Cada segundo, es un segundo del transcurso de la vida-muerte. Ambas experiencias inseparables de las cuales solo se puede dar cuenta mediante la palabra. Pero el lenguaje, incluida ya la censura, logra mantener la muerte a distancia otorgándole mayor protagonismo a la vida. Pero la realidad es que cada instante del estar vivo es al mismo tiempo un instante de estar muriendo. Popularmente, la muerte es vivida a distancia, por efecto de los problemas del lenguaje, de las representaciones y las censuras de la cultura.Ya que finalmente vivir es morir y aquello que conocemos como la muerte, esa escena ritual cargada de simbolismos, no es más que una forma de dar cuenta de su existencia. Al hablar de la vida no podemos más que hablar de la experiencia, del darse cuenta de la propia existencia a través de los sentidos y la consciencia. No homologamos la vida al nacimiento, sabemos que nacer es solamente el acontecimiento que marca el inicio de la vida individual pero no representa la experiencia de estar vivo. Lo mismo con la muerte, se muere cada día un poquito mientras se vive y viceversa. Tal flujo de energía que supera al sujeto es la vida/muerte, pequeños instantes donde la existencia no tiene relación alguna con el Yo o cualquier representación del sujeto, donde incluso el cuerpo parece carecer de importancia al formar parte de este devenir irrepresentable.
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FRACTURAS Y DESBORDES
sabemos que nacer es solamente el acontecimiento que marca el inicio de la vida individual pero no representa la experiencia de estar vivo. Lo mismo con la muerte, se muere cada día un poquito mientras se vive y viceversa El problema del alma-cuerpo viene a posicionarse a nivel de la existencia del sujeto escindido, el sujeto del lenguaje. Aquello no implica la negación de la consciencia del cuerpo, de este sentir el cuerpo como propio y cuando es propio inmediatamente le pertenece a alguien. El nivel de consciencia más elemental que se relaciona con los sentidos, experiencia básica del estar vivo. Pero a pesar de ello no es posible negar la idea que el cuerpo nos resulta desconocido, una especie de misterio en el cual se vuelcan un montón de recursos sociales y cuyos logros no han hecho más que enturbiar aún más esta necesidad de encuentro que parece no llegar a tierra firme desde el saber positivo, siendo el problema quizás el saber mismo. Reaparece el dilema de la pequeña personita que controla desde el interior a la máquina orgánica que le pertenece, pero cuya pertenencia de ella al cuerpo es virtualmente parcial, incompleta por naturaleza desde el saber.