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mismos o está simplemente afuera en vez de adentro. El alma necesitaba alguien a quien pudiéramos “mirar” lo suficiente para saber que nosotros éramos los que estábamos “traspasando” (Juan 19,37) y éramos traspasados al hacerlo. El cuerpo de Jesús es el icono permanente de lo que la humanidad está haciendo y lo que Dios sufre “con,” “en” y “a través” de nosotros. Él es el icono de la total solidaridad divina con nuestro dolor y nuestros problemas. Es a la vez un exponer eterno y un contener eterno del Gran Misterio. Es nuestra imagen transformadora principal para el alma. Cada vez que veas una imagen de Jesús crucificado, sé consciente de que revela claramente el mensaje fundamental: lo que la humanidad se está haciendo a sí misma y hace a los demás. No disminuyas su significado haciéndolo sólo una transacción mecánica donde Jesús paga un “precio” a Dios o al diablo. El único precio que se paga es a la intransigente alma humana –¡para que ésta pueda ver! La humanidad odia y ataca lo que tiene muy buena razón para amar –a sí misma, a Dios, y al resto de la creación. No puede decir junto con Jesús, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). Ninguno de nosotros realmente sabe lo que estamos haciendo hasta que el crucifijo exterior se convierte en una revelación interior de cada acto de barbarismo humano, de guerra, tortura, hambre, enfermedad, abuso, opresión, injusticia, muerte temprana y vidas absurdas “¡desde la sangre inocente de Abel el justo hasta Zacarías, a quien ustedes mataron!” (Mateo 23,35). Estos son los primeros y los últimos asesinatos 139