupérate pronto". Al día siguiente lunes, al despuntar el alba, murió de una severa congestión etílica. Seguí pensando en la abnegación y fidelidad, de quien hacía las veces de mi secretario. Le pedí a Dios por el eterno descanso de su alma, y me quedé llorando...

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NOVENA PARTE Plataforma No-Venta: Otra vez metido en la borrascosa política, pero fue la última vez. El Efraín Rios Montt que yo conocí. Doña Tere y Zuri. Acontecimientos históricos de un decenio Revisemos los episodios más sobresalientes del decenio. Dos días después del equinoccio de la primavera de 1982, un levantamiento armado dio por tierra con el régimen del general Romeo Lucas. Con el derrumbamiento de este gobierno militar, había caído la última página, de uno de los capítulos más sombríos de la historia de Guatemala. Quedaba en el pasado una época de represión, de persecuciones, secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos políticos A esto hay que agregar, que esos regímenes militaristas, espurios, fueron producto del fraude electoral. Se alteraron los escrutinios, burlando la voluntad del pueblo, como sucedió en l974 y luego, cuatro y ocho años después. Por eso el país recibió con beneplácito, el cambio que ya se esperaba. Asumió un triunvirato con los militares Efraín Ríos Montt, Horacio Maldonado y Francisco Gordillo, pero pronto se desintegró y se designó a Ríos Montt como presidente. Pero en agosto del siguiente año, días antes de la feria de la Asunción, ocurrió un relevo en la cúpula. Los militares nombraron como jefe de estado, al general Humberto Mejía Víctores, que convocó a una constituyente, que promulgó la Carta Magna de 1985, la cual se estrenó con el triunfo del abogado Vinicio Cerezo, que terminó su período de cinco años, sustituyéndolo el ingeniero Jorge Serrano, que a medio período fue derrocado por el pueblo, por flagrantes violaciones a la Constitución. El congreso designó al jurista Ramiro de León Carpio, ex procurador de los derechos humanos, para completar el período de Serrano. 341


Me había hecho la promesa de no participar más en la política. Pero a finales de 1986, un grupo de ex compañeros de las huestes peraltistas, encabezados por mi buen amigo el economista Augusto Castillo Arroyo, me visitó en mi casa de la zona 7, para invitarme a formar parte de un movimiento, que se promovía a favor de la candidatura del general Ríos Montt, para llevarlo a la presidencia. Y aunque el prospecto me simpatizaba, me negué rotundamente a meterme otra vez en los vericuetos de la política. Además en 1980, después de que el gobierno de Lucas me arrebató mi partido, - como bien recordará el lector,- me hice la solemne y formal promesa, de no participar más en el gracioso arte del golpe bajo y la zancadilla. Pero, “los muchachos” insistieron tanto, que accedí finalmente a jugarme un nuevo albur, haciendo honor al dicho de que “gallina que come huevo, aunque le quemen el pico”. Como nunca fui amigo de arrimarme a un partido, para ver que partida sacaba, tomé la determinación de formar el mío propio, para respaldar al general, lo bauticé con el rumboso nombre de “Organización Nacional Democrática" con las siglas O.N.D., y el emblema del núcleo familiar. Con la nueva legislación había un gran aliciente, ya no se requerían mas de 50 mil afiliados, sino únicamente 4 mil, pero debidamente acreditados, lo cual garantizaba la autenticidad de los firmantes, sin que hubiese chance de recorrer los cementerios y anotar en los libros de inscripción, cuantos nombres aparecían en las lápidas. Una vez reunida la documentación, me presenté a la oficina del tribunal electoral. Antes de tres meses, se había autorizado al grupo promotor, que lo formábamos unas cincuenta personas, entre quienes se eligió a una directiva. Como de cajón, me calló encima la pacaya de secretario general.

Un buen amigo, también de extracción peraltista, me alquiló una casa en la 15 calle, cerca de la Cámara de Comercio, con una renta módica de cien quetzales, que se le cancelaba "religiosamente" todos los meses, con las contribuciones de los adherentes, y donativos de personas amigas. Asimismo, también se le cancelaban "religiosamente", los servicios de agua, luz, teléfono y tren de aseo, todo lo cual consta en los estados financieros del comité, que aún conservo en mi archivo de cosas viejas. El inmueble era una casa muy bonita, espaciosa y hospitalaria, con numerosas piezas grandes y pequeñas, corredores y dos patios, que llenaba los objetivos que yo perseguía, pero cuando penetré por primera vez, me impresionó el estado lamentable en que se encontraba. Paredes sucias y descoloridas, arriates abandonados, basura por aquí y por allá, las preciosas alfombras azules de los principales salones, cubiertas de esos repugnantes moluscos que se llaman "babosas", de cuerpo gelatinoso, que segregan una baba pegajosa, que no se si mis lectores tienen el disgusto de conocerlas. Para combatir a estos horripilantes gasterópodos, tuvimos que echar mano a no se cuantos sacos de sal, y un veneno especial, pero por fin logramos exterminar las plagas. En el pickup de mi recordado amigo el doctor Calderón, sacamos basura que fue gusto, que la íbamos a votar a un basurero cerca del puente de "Las Vacas". Un enjambre de compañeros de lucha, brocha en mano, se dieron a la tarea de pintar techos, paredes, puertas y ventanas, hasta que la céntrica propiedad quedó a todo dar, como Dios manda, y así procedí a instalar las oficinas del comité pro formación del partido O.N.D. En esos días conocí al general Efraín Ríos Montt. Me fue presentado en su modesta casa de Vista Hermosa, en la Colonia Tecún Umán. Recuerdo hasta cierto punto con buen humor, cuando de entrada le solté estas palabras "que lamento que participe en los embrollos de la política,

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porque una persona como usted, de tan singulares cualidades de honestidad, circunspección, rectitud y recia personalidad, se expone a que cualquier hijo de vecino, le falte el respeto, endilgándole cualquier sarta de improperios". Y antes de que me invitara cortésmente, a abandonar su casa, (y es que el general, aunque pierda los estribos, nunca pierde lo cortés, por aquello de que "lo cortés no quita lo valiente"), le aclaré que todo esfuerzo patriótico que tendiera a sacar adelante al país, bien valía la pena intentarlo, por costoso o difícil que fuera. Le puse este ejemplo: que cuando al gran emperador Francisco I, después de su derrota, le preguntaron que si no habían sido en vano sus esfuerzos a favor de Francia, respondió: "Es cierto que todo se ha perdido, menos el honor, y París bien vale una Misa". Entonces su sacrificio por Guatemala, señor general, le dije a Ríos Montt "bien vale una Misa". El general Ríos me comentó que yo era la primera persona que llegaba a su casa a decirle que no se metiera en política, cuando al contrario, quienes se acercaban a él, era precisamente, para empujarlo a trabajar por su candidatura a la presidencia. "Pero", -añadió- "que comprendía, el verdadero sentido y el alcance de mis palabras". Nos enfrascamos en una cordial charla por largo rato. Nos intercambiamos algunas anécdotas célebres, de famosos personajes de la historia. Yo le referí "que una noche, el general Carrera, siendo presidente de la república, había invitado a un grupo de diputados de la oposición, a una cena en la casa presidencial. Entre ellos, al general Miguel García Granados, su más recio opositor en la asamblea. Al finalizar la cena, Carrera le contó a García Granados, que hacía dos noches lo había soñado, a lo que este le respondió: "que honor para mi señor presidente que me haya soñado, ¿Y como me soñó señor Presidente?". Carrera le contestó: "Soñé que lo había mandado a fusilar". Al día siguiente,

don Miguel abordaba el vapor, rumbo a San Francisco California". El general Ríos no se quedó atrás. Me refirió esta anécdota: "En una de las guerras púnicas, entre Roma y Cartago, antes de comenzar la batalla, dos valientes generales, Escipión y Aníbal, se encontraron frente a frente, para dirigirse unas palabras, como se acostumbraba en las grandes batallas. Aníbal, en un gesto de superioridad, le dijo a Escipión: "Mis ejércitos cubrirán el sol con sus flechas", a lo que su rival le respondió: "Gracias señor, así será más agradable, porque pelearemos en la sombra". Acompañado de su esposa doña María Teresa, y de su hija Zury, asistió a la inauguración de la sede social del comité, precisamente el Día del Cariño de 1990. Fue recibido por los directivos, afiliados y simpatizantes, que prorrumpían en entusiastas vivas y cerradas ovaciones. En el salón de sesiones se celebró un acto sencillo de recibimiento, en el que dirigí una breve alocución, reseñando las actividades del comité, tendientes a procurar la inscripción del general como candidato presidencial. Me referí a la aflictiva situación por la que atravesaba el país. Dije que se vivía una crisis institucional, en todos los órdenes de la vida nacional, en lo político, en lo social, en lo económico. Hice votos para que asumiera el poder, antes de que ocurriera un estallido social, de imprevisibles consecuencias. (Sin embargo, 11 años después, aún persiste esa crisis con mayor intensidad. De suerte, que el futuro de la nación, hasta este momento, es incierto. La enfermedad se mantiene y es de pronóstico reservado). Una bulliciosa marimba amenizó la reunión. Entre otros ritmos movidos y chispeantes, que daban más calor y colorido a la alegre inauguración, la marimba interpretó la bella y romántica melodía "Lo llaman Pecado", de Alvaro Contreras Vélez, y una canción de tiempos remotos titulada "Tere, Teresita"...que las damas de compañía cantaban a coro.

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Dos locales destiné para que tanto doña Tere, como Zury, - con quienes mantuve estrechos lazos de cooperación y entendimiento, en la persecución del mismo objetivo político -, ocuparan esos salones, para instalar sus oficinas, como así lo hicieron, imprimiendo a la sede social más categoría, más entusiasmo y dinámica. Desde allí salían los días sábados, centenares de entusiastas jóvenes, de ambos sexos, que recorrían las calles de la capital en alegres y ruidosas caravanas. Otro local que me fue solicitado, lo di para un comité, que buscaba su inscripción como partido político, para respaldar asimismo la candidatura presidencial del general Ríos. Meses antes, el 11 de julio de 1989, en una luminosa tarde de canícula, cuando el comité funcionaba en mi casa de la zona 7, la directiva, el grupo promotor, y un buen número de simpatizantes, recibimos al candidato que departió con nosotros por espacio de dos horas. Me correspondió la misión de presentarlo y de ofrecerle el espontáneo agasajo. Enseguida, él tomó la palabra dando explicaciones de las trabas, que el gobierno de Vinicio, estaba poniendo para impedir su participación en los comicios de finales del año. Oportunamente entabló un provechoso debate, con los abogados del comité, en torno a los dos artículos constitucionales, de las injustas prohibiciones, que le han vedado su participación electoral. Ese día lo recuerdo con bastante alegría, porque fue cuando mi hija Miriam, salió de la maternidad, después de dar a luz a su primogénita Andrea María, que había nacido el 9. Noté la presencia del ingeniero Augusto Sierra, padre de Fernando, esposo de mi hija, y padre de la linda bebé que tenía 48 horas de haber venido al mundo. Pues el ingeniero Sierra, cámara en mano, se entretuvo disparando flashes a través del ventanal del frente de la sala, donde tenía lugar la tertulia política, en tanto Ana María mi esposa, como anfitriona, brindaba al general Ríos un cúmulo de atenciones.

Doce años después, el domingo 8 de julio del año 2001, la linda bebé que tenía en aquel entonces 48 horas de haber nacido, celebraba en la residencia de sus abuelitos, no lejos de Jardines de la Asunción, el feliz advenimiento de sus doce años, con una reunión familiar rodeada de amiguitos y de su hermano pequeño Rodrigo, que tuvo destacada actuación, en la función improvisada de bailes modernos, que ofrecieron a los asistentes al alegre y simpático festival. No faltó desde luego, el tradicional pastel de cumpleaños con sus doce velitas, el canto del "happy birthday too you", y los helados. Presentes estuvieron sus abuelos paternos Augusto y Carolina, su papá Fernando y las mamás de sus abuelos doña Marina y doña María. Regresemos a la narración que nos ocupa. A mediados de la primavera de 1990, se inauguró la sede social de la campaña del movimiento riosmontista, en un local que había sido una pista de patinaje de la zona 13. Se le bautizó con el nombre de Plataforma No-Venta, haciendo eco al emblema del candidato: "No miento, no robo, no abuso". En la inauguración tomé la palabra. Dije que mucha gente me preguntaba en la calle, que si al asumir el poder el general Ríos, entraría fusilando como lo había hecho en otra época el general Ubico, y que con eso había puesto orden en el país, acabando con rateros, ladrones, bandoleros, asesinos y toda esa lacra social, que cuando no se le combate, mantiene de rodillas al pueblo honrado y trabajador. Él respondió, golpeando con las manos un ejemplar de la constitución, que se atendría a la ley, la aplicaría sin vacilaciones ni reservas, que no le temblaría el pulso para mantener el principio de autoridad, y respetar el imperio de la ley. Si la ley así le autorizaba, procedería de acuerdo con la ley. En otras palabras, aunque el general, no dijo que dos y dos son cuatro, había expresado, que entraría fusilando, como lo había hecho en otra época el otro general.

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Fue en esos días cuando el tribunal electoral, dio luz verde a la inscripción del partido Frente Republicano Guatemalteco (F.R.G.), siendo reelecto como secretario general, mi recordado y buen amigo el profesor Rolando Méndez Mora, cuya inauguración se realizó en un local cerca del gimnasio olímpico. Posteriormente la convención nacional, designó al general Ríos Montt como candidato presidencial, y para la vice a don Harris Whitbeck. Así también se integraron las planillas para los candidatos a diputados, apareciendo yo en una de las casillas del distrito central. Llegó el mes de noviembre. Se realizaron las elecciones. Al general le aplicaron las prohibiciones constitucionales y ya no participó como candidato. Desde mis primeros pasos en este affaire, yo sostuve la tesis de convocar a una consulta popular o plebiscito, para preguntar a la población, si deseaba la participación del general como candidato. Pero esa inquietud mía no tuvo eco. Le hice personalmente el planteamiento al general. Pero tampoco pegó. Todo fue en vano. Y estoy plenamente seguro, y la mayoría de mis lectores estarán de acuerdo conmigo, en el sentido de que si tal consulta se hubiera realizado, el general Efraín Ríos Montt, hubiera asumido constitucionalmente la presidencia de la república, el 14 de enero de 1991. El país no hubiera atravesado por la grave crisis política por la que atravesó, de la que aún no nos reponemos, provocada por la insensatez, la ceguera política y la ausencia absoluta de patriotismo, de quien asumió el poder en aquel entonces. Pero el destino de una nación está escrito, y así tenía que suceder !Que lástima! A los pocos días me presenté a las oficinas electorales. Pedí la cancelación de mi comité. Y ahora si había tirado la toalla política para siempre...

Cinco días inolvidables en Montemorelos. Acto académico de altura académica. Impresiones de un viaje Las manecillas del reloj puntualizaban, las cinco y veinte de la tarde, del miércoles 30 de mayo del año 2001, cuando el boing 727 de Mexicana de Aviación, se detuvo en el aeropuerto de la pujante ciudad de Monterrey. Percibí el caluroso colorido de la urbe norteña, pero yo no iba allí. Iba a la cercana Montemorelos, donde mi hija Ana Lucrecia recibiría el título de Doctora en Educación, en la Universidad de esa ciudad. Deseo trasladar al lector, las experiencias vividas en ese viaje relámpago, que recogen las últimas letras de VIVENCIAS.

Recibimiento de Ximena de Doctora en Medicina acompañada de sus padres y familiares. Montemorelos 1998

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Grata sorpresa sentí al encontrarme con mi nieta Ana Ximena y su novio Oscar, que esperaban mi llegada. En un vuelo posterior, procedente de Belice, llegaría mi hija Ana Lucrecia y mi otra nieta Mayana. Después de los besos y abrazos, partimos para Montemorelos, distante en automóvil a una hora de Monterrey. Estas dos ciudades del estado mexicano norteño de Nuevo León, ya las conocía, porque tres años atrás, en los días primaverales del mes de mayo de 1998, en compañía de mi hijo Federico, asistimos al recibimiento de Ximena, al culminar sus estudios profesionales de doctora en medicina, egresada asimismo, de la Universidad Adventista de Montemorelos. En esa ocasión me quedé vivamente impresionado de esas dos ciudades, de floreciente actividad, principalmente de Monterrey. Su progreso era visible en todas partes. Se notaba una fiebre de construcción, de edificios públicos y privados, sólidos y de muchos niveles, que venían a sumarse con los ya existentes. Así como ampliaciones de arterias y de áreas verdes para parques y sitios de recreo. Reparé en el ordenado trafico vehicular, sin el "smog" provocado por el humo negro. Me llamó la atención de que no habían ventas callejeras, ni promontorios de basura, ni vagabundos, ni limosneros. Remotamente algunas sirenas de ambulancias o bomberos, se oían a lo lejos. Naturalmente que no hay ruidos de motores de avión, ya que el aeropuerto está bastante distante de la ciudad. Además no se conoce la costumbre de la quema de cohetes, o bombas, ni quema de basura en las casas. Las celebraciones familiares, no se realizan en las casas particulares, sino en salones especiales para ello, sin ocasionar molestias a los vecinos. Las colonias y barrios residenciales, ocupan áreas distantes a los centros comerciales. Allí no hay cantinas, ni bares, ni casas de citas, ni barras show. Estos negocios, tienen sitios específicos. La ciudad está diseñada, modernamente, a la

altura de los tiempos, y se desenvuelve como toda ciudad del mundo contemporáneo. No supe de atracos en las calles, o en los servicios del transporte urbano y extraurbano. Lógicamente existe la delincuencia, pero sus niveles son bajos, debido a que el desempleo es de niveles bajos, al tomar en cuenta que Nuevo León, es el emporio industrial de la república mexicana. En el centro y sur del país, principalmente en el Distrito Federal, en el puerto de Acapulco y un poco menos en Guadalajara, la situación es diferente. La delincuencia es pavorosa, sobretodo en secuestros, en que México ocupa, después de Colombia y Brasil, la tercera casilla entre los países más azotados por ese abominable crimen. A un año de haber asumido el poder, el presidente Fox reconoce que la delincuencia no ha disminuido, pero se han desbaratado numerosas bandas de criminales, aplicándoles con dureza la ley, que cae con más rigor cuando se trata de empleados de la administración pública. La impunidad, ha enfatizado, es cosa del pasado. Sin embargo, en el renglón económico, el país se ha recuperado, y marcha sobre bases sólidas de desarrollo. Esta calurosa ciudad, que luce un ornato envidiable, refrescada por su inmensa vegetación, ocupa el tercer lugar entre las ciudades de la América Latina de mayor afluencia turística, después de Sao Pablo, Brasil, y de Miami, Estados Unidos. Se sitúa en el tercer lugar por su densidad de población, después del Distrito Federal y de Guadalajara. Su fisonomía es de diseño moderno, de gran influencia norteamericana. Predomina la gente blanca, de ojos claros y de pelo rubio. Conocí los lugares mas visitados, pero sobre todo me llamó la atención sus plazas y parques de vastos jardines. La Macroplaza, con la Fuente de Neptuno, que ocupa una superficie de lujuriante vegetación, de varias manzanas a la redonda. Villa Santiago, que es un estupendo mirador, desde donde se divisan sus extrañas montañas, entre ellas la más imponente, conocida como "La Silla", que identifica a Monterrey. El Instituto

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Tecnológico, con su atrevida estructura inclinada de la biblioteca, y los graderíos de los edificios administrativos que dan la sensación de portaviandas que se elevan al cielo. En los jardines que separan los pabellones, se observan gran variedad de faisanes, que apaciblemente han hecho del verdor del césped, su confortable hábitat. Esto es algo más que vi en la hermosa ciudad. El "Planetario", con su extraordinaria Plaza García, en la Colonia Del Valle, no lejos de las opulentas residencias de las familias más acaudaladas de la región. Vimos una simpática película de ciencia ficción, en lo que se llama "Cine Polis", que es un complejo de diez imponentes salas de espectáculos, con pantallas gigantes y equipos de avanzada tecnología. Recorrimos restaurantes, cafeterías, fuentes de soda, centros nocturnos, todos con aire acondicionado y letreros prohibiendo fumar. Visitamos una feria llamada "Expo 98", que permanecía abierta por dos meses, donde el visitante encontraba desde un alfiler, hasta un lujoso automóvil. Subimos al moderno "metro", que en ese tiempo tenía un año de haberse inaugurado. Es digna de mención la novedosa fuente de agua, del barrio "La Purísima", y el "Museo de Historia", soberbio edificio que conserva verdaderos tesoros de la civilización Azteca, como testimonios de un glorioso pasado. Pero también en esas paredes, se encierran impresionantes páginas de la historia del período colonial, la independencia y la revolución. En esa ocasión se exhibía "la pieza del mes de mayo de 1998", consistente en una obra pictórica del artista mexicano - norteamericano, Clemente García, inspirada en la batalla del 5 de mayo de 1862, en que fueron expulsadas del territorio mexicano, las tropas francesas del Emperador Maximiliano de Hapsburgo. En el cuadro aparecen Benito Juárez y los generales Ignacio Zaragoza y Porfirio Díaz, que desempeñaron un papel protagónico en la batalla de los cerros de Loreto y Guadalupe en Puebla. En el Parque del Museo hay una Placa Conmemorativa

que dice: "Acta de Fundación de la Ciudad de Monterrey. En el nombre de Dios Todopoderoso...Yo Diego de Montemayor, en nombre de su Majestad Real, el Real don Felipe Nuestro Señor, hago fundación de Ciudad Metropolitana junto a un monte grande y ojos de agua que se llaman Santa Lucía... y se intitula la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey... y en fe y en testimonio de verdad lo otorgue y funde en el Valle de Extremadura, ojos de Santa Lucía, jurisdicción del Nuevo Reino de León, en veinte días del mes de septiembre de mil quinientos noventa y seis." Llegamos a Montemorelos. Nos sacudimos el polvo del camino, y nos hospedamos en la bonita residencia de la familia Ramírez Zabala, de íntima amistad con mi hija Luqui. Una familia ejemplar, unida y hospitalaria, que nos colmó de gentiles atenciones, durante nuestra permanencia en su honorable hogar. Nos sentimos como en nuestra propia casa. Compartimos simpáticas y alegres tertulias, de franca camaradería, con don Donato, Pastor de la Iglesia Adventista. Con su esposa Migdalia, y sus hijas Raquel y Norma, y su hijo Samuel. Esa mañana del jueves 31 de mayo, la dulzura de las notas del "Claro de Luna", de Debussi, me despertaron gratamente, después de un sueño reparador y reconfortante. Lo ejecutaba magistralmente al piano, una de las hijas de Donato, Raquel, que ostenta el título profesional de Licenciada en Música, también egresada de la Universidad de Montemorelos. A medio día, conversé largamente con ella. Me mostró su trabajo de Tesis, que lo sentí completo y acucioso, por las reseñas históricas de la música de su país, y la cita de insignes compositores, y grandes directores de orquesta, como el maestro Chávez, recordado director de la Orquesta Sinfónica de México. Raquel me obsequió aquella mañana, con otros trozos musicales de inmortales compositores, como "Sueño de Amor" de Liszt, y los nocturnos de Chopin.

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A las siete y media de la noche, de ese jueves, con Luqui asistí al Auditorio de la Universidad, a un recital del tenor Carlos Mario Méndez, acompañándole al piano, la pianista rusa Elena Bulgakova. El recital fue presentado por Méndez, como requisito para obtener el título de licenciado en Enseñanza Musical. Hizo un análisis, e interpretó seis cantos de la obra "Amor del Poeta", con música del compositor alemán Robert Schumann, y letra del poeta también alemán, Heinrich Heine. Con Luqui, abandonamos la hermosa sala de conciertos, sumamente complacidos por el estimulante recital lírico, cuando las horas de la media noche, refrescaban el clima de la cálida y apacible Montemorelos. La Universidad de Montemorelos, fue creada me-

diante resolución oficial del Estado de Nuevo León, México, el 5 de mayo de 1973, y goza de pleno reconocimiento de validez oficial de estudios, para las carreras y programas educativos que ofrece. Sus instalaciones, diseñadas profesionalmente, forman un complejo de ciudad

universitaria, que le da a Montemorelos, vida, actividad y progreso. Pues bien, el domingo 3 de junio, amaneció un día despejado y deslumbrante. Un ligero viento corría por los hermosos jardines, que circundan las instalaciones de la universidad. A las 8 y media de la mañana, se realizaría el acto de graduación de los profesionales de la "Generación 2001", en el templo o iglesia, que más bien me pareció una elegante sala de teatro. Amplísima platea, con cómodas butacas para unas setecientas personas. Tres palcos en lo alto, con cabida, cada uno, para 250 personas. Monumental escenario. Sistema de sonido impecable, conectado al órgano o al juego de micrófonos del proscenio. Me extrañé que no lucieran en ese lugar, dos pabellones, el de México y el de la Universidad. A los marciales acordes de la "Marcha de los Sacerdotes", de Mendelssohn, hicieron su entrada por el pasillo central, cerca de cuatrocientos graduandos en más de treinta carreras o profesiones, luciendo sus togas en blanco y negro, en una policromía de borlas, desde el café claro, hasta el café oscuro, pasando por el rosa, marrón, amarillo, hasta el celeste, lila, verde y rojo. El desfile lo encabezaron, mi hija Ana Lucrecia y Jorge Ramiro Quinteros, (de nacionalidad chilena, residente en Bolivia), quienes fueron investidos con el Doctorado en Educación. En el desarrollo de estos eventos académicos, no se permite el acceso de los fotógrafos y camarógrafos, al escenario, quizás para evitar inoportunas interferencias. Unicamente se le permite a cada graduando ser acompañado por su respectivo fotógrafo, quien toma las fotografías en el momento de la imposición de la esclavina que lo acredita ya como profesional. Tampoco se permiten los aplausos, ni ninguna expresión de júbilo ó alegría. Estas manifestaciones se sustituyen con la palabra "amén". Los puntos musicales del programa fueron amenizados por la orquesta universitaria, que me dio la impresión de una

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Montemorelos 2001. Recibimiento de Ana Lucrecia de Doctora en Educación, rodeada de su padre y sus dos hijas


pequeña filarmónica, de veinticinco ó treinta profesores. Otros espacios fueron llenados con interpretaciones a piano y órgano, bronces y órgano. Destacada actuación tuvo el tenor Carlos Méndez, y el coro polifónico de la Universidad. Una brillante pieza oratoria lo constituyó, el elocuente discurso del Rector Magnífico, Doctor Ismael Castillo Osuna, quien se refirió a los sacrificios, a las penas y angustias de los alumnos, en su afán de culminar sus estudios, pero que con sus esfuerzos habían coronado felizmente, las hermosas ilusiones y los sueños de alcanzar un título profesional. Dentro del ceremonial, está reglamentado, que los profesionales, después de su investidura, acudan a sus padres, o familiares más cercanos, que se encuentren entre el público, y les coloquen en el pecho, un diminuto arreglo de flores. Fui emocionalmente sorprendido, cuando mi hija Luqui, subió al palco donde me encontraba con mis dos nietas y me colocó en la solapa del saco, esa simbólica ofrenda, de fina manufactura de tela, para conservarla como imperecedero recuerdo. La preciosa insignia la formaban dos pequeños cartuchos blancos, y unas diminutas florecillas también blancas, llamadas "llovizna", atadas con dos vistosos listones y una cuerda plateada. Los bronces y el órgano, con el "Trumpt Tune", de Purcel, puso punto final al acto académico, de gran altura académica. Al finalizar la ceremonia, en las afueras, en los hermosos jardines, hubo profusión de fotografías, de saludos, despedidas, abrazos y besos de congratulaciones. De allí partimos a un almuerzo de celebración, en el comedor del Hospital "La Carlota", a poca distancia de la residencia de la familia Ramírez - Zabala, donde estábamos hospedados. Previamente el 14 de febrero de este mismo año, Luqui disertó sobre una investigación titulada "Factores predictores de la satisfacción laboral, de las educadoras

beliceñas, al inicio del milenio" como requisito previo para optar su título profesional. La doctora Abigaíl Castro de Pérez, ex ministra de educación de El Salvador, muy amiga de mi hija, y actualmente directora regional de la OEA, fungió como asesora del interesante trabajo investigativo y participó como examinadora externa, juntamente con los Doctores Victor Kornierjczuk, Therlow Harper Jr. y Eduardo Gonzalez. Al almuerzo, que fue ofrecido por Luqui y el doctor Quinteros, asistieron amistades íntimas de ellos, que me fueron presentadas. Los doctores Roger, Quiyono y Villegas, y las licenciadas Amiris Lombert, de la República Dominicana, y Albina Tomenko, sensitiva poetisa de Ucrania Oriental, Rusia, que tuvo la gentileza de obsequiarme un ejemplar de su colección, titulada "Mientras vivo, Amo. Mientras Amo, Vivo." La dedicatoria dice: "Con cariño dedico a Federico este libro, que expresa mi filosofía. Albina. Montemorelos, 3. VI. 2001". Esa tarde fuimos de paseo a un zoológico. Pero no era un zoológico común y corriente. Subimos a una especie de carretón de motor, con techo de palma, y asientos laterales, que hizo un recorrido por los sinuosos caminos de la boscosa finca. Una jovencita rubia, micrófono en mano, ilustraba a los paseantes sobre las especies animales, que familiarmente se acercaban al transporte, cuando este detenía su marcha. Y cosa simpática, aquí no se prohibe dar de comer a los animales, al contrario, en la entrada del auto safari, venden bolsas conteniendo comida alimenticia para ellos, que los turistas, especialmente los niños, gozan por ejemplo, cuando la enorme cabeza de un avestruz, se introduce por la ventanilla, en busca afanosa de su comida. Cuando se trata de un elefante, de una jirafa o de un bisonte, o una fiera, la cosa es diferente. Hay que tomar precauciones, tirándoles el alimento afuera del transporte. Ya han ocurrido penosos pero esporádicos incidentes, como cuando a una pobre gringa, ya entrada en

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años, la larga cola de un mico la estaba asfixiando, al enrollarla en su garganta. La intervención del piloto, que también hace las veces de paramédico, al oír sus gritos, detuvo el vehículo, y acudió a prestarle los primeros auxilios, quitándole de encima al intruso visitante, que lo único que le provocó a la gringa, fue un tremendo susto. En otra área del zoo, hay una laguneta de aguas cristalinas, con lanchas de remos o motor, para diversión de los turistas. En la noche visitamos una feria llamada Feria de la Naranja, que es un nombre simbólico, porque allí no hay naranjas, a pesar de ser la zona de las naranjas de mejor calidad del país. Lo que encontramos, fueron mariachis, o conjuntos con música norteña, al estilo del grupo "Límite" de Alicia Villarreal. En todo el espacio ocupado por la feria, tropezamos con salones de baile, comedores, polacas, un chorro de artículos típicos, comidas también típicas, un predio de automóviles modernos a precios rebajados, y un parque de diversiones de aparatos mecánicos, de lo más escalofriante, pero en los que la gente, sobretodo la gente joven se divertía a todo dar. El sueño que me invadía esa noche, fue interrumpido por una serenata, que amigos de mi nieta menor, Mayana, le ofrecían en las afueras de la casa de la familia Ramírez. Voces y guitarras lanzaban al viento, románticas y nostálgicas canciones, que obligaron a la nerviosa festejada, a levantarse de la cama, colocarse su mejor bata de noche, y agradecer emocionadamente en persona, el homenaje musical de que era objeto. En la ciudad de Montemorelos, funciona la terminal del norte, de transportes terrestres, que cubren gran parte del territorio de los Estados Unidos Mexicanos. En un edificio, amplio y cómodo, el usuario adquiere sus boletos para viajar. En la vez anterior que estuve aquí, abordé con mi familia un bus de la empresa "Tamaulipas", que nos transportó a Monterrey. Fue un recorrido de no-

venta minutos, cómodo y agradable, en asientos numerados. Una pantalla de televisión, colocada al frente del vehículo, proyectaba una película, con una duración equivalente a la hora y media que duraba el trayecto. En varias poblaciones intermedias, observé estaciones de espera para el usuario, que disponen de confortantes amueblados, oficina para la venta de boletos, y cafetería. Por medio de un altoparlante, se informa a los pasajeros, la llegada de un bus, y el lugar a donde se dirige. Me causó muy buena impresión, la eficiencia del servicio extraurbano, que se desplaza en hermosas carreteras, con un carril intermedio donde lucían en ese entonces, las flores celestes del árbol de matilisguate. Como bien dicen "que no hay plazo que no se cumpla, ni fecha que no se llegue", los cinco inolvidables días que pasé en la floreciente Montemorelos, se habían esfumado de prisa como el viento. A las cinco de la mañana, en los albores del lunes 4 de junio, Luqui, Ximena, Maya y yo, estábamos ya de pie. Listos para el retorno. Migdalia, nos despidió en la antesala. Entonces, aun en la penumbra del amanecer, improvisé un verso que siempre me ha gustado: "Ojos que vais pasando, sin comprender mi pena, sin apagar mi llanto. Ojos dulces, morenos, llenos de incógnitas profundas, que sois para mí, como un imán de dudas y esperanzas. Cuando no miro tus ojos, se viste mi alma de luto, creyendo muerta la llama, de tu cariño profundo. Y se va hundiendo en la noche, mi ensueño que se hizo tuyo. Hojas del árbol de mi alma, caídas en el invierno..."

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Corren los últimos días primaverales del año 2001. Es una noche serena, fresca y apacible, después de una copiosa lluvia. Estoy de regreso. Me acomodo en una silla mecedora con forro de mimbre, en la privacidad de la pequeña ante sala, del segundo piso del chalet, que la lejanía del tiempo denominó una vez “la residencia del Coronel”. Y precisamente estoy donde funcionó su Despacho. Casi presidencial. Veo que todo esta igual, todo está en su mismo sitio, tal como lo dejé antes de emprender y remontarme, al largo y escabroso camino de mi existencia. Pero que si volviera a nacer, créame mi querida lectora y mi amable lector, gustosamente lo recorrería de nuevo...porque pienso que la vida, es una gran comedia, no sólo de lágrimas, sino también de risas... Vuelvo la mirada a los frondosos árboles y arbustos, que envuelven la terraza, que se desprenden de las áreas lujuriosamente engramadas del piso de abajo. Están cubiertos por las sombras de la noche. Como silueta caprichosa, se dibuja la majestuosa presencia de los naranjales valencianos, ya no con naranjas, sino vestidos de blanco, con sus aromáticos azahares, que saludan nostálgicamente, los finales del equinoccio de la primavera. Mi mirada se detiene en mi modesta y pequeña biblioteca. Distingo un libro de sugestivo empastado, intitulado “La caída de un régimen, Jorge Ubico, Federico Ponce, 20 Octubre 1944”, cuyo autor es mi dilecto amigo Oscar De León Aragón. Mi vista también se detiene en un voluminoso libro que se llama “Historia Betlemítica”, siendo su autor otro recordado amigo ya fallecido, José García Bauer, cuyo nombre aparece en las páginas de VIVENCIAS, como bien recordará el lector, pero que en su apasionante obra, figura con el nombre de “José García De La Concepción”. Imposible que estuviera ausente entre

mis lecturas favoritas, “El señor Presidente”, del eximio Miguel Angel Asturias, y “La Gringa”, y el “Autócrata”, del inolvidable don Carlos Wild Ospina, que asimismo figura entre los personajes de mis memorias. Y por fin los dos atentados contra Estrada Cabrera, “La bomba” y “Los Cadetes”, del ilustre don Clemente Marroquín Rojas. Me invade un no sé que. Una especie de extraña sensación, al tomar otra vez en mis manos a “Juana de Arco”, de Jacques Cordier, su extraordinaria personalidad. El increíble papel histórico de la niña mártir. Nuevamente vuelvo a meditar en esa figura tan atractiva, tan digna de compasión y de admiración, que expulsó valientemente a los invasores de su amada Francia. Y que, como un sarcástico galardón del destino, se le condenó a morir en una hoguera en la ciudad francesa de Ruán, un desafortunado 30 de mayo de 1431. En las páginas de VIVENCIAS queda un bosquejo de la singular heroína francesa, en ocasión en que visité a mi particular amigo el Padre Sicker, como recordarán mis lectores. Y él, con la agudeza de su inteligencia, me ilustró bastante sobre el drama de Juana de Arco, que es una de las figuras más puras y esplendorosas de la historia de la humanidad. Pero no quiero cerrar este último capítulo de VIVENCIAS, sin antes hacer mención, de las tres grandes Teresas, que han desfilado por este planeta, dejando tras sí, una estela luminosa de resplandeciente luz, como genuinas mensajeras del amor: Teresa de Avila, (Santa Teresa de Jesús), excelsa poetisa mística y, asimismo, una de las más nobles figuras que han desfilado por el mundo terrenal. Su infatigable actividad, como reformadora de la Orden del Carmelo, en la que profesó, la llevaron a recorrer a lomo de mula y en carreta, todos los caminos de España. Es autora de algunos de los más sublimes escritos de la literatura mística, de todos los tiempos. Algunos de sus biógrafos sostienen que en los últimos años de su vida, todas las facultades de Teresa, "parecen prodigiosamente

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Cierro Vivencias con un vistazo a Vivencias: Epílogo


armonizadas, para formar un tipo síquico perfecto, delante del cual sentimos una admiración profunda, que despiertan los mas grandes genios de la humanidad. Sensibilidad fina, delicada, abierta a todas las emociones humanas, sostenida por una imaginación sobria y obediente a la razón". Murió en 1582, a la edad de 67 años. Santa Teresita del Niño Jesús (en el siglo Teresa Martin), carmelita francesa, que en su paso por el mundo, dejó varias obras literarias, entre ellas "Historia de un Alma", que tiene un sello profundamente personal, pero que es una bella prosa, amplia, armoniosa, vibrante, de una fluida elegancia. Fue canonizada en 1925, a los 28 años de su muerte acaecida en 1897, a la edad de 24 años. Y por fin, la Madre Teresa, que si bien nació en Albania, el 26 de agosto de 1910, se trasladó a la India y se radicó en la ciudad de Calcuta, hasta su fallecimiento, a principios del otoño de 1997, a la avanzada edad de 97 años, cinco días después del trágico fallecimiento de su amiga, la Princesa Diana, acaecido en París, a cuyos funerales tenía todo el deseo de asistir. Cuantos años han pasado, después de la multitud impresionante de relatos, que han quedado registrados, como indelebles recuerdos, a lo largo de esta historia. Siento que todo para mí, a estas alturas, ha vuelto a una feliz normalidad. Las heridas dejadas en mi corazón por tantos desagradables sobresaltos, han sido restañadas con el correr de los años, y vuelve de nuevo a mi mente la imagen de la sensitiva Marina Padilla, que cuando yo era un patojo de nueve años, y a propósito del dolor que la embargaba por el trágico accidente del callejón de dolores, en que perdió la vida Chinto Rodríguez Díaz, le dije que había leído en un libro, la hermosa frase “dicen que el tiempo, es el dulce bálsamo de consuelo, que cicatriza las heridas del alma”. Y muchos años después, cuando perdí para siempre a mi inolvidable Colomba Mendieta,

asimismo acudieron a mi mente, esos recuerdos de mi niñez, con la misma hermosa frase, que hoy evoco y asalta de nuevo mis sentidos, cinco años después de haber perdido a mi amada esposa Ana María, que me dejó sumido en el más profundo dolor y en la más inmensa soledad. Vuelvo de nuevo a la vida. A seguir bregando, por el difícil camino que el destino me deparó. Y al renacer, siento que estoy saturado, no solamente de las amargas experiencias vividas, sino también de los efímeros momentos, que no fueron pocos, pero pletóricos de encanto y felicidad, que me acompañaron en el decurso del tiempo, en aquellas épocas ya remotas. Tengo confianza de que Dios, a través de la milagrosa "Morenita del Tepeyac", me dará en los años otoñales de mi vida, las fuerzas necesarias para subir los últimos peldaños, del corto camino, que aún me queda recorrer. Y si es así. Si la Divina Providencia me prolonga la vida por un tiempo más, entonces, querida lectora y amable lector, pondría en manos suyas, el tomo segundo de VIVENCIAS, que recogerá otros episodios y anécdotas del ayer, que se quedaron en el tintero del tiempo. Para cumplir con este propósito que tanto anhelo, me pongo de rodillas ante el altar de la vida, y pronuncio estas sencillas palabras: “Señor, de ser posible, retrásame la muerte”...

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FIN


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