PLUVIALIS

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PLUVIALIS

antología de la lluvia

Fotografías por Martina Lelelier

TALISMÁN

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Fotografías: Martina Letelier

Diseño Editorial: Franco Carvajal

Impresión: Akemi Prints

www.talismaneditorial.cl

talismaneditorial@gmail.com

Santiago de Chile, 2023

___ de 50 ejemplares

Todos los presentes poemas pertenecen legalmente a sus autores, pero son enunciaciones colectivas.

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PLUVIALIS

antología de la lluvia

Fotografías por Martina Lelelier

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Está lloviendo, está lloviendo, está lloviendo ¡ojalá siempre esté lloviendo!

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Pablo de Rokha
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antes de la lluvia

Jorge Teillier

Recuerdo tus palabras

Mientras las nubes espesas se reunían Preparando la lluvia

Esa lluvia que días y días se ocultaba en algún lugar de la memoria

En algún lugar desconocido del mundo Coronando los sueños

Recuerdo tus palabras

Hablabas de conejos y cerezas

De gorriones que comían en la palma de tu mano De ciudades enormes del otro lado del océano

Donde los bares estaban llenos sólo de desconocidos.

Recuerdo tus palabras y recuerdo aun más tu silencio Que se unió al gran silencio que precede a la lluvia Y luego cómo huimos cogidos

repentinamente de las manos cómo huimos sin saber hacia dónde

Ensordecidos por el estruendo de la lluvia.

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llueve en silencio, que esta lluvia es muda

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda y no hace ruido sino con sosiego. El cielo duerme. Cuando el alma es viuda de algo que ignora, el sentimiento es ciego.

Llueve. De mí (de este que soy) reniego…

Tan dulce es esta lluvia de escuchar (no parece de nubes) que parece que no es lluvia, mas sólo un susurrar que a sí mismo se olvida cuando crece.

Llueve. Nada apetece…

No pasa el viento, cielo no hay que sienta.

Llueve lejana e indistintamente, como una cosa cierta que nos mienta, como un deseo grande que nos miente.

Llueve. Nada en mí siente…

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l’obscurité des eaux

Escucho resonar el agua que cae en mi sueño. Las palabras caen como el agua yo caigo. Dibujo en mis ojos la forma de mis ojos, nado en mis aguas, me digo mis silencios. Toda la noche espero que mi lenguaje logre configurarme. Y pienso en el viento que viene a mí, permanece en mí. Toda la noche he caminado bajo la lluvia desconocida. A mí me han dado un silencio plenos de formas y visiones (dices). Y corres desolada como el único pájaro en el viento.

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breve charla sobre la lluvia

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La noche que me fui estaba más oscuro que una aceituna. Cuando pasé corriendo por los palacios, extrañamente alegre, empezó a llover. ¡Qué concepto, esas formas minúsculas! Me perdía al contarlas. ¿A quién se le ocurrió? ¿Y cómo se lo habrá explicado a los demás? Allá, en el mar, también cae la lluvia. No cae sobre nadie.

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POEMA LXXVII César Vallejo

Graniza tánto, como para que yo recuerde y acreciente las perlas que he recogido del hocico mismo de cada tempestad.

No se vaya a secar esta lluvia. A menos que me fuese dado caer ahora para ella, o que me enterrasen mojado en el agua que surtiera de todos los fuegos.

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?

Temo me quede con algún flanco seco;

temo que ella se vaya, sin haberme probado en las sequías de increíbles cuerdas vocales, por las que, para dar armonía, hay siempre que subir ¡nunca bajar!

¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, ¡en la costa aún sin mar!

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tentación

Alfonsina Storni

Afuera llueve; cae pesadamente el agua que las gentes esquivan bajo abierto paragua. Al verlos enfilados se acaba mi sosiego, me pesan las paredes y me seduce el riego sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre

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que habitaba cavernas desprovisto de nombre, se ha venido esta noche a tentarme sin duda, porque, casta y desnuda, me iría por los campos bajo la lluvia fina, la cabellera alada como una golondrina.

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el arca

Empieza una lluvia prolongada. ¡Al arca!, porque ¿dónde, si no, se van a meter?: poemas para una sola voz, éxtasis privados, innecesarios talentos, curiosidad superflua, tristezas y temores de corto alcance, ganas de ver las cosas desde seis lados.

Los ríos crecen y se desbordan. ¡Al arca!: claroscuros y semitonos, caprichos, ornamentos y detalles, excepciones tontas, signos olvidados, innumerables variedades del gris, juego para el juego, y lágrimas de la sonrisa.

Hasta donde alcanza la vista, todo es agua y un horizonte borroso.

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¡Al arca!: proyectos para un futuro lejano, alegría de las diferencias, admiración de los mejores, elección no reducida a uno de los dos, anticuados escrúpulos, tiempo para pensarlo y fe en que todo esto pueda un día aún ser útil.

En consideración a los niños que seguimos siendo, los cuentos de hadas terminan bien.

Aquí tampoco puede haber ningún otro final. Cesará la lluvia, bajarán las olas, sobre el despejado cielo se descorrerán las nubes y serán de nuevo como deben ser las nubes sobre todo el mundo: elevadas y frívolas, semejantes a felices islas, borreguitos, coliflores, y pañales secándose al sol.

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tanta mansadumbre

Clarice Lispector

Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.

Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ella se había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento.

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Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por hábito estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar.

Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se parezca a la agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.

Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué simplicidad. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas como el agua de lluvia está ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si, después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Sin siquiera dar las gracias a Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.

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bajo el

cielo nacido

tras la lluvia

Bajo el cielo nacido tras la lluvia escucho un leve deslizarse de remos en el agua, mientras pienso que la felicidad no es sino un leve deslizarse de remos en el agua. O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco, esa luz que aparece y desaparece en el oscuro oleaje de los años lentos como una cena tras un entierro.

O la luz de una casa hallada tras la colina cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.

O el espacio del silencio entre mi voz y la voz de alguien revelándome el verdadero nombre de las cosas con sólo nombrarlas: “álamos”, “tejados”. La distancia entre el tintineo del cencerro en el cuello de la oveja al amanecer, y el ruido de una puerta cerrándose tras la fiesta. El espacio entre el grito del ave herida en el pantano, y las alas plegadas de una mariposa en calma sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.

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Eso fue la felicidad: dibujar en la escarcha figuras sin sentido sabiendo que no durarían nada, cortar una rama de pino para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda, atrapar una plumilla de cardo para detener la huida de toda una estación. Así era la felicidad: breve como el sueño del aromo derribado, o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.

Pero no importa que los días felices sean breves como el viaje de la estrella desprendida del cielo, pues siempre podremos reunir sus recuerdos, así como el niño castigado en el patio encuentra guijarros con los cuales forma brillantes ejércitos. Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana, mirando el cielo nacido tras la lluvia y escuchando a lo lejos un leve deslizarse de remos en el agua.

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39 ÍNDICE Antes de la lluvia 11 Jorge Teillier, en El arbol de la memoria (1961) Llueve en silencio que esta lluvia es muda 13 Fernando Pessoa, en 42 poemas (1935) L’obscurité des eaux 14 Alejandra Pizarnik, en El infierno musical (1971) Breve charla sobre la lluvia 17 Anne Carson, en Charlas Breves (1992) Poema LXXVII 21 César Vallejo, en Trilce (1922) Tentación 22 Alfonsina Storni, en El dulce Daño (1918) El arca 24 Wislawa Szymborska, en Ludzie na moście (1986) Tanta mansadumbre 28 Clarice Lispector, en Dónde estuviste anoche (1974) Bajo el cielo nacido tras la lluvia 32 Jorge Teillier, en Los dominios perdidos (1992)

Este libro se terminó en invierno del 2023 en el contexto del curso Diseño Editorial, dictado por el profesor Rodrigo Dueñas, del diplomado de Edición y Publicaciones de Libros de la Universidad Católica, gracias a una red de afinidades y sensibilidades tejida, sin saberlo, desde hace décadas y en silencio.

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ESTE LIBRO ES UN TALISMÁN

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