Libro_FranCastilla

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-A la Avenida Principal.-Le dijo mi madre al taxista. Comenzamos a movernos. Fuimos viendo el paisaje desde dentro del coche. Sin duda, Valladolid había cambiado mucho desde la primera vez que vine: Había bastantes más edificios que antes, y habían construido una fábrica. Se podían apreciar a lo lejos, los obreros trabajando en un nuevo puente, que haría posible la comunicación entre Valladolid y la carretera de Palencia. Al cabo de un rato, nos bajamos del taxi, y fuimos derechos a casa de mi tía. Llegábamos un poco pronto, pero seguramente, nuestra llegada le agradaría. Llegamos allí y ya nos tenían preparada una buena bienvenida. Mi tía era bastante precavida, y se notó, porque aunque habíamos llegado pronto, tenía todo preparado. Habíamos llegado sobre las 4 y media, y teníamos muchísima hambre. Comimos una buena comida, pollo asado y patatas. Se me hizo raro comer tan tarde, aunque como tenía un apetito voraz, la comida me sentó de maravilla. Como todavía era pronto, nos sentamos en el sofá. Mi tía y mi madre se prepararon un té de canela, que tomaron con mucho gusto. Mis 2 primos y yo, no tomamos nada, nos sentamos con ellas en un sofá. No tenía mucho trato con mis primos, tampoco me caían muy bien, así que ante el aburrimiento no jugué con ellos ni nada por el estilo. Estuvimos todos sentados un buen rato viendo la tele. Ya eran las 6, y los demás invitados estaban al caer. Esperamos un buen rato, hasta que sonó el timbre. -Espero que sean mis abuelos.-Pensé. Se abrío la puerta, escuché una voz, pero no provenía de ninguno de mis abuelos. Entró en la sala un hombre muy alto y seguido de él... ¡mi abuelo! Estaba muy ilusionado, nos saludamos, y los dos nos sentamos en el sofá. Empezamos a hablar, y entre muchas otras cosas, me contó que mi otro abuelo, el de Zamora, no había podido venir. Me desilusioné, pero pensé, que de todas formas estaba él. Pasaron las horas. Ya eran las 8, y todos los invitados habían venido. Yo ya estaba harto de muchas cosas, y estaba a punto de explotar, porque todo el mundo me saludaba, pero no tenía ni idea de quién eran. Además tenía frío y hambre, pero me daba cosa pedir algo, ya que no era mi casa. Por fin, al cabo de un rato, yo, mi hambre canina, y el resto de mi familia, nos sentamos a comer en una larga mesa, en la que cabían unas 14 personas, y eran justamente los que estábamos. Nos encontrábamos muy apretados, y yo ya estaba empezando a cansarme de todo. Encima, para colmo, la comida no me gustaba, asi que exploté, delante de todos montando el número y gritando: -¡Estoy harto de vosotros y de la Navidad, no puede uno quedarse en su casa tranquilo sin venir a este asco de casa y de cena! Cuando acabé de hablar todos se quedaron sorprendidos, menos mi abuelo, que era muy sabio, y dijo: -Frank, si no te gusta la Navidad, piensa en lo que te voy a decir. La Navidad es una época para estar con la familia, y te deberías sentir un niño afortunado, porque hay niños que no tienen nada, y tampoco con quien pasar las navidades. Piénsalo. En ese momento, me levanté de la silla, y los dos nos dimos un gran abrazo. Desde ese momento, adoro la Navidad.


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